Capítulo 05
No más que una bala.
En un ambiente no muy distinto al acostumbrado, con gritos y murmullos lejos de un tono de calma y despreocupación. En el pasado siempre se había codeado con hombres, en diferentes niveles y categorías. Primeramente, caballeros finos y moderados, que eran rigurosos y estrictos, colegas de su clase en otras palabras. Que se comportaban con maneras parecidas a las suyas, no obstante, seguían siendo enormemente diferentes de un soldado corriente. Del mismo modo, los primeros soldados a los que tuvo que encabezar; hijos de familias ilustres. Revestidos de las gracias y privilegios que Alain nunca pudo disfrutar. Con derecho de aspirar a grados mucho mayores. Recordó claramente el sentimiento de desprecio que reflejaban los ojos del mancebo de 28 años, en el instante de preguntarle, ¿Cómo un joven con semejantes aptitudes se hallaba en el rango de soldado raso? De no ser por una ley hecha a la medida de las preferencias de la alta nobleza, disfrutaría las ventajas de un rango superior. Tal vez era cosa del destino traerla a la Guardia Francesa, que enfrentaban obligaciones más crueles que el de un soldado de la Guardia Real; conocer otra cara que desconocía del ejército francés. Consideró las opiniones tanto de su padre como la de Alain no tan disparatadas como en un principio pensaba. Uno miraba a la Guardia francesa de la forma más baja y brutal, un sitio degradante para una frágil mujer como su hija. Con la idea de que estos soldados no poseían la conducta que había puertas adentro de Versalles. En el caso del otro su opinión de la Guardia real no era muy prometedora: Soldados de papel, que no tenían otra utilidad además de objetos decorativos y ostentosos escoltas. Compararlos era comparar una lija con una pluma. Actualmente las circunstancias la habían conducido a un grupo que no era nada al lado de los anteriores mencionados. Este estaba conformado especialmente de inexpertos, todavía requería pulirse, existían veteranos, pero continuaba habiendo defectos en esta nueva Guardia Nacional. Estos defectos detectados por el sargento eran también incuestionables para ella.
Pensó en su camino a las barracas luego de que le entregasen su uniforme, guiada por un soldado. Éste concentrado en explicarle las normas, la ubicación de la armería, comedor, enfermería y sala de encuentro. En caso de que tuviese familiares que quisieran visitarle. Era curioso… no hacía falta explicación alguna. Debido a sus años de soldado no le era un secreto la distribución de los cuarteles militares, sin embargo, se esperaba que siendo novato aceptara las indicaciones de quienes tuviesen más tiempo de servicio. Saberlo a la perfección y sin siquiera preguntar se podría ver sospechoso. Entonces el muchacho llamó su atención, ambos caminaban por el pasillo hacia las habitaciones de los soldados.
— ¿Dumont? ¿Me estás escuchando? —Interrumpió el soldado, volviéndose a mirarla. Un chico de cabellos castaños rojizos recortados hasta la nuca, de mansos ojos pardos, tan oscuros como los del mismísimo sargento.
— ¿Ehh? Disculpa. Estaba absorto. Te escuché. Es sólo que pensaba en la vida que tendré a partir de este momento. — Contestó al despertar de su cavilación, para prestar atención al joven. Mostraba a su compañero una sutil sonrisa.
—Sí. No, no te preocupes, es simplemente que me encomendaron guiarte, a-además de hablarte de lo necesario. —Balbuceó, nervioso de los gestos simpáticos del novato. El único hombre al parecer con un aspecto singular, al igual que el joven sus compañeros volteaban disimuladamente intrigados de ver una cara inusual pasar por los rincones del cuartel. —Apropósito, me dio hambre, y creo que… que es hora de comer. ¿Te gustaría comer conmigo? —tímido dobló el brazo tras su nuca.
—De acuerdo, ¿Dónde es? No recuerdo muy bien la ubicación del comedor, si eres mi guía supongo que es tu deber enseñarme de nuevo el camino.
"Parece un buen muchacho. No comprendo… ¿Qué te motivó a preocuparte, Alain? Sé que no es lo mismo a mis antiguos puestos. Asumo que no todos los que conforman este regimiento sean las escorias que dijiste. No adelantaré una opinión, si no lo hice con ustedes no lo haré con ellos. No te lo he dicho, aunque debiste intuirlo ya, que te considero uno de los mejores soldados que haya conocido en mi vida. Tenerte y al resto de tus compañeros es la más grande satisfacción que he podido sentir."
— ¡Por aquí! ¡Al venir a este lugar me contaron que la comida era mala! ¡Para mi sorpresa resultó ser más decente que la basura que abunda en la calle! — Rio despreocupado, ella notó que éste rodeaba sus hombros con su brazo. Ese simple gesto significaba que le simpatizaba a este joven.
— Sabes mi nombre y apellido… oí tu nombre de pila, no me has contado que sigue de tu nombre, ¿Te has olvidado de los modales?
— ¡Ah! ¡Es verdad! —Chocó la palma contra su frente avergonzado. — ¡Soy Pascal Morandé! ¡Estoy a tu completo servicio noble Faetón! —Haciendo una inclinación completa, estirando su brazo a lo que quedaba de camino por el pasillo, parodió la reverencia de un aristócrata.
—Faetón, ¿Eh? —Complacida ladeó su cabeza a la galantería del chico —El hijo de Apolo… —Emitió una suave risa, sin necesidad de abrir su boca ni enseñar sus dientes. —Creo que estás exagerando. No merezco tal elogio. Por otra parte, debe ser el cabello. El rubio gusta mucho por lo general.
— Desde luego que no… — Negó rotundo con la cabeza—Pareces el hijo del sol. — acercándose a ella susurró junto a su oído. Tocó un mechón de los cabellos que adornaban la frente de la rubia— A nuestro alrededor muchos nos miran…— Con disimulo le enseñó la cantidad de soldados que los observaban, encubriendo el anormal interés de alguna forma.
"Hijo del sol… No puedo negar que siempre lo he creído, y en cierto modo sigo creyéndolo. El astro rey de mi infancia. De pequeña te admiraba e idolatraba. Eras mi guía… el hombre ideal y fiel a sus convicciones. Con nuestros caminos separados respetaste al final el sendero que elegí. La pasión que ardía dentro del pecho de la hija que esculpiste. Mi bien amado padre, no te he olvidado. ¿Sigues en la casa que me vio nacer? ¿Prensando contra tu pecho a la gentil madre que dejé afligida? al marcharme a mi destino he roto más de un corazón, además de a las rozagantes y perfumadas damas, que alguna vez me rodearon emocionadas de otra amiga de toda la vida. Niñas dadivosas y tiernas, incapaces de despreciar a su hermana. Muchos corazones unidos al mío por los resplandecientes y cegadores años de la infancia… el último corazón fundido a mis recuerdos, a pesar de que no exista el beneficio de un lazo de sangre. La segunda madre que tuve. Abuela, te había prometido regresar, para que oyeras de mi boca las palabras que me pediste repetir. Romper mi palabra ha sido lo peor que pude haberte hecho. Te quiero abuela, siempre lo haré."
Ingresaron al comedor, buscaron una mesa relativamente apartada, ya que a Oscar no le agradaba figurar a plena vista. Para su mala suerte tanto los soldados que entraban, igualmente que los sentados en las mesas, no se detenían de observarla, simulando estar aun en sus actividades y charlas. Intento inútil porque el ambiente de tensión la hizo percatarse. Siempre echaban un vistazo a lo que creyesen interesante. Uno de ellos la miraba con gran interés, frunciendo el entrecejo. A comparación del resto su mirada se mostraba directa y desvergonzada; un hombre joven, de cabellos rizados castaños cortos, y un bigotillo sobre su labio. Antes de ponerse de pie, separándose de la mesa dio un comentario a sus compañeros. Murmuraban tan bajo que era imposible saber que decían.
— Raphael… Crees… ¿Crees que acaso… ese sujeto será…? —Inquirió, esbozando una mueca de evidente desagrado.
—No estoy seguro, Abel. No nos haría daño mirarlo de cerca. —Respondió, apoyando el pómulo contra sus nudillos, atento a la figura que se acomodaba en una mesa a unos metros de ellos.
— ¿Vas a hablarle? —Colocó una mano en el hombro de su compañero —Pensarán mal de ti. Pienso que es mejor ignorarlo.
— ¿Pensar mal cuando de entre todos soy el más seguro de mi hombría? — retiró la mano que lo retenía en su silla — ¿No deberían en el cuartel habitar hombres y no engendros? El que se atreva a insinuar lo contrario lo aplastaré sin mediar palabra. Tenemos que mantener a raya lo "normal" en el ejército.
— Es una sorpresa que finalmente uno de ellos se dignara a contaminarnos. Con los nobles era suficiente de crímenes contra la naturaleza. —Acotó Nicolás, ocupado en terminarse la ración en su plato.
— Esto no puede ser…— Se quejó Abel, volteando a mirar a sus demás compañeros. — ¿Ustedes también van a seguirlo? ¿Juzgar cuándo ni le conocemos sus pecados y virtudes? ¿Qué diablos sabemos de él? — Estos asintieron afirmativos, girando sus sillas en dirección del hombre que apuntaban como fenómeno, compartiendo el mismo sentimiento corrosivo.
Tras de él le siguieron sus compañeros hasta la mesa donde Oscar y Pascal se habían acomodado. En su avance se detallaba a la perfección su altura, así como la fuerte contextura de su cuerpo.
— ¡Pascal! — Exclamó el grandulón alegremente, afirmándose en el respaldo del pelirrojo. — ¿Quién es tu amigo? No debe ser de aquí, primera vez que veo alguien con ese aspecto en este inmundo lugar... —Se inclinó a mirar más de cerca al acompañante de Pascal. Examinándolo atrevido, difícil adivinar que pasaba por su cabeza con semejante aproximación.
— ¡Raphael! hmmm…—Incómodo evitó la mirada del matón— pues es un novato, no hace mucho se unió a nosotros. —El tono de voz de Pascal indicaba que este hombre no era alguien grato de ver. Nervioso contestaba la pregunta. Oscar por su parte no rehuía de su mirada, el tamaño no era suficiente razón de temor para ella.
— ¿Tienes un serio problema con mi cara? — Replicó ella, arqueando una fina ceja — Con el esfuerzo que se hace para mantener este lugar limpio pides demasiado. Tampoco se ve tan desagradable por lo que he podido observar. Está un poco dejado, pero sigue aceptable al lado de otros lugares que me han contado. Si conociste sitios mejores para que me notaras, deberías contárselo a tus amigos.
—En eso tienes razón, mozalbete, ¡Qué cara de niña! ¡Oh! ¡Quiero decir, colega! —Raphael sarcástico, señaló abiertamente lo que separaba a Oscar del resto de los soldados viriles, que se encontraban en el salón comedor. Arrimó una de las sillas a su espalda, después otros soldados se agruparon alrededor de la mesa. — Para conocernos mejor te ofrezco beber conmigo. ¡Espero no me defraudes y seas buen bebedor! ¡¿Te descompensarías con una copita?! —Cogió una botella de vino y se dispuso a servirle un vaso.
La rubia sonrió ladina y cáusticamente.
— ¡Je! ¿Cara de niña? Como que tienes mucho tiempo sin ver a una mujer que me confundes con una. ¡Me presumes delicado cuando nunca en la vida me has visto! —Sin inconvenientes la rubia cogió el vaso de vino. — Se agradece la altanera amabilidad. —Lejos cohibirse reaccionaría a las burlas e indirectas de estos hombres. A su lado Pascal le pasaba un plato. No se volvía a mirar a quienes tenía a sus espaldas, hasta que uno se sostuvo del respaldo de su silla. — ¿Hacen esto con toda cara nueva o cara supuestamente de niña? Si es así no está funcionando.
"¿Semejante situación me ocurriría en la Guardia Nacional? En mi pasado cuando servía en la Guardia real mis limitaciones y aspecto nunca me fueron cuestionados. Tonta e ingenua… Ahora la realidad me estalla en la cara de una forma tan violenta que me deja sin habla. Alain estaba en lo cierto, de que hay mucho que debo conocer fuera de mi estatus, y de los muros que me acobijaban de los prejuicios del hombre. Enfrentar a gente que cuestiona mi cuna, sexo, ahora apariencia. Si hubiese aceptado la propuesta de la reina de convertirme en general no sabría nada de la vida, ¡Absolutamente nada! ¡Por siempre perseguida por mi nacimiento y naturaleza!
— Te presumo delicado por los aires que traes… aparentas no haber sufrido en la vida. ¡Es la primera vez que recibimos a un nuevo integrante de esta manera! ¡El primer compañero de apariencia anormal que tenemos! —Se mofó. Dio un trago a su vaso. — ¡Mi nombre es Raphael Eluchans!
— He sufrido así te parezca ridículo. Que sea más pequeño y delgado no significa que no pasara por sufrimientos equivalentes a los tuyos… Con ese aspecto por un instante creí hablar con un albañil o herrero. Muy fortachón, a decir verdad. —Tragó saliva, tratando de contener su irritación— Soy Michel Dumont, desciendo de una familia de granjeros. —Respondió arrogante y maliciosa.
— ¿Michel Dumont…? —Inquirió con falsa desilusión— esperaba un apellido de noble estirado como mínimo. Dumont es demasiado corriente. Esos bucles, piel blanca y ojos tan azules, una razón de sentir pavor… pareces haber reposado en una cuna de las altas esferas. ¡Allí los espantapájaros que ofenden a verdaderos hombres! — Dio un golpe en su pecho con pretensión. — Tan sólo espero estar en el mismo regimiento, para comprobar la hombría que nos cuentas. ¡Un segundo! —Rascando su barba reparó en el pelirrojo que comía inquieto de su presencia. — ¡Si vienes con Morandé seguro que sí! —El chico se crispó en su silla.
—Supongo que sí… Nos veremos en los ejercicios para mi mala suerte. —Advirtiendo al chico asustado, y seguramente con un nudo en su estómago le acercó con disimulo el vaso— Por de lo demás les recomiendo que se vayan. —Pasando los minutos la tensión aumentaba, más que bromas eran ofensas francas a su persona. Apretó su puño que descansaba sobre la mesa. — Vuelvan a sus mesas… —Reiteró la orden—¿Dejarán a un lado la comida que no se encuentra en París? No es de extrañar que por la hambruna un intruso se cuele en la cocina. —Les recordó, sin intenciones de empezar un pleito, mantendría la distancia con estos soldados interesados en hacerla sentirse no bienvenida.
—Bien, tienes razón…—Suspiró. —Muchachos no desperdiciemos la comida y este vino, ¡Que no es el mejor, pero al menos es gratis! —Levantó el grandulón su vaso en dedicatoria a los demás soldados, sin protestar estos regresaron a sus respectivas mesas, en caso de Raphael persistente en su provocación se mantuvo sentado.
—Eso también te incluye, Eluchans. Aborrezco ser vigilado. ¿Qué tanto es lo que me ves? ¿Cuál es tu maldita obsesión? ¿No te dije que te fueras? —Dijo con hastío, clavando su vista iracunda en el hombre.
—Ya lo sé, ya lo sé…—Abanicó con la mano, interesándole poco la evidente furia del rubio — simplemente deseaba estudiarte unos minutos más. Incitas y causas interés en los débiles de voluntad. —Respondió socarrón. Descarado sujetó su muñeca. — digas lo que digas, tus finos labios convierten el tono punzante y amenazador en música, como a una prostituta. ¡Qué mala influencia! No me sorprendería que justamente tengas un amante fuera de estos muros. ¿Qué hiciste para entrar? ¿Tu talento será sentarte en el regazo de un general?
"El día era demasiado bueno para ser verdad. Tarde o temprano tropezaría con un canalla... No adivinaba que se me acusaría de sodomita y de puta, ¡¿Qué cree que hace este malnacido?! ¡De no hacer algo el resto se creerá esa calumnia!"
—Bien… Haré como que no escuché eso. —musitó entre dientes— Suéltame… —Jaló su brazo con intención de librarse del fuerte agarre del hombre. —Te daré una última oportunidad, si no te apresuras en alejarte de mí vista, ¡Juro que repararás en mi bota pisándote los dientes que te tire!
— ¿Tirar mis dientes? Me gustaría ver como lo haces… mis manos son más duras que las tuyas. —Repentinamente de un tirón la levantó de la silla. — Vamos… grita…— siseó — ¿A cuál van a creer? ¿A mí o a un libertino? —La sonrisa malévola de Raphael provocó en ella el miedo que al principio no se presentó. Tragó saliva nerviosa.
— ¡¿Que se supone estás haciendo?! ¡Haz lo que te dice, Raphael! ¡Libéralo! —Replicó Pascal, quien al igual que ellos se había puesto de pie.
—¡No te entrometas, Morandé! ¡Esto es asunto mío y de Dumont! —Brusco empujó al pelirrojo, haciéndolo caerse en su silla. Girándose a ella repitió su ofensa— Contesta. ¿Tus delgadas y suaves manos me callarán?
— ¿Qué mis manos no son tan duras dices? Debería probar con algo igual de duro que las tuyas…—Farfulló Oscar, preparada para separarse del matón, previniendo un suceso similar había guardado con antelación una pistola bajo su ropa, no estaba cargada, no obstante, podría volarle los dientes con el fierro del cañón en su boca. Repentinamente, lejos de lo esperado, alguien estrelló en la cabeza del matón una botella de vino, adelantándose a ella. El hombre empapado y desorientado intentó sentarse en la silla, cuando de pronto la rubia en un impulso travieso la apartó, impidiendo darle un sitio en el cual amortiguar la caída, a causa de ello cayó pesadamente en el suelo.
— ¡¿Raphael?! —Gritaron los soldados al unísono.
— ¡¿Quién fue el maldito que se atrevió?! —Vociferó, con la ropa teñida de rojo. Volviéndose, buscó rabioso a su atacante, involuntariamente quedó petrificado.
— ¡Yo me atreví! Con que, abusando de los más débiles, ¿Eh?! —Frente a él un hombre alto, de cabellos y patillas oscuras le recriminaba. Oscar dio un trago hondo, verlo intervenir en sus asuntos la llenó de desconcierto, sus ojos azules al contrario del resto de los soldados espantados de su arranque se mostraron indignados.
— ¡Sargento! ¡Señor! ¡Yo…! ¡Ahhh…!—Con una mano en la herida gimoteó — ¡¿Por qué me ha golpeado?! ¡No he abusado de él! ¡¿Se ha vuelto loco?! ¡No iba a dañarlo!
— ¿En verdad...? — Preguntó con sarcasmo, cruzándose de brazos se impuso. — Pues con esos ojos nublados de maldad dudo que pretendieras soltarlo. Gritaban que los planes iban a más allá… Abusabas de tu fuerza y tamaño. Te quedaste suspendido en 1783. ¿Tanto así te deslumbró esa quema de gente que buscas otro que rostizar? ¡¿No esperabas que un hombre robusto te enfrentara?!
La ley francesa tradicionalmente quemaba a los prescritos en la hoguera como el castigo apropiado para tales actos, es decir, para los delitos de pederastia y sodomía. Los jueces en representación de un veredicto y al imponer una pena, podrían citar el Derecho Romano ejemplificado en los códigos de Teodosiano y Justiniano, y que luego fueron confirmados por Carlomagno, las costumbres medievales del derecho consuetudinario, especialmente las reglas morales de Saint -Louis de 1270 y varios siglos de precedente judicial. En la práctica, sin embargo, las cortes de ley francesa juzgaron pocas veces de pederastia y sodomía en la edad moderna, y pronunciaron la pena de muerte incluso más raramente. Los hombres ejecutados por sodomía a menudo eran culpables de crímenes capitales. Por ejemplo, cinco de los siete sodomitas quemados en París entre 1714 y 1783 habían cometido blasfemia, violación o asesinato. Las dos excepciones fueron Bruno Lenoir y Jean Diot, estrangulados y quemados por el verdugo públicamente en la Plaza de Gréve, el 6 de julio de 1750.
— ¡Daba una advertencia a este sodomita! ¡Percibía que prontamente ensuciaría el cuartel con su naturaleza pecadora! ¡Usted va a pagar lo que me ha hecho! ¡No pienso dejar que esto se quede así! —Mojado gritaba, trastornado por el ardor insoportable.
Abel, que había predicho lo que ocurriría se aproximó al sargento, apoyando su mano en el húmedo hombro de su amigo confrontó al oficial.
—Sargento, es cierto que Raphael se ha excedido un poco con este extraño sujeto. Al contrario, usted ha atacado a un soldado desprevenido, ¡Es absolutamente reprochable! ¡Es también objeto de sanción! ¡Haremos que esto se sepa! —Amenazó, encubriendo a su amigo que inclinado se estremecía del dolor.
— Qué divertido…—Respondió indiferente— ¿Crees que temo ser amonestado? —Se llevó una mano a su pecho— ¿Desde cuándo he dado esa idea? ¡¿Para qué temer a una sanción si tras de mi hubo amenaza de muerte por fusilamiento?! —Gritó Alain fuera de sus cabales, al principio burlón por el reclamo de los soldados. Entonces fijó su atención en Raphael. — ¡No más replicas! ¡A la próxima lo reportaré! ¡Debí haberte golpeado con una bayoneta! ¡Largo! —Apuntó con su dedo a la salida del comedor — ¡Ve a lavarte la cara, idiota, y que te vea un médico! ¡Este es un cuartel no una guarida de malhechores! ¡Para degenerados que desintegren la disciplina, tenemos acosadores! — Impuso su voz por encima de los soldados irritados. Intimidados del ultimátum no prosiguieron sus réplicas. Los soldados y Eluchans no habían sido los únicos en retirarse coléricos del comedor.
"¡¿Pensaban que permitiría a este mastodonte ponerle un dedo encima?! ¡Imbéciles! ¡He pasado por tantas cosas que el miedo a que algo me pase ha muerto en mí! ¡De tratarse de ella la calma se disipa!"
Alain sorprendido advirtió a Oscar alejarse presurosa de él, evidente señal de que su disgusto seguía sin disminuir. Decepcionado y con una sensación de fracaso se llevó una mano a su nuca. Por otra parte, su paciencia para con su antiguo comandante se agotaba. Bien podría cuidarla, pero ambos eran vigilados por cientos de ojos, además de que Pascal estaba tras los pasos de su nuevo compañero. El muchacho podría verlos conversar, sólo quedaba esperar a la oportunidad de hallarla sin compañía, fuera de las barracas. Excesivamente complicado lograr un contacto con ella, tratar de explicarse sin que ésta dude de su lealtad. Resultó anormal verla acatar órdenes. En los ejercicios aún con la disposición de ser otro soldado sobresalía a simple vista. Abierta con aquellos soldados de corazón puro, sin intenciones ocultas que la pusieran en alerta. No era algo para quebrarse la cabeza imaginarla en un futuro no muy lejano destacarse, como en un principio la conoció.
Escondido la vio en el campo de tiro, enseñándoles a los jóvenes inexpertos. Sin pretensiones ni egoísmos procuraba ayudarlos con su desempeño. Los jóvenes encantados saltaban y gritaban en celebración, a cada que una bala asestaba en el blanco. La escena terminó por conmoverlo, induciéndolo a recordar inevitablemente a sus amigos. Era posible que Oscar también cayera en el mismo pensamiento, pero… en cierta forma, los disparos, las veces que el rifle soltaba una bala retumbaba en su cabeza, trasladándolo al pasado 13 de julio, día que vio caer a sus amigos uno por uno. No hubo de sobrevivientes ni la mitad del regimiento, no más que la comandante y él.
La conmoción en la plaza de las Tullerías, cuando la muchedumbre hambrienta arrojó piedras a las tropas del rey.
— ¡No se asusten! ¡Concentren el fuego! ¡Muévanse al frente! —La comandante en jefe dando las ordenes a sus soldados, de proteger al pueblo indefenso de las tropas del rey.
— ¡Permanezcan en el lugar! ¡Fuego! ¡Después de todo, es una mujer al mando de las tropas! — Desesperado, en su caballo un comandante de la caballería alemana del príncipe Lambesc apuntaba con su espada al objetivo, espantado de verse traicionado por una ex tropa aliada. Los estallidos y las risotadas de los guardias franceses se entremezclaban en la contienda. Con el enemigo desmoralizado se creyeron con las de ganar.
— ¡Váyanse al infierno, ustedes nobles perros!
— ¡Prueben mis balas! ¡Malditos perros! —Exclamó Jean.
— ¡Van a ser derrotados enseguida! —Gritaban los guardias franceses por los tiros acertados. Agrupados disparaban sin detenerse, acatando las órdenes de Oscar. La muchedumbre además de vitorear a sus soldados, aunaban fuerzas, disminuyendo al bando monárquico.
— André, ¡Un poco más hacia al este! ¡Oriente! —François Armand le indicaba al más desprovisto del pelotón, estaría indefenso de no recibir auxilio de sus compañeros, luchando por no ser relegado ni dejado atrás. — ¡Buen trabajo, André! ¡Ahora apunta al oeste! ¡Sigue disparando! ¡Tienes sus espaldas! —La seguridad de sobrevivir hasta el final no duró lo suficiente, pendiente de socorrer a un amigo sería la primera pieza en salir del tablero. Una bala acabó por alcanzarlo.
— ¡Ah! ¡François! —Exclamó horrorizado Jean, corriendo en su ayuda. El cariño mutuo, principal enemigo del pelotón de jóvenes amigos, incapaces de abandonarse para entonces cumplir la orden. Más que soldados humanos con sentimientos. Imposible no correr en la ayuda del otro. La siguiente descarga. Uno más cayó. Las dos primeras muertes no fueron pasadas por alto.
Delante de sus ojos atónitos, sin poder hacer nada para protegerlos, masacraban a sus hombres a mansalva. — ¡Jean! —dando un grito estridente Oscar llamó al muchacho, pero era en vano, el daño estaba hecho. Presa de un sentimiento desconsolador distraída por las muertes no se preocupaba de su seguridad como la comandante.
— ¡Oscar! —Irónicamente el menos indicado para protegerla se lanzó en su ayuda. Su suerte no fue diferente al resto, más que la amistad y el compañerismo era otro sentimiento lo que lo movía a tamaña insensatez. Imperdonable para ella y para las funciones de un soldado, aún si anteriormente mencionó lo que significaba el error de que las emociones tengan pleno control de sus acciones. Dando como resultado un nulo autocontrol. Los cañones de los rifles del bando contrario se posaron en él, abrieron fuego aprovechándose de su conmoción. Agujereado del pecho su cuerpo cayó pesadamente de la montura,
— ¡Detente, André! —Le gritó Alain inútilmente, tratando de salvarlo de su error.
— ¡Maldición! ¡Retirada! ¡Retírense a la plaza de armas de Marte, por ahora! —El comandante de la caballería de París llamaba de vuelta a los soldados. El brío de la sangrante Guardia Francesa los había disminuido.
—…André…—Musitó la mujer en estado de shock. Estática sobre el caballo vio el cuerpo del soldado caer humeante. Después de él los demás caerían, uno tras otro hasta conseguir el propósito que los obligó a luchar. Morir hasta lograrlo, y para conseguirlo mucha sangre se derramaría. Peones o balas, lo importante era acertar en la misión encomendada.
Escuchar los disparos y la celebración de los jóvenes compañeros de Oscar revivía aquel momento. Glorioso para el pueblo y siniestro para los sacrificados. Aspiró profusamente para entonces exhalar con la misma energía sobrecargada. El corazón le latía desbocado, ¿Era pánico? Si ya nada le asombraba ni debería haber razón para sentir miedo, ¿Por qué lo sentía? hacía poco recibió una amenaza de los soldados. Amenaza que no surtió su efecto. Se afirmó del muro para entonces reparar en la sobreviviente de la muerte del primer regimiento de la vieja guardia francesa. La única que tendría una sensación o conocimiento similar a tal dolor que experimentaba, sin embargo, no era así, lo ignoraba completamente, o quién sabe si lo asumía de un modo distinto. A pesar de sus esfuerzos para con ella estos la alejaban cada vez más. El orgullo de ambos provenía de dos fuentes opuestas, pero con un mismo fin. Sospechó del segundo motivo que lo impulsaba a reaccionar agresivamente con los soldados que pretendieran lastimarla. Se llevó una mano a su frente, húmeda de sudor frio.
"Lo que siento es lo que la aparta. Digo que quiero apoyarla y me interpongo en su camino. ¡No! ¡No es que me interponga! Ser ella es simplemente riesgoso. Hizo bien en ocultar su identidad. No es tan fácil esconder lo que es… Por más parecida a un hermoso mozo siempre vendrá un peligro que la delate. ¿Qué ocultará las otras cualidades que la hacen mujer? Su belleza… los hombres la ven encantados, intrigados e inseguros, otros con desconfianza y prejuicio. Ninguno de estos sentimientos beneficia su situación. La cazaran hasta descubrir qué demonios es."
Antes de que la noche lo alcanzara decidió hacer una visita al hogar de los Chatelet. ¿A quién más recurriría para un consejo? Hasta ahora el periodista se le consideraría la persona indicada para plantearle su dilema. Oscar… una tarea muy embrollada entrever lo que oculta su cabeza. Sus ojos tan cristalinos, pero, sin embargo, hondos, como las aguas que por los momentos ahoga al que trate de explorarla. El recorrido a caballo a la vivienda de su amigo, el viento frío por la velocidad del caballo lo refrescaron. Relajado le ayudaría en el asunto de contarle a Bernard sin rastro de la ira y frustración que arrastraba desde el cuartel. Ya frente a la puerta de entrada dio unos golpes potentes, no esperó mucho para que un hombre de oscura melena le abriese la puerta.
— ¿Alain? ¿No dijiste que vendrías el día de mañana? —Dijo el periodista extrañado de la sorpresa. Se apartó para permitir a su visitante ingresar a la vivienda. — Si has venido a cenar, recuerda que Rosalie todavía no ha llegado del taller.
— Pues lo encuentro mejor si Rosalie no está… tengo que hablar contigo, Bernard. —Ligeramente tenso se sentó frente al señor de la casa, dispuesto a contarle su problema. Luego de unos minutos desagradables, de relatarle lo sucedido en el día, aguardó a la respuesta del metódico periodista. Que con rostro indescifrable oyó atento, para después de demostrar una supuesta seriedad soltar una repentina y estridente carcajada.
— En… ¡¿En serio eso pasó?! ¡¿Lo dices de verdad?! ¡¿No me estás tomando el pelo?! —Dando continuos golpes a la mesa Bernard no soportaba la risa.
— ¡Con un demonio, Bernard! ¡Si te dije que lo hice! ¡La idea era que me ayudaras, no que te rieras en mi cara! ¡Eres un asco como amigo! ¡Debí haberme callado! —Replicó el muchacho, que resoplaba rabioso al tiempo que se cruzaba de brazos.
— Lo lamento, pero…—Se enjugó una lágrima. — pero es increíble lo cabezota y descarado que puedes ser. ¡Reventar una botella en la cabeza de un tipo sin parpadear! ¡Con razón está molesta! ¡Ese arrojo es tu principal encanto y maldición!
— ¡Lo sé! —Concordó, mientras nervioso y muy frustrado restregaba su mano contra su cara — ¡No era necesario que lo estuvieras repitiendo! ¡Está molesta! ¡No! ¡Más que eso! ¡Furiosa! ¡No desea saber absolutamente nada de mí!
— Bien… tomando lo que me contaste. No sabes en que forma aproximarte a Oscar sin que ella se dé a la fuga, ¿No? —El joven soldado asintió avergonzado de su suerte.
— No…—Musitó derrotado, con los brazos cruzados se mecía en la silla sin mirar directamente al periodista, quien disfrutaba divertido de su desánimo.
— Un chico como tú por el tiempo de conocerla, no entiende mucho del tipo de carácter de una persona como Oscar. En muchas cosas te pareces y no te das cuenta. Ella piensa que si te interpones nunca hará realidad el propósito que se dio a trazar. Que para ser precisos es servir nuevamente a su pueblo. No le interesa el precio a pagar, Alain… sin importar los esfuerzos y advertencias, el amor a la patria la supera al extremo de esquivar los obstáculos que se presenten. El llamado de "La patria está en apuros" es en excesivo seductor para su moral y razón. Ya está en el proyecto de ir deshumanizándose. La mujer frágil se está quedando atrás. En lo profundo de su subconsciente, en su lugar emerge el soldado comprometido. Recuerdo un tiempo antes del estallido de la toma de la Bastilla, la respuesta que me dio, después de intentar prevenirla de lo que estaría por suceder en este país, algo tan grave que barrería con su vida entera, sus quebrantos, un futuro que la mataría por ser lo que era.
"No estoy segura de lo que quieres decir… …Pero si algo le pasa a este país… prefiero morir con él."
— Yo… yo la entiendo. La preocupación es lo que me empuja a lo cometido el día de hoy. No estoy actuando como habitualmente soy… admito que el placer de empaparlo de vino me fascinó. — Emitió una suave risa, mientras pasaba su mano por su boca, luego de dar un trago de agua.
— Oscar se preocupa por ti, aunque te cueste creerlo.
— ¿Qué? ¿Lo dices en serio? —Se ruborizó de la posibilidad.
— Lo digo muy en serio. Se apartó para protegerte. Es vista desconfiadamente. Si te ven defenderla obvio que la conoces de alguna parte. Marcharse es su manera de borrar las sospechas.
— De modo que no está molesta…—Musitó. —Eso me tranquiliza, no obstante, deseo limar asperezas con ella, hablarle igual que antes.
— De ser lo que deseas se puede arreglar con algo muy divertido. — levantándose de su silla, hizo un gesto llamándole.
— ¿Qué cosa? —Pestañeó inocente de su artimaña.
— ¿Que te parecería emboscar a nuestra amiga? — Riendo entre dientes buscó en un aparador una llave, que a su vez abría un estuche, guardado en el último cajón de su guardarropa. — Como en los viejos tiempos. —En su interior Alain notó una capa negra con un traje que hacía juego, seguidamente de eso le mostró un antifaz. — ¿Lo reconoces? Ojalá no peques de ignorancia.
— ¡Eso…! ¡¿Eso es…?!—Apuntó al antifaz escandalizado.
— ¡Justamente, querido amigo! —Seguido del antifaz agarró el traje, estirándolo ante su amigo.
"¡Vaya, Vaya! ¡Es casi imposible que no conozca los actos heroicos del caballero negro! ¡El Robin Hood de nuestros días!"
— No sabía que te gustasen los disfraces de ese tipo. —Dijo finalmente el sargento con desgano. Fastidiado pasaba un dedo por su oreja.
— ¡Ja! ¡Claro que me gustan los disfraces! —Contestó orgulloso entre carcajadas, hasta que entendió el sentido del comentario del sargento. Desubicado y frenético arrugó el traje. — ¡Por supuesto que no! ¡Grandísimo idiota! ¡No era eso! ¡¿Sabes siquiera quién demonios usaba este traje?!
— ¡Era broma, era broma! ¡No te estreses! ¡Por un segundo creí que me enfrentaba a un gato! ¡Se te esponjó el cabello! — Se mofó mientras rodeaba al periodista. Juguetón tomó del estuche el antifaz negro. — Disculpa. Mi intención era vengarme por la vergüenza que me hiciste pasar hace un momento. No sabes lo mal que me sentí. ¿Cómo no conocer al afamado caballero negro? Miren los giros que nos da la vida, y pensar que he tenido a mi lado al mismísimo caballero negro y nada que lo notaba.
— Me has asustado. ¿Tan despierto e informado y no ibas a conocer al caballero negro? Bueno…—Echó un suspiró. — volviendo al tema; te propongo gastarle una broma a Oscar secuestrándola. Entiendo lo que la agobia día con día, pero ya tengo suficiente de esta situación. Es ofensivo que olvide a los amigos que la quieren. Debe entender que no es bueno hacer las cosas solo.
— Es como dices. Piensa que tiene que hacerlo sola. Me gusta la idea del rapto, aunque quizá no lo tome muy bien. Cuando la conocimos en la Guardia Francesa le hicimos algo similar. —Mencionó con pesadumbre, colocando el antifaz en su sitio, después de todo la culpa seguía carcomiéndolo. —No puedo decir que me sienta orgulloso de eso. La habré asustado mucho.
— No eres el primero, Alain. —Comentó, intentando animarlo— Conocí a Oscar por medio de la serie de robos que cometí como el caballero negro. Además de que rapté a Rosalie con la intención de atrapar al oficial que estaba encargado de descubrirme, el cual era Oscar. Ciertamente no es algo que debiera ver agradable y de todas maneras lo veo con esos ojos. Por lo que dijiste Oscar estaría más que acostumbrada. —Dio un manotazo al hombro del muchacho. — Antes que nada, habrá que hacer unos cambios a la vestimenta. No puede ser tan obvio, Oscar reconocería el traje si aún guarda el recuerdo de cómo me veía. Te disfrazaremos un tanto diferente a mí.
— Hacia muchísimo que no me divertía tanto. —acomodándose en su asiento, se llevó las manos tras la cabeza— Tomarme estas molestias por una mujer, y no una mujer ordinaria, de los problemas y dolores que me habría ahorrado de estar enterado de quien era mi nuevo comandante.
— El destino es una cosa misteriosa. También pensaría igual sino fuese porque por Oscar hallé nuevamente a una chiquilla, que se aferraba a mi pecho asfixiada por el sufrimiento.
Se oyó la puerta de entrada abrirse, era la señora de la casa, rápidamente Bernard retiró el estuche de la mesa, cerrándolo y colocándolo en el piso. Rosalie ingresaba agotada. Traía consigo un canasto con algunos pocos alimentos cubiertos por una tela, aparentando ser unas prendas dobladas de encargo. Disfrazar la comida ya se había convertido en una costumbre. Se dibujó una sonrisa en sus labios cuando vio a su esposo sentado a la mesa acompañado de Alain.
— ¡Alain! ¡Qué alegría! ¡Habías dicho que vendrías mañana! ¿Viniste a cenar? Si es así, siento decirte esto, no he traído muchos alimentos el día de hoy como la otra ocasión. —Desenvolvió la comida enrollada en la tela, un poco apenada de no darle una cena lo bastante satisfactoria.
— ¡Oh, no! ¡Por favor no te preocupes, Rosalie! ¡Previne esto! ¡Mira! —Se puso de pie para sacar de un bolso de cuero unos alimentos. — Los traje del comedor del cuartel. Entiendo que te has sentido fatigada. No iba a comer en una casa ajena sin contribuir. Gracias al puesto que ostento difícilmente sospechan de un sargento en desgracia.
— ¡Dios! ¡¿Alain, los robaste?! —Asombrada se llevó una mano a su mejilla. Poco a poco el mancebo sacaba del bolso dos piezas de carne, colocándolas sobre la mesa, además de más hortalizas para abastecer la despensa.
— No estoy robando… Un soldado necesita comer. Mantengo en mi mente las limitaciones y carencias que sufrí. Para un rendimiento decente tengo que comer. No robo bienes valiosos, mi paga es la comida. Me importa un bledo la ropa fina y vivir en un gran palacio.
— Entiendo. Gracias por las tantas molestias que te tomas, Alain. —Cogió los alimentos que ambos consiguieron para después depositarlos en la despensa. — Por cierto, Alain… ¿El señor Oscar? ¿Cómo está ella?
— Hmm… Pues… se encuentra bien, con ese temple imposible que no esté bien.
— Ella viene muy de vez en cuando a visitarnos. —La tristeza de Rosalie no era pasada por alto por Bernard, que la detallaba aun sentado. — ¿Acaso ignora que no está sola? Queremos apoyarla, pero la he notado un poco distante.
— No te angusties, Rosalie, ha tenido unas ligeras dificultades que con la ayuda de Alain logró superar.
— Confió que Alain la apoyará… Entre otras cosas, ¿Qué hacían en mi ausencia? —Los miró la joven intrigada, notó una caja en el suelo cerca de los pies de Bernard. — ¿Y esa caja?
— ¿Esto…? ¡No es nada importante! Le… ¡le mostraba unas cosas a Alain! ¡Es cierto! ¡Habíamos quedado en un asunto! —Nervioso el periodista arrimó la caja tras la silla. — ¡Iba a darle unas cosas que me había pedido! —Le entregó la caja al sargento que más que sorpresa se mostraba aturdido.
— Ehm… sí… acordamos… ¿Algo? —el sargento nervioso, del mismo modo que su amigo trataba de seguirle la corriente.
— ¡Vámonos, Alain! —Levantándose de la silla, de inmediato empujó al sargento a la puerta — ¡Antes de que se nos haga tarde! ¡Nos vemos, Rosalie! ¡No me esperes! ¡Prepara algo para ti! ¡Buenas noches! —Se despidió dando un rápido beso a la muchacha, tan rápido que ni le dio tiempo de detenerlos o replicarles. Desconcertada los vio cerrar la puerta de un portazo.
"¿Qué les pasa a estos dos?"
Aguardaron a la caída de la noche, interesados de que los soldados se marcharan a descansar, por supuesto era probable que hubiese unos asignados al patrullaje y que Oscar se ofrecería sin siquiera meditarlo. Ya bajo la oscuridad no los detectarían, pendientes de su salida la siguieron por unos minutos, no estaba sola, unos soldados la acompañaban en la marcha.
— ¡Uy! ¡Mi espalda! ¡¿Y a esas porquerías les llaman catres?! ¡Desde qué duermo en una de ellas me siento chueco! — Se quejó Pascal, que estiraba sus brazos y espalda sin detener el paso. A su lado le acompañaban Oscar y otro joven soldado. Un viento frío se presentó, helándoles la piel y agitando sus cabellos, el ambiente se mostraba a tientas de una fuerte llovizna.
"Este viento avisa de una lluvia torrencial. Un clima común para este frío mes de octubre…"
— Si te hallabas tan cansado podrías haber dimitido por el malestar que te aquejaba. — Replicó la rubia en tono serio — No me opondré a que te marches. Sin embargo, te recordaré que no es propio de un soldado cansarse tan pronto. Vinimos aquí con el conocimiento de que nuestra tarea es estar alertas para toda emergencia que se presente. —Reparó en los faroles que iluminaban las calles de París. Al pasar por una callejuela un pequeño gatito se asomaba a los botes de basura, prácticamente vacíos. Asustadizo de los humanos se escondió en el interior del basurero.
"Pobrecillo… ¿Cómo puede haber desperdicios si el pueblo no es capaz ni de arrojar el corazón de una manzana? Para cuando venga el amanecer, el sol iluminará lo que era previsible que sucediera. Inclusive para los reyes y emperadores extranjeros. Las sobras de la capital de uno de los países más hermosos de Europa. Ahora arruinado y desgastado, cuyo inminente ciclón está por avecinarse."
— Un trabajo que por cierto podemos realizar Courtois y yo, ¿No es así? — Courtois asintió apoyando la moción. — Por los momentos nada de lo que hemos hecho ha significado difícil, si no se ha hecho un trabajo parecido a una batalla bajo el sol ardiente no conoces de la auténtica fatiga.
— ¡Es asombroso que no estés cansado! ¡Hoy en lo que quedaba de la tarde le enseñaste a los no tan diestros en la puntería! —La elogió, simulando tener un rifle en sus manos.
— ¡En eso tiene razón, Pascal! ¿No estás fatigado, Dumont? —Preguntó Courtois, girándose al rubio.
— Imposible. Ha sido gratificante. Ojalá haya podido ser de ayuda. Es lo único que estaba a mi alcance para los que desconocían del manejo de un arma, sea cual fuera. — La rubia en estado de serenidad le complacía la amabilidad de sus compañeros. Ignoraba que era vigilada persistentemente, ni sus acompañantes percibían que no eran los únicos.
— ¡De acuerdo! ¡Me quedo! —Accedió fastidiado, le costaba negarse a su nuevo compañero— ¿Sabes? ¡Eres demasiado persuasivo! ¡Qué lata! —El pelirrojo echó un suspiro exhausto.
— Es vergonzoso que justo en hora de servicio te la pases retozando. Y no soy persuasivo, simplemente te dije la cruda verdad de un soldado. Realidad que es vivir para la protección del pueblo.
— Opino diferente, Dumont, el soñador aquí eres tú…—Dijo burlón, era inusual ver a un soldado tan dedicado a pesar de recibir una paga tan insuficiente.
La mujer pestañeo desconcertada, no esperaba esa respuesta.
— ¿Así…? ¿Y qué es para ti ser un soldado? —Inquirió maliciosamente, con una media sonrisa.
— ¿Qué es? —Riendo sin humor repitió la pregunta— Mi familia, mis amigos e inclusive mis vecinos opinan igual… los soldados son piezas de juego para los monarcas. Peones para ser exactos. —El último comentario la hizo palidecer.
— Dime… ¿Todos los soldados piensan igual?
— Todos pensamos igual… ¿Dónde sacaste la idea de que los soldados fueron hechos para defender a su gente? Trabajamos por dinero seguro.
— No lo sé… ni mi padre lo había mencionado. No he sido criado para pensar así… — Respondió Oscar con amargura, sintiéndose estúpida e ingenua.
"No… ni mi padre lo había mencionado. Él decía que nuestro deber de oficiales era estar al fiel servicio de la corona. Mi amor por Francia se formó en medio de un sueño infantil. ¿Hasta cuándo vas a comprenderlo, Oscar?"
— Los soldados somos reemplazables para el gobierno, como las municiones. No más qué... —De pronto la rubia alcanzó a terminar la frase.
— ¿No más que balas?
— Sí… no somos más que balas. —Contestó resignado.
— Siento lo que te dije, Pascal. Aún si sabes que no recibirás lo suficiente, tienes el suficiente valor y honradez para trabajar con entusiasmo. Tengo mucho camino por delante, todavía quedan cosas por conocer.
"No más que una bala… ¿Es esto lo que pensaría, Alain? A partir de hoy tendré presente la condición cruel de ser prescindible."
— No te aflijas. Es imposible que me ofenda tan fácilmente. Zanjemos este asunto, ¿Te parece? —Tolerante posó su mano en el hombro de ésta. Caminaron unos cortos minutos hasta que oyeron un sonido que los hizo parar en seco. De la nada un carruaje casi destartalado se detuvo junto a ellos. — ¡¿Qué es esto?!
Del vehículo un hombre de antifaz negro y capa oscura bajó apuntándoles con un arma. Otro que lo acompañaba vestido de oscuro conducía el carruaje.
— ¡¿Quién demonios son ustedes?! —Los interrogó amenazadora.
— ¡Silencio! ¡No estamos aquí para responder a tus preguntas, Michel Dumont! ¡Harás lo que te ordenemos! ¡Aléjate de ellos!
— ¡¿Qué estás diciendo infeliz?! ¡¿No ves que somos tres contra dos?! ¡Y estamos armados! —Pretencioso Pascal confrontó al hombre de negro.
— ¡Es verdad! ¡Estamos armados y no dejaremos solo a nuestro compañero! —De la nada Courtois sintió una descarga en su mano. El dolor fue tan potente que el fusil se la había escapado de las manos, sin esperarlo recibió un fulminante latigazo.
— ¡Corrección chico! ¡Estaban armados tres! —Exclamó socarrón el conductor del carruaje, que aún desde la notable distancia dio un golpe certero y perfecto con el látigo.
— ¡Guau! ¡En verdad eres bueno! ¡Con razón no querías que yo usara el látigo! —Dijo impresionado el supuesto cabecilla, que por ese comentario obtuso quitó algo del dramatismo del momento.
— ¡Cállate tonto! — Lo regañó su compañero, ya tenían suficiente con dejarse ver con esa facha de ropa para que éste arruinara el teatro que había armado — ¡Sigamos con lo que estábamos!
Notándolos atarantados e inexpertos, aquella situación que en un principio parecía atemorizante, ahora no era más que ridícula. No estaba segura si reír o simplemente enfurecerse.
— ¡Es ridículo que sienta temor de rendirme ante idiotas! ¿Por qué tengo la extraña impresión de que esto es improvisado? —Se mofó. Oscar trató de detallar las apariencias de los hombres, pero por causa de la oscuridad no era capaz de adivinar sus identidades, sobre todo por las voces, una grave y la otra chillona. —Les reconozco que fueron astutos, aguardaron a que me adentrara en la parte más oscura de la ciudad para atacarme desprevenido.
— ¡Es como dices! ¡Ahora antes de que adorne la cara de uno de tus compañeros con un hoyo entra al coche! —Demandó el cabecilla, mientras se ocupaba de sostener la puerta del carruaje.
— Si te atreves recibirás un hoyo de mi parte también. —Repentinamente Oscar atacó de improviso, dando un disparo casi rozando la mejilla del secuestrador, incitándolo a arrojar su arma, de allí dio un golpe certero al rostro. — La amenaza no era tan mortal entonces… algo en verdad penoso para un latoso malandrín.
— ¡Alto ahí! —Gritó el conductor, sin que ésta pudiese hacer nada agarró a Courtois, enredando el látigo a su cuello, teniéndolo bajo su control en lo que apretaba el cañón de una pistola a su sien.
— ¡Courtois! ¡Suéltalo! —Distraída se vio sujetada por el cabecilla. Nada más restaba encargarse de Pascal. — De… déjame ir, canalla…
— ¡Dumont! ¡Courtois! —Con las manos temblorosas y acalambradas del temor, los apuntó de vuelta con su fusil, se notaba a simple vista para el sargento y el periodista que era la primera vez que este chiquillo apuntaba un arma a alguien— ¡Suéltenlos o dispararé! ¡No estoy bromeando!
— ¡Yo tampoco estoy bromeando chico! Si no nos dejas ir con quien vinimos a buscar, de este escape sólo sobrevivirán dos de tres…—El cabecilla la sujetaba al punto de inducirla a arrodillarse.
— Courtois…—Murmuró la mujer, debilitada en el suelo. — Miserables.
— Contaré hasta tres, sino mi compañero abrirá fuego. Uno… —Advirtió.
— ¡¿Qué esperan?! —Gritó el secuaz, empujando más el cañón contra el cráneo de Courtois.
— Dos…
Espantada y dando un trago hondo, Oscar no permitiría que un inocente muriera por su causa.
"¿Acaso saben quién soy? ¿Que soy una ex comandante de la Guardia Real?"
— ¡Bien! ¡Suéltenlo! — Suplicó, resignada a lo que fuera a suceder a continuación — ¡Llévenme con ustedes! ¡Entraré voluntariamente! ¡Prometo obedecer, pero primero dejen ir a Morandé y Courtois!
— De acuerdo… antes métete al carruaje, ¡Hazlo! —La indujo a ponerse de pie. Como prometió Oscar subió sin oponer resistencia en el coche destartalado.
— ¡Fue un placer hacer negocios con ustedes, chicos! ¡Suerte! —Dijo el conductor al desenrollar el látigo rápidamente del cuello del soldado y echarlo a los brazos de Pascal, para de ese modo huir sin la molestia de ser perseguidos.
— ¡Oh! ¡¿Courtois, te encuentras bien?! —Repasó el cuello y cuerpo entero de su compañero.
— Estoy bien…—Jadeó, buscando recomponer su respiración— Esos bastardos se llevaron a Dumont. —Se llevó una mano al pecho, mientras veía como el coche se alejaba con los minutos— Se sacrificó para que no nos lastimaran.
Ya en el interior del carruaje la rubia intentaba separarse del agarre de su captor, éste por su parte la soltaría en cuanto estuviesen lo suficientemente lejos. Aprovechando los ligeros saltos y tumbos del coche, dio un duro golpe con el codo en la cara del hombre, para enseguida propinarle una patada en el abdomen.
— ¡Ahhh! ¡¿Qué demonios?! —Se quejó, con una mano en su rostro y la otra en la barriga.
— ¡Eso es por mis compañeros! ¡Por ese dolor te haré experimentar uno mayor! ¡Conocerás el infierno! — Airada por lo anterior, le propinó un puñetazo en la mejilla. Luego de aturdirlo por el choque de la mano cerrada a su cara, abrió la puerta del coche que seguía en movimiento, para alcanzar el asiento del conductor. Arrojarse sería un suicidio por lo que era preferible detenerlo.
— ¡Aguarda! ¡No lo hagas! ¡Espera! —A pesar del potente dolor en su pómulo y estómago se propuso alcanzarla. Era su primera vez haciendo algo parecido en un coche en movimiento. Pasmado, la vio escalar al techo.
"Esta mujer… un día no muy lejano va a matarme. No, ¡Por esta condenada idea voy a matarte a ti, Bernard!"
Bernard que conducía el coche no se percató de a quien tenía a sus espaldas, al voltear sintió un puño estrellarse contra su boca. La mujer luchaba por arrancarle el mando de los caballos, hasta que Alain que escalaba al techo la llamó.
— ¡Oscar, detente! ¡Somos nosotros! —Avisó Alain, que se arrastraba en el techo, cohibido por la velocidad a la que iban.
"¡Esa voz es…! ¡¿Alain?!"
— ¡Alain! —Exclamó sorprendida, capaz de reconocer la voz del sargento se detuvo de sacudir al conductor. Después reparó en la persona que atacaba, sin chistar le quitó el antifaz. — ¡Y también Bernard!
— ¡Ufff! ¡Gracias al cielo te diste cuenta! —Aliviado el periodista pasaba su dorso por su frente. — ¡De no habérsete ocurrido gritarle por poco y ella me mata, Alain!
Unos instantes después de soltarlo, Bernard buscó estacionar el carruaje, para así descender de él y aclarar el asunto. La rubia no había hablado en los minutos que tomó detener el coche en un sitio adecuado. Ella que fue la primera en bajar se le notaba signos de molestia en su semblante y movimientos por más que contuviera su rabia. Al afirmar una mano en el coche daba contundentes golpecillos con sus dedos inquieta, de pronto cuando estos terminaron de descender en su lugar dio un golpe enérgico con el puño cerrado. Inmediatamente de darse el golpe ambos hombres se estremecieron con los nervios crispados.
— ¡¿Se puede saber qué pretendían con esto par de idiotas?! — Contrariada posó una mano en su faz, ocultando sus ojos con aire embarazoso. — ¡Ahora ni quiero imaginar lo que sentiría Morandé! ¡Y qué decir del pobre de Courtois!
— Debes admitir Oscar que fue un rapto muy bien simulado. —Opinó el periodista, tratando de sonar conciliador — Es imposible que piensen mal de ti…
— ¡No me importa si se creyó el cuento o no! Lo que me interesa saber es, ¡¿cuál de ustedes idiotas planeó esto?! —Los señaló furibunda, no los dejaría ir hasta recibir una respuesta satisfactoria.
— Auch… ¡Qué diablos! —Gimoteó el sargento, parado junto a su compañero en el complot, sobándose con las dos manos su quijada y pómulo — ¡Para ser una mujer pegas muy duro! ¡Casi me tiras los dientes! ¡¿No lo hiciste con Eluchans y conmigo sí?!
— ¡Te lo tenías bien merecido, Alain! — Puso brazos en jarra — ¡Crear el escenario pensado más estúpido que haya habido! ¡Eres un idiota!
— ¡¿Cómo?! ¡Con un demonio, Oscar, estas equivocada! —Exasperado dio un golpe todavía más potente al carruaje estacionado al lado de ellos. — ¡A mí no me mires que este teatro barato lo ideó, Bernard! —Indignado señaló al periodista.
— ¡¿Qué?! ¡¿Qué es mi culpa?! —Se victimizó, golpeando su propio pecho con las manos abiertas, increpando al sargento, haciendo un vano intento de salvarse de los golpes y acusaciones de Oscar. — ¡Pero si tu viniste a mi casa para pedirme ayuda porque Oscar te hacia la ley del hielo!
— ¡Sí…! ¡Fuiste tú! ¡Con la ridiculez de los años mozos del famoso caballero negro! —En un aire teatral y sarcástico, sujetó la punta baja de la capa, alzándola para que ondeara orgullosamente, parodiando un heroísmo que no existía en dicho personaje. — ¡Tan aburrido andas con tu trabajo que se te ocurrió está tontería! ¡Para colmo no he sido el que lo pensó y he recibido los golpes que eran dedicados a ti!
— ¡¿Qué iba a saber?! ¡No imaginaba que se pondría tan reacia, no soy Adivino!
— ¡¿Llevas más años conociéndola en la espalda y no suponías que nos haría pasar un infierno?! ¡Deberías ser adivino y no periodista!
— ¡De ser adivino no me verías escribiendo como un enajenado! ¡Sino estafando incautos por la calle con trucos de quiromancia! —La mujer en silencio los miraba recriminarse, dando un suspiro se dio media vuelta, estresada sentía un leve dolor de cabeza.
"¡En fin! Supongo que el mal rato que pasaron y echarse mutuamente al cadalso les servirá de escarmiento. Son tal para cual, no me extraña que se hayan vuelto amigos."
El viento se tornaba todavía más intenso, los árboles que veía a unos metros de ellos eran azotados por el ventarrón, repentinamente empezaron a caer gotas de lluvia. Alain y Bernard, que al igual que ella, notaron el movimiento de las ramas de los árboles, las gotas de la lluvia ligera les humedecía poco a poco sus ropas. La lluvia se intensificaba con los minutos. No sabían que en esos instantes en las barracas de la Guardia Nacional pronunciaban sus nombres con ira contenida. Raphael recostado en su catre arrojaba un cuchillo a un blanco dibujado en la pared, en un lado de la habitación donde no tocaba la luz. Soldados dormitaban, los demás jugaban con unas barajas, el hombre por su parte se mantenía concentrado en su blanco. Arrojaba el cuchillo para entonces retirarlo de la pared derruida, sus ojos que expresaban furor clamaban venganza.
"¡Maldito sodomita, nunca te perdonaré! ¡Nunca les perdonaré, a ninguno de ustedes! ¡Que hayas tenido suerte de que ese bastardo te auxiliara, no te salvará de mi ira! ¡Esa humillación que me has hecho pasar la pagarás con sangre y lágrimas!"
— ¿Raphael? ¿Qué te pasa? ¿Te duele mucho la cabeza? —Abel preocupado se acercó al catre de su amigo, ubicándose a su lado. Aquel único soldado que había abogado por Eluchans, refutando las palabras de Alain. Le hablaba inquieto de su actitud. El sentimiento en los ojos Raphael auguraba que algo oscuro se añejaba en su cabeza.
— No… ya no duele tanto, —Murmuró. — ¡Lo que me duele es el orgullo! —De pronto impulsivo gritó irascible, al instante de arrojar de vuelta el cuchillo hacia el blanco.
— Te han humillado. Sé cuánto te duele, pero no es motivo para empezar un pleito. Que te calmaras y fueras a la enfermería sin decir nada respecto al tema nos hizo ahorrarnos una sanción.
— ¡Hubiese sido satisfactorio ser sancionado junto a ese degenerado de Dumont! ¡Y para colmo vino el bastardo sargento de Soissons a cubrirle el culo! ¡Un oficial que se conoce como uno de los peores de la vieja Guardia Francesa! —Se giró a mirar indignado a Abel. Los soldados atentos aún en su juego oían las réplicas de ambos. La discusión tan interesante que el juego y el sueño perdían su encanto.
— ¡Es cierto eso! —Asintió varias veces con determinación— ¡Es cierto no te lo discuto! ¡¿Entonces que pretendes hacer?! ¡¿Provocar la expulsión de Dumont que es un recién llegado?! ¡¿Te bastará con eso?!— Se levantó del catre.
— ¿Expulsarlo? ¿Qué ganaría yo con expulsarlo? Con eso se marcharía tranquilo. Es un asunto de moral y deber perseguir y eliminar a esa clase de libertinos. Quiero vengarme… para mí el orgullo es equivalente a la vida. ¡Si del orgullo es que nos conservamos vivos y tenemos propósito! ¿Viste la superioridad que emplea al hablar? Y esa voz… rota y ligeramente aguda, es abiertamente afeminada. —Señaló Raphael con perfidia, haciendo cortes a un trozo de cuero.
— El modo que miras la retribución es escalofriante. Dramatizas, Raphael. El golpe te afecto el cerebro… tienes a la vista la opción del acoso para obligarlo a que huya, ¿Y deseas lastimarlo?
— Conque así lo ves… pensé que estarías de acuerdo conmigo. Eres de todos nosotros el que opina distinto. —Reparó en los soldados que se ponían de pie de la mesa dejando las barajas. —Muchachos…—Terminada la discusión entre todos los soldados agarraron a Abel desprevenido, tomándolo de los brazos y propinándole golpes a su abdomen y quijada, ya en el piso abatido miró las botas de quien creyó su amigo posarse frente a él. —Te prevengo, Abel… de contar nuestra charla serás el primero de nosotros en morir sin conocer la gloria de la batalla. Que el anciano padre que dejaste en casa muera sin un hijo que lo entierre.
— Ca-… canalla. —Masculló entre dientes, al tiempo que su cara era pisada por una bota. Estaría obligado a callar, silenciar sus labios. De decir un extracto lo asesinarían sin piedad. Repentinamente alguien golpeó la puerta. Los soldados se volvieron cuando esta se abrió para dejar pasar a un colega, que respiraba dificultoso de sus minutos de tratar de alcanzar lo más pronto a sus compañeros.
— ¡Muchachos, el general Lafayette mandó a llamar a todos y cada uno de los soldados! ¡No van a creerlo! ¡Las mujeres están guiando al pueblo a Versalles! ¡Debemos apoyarlos! —Exclamó entusiasmado.
En las calles de París la lluvia intensa no aplacaría el incendio o infierno que moraba dentro de las viviendas de los ciudadanos. En el pasado 1 de octubre de 1789… tras el banquete ofrecido a los Guardias del Corps de la Casa militar, un regimiento de Flandes, que acababa de llegar a París, la reina es aplaudida, las escarapelas blancas son enarboladas y las tricolores mancilladas. París está indignada por las manifestaciones realistas, además del banquete ofrecido cuando hasta el pan para el pueblo estaba desaparecido. 5 de octubre una situación inesperada se suscitaría, a consecuencia de las ofensas ocurridas recientemente, un grupo de 6 mil comuneros iniciaron la marcha a París… bañados de lluvia, barro y suciedad, mandados por el hambre y la ira.
Morandé y Courtois persistían en encontrar a su compañero secuestrado, frustrados de no haber podido salvarlo, pensaban que les faltaba el arrojo de Dumont para enfrentar una verdadera pelea. La lluvia incrementaba la preocupación.
— ¡Michel! ¡Michel Dumont! —Gritaron los soldados al límite de sus energías. Empapados les costaba transitar por la calle. Apremiados por la lluvia buscaron refugio bajo un árbol. De la nada se oyeron gritos, un escándalo sin igual, mujeres se aglomeraban junto con el resto de los parisinos. Una manifestación al parecer. Espantados de la gran cantidad de gente vieron como las mujeres jalaban sin descanso unos pesados cañones, a pesar de sus pasos resbaladizos. La saña y la adrenalina incrementadas por la rabia.
— ¡Vamos por el panadero y la panadera! ¡Que vengan el rey y la reina a París! ¡Que nos den pan! ¡Pan!—Vociferó una de las mujeres que jalaban el enorme y pesado cañón, a su alrededor las demás igualmente desahogaban sus deseos de hacer a los reyes pagar la miseria vivida.
— ¡El aprendiz no va a pasar de lado! ¡Ellos engordando como unos puercos cuando no tenemos pan que llevarnos a la boca! ¡¿Cómo se atreven a decir que comamos costra de pastel?! —Le siguió otra que cargaba a cuestas un hacha. — ¡Ya lo verá! ¡Le cortaré el vientre a esa perra y le sacaré las tripas!
— ¡Esa puta austriaca! ¡Veámosla! ¡Queremos ver la cabeza de la reina en esta guadaña! ¡Qué asome la cabeza! —Decían las mujeres iracundas. Ninguna desarmada, armadas improvisadamente con algún objeto disponible; cuchillos, guadañas, espadas, hachas, un palo corriente o mazo. Despedazar y matar a golpes a los que vivían en el lujo del gran Palacio de Versailles.
Oscar en su camino de vuelta observó abrumada la gran ola de gente armada que aumentaba. Empapados y cubiertos de lodo proseguían en su marcha. Temblorosa se sentía impotente de que sin importar el rango no fuese capaz de hacer nada. Intrigada no se quedaría mirando inmóvil. Regresó con los dos hombres por un caballo del carruaje.
— ¡Oscar! ¡¿Qué haces?! ¡¿Piensas seguir al pueblo?! —Dijo Alain alarmado. Oscar se subió al lomo del animal libre de una silla.
— ¡Aguarda! —Corrió el periodista hacia ella — ¡Este carruaje hemos prometido devolverlo! ¡Es imperativo devolver los caballos ilesos!
— ¡Préstame un caballo! ¡Prometo devolverlo! ¡No se alteren! ¡Quiero ver hasta dónde marchará el pueblo! ¡Dios quiera se calmen! —Les dijo la mujer antes de espolear al caballo y retirarse cabalgando en la llovizna, adelantándose cuanto era posible de la marcha iracunda.
— ¡Aguarda! ¡No vayas sola! ¡Déjame acompañarte, Oscar! ¡Oscar! —Suplicó el sargento, la mujer no hizo caso a sus ruegos, marchándose en el caballo y dejándolos atrás. Muy terca para escuchar razones. De nuevo una sensación de vacío le embargó las entrañas.
"¡Morirás si interfieres en el huracán! ¡Una época de cambios que aplastará la base del viejo régimen! Los realistas son dueños de su destino. Cualquier alternativa que tomen de no ser la correcta acabará con ellos, los propios para salvarse a sí mismos. Con los banquetes y el despilfarro insolente se predice más errores garrafales e imposibles de remediar, Oscar."
— Es tan impulsiva…—Musitó impotente. — En la vida me hace caso. Tengo que alcanzarla. — El agua helada y el viento no lo amedrentarían, intrépido rodeó el carruaje para apropiarse de otro caballo.
— ¡¿También tú?! —Dijo Bernard incrédulo.
— ¡No pienso abandonarla cuando el pueblo se encuentra ciego por el rencor! ¡Liquidaran al que se interponga! —Se sentó en el lomo del caballo. Era peligroso montarlo en una lluvia torrencial y con la piel del animal empapada. — ¡Le acompañaré! ¡Por lo demás regresa a casa a avisar a Rosalie, estará enterada del revuelo en la ciudad! —Puso al caballo en marcha.
— ¡Bien! ¡Ten cuidado, Alain! —Se despidió de él con una seña — ¡Recuerda regresarme los caballos! ¡Si los pierdo el dueño me hará dejar mi casa para pagarle por lo que me resta de vida! —Gritó por última vez, hasta que el caballo de su amigo desapareció de su vista en la lluvia. Haciendo caso al consejo del sargento decidió regresar a su hogar. Suponía la angustia de Rosalie de hallar a la gente salir en marejada de sus casas a encarar a los reyes.
Continuará…
Aviso y curiosidades del fanfic.
¿Cómo Riyoko Ikeda se volvió famosa? Sigan leyendo y comprenderán a donde quiero llevarlos. Espero ser leída por seguidores leales a esta autora incompresible. En mis recorridos por internet e igualmente por las redes sociales esta mujer es muy conocida por un sólo trabajo en particular. Un éxito rotundo en el ámbito mundial. Tanto que le valió un tremendo reconocimiento del propio gobierno francés, por medio de un trabajo en un momento al parecer crítico de su juventud. Enfrentarse al acostumbrado machismo japonés, que según nos comenta las editoriales subestimaban bastante a sus lectoras, ¿Quién más para saber de mujeres que una? Ikeda va más allá de Versailles no Bara, este manga fue la escuela de la autora, por eso se le considera el mejor. Gracias a él se obligó a mejorar de formas sorprendentes, a pulir su dibujo y narrativa por respeto a sus lectoras, (Aunque haya unos que no lo entiendan) sin contar el doble esfuerzo de ser más exacta en los sucesos históricos. Pero a Ikeda más que la historia le apasiona el drama que nace de los suplicios de un personaje. Amo la historia y como ella la utiliza de escenario para sus trabajos. A lo que quiero referirme es a las torturas y contradicciones de los humanos, los sufrimientos, y otras veces unos causados por tabús de la sociedad. Los mejores mangas de esta mujer no son los históricos. Son aquellos que tratan del tema complicado de lo que es la identidad e individualidad de un humano. Berubara trata de la identidad de su protagonista, que no vino a resolver ese fantasma sino casi al final del manga. Pasa igual con el resto de sus hermanas de otros mangas, todas sin excepción atormentadas por el tema de la identidad. "Oniisama e…" "Orpheus no Mado" y "¡Claudine...!" absolutamente todos tocando el tema que era un tabú todavía más fuerte en los 70; travestismo, lesbianismo, homosexualidad y más grave el transgénero. Ya que expongo a Oscar a una situación que jamás había sufrido, que es sentirse perseguida por travestirse, y también con la acusación de ser un sodomita. La maldición de su andrógina belleza y personalidad inusual le sacan factura. Espero les gustara que la sometiera al susto de no vivir con la comodidad de antes.
Este capítulo ha sido hecho gracias a la ayuda de la mano perversa de Only D. Créanme influye mucho en mi maldad para con nuestros pobres e incautos personajes. Por los momentos no se ha visto suficiente, estamos empezando. Me alegra contar con una fan consciente de que las lágrimas en nuestro universo ikediano son indispensables.
Les mando un muy cálido saludo, hasta nuestro próximo capítulo de la novela cutre mexicana-brasilera.
