Capítulo 15El Valor de un Lazo y el Fin de una Era: parte 1

¿Qué se siente estar de luto? ¿Qué tan soportable es…? En la escala de sufrimientos que se presentan de forma variada en la vida, existe un único dolor en cual todos los humanos pueden estar de acuerdo. Más sin embargo, nadie lo padecerá igual, en palabras claras, a unos se les notará menos que a otros, aunque eso no signifique que estas personas tan distintas no estén pasando por el mismo grado de dolor… A no ser… que desde antes de la muerte, ya el estilo de vida calamitoso estuviese haciendo estragos. ¿Habrá tiempo para llorar? Que no llore más que dos días o media semana, de manera asfixiante, agonizando, y suplicando morir junto a quien amaste por años. Era imposible imaginar una vida sin esa persona. La vida cambia, y de allí como naces en llanto, te despides con llanto. ¿No llorar por años y guardar el dolor para ti te hace un ingrato? Tiempo para llorar no hay cuando ves a tu patria caer en el caos y el desastre. Sobrevivir será un delito, y cada bocanada de aire será un recordatorio eterno de ello. Sentimientos de este tipo, pasaron por la mente de la antigua comandante, desde los últimos cuatro años.

Oscar se quedó sin habla por la terrible casualidad; de que tres personas de forma consecutiva, en el mismo día le recordaran su tragedia. Tragó saliva inquieta, buscando las palabras adecuadas a su pregunta. Estaban rodeados de gente de a pie, anteriormente agresiva y capaz de despedazarlos, procesar por fin lo estúpida que fue de haberlo traído a esa taberna le estaba provocando un escozor en la piel.

A diferencia del hombre que revelaba su malestar y angustia con natural confianza a su amiga, a ella le resultaba pasmoso y traumático revivir el recuerdo, de la muerte de al que sintió una noche antes, ser su marido. Fersen seguía mirándola expectante, la notó sumamente turbada, tardaba demasiado en responder, cosa extraña de parte de la rubia. Sus ojos azules empezaron a abrillantarse de lo que creyó eran lágrimas, lágrimas que contenía con empeño y fortaleza.

—Fersen, aquí no… no puedo aquí…—murmuró salivando en exceso y tragando continuamente. Colocó su mano abierta junto a su cara, cubriendo su expresión tensa, clavando sus ojos de cristal en el foráneo— por favor… por favor, vámonos.

Este atónito de su expresión asintió, cuando iba a replicar ésta lo sujetó de la muñeca sobre la mesa de madera, la advirtió prensarlo como una tenaza, pidiéndole encarecida que no insistiera, y si iba a responderle en ese momento tendrían que marcharse.

—Bi-bien… si eso es lo que quieres, vámonos.—Tomando en serio la urgencia de la mujer se levantó de su silla, siguió a la rubia que caminaba apresurada a la salida, ligeramente tambaleante mejor dicho, chocaba con los brazos y hombros de los clientes. A consecuencia de su acto, estos molestos de los choques gritaron increpándola para que se volviera a mirarlos, cosa que no surtió efecto. Frustrados gritaron de nuevo, " ¡¿Qué le pasa a este maldito borracho?! ¡Cobarde! ¡Seguro que está sordo el imbécil! ¡Déjale, afuera no tendrá tanta suerte si lo repite con otro infeliz guardia nacional armado! Preocupado de la insinuación de estos hombres el nórdico salió de la taberna, vio afuera a Oscar, trotó para alcanzarla, ¿Será un efecto del alcohol? Se preguntó.

"¿Qué es lo que te pasa, Oscar? Hace unos minutos estabas normal, ahora… parece como si perdieras el control y el cuidado de ti misma. "

La vio caminando con la cabeza alzada, sin volverse a buscarlo, si se suponía que debían hablar de un asunto importante. La cabeza de la mujer en esa posición daba la impresión de que un poder ajeno al suyo la arrastraba. Su alma experimentaba un ahogo del cual quizá no tendría solución, un trauma eterno. Oír el nombre, recordar su imagen, ni la nostalgia de un escenario, de objetos, sabores, aromas y sensaciones la dejarían tranquila. No pensarlo era la solución. Cuanto más grande es el lazo y su valor, más devastador es creer que vivir no sería como antaño.

—Oscar, ya estamos solos… estás segura conmigo.—ésta no respondió, seguía caminando, él no podía perder el tiempo, debía salir de París antes del alba, por lo que la nombró una vez más. Recorrían unas calles que para un aristócrata eran terreno peligroso. — ¡Oscar, espero que no me estés tomando el pelo por culpa del alcohol! ¡¿Me estás haciendo caso?!

Cansado y un poco irritado de ser ignorado la cogió del brazo para girarla a la fuerza, al menos lo suficiente para ver parte de su rostro. Lo que detalló lo dejó sin habla; la mujer tenía la cara surcada de lágrimas. Manaban sin el menor esfuerzo, ni la había oído sollozar, juraba que así era… Oscar acabó por voltearse por completo, la mitad del rostro de la hermosa mujer era iluminado por la débil luz de los faroles, brillosa por el agua que bajaba y bajaba de sus ojos a su garganta.

—Os… Oscar… lo- lo lamento.—Fue entonces que lo comprendió.— no debí…

—No… está bien… no deseaba hablar de eso, pero… sería la última oportunidad para que lo supieras.

— No tenía derecho de forzarte. Si tanto te duele era evidente que no querrías recordarlo o hondar en eso.

La mujer se abrazó a si misma y miró a la dirección a la que deseaba llevarlo. Se relamió los labios, todavía quedaba camino por delante.

—Debes creer que, al no mencionarlo, él no me importaba ya.

—¡No! ¡Claro que no! — Negó con un gesto violento con su cabeza. Estaba preocupado de haber destruido la buena opinión de la mujer que lo había ayudado a costa de ser descubierta, y muy posiblemente, ajusticiada por traidora a la patria.

—Sí lo creíste, Fersen. — Su tono de voz y semblante se sentían apagados, resignada a lo que sea, aun si él lo negaba, ella percibió la visión plana de la gente de su estado emocional con respecto a su pérdida. ¿Qué sabían ellos de su corazón? ¡Nada!

El nórdico suspiró, y se fijó en derredor inquieto, luego asintió. Tenía que recordar las señales en ella, esas señales de que no era normal, que faltaba algo muy esencial en su persona. El humano en su visión únicamente personal y no empática, no muchas veces se percataba de detalles tristes de su interlocutor .

—Bueno, más bien… creo que el egoísta he sido yo… pude haberme dado cuenta antes…— Se explicó, sintiéndose cada segundo más avergonzado a medida que profundizaba en su charla. Oscar sin siquiera avisarle siguió caminando, a cada tanto volteaba a vigilar a su acompañante, pendiente de no perder su pista. — desde tu visita a mi casa, o esa vez que te reconocí en la entrada a París.—Se dio un golpe con la palma abierta en toda su cara.— ¡He sido un estúpido! ¡¿Cómo no pude verlo?! ¡¿Y me hago llamar tu amigo?!

"Estaba tan obsesionado con mi propio dolor que no quise ver lo que te pasaba. Solamente pensaba en usarte para mi beneficio; salvar a la mujer que amo y a mi hijo cuando… cuando ya te veías absolutamente sola, sin él…"

Oscar apesadumbrada de la reacción de Fersen, no quería hacer un escándalo con él en plena calle, por calmarlo respondió.

—De todos modos, así me preguntaras en ese momento o ahora no me haría sentir mejor… nada cambiará el hecho de que sigue afectándome. —Respondió todavía observando a lo lejos un imponente edificio, mucho más adelante de los pisos donde habitaban los ciudadanos de París.

—¿Cuando pasó?

—Hace cuatro años…

—¿Fue en la toma del pueblo a la Bastilla? —Siguió interrogándola, atento a las reacciones de la mujer que curiosamente no paraba de mirar aquel edificio majestuoso.— Lo que pude averiguar en ese entonces era tu muerte. Por supuesto, pensaba que tanto André como tú habían caído en batalla.

—Y te extrañó verme sola, y seguir viéndome sola, incluso al visitar tu casa para ayudarte. —Le recordó con un tono pasivo agresivo, demostrándole que su silencio con respecto a todo lo perdido quería decir que el sueco no era tan perfecto como en el pasado se pensaría.

—Pu-pues sí… lo que me dio mayor preocupación eras tú bajo la lluvia. Recuerdo que en tus momentos más arriesgados lo tenías a tu lado.

—Mis ánimos cada que pisaba tu casa, Fersen, eran diferentes, lo sé… en esa época estúpida regresaba segura a mi hogar, porque entendía que fuera en otro piso, cuarto o pasillo, sabía que justo en ese momento, André vivía y respiraba, que a cualquier hora estaría para mí…

"¿Es correcto que enfurezca a estas alturas, André? Sé que no es su culpa, sé que no tiene nada que ver con los estallidos y gritos de dolor de ese día… su único pecado fue enamorarse, y el mío también… si sufres y lo das todo sin condiciones, si estás seguro que lo merece, ser feliz de dar lo creado con tu corazón y tus manos, entonces puedes estar seguro que es amor… amor al costo que sea… sea correspondido o no. "

Tras decir esto lo llamó con un gesto con su mano, para después proseguir la caminata.

—¿A dónde me llevas?—Inquirió con el ceño fruncido, ahora caminaban casi al mismo ritmo. Era la madrugada, gracias a eso tenían relativa privacidad y calma para conversar.

—Al lugar donde terminó todo. Seguro también te lo preguntabas.

El rostro de la rubia permanecía húmedo, sin mencionar que el cuello de su camisa se enfriaba por culpa de las lágrimas, haciéndola más susceptible al frio de la noche. Debido al ambiente gélido el conde alzó su brazo, ofreciéndole refugió bajo su capa. Le esbozó una sonrisa a la mujer.

—Ven, a este paso vas a resfriarte.

—No… estoy bien… no malgastes tu calor en mí… —Evasiva trató de no verlo, no deseaba nada de nadie que le tuviera lástima, peor si todo por lo cual el conde se movía seguía presa en un palacio detenido en el tiempo.

"El amor no correspondido, una rueda despiadada. Tu rechazo cortó mi corazón y a su vez corté el de ellos… los ignoré… estaba tan ciega por tanto tiempo. Lo que yo buscaba lo tuve frente a mí, no me forzaron, estuvieron en silencio a mi lado para consolarme, mientras el pecho les sangraba, goteando… y regalándome un calor que no merecía."

Tras unos minutos de paseo divisaron el edificio que deseaba mostrarle. Unas rejas de hierro negro lo separaban de la calle. La mujer señaló con su mano las rejas de un increíble y majestuoso palacio, no eran las Tullerías ni el propio Versailles.

Sumamente impresionado el conde sueco exclamó por lo bajo, de pie junto a ella.

—¡¿El… palacio real?!

—O—

Un rato antes de su marcha, la pareja no sabía que habían dejado atrás a los dos jóvenes compañeros de Michel; llenos de incertidumbre del comportamiento misterioso del rubio. Gracias a la cantidad de clientes el chico de vez en vez podía observar las expresiones y gestos de Dumont y el sujeto de cabello y vestimenta oscura. Los choques de los vasos de los clientes, las quejas, las risas, la pequeña mesera que le bloqueaba la visión cuando pasaba a recoger vasos o llevar un pedido a otra mesa le permitían no ser interceptado.

Por otro lado Courtois bebía y bebía, ni corto ni perezoso desperdiciaría que su amigo le pagara los tragos, sin importarle el efecto nocivo a su salud. El borracho se veía con las orejas, mejillas y nariz rojísimas de tanto abuso al vicio. Cuando vio a Mina acercarse para tomar la botella, éste se adelantó en tomarla, apartándola de las manos de la niña desconcertada de su impulso.

—¡Ah, no! ¡Yo me quedo con la botella, gracias… po-por el servicio seño… señorita!—Exclamó con la lengua algo torpe, en un tono amigable y a la vez territorial, para de inmediato empinarse el frasco, tragando el líquido ávidamente.

La niña preocupada, con la bandeja abrazada contra su estómago se dirigió a Pascal.

—¡Señor, dígale a su amigo que estamos tratando de que haya vino para todos nuestros clientes, si lo bebe por completo debe comprometerse a pagarlo!

Pascal que concentrado enfocaba sus ojos en la pareja que perseguía, fruncía el ceño extrañado de las expresiones de la cara del compañero de Michel. Fastidiado y haciendo oídos sordos a lo que se le pedía repitió mecánica e inconsciente lo que Mina decía, sin procesar el contexto de sus palabras, creyendo que así la mocosa se callaría.

—Sí… Sí…—Repitió condescendiente— pagaré lo que él consuma o se trague.—Entonces a los cortos instantes de pronunciarlo se giró a la niña indignado.— ¡Un momento! ¡!¿Qué?! ¡¿Cómo que comprometerme a pagar?! Sabe cuánto gano?!— Al decir esto notó por fin a Courtois, mirándolo de forma pícara mientras se tragaba el alcohol.— ¡¿Qué diablos estás haciendo?!—Agarró el frasco casi vacío, espantado sólo le quedaba la mitad de su dedo en vino. —¡Escupe eso! ¡Escupe! Devuélvelo a la botella ahora mismo! Mejor dicho, debería abrirte las tripas! ¡No pienso pagar lo que te tragaste!

Sin sentir absoluto remordimiento Courtois se echó en la silla, disponiéndose a alisar con los dedos el bigotillo sobre su labio.

—Tú me prometiste pagar el vino si te acompañaba a vigilar a esos dos.

—¡Es verdad, pero yo te dije dos vasos! No tragarte toda la maldita botella!

Perdiendo la paciencia la dulce jovencita creyó que pronto le nacería una vena de su frente, no obstante, se controló, haciendo respiración profunda.

— Sea quien sea uno de ustedes debe pagar el vino. —Reafirmó disconforme antes de retirarse a la cocina.

Pascal estiró su mano para tratar de detener a la chica que con total certeza iría a informarle al dueño lo ocurrido.

—¡No, espera un momento!—Luego de verla alejarse a la puerta de la cocina de nuevo furioso increpó a Courtois, atontado por la bebida, que no hacía otra cosa que emitir sonidos similares a un hipo involuntario. — ¡Maldita sea! ¡¿Te haces llamar mi amigo?! Serás tú el que pague por todo esto! ¡Se supone que vine a investigar no a consentir tus porquerías!

Incómodo de la fuerte réplica de Morandé rotó sus ojos adormilados al punto donde creían estaba sentado Michel.

—Ehm… no quiero empeorar tu rabia pero ese es el menor de tus problemas.—Señaló desorientado tras las espaldas de su amigo.

—¿Cómo…?—Arqueó una ceja sin entender a qué se refería, hasta que al voltearse vio que la pareja ya no estaba.— ¡¿A dónde se fueron?!

—No lo sé, estabas tan distraído en regañarme que no te percataste del momento en que cruzaron esa puerta.—Echó una risita débil, seguía reclinado en su silla.

—¡Demonios…! ¡Todo es tu culpa!—Gritó impotente al dar un golpe a la mesa.

"!Sus gestos! ¡La cara de ambos, se veían en un extraño ambiente, uno hablaba y el otro lloraba o se contenía en hacerlo! ¡¿qué diablos está pasando, Michel?! ¡¿Quién eres?!"

—O—

En el callejón que una vez estuviera reposando Alain herido, en un momento no muy lejano; una figura alta y tétrica se acercaba a la puerta trasera, donde estaría ubicada la cocina.

Mina que no había parado de trabajar, porque a pesar de todo el caos social y económico, el dinero siempre era de alguna ayuda, limpiando una mesa del vino que otros había derramado un vahído se le presentó. Cansada del mareo suspiró y se inclinó en la mesa con la cabeza casi colgándole, a penas apoyando sus codos en la tabla. Gregoire por otro lado, ni había notado el malestar de su hija sino hasta que un cliente se la señaló con la barbilla.

—¡Mina! Hija estás bien?! ¡¿Te sientes mal?!—La llamó para enseguida correr a auxiliarla. Al ayudarla a enderezarse la jovencita pegó su frente contra el pecho de su padre. Su rostro manaba un sudor frio. El tabernero rodeó la cintura de su hija y tomó su muñeca para estabilizarla, la sentía al límite del desmayo por sus piernas a tientas de doblarse.

Pa… papá, me… cuesta respirar…—murmuró débilmente, sólo de pie por la fuerza del anciano.

—Es el hambre, hija, no has comido. Iremos a la cocina para que comas algo.—Le habló con dulzura y preocupación, a la vez que la conducía a la puerta.— come el pan que quedó en la alacena.

—no… eso no… eso era tuyo, papá. ¡Ya me comí el mío!—Protestó, levantando su cabeza para ver a su único pariente, la única persona viva que la amaba.

Ya dentro de la cocina la sentó en un taburete frente a la una mesa de la cual estaba desvencijada, que se mantenía firme por una cajita de madera. A continuación buscó en los cajones de la alacena y sacó una bolsa de tela, al colocarla en la mesa y desenvolverla quedaba la mirad de lo que sería un pan, dividido en dos partes.

—Aquí tienes, cómelo… lo necesitas.. —Ésta negó violenta, con los brazos en la mesa aun desorientada.— ¡No seas malcriada! ¡Debes comer!

—¡No quiero! ¡Si lo como no tendrás cómo resistir las horas en la fila para comprar la harina! ¡¿Hacer tantas horas cola por tan poco?! ¡La comida de la semana, y el pago a los proveedores es costoso!

La réplica dolorosa de quien debía comer o no, algo que se repetiría por los siglos en familias azotadas por la miseria. Este escenario que en un tiempo Oscar no pensó vivir, no lo sabe el que no lo padece en carne propia. El hambre en la población francesa no terminaría tan pronto, la Bastilla no fue el final sino para la impaciencia de los hijos y padres el inicio de algo peor en años venideros, acompañado de persecución y miedo.

Gregoire tragó, y se llevó una mano a la cara, llevando su cabello hacia atrás muy angustiado y estresado de la negativa de su hija.

—Come, por favor… es duro pero más vale que tú comas…no me lo hagas más difícil. —Le rogó con los ojos relucientes de la tribulación. Si él moría al menos una parte suya sobreviviría, ésta derrotada por las lágrimas a punto de escaparse de su padre asintió, para comenzar a comer la mitad del pobre anciano.

Satisfecho de verla comer, se retiró de vuelta al trabajo, dejándola sola. Mina mordía el pan con el remordimiento de existir y ser el motivo de dolor de su padre. Supuso que este era el sentimiento colectivo de muchos niños y jóvenes, la razón del porqué era peor el hambre y la necesidad para los progenitores. Recordó a Alain, alguien del cual sintió en algún punto esa zozobra, duplicándose en su caso el hambre por cuatro. Su mejilla se apoyaba en su mano, en lo que se concentraba en morder y tragar. Su mente se detuvo a divagar en la curiosa compañía de Michel.

"Él… él vino sin ti… ¿quién será ese hombre que le acompañaba? "

—Pensó, aun intrigada de la identidad del hombre que estuvo sentado junto al "amigo" del sargento, sin embargo, por desgracia, esa curiosidad le costaría muy cara. A veces la ignorancia era necesaria para mantener la vida. No pudo quedarse en silencio y paz por más tiempo, de pronto oyó golpes brutales a la puerta de servicio a sus espaldas, parecía como si alguien estuviera no sólo forzando la cerradura, para colmo era embestida con violencia abrumadora. ¡¿Quién estaba al otro lado?! Petrificada del temor y a la vez con la estúpida y fatal curiosidad observó pasmada cómo la puerta era por fin derribada. Los murmullos y conversaciones en voz alta de los clientes, el choque de los vasos, impedían que los golpes se oyeran lo suficiente para alertar al dueño.

—¡¿Qué?!—Exclamó horrorizada, tapando su boca con ambas manos, apenas pudo ponerse de pie de la silla, tirándola accidentalmente. Unos hombres con ojos totalmente desalmados, vestidos con el uniforme de la Guardia Nacional ingresaron a la cocina, por la saña y la fuerza empleada para derribarla, la puerta colgaba de su marco. — ¡¿Qué es esto?! ¡¿Quienes son ustedes?!

Estos no contestaron, simplemente sonreían en lo que avanzaban hacia ella, hasta que haciendo caso al grito de alarma en su cabeza la niña se giró rápidamente para alcanzar la puerta contraria de salida al comedor, lugar donde estaría su padre para defenderla.

Era muy tarde, Gaspar con piernas más largas y potentes dio unas zancadas hasta echarse en el suelo y tumbar a la chica con él, encerrándola con fuerza en sus brazos. Aterrorizada de ser la presa de esta jauría de lobos no pudo hacer otra cosa que tratar de gritar, no obstante, no se lo permitieron, Gaspar había puesto su mano en su boca, aunque no contaba con la resistencia de la joven que lo mordería en el intento de gritar a por el auxilio de su padre.

—¡!Auch! ¡!Maldita seas, perra inmunda!—Blasfemó Gaspar, al instante de ser mordido agitó su mano por la punzada de los dientes de la niña. Por vengarse la golpeó devuelta en su cara, volándole un diente a la pobre de su boca, además de dejarle un moretón que al rato se inflamaría.— ¡Ahora si parecerás la asquerosa pordiosera que eres!

Amenazó ciego de la ira y el ardor en su mano, pero cuando estaba por golpearla una vez más, Eluchans lo cogió a tiempo del brazo. Su secuaz estaba echado en ella, aplastándola con todo su peso, la chica tenía la cara contra el piso de madera.

—¡Aguarda, Gaspard!—Le detuvo divertido el canalla, emitía una risita de la escena, como si Gaspard hubiera sido violentado por un mísero perro.— si la dañas ahora, no tendremos cómo obtener la información.—Se volvió a Villien, quien con expresión de incomodidad era empujado en su espalda por Nicolás del callejón a la cocina. Inseguro de ser reconocido vestía una capa y un sombrero que tapaba su cabeza.— Villien, si ellos no nos dicen exactamente lo que nos contaste, olvídate de tu vida feliz de ricachón con tu enamorada. De lo contrario si es mentira…—Endureció su tono amenazador— ¡Te volaré el cráneo con mis propias manos, y luego se lo mandaré a ella con una nota en tu boca revelándole la clase de la basura con la que se acostaba!

Viendo el nivel de desvergüenza de su amenaza, de la que estaba seguro cumpliría al pie de la letra, aun si tratara de huir, lo encontraría así fuera bajo las piedras o en las hediondas catacumbas de la ciudad, Villien tembló para después negar rotundo con su cabeza.— ¡No! ¡No les estoy mintiendo, lo juro por mi madre en paz descanse!—señaló a Mina.— ¡El padre de esta mocosa escuchó lo mismo que yo! ¡El sargento está ocultando a una mujer! ¡Está enamorado de una mujer de nombre Oscar!

Tras la acusación del traficante la niña tragó saliva, no entendía de qué diablos hablaban. No podía moverse por más que lo quisiera, seguía inmovilizada contra el suelo.

"!¿Una mujer?! Llamada… ¡¿Oscar?!"

Lamentable forma de enterarse, pensó. Significaba que Alain les había ocultado algo, o… peor todavía… tras procesarlo lo más rápido que pudo en lógica recordó la primera charla que tuvo con Michel, mientras atendían a un Alain malherido. Michel sosteniendo al sargento, calmándolo en sus piernas del dolor lacerante de la aguja en su espalda, demasiado cálido y entregado para ser un simple amigo; Éste balbuceaba, mejor dicho llamaba necesitado a un tal "Oscar".

—"Eres un hombre fuerte, Alain… resiste, sólo así podremos curarte. —Susurró, inclinándose hacia la cabeza del mancebo, lo bastante bajo para ser oída únicamente por él.

—Os…Oscar… —Contestó el herido. Atónita advirtió no ser la única en escucharlo.

—¿Oscar?—Preguntó Mina que asistía al médico, parándose frente a una silla en la que estaba una cubeta con agua, sumergiendo una venda manchada de sangre. — él dijo Oscar… ¿Es tu nombre?

La rubia tomada por sorpresa tragó saliva, negó con la cabeza.

—No… no es mi nombre.—Mintió, aunque su tono de voz asomaba melancolía.

—Y… entonces… ¿Quién es Oscar?

—Oscar fue el viejo comandante de Alain cuando sirvió en la Guardia Francesa. "

Con la cabeza pegada cruelmente contra el suelo, como si estuviera en un tronco de decapitación, la niña jadeó del espanto de ese recuerdo. Unas lágrimas corrieron de sus ojos, y de las mejillas al suelo. Murmuró, repitiendo el nombre que le había traído este dolor.

—Oscar…—Raphael al oírla arqueó una ceja con suspicacia, entonces se dispuso a sentarse un momento en la silla de la niña.

—¿Te suena el nombre? Sí es así, vamos a preguntarle a tu padre.—Al apoyar el codo en la mesa notó un pedazo de pan a medio comer. — oh, vaya… miren esto… ¿Es tuyo?—preguntó malévolo para darle una mordida.— ¡Está sabroso y crujiente, se nota que no tiene aserrín! ¿De cuál panadería lo compraste? ¡No a todos les llega esta harina de esta calidad, otros deben cocinar la poca que llega con todo y moho! —Rio insensible del hambre y sacrificio del padre y la hija. Tras terminarse el pan, que incluso sus propios hombres lo veían con anhelo, no obstante, no se atrevían a decir nada por el temor que les inspiraba el sociópata de su jefe, Raphael se dirigió a Nicolás.— asómate si ves a su padre cerca.

Este asintió para abrir levemente la puerta y localizar al dueño, aunque… lo visto fue más conveniente lo de esperado. Divisó al padre por supuesto, pero eso no era lo que había inspirado su sonrisa; Pascal y Courtois, los amigos, o eso creían, del soldado que le arrebataba el sueño al infame de Eluchans. De nuevo se giró a su jefe.— ¡Raphael, no vas a creer quienes están aquí! ¡Morandé y Courtois!

—¡¿Morandé?!—Se rascó la barba con agrado y malicia.— el destino y la balanza se ponen a nuestro favor… ¡No es casualidad! Courtois me tiene sin cuidado, es Pascal quien me interesa!

Los hombres débiles de su tipo son fáciles de manipular si están embaucados por eso que llaman amor!"

O—

Debido a que seguía preocupado del estado de su hija, y de la cual si continuaba debilitada la mandaría a dormir, se dispuso a ir a la cocina. Cuando ingresó, no tuvo tiempo de reaccionar, apenas sus ojos se abrieron desmesuradamente del horror de ver a su hija sometida en el suelo, con un rufián que le doblaba el tamaño aplastándola. De inmediato, el impacto fulminante de la culata de un fusil en su nuca lo derribó.

—¡PAPÁ!—Gritó la niña, forcejeando con todo lo que su pequeño cuerpo podía, sin embargo, era inútil. Luego se inclinaron a tomar al viejo de los brazos y alzarlo para mirar directamente a Eluchans sentado, y esta vez con la niña de pie, agarrada por otros dos hombres. Mareado por el golpe, y como resultado de éste de la cabeza del Gregoire había empezado a manar sangre. El tabernero tratando de recuperar la compostura preguntó cansado.

—Q…¿Quienes son ustedes? Qué… ¿Qué buscan? ¿Son ladrones?

Raphael agitó su dedo negando la deducción del viejo.

—Venimos por información… usted sabe algo que según me dijo ese hombre me interesa.—Señaló con la barbilla a Villien, que trataba de ocultar su cara con el sombrero, hasta que su intento fue frustrado por Nicolás que le había arrancado el bicornio de cuero de la cabeza.

—¡Usted…! ¡A usted yo lo conozco!—exclamó atónito el tabernero.— ¡Usted fue el hombre que me había ayudado con Alain!

Villien hizo un gesto de negación agitando ambas manos atemorizado. Raphael jocoso del pobre intento de negar el anterior crimen de secuestrar al sargento lo interrumpió.

—¡No te hagas el inocente! ¡Si tú lo emborrachaste a punta de adulación y patética empatía!—Afirmó franco de lo sucedido ese día. A continuación, con un gesto con el pulgar fijó la atención de todos en la joven.— yendo a lo importante, no finjas, esa sangre en tu nuca no te matará… Puedes ponerte en pie tu solo… esta fiesta no está completa…—hizo una pausa para agarrar el seno de la niña.— afuera están los que faltan en la reunión. Vas a traérmelos, viejo… así como juré castigar a Villien puedo hacerlo contigo.

Gregoire estupefacto inquirió.

¡¿Qué vas a hacerle a mi hija?! ¡No te atrevas a tocarla!

¡¿Me estás amenazando?!—Inquirió de vuelta sádico, alzando con un aire de superioridad su quijada.

—¡¿Y si fuera así, muchacho?! ¡Un hombre por sus hijos da la vida! ¡Quita tu asquerosa pezuña del cuerpo de mi hija!

El dueño del local se arrepentiría de su advertencia, de cual no sería tan terrible ni al nivel de la bestia delante suyo. Provocado por esa osadía, Eluchans se volvió a sus secuaces rojo de la ira, que más que creciente estaba alcanzando el límite.

—¡Muchachos, el horno!— Exclamó simplemente. Estos ya sabían a que se refería, lo que hicieron no lo habría adivinado jamás el desdichado anciano; dos abrieron la compuerta de hierro, y otro arrojó varios leños a su interior para avivar el fuego, que al principio incipiente convertido en llamas intensas. Entre todos agarraron a la niña de brazos y pies, ella consciente de lo que pretendían hacer gritaba estridente, pidiendo socorro a su padre.

—¡PAPÁ! ¡PAPÁ! —Repetía desquiciada, al acercarla percibía el calor del fuego hacia sus pies, a sólo pocos centímetros de quemar la planta de estos. —¡PAPÁ!

El grito lastimero y descontrolado de ella fue el colmo de lo soportable, sacudiéndose de los brazos que lo retenían suplicó.

—¡Paren por amor a Dios! ¡mi niña no, por favor! ¡Haré lo que quieran!

A causa de que se sometiera a sus deseos era su objetivo, detuvo al grupo de lobos curiosos de introducir a una persona entera al horno. Eluchans los detuvo con un gesto, para decir complacido.

—Así me gusta… te quejas que la toque, incluso si me diera por acostarme con ella no sería la peor de tus pesadillas…—Posó una mano en el hombro del hombre.— Ayúdame… sé mi aliado, de esa forma no cocinaré viva a tu hija, y para rematar, darla de comer a la gentuza que frecuenta este sitio. Se extrañarán de que se sirva carne, cuando es un manjar reservado para la aristocracia y los capitalistas.

Pálido y derrotado tragó hondo, un vacío en su estómago se presentó. Asintió, aceptando la demanda, fue así que lo soltaron para dejarlo echar a la clientela, a costa de perder el dinero. La gente fue yéndose de mala gana del lugar, refunfuñando y otros felices de no pagar, pero cuando tocó la mesa de Pascal y Cortois, uno tartamudeaba explicándose de no poder lamentablemente pagar, en el caso de su amigo se reía en hipidos, muy alcoholizado todavía.

Ya con el local vacío, el anciano con un tono monótono y apretado alzó su voz llamando a alguien tras la puerta de la cocina. En cuanto la puerta se abrió, la sangre de los dos se congeló en sus venas, tanto que Courtois que había estado ebrio, perdido para la razón y el mundo, acabó por recuperar la lucidez. Raphael agarrando del brazo a la camarera e hija del dueño, la niña con la mejilla amoratada, quieta del miedo con justa razón, pensó Cortois.

"¡Maldita sea! ¡No debí hacerte caso en tu malcriadez! ¡Ahora estamos a merced de este desgraciado!"

Courtois sin pensarlo se levantó de su asiento. Sus ojos brillantes, además de las piernas débiles, se había forzado a buscar una fuerza que no tenía para pararse. Sabía que si este hombre estaba a solas con ellos algo lamentable pasaría, un motivo de sentir temor e incertidumbre. Tratando de disimular el pavor natural por este sujeto le ordenó a su amigo.

—¡Pascal, vámonos de aquí!

Pascal por su parte, era más evidente cuanto lo intimidaba Eluchans; ¿Cómo no? con el local cerrado, a penas tenían la compañía del tabernero, con la cabeza gacha. Con espanto notó sangre en la cabeza del hombre, tanto él como su hija estaban pálidos, como si hubieran visto a la mismísima parca, que como siempre daba sustos a sus victimas por medio de padecimientos y abusos. Para complicar las cosas Raphael venía con el apoyo de todos sus perros de ataque, como los llamaban por lo bajo los soldados de la guardia nacional.

La maldad en tierra y tiempos de miseria no tenía límites. Pascal petrificado no podía moverse sino hasta que Courtois tomó su brazo, para desgraciadamente verse con el paso bloqueado por los matones. El cabecilla arrogante y venenoso se burló.

¿A dónde van? ¿Qué clase de escorias sin compasión son para dejar indefensos a padre hija? ¡Se ve que lo que los mueve no es patriotismo sino el sueldo!—Rio a carcajadas para con la mano abierta ofrecer una mesa.— ¡siéntense, chicos! Tenía rato que esperaba charlar con ustedes.

Reacio Cortois se empeñaba en declinar la oferta pasiva agresiva, no dejaba de sujetar el brazo de su amigo por nada del mundo. Debía admitir que sentía profunda pena por la chica y el anciano, no obstante, no podía hacer nada, y por lo que daba a entender Raphael, eran amigos del sargento de Soissons.

¡No gracias, no tenemos tiempo! ¡¿Crees que somos idiotas?! ¡Yo sé lo que me conviene! ¡No vamos a quedarnos!

Pascal seguía mudo del impacto, era extraño que Courtois aun entonado pudiera responderle a este monstruo. Debido a que no accedían, los matones los agarraron a ambos y los forzaron a sentarse en la mesa de Raphael, este por el contrario se sentó y sentó a Mina contra su voluntad en su pierna, cuando Gregoire pretendía protestar Nicolás lo calló con un golpe en su estómago, haciéndolo arrodillarse de dolor, y con ganas de arrojar la bilis afuera, cosa que horrorizó a la niña, que advertía que si no obedecía su padre acabaría muerto. Asimismo tuvo que quedarse quieta en la pierna del jefe, este mientras hablaba detallaba la carita de la jovencita.

Sé a qué vinieron… Pregunté a esta niña si ha visto al sargento, pero asombrosamente me dijo que Dumont vino y se marchó hace poco de aquí… también de que ustedes llegaron al mismo tiempo que él y un hombre misterioso.

Por disimular Courtois exclamó pretencioso.

¡¿Dumont?! Ni sabía que estaba aquí! ¡Vinimos fue a pasar un buen rato, no teníamos idea de eso!

Eluchans que no se creía tal mentira los miró por el rabillo del ojo mientras tocaba la mano de la niña como una muñeca.

—¿En serio? ¡Ay si solamente supieran lo que sé de él! ¡Qué ignorantes!—Se llevó una mano a la cabeza en un supuesto gesto dramático. — Pascal, no te dejes engañar por Courtois, yo sé lo que quieres, tú y yo sentimos algo similar por Dumont y… por el infeliz del sargento de Soissons.—Hizo una pausa para tomar la mano de Mina y entrelazarla a la suya.— aunque si no quieres saber qué ocultan, puedes irte.—al insinuar esto los matones dejaron la salida libre. Courtois inmediatamente antes de perder toda oportunidad de escapar trotó a la puerta, al sentir que Pascal no le seguía se giró, y vio indignado a su amigo aun sentado en la silla. ¡¿Tan débil de carácter era?!

Tramposo como ninguno, antes de que Courtois se atreviera a volver a entrar cerraron la puerta en su cara. Al principio se oyeron los gritos y golpes de él a la puerta llamándolo, hasta que luego de instantes cesó el escándalo; al otro lado de la puerta, parte de los perros de Eluchans habían ahuyentado a Courtois, éste sin poder hacer nada más por su amigo, cegado de celos y odio a merced de un manipulador tuvo que irse, orando porque lo que conversaran no influyera en Morandé.

Echando una risita pérfida, Raphael aun entreteniéndose con la jovencita, empecinado en el gesto de entrelazar las manos prosiguió.

—Bien… ahora nadie nos estorbará…

Pascal tragó saliva, con un sabor a metal por fin habló, buscando no ver los ojos de sufrimiento de Mina.

—Sí… ya…—tartamudeó— ya estamos solos. Ahora dime… ¿de qué me estás hablando?

Curiosamente Raphael se llevó la mano de la chica a los labios, besando sus nudillos.

—Este gesto lo hacen los enamorados…—entrecerró sus ojos.— ¿tu interés es carnal o es eso que llaman amor? Porque créeme, la atracción física puede vivir sin amor, pero según cuentan los ingenuos poetas, el amor no puede vivir sin el toque de su amante, quizás esperar, sean meses y hasta años porque eso es inevitable. Es una consecuencia que tarde o temprano lleva al enfermo de amor a la solución desesperada, de tocar a su amante.

Pascal frunciendo el ceño respondió irritado.

—¡¿A qué viene esa respuesta tan rara?! ¡¿Como un sujeto como tú puede hablar algo que ni sabe?!

—A lo que voy es que estás enamorado de Dumont.—Afirmó brusco y seguro de sus palabras.

—¡¿Estás loco?! Cómo puedes acusarme de algo así?! Es un hombre! No estoy enamorado de un hombre! Eso no es natural, no es de Dios!

—Lo mismo pensé, niño, sin embargo, nada es por de casualidad, el hombre debe hallar explicación para todo, sea lo que sea, de Dios o de el diablo. Lo cual, el segundo es más fácil de interpretar que el primero. Si algo anda mal, se busca una razón lógica o es cosa de satanás. —Soltó a la niña de su agarre, ésta aprovechó para correr a los brazos de su padre.— en esta situación satanás no tiene nada que ver… es un engaño del sargento. Dumont es usado por el sargento, hay muchos hechos extraños que lo comprueban.

—¿y que hay de esa atracción de mi parte?—se cruzó de brazos.

—Simple, deseas descubrir la relación de Dumont y el sargento. Por celos estás aquí… aparte también estoy preocupado. Puede ser que el sargento esté colaborando con los realistas.—Golpeó la mesa con el puño cerrado.—¡Sólo recuerda la desaparición del arsenal en el cuartel! ¡Y su apellido! ¡La estrecha cercanía con Lafayette! ¡Hace poco según dicen, le salvó la vida de un atentado! ¡El pueblo reclamaba su derecho de protestar! ¡En ese momento el sargento le disparó a un padre de familia! ¡No puede negar sus raíces! ¡Su sangre es de la nobleza, y querrá darle el estatus que su familia jamás pudo tener!

—Tiene sentido. Ahora si me acorralaste y sacaste a Courtois es para pedirme algo, ¿No es así?

—En efecto.—apoyó su codo en la mesa.— quiero que me ayudes a desenmascarar al sargento. Estoy seguro que no deseas ver a Dumont implicado en crímenes contra la república.

El chico asintió, pero esta vez su semblante nervioso se desvaneció para convertirse en uno de determinación y rencor. Era más lo que sabía, pero prefería que Raphael cargara con el prejuicio y la culpa de todo, muy cobarde para escarbar lo suficiente, de descubrir algo, para su pesar, era contra su voluntad. Ahora sí se metería de lleno a enlazar todos los cabos sueltos, así tuviera que aliarse con el mismísimo demonio.

—Mientras no afecte a Michel te ayudaré…

—¡Excelente!—Ofreció su mano al chico, la cual estrechó con exagerado entusiasmo.

"¡Estúpido! Sea que mande a fusilar al sargento o no, la mujer involucrada no será tuya, será mía… contaré los días para que aquella de nombre Oscar y Michel se desvanezcan de dolor en mis brazos…"

—O—

El Palacio Real, situado al norte del Palacio del Louvre, en el distrito de París… construido e ideado por el cardenal de Richelieu para ser su residencia oficial en 1636; el palacio cardenalicio. Más tarde pasando de mano en mano, de la reina regente Ana de Austria y al rey Louis XIV, el afamado rey sol, para ser nombrado Palacio real y morada definitiva de los duques de Orléans, iniciando por el hermano menor de Louis XIV. Phillipe I de Orléans.

Un lugar que no se limitaba a ser la morada de un influyente duque: era un centro de reuniones, de comercio, apuestas, tertulias, poseía un teatro, una galería, y un amplio y hermoso jardín. Fácilmente podría rivalizar con Versailles por la cantidad de actividades que sucedían en sus muros, si no fuera por otra actividad comercial adicional: la prostitución.

Ya frente de las rejas que bloqueaban la entrada al gigantesco palacio real, Fersen miró en derredor, todo estaba cerrado, asimismo no le veía objeto permanecer allí, bien que unos ventanales del edificio estaba con las luces apagadas, otras seguían encendidas. ¡¿Y si los guardias del duque los veían?! Se preguntó.

—Oscar, ¿A que te referías de que es aquí dónde todo terminó? ¿Dónde está André? ¡Si no nos movemos de este sitio podrán vernos!—Le recordó sumamente preocupado, y contando con su reloj de bolsillo las horas que le quedaban en París.

Ésta se acercó a los barrotes, para desconcierto del nórdico los apretó enérgica, al punto de que los nudillos de sus manos aparecieran de la fuerza empleada. A continuación la notó pegar su frente a ellos.

—Es aquí… él… él está aquí…—Le aclaró su inquietud titubeando, tentada de llorar nuevamente. En el aire, desde su partida del local, había comenzado un olor a humedad, no era un viento común el que los estremecía de frio, se aproximaba una llovizna.

—¡¿Bromeas?!—Replicó incrédulo, negó con su cabeza, para luego retroceder un paso y presionar tenso la carne de sus cejas con sus dedos.— no es posible… ¡¿Cómo va estar su cuerpo aquí?! ¡Bajo los dominios de un hombre como el duque de Orléans! ¡Posibilidades infinitas! ¡Tantas! ¡¿Y esta fue la mejor?!

Por la crítica que podría recibir de cualquiera. Se lo había mentalizado ya, sin embargo, con todo y sus defectos humanos, siguió siendo de mucha sorpresa oír esas palabras de la boca de su primer amor. No importaba si él hubiera participado en la guerra de independencia de los colonos norteamericanos, o enviado a pelear por orden del rey de Suecia contra Rusia, se le había olvidado otras interrogantes en la decisión de la rubia. ¿Cómo iba aponerse del todo en su lugar? Todavía el conde no tenía idea de qué era la pobreza ni la ruina, o estar en un verdadero callejón sin salida, sin opciones. No se esperaba menos de un noble.

Lentamente separó su cabeza del hierro que la separaba de la tumba de André. Se volvió al sueco sin atreverse a soltarse.

—Qué sencillo es para ti decirlo, Fersen…—comenzó a decir, sin esconder su irritación y molestia en su voz. Tenía el entrecejo fruncido, se dispuso a interrogarlo, esta vez hablaría de forma descarnada. — tu muerte y la mía no son iguales a la de André… ¿Qué hacían en el campo de batalla una vez estaban en un terreno caluroso, húmedo o en este caso cerrado?

—Obviamente no se podía dar una sepultura personal a todos los soldados… debíamos llevarlos a una fosa, o dependiendo, de si eso no era posible, dejarlos para nuestro pesar en donde cayeron sin vida, y contar a los sobrevivientes.—Se explicó incómodo, sonando lógico y no tan indolente.

—En efecto, no puede haber exclusividad para todos, después de todo así como nacemos también al morir se tienen ventajas y privilegios…

—Sin embargo, Oscar, aunque digas eso estaban en París, en la capital, con un poco más de esfuerzo podrías haberlo llevado al cementerio de tu familia.

—¡¿Al cementerio de mi familia?!—Exclamó en una mezcla de sarcasmo y rabia, seguido de su réplica se oyó en las nubes el potente retumbar de un trueno, como si Dios compartiera la tristeza de la mujer, de que por desgracia gran parte sus hijos morían sin sentirse en verdad amados por él...— ¡El calor!—siguió gritando mientras los rayos y truenos cubrían su voz. Golpeó su pecho repetidas veces a medida a reclamaba al amante de la reina.— ¡La traición que compartió conmigo porque decidí por él! ¡Ya no había vuelta atrás, Fersen! ¡A kilómetros de nuestro hogar! ¡Con los caminos bloqueados por la caballería alemana, llevarlo de vuelta era impensable! ¡Su cuerpo estaría irreconocible al esperar tanto! ¡No aguantaría! ¡No soportaría ver a mi André podrirse delante de mí!

Gotas comenzaron a caer, intensificándose por cortos minutos. Fersen boquiabierto no sabía qué decir, interpretaba esto como si por fin luego de días y meses algo se rompiera dentro Oscar. Esa coraza creada para sobrevivir estalló por culpa de la furia, pero también, de esa arrogancia de obligarla a mencionarlo, insinuando la idea espantosa de que ella no amaba al que lo dio todo por compensarle, aun si en el proceso fuera asesinado.

—No evité que muriera por mis creencias…—Las gotas caían pesadas sobre su cabeza, empapándola por completo, fusionándose a las lágrimas saladas que caían de sus ojos. — las consecuencias eran abrumadoras… dirás que hubiera sido más sensato dejar que lo apilaran con los otros cuerpos en una carreta, para que fuera enterrado en una fosa sin lápida, sin cruz… ¡Yo no iba a permitir eso! ¡Por el señor en las alturas que me mira desde su trono de oro, me opondría incluso a que lo lancen a las aguas turbias y hediondas del Sena!

Fersen pálido, y con un sabor a amargor en su boca. El torrente de agua lo castigaba junto con la mujer que temblaba delante suyo. Al parecer ni la experiencia de sus viajes de estudio ni la guerra lo hubieran preparado para eso: Oscar totalmente alejada de la ignorancia de su clase, su empatía no había estado del todo formada hasta no vivir en los zapatos de la gente que defendía.

—Ya veo, Oscar… puedo entender que…—Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas.— que todavía estoy fuera de tal conocimiento. Hace 4 años que cambiaste, a diferencia de mi que, sigo siendo el mismo. Ahora, eres parte de este pueblo llano y con sueños de libertad. Somos diferentes…

Oscar negó con la cabeza, gracias a su arranque explosivo había conseguido calmarse. Una vez más vio en dirección al palacio, con mirada anhelante, de si fuera tan sólo posible atravesar las rejas y murallas, y hallar el punto en donde estaría reposando por siempre el esposo que no supo hacer feliz. Recostarse en el suelo en el que fue enterrado, llorar hasta dormirse como el día en que se entregó por primera y última vez como su mujer.

—No… ni en eso fui capaz de implantar esa igualdad que defiendo. —El sueco sin comprender preguntó.

—¿Cómo? ¿Qué más van a pedirte? Lo has perdido absolutamente todo por este pueblo de ingratos.

—Con rechazar la idea de que tuviera esa sepultura patética. Lo acepté con los chicos que murieron por sus familias y bajo mi mando, en el caso de André, me comporté hipócritamente.

La lluvia seguía cayendo inagotable. De pronto, al no soportar el frio, el agotamiento de las horas de servicio y para rematar la caminata, tensa en sus huesos que empezaban a dolerle, en especial en las rodillas, se deslizó al suelo, sin soltarse por nada del mundo de los barrotes. Un cosquilleo en su garganta a causa de la exposición a la humedad y sin haberse resguardado le indujo a toser sonoramente.

Angustiado de su estado Fersen se arrodilló para acurrucarla contra él y cubrirla de la lluvia con su capa. Permanecían en el suelo fangoso, apegados a la verja.

—¡Oscar!—La nombró preocupado, con esfuerzo separó los dedos fríos y delgados de los barrotes.— Debes regresar a tu casa… Tienes una, ¿No?

—Sí…—Murmuró la mujer mientras luchaba contra las cosquillas y leve dolor en su pecho por la poderosa tos.

—¡Déjame llevarte! ¿Vives sola? Lamentablemente no puedo quedarme a cuidarte, debo irme antes de que toque el alba.

—No…—Escupió frente a ellos, expulsando una aparente flema.— Dios no fue del todo cruel… conmigo… alguien en casa me espera... alguien que moriría de tristeza sino regreso. De no ser por esa persona André no reposaría al otro lado de estos muros…

—¿Fue tu contacto para traerlo aquí?

—Él lo trajo por mí, no obstante, ese contacto que mencionas era de André...—Esbozó una tenue sonrisa al recordar a quien la socorrió— ella lo amaba como yo… entendía mi dolor… habían cosas que a pesar de haber crecido juntos no conocía de él… antes de mí hubo alguien que lo acompañó, pavimentando mi llegada a la vida de André.

—O—

Un disparo entre tantos otros, uno solo dedicado a cada hijo de cada familia para destrozar de forma indirecta los sueños de una felicidad en conjunto, que prometía dejar atrás los nefastos momentos de dura resistencia para llegar vivos al final de sus vidas: no habría más zozobra, no existiría la humillación, tampoco el prejuicio y egoísmo, se suponía que reinaría el amor, la igualdad, la fraternidad y la justicia de los hombres sin distinción. El corazón que ardía ferozmente de pasión por estos ideales fue puesto a prueba.

La solución a todo desencuentro, a las diferencias en opinión y creencias antes que dejar ser al oprimido, era… la sangre.

Así pasó cuando lo vio caerse por su propio peso del caballo, agujereado en su pecho, obra de un soldado que quería cortarla del cuerpo, siendo la cabeza que comandaba la defensa del pueblo. En esos instantes devastadores, millones de recuerdos increíbles teñidos en color sepia se escapaban de sus manos para siempre, se sentía helada y más sola que nunca. El hombre tirado en el suelo perdía sangre. ¡Algo debía hacer!

Los disparos continuaban, los estallidos no cesaban, el mundo giraría para los que viven, pero para el que sobrevive la muerte o una muerte la interpretación de la vida cambiaba.

—¡André!—Gritó el sargento, al ver a su amigo en el suelo. La comandante se permitió paralizar en ese segundo en pleno campo de batalla. El mancebo corrió a sujetar el brazo de su amigo para obligarlo a ponerse de pie, Oscar por su parte espabiló, bajándose de su montura para ayudar a movilizar a su marido a un sitio alejado del fuego.

Los minutos en los que André le pedía que siguiera con su compromiso de liderar, que se olvidara de él, ésta no paraba de callarlo furiosa y con los nervios crispados, la posibilidad horrible e intrusiva en su cabeza de que muriera, a la vez que maldecía ser una mujer débil que no actuaba impasible en toda situación como un hombre; presa de sus sentimientos elegía a André por encima de su deber, arrastrándolo, debido a que André no podía sostener sus piernas ni caminar por si mismo, colgaba de los hombros de Oscar y Alain.

"¡Ah! ¿Por qué nací mujer? ¡Ni siquiera puedo seguir al mando! ¡¿Porque nací mujer?!"

El humo de la pólvora y la tierra que se levantaba los rodeaba y bloqueaba la visión de la caballería de la comandante que huía con un herido. De pronto oyeron al pueblo cantando a coro en la batalla sin explicación, cosa que desconcertó al mancebo, se había detenido en cuanto oyó las voces. Se giró a la rubia, preguntó incrédulo.

—¿Están cantando?

De todos modos no pudo prestar más atención porqué André había empezado a temblar, convulsionaba, no podía aguantar ser arrastrado más lejos de ese punto, por lo que desesperada Oscar lo dejó tumbarse en el suelo.

—¡Oh, no! ¡Ponlo aquí por ahora, detén su hemorragia!—Rogó desesperada mientras Alain revisaba el hoyo por donde seguía y seguía manando la sangre que producía más frio y temblores en André.

—Os-car…—La nombró con los ojos cerrados, mareándose a cada segundo que pasaba, un ligero dolor de cabeza se manifestaba. Estiró su mano buscándola, era la única que podría calmarlo en su malestar, al menos la que podría disminuir el miedo natural de vivir algo semejante, aunque para él… era mucha ganancia que no fuera ella quien estuviera esfumándose por esa bala.

Con esfuerzo abrió ambos ojos, no sólo uno como se había obligado a acostumbrarse por el latigazo de Bernard. En cuanto consiguió tocar la mejilla caliente de Oscar, que chocaba con la falta de calor en sus dedos y palmas, se confirmó lo que más temía la rubia desde hacía mucho tiempo: André estaba ciego.

—tus… tus ojos…—Pronunció anonadado, extremadamente sorprendido, como si fuera la vez primera que la ve, demasiado deleite se notaba en su reacción a la cara sudorosa y algo polvorienta de la mujer. Tan enamorado que adoraba la belleza e imperfecciones de una mujer que luchaba por auto descubrirse. Un nudo en la garganta no la dejaba hablar, únicamente observaba la mano de André paseándose por sus facciones.— y tu nariz… oh, sí… esos labios…—dijo para terminar su recorrido entre el dolor que poco a poco se desvanecía, a la vez que su corazón latía unas últimas veces con fuerza ante este milagro. Dios lo había escuchado, no lo arrancaría sin verla y tocarla cómo años anteriores pero con un nuevo significado.

—¡¿Qué estás diciendo?!

Le replicó confundida, pasando del dolor a una incipiente ira, ¡¿le estuvo mintiendo desde hace tanto?! ¡Debía saber la verdad! ¡¿Qué tal si esto se hubiera evitado?! Continuó interrogándolo, sacudiendo su hombro asustada.

"¡Esto no es posible! ¡Por favor, que no sea cierto! ¡Dime que es mentira!"

—¡¿No ves?! ¡¿No ves?! ¡¿Por cuanto tiempo has estado así, André?!—Perdiendo el control de si misma y la delicadeza Alain la cogió de los brazos para tranquilizarla, sin embargo, era en vano, indignada recriminaba al herido sin entender que ya ni era momento para las discusiones ni estupideces, el sargento era el que entendía esto. — ¡¿cuánto tiempo?! ¡Idiota! ¡¿Por qué no me lo dijiste?! ¡¿Por qué te lo guardaste para ti?!

—¡Comandante!—Exclamó el sargento preocupado, André ya ni tenía la capacidad de responderle, sonreía sin entender que Oscar estaba molesta con él, molesta porque ni él luchaba contra la muerte, era tarde, ya que ella estaba segura que no podría sobrevivir sin él… apenas pudo pronunciar por una necesidad lógica del cuerpo el cual no tenía que pensar.

—Agua…

Pidió exhausto, tiritando de los nervios Oscar se puso de pie, si él necesitaba agua o lo que fuera para sentirse mejor lo buscaría hasta en el fin del mundo, su razonamiento le pedía que se moviera por unos minutos para recuperar la compostura y en parte para hallar el agua para refrescar a su amado, también en el fondo, un sexto sentido que nos ayuda en la supervivencia física y mental, incluso en presentimientos y advertencias de eventos desagradables, no sabía si era ese sentido que emergía muy de vez en cuando, o pánico.

"Este sentimiento… ¿qué será? No es pánico… es diferente. Jamás lo he sentido en mi vida, es… es como si fuera resignación, dolor y alivio. No sé cómo… algo me jala a apartarme pero a la vez no quiero. ¿Qué sucederá? Mi señor, ¡¿Qué harás conmigo una vez que me saques y me hagas volver a su lado?!"

Trotó en busca de un poso con agua, en los minutos de distracción sentía que el tiempo pasaba rápido para ella y lento para los demás. Esquivó escombros y gente que corrió en busca de refugio de las balas. ¿Era una cobarde al usar el agua para irse por tan sólo unos cortos minutos? Sería peor para ella si se quedaba. Un círculo que no terminaba, naces para ser herido por quienes amas y a su vez lo harás contra tu voluntad, a causa de la muerte que no vacila en separar amores, familias y amigos. Llenando el vaso sumergiéndolo en el cubo de madera, esta vez ya no podía trotar tan veloz como al inicio, sino el agua saltaría del vaso.

André en sus chispazos de cordura antes de exhalar su último aliento, oró al Dios que tuvo piedad de cumplirle su deseo de verla. Oscar ni tenía idea de las bellas palabras que le dedicaba:

"A medida que pasa el tiempo, cantando las alabanzas de la vida, por favor, envía mis eternos pensamientos, a la mujer que hecho de menos con todo mi corazón… por favor envía mis eternos pensamientos a… oh, esos ojos azules… esa figura… vuela por el cielo como si fuera un Pegaso rugiendo, el corazón temblando en las alas del deseo… su cabello rubio, ondeando, ondeando al viento."

Cuando pudo distinguirlos había pasado lo que su alma intuía, Alain estaba arrodillado en aire de derrota. Una mano cubría su cara mientras contenía las lágrimas inútilmente, otro a quien amaba había muerto, su madre y hermana, y ahora sus amigos caían uno por uno. Se volvió al advertir la presencia de Oscar, ésta notó el estado estático de André, no respiraba, su pecho no se ensanchaba como hace minutos, su rostro ahora pálido. Su cara denotaba paz, un sueño pacífico, incomprensible habiéndola abandonado por completo.

Después de caer en cuenta de lo sucedido, el vaso se escapó de sus manos al suelo de piedra, el sonido del vaso partiéndose se le hizo como su corazón una vez visto a su marido muerto. Su corazón hecho añicos.

Su respiración se aceleró cuando su cerebro rememoró la vida que habían compartido, los episodios de su infancia, los juegos y obsequios. Nunca había pasado necesidad, no obstante, probablemente André sí… su infancia habría sido la más dichosa junto a ella. Pasaban las imágenes muy veloz, se escapaban definitivamente, los años transcurrieron raudos. Ese niño hermoso, tierno y dulce, excesivamente tímido, no pudo disfrutarlo lo suficiente en cada etapa. El joven imberbe, amable, atento y reflexivo que más tarde sería el hombre que le brindaría ese apoyo silencioso que pocos pueden conocer.

Cayó de rodillas para acercar su mano ilusa a su nariz, en efecto ni respiraba. Entonces un toque a su hombro la tomó por sorpresa, al girarse vio al periodista Bernard Chatelet con expresión de profunda pena y con un sombrero en sus manos en un aire de respeto y solemnidad. El recién llegado preguntó para horror de la mujer.

—¿El ciudadano André Grandier está…?—Empezó a decir, pero tristemente Oscar no quería oír más del tema ni aceptar nada, ¡¿cómo podía la vida obligarla a pronunciar palabras tan dañinas a su alma y corazón?!

De modo que se levantó, y torpemente empezó a trotar, casi perdiendo el equilibrio por algún adoquín que estuviera sobresaliendo del piso. Quería huir de lo que pasaba. De trotar empezó a correr en dirección a la batalla que se seguía desarrollando a lo lejos. Espantado de ese acto de suicidio Alain corrió tras de ella, dejando atrás al periodista atónito de la situación.

—¡Dispárame! ¡Dispárame! —Gritó y suplicó al cielo y a todo asesino que estuviera lo más cerca posible de ella. Extendiendo sus brazos con la cara surcada de lágrimas que mojaban su guerrera junto con la sangre de André. — ¡Por favor, dispárame! ¡Si no me matas!

Alain que no permitiría que Oscar cometiera un acto imprudente, que ni André perdonaría, la tomó de la muñeca para detenerla de su camino a la muerte. Ésta no paraba de sumirse en sollozos lastimeros, llamaba enloquecida de la desesperación al hombre que perdió: se sacudía de las manos que la retenían, entonces al girarse vio a Alain, o eso creía… unas palabras vinieron a su mente, veía en el mancebo a André. ¡¿Qué diablos pasaba con su cabeza?!

"Un oficial nunca debe dejarse llevar por sus emociones… un oficial nunca debe…"

La voz de André en un eco tortuoso se repetía en su mente, no era capaz de soportar esa labor cruel, esto era ser un oficial, los asuntos personales no importaban. No importaban, no había cabida para la debilidad y sentimientos. ¿Cómo era posible que André, que era un civil apenas recién convertido en soldado raso lo entendiera más que ella? Era demasiado.

Explotando contra Dios y contra él, en un gesto violento se golpeó el pecho con el puño cerrado, movía su cabeza de forma incontrolable como un caballo desbocado que se negaba a ser domado.

—¡Pero sólo soy una humana! ¡Soy una humana! ¡Soy una humana!

Doblegada por su corazón que no era invulnerable de dolores se arrodilló. Con las manos contra el suelo era vencida en el terreno devastador que en otro tiempo negaba, y no tendría en cuenta que esa pregunta con respecto al amor que le hizo Fersen le haría tanto mal. Era mejor vivir en la ignorancia, no extrañar lo que desconoces, la libertad del vagabundo, del viento, ser lo que el sendero le pidiera para ser fuerte.

—Oh, señor… oh, por favor… corta mi corazón… hazme una piedra… al menos.. —Con la voz temblorosa suplicaba a Dios de librarla de su sufrimiento de un solo y certero golpe. A medida que hablaba sus manos cedían en sostener su peso, acercándose más al suelo terroso y echarse por completo. — ¡Vuélveme una demente!

Pasadas las horas que hicieron de fatal prólogo, siendo la noche silenciosa, una pausa y descanso para los bandos. Los caminos de las calles cerradas por escombros y barricadas, carretas volcadas, barriles, además de que por evitar que el pueblo consiguiera refuerzos, o insumos para la batalla, que continuaría hasta que alguno de los dos se rindiera de la fatiga o cayera muerto en el proceso, el ejército del rey se mantenía vigilante, no solamente desde la cima de la torre de la Bastilla, también en las calles que conectaban a París con la prisión. La gente que vagaba en la madrugada para reconocer a sus familiares fallecidos y llevarlos a darles sepultura en fosas comunes, no todos podían arrojar a sus muertos al rio, la podredumbre del agua empeoraría con el calor del día siguiente que intuían sería como el 13 de julio. Ser carne de cañón para los ciudadanos de la futura república habría valido la pena, no importaba que estuvieran armados con objetos rudimentarios de sus empleos, la causa de la libertad lo demandaba.

Oscar se hallaba sentada para permitirle a un galeno revisar su estado, por fortuna se veía sólo acalorada y deshidratada nada más, un grupo pequeño de ciudadanos habría ido a buscar comida y agua a pesar del bloqueo del ejército monárquico. Ésta tenía una vista perfecta de la gente que acostaba a cada fallecido en un carretón jalado por dos caballos, era tanta la cantidad de cadáveres que para moverlos debían hacerlo en grupos. Notó a una mujer llorar en brazos de una anciana: su marido era levantado y acostado sobre los cuerpos como un costal. La rubia tragó saliva a la vez que fruncía sus labios, una sensación de nauseas se le presentó en la boca de su estómago. Se llevó ambas manos a la boca.

"¡No puedo! He vivido muchas cosas, sin embargo… ¡tocar así en mi corazón la muerte! ¡No se ha llevado la parca mi alma y toda esta pestilencia acrecienta mi repelús a que te lleven de mí!"

Se volvió al grupo de sobrevivientes de la guardia francesa. Todos sentados mientras comían pan en un callejón, observando una figura recostada en el suelo, cubierta por una tela. La mujer dio las gracias al médico para entonces dirigirse a sus hombres. Al detallarlos de arriba a abajo cayó en cuenta del estado desamparado de sus uniformes, convertidos en harapos y manchados de sangre, tanto propia como de sus compañeros caídos.

Se acercó a un grupo de tres hombres quienes hablaban con Alain. Este asentía, no obstante, rascaba su cabeza en gesto de confusión. Le estaban comunicando algo incómodo, algo que no vino a comprender sino en el momento en que el interlocutor del sargento señaló al cuerpo bajo la tela.

Los ojos de Oscar se abrieron desmesuradamente, un salto en su pecho le impidió respirar, fue así que corrió rauda, con grandes zancadas para alcanzar el cuerpo antes que los sepultureros. Acabó por bloquearles el pasó.

—¡No!—Rugió territorial, estiró los brazos en intención de evitarles espacio en el callejón para que pasaran. Sus dientes se prensaban, y sus ojos azules centelleaban de odio. Estos retrocedieron un paso desconcertados.— ¡No lo toquen! ¡No voy a permitir que se lo lleven!

Los soldados se inmutaron por la actitud de su comandante: se miraron entre sí, y a su vez los sepultureros le pidieron ayuda con la mirada a Alain. El sargento por calmar el ambiente tenso explicó conciliador y en parte con cierta gravedad.

—Comandante… estos hombres tienen que hacer su trabajo. No podemos dejarnos llevar por impulsos infantiles, de no darle una sepultura André podría…—Explicó con el mayor filtro posible hasta que la mujer lo interrumpió agresivamente.

—¡En efecto! ¡André podría pudrirse! ¡Vamos, dilo! ¡Ya lo sé!

—Sí ya lo sabe entonces, ¡¿Por qué no los deja cumplir con su trabajo?!

—¡Porqué sencillamente no quiero verlo pudrirse en un hoyo como un costal de carne con cientos de desconocidos! ¡Como una basura sin identidad y honra!—le gritó fulminante, muy agudo y punzante para los presentes y soldados que dejaron a sus familiares y amigos tener ese destino.

Alain advirtió los ojos, no sólo acuosos y rojos de su comandante, también los de sus amigos; la mujer había herido inconscientemente sensibilidades de personas que no eran culpables del destino de André.

—Pues este es el destino que le corresponde a los que no tenemos título, estatus, y en este caso, los que se atreven a soñar un futuro mejor, comandante.—Se relamió los labios algo sediento, el corazón se le encogía y apretaba en un puño. Sus compañeros rodearon el cuerpo después de que Alain bajara uno de los brazos de la rubia, la mujer sin saber qué más hacer cayó de rodillas en lo que se llevaban el cadáver del escondite.

Impotente golpeó el suelo, tiritó de los nervios, no podía hacer nada, el descaro e hipocresía de sus palabras, y para colmo delante de sus hombres y familias más desdichadas que ella.

"Al tocar el amanecer… comandaré un grupo de hombres a los que habré decepcionado profundamente. ¡¿Qué fue lo que dije?! ¡Soné tan vil…! Ellos acostumbrados a morir de tal forma…¡Y yo no soy capaz de soltar su mano, para dejarlo reposar junto a cientos de héroes, que no tienen otro remedio que ser sepultados en semejante método!"

Así pensó, compadeciéndose de su lamentable actitud y suerte, hasta que, oyó una voz femenina gritar estridente y tan dolorosamente que la arrancó de su ensimismamiento. Oscar alzó la vista aun echada de rodillas en el suelo empedrado, divisó a una hermosa joven cubierta con una capucha, o eso era lo que podía distinguir en la oscuridad. Confusa e incrédula tomó los hombros de Alain, su rostro estaba surcado de lágrimas.

—¡Dí-Dígame que no es cierto! ¡Se… se lo ruego! ¡No sabe el riesgo que corrí para venir a verlo!—Rogó con la voz quebrada y más aguda de lo normal.

Alain en respuesta bajó la mirada en dirección al cuerpo cubierto por la manta. Ésta al comprender ese gesto, se volvió a la camilla con el cuerpo de aquel desconocido, no lo aceptaría hasta verlo con sus propios ojos. Los hombres la miraban con desconfianza, pero no se opusieron a que levantara la manta al nivel de la cabeza, descubriendo la identidad del fallecido. Del horror llevó ambas manos a las sienes de su cabeza, había perdido el color, como si de doncella pasara a alma en pena o fantasma, para entonces estallar sus cuerdas vocales en un grito más lastimero que el anterior.

—¡No, Dios mío! ¡No! ¡André!

Oscar llamada por ese grito de dolor, del cual la había desconcertado buscó fuerzas para ponerse de pie, a continuación, trotó en dirección a la misteriosa mujer: Al estar frente a frente sin intercambiar palabras la "amiga" de su amado se refugió en el pecho de la comandante. Al principio la rubia se hallaba petrificada por ese gesto, para luego lentamente rodearla con sus brazos y brindarle ese consuelo que necesitaban. La muchacha sollozaba sin parar, con una entrega y confianza alarmantes, ¿De dónde se conocían? se preguntó.

"¿De dónde te conozco? ¿Por qué me abrazas como si supiera lo que sientes? ¿Me conoces? ¿Qué es lo que te ata a mi André? ¿Cómo de todos me elegiste a mí, jovencita?"

Pasaron unos cortos momentos para que el llanto se apaciguara. Alain no entendía la razón, pero por el impacto de la escena había detenido a los sepultureros unos momentos más, algo que no había hecho ni con los ruegos de su comandante. Cuando por fin hubo silencio, Oscar le preguntó intrigada, aunque sin perder la gentileza.

—¿Quién es usted, señorita?—Bajó la vista a la joven más baja que ella, que al principio por el abrazo no podía ver su cara, esta retrocedió lentamente para dar una reverencia al estilo de una dama.

En cuanto levantó la vista, con las mejillas rojas del rubor pudo reconocer a la joven.

—¡Usted es…!—Exclamó sorprendida, sin embargo, por la situación en la que estaban no podía decirlo en voz alta, no era seguro, la chica la miró con temor de que la delatara.

"¡La favorita del duque de Orléans! La señorita Marie Christine!"

—Señor Oscar, es un alivio que aún me recuerde, a pesar de habernos visto sólo unas pocas veces. Significa que esos encuentros si tuvieron valor…

—Yo… yo no sabía que la señorita estuviera enamorada de André, ¿o acaso usted y él…?—Preguntó con una presión en el pecho, hasta que para su alivio la joven la interrumpiera con un gesto rotundo con su cabeza, al tiempo que presionaba dos dedos en los labios de la rubia.

—No… no es lo que cree… sólo éramos amigos de la infancia, porque ni luchando pude ser nada más que eso para él… el corazón de André ya estaba ocupado.—Oscar la escuchaba en silencio, había aun cosas que no sabía de André, no hubo tiempo de saber su pasado, de la infancia más antigua que la vivida junto a ella, a penas de sus sentimientos por su ama.

"Estuve una vez, sólo una vez… en una noche en sus brazos, fue gentil y dulce, como el niño que me regaló aquel día soleado una bolsita de bellotas… él venía a aprender o desahogar una pasión que no podía contener por alguien en especial, con una de las mujeres que trabajaban en los salones y habitaciones del Palacio Real del duque. ¡No podía dejar que otra que no lo amara lo tocara! Después de sacarlo de la zona prohibida del palacio lo convencí de que no desperdiciara su primera vez con una indigna. Él no me reconoció… lo hicimos y supe que era de otra. Ya no había esperanza para mí… al poco tiempo en sus visitas acompañado del señor Oscar, intercambiamos miradas, y a partir de allí me enteré de a quien dedicaste la pasión que viví…"

—Así que… amigos de la infancia… vaya… tantas cosas que no sé de él, ocupada no me detuve a indagar en su vida antes de mí…— Respondió arrepentida y avergonzada, Marie Christine por otra parte tomó las manos de la rubia para tranquilizarla.

—No se torture… sabe lo suficiente, el amor es más que la piel, y la verdad André se manejaba más por su corazón. —Al decir esto Oscar se llevó una mano a su pecho y le dio la espalda a la chica, todavía dolida.

— Sí… y ahora por mi causa murió… soy tan hipócrita que no dejo que lo sepulten. Sin un lugar al cual visitarlo.

—Se equivoca…—Replicó la joven, por su respuesta Oscar se volvió a ella, arqueó una ceja intrigada.— puedo ayudarle a enterrar a André en un lugar seguro. Un lugar único, en el cual sabrá su ubicación sin importar la distancia y el tiempo.

—¿Dónde? Por favor… ¿Dónde en este caos?—Sujetó sus manos y rogó ansiosa de su respuesta.

—En el Palacio Real…

—¿Y si el duque lo descubre?

En respuesta y muy segura de sus propias la joven negó una vez más con su cabeza.

—No lo hará… para él soy una muñeca ornamental inofensiva. El duque no está, es el momento oportuno para llevar a André.

—Si es el caso iré contigo, así tenga que llevarlo personalmente y cavar sola, no pienso dejar así a André…

Determinada se dirigió a los sepultureros, no obstante, Alain la había sujetado de la muñeca para detenerla, alzando el brazo de la mujer. Impedida de moverse Oscar con la paciencia al tope sacudió su mano y ordenó.

—¡Apártate, Alain! Esto no te incumbe!

—¡Sí me incumbe! ¡Nos incumbe a todos!—Bramó indignado.

—¡¿Cómo?!

—¡Comandante, mañana nos espera la continuación de la lucha! ¡¿Qué será de nosotros sin usted que nos comanda?!

—¡Prometo regresar lo antes posible! ¡Antes de que toque el alba!

—¡¿Así?! ¿¡Con los bloqueos y vigilancia del ejército del rey?! ¡Si la ven sería prácticamente regalarse al enemigo!

—¡Lo sé! ¡Eso lo sé! pero yo no puedo… no puedo…—Repitió entre lágrimas mientras se dejaba caer en el suelo. A continuación el sargento se arrodilló con ella. Marie Christine estaba de pie apartada, observando la escena desconsoladora. Ni el señor Oscar podía decidir del destino del cuerpo de André.

El mancebo posó una mano en el hombro de la mujer, serio y decidido le anuncio.

—Yo lo llevaré…

—¿Qué…?Alain, yo…—Esnifó enjugándose las lágrimas, no esperaba que la ayudara, no después de su necedad a los sentimientos de sus hombres— muchas gracias…—Se llevó una mano al hombro en que se apoyaba el sargento.

—No… es mejor que yo muera a que lo haga usted, el pueblo necesita de la guardia francesa.—Se volvió a los sepultureros— dejen el cuerpo en el suelo. Les agradezco sus servicios.

"No tengo nada que perder, nada ni nadie que espere mi regreso sano y salvo, al contrario de ti, que si sabrás llevar al pueblo a su victoria… y también… no resisto verte secarte en lágrimas, si sigues llorando morirás en el alma. Llegará un punto en que sabrás cerrar la fuente de esas gotas, para por fin vivir de nuevo."

Estos asintieron, y entonces recostaron el cuerpo en el suelo, en seguida Alain fue a pedir la ayuda de al menos uno de sus compañeros para el traslado, por la intercesión de Bernard y Rosalie pudieron llevarse una carreta. Justo antes de subir a André a la carreta Oscar sin miedo ni pudor acarició su cabeza y besó sus labios por última vez, impresionando a Alain y a sus hombres de que en serio si hubo algo entre ella y su sirviente. Marie Christine abordó el pescante de la carreta junto a Alain que conducía, mientras uno de sus amigos, el más joven de lo que quedó del regimiento, Lasalle Dreselle cuidaba del cuerpo de André en la parte trasera.

Partieron en silencio, tratando de que las ruedas de la carreta no emitiera un crujido tan fuerte. Por pasar inadvertidos vestían como civiles, los caballos trotaron por varios minutos, no incrementaría la velocidad hasta no pasar la zona de peligro, a lo lejos vieron una cuadrilla de la Guardia Real bloqueando el camino.

"¡Maldita sea! ¡Habíamos avanzado tanto, no faltaba mucho! ¡Espero que estos bastardos no nos hagan muchas preguntas!"

Uno de los soldados alzó ambas manos para detener la carreta, sus compañeros estaban armados. Nerviosamente Alain miró a Christine tan pálida de ser descubierta como él. Se giraron entonces al oficial que se paraba a un costado de ellos.

—¿A dónde se dirigen?—Pregunto rotundo y brusco el hombre. Frunciendo el ceño los detallaba.

—Pues nosotros vamos…—Empezó a decir Alain dando un trago de saliva, su pecho se comprimió, estaba preparado de abrir fuego contra ellos si este hombre pretendía apresarlos, bajo sus pies descansaba una pistola perteneciente a Oscar, sin embargo, no quería involucrar a Christine, era una joven inocente, pero ¿Qué más podía hacer?

De pronto, la chica rápidamente terminó de explicar lo que Alain ni había pensado decir.

—Señor, vamos a la casa de mi hermana, está muy grave, va a tener un bebé, él es mi esposo y tenemos horas sin saber su estado.

Tras explicarle los hombres rodearon la carreta, en respuesta el hombre volvió a preguntar, reparando en Lasalle sentado junto a un bulto que protegía celosamente.

—¿En serio…? ¿Si es así quien es él y que es lo que protege allí atrás?

—Es mi hermano menor…—Respondió Alain con un tono ligeramente hostil, apretando los dientes y resistiendo de no entrarle al golpes al oficial.

—¿Bien y la carga? ¿O será que es la matriarca ovillada en una manta tomando una siesta?—Dijo sarcástico al notar la expresión de desagrado de Alain.

Los hombres sin permiso de Lasalle, mientras lo apuntaban con sus bayonetas, revisaron el bulto, al levantar un pedazo de la tela vieron el rostro de un hombre, se veía pálido y frio, exclamaron espantados.

—¡Capitán, es un cadáver!

—¡¿Como?!—Gritó mientras caminaba y apartaba a sus hombres del medio, al estar en frente y corroborar lo mencionado ordenó— ¡El cadáver de un guardia francés! ¡No los dejen ir!

En cuanto gritaron se oyeron cascos de caballos, jinetes se aproximaban, de la oscuridad del fondo de la calle los pocos faroles encendidos por los vecinos iluminaron al cabecilla, un hombre de abundante y bien peinado bigote oscuro.

De la enorme sorpresa el sargento abrió los ojos de par en par, no sabía si estar aliviado o preocupado, particularmente no sentía repudio contra este hombre, jamás lo había visto actuar de mala manera contra sus soldados, sin embargo, lo preocupante era su lealtad a su clase. El oficial que los amenazaba exclamó con agrado.

—¡Coronel Dagout! ¡Señor, qué alivio tener sus refuerzos, creía que eran rebeldes que venían a auxiliar a estos traidores!

Dagout avanzó en su caballo hasta estar delante de Alain quien estaba cubierto por un sombrero amplio, similar al de un campesino, lo miraba de reojo, algo que ponía demasiado incómodo al sargento que bajaba la cabeza con disimulo. El coronel permanecía sereno, entrecerró sus ojos y preguntó al capitán.

—¿Por qué acusa a esta gente de traidores?—Arqueó una ceja con sospecha.

—Hemos descubierto que llevaban el cuerpo de un soldado de la guardia francesa, señor.

—Déjenme verlo.—Ordenó mientras descendía del caballo. Christine asustada de que fueran apresados suplicó.

—¡Señor, no es lo que usted, cree! ¡No somos traidores! ¡Simplemente deseo enterrar al hombre que amo! ¡No tenemos que ver en la lucha! ¡Por el amor de Dios tenga compasión!

—¿El hombre que amas? —Ésta asintió agarrándose las manos al nivel de su pecho, en una pose similar a una virgen orando en acto de contrición.

Cuando se acercó a echarle un vistazo al cuerpo, prueba de su pecado, la expresión serena del coronel se desvaneció, sus ojos se abrieron de par en par, al igual que su boca.

"¡André Grandier!"

Los soldados lo miraron desconcertados de su expresión, ¿Acaso se conocían?

"¡¿Estás muerto?! ¿Si estás muerto entonces el comandante…?"

—¿Dijiste que ibas de camino a enterrarlo?

—Sí… si, mi señor…—Respondió con la voz temblorosa.

—Ya veo…—Murmuró el coronel con profunda tristeza.

"Estarán de viaje al cementerio de los Jarjayes, si sigo obstaculizando el paso no podrás llegar a las manos del padre de tu ama… siempre se te veía a su lado, apoyándola en todo momento, que en paz descanses, muchacho."

A Continuación, cubrió el cuerpo con la manta, y enseguida se dirigió a los soldados con tono firme.

—Déjenlos que se marchen.

El capitán negó rotundamente, imponiéndose al amigo de la comandante.

—¡¿Qué dice?! ¡¿No puede hacer eso! Cómo piensa explicar esto al estado mayor?!

—Yo me haré responsable, capitán, además es una mujer, un chico, y un hombre centrados en un cadáver. No llevan suministros ni alimentos a los rebeldes, sólo un cuerpo en vías de descomponerse.

Emocionada y sumamente agradecida Christine exclamó con los ojos a tientas de manar lágrimas.

—¡Dios lo bendiga! ¡Muchísimas gracias, mi señor!

Dagout no dijo nada, sólo abordó su caballo y siguió su camino, obligando a todos los soldados, incluso a los que los había detenido a seguirle. Estoico se retiró, pero muy en el fondo escenas de recuerdos de los días trabajando junto a la hija del general Jarjayes inundaron sus pensamientos: entre esos el día en que la vio llorar al descubrir que sus soldados no deseaban que se retirara por el hecho de ser mujer, se los había ganado. A su lado arrodillado mientras ella sollozaba, se encontraba aquel que vio muerto en el carromato.

Cuando ya no estaban visibles fue que Alain pudo exhalar lleno de alivio, como si el alma le volviera al cuerpo. Abordaron la carreta para continuar su viaje, tras atravesar las calles y buscar atajos por ahorrarse más inconvenientes por la vigilancia del ejército lograron llegar al Palacio Real de los duques de Orleans. Rodeado por muros y verjas de hierro. Desconcertado del palacio donde residía Marie Christine junto al hermano del rey inquirió.

—¿Sabes que ayudarnos puede costarte tu comodidad? ¿O quien sabe si hasta tu vida? ¿Sigues dispuesta?

Esta asintió mientras con una mano guiaba a Alain a una gran puerta trasera, de la que la reja si se hallaba abierta para acceder al interior del palacio, al lado del marco estaba encendida una lámpara de vela. Antes de ingresar Christine respondió, mientras Lasalle y Alain bajaban el cuerpo de la carreta y ella vigilaba.

—¿Tú me escuchaste, no? Cuando estás enamorado de verdad, sin intervención de necedad de juventud, simplemente amor harías lo que fuera por el bienestar de quien amas. Ni sé para qué me preguntas si por la misma razón estás aquí.—Respondió seria y mordaz, no era tonta para saber por los gestos a la comandante que él también estaba embaucado en su corazón.

Éste en negación gruñó irritado, siguió avanzando con su amigo, agarrando a André del torso, al tiempo que Lasalle sujetaba las piernas. Caminaron por los pasillos, el eco en sus zapatos por el granito del piso y las alfombras, había escuchado de los negocios turbios del duque dentro de sus muros, no hubo sonido de música, ni gente riendo, ni tampoco pasos, ningún rastro de actividad, no había tiempo para fiestas en un París convulso, sólo unos criados que asombrosamente colaboraron en no decir nada por la angustia en la explicación de su señora.

Los criados abrieron la última puerta que los llevaría al lugar que Christine deseaba fuera el sitio del eterno descanso de André, atravesaron el marco de la puerta, pisando la grama del jardín de la residencia, que quedaba en el centro del palacio.

Exhaló lleno de nostalgia, sus ojos se abrillantaron para entonces recostarlo cerca de unos arbustos.

"No pensé lamentar tanto tu muerte, maldito tuerto bastardo, si cada día anhelaba matarte yo mismo. Esto debe ser lo que llamamos irónicamente del odio al amor, amigo. Este es el valor de un lazo y el fin de una era… "

¡Continuará…!

Aviso y curiosidades del fanfic:

Hola, mis lentores amantes del drama, hace muchísimo que no actualizo, les pido perdón de los casi dos años de ausencia, sucedieron cosas muy fuertes, estuve atravesando una depresión fuerte, el pasado 6 de marzo falleció mi amada madre, mi mejor amiga además de mi melliza, existe la amistad, creo en eso, aunque tuviera mis decepciones con la gente, ya que crecí con la idea de que amistad aparte de lealtad es aprender del ejemplo de tus amigos, que el amigo verdadero siempre será honesto con el otro, así que meto estas ideas en la trama para demostrar el caos que traen las mentiras, algo que tarde o temprano les estalla en la cara a nuestros protagonistas, sin embargo, para acomodar esto y evitar un quiebre para toda la vida, hice que ellos aprendieran de sus errores y demostraran que el amor por sus allegados y por si mismos los hiciera mejores, algo que logró una unión más fuerte entre Oscar y Alain. En fin, quiero dedicarle este capitulo a mi mami, Milagros Margarita Vargas Machado, ya que fue el dolor lo que me hizo describir mejor este capitulo, (la similitud de como Oscar pierde lentamente a André en la agonía me recordó ese día trágico) escribir lo que te atormenta se siente como liberación, desahogo, algo necesario. Como les dije antes me gusta pasar mis experiencias en lo que escribo, y este dolor que toda persona padece tarde o temprano me alcanzó, la verdad más pronto de lo que deseaba, uno de nuestros sueños era conocer juntas a la nueva Venezuela, una vez terminara la dictadura sanguinaria, la cual fue mi base para describir la Revolución Francesa, parte investigación y parte inspirado en Venezuela, qué loco, ¿No? (No te preocupes Francia, yo si te investigué, al menos no cometí la estupidez de basarme en horribles estereotipos como el director de Emilia Pérez contra México. Te di lo que ese hombre no hizo por México, nunca fui a Francia pero me esforcé en investigar tu pasado)

Este capitulo representa el inicio del fin del luto para Oscar, una evolución en su vida, en el siguiente capítulo daré por cerrado el luto de ella con respecto a André, desde luego siempre lo amará, lo tendrá en su corazón, no obstante, ya es tiempo que Oscar luche y siga adelante, el sacrificio de aquella persona que perdimos no puede ser en vano, él o ella siempre estará con nosotros hasta un futuro reencuentro, para que empiece a entender que su partida no es el fin del amor, el amor seguirá en nuestra vida, el amor de Dios a nosotros, y el amor representado próximamente en una nueva persona. (Alain)

Es a dos personas que les dedico este capitulo, el inicio del amor (mi mami, que sé volveré a ver algún día, pero no será sino hasta que esté anciana) y la continuidad del amor… (la persona que conocí y me dijo que me amaba.) La verdad no esperaba esto, estaba destrozada del luto, y me preguntaba si sólo estaría con mi hermanita, si nada me esperaba para el futuro, entonces esta persona se sinceró conmigo, revelándome fantasías de vivir conmigo y mi hermanita, presentarme a sus padres e iniciar más adelante una familia, una vez termináramos nuestros asuntos. Esta persona es de origen Argentino, un país que sueño conocer, Argentina ahora das cátedra de libertad (algo a lo que doy valor en este fanfic), te estás recuperando como el rayo y pronto te veremos brillar como una potencia. Así que mis lectores, que esta historia no solamente los entretenga sino alimente su empatía, su corazón y sean leones que como Oscar no dejen solo a su país en el caos de una dictadura. El mundo tiene suficiente espacio para todos.

Por cierto, este capítulo es el inicio también en la maldad de nuestro villano (Eluchans). La envidia y el odio no tienen limites, son una amenaza que tarde o temprano perjudicará a los inocentes si no tiene su debido castigo. La venganza de Raphael es un plato que se servirá frio, en los próximos capítulos verán el resultado de su intriga contra la comandante y el sargento. Una puerta a un nuevo comienzo se abre para el mundo este 2025. ¡Nos leemos en el siguiente e imperdible capítulo! ¡El Valor de un Lazo y el Fin de una Era, parte 2! ¡Gracias por leer y ser fiel!

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