Capítulo 04

Falsa identidad.

Reposabas aquí, mientras mis párpados permanecían cerrados de la inhumana realidad… Si tan sólo pudiese describir con palabras el paraje y sus delicias en el cual te vi mis sueños… Estar a tu lado era el destino final que me había propuesto. Hundir mis dedos en tus cabellos negros, fundiéndonos en un abrazo de tan feliz reencuentro. Los años juntos, compartiendo nuestras alegrías no desaparecerían en vano. Estábamos y estaríamos unidos como siempre. Cuando falleciste no sabía que sentimiento debía adoptar, estaba pasmada, confundida, furiosa, destrozada. Afrontar la vida sin el suave apoyo que me brindabas. Te necesitaba, siempre lo he hecho. No me di cuenta a tiempo del valor de la compañía de a quien decían mi sombra. Muy tarde… llegué demasiado tarde… Noté lo que sufrías en el último momento. Llego tarde para los que amé en mi vida. El primer caso, mi primera experiencia dulce y amarga respecto al amor antes de lo nuestro era Fersen… Fersen ya acobijaba un sentimiento por la reina Antonieta. Era imposible que alguien distinto lo ocupase. Por supuesto, que yo no fui una excepción a esa regla. Ignoraba todo a mí alrededor, entre esos a ti, y lo que ocultabas, nunca me objetabas nada. Resistías, pero tarde o temprano dicha resistencia tocaría a su fin. Desde niño siempre has sido un llorón, no obstante, te quería como eras… ¿Se te podía llamar así cuando eras víctima de mis juegos? Demasiado rudos y bruscos para un niño tan sensible y tierno. Recuerdo nítidamente la noche que me lo confesaste; confesar el pecado de amarme como si fueses el peor de los criminales. ¿Tan tiránica e insensible me veías, para mandar a que matasen a la persona que más amaba bajo mi techo? ¿Por qué no te castigué? es simple… Castigarte es castigarme a mí misma. Si yo padecía por Fersen, tu dolor respecto a la ironía del amor no correspondido, era todavía más indignante. Me sentía responsable. ¿Era culpa? Quizás… no… Había algo más. Debía desentrañar nuestro lazo. Creo que además de preservar mi libertad al no aceptar casarme con Girodelle, me negué por ti. Si no podías vivir no sería feliz… Sería la más infeliz si me vieses compartiendo mi vida con otro. Que eso te trajera sufrimiento. Otra decisión que tomé en función de ti. Lo normal es que siguiera a mi corazón, que si me amaras me dejases ir. Pero una cadena me ataba, por medio de eso supe que un sentimiento estaba naciendo. Mi corazón si me guiaba. Por susurros suaves e insistentes me conducía. Me condujo al tuyo. No aguanté otro día a causa de en lo que te había involucrado; dar tu vida para que mi padre no me ajusticiara. ¿Cómo diablos no iba a reaccionar? Superada por semejante valentía reconocí mis sentimientos. Me seguirías al mismo infierno de ser necesario.

Me prometiste que te quedarías conmigo. Lo prometiste… ¡Temeroso de Dios no me juraste que no harías caso a la muerte! ¿Cómo pudiste faltar a esa promesa? Lo que te mató fue cuando me dijiste que lo harías hasta que la muerte te llamara. ¡¿Por qué lo dijiste?! ¡Las promesas son rotas todos los días! ¡Un juramento difícilmente puede deshonrarse! ¡Envolviéndome en tu calor y aroma nostálgico! ¡Presionando mi cuerpo tembloroso contra el tuyo! ¡Tímido del sentimiento abrumante y tentador que ejercías en mí! ¡Ilusionándome y avivando las pasiones que comenzaban a burbujear en mi pecho por ti! Despertaste mi corazón tan querido por el tuyo. También te amé más que a nadie. A su vez el encanto del amor me hizo notar tu belleza. Recuerdo tu figura, mis ojos fueron deslumbrados y tomados por sorpresa, en el instante en que estaba por ingresar a mi despacho con Dagout. Los iris de mis ojos adoptaron un destello impropio. Contemplar aquel torso poderoso y brazos perfectos, tallados por la naturaleza más sabia… Mis mejillas ardieron por la sangre que se agolpaba en mi rostro. Si mis labios que según dijiste son de hielo denso. Se secaron sedientos de besar cada rincón del cuerpo que paciente, y en secreto se preservaba para mí… Compararte con los cascos de sátiro, o la fuerza de un titán ha sido la peor comparación que has hecho, haciéndote ver inferior a ellos. Era humana al igual que tú, cuando no conocías que podía agitarme. Si yo te comparara con algo, sería con Alcestis; ella dio su vida debido a la pasión por su esposo, Admeto. Entregándose al Hades que con el tiempo reclamaría por él… Acabados de casarse y entregarse en alma y cuerpo fueron separados. Entonces Perséfone conquistada por el sacrificio de Alcestis, dando su vida por preservar la de Admeto, había bebido el veneno como si se tratase del vino más dulce. Intercedió para que ambos volviesen a estar juntos como antes. Fui dichosamente tuya, tuya y de nadie más… tuve un miedo irracional, un miedo jamás experimentado. Estaba curiosa de estar bajo la protección de tu cuerpo, y los deleites de la presión de él… Entonces tomaste mi mano, delicado me atrapaste, tratándome como un débil pajarillo, para después abrazarme. Con ese abrazo el miedo se fue apaciguando. De ahí un beso ardiente. Supe de tus besos hasta antes de darme cuenta de lo que sentía. Los labios que conozco, son cálidos y sensibles, envolvían los míos delicadamente, presionándolos suavemente. De ello supe del lado pacífico y embriagante de la vida. Un método glorioso de sumergirme contigo, en las pasiones acumuladas de tus años de silencio… quién hubiese imaginado lo rápido que me fuiste arrancado. Por eso te pareces a Alcestis. Al contrario, no somos igual de afortunados. André, no regresarás a mis brazos, eso lo sé…

De todos modos, me hiere, me hiere la culpa, la impotencia. Esto ocurrió porque te dije que sí… De que podías venir conmigo. De pronto como se esperaba no te protegí… te ruego me perdones, André. Debido a que soy responsable de que murieras esto me perseguirá el resto de mi vida. Por honrar las vidas que se perdieron ese día, tengo que hacer caso a un asunto que sigue pendiente. Francia necesita a sus soldados sobrevivientes. No puedo permitir que este país caiga en el abismo. ¡Permitirlo es inconcebible!

Los presentes boquiabiertos presenciaron a Oscar cortar sin titubeos, ni vacilaciones su melena leonina. Una característica muy conocida de su aspecto e identidad, que la distinguía de cualquier mancebo del ejército. Muchísimas veces arrancando el aliento de mujeres y hombres por esa deslumbrante cabellera dorada. Tan sublime que en las fantasías de los que la adoraron la concibieron luciendo una preciosa corona de laureles. Entre esos un hombre, que la amó con una resignación demasiado digna para ser cierta. Ahora mismo como todos habría llorado la supuesta muerte de la mujer a la que llamó, "diosa Sílfide", por jamás ser disfrutada ni gozada a plenitud por otro ser viviente. Y de serlo, no fue suficiente. Por ser tan inalcanzable. No tendría conocimiento de que esa ninfa estaría oculta todavía en París. En una vivienda inferior a la cuna que la acobijó en su infancia. Pensaría, con triste ironía, que la muerte para ella fue un escape de los ojos anhelantes de los mortales, por su naturaleza brillante y translucida, que irradiaba luz por donde quiera que pasara.

La contemplaron de pie, erguida, con un corte irregular por el filo de la espada. Esta vez sin la gloria de sus cabellos. Irreconocible para sus amigos y conocidos. Unos pocos mechones cortados cayeron en el cuello de su camisa. Rosalie inquieta se acercó a despejar sus hombros y cuello de su vieja identidad. Por su parte Bernard, quedó perplejo de lo que provocó su advertencia.

—Señor Oscar… Su… Su cabello. —Musitó sentida, la imagen de su adolescencia, de los largos, brillantes y finos cabellos dorados, que vio por la ventanilla de un carruaje había desaparecido. Los bucles que hace unos instantes decoraban el cuello de la comandante se deshacían en el aire. Cayendo al suelo en hebras separadas. Hilos que se perdían independientemente por el suelo.

Alain se estuvo callado, sin embargo, que lo estuviera viendo con firmeza no significaba que él no lamentase esto. Cambio doloroso y necesario. Meditaba respecto al viejo aspecto de Oscar. De allí Rosalie se dispuso a recortar un poco más, dándole forma a los cabellos de la ex comandante. Como se esperaría de la jovencita recortaba mechón que considerara un estorbo. Sentada quieta, en medio del dormitorio, Oscar se fijaba en Alain, correspondía a su mirada. Bernard por su parte, recogía los cabellos del suelo, colocándolos en una pequeña bolsa.

"Los hilos dorados de los destinos han sido cortados… Ese cabello hondeaba tan orgullosamente, semejante a un estandarte. Mis compañeros y yo éramos guiados por la luz que irradiaban las espaldas de la comandante. La aurora que a sus espaldas iluminaba nuestro camino. A ningún oficial se le ha visto ese nivel de nobleza. El dolor que inspira la sangre de inocentes lo mutiló…"

—¡Listo! Espero que haya quedado a su gusto, señor Oscar…— Con un peine Rosalie acomodaba su peinado. Los dedos de la joven se retorcían en los bucles que quedaban en su nuca, libre de melena alguna. La sensación del aire contra su cuello era demasiado anormal para ella. Años sin esa libertad que había gozado en la aparentemente lejana infancia. Agotada espiritualmente los años se le hacían distantes. Ansiosa de detallar su obra, e inspeccionando en diferentes ángulos el peinado, la señora de la casa dio unos pasos hacia atrás.

—Increíble… quedó mucho mejor de lo que esperaba. Das la impresión de ser un hermoso mozo. Un muchacho verdaderamente apuesto. ¿No lo crees así, Alain? —Bernard burlón, dio leves codazos al tembloroso muchacho.

—Ca-… ¡Cállate! ¡No fastidies! — Incómodo se fijó en la nueva imagen de su ex comandante. —Se… Se ve muy bien, comandante. —Finalizó tartamudo. Los ojos del sargento se mantuvieron clavados en la inusitada y atrayente imitación de su género. Al contrario de sentirse intimidado o quizás insultado, experimentaba un intenso estupor. Conocedor de sus sentimientos los controlaba hábilmente. De no hacerlo la persona a la que dedicaba pensamientos tanto dulces como amargos se vería gravemente afectada. Por eso aguantaba estoicamente. No iba a repetirse lo que en una ocasión anterior fuese un instante que destacaba en lo desagradable.

—No creí lograr que luciera tan atractivo…—Rosalie encantada colocó las tijeras en la gaveta de la cómoda, para entonces despejar su vestido de los cabellos dorados que tuvo que recortar.

— ¡De aquí muchas damas vendrán a rastras tras de ti! —Agregó el periodista divertido, seguido de ello echó una fuerte carcajada. Rodeaba a la nueva adquisición, apreciando el trabajo realizado por su esposa.

—Es verdad, la confundirían… ¡Pensándolo mejor sea con su viejo peinado o nuevo corte, el señor Oscar robaba corazones! —Rosalie tan divertida como su esposo se acercó para acomodar uno de los mechones tras la oreja de su amada protectora.

Dijeron para animarla, que sin importar el cambio radical la apoyarían. Oscar sonreía, sonreía, pero esa sonrisa se veía atenuada por algo. —Dicen eso… aunque era un capricho de muchos. Exótico por así decirlo. Me miraban a la vez que jamás concebían la vida conyugal con alguien de mi tipo. Hombres y mujeres volubles. Unas confundidas por mis maneras y vestimenta y de todos modos comprometidas. Otros una fantasía prohibida, creyendo estúpidamente que es sencillo cambiarme. Los dos equivocados. De tomarme dejaría insatisfechos a ambos bandos. Ellas por obligación y sentido a sus vidas requerirían de un hijo, lo cual es evidente que no puede ser… los hombres por su parte, les costaría acostumbrar a una esposa tan similar a ellos a una vida de servicio y entrega al hogar. Estar en medio de esas vidas no permite tomar ninguna de las dos. Un hijo con André ni en sueños lo abandonaría, ni tampoco lo despreciaría, le daría todo mi amor. Para mi desconsuelo por uno debo sacrificar el otro; los niños son criaturas tan frágiles, que demandan de la vida entera de un ser humano para crecer sanos. Los niños que vinieran de mí no serían felices… Niños sin una figura maternal. Me verían como otro padre. Conociendo a André no le importaría ese lado de mi personalidad, mi modo de ser… Aun así, no está bien. Tampoco la naturaleza me ayudaría a modificar mi crianza. —Sumida en sus palabras, la apenaba la incapacidad de su carácter para cumplir quizá, lo que haya sido un posible anhelo de André.

"Haber tenido un hijo contigo; ser un todo y la vida para una criatura. Su protector y guardián. Daría mi vida por ese niño, por conservar la suya, e igual forma no bastaría… Las mujeres me calificarían de desnaturalizada. Imposible que sepan de este dolor. Mi cuerpo capaz de dar vida como mantenerla, y mi corazón y carácter imposibilitados para acobijarlo y consolarlo como lo haría una virgen."

—Soy un soldado, y producto del infructuoso intento de un hijo de mi padre, por lo tanto, mis hijos no me conocerían como la madre que les debe la naturaleza. —Los ojos de Oscar, aunque decididos se habían abrillantado, probablemente retenía las lágrimas, de ese lado débil que emergía con cada nuevo descubrimiento de sí misma.

—Señor Oscar…— Rosalie apenada entendía lo que quería decir, de modo a que también era mujer, además de un tanto más abierta en perspectiva. Podía darse una conjetura bastante parecida a la de la ex comandante; de que la naturaleza no trata igual a todos los seres humanos. Muchas veces con preguntas que nunca tendrían su oportuna respuesta. La naturaleza confabula siempre con los seres vivientes. Ni ellos mismos conseguían explicación de dicho modo de ser, aspecto físico, preferencias, gustos y colores, tampoco Oscar, que a pesar de sentir atracción por un hombre, al contrario de su crianza, eso no era suficientemente fuerte para incitarla a desarrollar algo que dicen es natural en las féminas; una personalidad maternal, una vida doméstica. ¿Qué sucedía con todo lo demás que formaba la femineidad? Oscar carecía de todo aquello que se le pudiese decir de instinto femenino, a duras penas y su sexualidad era sobreviviente de esta confusión, o complot de la naturaleza. Que la atracción gatillaba a la fragilidad y sumisión. Actuar en total y completa docilidad. El enamoramiento producía este efecto agradable, del tipo que fuera. Inclusive en los propios hombres. Lo único que compartía con todas las mujeres corrientes. No era una muñeca para no sentir. Asimismo, estas sensaciones de enamoramiento no la empujaban a la aspiración de una vida hogareña. Suposiciones que la jovencita moldeaba con los días, estudiando especialmente la naturaleza de la comandante. Que no lo dijera no significaba que estas preguntas no recorriesen en algún momento su mente.

—En cualquier caso…—Suspiró derrotada. — ya todo está hecho. Un escenario de ese tipo hubiese sido descabellado e imposible de mantener. No es algo que se pueda tomar a la ligera. Que los niños a mis ojos sean dignos del amor más puro no asegura nada. De todos modos, la sociedad no admitiría a gente con mis características como padre o madre. Un adefesio de mi calaña…—Esta vez echó una risa espontánea. Posó su mano en los bucles cortos que adornaban su faz. Darse cuenta de las leyes de la sociedad y sus exigencias, en cuanto estos temas, la llenaban de congoja, al tiempo que la divertían.

—El humano al final nunca está contento con nada, comandante. —Añadió Alain con triste ironía. —Si con sus propios compatriotas, compañeros de armas, padres, madres, hermanos, amigos, amantes, líderes, y su prójimo etc. Está muy comprobado lo habitual de atormentarse y perseguirse mutuamente.

"Yo que era noble, no me garantizó una vida placentera. Ser de un estatus inferior de la aristocracia, haber mostrado ese grado de diferencia. Después de la repentina muerte de nuestro padre la gente reveló su verdadero ser… Al final la sociedad vive y respira las apariencias, la conveniencia. Si mi estatus fuera el de un gran señor, heredero de una casta poderosa, no habría tenido idea de lo hipócrita que es la sociedad."

—No estamos del todo equivocados, Alain. En efecto, la sociedad es de apariencias. Por eso y muchas cosas este país cae en la ruina. He abandonado mi estatus por el grave error que significaría hacer uso de él... Mi objetivo es estar al mismo nivel de un ciudadano corriente. Ver al pueblo a la cara. —Declaró resueltamente. Se sacudió los pantalones poniéndose nuevamente de pie, su cuerpo se mostró mucho más delgado que meses pasados, seguramente por causa de su dura recuperación física y psíquica. Con los brazos y muslos ahora menos macizos, debía recobrarse con horas de ejercicio. —Mi cabello y uniforme son signos del estatus que ostentaba. Me reconocerían a simple vista. La gloria es pasajera, y bien lo sabemos los que fuimos nobles… hoy honran mi sacrificio, mañana seré perseguida por un pasado del cual ni debería avergonzarme. Aunque de todos modos mi nombre puede traicionarme.

—Estuviste a las espaldas de la reina, a la protección de la mujer del rey, tu situación es distinta a la de muchos que se opusieron a la tiranía. La Bastilla no es suficiente protección para tu cuello, Oscar… Por un carácter simbólico para la causa será útil tu imagen. Y lamento decirlo, muchos agradecerán en silencio que hayas muerto. —El periodista apartaba la vista de los ojos de su amiga, con un sentimiento de decepción y pena, avergonzado de que en la causa circularan seres de ese nivel tan bajo de humanidad.

—Lo sé, Bernard, la persona que fui habría actuado imprudentemente. No habría hecho lo que hice. Ocultar mi identidad, esconder lo que fui por una libertad e igualdad que se construyó con sangre. —Se formó en sus labios una sonrisa amarga. — Decir abiertamente quien soy me pondría en riesgo. Lo tonta que he sido, nada es lo mismo, por lo que debe ser igual con mi persona. Debo por el bien de mi propósito ser alguien más. Hacer uso de una falsa identidad.

—Si lo pones así, déjame echarte una mano con eso… —el señor de la casa tranquilamente, y exhibiendo una sonrisa de seguridad posó sus manos en los hombros de la mujer en un aire de camaradería. —Sea lo que vayas a hacer, si tendrás un nuevo nombre, origen y nacimiento, es recomendable hacer los tramites adecuados, para limpiarte de toda sospecha. Conozco a alguien que está en la capacidad de producirnos papeles para la identidad que piensas tomar. Como está la situación y tu cabello, dudo que elijas a una mujer. —Finalizó bromista.

—Ni te imaginas cuánto te lo agradezco, Bernard. —La amarga sonrisa de Oscar acabó por iluminarse como resultado de la alegre y contagiosa expresión del periodista. Contenta de tener a la mano amigos tan leales.

—Ni lo menciones, Oscar.

-o-

Terminada la charla, Oscar y Alain se pusieron en marcha. El mancebo intrigado se estuvo atento a los planes de su ex comandante. Luego de dar un paso fuera de la vivienda Chatelet como había supuesto, las calles y sus habitantes sumidos en una decadencia indecible. Oscar ahora transitaba por las calles malolientes como un lugareño más. A donde quiera que volteaba, a donde la llevasen sus piernas las calles se mostraban en total abandono. ¿Esto se le podía llamar una ciudad? sus ojos azules abiertos desmesuradamente, con un nudo en la garganta. Alain la acompañaba en esos minutos de duro paseo. ¡¿Qué hacían los nobles que no despertaban de su error?! El hambre y la desidia extrema auguraban una próxima hecatombe. La Bastilla no era el final, no, no todavía… era muy lejano el final. La gente en harapos, descalza, sucia, en estado de decaimiento. Los vagabundos ya entonces eran quienes figuraban. Transitaban con la mirada baja, oscilantes, famélicos, muchas veces vigilando a sus espaldas inquietos. Al pendiente de un posible atraco. Los pocos alimentos que llevasen eran demasiado invaluables para perderlos. El hecho de mostrarlos te garantizaba la muerte. La angustia por la subsistencia. Ya de pie en medio de la calle oía las maldiciones y murmuraciones de los parisinos, desahogando su ira reprimida con sus conciudadanos. Favorablemente vestida con ropas comunes se mezclaba sin muchos inconvenientes entre la multitud, una simple camisa de lino, chaqueta, y un pañuelo atado en su cuello, los pantalones y botas procedentes de su anterior vestimenta. El desasosiego se leía a simple vista en los rostros de los ciudadanos.

En su recorrido pasaron por lo que podría ser una taberna. Un anciano levantaba su mano en seña de súplica. Tirado junto a la entraba luchaba por respirar a causa de la fuerte anemia. Sus ojos cansados, tal y como dijo Alain anteriormente, combatían contra el adormecimiento. Espantada se detuvo a mirarlo a unos cortos metros. Verlo sobrepasaba lo doloroso. Entonces un hombre salió de la taberna, era un soldado. Por misericordia le entregó disimuladamente al desgraciado un pedazo de pan mohoso.

— Alain…—Murmuró, luego de un trago amargo, estremecida.

— ¿Qué ocurre? —Posándose junto a ella preguntó. De pronto se fijó en lo que tenía agitada a Oscar.

— Dijiste que mi espada iba a ser fundida, ¿no es así? —apretó sus puños frustrada ante el panorama.

—Exacto. Me sentí culpable de quitárselas, pero debía estar con su dueño. No le hallé objeto que la espada fuese reducida a moneda de cambio.

—No culpo a esa gente. Esto es más que terrible… El día en que André y yo fuimos atacados noté el aumento de vagabundos. Cazaban nuestro carruaje con la mirada. Ahora es una ciudad de mendigos. París, no te reconozco. Los rostros alegres que recibieron con los brazos abiertos la llegada de su majestad, en estos momentos enflaquecen lentamente. El hambre está arrasando con la población. —Turbada levantó la vista, una visión todavía más macabra de un edificio se presentó, dos hombres cargaban un cuerpo envuelto en un saco roto. Si bien estuviese cubierto se distaba su estado; la enfermedad lo había consumido. ¿Qué sucedió para que acabara así? Cuando dichos hombres se avecinaban Alain se apresuró a tomar a la rubia del brazo, apartándola del camino. La arrastró a una distancia prudente.

— ¡¿Qué se supone que estás haciendo?! —Volteó a mirarlo indignada. El sargento la sostenía de las muñecas inmovilizándola.

—No te acerques a ellos…—Contestó tenso.

— ¡¿De qué hablas?! ¡Debo saber que ha pasado! —Replicó, en lo que se sacudía de las manos que la retenían.

—Es evidente que sucedió. No hace falta pensarlo mucho. Mire… —Señaló a una mujer que salía de la entrada del edificio, del cual provino el cadáver. Lloraba inconsolablemente. El estridente lamento era tan fuerte que se extendía por toda la calle. La gente sin compasión de su dolor no detenía su paso para consolarla. Unos hipócritamente miraban, simplemente eso.

— ¡Mi hijo…! ¡Único hijo! ¡¿Dios mío, que te he hecho?! ¡Te llevas a mi marido! ¡Ahora al hijo que él y yo luchamos por proteger! ¡Desdichados todos! ¡Todos y cada uno! ¡Mi hijo muere! ¡Mi juventud! ¡Mi dicha se ha esfumado! ¡El médico come! ¡Todos comemos! ¡Pero de todos, el médico come a cambio de salvar una vida! ¡Era muy tarde!—Arrodillada se lamentaba. Su vestido polvoriento y manchado, otra víctima de la miseria. — ¡Zorra sin corazón! ¡Alimaña austriaca! ¡Los hombres de mi vida muertos para que los tuyos se bañen y alimenten de leche y miel! ¡Maldita…! ¡Quiero remojar un pan en tu sangre tan solo una vez! — la mujer de rostro demacrado, consumido por la zozobra y el hambre.

Impactada luego de los gritos de la mujer, Oscar tragó hondamente. Qué patética era la vida de los habitantes, pensó. Apegado a ella, Alain siguió explicando.

— ¿Ahora lo ve? Era mejor no acercarse. No sé qué pasó, no obstante, en mi barrio sucedía mucho cuando se intensificaba la pobreza; alguien moría en circunstancias parecidas. No tuvieron forma de atenderlo. Diría que es igual a cuando un niño come pan de aserrín. Ahora es habitual, ese muchacho debió ser víctima de la enfermedad, y si sufre de hambre frecuente es presa fácil de su mal. Eso lo mató. —Dedujo sombríamente para horror de la rubia.

—Por… por la pobreza muchos están muriendo. La nefanda situación sigue sin cambiar después de aquel día… — Musitó trémula. Sus muñecas notaban el sudor que manaba de las palmas del mancebo.

"Si por una muerte claman la sangre de Lady Antonieta, no quiero imaginar en lo mucho que rondarán esos pensamientos por la población. Me aterra el posible destino de los reyes si esto no cambia para bien. ¡Ahhh…! ¡No sé qué pensar…! ¡En la pobreza la vida es insustentable! ¡¿Qué tipo de cuartucho miserable vivirían para agarrar semejante enfermedad?! ¡En la pobreza la vida es sumamente corta!"

—Alain, suéltame…—Le ordenó cabizbaja. —No pienso entrometerme. Me detuviste porque temes por mí, eso lo entiendo. Ya pasó lo peor. Déjame…—Éste inmediatamente liberó las muñecas de la mujer, continuaron observando la triste escena.

— ¡Esto es culpa de usted también! —Gritó la roñosa madre del fallecido, apuntaba al casero que atendía el edificio. — ¡¿Obligarme a encerrar a mi hijo?! ¡Murió solo sin su madre! ¡Separados por una puerta sellada!

— ¡Era lo más piadoso! ¡Bien podría haberlos echado a la calle! ¡Me hubiese ahorrado esos malos olores! ¡Se demoraron mucho en llevarse el cadáver! ¡Era mejor llevárselo a un pueblo lejos de París! ¡Su destino era predecible! ¡Y como ahora no tiene nada, le ordeno que se largue! —Contestó despiadado el hombre de mediana edad. Sus cabellos desaparecían de su cabeza, el sol se reflejaba en su calva.

— ¡¿Piensa echarme a la calle?! ¡No tengo ni donde caerme muerta! — La mujer alarmada se llevó ambas manos al rostro.

— ¡Eso no es mi asunto! ¡Debo cuidar a mis huéspedes! ¡No quiero que una peste nazca de mi negocio! ¡Suficiente con su hijo! —A las espaldas del casero un muchacho arrojaba a la calle las pertenencias de la infortunada.

— ¡¿Eh?! ¡¿Que están haciendo?! ¡Tenga misericordia! ¡No tengo a donde ir! ¡Ni dinero! —Se arrojó a sus pies, arrodillándose temerosa de acabar en la indigencia. Sujetó la pierna del hombre suplicante. Su rostro bañado de lágrimas no era lo bastante para ablandar su corazón, al pendiente de sus intereses, pero fue inútil. Sacudió a la mujer de su pierna para nuevamente entrar al edificio dando un portazo.

—Hijo mío… ¿Por qué dejas a la madre que te quiere tanto? Te he prometido encontrar un trabajo, pero partes antes de darme la oportunidad. —Apagada, se dispuso a recoger sus pertenencias del suelo empedrado, cuando a su lado percibió como alguien se detuvo a verla. Sin molestarse de voltear dijo despectiva. —Interesante el espectáculo, ¿No? Muy divertido. Aunque jamás divertiría a entrometidos. —Inquieta de ser observada acabó por voltear. — ¡Vamos! ¡¿Qué es lo que miras?! ¡¿Quieres ver más acaso?! —Para su desconcierto era una visión distinta a la esperada. A su lado se arrodilló quien creyó otro indiferente de su dolor, un precioso y blanco doncel, de hermosos bucles dorados, labios encendidos, y ojos tan azules como el cielo y mar más distantes. Atónita dijo. —Tú…

—Por favor, quiero ayudarla… vi lo que ocurrió. No permita que su espíritu decaiga. —Habló Oscar con dulzura a la desafortunada, Alain al contrario las veía estático, conmovido de la compasión de la rubia.

—Un muchacho sano y joven puede decirlo. Yo no tengo esa ventaja. Alguien tan hermoso debe haber sido ataviado por Dios con la mejor de las suertes. —Respondió con tristeza la mujer para luego echar un suspiro.

—No he sido ataviado con la mejor de las suertes, aunque por supuesto en mi infancia lo creía así… Comprendo el dolor que está pasando, por eso…—De su bolsillo sacó una de sus viejas medallas, las cuales horas antes de la Bastilla arrancó de su pecho. —Espero esto tenga el bastante valor para ayudarla. —Agarró la helada y macilenta mano de la mujer, para introducir disimuladamente el medallón en su puño cerrado.

—Oh Mi Dios… Esto…— La mujer fascinada miró la medalla con cautela.

—No diga nada… De decir algo es posible que se lo quiten. Gástelo sabiamente. Es lo que puedo hacer por usted. Yo por mi parte veré cómo alimentarme, pero su drama era superior al mío…—Ambas se habían puesto de pie, la mujer con la ayuda de Oscar tenía a la mano un saco con todas sus pertenencias.

—No sé en qué modo agradecértelo. Mi hijo y Dios en las alturas te enviaron. ¿Puedes decirme tu nombre? —Tímida, posó una mano en sus labios secos.

—No, no puedo, porque no creo que nos volvamos a ver. Lo lamento. — Dijo con pesadumbre.

—Bien…Entiendo. No seguiré preguntando. Que hayas aparecido es un consuelo de las alturas. En verdad muchísimas gracias, yo… yo… No sabré el nombre que te han puesto los padres que te trajeron al mundo, pero prometo no olvidar esto. —La mujer quebrada y un poco desilusionada se marchó a paso lento, a sus espaldas Alain se acercó, viendo como la mujer se alejaba de su vista. De ahí se retiraron, caminaron para entonces ver a lo lejos un grupo de soldados de las Guardia Nacional aglomerados en la plaza de la Concordia.

—Ni siquiera entiendo, ¿Cómo puede acercarse tanto a una mujer que incluso preguntó el nombre del buen samaritano?

—Oh, no…—Negó con la cabeza sutil— Esto lo hago porque su sufrimiento me atenazaba. Oírla gritar, clamando por sangre. Me atemorizó su odio. No supo lo que decía. — Acomodó su chaqueta y pañuelo. —Bernard prometió ayudarme con mi nueva identidad. En nuestra vuelta le daré una hoja con la información de cómo deseo llamarme. Asimismo, mi nacimiento y ciudad de origen. Asumo que me tocará inventar una firma por mi nuevo nombre, que por cierto, no tengo certeza de que nombre emplear. —Pensativa posaba una mano en su mentón.

Fue entonces que el sargento la interrumpió, recordando las anteriores acciones de la rubia y lo vivido hasta ahora.

—Michel… Hmmm… Michel es un buen nombre. —Frunció el entrecejo pensativo, en lo que rascaba su barbilla. —Sí… es un buen nombre, sin mencionar que perteneció a uno de mis amigos.

— ¿Michel…? Es verdad… Michel Verre… ¿Cómo olvidarlos? — Concordó amena.

—"Aquel que es como Dios". Esa mujer comparó a este misterioso joven con una señal de las alturas. Influenciado por Dios. La compasión que vio en sus instantes más tristes. Una que nadie se dignó a brindarle. —Le guiñó un ojo pícaro.

—"Aquel que es como Dios" ¿Eh? Suena muy bello…—Contestó con una sonrisa satisfecha. —Puesto que crees conveniente Michel, un apellido sencillo y digno debiera acompañarle. Me gusta Dumont, un apellido de una humilde familia de agricultores en Arras. El apellido señala los montes, colinas, y las montañas más altas, cerca del cielo. —Miró al infinito, se podían apreciar unos nubarrones para una próxima lluvia. El viento se enfriaba más al pasar las horas, indicio de que pronto se presentaría una fuerte llovizna. — Michel… no me extraña que hayas elegido el nombre, no después de lo dicho por Diane. —Se adelantó unos pasos del sargento.

— ¿Cómo?

—Ella me contó lo que dijiste de mi nombre. —Se volvió a mirar al muchacho a sus espaldas. —Ahora me doy cuenta de que en ese entonces hablabas de mí con ella.

— ¡Eso…! —Gritó desubicado. De inmediato con la palma se dio un fuerte manotazo en la frente. — ¡Con un demonio! ¡Se suponía que era entre ella y yo…! ¡La idea era que no llegara a sus oídos! ¡Maldición!

—Oscar… Dios y espada en hebreo. Me contó que no era secreto para ti el significado de mi nombre. —Echó una ligera risilla ante la reacción del joven. —Eres bueno seleccionando nombres, Alain.

—No es motivo de risa…—Contestó descompuesto. Tremendamente avergonzado de que su hermana lo hubiese prácticamente delatado. Las mejillas rojas de Alain se le hacían a la mujer un espectáculo digno de risa, quien ignoraba que aquel sentimiento seguía persistiendo en el muchacho.

"¿Es que para ese momento estarían comenzando a aflorar estos sentimientos? Te gritaba, te desafiaba, hasta me negaba a seguir tus órdenes. Me comportaba a mi gusto y placer, y sin importar mí supuesta rebeldía oía atento y rabioso los cientos de elogios que despedían los labios de mis amigos. Iracundo porque no tenía modo de refutarlos, así que optaba por callarlos. A medida que hablaban más fascinante e inquietante te volvías, entonces duplicaba la actitud de mis compañeros poco a poco en mi… Me rendí por la rectitud y empatía que tenías por nosotros. Ningún comandante que hayamos conocido sufría los pesares de sus hombres. Ajenos a los suyos. Llorabas nuestra pena, y creo que por eso me gustaste."

—Alain, Lo he decidido… —Se detuvo en seco, volviéndose a él— Me uniré a la Guardia Nacional.

— ¡¿Qué?! ¡¿Se unirá?! ¡¿Acaso ha perdido la razón?!—La increpó sobresaltado, el corazón del muchacho latía desbocado, en su cabeza se formó mil y un suposiciones horripilantes de una mujer siendo rodeada de bestias en estado de celo. Bien sabía que Oscar no era la típica mujer indefensa, pero la superaban en número, sin contar que su identidad estaría en peligro. La confianza no será igual a la de los soldados de la Guardia Francesa, que con el paso del tiempo se había construido una maravillosa amistad.

— ¡No! ¡No he perdido la cabeza! ¡Si eso es lo que estás suponiendo! ¡No es de tu incumbencia! ¡Es mi decisión! ¡Ya lo has visto, Alain! ¡Francia está desmoronándose en sangre!

—No, es peligroso. No es un sitio para…—Murmuró entre dientes con impotencia. Un sudor frio se presentó. A su mente recuerdos agudos, imágenes nítidas revivían sin mucho esfuerzo; Diane suspendida en el aire, con una cuerda que grababa en su cuello blanco las fibras de la soga, su madre desvaneciéndose en una insufrible fiebre por la tristeza de la pérdida, negándose a comer, sus amigos muertos por cada descarga y estallido en una nube de polvo, y lo último… Oscar bañada en sangre, respirando entrecortada, suplicando descanso. Asaltado por el pánico sujetó los hombros de su ex comandante, arrinconándola contra un muro, alejándose de la vista de los soldados y transeúntes. —para alguien…

— ¿Para una mujer dices? —Inquirió entre una mezcla de indignación y sarcasmo— ¿Qué desahoguen sus instintos y perversiones más oscuras conmigo? ¿Qué me amenacen con una vela contra mi cara? —Esa mención atroz había asestado en la consciencia de Alain. Ella que con palabras directas y descarnadas le recordara aquella barbaridad que cometió. — ¿Del mismo modo que tú…? Vivirlo una segunda vez no me sorprendería, tampoco pienso permitirme ser tan obvia… Conozco mi puesto en la sociedad, Alain. ¿Quién te dijo cuál era?

—Sé cuál es su lugar y también el mío… Pero no conoce a esa gente, vivir en las mismas carracas, en su ambiente. Mis amigos y yo éramos unos niños, jamás le habríamos hecho daño. Al conocerle mejor nos sentimos arrepentidos. Ellos eran buenos chicos. Únicamente buscábamos amedrentarle para que de ese modo huyera del cuartel.

—Comprendo lo que sientes, ¿Pero no dijiste antes que Francia necesitaba desesperadamente a sus soldados? ¡Yo también soy un soldado francés! —Afirmó una mano en uno de los antebrazos del sargento, obligándolo a soltarla. Sus ojos cristalinos miraban rabiosos a los ojos oscuros que luchaban por mantener la mirada.

"Que alguien te toque… Que te pongan la mano encima fuera de mi vigilancia. ¡No me lo perdonaría! ¡De la misma manera otras personas que te aman no lo harían!"

—Francia nos necesita, eso dije… Pero ver a esa gentuza cerca de una mujer me alerta de un peligro. ¡Y qué decir de su pasado! —Se separó para voltear a ver paranoico en la dirección donde se escuchaban un sonido de tambores, sitio en el que se posicionó una tropa de la Guardia Nacional.

—No va a pasarme nada… Verán es al soldado, no a una mujer, ni a la aristócrata que era. Además de que uno de mis viejos aliados está vivo. No necesito de tu protección, al contrario de eso me hacía falta tu apoyo. —Alegó evidenciando su decepción, e ignorando las razones ocultas de Alain. — Y creo que ya es hora de que te vayas acostumbrando a dejar de llamarme comandante. A partir de ahora seremos colegas, no… serás mi superior.

Las palabras de Oscar eran espantosamente punzantes. Alain palidecido no hallaba que decirle, sus sentimientos lo frenaban para finalmente articular palabras que fuesen convincentes. Inmediatamente después de esto la mujer se dio media vuelta dejándolo con la palabra en la boca. No comprendía, ¿Cómo no consiguió contradecirla? Contestarle de alguna forma. Antes, mucho antes lo habría hecho, previamente de que la nula lógica del amor lo abordase. Sudoroso y pálido sostuvo su cabeza, nunca se había sentido así… sufría de una jaqueca anormal, respiraba aceleradamente. Entonces frenético y frustrado pateó unas cajas de madera estropeadas, tiradas en plena calle. La saña que empleó acabó por destrozarlas, dejándolas totalmente inservibles, y como no le era suficiente, se afirmó contra el muro golpeándolo con las manos empuñadas. Su cuerpo experimentaba un temblor inusual, apretó sus dientes furioso e impotente para luego resoplar y gruñir enojado consigo mismo.

"¡Maldita sea…! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué no le dije nada?! ¡¿Qué me está pasando?! ¡¿Acaso soy imbécil?! ¡Antes le hubiera contestado! ¡Arrogante, pero lo hubiera hecho! ¡Lo que me hiciste! ¡No soy el que era!"

Se oyeron a sus espaldas unas pisadas que se aproximaban a su dirección. Dos talones chocaron sorprendiendo a Alain asaltado por la ira. — ¡Sargento de Soissons! ¡Aquí está, señor! —Era un joven soldado, dio un saludo en respeto a su superior.

— ¡¿Qué?! ¡¿Qué diablos quieres?! —Lo regañó iracundo, aun con los puños contra el muro, no estaba lucido para hablar con nadie — ¡¿No te das cuenta de que estoy ocupado?! ¡¿O acaso no son capaces de hacer lo más estúpido sin tenerme encima?! ¡Tampoco es que me sienta tan indispensable!

— Pe-… pero señor, lo vi solo y pensé…—Respondió el soldado encogido por los gritos del sargento.

—¡No estaba solo! —Gruñó, volviéndose hacia él agitó sus manos abiertas exasperado — ¡Si estoy aquí de pie cual pusilánime es porque había una persona conmigo!

— ¿A sí…? ¿Entonces con quién está? —Nervioso miró en derredor, los transeúntes los esquivaban, ya que se habían detenido en la calle.

—Estuve hablando con una mujer…—Contestó mientras rascaba frustrado su cabeza.

— ¿Una mujer? ¿Por eso está tan molesto? —Inquirió inocente y lerdo.

—No era una mujer ordinaria. Ninguna da un dolor semejante al que ella causa. ¡Además de que, como toda mujer, es un endemoniado dolor de cabeza! ¡Una bruja insoportable! —Extrañamente adolorido, percibía desde hacía algún tiempo sensaciones que lo dejaban con la guardia baja.

"¡Siento la muerte todos los días! ¡Un tormento que raya lo tenebroso! ¡Mi cuerpo está diferente! ¡¿Qué clase de malestar es este?!"

— ¡Mujeres! ¡Todas las mujeres son iguales, señor! —Se cruzó de brazos, asintiendo repetidas veces seguro de su burdo conocimiento— ¡Caprichosas! ¡Manipuladoras! ¡Egoístas! ¡Insensibles! ¡Despreciables! ¡No vale la pena que se quiebre la cabeza por ella!

— ¡¿Qué sabes tú, que te crees con derecho de sermonearme?! — Lo pinchó varias veces con el dedo, empujándolo intimidante y duro, según, él era el único con derecho de maldecir a la rubia que lo atormentaba— ¡¿Y a qué demonios viniste?!

— ¡Lamento la insolencia, señor! —Asintió repetidas veces de nuevo, pero esta vez con el temor de acrecentar su cólera— ¡Discúlpeme! ¡El… el general Lafayette requiere de su presencia! ¡Todos los soldados nos hemos formado! ¡Para sorpresa del general faltaba usted!

— ¡Bueno, ya! ¡Vámonos! ¡No puedo creer que enviaran a alguien tan torpe a buscarme! — Refunfuñó, dando una patada a una pequeña piedra, se desahogó por última vez de la mujer que lo había dejado plantado. — ¡Maldita la hora de mi impotencia!

— Su… ¿Su impotencia? —Repitió el soldado desconcertado. Frunció su rostro por el dudoso y raro comentario de su comandante. ¿estaba enfermo? ¿Será por eso que la mujer lo recriminaba? Pensó.

— ¡No es lo que crees, imbécil! ¡No ese tipo de impotencia! ¡¿Eres Idiota?! —Volteó con el rostro totalmente rojo a encarar al muchacho que le seguía de cerca. La cara del sargento mostraba innegables signos de vergüenza, a la perspectiva del jovencito casi estaría emitiendo humo, espantado de ver en riesgo su hombría.

-o-

Oscar todavía irascible de su altercado con su ex segundo al mando, regresó por su cuenta a la casa Chatelet, después de horas recorriendo las calles, Circulando sola. Muy orgullosa para recibir atenciones especiales del sargento en servicio. A sus oídos llegó la fuga de los cortesanos, bien en sus días de confinamiento oyó palabras referentes, pero no con el debido detalle. Aquellos que habían propiciado principalmente el desastre, que por preservar sus privilegios obstaculizaban todo cambio en el horizonte. Cambios que estúpidamente habría aplacado la marejada que ahora se cernía sobre la monarquía. Parecía que el antiguo régimen se había derrumbado, pero… …La nueva Francia seguía teniendo serios problemas. El primero… La gran hambruna que había en París, además, fueron convocadas nuevamente las tropas para obstaculizar la Revolución. El primero de octubre, se celebró una fiesta de lujo ignorando el hambre de los ciudadanos de París. Este comportamiento insensato y desfachatado de la corte, fue lo suficiente para que los sentimientos encontrados del pueblo explotaran en rabia. Oscar había elegido el peor momento para alistarse, muchos lo habrían visto con esos ojos. Como dijo anteriormente, le entregó sus nuevos datos a Bernard para que a su vez fuesen transferidos a las manos que producirían su falsa identidad. En la oficina de reclutamiento, presentó sus papeles a un hombre de rostro y expresión tosca, de ojos ojerosos, peluca algo enmarañada, y una barba que empezaba a nacer de su quijada. Al parecer crecería encanecida de sus rudos años de servicio. En su mejilla una cicatriz en línea, se notaba que ese corte de cuchillo que daba casi a su oreja había recibido los puntos de un médico. El estrés mellaba la salud de los soldados. Se notó observada por hombres que salían y entraban alucinados de su beldad, de igual manera rasgos infantiles, suspirando, tratando de calmarse se dispuso a escribir hábilmente la firma del nuevo soldado que inventó, "Michel Dumont", las horas practicando la firma habían cosechado frutos. De allí fue conducida por otro joven soldado al lugar donde le sería entregado su uniforme. Se sentía sorprendida de las vueltas de la vida, ¿Quién diría que en una piel falsa miraría el panorama que sus antiguos subordinados vivieron? Siempre, desde su nacimiento, estaba habituada a vestir y ejercer un aparente papel masculino, sin embargo, ahora era muy diferente, por esos años vivió cómodamente con el conocimiento público de su género. La aristocracia tenía sus ventajas. Con un antiguo rey de carácter extravagante abría camino a todo miembro singular de la corte, por extraño que pareciera. Según recordaba, jamás se vio vejada ni relegada, eso era gracias a las bondades de la nobleza, además del estatus, se le había procurado un trato con mano de seda. En este caso tendría la obligación de esconder su género. Pensó en la actitud misógina de los soldados. De saberse que era una mujer no sería bienvenida, y también el peligro de que estos se enterasen de su pasado como protectora de la reina que tanto repudiaban. La política es ingrata, quizás en esos instantes la venerarían como patriota por estar supuestamente bajo tierra. Haber participado en la toma de la fortaleza de la Bastilla no era excusa. Su padre tuvo razón, la Guardia Real era un jardín de niños al lado de los rudos y toscos soldados comunes, que enfrentaban labores mucho más duras. Oscar tenía pleno conocimiento de esto: sudaría y padecería las desventajas de un soldado regular, pero lo afrontaría con la cabeza en alto. Recordar a sus amados soldados la inspiraba lo suficiente para soportar su puesto en la Guardia Nacional. Tristemente ahora, Alain quedaba de ese regimiento de amigos. Irónicamente, los puestos se intercambiarían, acostumbraría a ver su ex segundo al mando como un superior.

Continuará…

Aviso y curiosidades del fanfic.

Un nuevo capítulo, pero ha quedado demostrado que es más complejo de lo que se esperaba, y augura que este fanfic va a ser bastante largo, e incluso he tenido que pedir ayuda a escritores expertos. Por eso quiero dar crédito a Dayana Alvarado, o como también se le puede hallar con el nombre de Only D, dueña de fanfics como "¿Qué es el amor?" E "Isabelle", que me ha sido de gran ayuda con el capítulo anterior. Pero ahora especialmente con este que toca temas de terreno peligroso para los personajes; es la apertura de futuros problemas, e incluso ha empeorado dramas que yo había planteado. Y supo describirme su punto de vista, no muy distinto del mío lo que ha provocado en mí más ideas para el fic. Claro, que el terreno que domina Only D es el de personajes con un tono más brutal, sin embargo, fue de mucha ayuda. Los futuros dilemas y torturas mentales de los personajes que verán en los próximos capítulos por venir fueron ideados con mayor crueldad a la idea original. Desde luego que no se abandonará jamás la esencia del manga ni sus diálogos.

Desde el principio de "Época de cambios", aproveché que los personajes citaran palabras referentes al manga, Gaidens, y más adelante Eroica. Muchas partes del fic se verán ligadas a los mangas del universo de Berubara. Pongamos un ejemplo sencillo con el despertar de Alain en la casa de Bernard y Rosalie. Esa parte es casi igual al Gaiden de Alain. Muy difícil identificar que es ficción de fan y qué es de la Doña Ikeda, por lo que para darle emoción y diversión no señalaré que otra escena es igual, tendrán averiguarlo. En fin, espero que este capítulo los haya librado por un ratito de la horrible y aburrida cotidianidad. Nos leemos en el próximo capítulo de nuestra telenovela cutre, donde Pedro Pancho José de Montesinos le pide matrimonio a María Ágata Josefina… ¡Digo! ¡Eso es en otro canal! ¡Cuídense! ¡Y coman mucha zanahoria que es buena para la vista! ¡Y vaya que yo necesito mucha! ¡Hasta la próxima!