El rol de una madre. Si, lo he oído un par de veces. Tanto de lados progresistas como también de los más conservadores. Pero ¿Qué es una madre, finalmente? ¿Un cumulo de actividades morales que sentencian la capacidad de procrear? ¿La habilidad de lograr, pensar empáticamente en el prójimo y no en ti? ¿Poder quitarte el pan de la boca, para darle de comer a otro? ¿O tan solo una idílica cuestión religiosa, entorno a preceptos arcaicos que ya perdieron valor? Una cosa si es certera y doy cabida a ello. Las madres, están muy sobrevaloradas. En mis tiempos, cuando yo era joven e incipiente, mencionar la palabra «mamá» era caer en la soberbia misma. A nadie le importaba mucho, que determinaba tal catálogo en la familia. Si en la sociedad era admitido vehementemente, se daba por hecho que así debía ser. ¿Me explico? Por ejemplo, si te obligaban a casarte en un matrimonio arreglado, era tácito que debías si o si, embarazarte. Y, por tanto, dar a luz a un primogénito sano y pueril. Dándole énfasis al sexo y genero del neonato. ¿Alguien pensó si quiera, en que no querías terminar así? Ni una mierda. ¿A cuántos o pocos les preocupaba si el feto que crecía en tu vientre, te comía por dentro? Succionando el calcio de tu medula espinal. Respirando de tus glóbulos blancos, al punto de volverte anémica. O de plano, ingerir nutrientes cilicios entorno a tus neuronas, hasta volverte tonta e insípida. ¿Durante cuantos años se romantizó el embarazo como algo poético? No lo sé. Si tenías el conocimiento necesario o no, para desempeñar dicho protagonismo, a tomar por culo. Mientras tuvieras un útero fértil, desbordante colágeno en la dermis y destajo de ácido fólico en los huesos; anatómicamente resistirías a miles de concepciones paralelas. Una tras año. Hasta que llegué a saber de buena fuente, que mi tatara abuela, había dado a luz a 32 neonatos. Muchos de ellos, ni si quiera alcanzaron la adolescencia. Otros más desdichados, no vieron la luz del sol. El tema era, parir, parir y parir hasta que el cuerpo resistiera. Y para cuando malograras la matriz, un reemplazo más joven venia en curso. Porque claro, este concepto es provechosamente machista. Para los varones es pan comido. No exagero en vulgaridad, cuando les digo que hasta un vejestorio a portas de ser momificado es capaz de hacer bebés. Es biología de kínder. Solo debes esparcir tu mierda en el interior de una pobretona y rezar a que funcione. Otra cosa es que salgan sanos o de plano, vivos. Así que la humanidad se fundó mediante abusos reiterados, pedofilia normalizada y un incipiente patriarcado. Que permitieron, estas mismas mujeres de antaño. Lo cierto, es que yo pretendía romper la rueda. Salirme del círculo vicioso que sosamente, intentaron inculcarme mis padres.

Mi nombre es Amelie. Soy hija, más no la única de una aristócrata casta inglesa. Los Duques Graham de Vanily. Bienaventurada vi mi fortuna, tras venir al mundo 7 segundos después que mi gemela, Emilie. De mí no manifestaba la autoritaria responsabilidad, de dar herederos. Puesto que era la menor, por gracia o no del destino. Desafortunadamente, mi hermana nació con la brújula descompuesta. Su norte, apuntaba a otros confines de la tierra. Siempre fue más altiva, osada y bohemia. Una inquieta muchachita mimada por papá y mamá, que tuvo en bandeja todas las regalías del globo terráqueo. La llamaron "la princesa curiosa". Trotamundos como ella sola, logró convencer a mi huraño padre, que su destino yacía cruzando la isla. Así que en cuanto pudo, se largó a Francia. Ahí, hizo su vida y se enamoró de quien quiso. Teniendo cual gastronomía culinaria, todos los sabores de los galos de plato servido, eligió al más simplón de todos. Gabriel Agreste. Un fracasado emprendedor que había llenado sus bolsillos de sueños, más que de pelusas. Aspiraba a ser un renombrado diseñador. Algo que mi familia no aprobó en un comienzo, pues no ratificaban su amor, ni mucho menos su matrimonio. Y siendo esta su negativa, Emilie no escatimó en renunciar a nosotros. Abandonando su posición, lujos y herencia, se casó con Gabriel y se atrevió a adoptar su apellido. Que más tarde descubrí, era inventado. Gabriel era hijo de unos rockeros sin nupcias de por medio. Los Grassette.

Jamás llegué a cuestionarla. Yo seguía siendo la menor. La que se quedó en casa, a puertas cerradas. Repleta de libros, conocimientos literarios y obediencia.

Tras cumplir los 18 años, lord Graham decidió que era momento de hacerme "mujer". Fue el argumento que usó. Y me casaron sin consentimiento, sin tomar en cuenta mis aprensiones ni derecho a replicas; con un empresario norteamericano de la industria armamentista llamado Colt Fathom. Un hombre que, en un principio, demostró ser digno de mí. Caballeroso, servil y amoroso. Hasta que se dio cuenta de una trágica condición, de la cual yo aspiraba a tener siempre. No podía concebir hijos. Hasta ese punto, me vi bendecida por el universo. No tenía pasta para madre. Ni ostentar con título, la responsabilidad del cargo. Pero tanto mi esposo como mis padres, exigieron respuesta inmediata a este mal que, según ellos, consideraban un maleficio.

Por otro lado, mi hermana padecía del mismo agravio. Incapaz de fecundar fértilmente y mantener un embarazo hasta el culmine de la gestación, consiguieron adquirir una joya mágica en el Tíbet. El Miraculous del pavo real. Yo estaba feliz de sus logros, aunque no fuesen míos. Sin embargo, Colt, ambicioso y repleto de envidia, exigió explicaciones sobre tales causales. No consideraba digno que mi hermana le diera un hijo a semejante fútil sastre. Así que hizo un acuerdo con Gabriel. Ambos y sin preguntas a externos, intercambiaron bienes. La joya, por riquezas. Era lo que necesitaban para solventar su apoteósica vida en Paris. Y mi marido, un heredero digno de la elite británica.

Ninguno de los dos, caviló si quiera por asomo, que la magia sería la perdición absoluta para ambos. Pues la joya estaba rota. Quebrada en mil y un surcos. Y quienes la usaran en mal estado, sucumbirían trágicamente luego de varios años de haberla utilizado. Tiempo después, dicho ser creció en mi vientre. Como el prado de una primavera en regadío al sol y al viento. Era un varoncito. Dijo el doctor. Estábamos tan contentos. Lo llamamos "Félix". Porque eso era, para nosotros. Una felicidad. El nombre Félix significa "feliz" o "afortunado". Y sin duda, él fue concebido para mí, como el regalito que esperas en navidad bajo el árbol. Algo que no pediste. Me hubiese dado lo mismo si nacía mujer, lo declaro desde ya. Me había convencido que solo debía darles un hijo y ya. Sin importar nada.

Mientras yo me debatía entre la vida y la muerte por dar a luz a este pequeño, mi hermana hacía lo mismo en Paris. Casi al unísono. Un presagio, de la perfección del universo. Pensé que su venida al mundo nos traería paz. Que ingenuo de mi parte fue profesar aquello. Colt, no resultó ser el padre ideal para mi retoño. No lo trató bien, supe después. Me engañó, simulando ser un indulgente progenitor y padre amoroso. Estaba sumido en la enfermedad y miseria de su propia arrogancia. La altanería. Pues tarde mal y nunca me percaté, que Félix había sido concebido con el sentimiento de la desidia ponzoñosa de mi esposo. Un pésimo augurio de lo que le deparaba el destino. Logró controlarlo mediante el Amok que creó, sobre su anillo. Y por muchos años, le hizo la vida imposible, limitándolo a fraguas infames que, de haber sabido en su momento, me divorciaba al instante.

Para cuando mi hijo cumplió los 14 años, Emilie falleció. Colt, también. Pero los devenires que tuve que soportar entorno a la educación, finalmente cayeron sobre mis hombros. Félix continuó su crianza bajo el duro yugo de su abuelo Émile. Por consiguiente, tuve que sentarme una tarde a contarle la verdad de su concepción. El cómo, había sido obsequiado al mundo terrenal. Era inteligente, no lo pongo en tela de juicio. Más de lo que pudiese admitir. Colt lo había entrenado durante toda su adolescente vida, para ser un prodigio. Un digno hombre en la sociedad. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho, y era obvio no lo consiguió. Félix era un muchacho egoísta, libertino y sumamente arrogante. Todos los trofeos que alguna vez alcanzó, fueron meramente dolos que mi irascible marido no consiguió en vida.

Fue entonces, cuando inicié mi batalla…

—Félix, tesoro —enuncia Amelie, golpeando su puerta—. Se te hará tarde para la clase de equitación.

—¡No iré! —responde, desde adentro.

—¿Cómo que no irás? —merma su madre, maniobrando de un lado a otro el picaporte de su puerta; sin conseguir abrirla—. Félix. Ya hemos hablado de esto. Sabes que no me gusta que te encierres con llave. Abre ya.

—Arg…—masculle desde el interior, destrabando la cerradura— ¡Entra ya, entonces!

¿Qué ven mis ojos? Lleva una semana encerrado en su cuarto y ni si quiera ha sido capaz de limpiarlo. Veo papeles tirados por el suelo, la cama sin hacer, el tacho de basura a destajo. El canasto de la ropa sucia, repleto hasta arriba. Un nauseabundo hedor a adolescencia y de paso, cortinas cerradas. Las abro de golpe, sin pensarlo. Es hora de permitir que entre el sol.

—Cariño, estás siempre a oscuras.

—¡No, mamá! ¡No hagas eso! —debate del menor, cerrándolas de golpe— ¡Sabes que odio el sol!

—Félix, mírame —demanda su madre, sujetándolo del mentón—. Entiendo que sea tu cuarto y no pretendo invadirte. Pero te ves pésimo. No te has bañado, no lavas tu ropa y mucho menos ordenas. Ni hablar de sacar la basura. ¿Qué pretendes? ¿Ser un ermitaño?

—Estoy terminando mi proyecto escolar ¿Ok? —desanda el rubio, retirándose hacia atrás con desdén—. Ya voy a hacer mis quehaceres. Solo permíteme acabar.

—No. No lo harás —determina Amelie, molesta—. Ni si quiera tienes que hacerlo, que es lo peor. Sabes que la ama de llaves viene dos veces a la semana y ni a ella le abres la puerta. Esto es un chiquero. Lo siento, pero no me dejas opción —añade, tomando la bolsa del basurero. Olisquea, cubriéndose con el antebrazo ante el repugnante aroma— ¿Qué demonios es este olor?

—¡Ma-mamá! ¡YA! —brinca Fathom, abochornado. Le arrebata de un golpe, el trasto— ¡Y-yo voy a limpiarlo! ¡¿Ok?! ¡Por favor!

—¿Te estás masturbando, niño? —lo fulmina con la mirada.

—¡¿Qué dices?! —niega, injuriado— ¡N-no! ¡Claro que no!

—No le mientas a tu madre —redunda, ofendida—. A mí no me vengas a hacer tonta. Al menos si vas a hacerlo, limpia tu mugre ¿Quieres? Qué vergüenza.

—Tú sabes…que Colt no permitía esa clase de cosas ¿Sí? —murmura, cabizbajo—. Es pecado.

—Colt está muerto. No veo de qué forma esto sea un asalto a la iglesia ni a ningún santo. Solo te pido que asees este cuarto —exhala, hastiada—. Por el rey, que clase de valores te inculcamos.

—Madre, yo no-…

—¡Te quiero limpio y presentable en una hora, Fathom! —sentencia la rubia— ¡Y este cuchitril, sanitizado! ¡Es eso o no tendrás más permiso para ir al centro!

—¡Ya voy, mamá! ¡Ya voy! —obedece, ruborizado. De un portazo, cierra.

Pan comido. Si bien no me gusta caer en obscenas amenazas, no veo de que otra forma pueda corregirlo. Colt, falleció. Desde que le permití tener posesión de su Amok sin represalias, confié en su palabra cuando me dijo que no haría nada extraño. Sin embargo, ha dado riendas sueltas a un montón de vicisitudes que nunca pensé, haría. No es que me importe demasiado que explore su sexualidad, por ejemplo. Solo pido una cosa. Que lo haga con responsabilidad y no caiga en vicios ni obsesiones. Ya les dije. No nací para ser madre ¿Bien? No está programado en mi alma. Para mi ser madre es, improvisar…todos los benditos días. Y así es como me la he liado con este niño, hasta hoy.

Félix ha mostrado demasiado interés por los Miraculous. Se la pasa viendo video tras video, de las hazañas de una famosa Ladybug y Chat Noir en Paris. No come, no se baña, no camina, sin escucharlos de fondo. De vez en cuando, logro que me muestre algunos de sus intereses, pero me cuesta llegar a el de la forma en la que espera. No puedo evitar darle mis aprensiones. Tengo miedo. Mi hijo es un senti ser. Y Gabriel, aún posee la joya que le dio la vida. ¿De qué manera debo abordarlo? Tan solo, fingir demencia…

Esa tarde, lo llevaba a sus clases de Karate.

—Mira mami —le enseña Félix, en su tableta—. Son super héroes. ¿No crees que yo podría ser uno también?

—Tú puedes ser lo que tú quieras, cariño —responde lady Amelie—. Pero ¿Arriesgar tu vida constantemente por otros? ¿Es lo que quieres?

—¿Por qué no? —confiesa su hijo, algarabío—. Yo creo que sería mejor que todos ellos. Soy muy inteligente ¿No? Ladybug no me supera.

—Eres un mini genio, mi niño. Esa chica no te llega a los talones —besa su frente, en respuesta—. Sin embargo, creo que te estas adelantado demasiado para tu edad. Aún eres joven.

—Se es joven solo una vez —exterioriza su primogénito, mostrándole el anillo—. Colt ya no está con nosotros y ya no puede darme ordenes ¿Te sentirás más segura si consigo el Miraculous del pavo real?

—Puede ser…—argumenta la rubia, preocupada—. Pero ya lo hemos hablado, Félix. Tu tío Gabriel es quien la tiene. ¿De qué forma pretendes adueñarte de la joya?

—¿Me odiarías?

—¿Cómo? —no se entera.

—Si tuviera que hacer algo cuestionable para conseguirla —advierte el ojiverde— ¿Me seguirías queriendo como siempre?

—¿Cómo osas en cuestionar mi amor, bobito? —carcajea, templada—. Eso jamás. Si tienes la oportunidad o ves un mínimo chance de conseguirla, tómala. Tienes todo mi apoyo.

—He ideado un plan para ello —manifiesta Félix, altivo. Le enseña un diagrama en la pantalla—. Mira esto. Mi tío nos invitó a pasar el aniversario de 1 año de la muerte de mi tía Emilie. Tal vez logre algo con eso.

—¿Lo convencerás de algo? —arquea una ceja.

—No. Pretendo robarlo a la fuerza —sonríe, socarrón.

—Gabriel ni si quiera se ha dignado a regresarme los anillos de la familia Graham de Vanily —se encoge de hombros—. Le escribí varios correos. Se niega a devolverme al menos el de mi hermana. Ni de robar hablamos.

—¿No dijiste que te gustaban los trucos de magia? —escudriña el menor.

—¿Y piensas hacer magia con esos anillos, soso? —ríe.

—Quien sabe —rueda los ojos, iracundo—. Lo intentaré. Solo si no me delatas.

—Haz lo que tengas que hacer. Pero no te aseguro que salga bien —se encoge de hombros, bajando del auto—. Ya llegamos a la estación. Te ruego seas amable con tu primo Adrien. Lo ha pasado mal y estará muy sensible.

—No prometo nada…

Fui algo ingenua al permitirle hacer a señorío y con el libre conocimiento que tenía, urdir su plan. Lo cierto es que no salió bien. Por no decir, pésimo. Finalmente, no consiguió mucho, más allá de deshonrar a mi sobrino al ponerlo en contra de sus amigos. Félix no era un niño que tuviera amigos ni roce social. Adrien era su único compañero. Uno que me hubiera encantado fuese entrañable, de no ser porque tanto Colt y Gabriel siempre impidieron reuniones entorno a ellos. Aunque de alguna forma, se las ingeniaron los dos para formar un lazo infantil. Solían compartir mamadera de bebés, intercambiar juguetes, atuendos e incluso, lograron engañar a mi hermana y su marido un fin de semana entero. Burlados, como dios manda. Desde aquella vez, nunca más los volvieron a juntar. Sé que no fue algo arbitrario. Estos hombres, lo determinaron así. Los veían como un peligro público a sus intereses. Si tan solo yo o Emilie hubiéramos sabido de esto, jamás lo hubiésemos permitido.

Volvemos a casa en el mismo tren desabrido que nos trajo a parís.

—Lo que ocurrió en casa de tu tío, es bastante grave Félix. Te lo he dejado pasar, solamente porque sé que extrañabas mucho a tu primo.

—Mamá, tienes que creerme —se excusa el menor, de semblante abatido—. Solo fue una broma inocente. Tú sabes que sería incapaz de hacerle daño a Adrien. Es como un hermano para mí.

—Lo entiendo. Pero, aun así, debes aprender a controlar tus impulsos o serás demasiado evidente —advierte su madre, preocupada—. Gabriel no puede enterarse de nuestras verdaderas intenciones. Al menos dime que tuviste suerte con la joya.

—No pude averiguar bien en donde la guarda. Pero recuperé uno de los anillos de la familia Graham de Vanily.

—Bueno. Siempre te fascinó la historia de esos anillos. Puedes conservarlo —exclama la aristócrata, reclinando el asiento del vagón—. Tu abuela será la más contenta.

—Madre, necesito volver. No conseguiré dormir bien sabiendo que está en manos de aquel hombre. Mi tío se ha vuelto muy malicioso —expresa Fathom, apesumbrado—. Me enteré que controla a mi primo a diestra y siniestra. No le permite hacer nada. Es igual o peor que Colt. Y comienzo a sospechar…que es el responsable de las Akumatizaciones en Paris.

—Dios… ¿Por qué no me sorprende? —farfulle Amelie, de manos sobre la sien—. Desde que falleció mi hermana, Gabriel cambió demasiado. Ya casi no lo reconozco. Sospeché de todas formas, que tendría al pobre de Adrien a su disposición. Me encantaría ayudarte, cariño —ambiciona la mujer, afligid—. Pero ¿Cómo podría? No es como que podamos acercarnos a él, así como así, sin un motivo de peso.

—¿Cuándo es la siguiente reunión? —consulta Félix, pidiendo un vaso de agua.

—Una que hace con los miembros de su club. Aunque desconozco si me tiene dentro de la lista de invitados. No sería raro que, dentro de poco, nos deseche como basura —admite la rubia, mosqueada—. Si bien era el aniversario por la muerte de mi hermana, mantuvo un trato distante y huraño conmigo. Ya no necesita el dinero de nuestra familia, si forjó un imperio con él. Sin una Emilie que le ponga limites, estaremos siempre a la deriva…

—Yo no lo permitiré. Gabriel no puede seguir saliéndose con la suya y controlando a todos a su antojo —farfulle el varón, de puños contritos—. No es el maldito dueño del mundo.

—Te he dicho que no maldigas delante de mí —le amonesta su madre, jalándole la oreja a modo de reprimenda—. Si tienes un plan en esa brillante cabecita, te apoyaré en él. Siempre y cuando, no lastime a Adrien. Gabriel será estricto, pero sigue siendo su padre.

—Gabriel es un monstruo. Y a esos, hay que erradicarlos del planeta…

Lo había dicho con tanto desdén, que juraría el sentimiento de odio era real. Jamás vi a mi hijo profesar tal calibre de emociones negativas. Ni si quiera con el infame de Colt (no en vida al menos). Mi trabajo como madre, requería paciencia. Que, a su vez, respondía a la incipiente demanda de variadas carreras, por ser psicóloga, doctor, chef, profesora, incluso pitonisa. Me la pasé largos años tras cuatro paredes, leyendo toda clase de libros para ser una mejor versión de mí. Una, que aportara al ritmo en que mi hijo avanzaba. Félix crecía a pasos agigantados. Hasta que ya, ni la propia suela le cabía en los zapatos. Le encantaba tomar la delantera. Siempre yendo un escalón más arriba, que el resto de su edad. En cuanto a sus excelentes calificaciones, nunca hubo un reproche. Si no, celebres alabanzas. Era su lado social y comunicacional, el del problema. Se había acostumbrado a vivir haciendo lo que se le viniese en gana, sin que nadie pudiese frenarlo. Los primeros presagios de una conducta cuestionable, salieron a la luz durante una exposición de ciencia. Su profesor, llegó a comentarme migajas de lo sucedido. Algo que involucraba trabajo en equipo. En un intento por encaminarlo a tomar mejores decisiones, lo inscribí al taller de verano comunitario del padre Albert. Siendo el estudiante más joven en graduarse y miembro de una respetable familia, fue cuestión de horas que sus camaradas le manifestaran admiración y cariño.

Pensé: "Finalmente esto es lo que necesita. Amigos". Le vi sonreír, mientras cargaba su maleta con templanza. No pudo ni finalizar la temporada. A las 2 semanas, el padre Albert me lo devolvió, expulsado como se excomulga a un feligrés. ¿Qué tan terrible podría haber sido? ¿Inicio un golpe de estado o algo así?

—Es peor que eso, Lady Amelie —revela el clérigo, afrontado—. Su hijo, es ateo y un hereje, fiel practicante de las sombras.

—¿Que dice? —parpadea la mujer, absorta—. Con todo respeto, padre. Félix no es ningún satanista. ¿Acaso le vio practicar magia negra o algo así?

—Tal vez no. Pero sin duda trabaja para el señor de las tinieblas, al caer en sus lascivas tentaciones —proclama el cristiano, dejando caer un golpe hueco sobre el escritorio, de biblia en mano—. Sus mismos camaradas lo han denunciado. Dicen que "Se besa con todas" las muchachitas. Incluso lo intentó con su supervisora.

—Son mentiras inventadas por envidiosos —desmiente Fathom, de hombros caído—. Están celosos, porque soy más popular que ellos.

—¡Puedes ser el rey de Inglaterra si gustas, mocoso! ¡Pero aun así no estarás jamás por sobre la ley de dios! —vocifera el pastor, iracundo— ¡No volverás a tocar los santos labios de estas nobles criaturas! ¡Mucho menos si es a la fuerza! ¡LARGO DE AQUÍ!

—¡¿Cómo se atreve a hablarle así a mi hijo?! —Amelie lo intercepta, generando un escudo humano entre él y su primigenio— ¡No olvide que está tratando con un Graham de Vanily! No me obligue, a retirar los fondos de mi familia o ni su dios se acordará de usted —sentencia, cogiendo su bolsa—. Andando, cariño. En la casa hablaremos de esto.

Está bien. Lo admito. Félix la había cagado de monumento. Estoy convencida de que, si alguien pudiese cometer el error más grande de la vida, este niño lo triplicaría sin problemas. Les juro que no tengo ánimos de tener esta conversación. Si me llego a enterar de los escabrosos detalles entorno a su tour hormonal, siento que terminaré dándole una palmada en el trasero. De camino a casa, guarda silencio. Me mira de vez en cuando por el rabillo del ojo y regresa a su habitual contemplación, escondiéndose tras su flequillo. ¿Qué es lo que lo afrenta? ¿Cuál es realmente su pecado? ¿Siente culpa de algo? No creo…

Una vez en la mansión, solapadamente intenta esconderse en su cuarto de a puntilla. Lo siento, pero tengo que hacer esto. Me cruzo de brazos y exhalo fuerte y claro.

—¿A dónde crees que vas?

—Ah. Este… ¿A mi cuarto? —reconoce Fathom, nervudo—. Es que va a empezar un desfile de modas en Paris y debo analizarlo.

—¿Un desfile de modas? —arquea una ceja, suspicaz— ¿Eso a ti en que te afecta?

—A mí, de momento nada —explica el rubio—. Pero necesito tomar algunas notas. Mi tío Gabriel estará dando un discurso. Ya sabes que estoy ideando un plan y no puede salir mal. Si mis cálculos no me fallan, Shadow Moth akumatizará a un viejo amigo y-…

—En estos momentos me importa tres pepinos lo que haga Gabriel —masculle la señora Graham, fulminándolo con la mirada—. No me vengas a decir ahora que ideaste fastidiar a todas esas jovencitas para que te expulsaran a apropósito.

—Si ya me conoces ¿Para qué preguntas? —examina— ¿Te parezco un villano?

—No lo sé, Félix. ¿Tú que crees? —expresa la ojiverde, dejándose caer abatida sobre el sofá. De atisbo extraviado, le responde—. Incluso si viniese la policía a tocar la puerta, culpándote de alguna calumnia…seguiría apelando a tu buen corazón. Porque independientemente de cómo viniste al mundo, eres amado. Yo, te amo.

—Entonces no te aflijas más, mami —sisea el rubio, sentándose a su lado mientras masajea sus manitas—. No soy el malo de esta historia.

—No. Sin duda para mí no lo eres. Pero tampoco puedes ir por la vida besando muchachitas a diestra y siniestra. Ellas no lo pensarán dos veces —rezonga la señora Fathom, sosteniendo el mentón de su hijo en el proceso— ¿A que estabas jugando?

—A nada. Solo estaba…probando —murmura avergonzado, admitiendo su participación en los hechos—. Y-yo…últimamente, no sé. He estado muy pendiente de algunas novelas y películas clásicas. He visto como un hombre y una mujer se dan besos en la boca y tenía ganas de experimentar, es todo.

—¿Y era necesario hacerlo con todas?

—Lo siento. No volverá a suceder —asume, de labios desahuciados—. Te prometo que a la próxima que bese, será oficial. Incluso ya me golpearon por intentar hacerlo con Ladybug. Me lo busqué, aunque me moría de curiosidad por saber que se sentirá besar a una super heroína.

—¿Qué otra clase de experimentos has estado haciendo? —suspira, abatida—. Mas te vale que no estés abriendo animalitos.

—Eso jamás. Me gustan mucho. Sobre todo, los reptiles e insectos —relata el joven inglés, de sonrisa pueril—. Si he de hacer algo, el sujeto de prueba seré yo.

—Bueno. Suena relativamente convincente tu argumento, siempre y cuando dejes de hacerlo —admite su madre, angustiada—. Pero aún si no quisiera, debo castigarte. Conoces las reglas. Toda acción debe tener su reacción. Lo siento…

—Solo no seas tan dura, please —implora, de palmas juntas.

—Mhm…no lo sé —reflexiona, llevándose los dedos al mentón—. Quizás te cancele la membresía de tu consola por un mes.

—¡No, mamá! ¡Por favor no hagas eso! ¡Te lo ruego! ¡Todo menos eso! —chilla Fathom, arrastrándose hasta sus piernas—. ¡Hare lo que me pidas! ¡Seré bueno!

—Dios, mira cuanto melodrama haces —carcajea la progenitora, soltando toques cariñosos en la nuca de su rival—. No seas ridículo. No te vas a morir. Son solo videojuegos.

—Pe-perdona…es que Colt una vez-…

—Colt no está, Félix. Por favor ya no comiences —le intercepta, de sopetón—. Si tanto insistes en remembrarlo, iremos juntos con un especialista y solucionaremos los traumas que te haya dejado. De momento, ese será tu castigo. Ahora ve a lavarte las manos que la cena estará lista en un momento. Podemos ver juntos, ese desfile.

Traté de hacerlo lo mejor que pude. Es lo que me repito constantemente, hasta el día de hoy. A veces, cuando perdía el rumbo y me era tedioso confrontarlo en su defensa; me asaltaban un sinfín de dudas. No era que cuestionara mi amor por él. Ese, es y será por siempre perenne. Si no que, comencé a experimentar desolación por el mundo. A través de los ojos de mi propio hijo, amargamente descubrí que no era tan bonito como creí. Quizás, porque pasé tantos años ensimismada en un ostracismo nobiliario. Le habíamos dado la educación a Félix acorde a los estándares. Nunca, como un método de aislarlo o mucho menos, invisibilizarlo. Mis intenciones fueron puritanas. Lo reconozco. Pero…tiempo después, hablando con mis padres, descubrí que Emilie había caído en lo mismo con Adrien. La gran diferencia que nos separaba entre ella y yo, es que lo hizo a conciencia de la maldad ajena. Yo por en cambio, la desconocía.

Al principio, escucharle hablar tan mal de Gabriel y tacharlo de "monstruo" me removió las entrañas. Finalmente, él tenía razón. Luego de la fiesta en su casa, aun me quedaban pequeñas luces de esperanza. Me negué a asumirlo.

Hasta aquel día, en que me confesó todas y cada una de sus fechorías. Llegando incluso a Akumatizar a su propio hijo. Traté infructuosamente de batallar contra la verdad. Un tanto cegada y no menos insegura. Sin embargo, como la ley que gravita sobre el planeta, todo lo que sube tiene que caer. Félix logró robarse el Miraculous, a cambio de una maquiavélica extorción, de la cual no tuvo opción. Entre sollozos y angustiosos hipos, detalló el como otras personas incluida la tal Ladybug, hacían y desasían de tal poder. Creando y quitando vida de seres, que sentía. Seres como mi niño. Me advirtió que sería tachado de villano. Que vendrían por él y la joya. Yo tampoco tenía muchas elecciones. La existencia de mi pequeño, valía todo eso y mucho más.

Los superhéroes llegaron a casa una noche, casi como quien predice el futuro. Ya lo habíamos hablado con anterioridad. Era parte del plan. Querían que les entregara a Félix como un vil criminal. Yo traidora no soy. Y mucho menos, una soplona. Así que fingí demencia y falsamente, les dije que no sabía nada al respecto de su paradero. Me creyeron y así se fueron. No obstante, no conforme con el resultado, Félix permaneció enraizado a la idea de hacer justicia a sus sentimientos. No lo vi como una malévola venganza. Si no que pretendía darle su libertad a Adrien, de la misma forma que el la había conseguido. Y para demostrarme que no estaba equivocado, durante el baile de diamantes viajé a Paris. Por supuesto que Gabriel no me había invitado. Presagié que ya no nos quería rondando su vida ni el circulo más prestigioso que ostentaba.

Ya no cabía duda alguna. Tanto el cómo su sequito de elite, eran unos monstruos. Personificaciones del mal, succionando fama y fortuna a costa de jóvenes inocentes. Pretendí hacerle ver a Nathalie, con quien de antaño intercambié miles de razones morales para hacer el bien; que estaba mal lo que sucedía. Que podía cambiar y salirse del vicioso mundillo de mentiras. Ella también era víctima de un opresor. No logré nada…

Esa noche no pegué un ojo. La ansiedad se había tragado mi sueño. Félix volvió a casa, con una actitud distinta. Renovada. Me dijo que no todos eran malos y que curiosamente, alguien que compartía su misma condición, le había nublado los sentidos. Su nombre era Kagami Tsurugi. Nos desvelamos, platicando sobre ella. Las miles y unas sensaciones enternecidas que almidonaban su jovial corazón. Por supuesto que le di mis aprensiones al respecto. No soy una mujer fácil de convencer. Pero por más que le propuse negativas y reparos de madre, suspiro tras suspiro, acabó por derribar mis escudos. Estaba seguro de haberse enamorado a primera vista. Yo por otro lado…

—Eso no existe, hijo —manifiesta Amelie, aprensiva—. El amor es como un jardín. Debes regarlo día a día, si deseas que crezca y florezca algo bonito y duradero. No se da de la noche a la mañana por añadidura.

—Estoy dispuesto a correr el riesgo, madre —sopesa Félix, esperanzado—. Si me das tu bendición, te prometo que haré todo lo que esté a mi alcance para hacerla mi novia.

—¿Novia? ¿Ya estás pensando en noviazgo cuando ni si quiera la conoces?

—La conozco un poco…—admite, toqueteándose la mejilla en un rubor intenso—. La he estado siguiendo y hace un par de días atrás, le confesé mis sentimientos.

—¿De qué va eso? —Graham deVanily frunce el ceño, liada— ¿En qué momento? Si te la pasas yendo y viniendo de tus clases de equitación.

—Te he…mentido —sentencia Fathom, abochornado—. No siempre fui a las clases. En realidad, muchas veces tomé el tren para ir a verla en secreto.

—Por dios, niño. Vas a terminar provocándome un infarto —gruñe su madre— ¿Acaso pretendes matarme? ¿Te das cuenta del lio en el que te has metido?

—¿De qué lio hablas, mamá? —resuella el menor, por la nariz—. Es solo Kagami. Me gusta y mucho. No le veo problema a ello.

—Félix, la chica es la hija de Tomoe Tsurugi. Por si no estás al tanto, esa mujer es la mano derecha de tu tío y seguramente cómplice de todos sus delitos —masculle Amelie, descompaginada—. Es muy peligroso que te involucres sentimentalmente con ella. Más ahora, que sabemos vino al mundo de la misma forma que tú.

—Yo tengo la joya ahora. No hay manera de que le haga un daño —señala el británico, decidido—. Por lo demás, me las arreglé para darle un amok falso a su madre. Lo tengo todo bajo control.

—¿Qué vas a tener bajo control, joder? —brama, golpeando la mesa— ¡Tú con suerte sabes en donde estás parado ahora! ¡¿No ves la televisión?! ¡Esa muchacha es rostro oficial de la marca Agreste! ¡Es la novia de tu primo Adrien!

—En eso te equivocas, mami. No lo es —cuenta Fathom, altivo—. Es solo una pantalla. Una farsa que se inventaron esos dos, al digitalizar sus imágenes. Por si no lo sabías, Adrien ya tiene novia. Su nombre es Marinette.

—Ya. Y yo me entero como ¿Por el aire?

—Mamá, si tanto dices confiar en mí, solo te pido lo hagas una vez más —le solicita el varón, apenado—. Kagami me corresponde y sentimos que podemos construir un futuro juntos.

—Tú no pisarás la casa de esa muchacha sin que ella venga primero a la nuestra ¿Me oyes? —repara, azorada—. Tsurugi-san es peligrosa y estoy segura de que no aprobará esta relación. No permitiré que esa mujer te haga daño o se las verá conmigo. Yo no soy Gabriel.

—¡Jajaja!

—¿De qué te ríes ahora, bobo? —lo interpela.

—Te ves muy linda cuando eres sobreprotectora conmigo —bufa, abalanzándose a sus brazos entre mimos cariñosos—. Gracias, mamá. Te amo mucho. Anda, dame un besito.

—No quiero darte nada —Amelie esquiva la cara, en un mohín infantil—. De seguro ya le diste muchos a esa chica.

—Si…bastantes jeje…—ríe, jocoso—. Pero ella no es tú. Y pase lo que pase, jamás dejaré de ser tu hijo. Tienes mi palabra.

—Mhm…—no se convence.

—Vamos, cambia la cara —se besa los dedos, pegándolos a su mejilla derecha—. Moac. Ahí te va mi beso, celosita. Tengo que irme ya.

—¿A dónde pretendes ir? —se levanta, de voz hosca.

—Quedé de verme con ella en el anfiteatro —admite Félix, sacando pecho e inflando el cuerpo—. Tengo oficialmente una cita. La quinta, para ser exacto. Así que deséame suerte. ¡Adiós!

—¡Oye! ¡Detente ahí! ¡No te he dado permiso! —aúlla, descalabrada— ¡Fél-…! Demonios, este niño…definitivamente no tiene arreglo —se ha ido.

A estas alturas del partido, era torpe de mi parte ir a contra corriente. Si ya había hecho prácticamente todo lo que estaba a mi alcance de rechazar. Voy a rezar. Hace mucho que no lo hago, pero intentaré poder apegarme a mis dogmas superlativos. Que no son ni del ámbito religioso ni mucho menos político. Tan solo el de una madre abnegada y juiciosa, que solo busca lo mejor para su hijo.

Que nada malo le pase…por favor…

[…]

—Su hijo está muerto, Lady Amelie —sentencia el policía, quien se ha presentado en su casa con las pertenencias de Félix en la mano—. Lo sentimos mucho…

—¿Cómo dice? —parpadea, estupefacta—. No. Esto no es verdad. Tiene que ser una broma. Mi-mi niño no puede haber…fallecido…

—Hubo un ataque en Londres. Un tal "Monarca", aniquiló a varios jóvenes dentro de un anfiteatro. También en Paris y en varias partes más —profesa el oficial, cabizbajo—. Lo único que encontraron de él, fue…una pluma blanca…

—¿Una pluma blanca…? —repite, totalmente fuera de control— ¡¿Cómo que una pluma?! ¡¿Qué mierda pasó?! ¡¿EN DONDE ESTÁ MI HIJO?!

—Los funerales se llevarán a cabo mañana en la plaza de la concordia. Es todo lo que puedo declararle…—se retira, derrotado—. Con permiso…

Félix…

Mi hijo…

Mi querido hijo…

Mi niño milagroso…

¿Está muerto…?

No es cierto. No es verdad. No. No. No, no, no ¡No! ¡NO! ¡NOOO!

[…]

¡¿FÉLIX?!

Despierto de un tranco, dando un bote sobre la cama. ¡Mierda! ¿Fue una pesadilla? No recuerdo cuando fue la última vez que experimenté una. Probablemente, nunca. Estoy empapada en sudor y lágrimas. Cada célula de mi anatomía, tiembla estrepitosamente. Estoy consciente de que sigo en casa, en mi cuarto, en mi lecho. Pero… ¿Félix? Me levanto de un salto, enardecida. El anillo "Alliance" sobre el velador, titila en una lucecita verde. ¿Qué está pasando? Lo acomodo en el dedo, presionando la notificación. Me asalta una estúpida advertencia hilarante sobre mencionar acabar con mis malos pensamientos.

«Solo debes decir: Perfect Alliance. Y todas tus pesadillas se disiparán»

¿Se creen que soy idiota o cómo va la cosa? A tomar por culo. Tomo el artefacto y lo viento contra el suelo, pisoteándolo hasta hacerlo añicos. Me cubro con una bata y salgo al pasillo en busca de Félix. La casa…está a oscuras. En completa penumbra. Me aventuro, con el pánico convertida en presa de la noche. Ya no sé si sigo en la pesadilla o esto es real. Toco la puerta. Nadie responde. Tras un par de intentos infructuosos, entro de lleno. Félix no está en su cama, aunque se ve que en algún momento yació ahí. La luna llena se cuela por el ventanal, cimentando una esculpida figura purpúrea en el balcón.

—¿Félix…? —sondea Amelie, temerosa. Se retracta, tras divisar el traje que porta aquella sombra—. Argos… ¿Qué sucede? ¿Estás bien?

No. No lo estaba. Se gira violentamente hacia mí. Tiene las pupilas sumamente dilatadas. Le tiemblan los labios y supura terror.

—¡¿Quién está ahí?! —vocifera, desplegando su abanico a modo defensivo— ¡¿Monarca?! ¡¿Tomoe?! ¡¿La maldita Ladybug?!

—¡S-soy yo, hijo! ¡Amelie! ¡Tu madre! —advierte, levantando las manos—. Tranquilo…todo estará bien. No hay amenazas aquí.

—Madre…—murmura Argos, relajando el semblante—. Perdóname. Creo que he tenido una horrenda pesadilla —se toma la cabeza— ¿Te has enterado? Ladybug y Chat Noir secuestraron a Adrien y Kagami.

—Lo sé. Me llegó la noticia hace un rato —dilucida la rubia, pasmada—. Pero…eso no es verdad ¿Sabes?

—¿Cómo estás tan segura? —refuta, dando un paso hacia atrás—. No quieras engañarme.

—Félix, hijo. Piensa un poco. Tranquilízate y aclara la cabeza…—retoza la señora Graham, templada—. Ladybug no podría auto secuestrarse. ¿No dijiste que era Marinette Dupain-Cheng?

—Es…cierto…—asimila Fathom, afrontado—. Kagami me lo confesó y yo…lo corroboré.

—Tranquilo y baja eso… ¿Quieres? —camina hasta el, apartándole el abanico con suavidad—. Al parecer, tu tío por fin logró lo que quería. Crear un caos en la población mundial. Tenías razón. Nunca debí usar ese anillo.

—Nunca lo usaste. Solo lo tenías de adorno —espeta el muchacho, quien señala el suyo destruido contra el piso—. Hice lo que debía que hacer.

—He hiciste lo correcto, cariño. No pasa nada —murmura su madre, envolviéndolo en un abrazo enternecido—. Es una treta. No es verdad. Lo que, si está claro, es que nos utilizaron para caer en el engaño. Posiblemente mientras dormíamos, nos tiraron algo…

—Debo que ir por Kagami —dictamina Argos, dispuesto a saltar por el barandal— ¡Tengo que salvarla!

—No. No tienes —Amelie lo ataja por el antebrazo, briosa—. Es muy peligroso que vayas. Si te enfrentas a él tu solo, pondrás en peligro tu Miraculous y de paso, tu vida. La de Adrien y la de Kagami.

—Pe-pero, yo-…

—Dime una cosa —examina, sujetándole el rostro entre miramientos— ¿Qué tan confiable es esa tal Ladybug? Porque si realmente es Marinette Dupain-Cheng, ella sabrá como solucionarlo y arreglar todo esto. Me comentaste que era la guardiana de la caja.

—Lo es. Quiero decir, para muchos. No para mí, claro —asegura el menor—. Pero si para Kagami. Y si ella cree en sus habilidades, no me queda de otra que hacer lo mismo.

—Siempre que hay un problema, Ladybug lo sabe solucionar ¿No? —argumenta su madre, tironeándolo hacia el cuarto—. Regresa a la cama. Intentemos dormir y esperemos a ver los resultados.

—¿Y qué tal si no se soluciona? ¿Y si falla? —sugiere el portador del pavo real— ¿Qué haré?

—Solo entonces, yo personalmente te pediré que intervengas ¿Bien?

—Bien…

Mientras yo intentaba copiosamente hacerle declinar de ir a salvar el mundo, Félix no dejó de temblar en todo momento. Para cuando regresó a su estado civil, se notaba a leguas que había llorado a mares un par de horas antes. Tenía los parpados hinchados, las escleróticas enrojecidas y el pulso acelerado. Utilizando todos mis artilugios de madre, conseguí sosegarlo. Dormimos juntos esa noche, abrazados. Al parecer, las pesadillas no iban a declinar por si solas, hasta que esa muchacha lo arreglara. Mientras tanto, no podía darme el lujo de abandonarlo a merced de perniciosos esquemas oníricos. Son solo sueños. Buenos o malos, coexisten en el etéreo. Lo real, es el presente y ahora. No permitiré que su juicio sea opacado por esto. Si ha de perderlo, espero siempre sea por amor…

Afortunadamente, no pasó demasiado tiempo. Ladybug consiguió su objetivo. Salvar al mundo y librarnos de las congojas. Un resultado favorable para muchos. Más no para afrontar la cruda y triste realidad de los que no sufrimos efectos colaterales. Pues Gabriel, había muerto. Enturbiado por la cerrada pretensión de no haber superado el deceso de mi hermana, decidió unirse a ella en el astral. Pasó una semana. El discurso al público parisino, fue la respuesta a una connotación hipócrita. Marinette, no quiso reconocer abiertamente que Monarca fuese el padre de Adrien. Y, por consiguiente, asumió que debía llevarse aquel secreto a la tumba. Con Félix presenciamos adustos, la rueda de prensa. El, más molesto que otra cosa; arrojó frustrado su taza de té contra la pared. No pretendía juzgarlo. También era víctima del dolo, volviéndose un acerbo cómplice del engaño. ¿Qué opciones tenía? No era quien para desacreditar la realidad. Si así era como debía sobrellevarse el asunto, no escatimaría en confidencias.

Como me hubiese gustado que las cosas salieran de modo diferente. Sin embargo, ya no estábamos en posición de renegar nada. Humildemente, hicimos borrón y cuenta nueva. Como quien, arranca las páginas de un diario y las reemplaza por recortes de revista. Le hicieron un monumento en honor. Murió siendo un héroe, a pesar de ser todo lo contrario. Félix se encerró en su cuarto por varios días, negándose a asumir el clímax de la historia. Yo lo dejé, permitiéndole compensar su desgracia en soledad. Al cabo de una semana, nos llegó una invitación por parte de Nathalie Sancoeur. Era la mano derecha de Gabriel y fiel amiga de Emilie. Nos requería para una junta en la piscina, en la mansión Agreste. Estuve a nada de rechazarla. Cuando fue el mismo Félix, quien brotó del interior de su retiro espiritual y me dijo.

—Iremos. Mi primo nos necesita ahora más que nunca. Se ha quedado huérfano. No es momento para egoísmos.

Ante tal argumento sesudo y maduro, me fue imposible declinar. Así que viajamos a Paris y asistimos a la velada. ¿Qué tan malo puede ser una fiesta? Si finalmente, todo indica que Adrien no recuerda nada malo de su padre. Si teníamos que callar y omitir detalles, lo haríamos. Amamos a Adrien. Nada ni nadie, nos cuestionará nunca más este sentimiento. Se lo debo a mi hermana…

[…]

—No te miento —murmura Nathalie, cargando bandejas de bocadillos—. Dudé al enviarte la invitación. No porque te tenga bronca o agravio. Es solo que no sabía cómo te lo tomarías después de todo lo vivido.

Mansión Agreste. Fiesta en la piscina. 15:25PM.

—Me ofende que dudes de mis intenciones, cuando te dejé en claro que mis sentimientos por Adrien eran verídicos —confiesa Amelie, acomodándose el sombrero sobre la cabeza—. No es momento para recriminaciones. Debemos velar por su felicidad. Es lo que hubiera querido mi hermana.

—Estoy consciente de que no soy la madre biológica de Adrien y mucho menos, pretendo ser un reemplazo —admite Sancoeur—. Pero como su tutora legal, me gustaría mucho que, ahora que se siente solito…podamos conectarlo como una familia normal.

—He pensado en ello —dice la rubia, caminando hacia el jardín—. Le comenté a mis padres que sería bueno, que Adrien conociera a sus abuelos maternos como una forma de reunirlos. Millie está contenta con la idea —añade, jovial—. Nada me daría más gusto que una cena de reencuentros.

—Lo organizaré. Tienes mi palabra. Aunque no prometo nada de Lord Graham. Ya lo conoces. Es demasiado obtuso —asiente la peliazul, animada—. De momento, hagamos que los chicos se diviertan. Por ahí me comentaron, que Félix no tiene muchos amigos. Y a Adrien le sobran de a ganas.

—Ni los tendrá. A menos que él quiera cambiar eso —exhala, divertida—. Vamos a tomar el sol. Deja que Gorilla se encargue de las bebidas.

—Traje un bronceador para la ocasión —expresa Nathalie, enseñándole la botella—. Opino que seamos buenas amigas ahora. Y no lo digo a método de fingir. Es volver a las raíces.

—Nunca me caíste mal. Al contrario —desmiente la aristócrata, propinándole un golpecito lozano en la nuca—. Por cierto, adoro tu bañador. ¿Es de diseñador?

Un poco más allá. A orillas de la piscina.

—¿Te gusta mi dibujo? —pregunta Kagami, abochornada—. Últimamente he estado incursionando en el realismo y me he alejado mucho del paisajismo. Te vi ahí y dije: "Es perfecto"

—Nadie dibuja como tú, Kagami —halaga Félix, contento—. Eres muy talentosa. Has captado mi mejor ángulo. Porque de lado me veo mil veces mejor que de frente, o de atrás, jeje —adiciona, estirando la boquita—. Besito, mi amor.

Besito…—corresponde, festiva. Un piquito—. Gracias, Félix. Ahora tengo más confianza para explotar mi arte, sin sentir culpa —plancha— ¿Crees que sea posible que te pueda usar como modelo masculino de mis siguientes bocetos?

—¿En qué sentido? —se acomoda, estirando la columna hacia atrás.

—Ya sabes —aclara, ruborizada—. En el sentido "Titanic"

—Perdona. No entiendo bien el concepto —parpadea, confundido— ¿Hablas del barco o como…?

—De la película, bobito —Tsurugi destraba una risita, bribona— ¿Nunca la viste? Me refiero a la parte del dibujo entre Jack y-…

—Ah. Eso —carraspea, fingiendo demencia—. Disculpa, es que…no me la comí entera —miente— ¿Quieres verme desnudo…?

—Nah. No hace falta —se encoge de hombros, retomando sus trazos—. Estás en bañador. Ya sé cómo luces sin ropa.

—¿Qué insinúas? —espeta, tragando saliva en el proceso—. Que sepas que…no soy así en realidad ¿Sí? El agua estaba frí-…

—No te pongas así —la japonesa se mofa, briosa. Le da un codazo en respuesta—. Es por amor al arte. Solo quiero saber si puedo contar contigo para eso. Ya se dará la ocasión para aquello. Somos jóvenes aún.

—No he dicho nada…—sisea, desviando la mirada de manera febril—. Si realmente quieres hacerlo…no me opongo…

—Félix —comenta Kagami, estimulada con su comentario—. No he asimilado que tenga prisa. No necesitamos saltarnos tantos escalones. Solo digo, que me gustas mucho. Eres muy guapo y sinceramente, me pareces lo más similar a un dios griego. ¿He caído en alguna vulgaridad?

—N-no…pero…—confiesa, echando un paneo rápido a la escena—. Estamos en casa de mi primo y esta mansión, tiene muchos recovecos. Todos parecen muy distraídos. Si quieres hacerlo…adelante. No me niego.

—¿Realmente me permites…retratarte como una obra de arte? —insiste, sin zozobra de por medio.

—¿Por quíe no? Somos novios, Kagami. Nos tenemos confianza —asegura el inglés, tomando su muñeca—. Ven conmigo. El cuarto de mi primo está libre.

Félix y Kagami, desaparecen de la fiesta. Luego de haber sido convocados a aplaudir la última noticia en el proyector de Markov, muy pocas personas notan su ausencia. Una de ellas, es Zoé y de paso el mismo Adrien. Cual, de los dos, más ingenuos. Se preocupan y no tardan en buscarlos, sin levantar sospechas de Amelie. Mientras tanto, Félix se ha despojado de sus prendas. Tan solo portando una sábana larga de tono níveo, se sienta sobre un taburete de madera. La misma que cubre desde su ombligo hacia los muslos. En tanto que Kagami comienza a tirar sus primeros trazos. Una pose digna de una escultura greco-romana, según cree. No hay mucha morbosidad en el ambiente. Pero si un exacerbado dote de lascivia y erotismo hormonal. Ambos son jóvenes, sin nada que perder. No han concretado nada que un adulto haría. Aunque profesen gustos osados y se den placeres visuales, entorno a su amor. Es lo que llamarían un "preámbulo" al deseo.

—Eres muy buena dibujando —declara Félix, espoloneado en un fuego interior—. Te ves muy seria y profesional, mi amor.

—Y tú muy bueno posando —murmura la japonesa, mordisqueándose el labio inferior—. No te muevas mucho, ya casi acabo…

—No vayas a subirlo a redes sociales —advierte el chico—. Quizás que piensen de nosotros…

—Nada malo, espero —comenta, borroneando con el lápiz, la ingle—. Seré muy reservada. No revelaré la fuente.

—¿Soy digno de un boceto? —insinúa Fathom, en una sonrisa inquieta— ¿Te complace?

—Muchísimo…—admite la chica, sobre estimulada con el contorno de su anatomía. Traga saliva, en un sudor siniestro—. No te miento al confesar que me muero de ganas por quitarte la sabana de encima.

—No te hagas muchas ilusiones tampoco —admite Graham de Vanily—. No soy la gran cosa.

—Yo tampoco…—murmura la nipona, soltando una risita endeble—. Pero es chistoso hablarnos en este tono tan picante cuando en el fondo no haremos ni madres.

Zoé y Adrien han escuchado todo, detrás de la puerta. Han sido testigos auditivos del acontecimiento. Es demasiado para sus oídos. Este último, se ve tentado a abrir. Su compañera lo ataja, negando con la cabeza.

—Ya está. Puedes vestirte —declara Kagami, soplando y limpiando el boceto con la mano—. Mira que lindo te ves. ¿Quieres verlo?

—¡Con un demonio que sí! —chilla Félix, corriendo entre telas a verlo—. Válgame los dioses. Podrías ser una mangaka. ¿Te gustan los mangas?

—Demasiado. Pero no más que tú —murmura, depositando un craso ósculo en labios ajenos—. Mmh…rico…

Tú más…

—¡Oigan! ¡¿Qué hacen aquí?! —interrumpe Kim, abruptamente— ¡Parecen dos criminales a punto de asaltar la casona! ¡¿A quién robamos?!

¡Shhh! ¡¿Qué haces, tonto?! —lo increpa la rubia, tapándole la boca— ¡No di-…!

—¡¿Quién está ahí?! —brama Félix, injuriado.

Mierda. Primo, yo no-…—Adrien retrocede, espantado— ¡Es-…!

—¡No sean aburridos! —vocifera Le-Chien, abriendo la puerta de golpe— ¡¿Qué suced-…?! ¡Wow! ¡WOW! ¡WOW! ¡WOW! —brinca, juguetón— ¡Félix está desnudo!

—¡¿Qué cojones?! —recula Agreste, rojito cual tomate maduro— ¡Oye tarado! ¡No es lo que piens-…!

—¡Muchachos! ¡Vengan aquí! —aúlla Kim, invitando a otros a sumarse a su compendio de hilarante escena— ¡Kagami y Félix están haciendo cochinadas! ¡Jajaja! ¡¿No es divertido?!

—¡¿Pero que mierda dices, idiota?! —grita Zoé, negando sus morbosos escrúpulos— ¡N-No chicos! ¡No es lo que parece! ¡Ellos no hacían nada malo!

—Wow…increíble —murmura Nino, quitándose la gorra—. Mis respetos, muchachos.

—¿No es un poco pronto? —asume Max—. Es un 200% fertilidad a esta hora. Dada la edad.

—A la mierda. Traigan cámaras —graba Alya, sacando el cel.

—¡Viva el amor! —chilla Rose, de un salto.

—¿Qué hacen? —reprocha Luka, molesto—. Oigan, no vengan aquí. Los muchachos solo estaban dibujando ¿Les gustaría que los interrumpieran a ustedes? —el más austero.

—¿Félix…? ¿Kagami…? —azora Marinette, perpleja— ¿Qué pasa…?

—¡Que no, Marinette! —impugna Adrien, apartándola de la escena en contrariedad a todo lo que mencionan—. Te juro por mi madre que es un mal entendido. No estaban haciendo nada malo. Kagami solo-…

—Lo estaba dibujando, con el estilo del arte greco-romano —desmiente Kagami, tan templada como su voz apática lo permite—. Si tienen caca en la cabeza, no es responsabilidad de nosotros. No hicimos nada malo. Con Félix nos amamos y nos tenemos confianza. ¿Alguna queja sobre eso?

Silencio sepulcral en el ambiente.

—Eso pensé —sentencia la japonesa.

—¡Vamos! ¡Yo quiero ver ese dibujo! —Kim se abalanza hacia Kagami, estirando las manos con insistencia— ¡Compártelo con nosotros!

—No —rechaza la artista, ofuscada—. Aparta. Es privado.

—¡Pero no tiene nada de malo! ¡Solo es Félix en sabanas! ¿O no? —cuestiona, buscando adeptos para sentir aprobación ante el comentario—. Como las estatuas que hay en el Louvre. Anda, no seas mezquina.

—Atrás, cara de simio —berrea Fathom, interponiéndose entre ambos—. Ya escuchaste a mi novia.

—¡¿Cómo me llamaste?! —protesta el superhéroe, ofendido— ¡No soy un simio!

—¡No somos simios! —interviene Xuppu, sacándole la lengua.

—¿Y entonces que eres, exactamente? —sugestiona el rubio, con obviedad.

—¡Soy el Kwami de la burla! —chilla el pequeño monito— ¡Y solo nosotros podemos burlarnos!

—¡Aja! —Le-Chien logra arrebatarle el dibujo en un ataque desprevenido— ¡Jajaja! ¡Esto parece bien abstracto!

Te lo advertí.

Félix arremete contra Kim, en un enajenado cumulo de puñetazos. Su contrincante se defiende como puede, a vista y paciencia de todos. Y ambos, se enfrascan en una riña sobre el suelo.

—¡Kim! ¡Detente! ¡No es gracioso! —grita Marinette.

—¡¿Qué significa este escándalo?! —interrumpe Amelie, junto a Nathalie. Nadie parece querer confesar dolos entorno a los acontecimientos. Frunce el ceño—. Niño. Vendrás conmigo al otro cuarto.

—¡Pero madre, no hicimos nada pérfido! —repara el inglés, a medio vestir— ¡Te juro que no le he tocado un pelo a mi novia! ¡Este imbécil se estaba riendo de-…!

Silencio.

—Si, madre…

Esto es el colmo. Lo que faltaba para la guinda de la torta. ¿Ahora resulta que mi hijo se pelea con estos muchachos? Ya es suficiente. Ha sobrepasado todos mis límites. Lo jalo del brazo, tironeándole hacia el interior de la habitación contigua. A puertas cerradas, le doy su respectiva reprimenda.

—Félix, no puedes liarte a puñetazos con tus nuevos amiguitos —farfulle— ¿Qué va a pensar tu primo sobre este inaceptable comportamiento?

—¡Esos ni si quiera son mis amigos, mamá! —confiesa el menor, injuriado— ¡El idiota se estaba riendo de Kagami y de mí! ¡¿Crees que un amigo haría eso?!

—El muchacho solo estaba jugando.

—Me niego a aceptarlo —sentencia Fathom, repleto de frustración y desidia—. No estoy acostumbrado a esta clase de ofensas. Ni jamás permitiré que le hagan un desaire a mi novia. Por lo demás, levantó falsos testimonios en mi contra.

—¿Por qué demonios no estabas con tu bañador?

—¡Solo era un dibujo! —expone, aturdido— ¿Cómo es posible que ahora ni tú me creas?

—Porque te conozco —admite Amelie, preocupada—. En el pasado solías hacer cosas irresponsables solo por el afán de experimentar.

—¡Pero yo-…! —acalla de sopetón, desviando la mirada entre zozobras y resquemores—. Yo he cambiado, mamá. En parte, se lo debo a Kagami. Ella me ha hecho ser una mejor versión de mí. Deseo, hacer las cosas bien esta vez.

—Entonces, si realmente quieres solucionar esto —propone su progenitora—. Irás a disculparte con el muchacho y harán las paces. Es lo que corresponde que hiciera un caballero como tú.

—¿Sabes? Si no vas a estar de mi lado, tampoco te pongas en mi contra —declara, transformándose antes de escapar por el ventanal—. Me largo de esta patética fiesta.

—¡Félix! ¡¿A dónde vas?! —nuevamente, se ha marchado olímpicamente— ¡Arg! ¡Esa bendita manía que tiene de huir!

—¿Interrumpo? —Nathalie asoma la cabeza por la puerta.

—Qué va. El muy orgulloso se fue —expresa en un suspiro—. Ni se molesten en seguirle o buscarlo. Tiene la increíble facilidad de desaparecer de la faz de la tierra. Dios mío…ni un solo respiro me da, en serio. Ni uno solo —añade, sobándose la nuca.

—Te entiendo. No es fácil ser madre solitaria —asume Sancoeur, empatizando con su sentir—. No hay un manual para ello. Solo…se improvisa sobre la marcha.

—¿Cómo sigue el chico? —consulta la señora Fathom.

—Tiene la mejilla derecha inflamada. Afortunadamente, para cuando sus padres vengan por él, ya habrá deshinchado. Adrien se está encargando —relata la peliazul—. Marinette me contó la versión de los hechos. La real. Me parece que Félix solo actuó en defensa propia. Bueno, si te sirve de algo saberlo.

—Por supuesto que me sirve y bastante —reconoce la ojiverde, cabizbaja—. No quiero justificarlo tampoco. La violencia no es buena.

—Lo sé. Sin embargo, Kim se lo buscó —advierte su compañera—. Y no pretendo alarmarte con esto que diré, pero…creo que es solo el comienzo. Si Félix no logra integrarse del todo…

—Nunca lo hará. No fue criado precisamente para ello —asume la madre, de labios abatidos—. Hay ciertos códigos que, para Félix, son inviolables. Y dado que no lo conocen para nada, les resultará cómodo prejuzgarlo. Sobre todo, luego de este acontecimiento.

—No puedes aislarlo de nuevo, Amelie…—sugiere Nathalie, tomando su hombro con displicente atisbo de apoyo—. No te lo recomiendo. No es sano para él ni para ti. Mucho menos para Adrien, ahora que se quedó solo.

—Y que se supone que haga al respecto ¿A ver? ¿Obligarlo? —escudriña—. Solo soy una madre, por todos los cielos. No tengo super poderes como esos chicos ni tampoco porto una capa. Magia no hago.

—En eso te equivocas —corrige Sancoeur, esperanzada—. No necesitas vestir un traje para ser una super heroína. Eres, una super mamá. Has logrado muchísimo desde que Colt falleció. Ser tan dura contigo misma, no resolverá nada. Félix aún es un adolescente en crecimiento. No es demasiado tarde…

—Eres muy gentil, Nathalie. Y de verdad agradezco tu apoyo —esboza afable, la aristócrata—. Pero cuando creces en un mundo como el mío, encerrada cual princesa entre libreros y soledad…se nada siempre contra la corriente.

—Bueno, en eso ya tienes una ventaja —ríe su camarada, siendo cariñosa—. No todas las princesas, leían en su tiempo libre. La mayoría se la pasaron durmiendo o aprendiendo Karate.

—No te burles así…

—No lo hago, pero admite que es gracioso —bufa.

—Si, bueno…—sopesa Graham de Vanily, de rostro más templado—. No lo niego. Es chistoso. Soy la princesa que leía.

—Y no necesitas un príncipe ni un rey para sentir complemento —la abraza de vuelta, jocosa—. Me tienes a mí. A tu hijo y a tu sobrino. Juntas, haremos que esta familia cercenada por la avaricia se vuelva a unir.

—Que linda eres. Suena como un presagio bíblico —corresponde la británica, de pómulos febriles—. Me alegra mucho saber que al menos Adrien tiene con quien contar. A tu lado, será más sabio y fuerte como nunca antes lo fue.

—Somos mujeres fuertes ¿No? Somos…poderosas juntas…

Nathalie me toma del mentón, conectando una sonrisa sincera junto a la mía. De un momento a otro, el ambiente se torna cálido de respirar. Como quien, descansa en una cama de algodón o flota sobre nubes. Sus dedos expelen una ternura sin igual. Algo que jamás llegué a profesar con Colt ni con mi propia madre. Que extraño es todo esto. ¿Por qué de pronto pareciera que…quiere besarme? No estaba pensando en nada. Tan solo siendo víctima de mis inseguridades, confesando a corazón abierto lo abandonada que me veía del mundo. Despojada de tanto afecto, juicio y misericordia. Exigía con el grito de una clemente mujer, ser amada. ¿No es eso lo que todos buscamos al final del puente? ¿La luz que te lleva a la redención?

Mis manos hurgaron su femenino rostro, casi por inercia. Estábamos solas en aquel cuarto. Estremecida, buscando dibujar un mapa invisible en sus labios. Y entonces vino el beso que selló el encuentro. No fue demasiado largo. Ni si quiera podría admitir que se sintió persuadido a indagar un poco más en ella. Tan solo el roce raboneado de la desesperación misma. En cuanto caí en cuenta de lo que hacía, bruscamente regresé a mis cabales. Nos apartamos al unísono, sincronizando latidos. Ella abochornada de la escena y yo, sofocada por un jadeo ardiente que no recordaba haber dejado escapar antes. Me dice.

—L-lo siento. Creo que me dejé llevar…

—No sabía…que tenías esta clase de gustos…—murmura turbada, la rubia.

—Yo tampoco lo sabía —admite Nathalie, desconcertada—. Aunque no te niego que llegué a confundirme un poco, con tu hermana.

—¿Qué dices? —parpadea, absorta—. Creí que…estabas enamorada de Gabriel Agreste.

—No. Bueno…no lo sé —relata Sancoeur, apoyando el trasero sobre el escritorio—. Los últimos momentos de Gabriel fueron bastante deprimentes. No sabes lo mucho que me costó admitir, que transitaba un camino demasiado oscuro para seguirle. Di mi último esfuerzo, permitiendo que me Akumatizara. No porque ambicionara ayudarlo a él. Si no, para evitar que siguiera utilizando a Adrien o a parís, entorno a pérfidos anhelos —adiciona, apabullada—. Creí ilusamente, que, si le entregaba las joyas de una vez por todas, se detendría. Pero tras enterarme de su deseo y posterior fallecimiento, me quité la venda de los ojos. Gabriel había perdido el juicio hace muchos años ya. Probablemente…incluso él sabía que no sería capaz de revivir a Emilie. Y aun así siguió y siguió y ya para cuando desperté de la ensoñación, era demasiado tarde…—sentencia, envuelta en sus propios brazos—. Gabriel estaba loco. Ya nada de lo que hacía o decía, tenía lógica. Su afán por controlar a Adrien, iba en contra de todos los preceptos y principios maternales de Emilie. Di la batalla por cuanto la enfermedad me lo permitió. De alguna forma…siento que cavó su propia tumba. Y pagó por ello.

—¿Esperabas que diera su vida por salvar la tuya?

—No. Jamás se me cruzó por la mente —admite, quitándose los anteojos—. Admito que fue un gesto noble de su parte. Probablemente, intentaba reparar el daño que irremediablemente provocó. Pero yo…no…—se cubre los parpados, entre sollozos afligidos—. No tenía por qué acabar así. Él no era el único enamorado de Emilie…

—Es admirable de tu parte, Nathalie. Ya todo está bien y agradezco que me hayas confiado tus sentimientos —asiente Amelie, agazapándola en su regazo—. Se ve que cargaste con este peso durante muchos años y ya era momento, de dejarlo ir. Liberarte y permitirte sanar. Por favor, no te llenes de culpa. No hará que Gabriel o mi hermana descansen en paz.

—No lo hago. Finalmente, vivo para cumplir con la voluntad de la mujer a la que le juré con mi vida, honrar —descuelle su compañera, removiendo las lágrimas que ruedan infames por sus mejillas—. Una madre que le confiere a una mujer, hacerse cargo de su hijo…es todo lo que el amor permite.

—Yo admiraba mucho a mi hermana ¿Sabes? Sobre todo, por haber tenido la gallardía de enfrentarse a mis padres e ir contra la corriente. Algo que no pude…—admite la noble, apesumbrada—. Mi madre estaba obsesionada con recuperar los anillos de la familia Graham de Vanily. Nunca aceptó ese matrimonio. Se arrepentía de habérselos dado. Así que, ante eso, ya no podemos llorar sobre la leche derramada. Debemos asumir que blanquear la imagen de Gabriel, nos guste o no, es necesario para el futuro de Adrien —repara, postrada a la realidad—. Ambos están muertos. Esa es la cruda realidad. Y los muertos…no hablan. Somos nosotros quienes hablamos por ellos.

—Gracias, Amelie. Tú también eres muy amable conmigo —acepta Nathalie, ruborizada— ¿Qué tienes en mente?

—Por ahora, hablar con mi hijo para resolver algunos conflictos internos que, de seguro, estará experimentando desde la soledad —descubre la ojiverde, serena—. Y luego, me gustaría contar con tu apoyo para hacer una reunión familiar. Mi sobrino no tiene por qué pagar por las irresponsabilidades que sus padres cometieron.

—Para mí sería un honor, poder cooperar con eso —consiente, briosa—. Tengo el contacto del señor Grassette. Si nos coordinamos, organizaremos una cena con él y los Graham de Vanily. ¿Estás de acuerdo?

—Lo estoy. Solo que no sé cómo vaya a salir…—admite, descalabrada—. Esperemos que sea ameno y no tenga que desarrollarse en contratiempos.

De momento, estaba zanjado. Con Nathalie, uniríamos fuerzas para enmendar el rompecabezas que alguna vez, alguien desarmó. En el fondo, estaba consciente de que no era culpa de Emilie o de Gabriel. Tan solo de las circunstancias de un amor frugal y la posición nobiliaria de una empaquetada familia enraizada a viejas usanzas. Creo que el dialogo y la disposición por crear nuevos lazos, sería el móvil necesario para reparar el lienzo. Fijamos una fecha y a partir de ese compromiso, me retiré de Paris.

Puede que la fiesta en la piscina no haya salido perfecta. Pero con la paciencia que, durante años, había conseguido…Félix entendería todo. Si lo abordaba con bondad y cariño. Me lo topé sentado sobre el tejado del pent-house, a eso de las 2:01AM. Algo me dijo, como un instinto arcano; que lo encontraría aquí. Conozco a mi hijo. Yo lo parí con dolor. Es sangre de mi sangre, independientemente de cómo haya sido concebido.

Le tengo algo de pánico a las alturas. Irónico para quien vive en lo alto de un rascacielos londinense. Félix era mi pequeño motorcito a lograr cosas nuevas, que iban en contra de mis miedos. Él no lo sabe. Pero no tiene la menor idea, de lo mucho que me ha ayudado a superar limitaciones mentales que nadie puso ahí. Me las arreglé para escalar hasta él. Estaba cagada de susto. Sobre todo, cuando esa iracunda racha veraniega me alcanzó, haciéndome perder el equilibrio. Sentir su mano contra la mía, era todo lo que necesitaba. Me atajó a tiempo, ayudándome a subir.

—¿Qué estás haciendo, boba? —le reprocha Félix, en un asustadizo espasmo— ¿Acaso buscas suicidarte?

—Eso nunca. Soy la madre de Argos. Un superhéroe. Él siempre me salvará —admite Amelie, en un bufido divertido—. Por lo demás, no está en mis planes morirme prematuramente —se sienta a su lado—. No sin antes, verte tener hijos.

—¿Hijos? —retoza Fathom, cabizbajo—. Como siempre estás esperando demasiado de mí. ¿No te he dicho ya, que no lo hagas? Puedes llegar a decepcionarte.

—No hay forma de que me convenzas de lo contrario, niño —exclama su madre, apoyando la mejilla contra su nuca—. Estoy segura, de que serás un excelente padre. Así que más te vale me repletes de muchísimos nietos. Al menos 20.

—Perdiste el juicio.

—Nunca dije estar cuerda, en primer lugar —carcajea, osada— ¿No dices amar mucho a Kagami?

—Mamá, ya nadie engendra a diestra y siniestra como si su vida dependiera de ello ¿Sabes? El amor es mucho más complejo que eso y no responde a la necesidad animal de procrear —advierte el menor, confundido—. No es el medioevo. Actualízate un poco.

Que maduro te has puesto, mi niño. Sin duda esa chica, te cambió —. Que molesto. ¿Qué no ves que estoy bromeando? —gruñe la señora Fathom, propinándole una palmadita en la espalda—. No te vuelvas agrio como Colt.

—¿Nunca te lo preguntaste?

—¿El que?

—El por qué ¿Colt se sacrificó por mí? —sisea.

—Félix, no te confundas —admite la mayor, contemplando las luces de la urbe a lo lejos—. Colt no era la clase de hombre que sacrificaría cosas por algo o alguien. El siempre veló por sus intereses personales. Y de cara a mantener su posición elitista, hizo lo que tenía que hacer. Su rol en una sociedad machista, le exigía hacer un heredero. Es mucho más soso de lo que imaginas.

—Yo jamás haría algo como eso…

—Tú, no eres el —elucida Amelie, sosteniendo su rostro entre manos—. Mírame. Tú, eres tú. Jamás intentes llenar un hueco que no vaciaste. Si Colton hubiera sabido que manipular ambiciosamente una joya rota le consumiría la vida, ni por un segundo la usaba. De hecho, me atrevería a decir que hasta me la hubiera entregado a mí. Así que, de sacrificios, ni hablar. Tienes razón, hijo —consiente—. No es el medioevo. Y no somos barbaros para ofrendar "inmolaciones" a dioses paganos. Al igual que Gabriel, cosechó lo que sembró.

—Mami…—murmura Félix, arrojándose desprotegido a su regazo—. Tengo miedo. Mucho miedo. El mundo es cruel y nadie me entiende. No es que me esté victimizando, pero la gente es muy manipulable y demasiado susceptible a caer en básicas aprensiones. ¿Es que acaso ya nadie tiene identidad propia? ¿Qué pasó con el autónomo pensamiento? Ahora todos manifiestan conciencias colectivas, como si fuesen un enjambre dentro de una colmena infestada de parásitos —solloza, inmiscuido—. Si alguien dice algo y emite ponzoña sobre su acérrima experiencia, sea buena o mala, todos van y le creen. Siguen el juego, como una masa de súbditos esclavizados —eleva la mirada, confundido— ¿Estaré equivocado en todo?

—No, cariño. Equivocado no estás —asume Amelie, repartiendo besos y mimos sobre los cabellos de su retoño— ¿Recuerdas que leímos al filósofo Jiddu Krishnamurti? ¿Qué decía el?

—Lo recuerdo. Él dijo: «No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma» —remembra, recobrando la postura inicial—. Entonces pensé, que las personas que mejor cómodas se sentían en un entorno nocivo, solo buscaban acoplarse y renunciar a su albedrió, pues aspiraban a una cosa. La aprobación de otros. Tú me enseñaste, que no necesitaba eso. Pero ahora…

—No necesitas encajar en la sociedad. Mucho menos ahora, que se ha aniquilado así misma por tanta podredumbre —declara Graham de Vanily—. Félix. Nunca dejes que el mundo te cambie ¿Sí? Tú, cambia al mundo. Siendo tú mismo. Siendo fiel a ti. Sé que te pido demasiado, puesto que es un camino solitario y muy selectivo. Las personas como nosotros, somos a diario tachadas de inadaptadas, rotas, extrañas y bizarras. Verán perversidad y depravación en errores que cometemos sin maldad. Son ellos, los que están repletos de esa oscuridad, malos pensamientos y asco. Es por eso que ven a otros, con ojos socarrones. Dado que se reflejan en ajenos —soslaya, pueril—. Piénsalo por un segundo. Una persona que roba ¿No va a pensar que otros también lo hacen? Es psicología inversa. Tú eres un buen niño. No eres malo ni cruel. Escucha las palabras de una madre sabia, que ha visto de a porrazos, la tenebrosidad del ser humano.

—Es que a veces caigo en su juego y me dejo sobrellevar por sus ataques —confiesa el rubio, afrentado—. Te juro que intento no reaccionar a sus dolos. ¿Pero cómo podría no hacerlo? Me han tachado de lo peor. La escoria más asquerosa de todas.

—Típico de los hipócritas —suelta, en una mueca irascible—. Les encanta ver la paja en el ojo ajeno. Critican, juzgan. Y no se miran ni los talones. Les gusta aportillar a otros, pero cuando los tratas de la misma forma, se ofenden. No conocen el límite.

—¿Qué debo hacer? Lo de la fiesta…salió pésimo —admite, asimilando el paisaje nocturno hacia la gran metrópolis—. Fue un caos. Ladybug, alias Marinette. Ella sabe lo que hice para conseguir el Miraculous del Pavo real. No hallo forma de adaptarme a ese grupito. Aunque me di cuenta de que no les ha comentado a sus amigos, ese percance. Creo que solo Adrien lo sabe.

—El amor, Félix —asegura Amelie, altiva—. El amor, es lo que nos mueve a todos. El amor con ojos despejados, del alma…se logra la redención. Muchos dirán que vinieron a forjar imperios, empresas, conseguir seguidores. Pero solo el amor, lo vale…

—¿De qué hablas? Yo no amo a Marinette —refuta.

—No. Pero si a Adrien —inquiere, optimista— ¿No se supone que es tu primo favorito?

—Pero si es mi único primo, mami…—no se entera— ¿De qué demonios vas?

—Que no maldigas, genio —lo zapea en respuesta. Este emite un gruñido bajito—. Lo que digo es que, si buscas resolver este inconveniente. Lo harás. Sé que eres un tanto quisquilloso a la hora de tomar decisiones y ante eso, no soy quién para reprocharte nada. Finalmente, te criamos así. Un tanto arisco y con el carácter intratable, de un duro. Más duro que turrón vencido —se levanta, tambaleándose hacia un costado—. Mierda, como odio el viento.

—¿Ahora quién es la que maldice? —la sujeta de la muñeca, turulato.

—No maldije. Tiré un improperio que es distinto —espeta, huraña—. Sueles mencionar mucho al señor oscuro. El padre Albert tenía razón solo en una cosa. Te encanta lo profano.

—Te ruego no repitas eso delante de mi novia ¿Sí? —suspira, por tanto, la toma en brazos y la asiste a volver al resguardo hogareño—. Ella es parte de mis gustos.

—¿No es profana entonces? —carcajea, altiva.

—Es…culposa, solamente —admite, de sonrisa bribona. La deja sobre la alfombra—. Te juro por el amor que te tengo, que no la he deshonrado en nada. Hemos hablado el tema largo y tendido. Nos tenemos confianza y profesamos una comunicación increíble. Tan linda. Ambos somos muy directos y hemos adoptado una dinámica obscena que nos gusta mucho. Van y vienen piropos lujuriosos y a ella le fascina. ¿Acaso eso te ofende?

—Hablas como si no hubieras entendido nada de lo que platicamos en el techo —interpela su madre, injuriada—. No hay morbosidad perversa en tu trato con la chica que amas. No hagas caso a otros insanos. Cada quien construye códigos con su pareja y de cara a ello, los maneja. Siempre y cuando haya consentimiento. Evita tomar en cuenta a otros —desanja, soltando un bostezo extenso en el proceso—. Me iré a dormir ya. Por favor, no olvides cerrar la reja del jardín delantero y sacar la basura. Estoy cansada. Y la ama de llav-…

—Madre…

—¿Sí?

—¿Puede ya Kagami, venir a cenar a casa? —consulta Félix, timorato—. En verdad, me encantaría que ella y tú, se llevaran increíble. Es una mujer fascinante. Muy respetuosa, honorable y digna. Si me das tu aprobación, te juro por el apellido de los Graham de Vanily, que te recompensaré con una relación sólida y muy nutrida. Yo…—añade, trémulo—. Me muero de ganas por hacerla parte de la familia. No estoy experimentando ni mucho menos jugando. Me gusta muchísimo. Siento que es el amor de mi vida. La atesoro…como no tienes idea ¿Me darías una oportunidad?

—Félix, no necesitas comprometerte a niveles moleculares conmigo. Claro que puede, mi amor —acepta, asintiendo con la cabeza—. Tráela. Será bienvenida en mi familia. Te prometo que la haré sentir como en casa.

—Gracias, mamá —sonríe Fathom, subrepticio—. Te amo mucho…

—Eso le dices a Kagami —carraspea, lozana—. Y yo a ti, pequeño mago —le guiñe el ojo—. Ahora báñate y saca la basura. Corre, que tu cuarto apesta.

—¡V-voy! —echa carrera por el pasillo.

¿Habré abusado de mi posición? Nah. No lo creo. Debía corroborar desde una perspectiva de autoridad, lo que se sentía ejercer un cargo preeminente. No repasé en ello, hasta que mi hijo se postró cortado y casi arrodillado, suplicando indultar a la joven. ¿Quién era yo para censurarlo? Claro, su madre. Bien dijo Nathalie que no necesitaba una capa para ser heroína. Y de paso, desacreditó mis aptitudes como una princesa que leía mucho. Porque lo cierto es que eso fui y eso era. O más bien, sería. Esa noche, me fui a dormir cómoda y placida a mi recamara. Félix no escatimó en el tiempo que teníamos. Le apremiaba traerla a la residencia que compartíamos. Más bien, presentarla frente a mí de manera oficial. Bien dijo que no estábamos viviendo en la época feudal. Sin embargo, seguía arteramente prendido a las costumbres tradicionales de la burguesía británica. Para mi suerte o no, Kagami Tsurugi venia forjada en la fragua de la misma estirpe. Una muchacha exacerbadamente estoica, que no declinaba a que el mundo la cambiara. Fue una velada apoteósica. Hasta reparó en traer el postre y regalarme un ramo de rosas negras, sin que nadie se lo pidiera. Para el culmine de la noche, me resultó ser la clase de dama que aspiraba acompañar a mi hijo. Culta, respetuosa, con temas interesantes de debatir; entre política, economía y religión. Un espécimen sumamente altruista y servicial. A sabiendas que disfrutábamos prestación de mucamas, chefs y mayordomos, se molestó en todo momento de reemplazar mansamente esas aptitudes. ¿De qué me quiero quejar? Félix…estaba en excelentes manos. A eso de las 23:56PM, nos fuimos al salón. Ella confesó no ser fan de alcohol y, sin embargo, aceptando ritos pretéritos, bebió un par de sorbos de borbón y whisky británico. Muy sobria a mi parecer. Predije que tenía pésima cabeza para el consumo. Los japoneses beben con moderación e intentan disfrutar del trago en épocas directamente festivas. Esta no era la ocasión para ella, pero si para nosotros. Mi niño me ha presentado a su novia formalmente. ¿No es acaso un acuerdo digno de dichosa solemnidad? No indagaré en intimidades. Solo lo cardinal. Es elemental poder depurar recelos, en el rol de esta madre que, con tanto esmero, desempeño. Iba por mi quinta ingestión. Estoy ebria, lo reconozco. Pero Kagami no decae frente a mi ortodoxa metodología de abordarla. Ya lleva un par de horas respondiendo incomodas preguntas. Que, en el fondo, solo son una fachada a un afable interrogatorio.

—Mis respetos, señora Graham —admite Tsurugi—. Quiero que sepa de mis labios, que estoy al tanto de toda la verdad y no debe mantener aprensiones al respecto. Sé que Gabriel era monarca. Que Marinette Dupain-Cheng es Ladybug. Y que Félix es Argos. De antemano, confieso abiertamente ser Ryuko, la portadora del Kwami del dragón.

—Mis reparos van mucho más allá de simplonas inseguridades, pequeña —murmura Amelie, cruzando elegantemente una pierna sobre la otra—. Así como tú estás al corriente de variados menesteres. Yo también lo estoy respecto a tu existencia. Sé, que eres una chica que vino al mundo de la misma forma que mi hijo. Fueron concebidos mediante la joya que, por clemencia, Félix resguarda. Solo necesito que te comprometas a proteger la integridad de su vida y asegures, sus devenires.

—Con Félix nos amamos profundamente, madame —asevera Kagami, tomando la mano de su compañero en el proceso—. Créame. Es para mi honor estar al servicio de su hijo.

—Imagino que ya habrás sopesado tu importancia entorno a nosotros —inquiere la aristócrata—. Félix me ha hablado largo y tendido, sobre tú madre. La señora Tsurugi. Dijo que ella no está de acuerdo con su relación. Y que incluso, se opone rotundamente a ella.

—Mi madre…es una persona compleja, lady Amelie —admite la japonesa, cabizbaja—. Sin embargo, creo en el poder del dialogo y la mejora personal de ciertas actitudes.

—No es lo que me ha contado Félix —espeta, escéptica—. Le ha prohibido visitarte en casa. Las pocas veces que los ha visto juntos, le acomete agrios desaires. Le lanza comentarios pasivos agresivos y en todo momento, intenta humillarlo. Como si no fuera un compañero meritorio de ti.

—Félix es digno. Mucho más de lo que yo podría serlo para él…

—Tonterías. Ambos son dignos y se merecen, tanto como se corresponden —revela la mayor, deambulando por el salón con intranquilidad—. Lo que me inquieta es tu posición respecto al tema. ¿De qué lado estás, realmente? En el preámbulo de que Tsurugi-san te llegue a coartar de absolutamente todo libre albedrío. ¿Qué camino tomarías? Eres una muchacha inteligente. ¿Hasta que punto?

—Mi capacidad de raciocinio no tiene límites —aclara la peliazul, de actitud gallarda y semblante altivo—. Yo amo mucho a mi madre, Amelie. Pero también sé diferenciar entre lo nocivo y lo pasivo. Es tal y como le comentó su hijo. Tomoe es una mujer poderosa, con todas las de ganar. No obstante, tiene una sola cosa que perder. Y eso, es a mí. No vine a este plano con una inteligencia sobre dotada, por magia del espíritu santo. Mi mamá también la posee. Dado que es un genio, sabrá someterse. Cuando actuar y cuando callar —señala—. Desconocemos la nueva identidad del portador de la mariposa. Estamos en averiguaciones sobre ello. Madre tiene otras aspiraciones, en el caso de que insinúe ingenuamente que pretende aliarse con el enemigo. Y si así fuese, la aseguro que agotaría hasta la ultima fuente de recursos, para convencerla de lo contrario. No me imagino una escena en donde tenga que elegir entre el hombre que amo y la mujer que amo.

—Y, sin embargo, puede darse.

—Si. No lo niego —sentencia Kagami—. Pero como ya le dije, mi corazón ya tiene dueño. Por el momento, la única cosa que me quita el sueño es la integración de Argos al equipo.

—Argos trabajará solo. Siempre será así —advierte la madre—. No me ofende ni me desagrada su posición. Luego de lo que pasó en la fiesta, está claro que tanto el como los amigos de Adrien deben aprender a comportarse mejor.

—Está en lo cierto —asiente—. Pero no obviemos el hecho de que tarde o temprano, también tendrán que ser sus amigos. ¿No quiere lo mismo?

—No lo sé, querida —desdeña de labios fruncidos—. No los conozco. Si bien pretendo que Félix les de una oportunidad. Ellos también deberán hacerlo con la misma madurez. En tal caso que no se consiga, Argos tendrá que transitar en solitario su camino. ¿Lo seguirías?

—Hasta los confines de la tierra —decreta Tsurugi—. Tiene mi palabra.

—¿Incluso si eso te lleve, tener que traicionar la confianza de otros?

—Hablar de traiciones a estas alturas, me parece absurdo —admite—. Conozco mi posición. Tal vez no sea muy relevante y no gane tener protagonismo. Pero si algo malo llegase a pasar, tenga por seguro que seré la primera en dar el grito a los cielos. Defenderé a Félix, a capa y espada.

Quise preguntarle a mi hijo, que opinaba respecto a la conversación que manteníamos las dos. Hubiese sido un escaparate de mi parte. Félix no deseaba participar. Mantuvo un solemne mutismo, que arisco decidió prevenir. Lo respeté a regañadientes, pues me mordía la lengua por saber que tenia que decir al respecto. Posiblemente, una banalidad. En el fondo, sé lo que siente. Tiene miedo. El mismo que yo declaro, sin tapujos. Pero que, en mi posición de matriarca, puedo lujosamente soltar. No es vanidad ni soberbia. Tan solo, asegurar su sanidad mental.

Luego del bajativo, le ordené a la servidumbre que asistiera a Kagami en los más mínimos detalles. Desde la ducha hasta la ropa de vestir. Extraoficialmente, permití que durmieran juntos en el mismo cuarto. Que compartieran la cama. Una madre de crianza como la mía, jamás lo hubiera aceptado. Yo lo hice, como una muestra de afecto, confianza y respeto. No me vi ni por asomo, cuestionar su puritana relación. Si algo llegase a sospechar de sus intenciones, nada me comprometía a ello. ¿Quién soy yo, finalmente, para juzgarlos? Eran jóvenes. Reclamaría la madurez que Félix me mostró. Y Kagami, tampoco me formulaba lascivas injurias. En cuanto escuché la puerta de su pieza cerrarse, me olvidé del tema. No pasa nada. Incluso si quiere echarle llave. Me vale. Me fui hasta el velador, cogiendo uno de mis libros favoritos. Debía retomarlo. Últimamente me ha le dado de vaga a mis lecturas. Yo no soy así. Adoro leer. Más aún, si tienen relación con la cultura universal y la crianza.

Así pasó un día. Una noche. Otro día y otra noche. Las visitas de Kagami se hicieron cada vez más y más frecuentes. Ya era parte de la familia. Nos íbamos de compras juntas, recorríamos parques juntas, bebimos café juntas, hasta fuimos al cine juntas. De un tiempo a esta parte, nuestra relación ostentaba una atiborrada complicidad, tan intensa como la que ambos compartían. Hasta nos fuimos de viaje los tres. Si. En efecto. Nos tomamos unas vacaciones al sudeste asiático. Kagami no era tan distinta a mi hijo. Por el contrario. Yo me había tomado la libertad de averiguar a ciencia cierta, que significaba ser un "samurái". Bien me lo planteó en un comienzo. Algo de peso debía de tener tal distinción. Resultó ser, que los samuráis eran básicamente lo mismo que nosotros. Aristócratas, de baja casta. Que juraron frente a un líder; ya sea emperador o shogun según la época, honrar. Servir y ostentar riquezas.

Kagami, era una terrateniente en su nación. Nosotros, igual. No sé que tanto habrá imaginado Tomoe. O de que mala cepa se habrá sujetado. Pero lo cierto, es que Félix era por lejos lo más acorde a su hija y viceversa. Nunca llegué a conocerla. Me moría de ganas por hacerlo. Mientras tanto, en paralelo. Me enfoqué en la crianza de mi sobrino Adrien. Durante variados veranos, me mudé a la mansión Agreste. Todo esto, en pos de hacerle contrapeso a la pobre Nathalie. A sabiendas de mi estadía en parís, admito abusé un poquito del colágeno de mi juventud. Ella y yo, ya habíamos tenido un clandestino encuentro sentimental. A puertas abiertas, mostró íntegramente soslayada presteza. Sin embargo, a puertas cerradas…

—Adrien podría despertar en cualquier momento. Aunque no fuimos tan ruidosas —indica Nathalie, vistiéndose en el proceso—. No sería bueno que sospechara de esto…

—Tienes razón —revela Amelie, cubriéndose son las sábanas—. Dejemos que sea el destino…

—No. No digas eso tampoco —cuestiona Sancoeur, de pómulos febriles. Se gira hacia su camarada, incauta—. No tiene nada que ver el destino. Es algo que nosotras quisimos. Somos adultas. Es momento de hacernos cargo de la situación.

—¿Qué es lo que te avergüenza tanto, Nathalie? —examina Amelie, templada— ¿No decías que amabas a mi hermana?

—En efecto. Lo hice —sentencia, acomodando sus anteojos sobre la nariz—. Pero me rehúso a admitir, que tu fueses algo así como un reemplazo. Emilie está muerta. Nada ni nadie la va a suplir. Y si bien admití, tener sentimientos por ella, no busco confundirte. Yo no-…

—Vaya…que torpeza la tuya —exhala Graham de Vanily, cubriéndose entre brazos—. Mira que me hiciste creer que podría suplir algunas faltas. Que ingenua soy. Me retiro a mi recamara.

—¡Es-espera!

—¿Qué me vas a confesar? ¿O de que pretendes convencerme ahora? —inquiere la ojiverde, examinado con desprecio aquella mano que le impide avanzar— ¿Mh?

—D-de nada. Solo que…—asegura, descalabrada—. Es verdad. Tienes razón. No es que haya recurrido a ti como un método de solvencia. Si bien se ven igual físicamente, es obvio que no son la misma persona. Es fácil confundirse y, sin embargo, no lo hice. No lo hago…

—¿Esa es tu forma de decirme que la cagaste?

—Lo hago —asume, derrotada— ¿No te gusta que sea sincera?

—No lo sé. ¿Eres realmente sincera?

—Te acabo de hacer el amor —explica la asistente— ¿No es suficiente?

—¿Me hiciste el amor a mí? —arquea una ceja— ¿O a mi hermana?

—Por dios, Amelie —la reprende su amante, afrontada— ¿En que momento mencioné a Emilie? Sigues empecinada en eso. Te estoy diciendo que la cagué sobre haberte confundido. Lo demás es cierto. Por supuesto que te amo…

—En ninguna, es verdad —bufa, divertida—. Dijiste mi nombre entre labios. Con eso tengo. Sin embargo…—añade, abotonando su camisa y parte de la chaqueta—. Será mejor que dejemos esta aventurilla de momento. Han pasado 4 años desde que Gabriel nos dejó. Adrien me preocupa. Pero más lo hace Félix. Ha estado presentando ciertos problemillas con la banda de héroes. Ya lo conoces. Es un niño complejo.

—Tú nunca vas a descansar ¿Verdad? —pregunta Nathalie, preocupada—. Incluso si ambos llegan a ser adultos funcionales.

Me hubiera encantado poder salir del cuarto, sin tener que detenerme y voltear. Es que una pregunta de tal magnitud, merecía una respuesta similar. ¿Habré sido poco cuidadosa al momento de expresarme? Posiblemente de tanto leer, me había vuelto desprolija y un tanto quisquillosa. No. No era eso. Tan solo la necesidad de darle fuerza a mi corazón. El latir de mi sentir. Un propósito, digno de quien fuese a ser madre. Aunque no una cualquiera ni ordinaria. Soy una super mamá. Ya tendremos tiempo para descansar sobre la tumba. De momento, tomar un respiro es todo lo que puedo hacer; antes de salir a la acción. Después de todo…

—Soy la madre de Félix Fathom, cariño. En una próxima vida, quizás.

Mi familia se ha cercenado. Somos muy poquitos los que quedamos. Pero seguimos adelante, firmes y avanzando a pasos de gigantes. Los Graham de Vanily ahora están mis manos. Es una carga que solo yo puedo soportar. Y que no deseo dársela a nadie más.

Bueno, es lo que pensé, mientras contemplaba el retrato de mi hermana sobre la pared.


Fin.