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Jusenkyo Assault Unity

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« Capítulo 1: La bienvenida »

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—¿Me estás dejando? —preguntó la confundida muchacha, mirando boquiabierta al hombre que estaba frente a ella.

Él se removió en el sitio, cambiando el peso de un pie a otro.

—Es solo que ya no me encuentro cómodo —contestó, sabiendo que no podía evitar aquella conversación.

—¿Cómodo? —inquirió enfrentándolo con ojos fieros.

—Además, está el tema de tu padre.

—¿Es una excusa? No te importaba tanto cuando nos lo montábamos en su despacho —atacó ella de nuevo.

—¡Ey, eso no es justo! —siseó mirando hacia ambos lados del pasillo con gesto nervioso—. Baja la voz, alguien podría oírnos.

La chica arrugó los labios y se cruzó de brazos. Saltaba a la vista que no estaba contenta. El capitán suspiró sintiéndose cada vez más irritado.

—Últimamente tengo muchas cosas en la cabeza, no quiero más problemas.

—De pronto soy un problema —soltó iracunda.

—No lo hagas más difícil. Sabes que tengo mucho trabajo. Las cosas son lo suficientemente complicadas como para que además tú y yo…

—Bien —dijo la chica perdiendo la paciencia—, de todas formas ya no era divertido, te has vuelto un mediocre —Le barrió con la mirada de arriba a abajo y se acercó a él amenazante, con un hipnótico movimiento de caderas mientras él se mantenía firme, sin dejarse amedrentar—, pero no creas ni por un segundo que voy a dejarlo estar.

Se alejó de él con una sonrisa ladina y le dio la espalda, avanzando a paso firme hacia el edificio gubernamental frente al que habían quedado. Ranma soltó de golpe la respiración que estaba conteniendo. Se sentía temblar, y no sabía bien si era de nervios o de auténtico alivio. Se recompuso, ya tendría tiempo de celebrarlo, de momento tenía trabajo.

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—¡Un brindis por el valiente al que solo le ha costado cinco meses dejar a Shampoo! —exclamó un muy ufano Ryu mientras alzaba su jarra de cerveza, Ryoga chocó la suya con una gigantesca carcajada, mientras que Ranma se quedó mirando a sus muy divertidos amigos con rencor y haciendo pucheros.

—Es que no sabéis el miedo que puede dar.

—Ya te lo advertí —dijo Ryoga en respuesta, dándole un largo trago a su bebida—, en todo caso has hecho bien. Esa chica es peligrosa.

—Y sexy —añadió Ryu con un suspiro.

—Puedes quedártela —refunfuñó Ranma, quien no había tocado su bebida.

—No. Las ex de los amigos son territorio prohibido, es el código.

—¿Desde cuándo tienes un código? —Le echó en cara.

—Siempre ha habido un código, así evito meterme en líos, no como otros que pierden los pantalones por ir detrás de un buen par de…

—En todo caso ya está solucionado, ¿verdad? —cortó Ryoga antes de que sus dos amigos tuvieran una pelea, como era habitual.

—Eso espero… —murmuró el chico de la trenza, aunque no tan bajo como para que sus dos colegas no pudieran escucharlo.

El silencio se apoderó de la pequeña mesa pero las conversaciones de la taberna seguían sobreponiéndose en el ambiente de forma escandalosa.

—Aunque diría que tienes un problema aún mayor entre manos —añadió Ryu con una sonrisa torcida—. ¿Qué excusa le vas a contar esta vez a la señora Saotome?

La trenza del muchacho se puso de punta mientras le atravesaba un escalofrío, rápido como un rayo. Su semblante se puso pálido, sus nudillos se apretaron en torno a su bebida, que se llevó nerviosamente a los labios y se terminó de un trago ante la atónita mirada de sus dos colegas.

Ranma se limpió la comisura de la boca con el dorso de la mano, la mirada perdida, el rostro rígido.

—Ya se me ocurrirá algo —dijo, aunque sin mucho convencimiento. Ryoga le dio un par de palmadas en el hombro, Ryu suspiró y pidió una nueva ronda a la camarera.

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—¿Y bien?

Era domingo. Y como todos los domingos mientras se encontraba en Tokyo, Ranma había ido a comer a la casa de su madre. La señora Nodoka, de aspecto regio y firme no pestañeaba. Su kimono impoluto, su peinado recatado. Su espada bien afilada dentro de la funda blanca lacada, situada de forma estudiada a su izquierda.

Ranma tragó saliva y decidió, de forma completamente consciente, hacerse el tonto.

—¿Qué?

—Ya lo sabes —continuó ella impaciente—, ¿cuándo va a venir?

Ranma suspiró. A pesar de haber sido el más joven de toda la historia de Japón en ascender a capitán de policía, no podía evitar sentirse intimidado por su propia madre.

Se esforzó en dar respuestas vagas y centrarse en engullir el espléndido banquete que le había vuelto a preparar Nodoka.

—Es que está de viaje —mintió esperando que el interrogatorio no se alargara en exceso, sus excusas cada vez eran peores.

—¿Otra vez? —dijo la mujer, su ceño fruncido hasta lo más profundo, su disgusto era evidente—. Ranma, ¿estás seguro de que ella quiere venir?

Y el capitán tomó aire y tragó saliva. Su sonrisa se tornó glacial.

—Está deseando conocerte, en serio —volvió a mentir, y cada vez que lo hacía se enterraba más y más en la fantasía. Lo cierto es que había estado mintiendo a su madre durante más de un año, y a esas alturas era difícil desdecirse.

Aquello había empezado de la manera más inocente, más simple. Nodoka llevaba tiempo insistiendo con la idea de que sentara la cabeza, e incluso había comenzado su propia cruzada con tal de encontrarle ya no una novia, si no una futura esposa.

Las citas no solo habían resultado incómodas, sino que habían sido un absoluto desastre. Ranma se esforzaba sobremanera en llegar tarde, en resultar aburrido, insoportable y arrogante, algo que por otro lado solía resultarle bastante fácil. Pero su madre no había dado su brazo a torcer, no había nadie más determinado que la señora Saotome.

Recientemente viuda, Nodoka había invertido todas sus energías y tiempo libre en convertir a Ranma en el hombre más feliz sobre la tierra, para lo cual, por supuesto y siempre bajo su muy correcta opinión, necesitaba encontrar una mujer.

Y Ranma, incapaz de llevarle la contraria había aceptado a regañadientes, mientras por otra parte se esforzaba en desbaratar todos sus esfuerzos. La cosa no había ido mal del todo, hasta que sus conflictos se habían vuelto absolutamente incompatibles con aquella infructuosa búsqueda de pareja.

¿Y qué más podía haber hecho, si no mentir? No podía decirle la verdad sobre sus alarmantes faltas de comportamiento con sus superiores, y cómo todo aquello había desembocado en su suspensión y expulsión de la policía.

No podía explicarle que había decidido investigar y había terminado en asquerosos lodazales de delincuentes.

No podía contarle que finalmente había molestado a alguien lo suficientemente poderoso.

Y por eso había comenzado a mentir.

No quería más citas, pero tampoco seguir preocupando a su madre, necesitaba que ella sonriera de nuevo.

Le había dicho que había conocido a alguien y que habían iniciado una relación.

Nodoka había reaccionado con escepticismo al principio, pero con el paso del tiempo la idea le fue gustando más y más. Y comenzó la imposible bola de mentiras.

Ella hacía preguntas que Ranma se esforzaba en esquivar, era como un baile en el que los dos conocían los pasos de memoria. Nodoka preguntaba sobre ella, sobre su familia, sobre su nombre… Ranma se atragantaba con lo que estuviera bebiendo, o le llamaban de forma repentina por teléfono. Algunas veces Ryu iba a rescatarlo.

Hasta que consiguió arrancarle una promesa imposible: Ranma le prometió que la llevaría a comer. Lo cierto es que por aquel entonces continuaba viendo a Shampoo, y pensó en un turbulento autoengaño que quizás podrían congeniar.

Obviamente la idea no tardó en abandonarlo, tan pronto como se percató de que Shampoo era una niña consentida y con demasiados pájaros en la cabeza. O tan pronto como ella misma le reveló que no tenían una relación exclusiva. Era por su trabajo, según decía, nadie llega lejos en el mundo de la moda sin encamarse con alguno que otro.

Ranma se sintió herido en su orgullo, ya que según entendía a ella no le hacían falta ese tipo de cosas viniendo de una buena familia con padres influyentes, pero aún más al percatarse de que él sí había respetado ciertas normas.

Tener sexo rápido cuando Shampoo se aparecía sorpresivamente no podía considerarse una relación. No obstante, el chico se sintió lo suficientemente traicionado como para terminar con ella, o al menos lo intentó con ahínco durante una temporada. Porque la realidad es que era un hombre adulto con necesidades, y Shampoo era jodidamente convincente si se lo proponía.

Además, no pasaba por su mejor momento, ¿tan malo había sido dejarse llevar? Sus amigos se lo habían advertido, ella no tenía buenas intenciones. Por si fuera poco, era la hija de un importante cargo político. Hiciera lo que hiciera, no podía terminar bien.

El resultado es que ahora tenía no una, sino dos mujeres enfadadas. Y de qué forma.

—De verdad mamá, la próxima vez seguro que viene.

Nodoka arrugó los labios mientras comenzaba a comer airada.

—Eso es lo que dices siempre. Empiezo a dudar de que siquiera exista.

Ranma tragó duro y esbozó una sonrisa intentando calmarse.

—Claro que existe, no digas tonterías.

La mujer le dedicó una mirada capaz de helar el infierno, y el chico de la trenza entendió sin lugar a dudas que se le acababa el tiempo. Pronto tendría que confesar su mentira, o peor aún, pronto tendría que fingir una traumática ruptura amorosa. Eso al menos no era del todo mentira.

La comida concluyó tensa, y Nodoka despidió a su hijo con un abrazo rígido, lleno de muda decepción.

Ranma suspiró de forma pesada, se había librado una vez más, así que lo celebraría paseando hasta el gimnasio de su hotel y entrenando de forma obsesiva, hasta que pudiera olvidarse de los ojos desilusionados de su madre.

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—Bien —Ranma se había quitado la chaqueta y se encontraba con la camisa remangada mientras examinaba la pila de informes en el cuarto de reuniones—. ¿Cuántos tenemos?

Sentados de forma anárquica, Ryoga y Ryu leían expedientes mientras tomaban notas, y de vez en cuando se levantaban para anotar algo en la pizarra o estirar las piernas.

—Yo tengo dos —dijo Ryoga levantando la mano, como si estuviera respondiendo a un profesor en plena clase.

—Tres —presumió Ryu con esa sonrisa de superioridad que le caracterizaba. Ranma le hizo una señal para que continuara hablando.

El mercenario se levantó de su silla, tomó tres fichas de las que sobresalían papeles y se puso firme frente a la pizarra de corcho, como si se preparara a dar una importante charla delante de una audiencia exigente.

—Azusa Shiratori —dijo abriendo la primera de las carpetas y sacando una fotografía que procedió a poner en el corcho con una chincheta. Se trataba de una imagen curiosa. Una chica pequeña y de mirada inocente posaba vestida llena de lazos y volantes, esposada y sosteniendo entre sus manos una pizarra con sus datos. Se trataba de su ficha delictiva—. Ladrona profesional. Fue detenida en la gala de año nuevo de la alta sociedad. En su bolso encontraron joyas por valor de siete millones de yens. Además, tiene manos rápidas y es una maestra del disfraz.

Ranma frunció el ceño y tamborileó con sus dedos en la mesa.

—Qué más —dijo impaciente.

—Sí, espera… Aquí lo tengo —Ryu abrió una segunda carpeta y puso otra foto junto a la de Azusa—. Mousse Mao —declaró con orgullo—, aunque ese es su nick en la red, el real es mucho más difícil de pronunciar. Se gana la vida con sobornos por internet.

—¿Un estafador?

—Un hacker. Estudió en la universidad de Pekín con las mejores calificaciones en todas las materias, tras lo cual se cambió el nombre y desapareció. Participó en varios ataques contra los servidores de empresas multimillonarias. Se cree que pudo estafar más de cien millones de yuans y ocultarlos en cuentas suizas antes de ser localizado.

Ranma alzó una ceja sin cambiar su expresión.

—El tercero es un poco más… especial.

—¿Aún más? —inquirió Ryoga, ufano. Ryu le fulminó con la mirada.

—Tatewaki Kuno, kendoka y filántropo.

—¿Es el Batman japonés? —Se burló de nuevo Ryoga, aunque Ryu no le vio la gracia por ninguna parte.

—Necesitamos financiación —resumió—, y además, es bueno. Sirvió durante cinco años en la brigada aérea antes de regresar y ocuparse de la empresa familiar. Sus calificaciones siempre fueron altísimas y su empeño intachable. Creo que es un perfecto candidato para nuestro equipo.

—Bien —Ranma observó el corcho, pensativo—. Tu turno, Ryoga.

El aludido miró a sus dos amigos y se dirigió hacia el corcho mientras Ryu se sentaba y apoyaba los pies en la mesa. El chico del colmillo se aclaró la garganta agarrando su propia pila de expedientes.

—Tarô Xin —dijo sacando la foto de un chico guapo y con cara de querer matar al fotógrafo—. Inmigrante chino, se dedica a trabajar en los bajos fondos desde hace meses. Ha sido arrestado en diecisiete ocasiones por la policía. Es cuestión de tiempo que termine en la cárcel o en manos de la yakuza. Hábil con los cuchillos y extremadamente escurridizo. Es un superviviente y un todo terreno.

—Otro delincuente —rezongó Ranma sobándose las sienes.

—¿Y qué esperas? No tenemos muchas más opciones. Te recuerdo que se nos han agotado las oportunidades y las personas "normales". Hay que buscar donde sea —Ryoga se aclaró la garganta antes de continuar—. Esta te va a gustar: Ukyo Kuonji, de la antigua familia de los Kuonji. Es una ninja.

—¿Has dicho ninja? —repitió lentamente Ranma, como queriendo asegurarse de lo que acababa de escuchar.

—¿Los ninjas siguen existiendo? —añadió Ryu.

—Existen, aunque más bien deberíamos decir que subsisten. Ukyo lleva años realizando tareas de espionaje a nivel empresarial, su talento se encuentra absolutamente desperdiciado… —comentó con un suspiro mientras añadía una fotografía borrosa al corcho, en la que se veía a lo lejos solo el perfil de una joven de pelo largo, la cual miraba llena de sospecha hacia el objetivo de la cámara.

—¿Te has enamorado? —preguntó Ryu con una sonrisa, ahora era su turno de reírse de Ryoga.

—Parece guapa —comentó Ranma, uniéndose a la diversión.

—No hay más fotos de ella, y me ha resultado muy difícil localizarla. Si conseguimos que se una a nuestro equipo será un activo de gran valor —concluyó poniendo ambas manos tras la espalda, en una postura marcial llena de determinación.

—Oh, ha ignorado las preguntas con muchísima elegancia —dijo Ryu impresionado.

—Ryoga, no puedes enamorarte de una subordinada, ya lo sabes —continuó Ranma con una sonrisa torcida. Amaban reírse de Ryoga.

En contestación el chico del colmillo les fulminó a ambos con la mirada y se dirigió a una de las muchas sillas libres que rodeaban la gran mesa, satisfecho consigo mismo.

Ranma suspiró y fue su turno de ponerse en pie.

—Ladrones, criminales, estafadores, ninjas, ex-militares… ¿De verdad es lo mejor que tenemos? ¿Qué hacemos con semejante hatajo de perdedores? —preguntó mirando el corcho.

—¿Hablas por ellos o por nosotros? —dijo Ryu examinando los expedientes de otra pila con desinterés.

Ranma no pareció tomarse en serio el nuevo intento de ofensa de su amigo, agarró dos carpetas que se encontraban apartadas en la mesa y con paso teatral ocupó la cabecera de la sala.

—Menos mal que me tenéis a mí para arreglar todo esto —sonriente, abrió la primera de las fichas y sacó una foto de un chico en uniforme policial—. Shinnosuke Sato, policía costero en la unidad antidroga de Ryukenzawa.

—¿Un poli? ¿Por qué iba a querer unirse a nosotros un poli? —preguntó Ryu con un estremecimiento de repelús.

—Yo soy policía —respondió Ranma, esta vez sí, ofendido.

—Ex-policía, expedientado y expulsado.

—Cállate —gruñó, porque el recuerdo de aquello aún le dolía demasiado. La injusticia aún clamaba en su interior como una gigantesca mancha en su, de otro modo, impoluto expediente.

—¿Entonces qué trapos sucios esconde el principito? —volvió a cuestionar Ryu.

—Comercio ilegal de especies. Ha sido acusado por la inspección a la espera de juicio. Al parecer su familia tiene un zoológico de bichos raros, no le conviene que se destape de dónde los han sacado.

—Entre limpiar expedientes delictivos y conseguir puestos vas a tener que lamer un montón de culos —dijo Ryoga cruzándose de brazos. Ranma torció la cabeza, sopesándolo.

—Si conseguimos impresionar a los altos cargos todos obtendremos lo que necesitamos.

Los tres hombres intercambiaron significativas miradas.

—¿Y quién es el último? —continuó Ryoga rompiendo el silencio y apuntando a la carpeta que Ranma mantenía bajo su brazo, aún sin abrir.

—Ah, sí… —El chico de la trenza frunció el ceño mientras tomaba el informe y leía en voz alta—. Akane Tendô, soldado raso de la tropa de tierra. Degradada de su anterior puesto de teniente por insubordinación, a pesar de ser la mejor tiradora que han tenido en décadas —dijo mientras sacaba la fotografía de una chica de mirada dura y enormes ojos castaños en uniforme militar. La puso en el corcho y se quedó un segundo de más observándola.

Ryoga dio un golpe en la mesa y se puso en pie.

—¡Ese expediente estaba en mi montón! ¡Pensaba que lo había perdido!

—Estaba en el mío —contestó Ranma a la defensiva.

—¡Me lo has robado!

—¿Por qué iba a robartelo?

—Porque a Ranma le gustan así: Bonitas y con mal genio —interrumpió Ryu desde su sitio, tan impertinente como siempre.

Un silencio tenso volvió a adueñarse de la sala mientras el chico de la trenza enfrentaba las acusaciones, estoico.

—Eso es lo último que haría, no quiero más líos con mujeres —contestó calmado—. En todo caso no podemos permitirnos distracciones. Vamos a trabajar.

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Akane Tendô estaba emocionada.

La carta había sido entregada por certificado en su misma puerta.

Que se requiriera su presencia por orden gubernamental era un motivo de orgullo, y además un nuevo comienzo.

Akane se había esforzado como la que más. Había sido la mejor de su promoción, la número uno en los exámenes. La más prometedora de los nuevos tenientes, y sin embargo, su carrera se había frenado en seco a la sombra de la de sus propios compañeros.

Ya se lo habían advertido. Ella era una mujer, y eso en el ejército japonés tenía claras implicaciones. Jamás tendría un puesto de mando, jamás ascendería, por más méritos que obtuviera. Pero si Akane Tendô tenía un defecto, ese era el de ser una maldita testaruda.

No solo había continuado con su empeño, avergonzando a todo aquel que se atreviera a ponerse en su camino, si no que además había decidido que haría los méritos suficientes para que absolutamente nadie en su sano juicio pudiera seguir ignorándola.

Aquello le había valido varias amonestaciones injustificadas, y después de un "encontronazo" con uno de sus superiores, una degradación. Se había visto de nuevo recibiendo instrucción, haciendo tareas bajas y acompañando a novatos, aguantando las burlas de sus compañeros de promoción, quienes con sus inmerecidos puestos se codeaban con los culpables de que ella jamás pudiera ascender. Pero Akane había apretado los dientes y se había matado a entrenar.

Sus puntuaciones como tiradora rozaban lo paranormal, su fuerza en la lona comenzó a ser tan legendaria como temida, y su mal humor no hizo más que asustar a todos sus nuevos y viejos colegas de profesión. Akane se ganó una merecida fama de hueso duro, y eso era mucho mejor que ser ignorada.

Y la frustración la había amargado, hasta el momento en el que recibió aquella citación. Alguien la había visto, alguien al fin se había fijado en todos sus esfuerzos. Akane apretó la carta contra su pecho mientras la sonrisa bañaba su rostro. No pensaba decepcionarlos.

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Las instrucciones eran tan escuetas como extrañas.

Debía presentarse el primer lunes del mes a medio día, con la maleta lista y sin uniforme. La localización era un muelle de descarga de mercancías en la bahía de Odaiba.

Su corazón palpitaba con fuerza mientras sus nerviosos pasos la conducían hacia el lugar indicado.

Siguiendo las instrucciones había prescindido de su uniforme militar, aunque no de sus cómodas y gruesas botas de combate. Con el petate al hombro y pantalones anchos se quedó parada frente a un barco lleno de contenedores. Sacó el sobre del bolsillo de su chaqueta y volvió a repasar las instrucciones.

Arrugó el ceño viendo que, efectivamente, no había más detalles.

Akane tiró la mochila al suelo y se sentó sobre ella, como tenía por costumbre hacer durante las largas marchas de su antigua unidad. Suspiró y miró su reloj, había llegado demasiado pronto.

Observó con aburrimiento las maniobras de las grúas portuarias moviendo contenedores de un lado a otro. La brisa marina estaba cargada de una densa peste a combustible mezclada con algas en descomposición. Aún así inspiró lentamente, intentando tranquilizarse.

Y entonces una persona apareció.

Se trataba de un chico alto y desgarbado, llevaba el cabello suelto en una densa y reluciente cascada negra por debajo de sus hombros y lucía gruesas gafas tras las cuales era imposible adivinar sus ojos. Arrastraba tras de sí una maleta con ruedas y llevaba colgado al hombro una bolsa de ordenador portátil. Se detuvo frente a Akane, mirándola mientras se ajustaba las lentes a la cara.

—¿Es aquí? —preguntó sin más, ella no se movió.

—¿Tú también… ? —cuestionó, y en respuesta el muchacho rebuscó en sus bolsillos sacando un sobre exactamente igual al que tenía Akane. La muchacha se puso en pie sin poder reprimir la sonrisa en su rostro, sabiendo a ciencia cierta que acababa de conocer a uno de sus futuros compañeros.

Pero antes de que pudieran seguir conversando una limusina aparcó frente a ellos. Del vehículo se bajó un tipo vistiendo un impoluto traje con chaleco y corbata. El chofer también se bajó y le ofreció una maleta y una funda alargada y negra que se colgó del hombro, seguramente una katana.

Después la limusina maniobró con lentitud hasta que abandonó el muelle.

El tipo se paró unos instantes, apreciativo, tras lo cual barrió a Akane de arriba a abajo con una mirada que para su desgracia, ella conocía bien. La soldado se cruzó de brazos esperando una presentación que de seguro él creería ingeniosa, y de ninguna manera lo sería.

—¿Eres tú, oh belleza salvaje, la responsable de este predestinado encuentro? —preguntó sin avergonzarse lo más mínimo.

Akane tuvo que reprimir las náuseas. A su lado el chico de las gafas arrugó las cejas.

—Eh… No —soltó ella en actitud defensiva.

—Permite que me presente —dijo avanzando lleno de absurda seguridad y agarrando su mano, con total intención de besarle los nudillos—. Soy Kuno Tatewaki, un placer.

—Me gustaría poder decir lo mismo —respondió ella apartando rápidamente la mano antes de que ese tipo la marcara con su saliva.

El gesto no pareció ofender a Tatewaki lo más mínimo, quien sonrió como si, más que un desprecio, Akane acabara de lanzarle un reto.

A la extraña reunión no paraban de llegar en goteo curiosas personas. La siguiente en aparecer fue una chica bajita, con el cabello teñido de rubio estilizado en gruesos tirabuzones. Toda ella era vestía de rosa; desde la enorme maleta de ruedas, pasando por sus zapatos y llegando hasta su vestido, e incluso en la cabeza llevaba un enorme lazo rosa como colofón final.

Justo en ese momento Akane comenzó a pensar que quizás, y solo quizás, aquello no iba a ser lo que se había esperado.

—Soy Azusa Shiratori, un placer —se presentó con una inclinación de cabeza educada, mientras los presentes la contemplaban atónitos.

Y entonces apareció un coche patrulla.

Sigilosamente el coche policial aparcó a la entrada del muelle donde las cuatro personas observaban la escena, cada vez más atónitos.

Un oficial se bajó y abrió la puerta trasera, de la cual emergió un chico con un ojo amoratado y la camiseta rasgada llena de sangre. El policía le retiró las esposas, el chico se sobó las muñecas con molestia mientras el coche patrulla salía de allí a toda prisa, abandonándolo a su suerte.

El chico les miró, los demás contuvieron un instante el aliento. Se acercó a ellos con andares felinos, amenazante, con las manos en los bolsillos y cara de pocos amigos.

—Ya he llegado a esta reunión de mierda, que empiece la fiesta —dijo a escasos metros de su posición, después se sentó en el suelo cruzado de piernas y se quedó allí, como si deseara con toda su alma salir corriendo pero no le quedara más remedio que portarse bien.

A Akane ya no le cabía duda alguna de que se encontraba en una situación cuanto menos preocupante. La emoción inicial había dejado lugar a otro sentimiento: Una incertidumbre creciente.

No podía haber grupo más dispar. Si ahora mismo apareciera un perro parlante o un cazador de vampiros, Akane no movería ni una ceja. Se descubrió con la boca abierta y la cerró de golpe, avergonzada. Ese tipo que acaba de llegar era un criminal, de eso no cabía duda.

Y cuando parecía que nada podía ser peor, que su sueño de servir a un bien mayor se apagaba en compañía de un extraño grupo de dementes (aunque el chico de las gafas parecía buena persona), apareció él.

Él, ni más ni menos.

La militar reprimió un grito de angustia y sorpresa, lo apresó antes de que la traicionara y lo tragó entero, al igual que había hecho hacía ya mucho tiempo con su razón y su orgullo. Lo enterró en las profundidades, lo ahogó en su marisma de confusión y vergüenza y se obligó a respirar, a calmar los rapidísimos pasos de su corazón.

Shinnosuke estaba allí.

Shinnosuke caminó hacia el grupo, esquivó al chico de la camiseta rota, miró con extrañeza a la chica de rosa y cabeceó dubitativo. Akane apartó la mirada mientras sus traidoras mejillas se coloreaban sin que pudiera hacer nada por dominarlas. Se mordió el labio inferior, él pareció reparar en su presencia.

Sus ojos se encontraron y …nada. Shinnosuke la saludó con un asentimiento, como si no la conociera. Akane reprimió las ganas de echarse a llorar.

Recogió su enorme petate del suelo y se lo echó al hombro. No, no iba a huir antes de siquiera haber empezado. Pero dentro de su pecho había un torbellino, un enorme agujero que amenazaba con tragárselo todo y dejarla hecha un montoncito de pena, sorbiéndose los mocos.

¿Tan cruel casualidad era siquiera posible? ¿Que de todas las personas, alguien les hubiera reunido justamente a ellos dos?

Se metió las manos en los bolsillos para que nadie se diera cuenta de que le temblaban. Todos la observaban, y lo sabía. En realidad todos se miraban entre ellos, llenos de suspicacia a falta de que apareciera la persona que había decidido reunirlos en aquel lugar.

Pasaron unos tensos minutos antes de que se escuchara un chirriar de ruedas, los presentes alzaron la cabeza para ver un furgón enorme y negro que avanzaba a toda velocidad hacia su posición. Se agitaron nerviosos, el vehículo no parecía poder frenar a tiempo.

Los frenos de la furgoneta chirriaron en un quejido largo y frenético, los neumáticos se chamuscaron mientras daba un frenazo que levantó en parte las ruedas de atrás.

El morro del furgón casi besó el suelo. El vehículo se estabilizó tras dar dos botes y los amortiguadores aguantaron como unos verdaderos campeones.

El silencio fue roto por murmullos nerviosos y caras de asombro, las puertas delanteras se abrieron a la par y tres voces masculinas lo llenaron todo con sus insultos y sus gritos.

—¿De quién fue la maravillosa idea de que condujera ÉL? —preguntó un hombre alto y de voz potente, llevaba el pelo recogido en una curiosa trenza y vestía bien, con un abrigo sencillo y gafas de sol.

—¡Dijo que se sabía el camino! —contestó otro hombre, quizás un poco más alto que el primero, con el cabello castaño revuelto y que llevaba una chaqueta fina con estampado de camuflaje.

—¿Y tú le creíste?

—¡Eh! ¡Estoy aquí! ¡No habléis de mí en tercera persona! —protestó el tercero en discordia, saliendo del asiento del conductor y dando un portazo con evidente frustración.

—¡El monte Fuji, Ryu! ¡El maldito monte Fuji! ¿Cómo no te has dado cuenta de que has tomado la autopista en sentido contrario? —continuó el de la trenza.

—Te recuerdo, capitán, que íbamos en el maldito mismo coche. También podrías haberte dado cuenta tú.

—¡Eh! ¡Sigo aquí! —gimió el conductor, un chico de anchas espaldas y brazos musculados, llevaba una simple camiseta con la que cualquier otra persona tendría frío.

—He recibido una llamada importante, ¿es que tengo que ocuparme de todo? —dijo frustrado el de la trenza y supuesto capitán.

—Yo iba repasando los expedientes.

—Ibas mirando tu teléfono, ¿crees que no te he visto?

—¡No tengo la culpa de confundirme! ¡Las autopistas son iguales por ambos sentidos! —zanjó el de los bíceps gigantescos, colocándose entre ambos—. ¡Dejad de pelearos delante de los novatos!

Los otros dos parecieron reparar de golpe en que no estaban solos, se aclararon la garganta y se alejaron un par de pasos, dando la discusión por terminada.

Ante ellos todo un despliegue de ojos atentos y cejas alzadas los observaban con serias dudas. El hombre de la trenza dio un paso al frente y pareció contar a través de sus gafas de sol. Sus labios se movieron y después se contrajeron en una línea arrugada.

—Falta uno —susurró girándose hacia los otros dos.

—¿Quién? —inquirio Ryu.

—La chica ninja.

—Será que no va a venir —dijo Ryoga con la decepción tiñendo su voz.

— …llevo aquí desde el principio… —escuchó a su espalda, de forma firme pero susurrada. Los tres hombres giraron abruptamente, y allí, entre las sombras y de forma casi imposible surgió una pequeña figura envuelta en negro y con el rostro tapado, de tal forma que solo sus ojos quedaban al descubierto. Se retiró la tela que le cubría la boca y la nariz y mostró su cara (no sin reticencias) ante todas las personas que la contemplaban con diferentes grados de sorpresa.

—Viniste —Se recompuso Ryoga con tono de victoria, ante lo cual ella asintió lentamente y se quedó a un lado, junto a un contenedor, como si en cualquier momento pudiera volver a desaparecer bajo una sombra.

El chico de la trenza tomó aire, miró a su alrededor y se retiró las gafas de sol en un gesto provisto de dramatismo, dejando que la luz mostrase en todo su esplendor su mirada plomiza, del color del mar en plena tormenta.

—Bienvenidos, disculpad la confusión —dijo cuadrándose de forma inconsciente, adoptando una postura firme que denotaba una esculpida disciplina, un meticuloso entrenamiento—. Mi nombre es Saotome, y soy el responsable de haberos citado en este lugar. Las explicaciones básicas están en vuestra carta, para entrar en detalles me temo que tendréis que acompañarnos —concluyó mientras sus dos secuaces abrían a la vez las puertas traseras del furgón, invitando a los presentes a entrar.

Y todos se asomaron para ver un interior austero, con bancos a ambos lados y sin cinturones de seguridad. Un convoy de intervención rápida para las fuerzas de asalto especiales. Algunos intercambiaron miradas, pero entonces ese chico, el que había "acompañado" la policía y cuya camiseta estaba empapada de sangre seca saltó a su interior sin más, sin preguntas ni ceremonias. Se sentó al fondo del todo y desde allí miró con desdén a la multitud.

—Dejaos de palabrería y vámonos de una puta vez, donde vamos habrá camas, ¿no? Una ducha, una cama y una cena. No pido mucho. Y ropa limpia, una camiseta limpia sería la hostia.

Su discurso hizo que más de uno alzara una ceja, pero tímidamente comenzaron a seguirle hacia el interior del furgón. El capitán sonrió con aprobación mientras sus reclutas ocupaban sus lugares, y miró de soslayo a sus dos fichajes personales. La pequeña soldado estaba mortalmente seria, casi pálida. En persona no parecía tan intimidatoria como reflejaba su historial, y el policía simplemente parecía un buen chico.

La última en subir fue la ninja, la cual se sentó tras dedicarle una mirada amenazante tanto a Ryu como a Ryoga, quienes sujetaban las puertas. Cuando todos estuvieron listos procedieron a cerrarlas y a subirse a toda prisa en la cabina delantera de tres asientos.

—Lo… Lo hemos conseguido —susurró Ryoga lleno de triunfo, Ryu se puso al volante con un quejido. Odiaba conducir.

—No te equivoques, ahora empieza lo difícil —dijo Ranma volviéndose a colocar las gafas de sol, pero sin poder contener un deje de emoción.

Al menos ya tenían un equipo.

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Hora y media después el furgón aparcó en un recinto amurallado, rodeado de altas paredes de cemento liso y feo, descascarillado por el paso del tiempo. Lo único moderno parecía ser la puerta de seguridad, una especialmente pesada, metálica y robusta, que se cerró de forma precisa tras ellos.

En el aparcamiento al aire libre había también otros coches, casi todos anodinos, un par bastante más nuevos, un taxi, tres motocicletas y hasta una furgoneta de reparto de comida a domicilio.

El confuso grupo bajó rápidamente con sus mochilas y maletas a cuestas, con expresiones dispares mientras contemplaban las instalaciones.

Parecían estar en un antiguo cuartel militar, uno sin duda abandonado. Los techos tenían agujeros, las paredes estaban deslucidas, y la pista de atletismo se encontraba llena de rastrojos y basura.

El chico de la trenza volvió a posicionarse frente a ellos, esta vez sí, dispuesto a dar más explicaciones.

—Por si os lo estáis preguntando seguimos en Tokyo, solo que nos encontramos en una antigua base militar cedida amablemente por nuestros patrocinadores, dentro de los bosques de Nishitama —dijo mientras apretaba entre sus manos un montoncito de carpetas y la tensión se dejaba entrever en la forma en la que sus manos se apretaban—. Me acompañan mis segundos al mando: Kumon, quien será el encargado de entrenaros en técnicas de asalto y manejo de armas, e Hibiki, quien os dará nociones de estrategia e inteligencia. En cuanto a mí, soy el capitán de esta brigada y además seré vuestro preparador físico, también os instruiré en combate cuerpo a cuerpo con la ayuda de mis segundos.

Un silencio perplejo cayó sobre los presentes, quienes comenzaron a lanzar preguntas, todos al mismo tiempo.

—¿Tenemos que aprender a disparar? —dijo Azusa con cara de espanto.

—¿De qué va esto? ¿Es legal? —agregó Shinnosuke con la boca muy abierta.

—¡No pretenderéis que duerma ahí! —exclamó Kuno mirando el edificio, incrédulo.

—¿A qué hora se come? —apostilló Tarô.

—¿Hay wifi? —dijo Mousse.

—Las paredes parecen difíciles de trepar —susurró la ninja, como calculando la altura a la que debería saltar.

—¿Cuál es el objetivo de ese entrenamiento? —preguntó Akane, y Ranma la observó serio pero queriendo sonreír. Esa era la única pregunta con sentido de todas las que habían formulado.

—Os hemos elegido de forma meticulosa por vuestras habilidades "especiales". Todos sois expertos en vuestro campo, y nuestro objetivo es convertiros en un equipo bien coordinado para llevar a cabo una serie de intervenciones de carácter reservado.

Akane pareció rumiar la respuesta, asintió con gesto severo antes de cuadrar los hombros. Miró hacia el edificio cochambroso y se ajustó las tiras del petate al hombro.

—¿Dónde dejo mis cosas? —preguntó con sus fieros ojos castaños intentando perforar los cristales ahumados de las gafas de sol.

Ranma alzó la barbilla, envalentonado, en un esfuerzo de mostrarle autoridad, de hacerle frente.

—Las instalaciones están divididas en estancias de hombres y mujeres para mayor… comodidad —dijo a falta de poder encontrar una palabra mejor—. Obviamente no estamos solos, hay varias personas que se encargarán de hacer de nuestra estancia más llevadera. Quiero dejar claro que no estáis recluidos, podéis marcharos en cualquier momento, aunque hay un buen paseo hasta la primera parada de autobús. Hablaremos por la mañana, de momento descansad y daros una vuelta para conocer el lugar—concluyó, y el grupo de personas parecieron tener aún más preguntas que formular, pero el capitán ya se había dado la vuelta.

Ranma Saotome se alejó con paso firme, que no admitía contestación, y a todos los demás no les quedó más remedio que tragarse sus cuestiones para más tarde.

Volaron las miradas esquivas sobre los pies dubitativos, demasiado pegados al suelo.

Akane, quien se encontraba mirando hacia donde había señalado el tipo de la trenza volvió a ajustarse su gruesa mochila sobre un hombro e inició la marcha con decisión. Caminó hacia el edificio hasta que una anciana le salió al paso, casi llegando a la puerta. Era pequeña, prácticamente diminuta, y con un gesto amable de la mano le indicó por dónde debía ir.

La muchacha de ojos avellana asintió y entró por la puerta que le indicaba. Pronto comenzó a merodear por pasillos deslucidos y sin adornos, coronados con luces fosforescentes frías y parpadeantes.

Al final del todo, a mano derecha, Akane se encontró con una puerta doble, la abrió sin ceremonias para encontrar una amplia habitación compartida.

Lo que en otros tiempos de seguro había alojado a una decena en catres altos y espartanos, ahora se había convertido en una habitación pésimamente decorada, con tres camas, escritorios, sillas y armarios, colocados de tal forma que ocuparan todas las paredes a excepción de la de entrada.

La luz del atardecer se filtraba por un conjunto de ventanas demasiado altas, de forma que el exterior apenas sería visible poniéndose en pie sobre la cama. La chica eligió la cama que quedaba a la derecha, la primera que vio en realidad, tiró su grueso equipaje sobre ella y se sentó con un quejido. El colchón era duro y rechinó ante su escaso peso.

No pudo evitar la sensación de descontrol, de que estaba en un lugar extraño, rodeada de personas aún más extrañas sin entender muy bien a qué había venido. Y Shinnosuke estaba allí.

En la momentánea soledad se permitió pegar un avergonzado grito antes de esconder el rostro entre sus manos. ¿Qué posibilidades había de que algo así le ocurriera? Era como si el destino le estuviera jugando una mala pasada, como si sus cuestionables decisiones regresaran para morderle en el culo, justo en el peor momento.

Pero su momento de introspección quedó interrumpido por el ruido de unas ruedas sobre el pulido suelo. La chica de rosa se plantó en el quicio de la puerta con su maleta y su bolso, mirando alrededor con el ceño fruncido, después sus gigantescos ojos castaños, enmarcados por densas pestañas postizas se posaron en Akane.

—¿Es una fiesta de pijamas? Pensaba que iba a tener mi propio cuarto —protestó con un quejido antes de ocupar la cama que estaba en frente, dejando su bolso y comenzando de inmediato a inspeccionar su armario y los cajones de su escritorio—. Es como volver a la residencia de estudiantes, pero con un aire un poco más… carcelario —sentenció asintiendo, y comenzó a deshacer su maleta y a acomodar su ropa rosa en el perchero.

Akane no pudo más que aclararse la garganta y comenzar a imitarla mientras le dirigía miradas esquivas.

—Creo que no me he presentado, soy Akane Tendô —dijo abriendo la mochila y comenzando a depositar sus enseres sobre la cama.

—Lo sé —contestó mientras de entre los pliegues de su vestido sacaba la cartera de Akane.

Se miraron en un silencio, como poco, incómodo.

—¿¡Pero en qué momento has…!? —comenzó a gritar la joven de cabello corto mientras le arrebataba la cartera, la chica de rosa parpadeó sorprendida, como si el hecho de que le reclamaran no cupiese en su cabeza.

—Tengo la tuya y otras tres, sois muy despistados.

—¡Ladrona!

—Sí —rio en respuesta—. Soy Azusa Shiratori, y soy una excelente ladrona, pero no quiero enfadar a una militar, pareces un poco bruta.

Akane debería haberse ofendido, pero ignoró el comentario mientras repasaba si todas sus tarjetas seguían en el mismo lugar. Sorprendentemente no echó dinero en falta, aunque sí…

—¿Es tu familia? —dijo sacando una fotografía pequeña de algún lugar en su escote, Akane volvió a arrebatarle lo que le había robado y le enseñó los dientes.

—¡Te lo advierto, no toques mis cosas!

—Es que no puedo evitarlo, mis manos se mueven solas… Supongo que por eso estoy aquí, mejor este sitio que la cárcel —concluyó encogiéndose de hombros y volviendo a centrarse en deshacer su maleta, cosa que hizo ante el atento escrutinio de la militar, absolutamente erizada de rabia.

Un susurro se escuchó, proveniente del rincón con la cama vacía, ambas giraron para ver como la tercera en discordia, su discreta compañera de habitación había aparecido sin más y examinaba su cama, dándole la vuelta al colchón.

La chica parecía cautelosa rozando la paranoia. Levemente consciente de estar siendo observada, la ninja volvió su rostro y asintió como saludo. No parecía tener ropa, ni maleta. Cuando terminó su labor se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y comenzó a realizar estiramientos con los brazos.

Akane, sin perder un ojo a la ladrona se acercó un poco y le tendió la mano.

—Soy Akane, me temo que ahora somos compañeras de cuarto —dijo intentando adivinar sus ojos bajo su espeso flequillo. La chica se quedó quieta como una estatua, asintió de nuevo y se aclaró la garganta.

—Ukyo —contestó—. Lo he comprobado, no hay micrófonos ni cámaras. Estamos a salvo.

—Ah… bien, gracias —dijo Akane entendiendo lo que había estado haciendo—. ¿Necesitas… algo?

Ukyo negó, señaló una pequeña bolsa que hasta el momento había pasado absolutamente desapercibida para todos.

—Viajo ligera —aclaró, terminó de estirarse y comenzó a sacar varios yukatas de colores lisos y apagados, después se ajustó uno de ellos con ligereza y se despidió aludiendo que debía ir a inspeccionar las instalaciones.

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La cena fue sorprendentemente buena. Akane descubrió ese mismo día que aquel lugar no se encontraba lejos de un pueblecito de montaña, y que las mujeres del mismo habían sido empleadas en su totalidad para la gestión de todo lo necesario.

Organizaban, compraban, cocinaban, limpiaban, y en general, le daban vida a la vieja base militar. En su mayoría pasaban por mucho los sesenta años y cuando no estaban en sus quehaceres, se la pasaban fumando en un cuarto común con un enorme kotatsu, bebiendo a sorbitos té, licor de ciruela casero y jugando a las cartas.

Cuando la pillaron husmeando insistieron de forma muy fehaciente para que les hiciera compañía, cosa que ella declinó media docena de veces, pero finalmente tuvo que sentarse al kotatsu mientras le metían galletas de arroz en la boca y le preguntaban por su familia.

Akane se arrastró hasta la cama rozando la media noche, con su ropa apestando a cigarrillos y preguntándose qué le depararía el día siguiente.

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El comedor común en otro tiempo había sido una impersonal cantina, de esas en las que los soldados se servían platos fríos colocados sobre barras metálicas y los apilaban en bandejas de plástico mientras buscaban un lugar donde sentarse.

Debido a que, de hecho, en la inmensa base ahora apenas había veinte personas, las señoras habían decidido que con tres mesas había más que de sobra, y que los platos los servían ellas, sin ceremonias ni opciones de menú, porque habiendo buena comida, ¿quién iba a querer otra cosa?

Fue por ello que Akane se encontró desayunando con el chico de gafas que había conocido en primer lugar, el cual parecía no estar de especial buen humor y no hacía más que fruncir el ceño mientras intentaba encontrar una red en su teléfono móvil, igual que la última vez que lo había visto.

—Estamos aislados —dijo con pesar, a modo de saludo, mientras le daba un sorbo a su té.

Akane se dejó caer frente a él y asintió, ella misma había intentado sin éxito comunicarse con sus hermanas. Se preguntaba si estarían preocupadas.

—Eso parece —suspiró mientras una de las señoras le ponía delante una bandeja completa de perfecto desayuno japonés, lo cual le agradeció con una pequeña inclinación de cabeza.

Tomó los palillos y se metió un montoncito de delicioso y caliente arroz en la boca, mientras masticaba, el chico de gafas meneó la cabeza y dejó su teléfono en la mesa con la frustración patente en cada uno de sus gestos.

—Ayer conseguí hackear la señal de un satélite de comunicaciones ruso, pero el ancho de banda es absolutamente deficiente. Hay un inhibidor en las instalaciones, o al menos cerca de ellas. Si no lo encuentro esto va a convertirse en un infierno.

—Dijeron que no estamos encarcelados —intervino Akane, cautelosa.

—A efectos prácticos es como si lo estuviéramos —protestó el chico comenzando a masticar su desayuno con desgana.

Al poco se unió a ellos la chica ninja, vistiendo anticuadas ropas de espionaje en colores oscuros y mirando con recelo a su alrededor. Se sentó y observó con extrañeza cómo una de las señoras le ponía el desayuno en las narices, lo olisqueó de forma grosera, como si quisiera cerciorarse de que no estuviera envenenado.

Akane juntó los labios en algo así como una sonrisa tensa, preguntándose si realmente encajaba bien con esas personas. El comedor se llenó, si es que las apenas siete personas que componían la totalidad del grupo podían ofrecer semejante sensación.

Shinnosuke saludó discretamente y ocupó la mesa de al lado. Akane tensó la espalda cuando sintió su presencia, después reprimió un suspiro y se propuso ignorarlo en la medida de lo posible. No podía perder el foco, no podía permitirse caer en tonterías sentimentales cuando por primera vez en su vida parecía que iba a hacer algo importante.

Las conversaciones eran breves, apenas un intercambio de palabras mayormente educadas.

Terminaron sus desayunos y antes de que pudieran comenzar a preguntarse por sus tareas uno de esos tipos que les habían subido a la furgoneta apareció en la cantina.

Era el más alto de los tres, de cabello castaño revuelto y mirada hosca. Se cruzó de brazos y se apoyó contra el marco de la puerta con actitud expectante.

—Os estamos esperando a todos en la sala de juntas —dijo señalando a su espalda con el dedo pulgar—. Daos prisa —terminó girándose y retornando por el pasillo.

Akane tragó saliva y lo siguió, los demás también lo hicieron en un cuidadoso silencio. La sala de juntas, como bien había dicho ese tipo, era una sala en la que muy seguramente habría habido muchas reuniones importantes, serias y largas, pero ahora no era más que una sala común llena de papeles garabateados y sillas a las que se les salía la espuma por el respaldo.

Y allí estaban los otros dos tipos: el que iba en manga corta independientemente de que estuviera helando y el presuntuoso de la trenza y las gafas de sol, aunque hoy parecía haber prescindido de ellas.

Akane le miró apenas un momento y como si él lo hubiera estado esperando, como si reaccionara a su propio y mal disimulado interés, sus ojos se encontraron.

Azules, eran azules como el mar, como las aguas agitadas. La chica sintió un vuelco en el pecho, de repente el cuello de su camiseta deportiva apretaba demasiado. Se sentó en una de las desvencijadas sillas de oficina sin atreverse a volver a alzar la vista, sin querer confesar que se había sentido intimidada.

Él se aclaró la garganta y fijó la vista en sus papeles, esperó apenas un momento a que estuvieran todos sentados. Con gestos dramáticos y bien ensayados descubrió una gran pizarra portátil, de filo blanco y descascarillado en algunos lugares y con ruedas que seguro que otros tiempos habrían rodado sin emitir chirridos.

Miró orgulloso su mural, y todos los presentes se inclinaron hacia delante al reconocer sus fotografías colgadas, la mayoría no demasiado favorecedoras.

Ranma sonrió con algo parecido a la diversión bailando en sus ojos y recorrió a los presentes.

—Hora de que nos conozcamos mejor, chicos —dijo ufano—. Bienvenidos al Jusenkyo Assault Unity.

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¡Hola de nuevo y gracias por leer!

Tenía ganas de presentaros este nuevo proyecto, pero no dejaba de retocar los primeros capítulos y al final nunca encontraba el momento.

Como os podéis imaginar, este es un fic romántico, con bastante humor (como no, con semejante cuadrilla...) y también con mucha acción. Se me está haciendo dificil manejar el volumen de personajes en las escenas, así que os pido comprensión si de vez en cuando me olvido de alguien (?) o Kuno desaparece en un bosque dos capítulos completos, ¡piedad para esta pobre escritora aficionada! En todo caso trato de esforzarme en traeros algo divertido y sencillo de leer.

Este primer capítulo es a muy grandes rasgos el planteamiento del fic, con sus intrigas y presentaciones. Actualmente estoy concluyendo el capítulo 5, por lo que intentaré actualizar en breve. Ya sé que la interacción entre nuestros protagonistas ha sido absolutamente superficial, un poco de paciencia, el capítulo dos mejora.

Gracias a todas las personas que me leen y me apoyan, por vuestros hermosos comentarios llenos de amor que siempre consiguen sacarme una sonrisa. Hasta después de un día duro de trabajo, si recibo un hermoso comentario todo se vuelve mucho más leve y llevadero.

Gracias a mis betas Lucita-chan y SakuraSaotome por sus correcciones a apesar del poco tiempo que tienen, y por aguantar mis audios eternos explicando giros argumentales de dudosa transcendencia, o escenas de acción sobre contenedores móviles, con eróticos resultados. En todo caso un millón de gracias por siempre estar ahí.

Actualmente mi país se encuentra sumido en un momento de profunda tristeza. Ha habido una riada, y en ella hay muchos fallecidos y desaparecidos, por fortuna ninguno de mis conocidos ni familiares se cuenta entre ellos pero quiero aprovechar la oportunidad para transmitir mi apoyo y cariño a todas esas personas que intentan salir adelante y ayudar a los demás, si me leeis quiero que sepais que están todos los días en mis pensamientos.

Hoy un abrazo y un especial agradecimiento a todos vosotros, sois extraordinarios.

Y también gracias a ti, por leer.

Muchos besos.

LUM