Capítulo 03

Tiempos que no volverán.

Rosalie y Bernard estupefactos, vieron a Alain subir campante al piso de arriba, sujetando la espada de su ex comandante. Los rechinidos de los escalones de madera avisaron a la rubia de que alguien se aproximaba. Hubiera sido muy útil en ese momento el oído desarrollado de André, asombrosamente capaz de diferenciar a la gente por medio de sus pasos. Sentido perfeccionado a raíz de una tragedia que se acrecentaba con las horas y los días. Lo consideraba una burla para sí misma, que toda tontería o pequeñez se lo recordase. Su mente le jugaba sucio, por momentos reía amargamente del estado de patetismo de sus pensamientos. Su cuerpo debilitado por no atreverse a salir de la cama, siquiera para estirar sus extremidades cansadas, atentando contra sus articulaciones. Se aseaba nada más por insistencia de una Rosalie sumamente angustiada. Horas antes en la mañana notó en la mesa una jarra de cristal, con unas rosas blancas de tallo largo y espinoso en su interior. Sumergidas en agua. Un intento infructuoso por hacer la habitación agradable para la estadía de Oscar. Flores que al principio hermosas y frescas, con las horas sus pétalos caerían secos sobre la tabla de madera, al final simples flores marchitas. La única vez en la que se atrevió a levantarse, no sin antes sufrir de un entumecimiento en sus caderas, que a su vez daría orden a sus piernas de extenderse y doblarse para cada paso, fue por tocar el último pétalo que subsistía en el tallo. Percibía el leve aroma dulce del pétalo en el instante de frotarlo por sus labios. Aspiraba el aroma y después exhalaba relajadamente. ¿Esto es la existencia? La vida se esfuma casi tan rápido como una flor arrancada de su tierra. Esta reflexión la desencantaba del sentido de estar viva. Disfrutó la rosa mientras la planta moría lentamente. Luego de regocijarse del aroma se asomó a la ventana para que el viento se llevase consigo el último pétalo en su mano. Una mujer intrigada veía desde su ventana como un hermoso hombre, de largos cabellos dorados se asomaba por la ventana de enfrente. De la ventana Oscar regresó a su puesto en la cama, a reposar de sus heridas, que estaban casi por cerrar en su totalidad. Era innegable que continuaban siendo dolorosas, aunque no tanto como la herida que sangraba inagotable en el alma. Se recostó con un poco de dificultad. Su rostro que hace momentos tenía un semblante sereno había vuelto a su apática expresión. Minutos de que se hubiese levantado escuchó unos pasos pesados, repentinamente la puerta se abrió lentamente. Alain entró a su habitación.

"Ha regresado… Es un alivio. ¿En dónde estabas, Alain?"

— ¿Alain? — se volvió a él. — ¿Dónde estuviste? Habías preocupado a Rosalie y a Bernard. No puedo decir que no me preocupases…—Lo reprendió duramente.

—Le traigo esto…— nervioso de su reacción sonrió sutilmente, mientras colocaba frente a ella la espada que creyó perdida. Ésta concentró su atención en el objeto, doblando una rubia y fina ceja.

—Mi espada…—Murmuró con desconcierto. — ¿Por esto estuviste desaparecido un día entero? ¿Por una espada? —Miró despectiva el arma de empuñadura radiante, retraída de la idea cogerla en sus manos.

—No es una espada ordinaria, comandante…— Se mantuvo erguido, apretando los puños y más que decidido a no amilanarse ante las réplicas de la mujer.

— ¿Con no ser ordinaria te refieres al oro? El oro es un metal egoísta. Abunda a montones. Los humanos se matan, humillan, y engañan por obtenerlo, además de amasarlo en cantidad. Invaden países, destruyen sus vidas y las de otros por él… igualmente Alain veo que no saliste del todo ileso por esta espada. —Crítica señaló el desgarrón a su manga.

— ¡¿Esto?! —Reparó en la manga de su camisa. Para calmarla de sus regaños abrió el desgarrón, enseñando su brazo sano de herida alguna. —Es un desliz estúpido. Aunque por poco y no vivo para contarlo. ¡Caray en la facha que me han convertido! ¡Trataré de no repetirlo otra vez, comandante! ¡Soy una desgracia! ¡Qué harapos! —Sosteniendo su frente echó una risa despreocupada. — ¡Cosas que pasan por escaramuzas tontas!

— ¡Alain…! —Exasperada estrujó las sabanas de su cama.— ¡Estoy hablándote seriamente! ¡Estuviste a punto de perecer! ¡Ese desgarrón es prueba irrefutable del riesgo que corrías! ¡¿Por qué?! ¡Por una espada que al final no empuñaré! —Con ojos llameantes agarró la espada que reposaba a unos centímetros de sus piernas. Aturdido la vio arrojarla lejos de su cama.

Alain se estremeció en el instante en que la espada cayó en el suelo, a unos metros de su dueña. Paciente se acercó a recogerla. La libró del polvo para entonces volverse a la mujer. — ¿Tiene idea porqué es valiosa esta espada? Porque estuvo en sus manos, comandante… Con esta espada usted nos educó como soldados, con ella nos dirigió, nos infundió coraje. Esta espada me hizo conocer su valía en la esgrima. Es un objeto sí, pero formó parte de su identidad, y de momentos históricos e importantes. —Su rostro al contrario de verse frustrado por ver su esfuerzo despreciado, correspondía pacientemente, exhibiendo una serenidad insólita.

—Alain, no vale la pena… Compréndelo. No regresaré a ser la persona que conociste. No puedo decir que no estás en lo cierto. Esa espada significó mucho en mi carrera. lleva años en mis manos. La tengo conmigo desde… desde mis catorce años. Fue un regalo de mi padre el año que fui elegida para proteger a la princesa heredera. Recuerdo con detalle ese día, sí…— Jadeó, sonriendo por la nostalgia, sus ojos azules perdidos en la distancia, añorando los viejos tiempos. Los grandiosos días de su pasado. La época en la que no conocía el dolor que provocaba el amor.

—Ahora que lo sé, no me retracto de lo que hice, comandante. Su valor sentimental hubiese sido destruido en el fogón de una herrería. Con propiedad lo digo; aquellos días, que son recuerdos maravillosos para usted, de ellos no existiría ni un fragmento. De ellos sólo sobrevivió esta espada.

—Puesto que es valiosa, ¿Te desagradaría que te la obsequiara, Alain? ¿Qué opinas de mi oferta? —Dobló poco a poco sus piernas para que de ese modo pudiese apoyar sus antebrazos. Su tono de voz sonaba inusualmente malicioso.

—No me hace ninguna gracia. Ni me interesa. Cedérmela no hará cambiar nada. La espada subsistiría conmigo, sin embargo, sin su dueño no tiene razón de ser… Dármela no le quitará el sufrimiento que la aqueja, ni revivirá a André, tampoco restaurará aquellos gloriosos días de su adolescencia.

— ¡¿Entonces qué diablos esperan de mí?! ¡¿Cogerla en mis manos y seguir adelante?!

—Sí…—Respondió severo, sin necesidad de imponer su voz por sobre la de Oscar.

—Señor Oscar, es posible a pesar de que no nos crea…—Intervino Rosalie, que ingresaba a la habitación. Había escuchado desde el pasillo la discusión. Quizás por temor no se atrevía a entrar a no ser que fuese necesario. —Todavía si el sufrimiento es pesado al borde del colapso, se puede sobrevivir. No es imposible continuar; usted nos ha visto en los escombros de nuestras vidas. Nos ha dado ánimos y el aliento necesario. Los seres que hemos amado ya no están aquí… Sus voces, caricias, atenciones y afectos. En el transcurso del cambio de este país fueron extirpados de nosotros. Mamá y Jean, así como descubrir mi nacimiento. Que esa asesina fuera la mujer que me dio a luz… Cosas que me sofocaron hasta casi acabar conmigo. —Sus ojos por el sentimiento se cristalizaron, tentados de llorar.

—Del mismo modo que yo, un miserable aristócrata desechó a mi querida hermana, simplemente por el choque de las monedas de un comerciante. Años siendo vejados y relegados. El título nobiliario no vale nada. No vale al punto de que arrancó de su pecho aquella medalla. ¡¿Lo entiende?! —Su mano se cerraba con fuerza en torno a la funda de la espada. — ¡Si tuviese la oportunidad liquidaría a ese malnacido! ¡Desde luego la vida no es un paraíso! ¡Ni es sencilla! ¡¿Cuándo lo ha sido?! ¡Para usted tal vez, pero para Rosalie y para mí es un castigo tras otro! ¡¿Sabe del hambre?! ¡¿Sabe que se siente?! ¡¿El frío de la noche helándote los huesos mientras estás en vela orando por alimentar a tu familia?! ¡Esa desesperación! ¡El sueño y el hambre son enemigas acérrimas! ¡El hambre da sueño, pero también no se puede dormir por el dolor del cuerpo, después de días sin comer! ¡Las articulaciones duelen después de días de hambruna! ¡Peor en la noche! ¡De pronto un día se ve una luz y cuando te acercas lo suficiente, es la continuación del averno! ¡Ese averno en mi vida era la muerte consecutiva de mi hermana y madre! ¡Vivía por ellas...!

—El hambre no es fácil de olvidar, señor Oscar… Es insoportable… ¿Que mejor manera de aguantarlo que el apoyo y el amor de nuestras familias? Había veces que Jeanne y yo nos sentábamos alrededor de mamá en su cama. Teníamos hambre, de eso no hay duda, no obstante, lo soportábamos juntas. Llorábamos contra mamá a la vez que nos susurraba palabras cariñosas. Muchas veces comíamos papas con sal, o verduras cocidas en agua. El pan era un gusto que rara vez podíamos darnos. Desconocíamos de la mantequilla. Un día sólo estuve yo para mamá, Jeanne se había ido… Sin saber qué hacer, revelándome a mi amor propio, me propuse venderme por otro día de alimento. De esa manera supe de usted, y de la casa Jarjayes. ¡Véame bien! ¡He pasado lo indecible y he seguido adelante! ¡Mi madre no querría que yo la siguiera en la muerte! ¡El que te ama, te desea vivo y a salvo!

Impresionada la ex comandante no hallaba palabras que contestar. Dio un trago incómoda, lo mencionado por ambos era una verdad absoluta; el que no lo padece nunca lo entenderá. Ni la descripción es suficiente para saber del dolor y las tribulaciones de una vida de carencias. El dinero era lo único que podía asegurar la felicidad, incluso el amor, que por vivir en la miseria un hombre asesinó mentalmente a una joven. Incluso que un familiar añorando una vida fastuosa fue capaz de abandonar a su madre y hermana. Oscar, al contrario, la única carencia que había tenido era vivir aislada, siendo formada a imagen y semejanza de su progenitor. Según ella no conocía otra amistad que no se tratara de André. Entrenaba el tiro, la esgrima, equitación, cazaba, y viajaba exclusivamente en compañía de su padre, mientras André pisaba sus huellas. No más se percató de que su padre era el responsable de su ignorancia, así como el modelo de crianza de su familia, por tallar un heredero que se negara a aceptar la realidad.

El general Jarjayes para evitar que su hijo estuviese solo, o se viera en la necesidad de buscar gente fuera de su nivel de vigilancia y comodidad, le consiguió una compañía perfecta, diseñado para satisfacer la soledad de Oscar. Positivamente un papel en blanco, inocente del tipo de educación que se impartía a un señorito de la nobleza. Un jovencito que no conociese de nada. De criarse lo harían juntos como dos hermanos. No costaría prepararlo para alcanzar el nivel intelectual de su hija. Se le enseñarían las artes que ella dominaba; la etiqueta, la lectura y caligrafía, entre otras cosas costumbres adecuadas para centrar la atención de su hija en él, una buena distracción, debido a que el conde tenía en mente que las cualidades de Oscar la harían exigente, previniendo un potencial aburrimiento. Asimismo, podría desempeñar otro papel, el de un guardaespaldas conveniente, que de hacer falta diera su vida por el bienestar de su hija. Probablemente viviría y respiraría con el propósito de que estuviera cumpliendo sus funciones segura. André que la idealizaba excesivamente, demasiado cerca y a la vez lejos, el obstáculo era indudablemente el motivo de traerlo a la casa Jarjayes. Gracias a que el muchacho no poseía aspiraciones de tipo alguno, la situación era beneficiosa para los planes de un sólido heredero.

—Entiendo, ahora lo entiendo… —Respondió la ex comandante en un susurro casi inaudible. Sosteniendo su cabeza fatigada de las reflexiones chocantes para su psiquis. Estaba cabizbaja observando su mano que prensaba la sabana, al extremo de ver los huesos blancos en sus nudillos. De pronto alzó su rostro, surcado de lágrimas. —He sido una ingrata… Una estúpida… he dicho que lo entiendo, pero ni con la tragedia mi cabeza, diseñada para no percibir lo que ustedes y el pueblo sufren lo captaba. Ahora sí… Perdónenme… lo lamento, no he conocido otra cosa que no sea la amistad y el amor de André, sin embargo, su pérdida no deja de abrumarme.

—André dio su vida para que usted pueda continuar del mismo modo que nosotros, comandante.

—El mundo era grande y a la vez pequeño para nosotros, señor Oscar. Aunque para usted lleno de comodidades era muy cerrado. Entendemos lo que quiere decir…

—André dio su vida por la mía… Sería ingrato que luego de semejante sacrificio, de todas maneras muriera. No valdría nada lo que hizo…—Dijo Oscar entristecidamente.

"Te amé con todo mi corazón… Mi sangre corrió por mis venas con otro sentido gracias a ti. Me hiciste conocer un placer incomparable; el placer de sentirme deseada. Juntos hemos vivido la infancia, la adolescencia, la juventud y la muerte. Pero me diste la vida una vez más. Vivo por ti. André, moriste por amor, del mismo modo que los seres queridos de Alain y Rosalie. Tu muerte es un peso equivalente al de ellos. Dicen que los que te aman te desean vivo y a salvo. ¿Me quieres viva? Vaya pregunta… es evidente la respuesta. Ese grito desesperado que diste, llamándome, instantes antes de que la bala diese en tu pecho, dio a conocer que mi muerte no estaba en tus planes. Tus ojos antes de mi partida a buscar un poco de agua, me transmitieron más de un sentimiento. Debió haber sido lo que ellos hablan, me querías viva…"

—Ciertamente son tiempos que no volverán. Debo superarlo. A pesar de lo duro que pueda significar, debo hacerlo…

—Francia le necesita, comandante. Nos necesita, a nosotros, los que quedamos de la Guardia Francesa. —La mujer asintió lentamente en respuesta a su ex segundo al mando.

—Les agradezco. Por ahora, por favor, déjenme descansar. El día de hoy resultó tortuoso, como una espina extirpada de la carne. —Suspiró agotada, para nuevamente acomodarse con ayuda de Rosalie en el colchón. Alain antes de irse notó como Oscar sujetaba la mano de Rosalie, impidiéndole retirarse de la habitación. La jovencita se sentó a su lado, permitiéndole acomodarse en sus piernas. Un consuelo para su malestar. Requería de la paz que Rosalie emanaba. Por corresponder a la necesidad de la comandante, la jovencita se dispuso a acariciar los largos cabellos rubios de la melena. Él ya tranquilo, sin decir nada y en silencio, se retiró con una sonrisa satisfecha.

"Sé cuán duro es… a todo humano le ocurre. A pesar de eso dejarse morir no arregla nada. Ya lo he intentado, y de nada funciona, ni funcionará. André no volverá, ni Diane, mucho menos mi madre y la familia de Rosalie…"

Meditabundo bajaba las escaleras a planta, al igual que él, Bernard estaba ocupado en sus asuntos. Quizás había oído la conversación de ellos, pero no quería interferir, así que se ocupó de algo que lo tenía angustiado, hasta intrigado. El futuro del país terminada la toma de la Bastilla. Ese día significó muchísimo para los ánimos de los ciudadanos de París. La modificación de la bandera francesa era una prueba del cambio que ahora se desplegaba. El reconocimiento del rey de la escarapela tricolor, entre muchos sucesos haber asignado al presidente de la Asamblea nacional, Jean Sylvain Bailly como nuevo alcalde de París… la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, cambios que se dieron a raíz de la toma de la Bastilla. El cambio era tan rotundo e inminente que en el interior de la nobleza se alimentaba un pánico terrorífico, con las horas y los días se iba desmantelando el sistema que los había tenido en las mieles del poder por años que parecían interminables para la población. Con un rey incapaz de tomar una decisión viable se vieron en la deriva, en la deriva de una época donde sus nombres se serían perseguidos sin piedad, sus lealtades a la corona fueron puestas a prueba en este momento de gran tensión y suspenso. ¿Abandonarían a los reyes? ¿Se quedarían en el navío que hacia aguas en tan despiadado vendaval? Seguros de haber aprovechado lo necesario de la corona, del rey y la reina, más que unas marionetas con corona, eran los cortesanos quienes fueron responsables del desastre que estaba gestándose. Desde la era de Luis XIV, el rey sol, un problema que subsistía desde hacía mucho tiempo atrás… Lo pagarían dos desgraciados nacidos en el peor momento y lugar. Se pagaría con sangre, eso era indudable, por eso escaparían. Dejando a un hombre blando de corazón y voluntad afrontarlo solo, junto a una mujer que al principio era garante de la paz de dos enemigos. Víctimas de un sistema corrupto e insensible que jamás permitió reformarse. En reuniones a espaldas del mismísimo rey los cortesanos resolvieron escapar. Habiéndose hecho con beneficios y agotado casi todos preservarían su pellejo. Algunos con suerte saldrían con la intención de promover una guerra civil en Francia, buscando en las naciones del exterior respaldo para el monarca francés. Estos nobles empeñados en rescatar el reino de Francia fueron denominados como los "Emigrados".

Todos estos acontecimientos dejaban a Bernard en expectación de lo siguiente que se produciría. Inquieto y sin motivación de escribir, para el próximo ejemplar de su periódico, se sentó a ocuparse de una cosa que para él no tenía leve importancia. Si bien de todos modos debía contestar. Percibió a Alain que bajaban lentamente los crujientes escalones de madera. En planta el mancebo vio encima de la mesa la carta que había visto llegar a las manos del periodista. Pestañeó curioso de su contenido.

— Y… ¿y esa carta? —Bernard que escribía en respuesta de la recibida, lo hacía para luego romperla frustrado, lo cual a los ojos del huésped se veía cómico, incluso infantil.

— ¡Una carta de Saint Just!

—¿Saint Just? ¿Quién es Saint Just? —Frunciendo el entre cejo extrañado, arrimó una silla de la mesa para sentarse.

—Para mi desgracia un pariente, y para mi alivio lejano. —Importándole un comino la privacidad y si el remitente se molestase, le acercó la carta.

— ¿Que te ha dicho? Te ves fatal…—Luego de repasar superficialmente la carta del impresentable, y colocando el brazo en la mesa cubierta por un mantel, estiró su cuello, echándole un vistazo al papel bajo la pluma del señor de la casa, qué apenas y había escrito unas míseras palabras como introducción.

—Ese niño mimado ha regresado con su familia en Bieráncourt. —Apoyó fastidiado la frente contra su puño, leyendo de arriba abajo la misiva que se ocupaba de redactar—Me cuenta que recientemente en julio ha sido integrado a la Guardia Nacional. Al parecer ese idiota espera alcanzar un grado de importancia. Tiene interés de aproximarse de algún modo a la población que allí habita. ¿Con ese carácter mordaz y cínico conseguirá ir lejos?

— ¿Lo dudas? —Inquirió, frunciendo el entrecejo con inquietud.

—Puede ayudarlo o llevarlo a la ruina más absoluta. Normalmente los cobardes buscan a aquellos que no tienen rienda que los frene. Has visto a Saint Just por si no te acuerdas…—Olvidando la carta bajo su mano levantó la vista a su invitado.

—No me suena de nada ese tipo, ¡¿De qué voy a conocerlo?!

—Hmmm… Es verdad, estabas demasiado distraído, o bien se puede decir encandilado en la misión de salvar a Oscar… —Le recordó, sonriendo malicioso.

—Espera… ¡¿Que insinúas?! — Nervioso de ponerse en evidencia se crispó en su asiento.

— No mientas, ¿Crees que nací ayer? —Echó la cabeza hacia atrás indignado de que siguiera con su intento inútil de hacerse el idiota— Sientes algo por Oscar…—Declaró con franqueza, insistiría en su nuevo descubrimiento.

— ¡¿En qué diablos estás pensando?! ¿¡Yo enamorado del comandante?! ¡No seas imbécil! ¡No ha hecho otra cosa que no sea causarme problemas! —Señaló brutalmente su manga, recientemente rasgada.

— ¿Quién te dijo que lo hicieras? —Incrédulo el periodista reposaba su mejilla en el dorso de su mano, además de acomodar una pierna sobre de la otra, en un aire muy picaresco. De veras que disfrutaba del espectáculo de su nuevo y ceñudo amigo enamorado.

—Pues yo… yo… ¡hmmm…!— El muchacho confuso rascaba su cabeza con excesiva fuerza, como si al raspar su cuero cabelludo con las uñas intentara ordenar sus ideas, ahora en desorden, a causa de los sentimientos que luchaba por mitigar, o en este caso esconder de la forma más torpe.

—Hasta donde tengo conocimiento ningún hombre da nada a no ser que haya un motivo en particular. No estamos en tiempos de misericordia, lo habrás visto en las horas en las que Rosalie y yo no sabíamos de tu paradero. El estado lamentable de los ciudadanos de París… y sé que es amor porque tus ojos miran a Oscar de una forma muy parecida a la de Rosalie y André… Admiro a Oscar, aunque tenga presente que jamás borraré los años que vivió junto a Rosalie. —Admitió, ahora pasando a su habitual seriedad, reclinándose cruzó los brazos sobre su pecho—Tampoco se nos debe escapar, que preferías traernos a Oscar para que recibiera atención médica, en lugar de también preocuparte por ti… —No limitaría sus críticas a los actos irresponsables de Alain.

—Bueno… eso… ¿Tan obvio soy? —El rostro del mancebo se había coloreado hasta las orejas de absoluta vergüenza. No pensaba que sus sentimientos y acciones fuesen detectadas y leídas hábilmente por Bernard. — A todo esto, ¿Cómo diablos te has dado cuenta?

—Supongo que debe ser mi instinto de periodista. Me gusta indagar en la gente, hasta descubrir la verdad tras la mentira. De no ver lo más evidente del mundo, mi trabajo se hubiese visto truncado. Por otra parte… —Suspiró —Me costará llegar a la misma altura que Oscar para mi propia esposa. Sigo pensando que, si ella fuese un verdadero hombre, sin meditarlo lo habría desafiado a un duelo… estoy resignado a que antes de mí estuvo Oscar. No estoy en posibilidades de cambiar algo tan tangible en la vida de Rosalie.

—No es fácil olvidar a ese tipo de persona. Asimismo, te digo que Rosalie te quiere muchísimo. Lo que me pregunto es, ¿Pueden convivir dos sentimientos en su corazón al mismo tiempo? ¿Te acostumbraste a compartirla? —Comentó pícaramente, detallaba las expresiones en el rostro de Bernard.

—Decir que me he acostumbrado, no sabría decirte. Conozco parte de su pasado, pero nunca me he atrevido a preguntarle sus intimidades con Oscar. Lo ocurrido en la casa Jajaryes. Vivió un momento muy delicado en los brazos de alguien más… La conocí mucho antes, y eso no me da ventajas. Estoy hecho un revoltijo, ¿apreciar o detestar a una persona a la cual debo mi vida? por momentos caigo en esos pensamientos, al fin y al cabo, el aprecio perdura en mis pensamientos. Por esa razón no pienso abandonar a Oscar…—El periodista dio un golpe con el puño cerrado a la mesa de madera.

—Si te eligió a ti quiere decir que eres realmente a quien ama…

"Eres a quien ama porque tal y como yo no tuvo posibilidades de llegar a tiempo. Fue muy tarde… muy tarde… y veo que por el destino disfrazado de casualidad llegaste a tiempo, por un inconveniente no duraste lo suficiente a su lado como lo fue el comandante."

—Eso espero. Me repite cuanto me ama. Su cariño es sincero, no lo dudo. Lo que lamento es el orden en que se dieron las cosas. De darse de la manera correcta ese cariño se duplicaría…—Por la charla Bernard se sintió ligeramente más tranquilo, conversar con alguien y exteriorizar sus sentimientos lo desahogaba enormemente. — ¿Qué hay de ti, Alain?

—A mi nada me detuvo para desafiarla, ni su género. Créeme que no fue una bonita experiencia, pero en verdad me merecía esa paliza… y todas las veces que su mano se estrelló contra mi cara y la de mis compañeros. De bravucones y niños nos convirtió en soldados y hombres...—Respondió divertido.

—Pues ya me confirmas mi hipótesis; amas a Oscar, no estás en posición de negarlo. —Afirmó el periodista, tentado de reírse en la cara del muchacho.

—No, no estoy en posición de hacerlo, veo que me atrapaste. —Finalizó Alain burlón, estiraba perezosamente su espalda y brazos. Era muy tarde de negar lo obvio e inevitable; admitir que todas sus acciones radicales y desproporcionadas eran por amor. — Aunque lo sepas, te ruego que no se lo digas… esto es algo que deseo ocultar bajo las rocas más pesadas e inamovibles. Se supone que he madurado. Espero que repetirme a mí mismo la mentira de que no siento nada se haga verdad algún día…—De su boca se formó una sonrisa. Ver las escaleras que conducían al piso de arriba, lo inducían a recordar el fuego que ardía en los ojos de Oscar.

"Enojada, triste, feliz, satisfecha, temerosa… ¿Por qué sus ojos despiden las emociones de un modo tan agudo? Soportar esto de aquí a los años próximos de mi vida. ¿Lograré desaparecer este sentimiento que quema, superando esa espada al rojo vivo?"

-o-

Recuperado y en condiciones físicas estables, Alain cumplió lo dicho de integrarse a la Guardia Nacional, por orden del propio marqués de Lafayette. Desde el 14 de julio de 1789 todos los soldados se presentaron a formar parte de esta fuerza. En el proceso de su ingreso notó que había soldados con falta de preparación, que desconocían sus funciones y que hacer. Unos eran jóvenes de familias acomodadas, otros soldados sobrevivientes de la toma de la Bastilla, adoptando el nuevo uniforme, azul, blanco y rojo a nivel nacional, voluntarios de los medios burgueses y artesanales se presentaron espontáneamente. Previniendo que esta fuerza fuese utilizada para suprimir al pueblo como en tiempos pasados, y como muchas otras; se ideó el 24 de agosto de 1789 un texto inspirado por el arzobispo de Burdeos, Jérome Champion de Cicé. La constitución de la Guardia Nacional se introdujo en el artículo 12 de la constitución francesa, el 5 de septiembre con la declaración: "La garantía de los derechos del hombre y del ciudadano requiere de una fuerza de orden pública; esta fuerza es por lo tanto instituida para ventaja de todos y no para el beneficio en particular de aquellos a los que es confiada". Esta declaración no contemplaba ninguna organización de la Guardia Nacional, en una época en la que los municipios de toda Francia ya habían constituido milicias propias que no estaban bajo norma alguna.

El nuevo sargento de la Guardia Nacional, ingresó vestido de su nuevo uniforme; armado con un sable en su cadera, y un bicornio sobre su cabeza al hogar de los Chatelet, para anunciarles de que se marchaba. Echaba de menos la casa de su infancia, casa en la cual nacieron él y su hermana, igualmente el último lugar donde Diane dio su último suspiro.

— ¡¿Cómo dices?! ¡¿Ya te vas?! ¡¿Estás seguro de que te sientes bien?! —Levantándose de su silla, Rosalie le preguntó alarmada. Remendaba un vestido que le había sido encargado en su nuevo trabajo, sitio al que pocas mujeres tuvieron la suerte de ingresar. La dueña era una costurera que luchaba por sostener su negocio. El vestido que zurcía era una sorpresa ya que actualmente se les contrataba para remendar uniformes. El estado económico del país no consentía que siquiera una tela en buen estado fuese desperdiciada.

—No, no Rosalie. Déjalo… —La detuvo suavemente su esposo con un ademán, sentado delante un escritorio ubicado en la pared. — Si ya te sientes bien puedes marcharte, Alain. Por cierto, no te queda del todo mal ese uniforme. —En señal de aprobación de la nueva imagen del sargento, y con brazos en jarra asintió repetidamente —Simplemente espero que no se vea manchado con sangre de inocentes.

—No lo haré…—se carcajeó— Y no me iré para siempre, todo lo contrario, me verán bastante seguido por aquí. Además…—Posó su mano en su estómago. —Por los momentos no tengo deseos de cocinar para mí, podría venir a almorzar y cenar si no les importa.

—Sabía que planeabas decir algo para estropear nuestra aparente desilusión. Bien, nuestra puerta estará abierta para ti… y bueno para mi pesar mi despensa también. —Respondió el periodista, exhausto de la personalidad levemente oportunista de su amigo.

— ¡¿De qué hablas, Bernard?! ¡No vendré sin nada encima! ¡Conmigo tu despensa y bolsillo no llorarán! —De pronto entre risas, dio un potente manotazo contra la espalda del señor de la casa.

— ¡Me sentiré contenta de tenerte otra vez con nosotros! —pestañeó intrigada, posando una mano a su quijada, dando con su dedo índice pequeños y suaves golpes a su mentón. — ¿El señor Oscar lo sabe? ¿Se lo has dicho?

—No, no se lo he dicho. Quería decírselo antes de irme. —contestó cabizbajo. —Le contaré ahora mismo. De todos creo que sentiré mayor tristeza con el comandante. —Acabada la charla, puso el sombrero en la mesa de comedor. Subió los escalones hasta el piso de arriba, halló la puerta de la habitación de Oscar, que usualmente desde su despertar permanecía cerrada. Cuando abrió la puerta la encontró leyendo en silencio. Absorta en su lectura ni le había escuchado. Que estuviese leyendo era un avance, anteriormente no tenía humor para al menos abrir un libro. —Comandante.

— ¿Alain? —Al oírlo llamarla cerró el libro, prestando atención a su visitante. Sus ojos azul zafiro se abrieron de par en par, cuando lo vio entrar vestido con un uniforme nuevo para ella, y no sólo eso, en su cadera colgaba un sable. Tanto el diseño del uniforme y del arma afirmaban su rango de sargento. Con esta imagen Oscar deduciría a la perfección, que a partir de la Bastilla la carrera de Alain iría en ascenso. Aun si el mancebo no lo sospechara, dentro de unos cuantos años esta visión se haría realidad—Ese uniforme…

—Sí, este uniforme es…—Se llevó una mano al pecho, haciéndole ver el tricolor de la nueva escarapela en él. Sin siquiera de haber acabado la frase se vio interrumpido.

—El uniforme de la nueva Guardia Nacional. —Acotó, aunque asintiera con su típica seriedad y reserva, en su voz se denotaba cierto nivel de agrado.

— ¿Cómo lo sabe? —Inquirió impresionado. Aligerándose un momento, colgó la espada en el dosel de la cama.

—Desde la ventana, oigo los gritos, quejas y lamentos de la gente. No es de extrañar que por medio de ellos oyera algo sobre esa nueva fuerza. Habías dicho que te unirías, Rosalie me lo contó.

—Mi intención con eso era tratar de no abrumarle con nada. Mi destino es ser un oficial.

—No te lo cuestiono, Alain… Naciste para servir a este país. Proteger la revolución del modo que sea necesario. Que la sangre que se derramó, los centenares de vidas que se truncaron no se hayan perdido en vano. Los nobles ideales siempre estarán en peligro, por lo tanto, el pueblo debe permanecer vigilante de que estos ideales no se desvanezcan. Libertad, igualdad y fraternidad, deben estar en los cimientos de la consciencia de la humanidad por siempre. —Las palabras de Oscar demostraban su completo y total respaldo al camino que el sargento había elegido. Seguir luchando, no desmoronarse, proseguir la labor que se habían propuesto desde aquel día, donde se vislumbraba en el horizonte un futuro diferente para Francia. —Bernard por otra parte, me proporcionó ejemplares de su periódico. Hace un gran trabajo en su labor de periodista.

—Co-… Comandante. —Conmovido enjugó una lágrima que se escapaba de su ojo.

—Oh, vamos, ¿No se suponía que la que lloraba era yo…? Alain, ya me lo habían dicho, llorar no sirve de nada. No hago nada quedándome aquí. Lo mejor para el pueblo es que sus soldados no los abandonen. El ejército desde el principio debió idearse para la protección de la gente. —Oscar le hablaba serenamente, su voz rota y profunda emitía un siseo agradable. Era joven, pero con una madurez envidiable para un anciano, que obtuvo conocimiento sacrificando los años de su vida como juventud. Repentinamente la mujer deslizó sus piernas poco a poco bajo las sabanas, hasta alcanzar la orilla de la cama.

— ¡¿Comandante?! —Exclamó estupefacto. Oscar tenía las piernas fuera de la cama. Se propuso a levantarse luego de días de dura recuperación. Se acercó preocupado de que pudiese perder el equilibrio.

— ¡No me ayudes! —Ordenó, apartando obstinada la mano que Alain le ofrecía. — ¡Debo hacerlo sola! ¡Es la única manera en la que puedo recuperar mi independencia! ¡Ya me han ayudado demasiado! —Descalza avanzó en su camino por la habitación, poniendo a prueba su pierna y caderas. — Por lo menos, tengo que caminar.

—De acuerdo…—Satisfecho asintió, respetando su decisión de no ayudarla de ninguna forma. Se oyeron pasos aproximarse, Los Chatelet entraron a la habitación. No daban crédito a lo que veían; Oscar estaba caminando. Con los minutos adoptaba un paso más natural y no tan pesado.

— ¡Señor Oscar! ¡Está caminando! —Encantada, la muchacha se giró a su marido, que igual que ella celebraba la recuperación de la comandante. — ¡¿En serio se siente bien?!

—Basta de llanto. Esto no ha acabado. Si he sobrevivido debe haber un motivo oculto. Es un hecho. Alain, no partirás sin mí… —Declaró determinada, retornando a la cama se sentó para disponerse a colocarse las botas.

— ¡Déjeme ayudarle! —Rápidamente la señora de la casa se arrodilló a ayudarle a colocárselas. Bien se había recuperado, pero no podía abusar de su cuerpo que se acostumbraba a movimientos no tan sutiles.

—Te lo agradezco, Rosalie…—Estiró la pierna algo acalambrada.

"Ha vuelto a ser la persona de antes. La persona que conocí… días con el temor de no oírla nunca jamás llena de confianza y valor".

—Necesito mi uniforme…

—Bernard, por favor entrégale su uniforme al señor Oscar. —Contenta ajustaba la bota en el pie de su huésped, tratando de no causarle alguna molestia o dolor. Debía acostumbrarse a las botas ajustadas a sus pies. —Mucho mejor… uff…

— ¿Dónde lo dejaste? —A sus espaldas vio el uniforme doblado en la mesa. Un uniforme actualmente sin un título en especial, ahora que la Guardia Francesa no existía Oscar se le consideraría una rebelde. Una transgresora. Traidora de la nobleza y la corona. Bernard cayó en cuenta que la ex comandante había dejado de ostentar un título nobiliario. No era ni un oficial, tampoco noble. ¿Qué haría a partir de ahora? ¿Unirse a la Guardia Nacional? ¿Qué era lo que pretendía en su intención de acompañar a Alain? Cuando tomó el uniforme se fijó en la jarra con nuevas rosas sumergidas en agua, esta vez de un rojo carmesí. —Oscar, eres apreciada y reconocida por la valentía que ejerciste en la toma de la Bastilla, liderando a las tropas… pero, es muy arriesgado que alguien que desafió a su clase se muestre abiertamente.

—Sí, lo sé… Por los momentos no puedo mostrarme. No soy tan ilusa. —Haciendo caso a la advertencia se puso nuevamente de pie. Ya erguida se dirigió a su ex segundo al mando. —Alain, mi espada... —Extendió su mano, él por supuesto, con una sonrisa ladina, sin vacilar y sin necesidad de preguntar, porque la conocía más que a nadie, le entregó la espada que reposaba en el último cajón del guardarropa. —Nadie sabe que Oscar François de Jarjayes sigue con vida. Honran mi muerte, y debe prevalecer así… Por lo tanto…—Desenvainó la espada, acto que desconcertó a la pareja. Retorció todos y cada uno de los cabellos dorados, uniéndolos en una especie de coleta, para continuación cortarlos fácilmente con el sable de oro. — que estoy viva, quede entre nosotros.

Continuará…

Aviso y curiosidades del fanfic.

Hola, ojalá hayan disfrutado los tres primeros capítulos del mismo modo que yo escribiéndolos, durante el rápido momento de inspiración… Nuevamente quiero agradecer a aquellas poquitas personas, que me expresaron que este fanfic valía la pena continuarlo, por medio de sus reviews… Un review es el nivel de aceptación de la historia, su nivel de difusión mejor dicho. Lo bueno de fanfiction es que es posible comentar sin la molestia de inscribirse; agregar el correo y esas cosas, nombre y todo eso… Así sean comentarios de dos líneas se agradece mucho esa consideración, bien que casi nadie es capaz de recordar absolutamente todo en el mismo instante, o a la primera de leerlo, aunque los comentarios donde han descubierto secretos del fic me impresionan, es un placer leerlos. Que alguien sea tan asombrosamente detallista y sensitivo, aun así, cuando está la facilidad de decir una sola cosa que se pueda recordar de tan largo texto, lo que haya quedado en la mente sobre el fic si lo desean, y si no es posible puede ser una expresión de agrado y placer de dos líneas, no hay que hacerse mucho enredo con eso.

Escribir el fic es una delicia además de un tremendo sacrificio de tiempo e investigación. Se investiga no sólo históricamente que es importante, también en cosas respecto a recabar datos de la naturaleza de los personajes, leer minuciosamente el manga de "La Rosa de Versalles", los Gaiden de "Berubara", "La Gloria de Napoleón", usar mis dotes de psicoanalista, conocerlos íntimamente, sus deseos, sus tormentos, las míseras felicidades que han tenido. Por eso les recuerdo que este Fanfic no tiene ni remotamente parecido o algo que ver con el Anime de Lady Oscar, (En caso de que alguno afirme que los he cambiado en carácter…) ambos con personajes que poseen los mismos nombres, pero opuestos como el Jing y el Jang. Me esmeré en imitar a Doña Riyoko Ikeda a todo nivel. No sé si se habrán dado cuenta de su similitud con el manga, por ejemplo, que los personajes hablan barroco como en el manga. No me refiero a la etiqueta, que muchas veces se confunde por eso. Una amiga me hizo notar aquello. Ella está preparándose para convertirse en historiadora, también es muy buena en el tema, es a la primera a la que le hago llegar los diálogos, entonces me dijo "Amiga tu no estas siendo romántica, estás hablando barroco". Yo y mi inocencia no me percaté de que no era romance empalagoso lo que escribía, sino una forma muy común que tenían en la época barroca de expresar sus sentimientos y deseos sin importar cuál sea… Me aclaró que no es que Ikeda fuese acaramelada, ni sea por algo de romanticismo rosa de los 70. Desde los primeros volúmenes del manga los expresó barrocamente, no muy impresionante, pero con el avance de los volúmenes se nota la mejoría a la hora de hablar barroco. Pongamos de ejemplo a André en el manga comparando a Oscar con Pegaso, el caballo alado de la mitología griega:

"Su cabello rubio flameando en el viento… dando órdenes con tanta gracia en su caballo… ¡Y sus ojos tan azules! Esa figura luce como un pegaso volando por los cielos. Su corazón tiembla en las alas del deseo… su cabello flameando, flameando en el viento…"

Y ahora otro ejemplo, esta vez con un diálogo de Oscar en el fic:

"La mitad de mi corazón sigue hechas trizas desde que me dejaste atrás… ¿La voluntad de Dios es que yo siga viviendo sin ti a mi lado? Te vi en mis sueños, por un momento pude verte, toqué tus cabellos, tus ojos que más que los míos ven la lejanía y la grandeza del universo que nos rodeaba. Te oí decir mi nombre en los jardines de Dios, el Edén, debías estar allí... Fuiste fiel y leal a mí del mismo modo que Antígona a Edipo, su padre ciego caído en desgracia, estaba tan ciega, tan ciega de lo que pasaba respecto a la angustia en la que estuviste sumido. André, ¿André, me oyes? Perdóname… Francia me ha perdido… Me ha perdido al yo perderte a ti."

La autora estaba intentando mostrar el nivel de educación y los sentimientos de sus personajes por medio de expresiones y metáforas. sobredimensionaban mucho las cosas, y no se niega lo bello que suena hablar barroco. Mi amiga, que al principio yo era la maestra, es ahora quien me da clases de estos temas. Por horas conversamos de la historia de nuestros países, a nuestro estilo loco, pero lo hacemos. Entre muchos elementos que adjunte en el fic también se le puede considerar los recuadros o espacios que Ikeda colocaba de cada fecha importante de la Revolución Francesa, como una explicación sencilla de muchas cosas del tema y sus orígenes. Pongamos de ejemplo cuando explicó el origen de la "Marsellesa", los estados generales y los diputados. Sin darnos cuenta utilizó una técnica muy agradable para enseñar a los jóvenes sobre historia, lejos de que estos se fastidien del asunto. En mi caso hago uso de esa técnica, decir lo esencial, lo importante, así no ahogar al lector extendiéndolo de más, para que los personajes no se queden esperando en una cola hasta su aparición. No me tome muchas libertades con el fic, imito lo humanamente posible a la Doña. Lo que sí se puede ver de inventado es que me nazca agregar personajes sobresalientes de la época, en este caso "Danton" con una aparición esporádica. Con todo y eso Ikeda mencionó su muerte en Eroica. Hay que tener eso en cuenta. Sin embargo, la mujer no tuvo tiempo para hablar de todo el mundo, apenas las muertes de esos políticos y la de Robespierre. Dijo lo ocurrido antes de Napoleón, y de eso no podía faltar Danton, Desmoulins, y Marat Etc. Esto viene de una fan que por cariño y por otros seguidores, unos por infancia, otros, aunque la conozcamos no tan tempranamente, la amamos por el significado de la trama, sus matices, y sus desventuras, al igual que la resolución de Oscar de seguir pase lo que pase, contra la tormenta que se avecina, ser leal, generoso, bondadoso y valiente. ¡Espero paciente sus mensajes de apoyo, y si conocen a más fans del manga Versailles no bara compártanles este fic! ¡Estaré muy agradecida! ¡Abrazos! ¡Y muchas gracias por seguir Época de cambios!