Capítulo 06

Sólo me quedas tú.

La lluvia torrencial de la oscura y agitada noche no amainaba, mucho menos el furor y la saña de un pueblo que se creyó engañado por siglos. Sin plenitud difícilmente habría algo que lograse aplacar los pensamientos negativos y maquinaciones de venganza por parte de la plebe hacia los realistas. Más y más personas se sumaban a la marcha sublevada. Mujeres dejaban en casa a sus hijos para tomar armas con el propósito de una satisfacción para sus hogares. Solamente una de ellas observaba mortificada a través de la ventana de su habitación, el nefasto panorama. El cristal se empañaba por el calor que manaba de su respiración. Aun con sus pequeños hombros arropados por un chal los temblores en su cuerpo no cesaban. Los llamados de la gente a salir y bajar de sus casas llenaban cada rincón de la vivienda. Sin señales del paradero de su esposo y amigos la embargaba la ansiedad.

En planta el sonido de la puerta abriéndose violentamente acabó por estremecerla.

— ¡¿Bernard?! ¡¿Eres tú?! —Se volvió a la salida de la habitación emocionada. Bajó los peldaños algo presurosa. Procuraba que de su mano no se escapara el candelero que iluminaba su camino.

— ¡Rosalie, soy yo! ¡He vuelto de…! — Sin siquiera terminar de explicar su ausencia se vio embestido por la temblorosa joven, arrojando la vela al suelo. A causa de ello ambos se quedaron abrazados a oscuras. Alterada respiraba acelerada por las largas horas de angustia. — Ro-…¿Rosalie? Estoy bien. No me ha pasado nada… Me estas tocando. ¿No ves que puedo mojarte?

—Lo sé, y no me importa. —Restregó su frente contra el pecho del hombre — Por favor, no me apartes, deseaba abrazarte. Bernard, la gente salía armada y molesta, hay un infierno allá afuera. Temía que te hubiese pasado algo terrible. ¿Cómo has podido irte sin decirme dónde estarías? —En su arrebato se había deslizado el chal de sus hombros, más fuerte fue la necesidad de tocarlo.

— Ya veo. Perdóname. Siento haberte dado este mal rato. —Considerado retorcía delicadamente con las yemas de sus dedos los mechones rubios que nacían de la nuca de la muchacha. Pestañeó al notar el chal de su esposa en el suelo, lo sacudió para entonces acomodarlo nuevamente sobre sus hombros. — Me tengo bien merecido los golpes que me propinaron esta noche. Te asusté por lo estúpido que fui al no decirte adónde iba.

— Lo sospechaba… —Se separó del hombre para recoger el candelero del suelo, y colocarlo encima de la mesa. Reparó en los ojos verdes del periodista, cruzándose de brazos cambió su expresión de disgusto a una irónica.

— ¿Ahh…? Co-… ¡¿Cómo lo supiste?! —Alarmado tembló.

— Sospechaba lo que te proponías. Lo que no sabía era tu paradero. Esa caja que ocultabas de mi contenía tu viejo disfraz del caballero negro. ¡Ibas a sorprender al señor Oscar con Alain! ¡Esos moretones en tu cara seguro vinieron de ella! Soy la única que limpio la casa y ordeno los viejos objetos que guardas dentro del armario. ¿Pensabas que no me daría cuenta?

— ¡Si sabias que iba a hacer, bien me habrías detenido! ¡Es tu deber de esposa evitar que haga estupideces! ¡No alcanzarías a imaginar lo que nos hizo! ¡¿Para qué enfadarte?!—el periodista exasperado empuñó sus manos a la altura de su pecho.

— Estoy molesta porque mantuviste en secreto tu ubicación. Le recé a Dios para que el señor Oscar te castigara. Por supuesto, sin alcanzar a lastimarte gravemente. No estaba en mis planes quedarme sin esposo. —Cubriendo su boca con el dorso de su mano echó una tierna risita. — ¡Y por lo que veo lo hizo estupendamente! ¡La he visto en acción, además de que no cabría duda de que lo lamentarías! —Aplaudió encantada. — ¡No es bueno jugarle bromas a la gente!

— ¡Maldita sea! ¡Me siento traicionado, y para colmo por nadie más que por mi propia esposa! Tenías conocimiento de que me deparaba… ¡¿Y no me detuviste?! ¡Vaya que lo lamenté! —Subió las escaleras indignado a su habitación, tras de él lo seguía la joven, que avanzaba mientras emitía suaves risitas de victoria. Ya en el interior volteó a verla con rostro claramente desanimado, prácticamente ser castigado por su mujer sin saberlo era un golpe bajo a su vanidad.

—Estuve muy preocupada… No puedes ni tienes derecho a enfadarte conmigo. —La joven expresaba un carácter desmesuradamente meloso para siquiera tomar su enojo como algo serio. No obstante, que admitiera sus deseos oscuros de castigar a su marido demostraban que no era tan inocente y cándida como aparentaba.

—En efecto, no puedo, ni entiendo, ¿cómo te las ingenias para que no me enfade contigo? —Se cruzó de brazos mientras echaba un suspiro resignado.

—Porque me quieres...—Contestó tiernamente a la vez que se paraba de puntillas para propinarle un casto beso en la nariz. Cosa que funcionó exitosamente en Bernard, pues embaucado por su ternura la cogió de los hombros para conducir esos pequeños y tersos labios que le habían dado ese toquecito agradable. A darle un placer aún más satisfactorio. Ella al contrario no se resistió a la caricia, mantuvo sus manos en las que alzaban su cabeza con suavidad.

—No, es imposible enojarse contigo. No creo hayas logrado que alguien se irritara siquiera por dos segundos. —Se separó sonriente de ella para buscar en el guardarropa prendas para su salida. — A tu lado es impensable sentirse solo. No necesito nada más en mi vida. —Bernard sin darse cuenta, eventualmente lamentaría profundamente aquellas palabras dichas a su esposa, ya que para ella era un puñal a sus sentimientos.

"¿En verdad no necesitas de nada más, Bernard? ¿Conmigo basta y sobra? ¿Ese beso ardiente no te da una señal de que de nosotros nazca algo más importante? El futuro de la Francia que luchas por construir… Ojalá lo que dijiste no lo sintieras realmente."

— Debo adivinar que irás a rastrear los pasos de la gente, ¿Cierto? —Preguntó ligeramente tensa, al tiempo que veía al hombre cambiarse de ropa. Iluminaba la habitación esta vez con una lamparilla que había traído del comedor.

— ¡El pueblo se ha propuesto a partir a Versailles! ¡Es imperdonable que no esté presente en la procesión! ¡Tu marido es periodista, Rosalie! ¡Los hechos importantes no pueden estar lejos de mi conocimiento! —Contestó presuroso. Cambió su atuendo por un frac, para luego cubrirlo con un abrigo lo bastante amplio y así protegerlo de la lluvia.

— ¡Déjame ayudarte! —Se acercó para ayudarle diligentemente a colocarse el enorme abrigo. — Desde mucho antes de pisar esta casa supe lo que me exigirías como esposa, comprender las obligaciones y deberes que tienes.

—Me alegra que lo comprendas. —Unos repentinos escalofríos invadieron al hombre. — ¡Santo cielo! ¡Qué frío! Con esta lluvia cualquiera se congelaría hasta los huesos. Justo en este momento este mal tiempo debe estar pisándoles los talones a Oscar y Alain. Si partieron a la misma dirección que el pueblo se les haría insoportable la lluvia.

— ¡¿Partir a Versailles?! ¡¿Ellos están allí?! ¡Dios mío, que se encuentren bien! —Exclamó estupefacta.

—Seguramente lo están, y estarán vigilando los pasos del pueblo, ¡Iracundo por culpa de ese aberrante banquete! —Bernard se asomó por la ventana, el río de gente no tenía paragón, entonces se acercó a su esposa para tomar amoroso su cabeza y propinarle un beso en la frente. — Ahora me voy, de modo que ni se te ocurra salir de casa. Tardaré así que no te angusties por mí…—Sonrió confiado.

— Bernard, por favor… ten… ten cuidado, no sé qué podría pasar, la gente está tan enfurecida que probablemente cometan actos de violencia, hiriendo a inocentes. Procura no involucrarte, no imagino la vida sin ti a mi lado. —Confesó trémula. Insegura de la situación, bajaba las escaleras acompañándolo a la puerta.

— Gracias… no imaginas lo satisfactorio que es oírte decir eso. —Respondió complacido, pues, aunque escuchar de los labios de Rosalie los sentimientos por su persona lo embargaban de dicha, se sentía en cierta forma inseguro de lo que guardara el corazón de su esposa. Se retiró cubierto por un abrigo y tricornio a la misma dirección que la marcha.

-o-

A caballo, Oscar era atormentada por las recientes advertencias de Alain. Se detuvo al vislumbrar al general Lafayette hablando con el pueblo, y no solamente eso, a la cabeza de aproximadamente treinta mil soldados de la Guardia Nacional.

En ese momento, los soldados de la guardia habían sido invocados por el general para persuadir a la gente y que de algún modo el escándalo no pasara a mayores. Por mantener el orden de la situación. Desde su caballo el general conversaba con la plebe encolerizada. Obstaculizando momentáneamente su camino a Versailles. Turbada Oscar reparó en ciudadanos que venían armados con mosquetes. Evitando ser vista por los soldados se bajó de la montura con la intención de mezclarse con la multitud, atenta a lo que próximamente el pueblo haría. La inusitada imagen de la gran cantidad de personas aglomeradas alrededor del marqués, y junto al dantesco ejército de soldados era digna de temer.

— ¡Ciudadanos de París! ¡Escúchenme! ¡Les pido encarecidamente que regresen a sus casas! —Habló el general sobre su montura, enfrentando a la masa sin rastro de prepotencia en su voz. De cualquier modo, lo menos que deseaba era avivar la cólera de la gente, incitando otro derramamiento de sangre.

— ¡No interfieras! ¡Queremos dejar la podredumbre que nos hacen padecer ustedes los realistas! ¡Te interpongas o no, iremos a la madriguera de esa prostituta!—Replicó un hombre que iba armado con su mujer con dos mosquetes, empapado y con las piernas, así como sus zapatos cubiertos de fango.

— ¡Que los reyes nos digan a dónde demonios fue a parar el pan! ¡Aislados en tan bonito palacio es obvio que la comida no habría de faltarles a esos embusteros! ¡Espero que sacándoles las tripas hallemos la comida que no está en París! —Amenazó una de las mujeres, para el asombro del general sostenía una pica en ambas manos.

— ¡Nuestros hijos desfallecen de hambre! ¡El rey tiene que darnos una respuesta! —Acotó otra de las pescaderas que lideraban la marcha.

— Comprendo la rabia que sienten…—El general frunció el entrecejo, de su boca se formó una leve mueca de desagrado, compartía la indignación de la gente. — Si eso es lo que desean, no los detendré para que el rey oiga sus demandas. Al contrario, les acompañaremos. Por supuesto esta fuerza está pensada con el fin de resguardar el orden y poner fin al desastre. ¡Iremos todos a Versailles! —Se dirigió a sus hombres. — ¡Soldados! ¡Seguiremos desde atrás la procesión! ¡Estaremos para prestar respaldo al pueblo! ¡No actuaran sin antes recibir una orden! ¡¿Entendido?!

La rubia a diferencia del pueblo desconfiado, estaba al corriente de las buenas intenciones del general. Recordó ese día que pensó fatídico, cuando le fue ordenado el arresto de los diputados. Forzada a sacarlos deshonrosamente si era incluso necesario con la punta de bayoneta del salón de las asambleas. No se sintió arrepentida en lo más mínimo al tomar la resolución de incumplir la orden. Uno de los primeros en defender a los representantes desarmados, antes de su llegada a detener a los soldados de la Guardia Real, comandados por el mayor Girodelle, fue el marqués de Lafayette. Le conocía lo suficiente para adivinar su posición entre ambos bandos, entre otras cosas su intención de hacer que la marejada rodee el palacio sin invadirlo. Un hombre que se movía explícitamente en contribuir con los deseos de libertad de su gente, alguien que aborrecía toda clase de autocracia y tiranía. Extraños sentimientos venidos de un noble de cuna, y en este caso de espíritu. Le había admirado en silencio por su anterior emprendimiento de contribuir en la guerra de independencia de los Estados Unidos. Tal vez el único aristócrata capaz de comprenderla.

"Esto podría ser considerado por los cobardes que se ocultan tras la figura de los reyes como un golpe de estado. Tendría que haber alcanzado los oídos del rey. ¡De ser así estarán preparando un plan de contingencia!"

Con las manos húmedas sostenía firmemente el correaje. El griterío alteraba los nervios del animal al límite de inducirlo a luchar contra ella. Relinchaba trastornado, prensando sus manos, que poco a poco iban enrojeciéndose. Empapada de los pies a la cabeza por la lluvia copiosa se halló algo debilitada, el tricornio encima de su cabeza ya ni protegía sus cabellos del aguacero. La tela del sombrero había absorbido demasiada agua.

— Shhh… cálmate. Todo está bien… sé un buen chico. —Evitando alterarlo aún más se dispuso a acariciar el empapado hocico del caballo. Tan cansado como ella. —Prometo devolverte con tu dueño, por ahora necesito que me ayudes.

"Necesito la ventaja de un caballo, pero también le he prometido a Bernard devolverlo ileso."

— Falta poco para el amanecer, debemos darnos prisa. —Esta vez subir al lomo le fue un tanto más difícil. Supuso que la falta de vitalidad y energía vendría de sus horas activa, por otra parte, la alimentación no mejoraba su estado. — Tengo que resistir… sólo un poco más. — Al acomodarse en el animal no tomaba en cuenta de que quizás Alain se encontraba en una distancia no muy lejana de la suya. Yendo tras su rastro.

La marcha comenzó a movilizarse, ahora con la compañía de los guardias nacionales. Oscar cabalgó lo más lejos que le permitieran las energías del caballo. Las gotas nublaban su vista, se aferraba con todas sus fuerzas a las riendas, esforzándose por no resbalar del lomo. Para su desgracia es divisada por unos soldados que se unieron como el resto de sus compañeros a la manifestación.

— ¡Mira eso de allí! ¡Por allá! ¡¿Lo viste?! — Señaló Nicolás, llamando la atención de Raphael.

— ¡¿Qué cosa?! ¡¿Algún espía de los nobles?!—Raphael fijó su vista en la dirección a la que apuntaba Nicolás, sus ojos se abrieron de par en par impactado de lo visto. —Du-… ¿Dumont? —Musitó. Corriendo se apartó de la fila, tratando de alcanzar al jinete, seguro de comprobar su identidad paró. El caballo raudo como un vendaval ya casi ni se distinguía en la distancia.

— ¡Raphael! ¡¿Qué ocurre?! ¡¿Qué viste?! — Se acercó Nicolás que cargaba a sus espaldas una bayoneta.

— El jinete de ese caballo era… era en efecto él… Dumont. —Declaró Raphael con gravedad.

— ¡¿Dumont dices?! ¡¿Ese sodomita?! ¡¿A dónde irá?!

— Por la dirección a la que iba presumo que a Versailles… tendría un compromiso más urgente que nosotros por lo apurado que iba. Ha dejado a un lado a su regimiento, lo normal habría sido que se ubicara con nosotros en la marcha. —Se llevó Raphael una mano a su cara, rascando la barba que comenzaba a crecer por su boca hasta su garganta. De sus labios se dibujó una sonrisa maliciosa. — ¿Qué te parecería si entre nosotros estuviese un informante de los nobles?

— ¿Un informante? Pues… debiésemos descubrirlo y en consecuencia hacer que reciba su castigo.

— Por la personalidad amanerada y prepotente de Dumont no es un asunto complicado imaginarlo colaborando con los realistas. En muchas formas es alguien merecedor de sospecha, aunque quisiéramos seguirlo no podemos. Después les contaremos a los demás este descubrimiento. —Raphael se percató de que eran vigilados por un superior. Sin poder hacer nada para desligarse de la fila siguieron de muy mala gana la marcha, sin embargo, los bucles rubios, así como el perfil húmedo de Dumont persistían en sus pensamientos.

En el camino frente a los ojos de Oscar, finalmente se distaba el increíble palacio del rey sol. ¿Hace cuánto no pisaba los terrenos de la residencia de los reyes? La ocasión más cercana que podía recordar era esa pequeña visita que hizo a la reina; ambas paseándose por los espaciosos jardines del palacio, rodeadas del espesor de los árboles, confesándose sus opiniones claramente opuestas. Fervientes amigas conocían y respetaban el corazón de la otra. Pensó en la incertidumbre que embargaría a la soberana. La imaginó refugiándose en los brazos de Fersen, único hombre con el poder de enjugar las lágrimas de la desdichada consorte del rey.

A medida que se aproximaba reducía el galope del caballo, terminó deteniéndose a unos metros del palacio. El esfuerzo empleado para llegar había sido en vano. Atónita observó, a los guardias que custodiaban el enrejado que daba entrada a Versailles, atrincherados en su interior. El pueblo previniendo un escape por parte de los reyes, adelantándose a la fuga rodeó el palacio completamente, impidiendo la salida e ingreso de todo carruaje que fuera en socorro de los soberanos. No hubo solución, ni los cocheros lograron apartar a la gente de los carruajes predispuestos para el escape. Encerrados sin poder salir tendrían que aguardar dentro del palacio, hasta que hubiese certeza de que se aplacara la ira del pueblo.

Desde el caballo podía ver las luces a través de los imponentes ventanales, gritos de pavor se oían en su interior.

"El pánico se ha esparcido por los rincones de Versailles… No hay nada que hacer. Aun si conservara mi viejo puesto me hallaría con la misma ineptitud. Jamás ha sucedido algo parecido en la historia de este país, un pueblo asediando a sus reyes. No me queda otra opción que vigilar esos portones."

Un sonido la sacó de sus cavilaciones, sentada percibía la respiración del caballo. Exhausto el pobre se sacudió en una repentina tos. Rápidamente se deslizó de su lomo, examinó el estado del animal.

— Si te exijo de más podría matarte. Lo lamento… lo lamento tanto. — Acarició su hocico considerada. — Buscaré un lugar para que descanses…—Miró en derredor, a unos metros se distinguían unos árboles, en una colina alta que daban entrada al bosque. — Lo mejor para nosotros será reposar bajo el resguardo de los árboles. De todos modos, no podemos seguir mojándonos.

Sentada en la intemperie, a pesar de la lluvia no se marcharía de los límites del palacio. Con la espalda contra un árbol denso reposaría siquiera un poco. El caballo por su parte descansaba a su lado, alimentándose de la hierba que crecía en las raíces del árbol. De su cabeza retiró el tricornio calado de agua. Lo exprimió divertida del chaparrón que tuvo que aguantar. Ocultos tras los matorrales, y por la opacidad de la noche no serían descubiertos. Con una buena vista del palacio estaría al tanto de las acciones de la gente. Abstraída sus párpados se entrecerraron, los brazos al descuido sobre sus piernas se aflojaron.

— Alain…—Murmuró, cerró sus ojos relajando su semblante. — No me sigas… te lo ruego… No deseo involucrarte. Si muero como resultado de mi obstinación, estoy segura de que seguirás adelante, por los ideales por los que luchamos y derramamos nuestra sangre en la Bastilla.

"¡Aguarda! ¡No vayas sola! ¡Déjame acompañarte, Oscar! ¡Oscar!"

— Te pido me perdones… Jamás entenderás que me incitó a arrojarme a esto. Lo que has sufrido. Mi intento de salvar a los reyes lo hago porque… —rio apagadamente. — Una amiga muy querida necesita de mí. Que muera sin que yo haya hecho nada al respecto me marcaría al igual que las muertes de aquel día… De todas aquellas almas que me rodearon, de ellos sólo me quedas tú, Alain. —De sus ojos cerrados se escaparon dos lágrimas, bajando errantes por sus mejillas, fundiéndose al agua de lluvia que humedeció su rostro. Temblorosa por el gélido ventarrón que alborotaba las ramas de los árboles, y su ropa mojada se abrazó. Sin ser capaz de resistir otro segundo fue adormeciéndose, sucumbiendo al descanso que tanto le reclamaba el cuerpo.

Las horas transcurrieron, y sin nada más que hacer los ocupantes de Versailles optaron por marcharse a dormir. El pueblo mientras tanto continuaba rodeando el palacio junto con el general Lafayette y sus hombres. Gracias a la persuasión del general el paso de la gente fue en la noche… sin causar disturbios. Al día siguiente, 6 de octubre…

El inicio de los disturbios pasaría a ser algo inolvidable para María Antonieta; el alboroto que de la nada se oyó, tan fuerte que alcanzó los oídos de Oscar, arrancándola de su sueño. De prisa se puso de pie, mirando cómo el pueblo penetraba en el palacio, atacando a los guardias, los portones completamente abiertos. Se volvió al caballo a sus espaldas, levantando su espada y fusil.

"¡Bernard, es una emergencia! ¡Lo siento mucho!"

— ¡Vamos! ¡Un último esfuerzo! ¡Me llevarás a mi destino! —Demandó Oscar al instante de montarlo. El animal sin el agotamiento del día anterior corrió raudo bajando hacia el palacio. La gente armada irrumpía trastornada en el patio, parte de los guardias habían huido. Ahuyentados por la muchedumbre no se quedarían a ser asesinados. Otros fieles a su deber luchaban por contener a la gente, pero la cantidad era superior a ellos.

"¡Este es el camino que he elegido! ¡No importa si muero! ¡No estoy arrepentida en lo absoluto! ¡Ya falta poco! ¡Tan sólo tengo que encontrar las habitaciones de la reina antes que ellos! ¡Si no la alcanzo a tiempo la matarán!"

Después de unos minutos mientras más se aproximaban, la vía hacia los portones se hizo sinuosa. La gran multitud no dejaba que el caballo avanzara otro paso más. Entre muchas cosas los gritos y disparos aterradores. Preocupada del bienestar del animal bajó de su lomo. — ¡Ya no te necesito! ¡Vete! ¡Fuera de aquí! ¡Largo! — Dando un golpe al animal lo espantó. Sacándolo de la escena. Se propuso a atravesar la muchedumbre a pie, pero sin embargo las embestidas y empujones la desorientaban de su camino. Más que humanos parecían una jauría. Poseídos por los deseos de ser los primeros, en invadir los terrenos que anteriormente estaban prohibidos. La violencia de la gente superaba con creces su ímpetu.

— ¡A un lado! ¡Por favor, déjenme pasar! ¡Abran paso! —Exigió Oscar, que caminaba mientras era oprimida brutalmente, sin la libertad de levantar un brazo era aplastada u empujada, a la vez arrastrada contra su voluntad. — ¡Ahhh!

"¡No! ¡No tengo control ni de mis propios pasos! ¡Debo hacer algo! ¡Me cortan incluso la respiración! ¡A este paso me matarán! ¡Me matarán antes de siquiera haber podido hacer nada por ella!"

Entonces con el paso de la marejada se vio empujada al otro lado de los portones, en el camino le fue arrancado el fusil de su espalda. Con las pocas fuerzas que le quedaban buscó en su cintura. Tragó saliva agotada, hasta que por fin consiguió sacar su pistola. Incómoda y con mucho esfuerzo alzó su brazo dirigiendo el cañón al aire, y así dando un disparó, la gente acabó por disiparse a su alrededor. Libre de ser aprisionada daba grandes bocanadas de aire, para después exhalar atemorizada. Con el susto de casi morir asfixiada. No se percató de que a sus espaldas un soldado de la guardia suiza estaba por atacarla, atraído por el disparo, ver a un hombre perteneciente a la guardia nacional abrir fuego era motivo de amenaza.

Una hora antes, Alain a caballo buscaba por doquier algún rastró de Oscar, pero a pesar de las largas horas en vela no tenía señales de ella. Maldecía el hecho de no ser capaz de localizarla debido a la enorme cantidad de gente. Precavido trató de no sobresalir ni llamar en exceso la atención, era probable que fuese reconocido por los soldados de la guardia convocados a la procesión.

"Me ha dejado atrás a pesar de lo ocurrido… Indiferente de mis ruegos se marchó. Me creyó la mente maestra tras el intento de rapto. Así deben de ser sus sentimientos de ira e indignación cuando me entrometí en su pelea con Eluchans, que todo acontecimiento poco usual en las horas de servicio las crea orquestadas por mí… En verdad jamás la había visto así de furiosa, mejor dicho, no sospeché que su ira la induciría al extremo de golpearme, y todavía siento las marcas de sus nudillos contra mi cara. ¡¿Pero cómo pretende que no reaccione ante su indolencia?! Parece dispuesta a olvidar a quienes estuvieron atados a ella, ¡Sobretodo yo! ¡¿Por qué demonios no aprueba que la ayude?!"

Todavía vestido con el disfraz que Bernard le entregó, recorría las calles de París. Enfocando los ojos, divisó a los jóvenes compañeros de Oscar, marchando junto a sus colegas, con la diferencia de que en sus rostros no se distinguían los mismos ánimos del día anterior, deprimidos marchaban.

"Por sus semblantes debo suponer que no la han visto… tampoco se podría decir que me halle en condiciones más favorables. ¡Maldición! No la veo en ninguna parte. Pensaba que estaría tras los pasos de la gente, no obstante, no es así. A no ser que… ¡¿Será posible?! No veo por qué no sea capaz, después de todo, ¡Está loca! y… desde luego no me quedo atrás en ser un loco temerario. ¡Está en Versalles! ¡Ha ido a pesar del riesgo a rescatar a la reina!"

— ¡No te desharás de mi tan fácilmente, Oscar! ¡Si quieres que tu segundo al mando abandone la función de secundarte, antes tendrás que matarme! —Exclamó con jactancia. Espoleó su caballo mientras cambiaba de dirección, ahora se adelantaría a la cabeza de la marcha. Convencido de encontrarla en la residencia de los reyes. A causa de la cantidad de gente llenando las calles, trató de buscar distintos atajos que lo condujeran más rápido a su destino, atravesando callejones, saltando y derribando cajas de madera o botes de basura, asimismo sorprendiendo personas que conversaban en esquinas y muros, muchas veces arrojándole maldiciones e insultos.

— ¡Fuera de mi camino! —Gritó, alertando a las personas que obstaculizaban su paso. Saliendo de París, habiéndose hecho de artimañas y trucos consiguió llegar al palacio. Boquiabierto detalló la multitud que corrió en marejada en el interior. El escándalo que se formaba en torno a las rejas, mujeres y hombres clamando la sangre de la reina. De pronto un disparo. Sus sentidos se vieron atraídos a la dirección de la detonación.

El estallido de una pistola provocó que al menos un tercio de la muchedumbre se dispersara, hasta que distinguió al dueño del arma. La vio… era imposible no reconocer esos mechones de oro que se asomaban por ese tricornio. Oscar debilitada se hallaba de pie luchando por recuperar el aliento, tambaleante y sudorosa no notó a sus espaldas a un hombre que se acercaba levantando un fusil.

— ¡Maldito rebelde! ¡Traidores guardias nacionales! —Gritó el soldado, pero antes de siquiera reaccionar, la rubia no pudo contrarrestar el ataque. Horrorizado vio al soldado golpearla a traición con la culata.

— ¡Oscar! —La escuchó emitir un grito ahogado en el impacto a su cabeza. Nuevamente el sueño se repetía, la horripilante y sobrecogedora imagen de verla sangrando, agonizar en medio de un caos; Oscar cayó de bruces en el suelo polvoriento, presa de los pies y el peso insoportable de la multitud. Inmediatamente el soldado suizo corrió, seguro de que las brutales pisadas terminarían el trabajo de liquidar al rebelde.

Desesperado bajó de su montura, ya no era importante conservar al caballo. Esquivando con toda su energía a la gente, luchando por alcanzarla, estiró su brazo hacia ella, que, con los minutos, se vería desaparecida en la tierra. La creyó como una delicada flor que se deshacía con cada pisada cruel. Los frágiles pétalos se irían desprendiendo, desintegrándola por completo. No sobreviviría ni lo que fuera el corazón de ésta a la que amaba tanto, al costo de dar su vida por ella. Lloroso se arrojó al cuerpo inerte, acarició su nuca, sitio en el cual recibió el golpe más cobarde. La apretó contra su cuerpo, protegiéndola de las agresiones de la muchedumbre.

"Oscar… no voy a abandonarte. Nada va a pasarte… no mientras yo viva. Esta persona, por su felicidad sería capaz de lo que sea, ¡Incluso dar mi vida si es necesario!"

Continuará…

Aviso y curiosidades del fanfic.

Tan corto este capítulo, y sin embargo tan movido, o como diría Only D, ¡Dinámico! en ningún momento hay paz. Pido disculpas a las personas que me ayudaron con él. Soy muy ingeniosa, pero de todos modos muy indecisa en los elementos que le he pegado al fic. Doy crédito a uno de mis familiares, que es fan de otras cosas distintas a las mías, pero igualmente con conocimiento de que hacen sus autores a la hora de atormentar. Ahora le doy su respectivo crédito a Dayana Alvarado con su muy grandísima, grandísima paciencia para conmigo. ¡Gracias a mi familiar y Only D!

¡Viva! ¡Hurra! ¡A emborracharse todo el mundo! bueno... los que tengan plata. ¡Está historia avanza con otro capítulo! Nuevamente seguimos adelante con el drama. Pero tristemente con bajo presupuesto, - Se oyen gritos de horror - no se espanten si les ven las costuras a los caballos, o si hay repetición de actores secundarios, o si estamos escasos de iluminación. Para la producción del próximo capítulo estamos necesitados de reviews. Recuerden los reviews en fanfiction es equivalente al dinero, (Propina) no hay que ser ingrato. Los actores harán huelga si no les damos su paga. ¡Ni se imaginan lo cara que es la actriz que interpreta a Oscar! ¡No estamos en Netflix, aunque como se entra no se debe ir sin pagar! ¡Reunamos los reviews necesarios para liberar a Willy! ¡Por actualizaciones relámpago! ¡Por tratar de darle su final y que no se quede a medio camino! ¡Apoyo a los directores y productores aficionados! (Yo)