Capítulo 07
La nobleza del sargento.
En el amanecer turbulento, Versailles finalmente fue invadido. Pero la invasión e intenciones de conquista, además de la gran destrucción que dejaban a su paso, no eran por reclamar o hurtar los objetos valiosos que había dentro de sus muros, sino para hallar a una sola persona en especial. Alguien que dormitaba inocente del desastre fuera del resguardo de sus habitaciones. Todo aquel que se interpusiera corría el riesgo de ser masacrado, algún escudo humano que protegiera, y en este caso avisara a la reina de sus posibles verdugos. Como se previó… guardias fueron asesinados y para colmo, decapitados; uno a duras penas y empapado de sangre antes de dar su último aliento instó a su cuerpo alcanzar las habitaciones de la soberana, con la suerte de ser escuchado por una de las criadas, que espantada apreció, el despojo humano en el cual le habían convertido. Asimismo, contra su desfallecimiento le rogó gritándole "¡Señora, salve a la reina! ¡Quieren asesinarla!" luego inmediatamente la criada hizo caso a su advertencia. Ella junto con sus compañeras corrieron a despertar y vestir a María Antonieta. Aterradas de la venida de los asesinos, que con los minutos hallarían los aposentos de su víctima en el vasto palacio. No se quedarían a esperar a la muerte.
Justo en esos instantes en el patio, el cuerpo de un fallido salvador yacía inerte en el suelo, salvador que, aun con grandes limitaciones, dio todo de sí por ayudar a una amiga, pero, sin embargo, la amistad y las intenciones puras no lograron su cometido de socorrer a la indefensa monarca, ahora pisoteadas con indiferencia, por un gentío que no conocía a la triste reina tan profundamente como esta bienhechora la conocía.
Desmayada, y envuelta en el calor de otro cuerpo pisoteado atrozmente en su lugar, en minutos que se percibían eternos, Oscar no despertaba. Que no lo hiciera era preocupante para el sargento que luchaba por resguardarla de la saña del pueblo. Sitiados de una gran cantidad de personas, pues abrazado a ella se resistió a los golpes además del peso bestial. Frunció su rostro y comprimiendo sus dientes aguantó la tentación de gritar. Mirarla a salvo lo sugestionaba a soportar. Negándose a aplastarla tensó su espalda. Procuraba con una mano sostener la rubia cabeza teñida de sangre, impidiendo que cayera nuevamente contra el suelo duro. Irritado miró a su alrededor.
"¡Si piensan que permitiré que nos pisoteen hasta la muerte, están soñando! ¡Me rehusó a morir bajo la bota de alguien!"
— ¡Ya estoy harto! ¡Fuera! ¡No soy tapete de ustedes ni de nadie! ¡El día en que bese la tierra, será cuando me muera! —Arrebatado se esforzó por ponerse de pie, tomándola en brazos. Al enderezarse un dolor agudo en la espalda lo atenazó. Ya parado embistió con fiereza a todos a quienes pretendieran avanzar a costa de arrojar a la mujer de sus brazos. —No podemos quedarnos aquí. ¡Vámonos! ¡Fuera de mi camino! ¡El que se arriesgue a acercarse a mí, juro que lo mato! — La dolencia no hizo más que simplemente incrementar su urgencia de escapar de los terrenos del palacio. Cargándola en sus brazos caminó tambaleante cuán lejos le fuera posible. Jadeaba exhausto en el recorrido devuelta a París. Repentinamente una punzada se presentó en su brazo. — Demonios… Q… ¿Qué me hicieron? ¡Arg! —Reparó en su brazo, la tela oscura de la manga comenzaba a humedecerse de sangre.
"Oh no… lo que faltaba… no solamente me han aplastado la espalda, ¡También me hirieron los malnacidos!"
Bien que sospechó tal vez no tener las energías suficientes para llegar a la casa de los Chatelet, tampoco era recomendable no reposar. Rio con ironía ante esta situación tan parecida al día que también la tuvo en brazos, al mismo tiempo tratando de no tomar en cuenta el daño a su propio cuerpo. De improviso escuchó el griterío de la gente, con palabras distintas a las anteriores. Llamando a la reina. Se dio media vuelta intrigado hacia el enorme palacio a sus espaldas, percatándose de que el pueblo no había consumado el asesinato.
—Está viva… tiene que estarlo… sino, ¿Para qué la nombrarían a gritos? — Reparó en Oscar que seguía inconsciente en sus brazos. Su rostro blanco apegado a la blusa oscura. — De estar despierta, estarías aliviada de que se encuentre bien… además, de que me odiarías por llevarte lejos de la que crees necesitada de ti. — Entonces la voz de un hombre lo tomó por sorpresa.
— ¡De prisa! ¡Todos a la plaza! ¡Todos a la plaza de mármol! —Gritó un vagabundo apenas vestido en harapos, pero, increíblemente, armado con un fusil en la espalda. Ahuecando las manos en torno a su boca reunía a la gente, y acompañado por otros que ejercían el mismo rol que él.
Atento observó que la marcha se había entonces trasladado hacia otra dirección. Al parecer por los gritos la gente se convocaba a la plaza frente al balcón, donde estarían ubicadas las habitaciones reales. Era posible que la intención de la gente fuera matar a la que pensaban responsable de la maldición que hacía estragos en el país, para de ese modo liberar al rey y a los hijos de su influencia. Los gritos no cesaban. Esta vez exigiendo al rey asomarse. Querían su presencia, que los enfrentara, llevar a cabo lo dicho al general Lafayette. Que oyera sus demandas y quejas.
"La gente al parecer piensa que ha muerto… No lo creo… con la cantidad de soldados alguno habrá prevenido a la reina del peligro al acecho. Solamente hay una cosa en que nosotros como soldados corrientes compartimos con los que provengan de la nobleza; jamás moriríamos sin cumplir nuestro propósito. Por hoy el propósito de estos soldados es que nadie consiga infligir algún daño a los reyes. Y por eso te expusiste a esto, Oscar. Tus raíces, tus principios, los recuerdos que compartes con ella. Incapaz de borrarlos u olvidarlos te marchaste a salvarla a costa de perder la vida. Ahora eres un soldado que lucha por el pueblo. Sin embargo, nadie entendería lo que escogiste. Sea un lado o el otro a los ojos de todos eres un traidor. En este mundo es casi imposible estar en una posición conciliadora o neutra. Eres demasiado idealista e ilusa. Yo por otra parte, un tiempo atrás no lo hubiese comprendido. Por las cosas que hemos pasado juntos no puedo juzgarte. ¿Habría razón de que lo hiciera a estas alturas?"
Entonces, sorprendentemente de los gritos y reclamos se oyeron bramidos de decepción y desconcierto. Era cierto. La mujer en cuestión seguía con vida, lo cual acrecentó la indignación de la gente concentrada delante del balcón. María Antonieta de pie en una pieza, sin ningún rasguño junto a su marido. Al probar que sus sospechas de hallar a una mujer que poco le habría interesado su seguridad estaba con bien, decidió proseguir su camino a París con la antigua guardiana de ésta.
"Tanto así me importa la persona que cargo en brazos que soporto los minutos de pie aquí, para tan sólo comprobar que alguien que me inspiraba un odio tremebundo sigue con vida. ¡Qué idiotez! ¿Quién diría que estoy hecho casi un pusilánime y todo por ella?"
— ¿Estaré condenado a perseguirte y ser herido eternamente? Increíble este círculo vicioso. Acepto ese destino si hace falta… lo que sea por evitar que estés adormecida en tu propia sangre. —Jadeó ante el ardor de sus heridas. — Lo lamento, Oscar… Ne-… necesito tumbarme en algún sitio. Soy un estúpido… — Fijó su atención en el cielo despejado. Suspiró exhausto — y de cualquier forma… mi cuerpo no complace mis caprichos, y metidas de pata satisfactoriamente.
"No puedo llevarte con los Chatelet, caería rendido mucho antes de alcanzar a Rosalie. Conociendo a Bernard no estará en casa. Debo hallar un lugar lo suficientemente cercano para que podamos recibir atención médica, sin que esto llegue a oídos de los soldados de la guardia. Tal vez… podría llevarte allí… es el único sitio más cercano y decente que conozco. Es ese o un burdel que frecuentaba con mis amigos. Las chicas son simpáticas, nos tratarían con hospitalidad desmedida. Sobre todo a ti, un mozalbete tan apuesto. Recuerdo que fue el sitio donde celebré haberme graduado de la academia de oficiales. Lo malo de esto es que de encontrarte en un antro me harías arrepentirme de haber nacido."
Cayó en cuenta que no faltaba demasiado para París. Un coche de caballos que transportaba a un anciano aristócrata pasó a su lado, escapando de ser visto por el pueblo iracundo, superando el caminar del sargento que era lento y pesado. Soportarse sin contar el sacrificio que significaba cargar con otro cuerpo reducía su energía. Transeúntes se apartaban de su camino inquietos del aspecto maltrecho de ambos, hasta que nota un consuelo; distinguió el letrero de la fachada del local, entonces se dirigió a la parte trasera de la taberna. No deseaba que ambos estuviesen frente a éste, ya que llamarían la atención de la gente. Vencido de cansancio se recostó en el muro delante de la puerta de servicio, donde según recordaba se ubicaría la cocina. Desilusionado la encontró cerrada. Apretó sus dientes en el acto de sentarse en un lugar tan incómodo. Con rostro sereno por el gozo de verla con vida, acomodó cuidadosamente la cabeza de Oscar en su regazo. No estaba dispuesto a exponer la herida de la ex comandante. Sutilmente una sonrisa se dibujó en sus labios, mientras acariciaba los sedosos cabellos que adornaban la frente de la que reposaba en sus piernas. No entreveía que pudiese alguna vez tener la oportunidad, de tocar los vestigios de aquella melena exorbitante. Anteriormente cuando le conoció, innumerables veces su mente lo traicionaba aún en los momentos en los que pensaba intolerable su presencia, se preguntaba, ¿Qué se sentirá tocar ese cabello tan centelleante como el oro? nada más se había presentado la oportunidad a cada que la dueña estuviese inconsciente, lo cual consideraba lamentable. Si bien ni consciente jamás se atrevió a tocarla, hubo una vez, sólo una vez, en la que la tocó resaltando lo que sería un simple roce, algo irrepetible. Lo guardaría en sus recuerdos eternamente. El día más infausto y más maravilloso… un simple beso. Ella lo olvidaría sin ninguna duda, él en cambio… no sabía cómo clasificarlo, si despreciarlo o atesorarlo. Mantuvo su mano sobre los mechones rubios absorto en ese recuerdo.
"¿En un momento como este y recuerdo ese día? Ha pasado mucho de eso y todavía no lo olvido. Ni yo mismo me conozco. Un acto muy ridículo sin embargo muy deseado. De nada me serviría ese beso. Un intento infructuoso y patético de desahogo. Sus labios jamás respondieron ni responderán a los míos. La razón es que he llegado tarde… André… entiendo lo sentiste, ¡Qué sufrimiento! nunca debí burlarme de ti. Idiota porque no supe que también me maldeciría con este amor no correspondido, que de no lograr superarlo tendré que enfrentarlo estoico, del modo en que tú lo hiciste".
Exhaló cansado, sus sentidos iban apagándose, sin más, rendido y sometido por las heridas, cerró sus ojos.
Voces se escuchaban a lo lejos, con los minutos se iban haciendo cada vez más cercanas, claras y reconocibles. Las ruedas de los carromatos, carruajes, el ladrido de un perro, asimismo los habitantes o vecinos del barrio hablándose entre gritos, los choques de objetos metálicos sea lo que fuesen su procedencia, agua arrojada desde una ventana, pisadas. Una sensación agradable y cálida arropaba su frente, un tacto, aunque algo áspero era de todas formas placentero, una sensación que transmitía una calma que pensó no sentir otra vez. Relamió sedienta sus labios secos por el sol. En el intento de moverse una dolencia se presentó en la zona de la nuca. — ¡Ahhh! — Se quejó, llevándose una mano tras su cabeza, sus ojos se abrieron de par en par impactada. — Do-… ¿Dónde me encuentro? Creo recordar que estaba en Versailles, y… sí… un hombre… un hombre me atacó aprovechándose de mi aturdimiento. —Murmuró.
"Entre todas esas voces alguien pronunció mi nombre… ¿Quién fue? Ni siquiera antes de perder la conciencia pude darme cuenta de quién me llamaba."
Sintió cómo su cuerpo se movía al ritmo de una respiración ajena a la suya. Todavía algo mareada alzó su vista, se halló a la protección de un hombre. Su desconcierto de la anterior conjetura era inferior al caer en cuenta de quien la acobijaba. Sus mejillas usualmente pálidas se encendieron tanto como el color atrayente de sus labios.
— ¡Alain! —Logró incorporarse pausadamente por el malestar a su cabeza, para luego arrodillarse frente al hombre. — ¡Alain, despierta! ¡¿Estás bien?! ¡¿Qué te pasó?! ¡Responde!
Agitada lo tomó por ambos hombros, lo advirtió respirar dificultoso. Su cabeza inclinada hacia adelante, empalidecido. Inconsciente era imposible que la oyese. Cuando sus manos lo acercaron a ella, sosteniéndolo contra su pecho, se percató de otra cosa que agravaría su angustia, un vacío en su estómago se presentó. Observó el muro manchado de la sangre que manó de la espalda del sargento. Fue entonces que sacó a relucir lo ocurrido recientemente en Versailles.
— Os-… Oscar…—Musitó contra su pecho. Oírlo nombrarla una vez más la estremeció. El tricornio que anteriormente la protegió de la lluvia era prensado débilmente por la mano del hombre.
—Eras tú el que me llamaba… —Murmuró pasmada. No contuvo las lágrimas, al sostenerlo se manchaba con su sangre, no obstante, no era motivo de repulsión para ella. —No quería que me siguieras… ¡Eres un grandísimo idiota, Alain! —Apretó la tela de la holgada y oscura blusa frustrada.
"Te negué acompañarme. Te ignoré porque sabía que arriesgaba mi vida. Mi intención con esta forma de proceder despiadada era no implicar una vida inocente en mis decisiones. ¡Estaba dispuesta a morir! ¡Me mentalicé de que quizás no te vería ni a ti ni a los Chatelet de nuevo! Yéndome sola, e intentando no ser vista por nadie. Pero a quien no quería que me alcanzara me encontró, y por eso sigo viva. Siempre lastimo a los que amo. La sangre en tu espalda es la prueba de que me protegiste de morir pisoteada."
—Esto sin duda es mi culpa. Estás herido por salvarme, no hay excusa para mí. —Llevó su mano a los cabellos oscuros de la nuca del sargento mientras lo apegaba así misma. — Lo que te he hecho. Te debo la vida... perdóname…—A pesar de haber cerrado sus ojos las lágrimas no se detenían. — ¡No morirás, Alain! ¡No voy dejarte morir como un perro! —Delicada lo recostó contra el muro, poniéndose de pie miró en derredor, la calle estaba desolada. — Espera aquí… ¡Buscaré ayuda! ¡No demoraré!
"Más recuerdos vienen a mí… los gritos de la turba, su mano sosteniéndome, y luego me hallé en su pecho. No podía despertar, pero las sensaciones acogedoras estaban allí."
El viento la hizo darse cuenta de la sangre que humedecía los cabellos tras su nuca. Bien pudo haber muerto en la estampida, pero no fue así. Recordó el terrible aspecto de Alain, de no ser por su auxilio la sangre que impregnaba aquel muro hubiese sido la suya. A causa de ello no era capaz de sentir algo distinto a culpa, remordimiento y… otro sentimiento imposible de identificar. A medida que se alejaba volteaba a mirarlo preocupada, movió su cabeza despejándose de inquietudes. Saliendo del callejón se halló en la fachada del establecimiento. La calle continuaba con poca afluencia de gente. Sus ropas manchadas de sangre espantaban a las escasas personas que andaban mucho antes de darle oportunidad de pronunciar palabra. De pronto escuchó voces, una muchacha conversando con un hombre. Se aproximaban a la taberna. Dándose media vuelta los encaró. Detalló la apariencia de los dos; una preciosa jovencita, supuso que estaría rondando la adolescencia, de piel un poco bronceada, ojos azules, y largos cabellos castaños lisos. A su lado un hombre mediano en altura, de cuerpo larguirucho, cabellos encanecidos ligeramente largos, sujetados por una cinta, de cejas pobladas y nariz aguileña.
— ¿Es usted el dueño de este local?
Desconcertados pararon en seco frente a ella, por mero reflejo e intimidado por este joven guardia nacional impregnado de sangre, arrastró a la muchacha a sus espaldas, protegiéndola de él.
— Sí, soy el dueño de esta cantina. —Declaró el hombre de mediana edad, evidentemente desconfiado por las horas de anarquía ocurridas en la ciudad.
—Por favor, necesito que me ayuden. Requiero de un médico y una habitación. ¡Es una emergencia!
— ¡¿Una habitación y un médico?! ¡Lo lamento muchacho, pero no puedo ayudarte! ¡He caído en mentiras similares y me han robado! ¡Ni loco pienso dejar que se repita el mismo fraude!
— ¡Señor, no es una farsa! ¡Mi amigo se está muriendo! ¡De no ser atendido cuanto antes morirá! ¡Casi lo matan por mi culpa! —Exclamó atemorizada. Cuando el hombre estuvo por contraatacar la joven que le acompañaba lo interrumpió.
— ¡Espera, papá! ¡Me parece que no está mintiéndonos! ¡Sólo míralo, está ensangrentado! ¡Por otra parte se ve fatigado! —Interrumpió la jovencita al tiempo que apartaba el brazo que la mantenía atrás del tabernero.
— ¡¿Y qué te dice a ti que esas manchas no sean la sangre de algún animal sacrificado?! ¡Podría ser una trampa! —Dijo el padre suspicaz.
— ¡Papá! — Le reprochó la joven, después se dirigió al soldado maltrecho. — ¡llévanos con tu amigo! —Oscar asintió, conduciéndolos a la parte trasera del establecimiento. De camino al callejón el tabernero se mostró alerta en caso de ser atacados por sorpresa, en cuanto se vieron frente al herido, la joven asombrada corrió a su lado sin pensarlo dos veces. — ¡Dios mío! ¡Pero si es Alain! ¡Papá, ya no tienes motivos para dudar! ¡Sabes que él jamás nos lastimaría!
— ¡¿Ustedes le conocen?! ¡¿De dónde?! —Inquirió la rubia con extrañeza.
— El padre de Alain frecuentaba la taberna. Nos hablaba de su esposa e hijos… le conocí de pequeña, era un buen hombre. Lo demás… bueno… es un asunto muy personal. —Reparó en el mancebo de cuerpo fornido, sosteniéndolo en brazos. —Estaría muerto seguramente si no te escuchábamos. — Oscar estática la miraba asombrada de descubrir esa parte que Alain nunca le confesó de su pasado.
"Debo reconocer que eso no lo sabía… sé muchas cosas de Alain, lo único que me permitió saber de él. Entre esas tantas cosas la vida que sobrellevaba con su madre y Diane, menos el cómo murió su padre. Algo lo habrá perturbado meses antes de morir."
— ¡Papá, abre la puerta! ¡Pronto! ¡Tenemos que meterlo! ¡Está sangrando demasiado!
Sin replicar el anciano se dispuso a abrir la puerta de servicio. De este modo entre los tres metieron al sargento en el local. Por su altura y peso trasladarlo a una habitación en el piso de arriba conllevó un desafío. Oscar lamentaba no poseer la fuerza necesaria para ayudar correctamente a Alain, su cuerpo al contrario de un hombre, estaba limitado de músculos lo suficientemente resistentes para cargar con semejante peso, a duras penas poseía una altura superior al de una mujer común, que bien la ayudaba un poco a compensar su fuerza. Más que la potencia era su voluntad la que no la detenía en el camino de subirlo.
En el proceso de acostarlo el limpio colchón de la cama acabó manchándose, Alain emitió un aullido de dolor en verdad perturbador, por lo cual Oscar, que no era inmune al resultado de su obstinación, sentía esas heridas e igualmente la sangre del hombre como suyas, sus ojos azul zafiro se cristalizaron tentada de llorar una vez más.
— ¡Maldita sea! ¡Demonios! —Gritó impotente, ella y el tabernero fueron librando al hombre poco a poco de la blusa oscura, que con horror notaron que la tela se había adherido a sus heridas. — ¡Despegaré la tela! ¡Sujételo! ¡El médico no querrá esperar a que terminemos de desnudarlo! ¡Hay que acostarlo de bruces!
— ¡Tengan cuidado! ¡Traten de no rozar las heridas! —Exclamó la joven, mientras tanto abrió las cortinas iluminando la habitación.
—Esto es serio… les hemos prestado esta habitación, aunque no estoy muy seguro de que el doctor Joubet esté en su consultorio. —Comentó el anciano a la vez que secaba su frente perlada de sudor.
— ¡Eso no importa! ¡No me interesa que puerta tenga que tocar! ¡No lo dejaré morir! —Reparó trastornada en el anciano. — ¡Dígame donde se encuentra ese doctor Joubet! ¡Haré lo que sea! ¡Lo que sea con tal de hallar a alguien que esté en la capacidad de atender a Alain!
— ¡Muchacho, si te digo que no estoy seguro! ¡Casi todos han salido de sus viviendas! ¡Es probable que el doctor no esté en casa!
— ¡No lo sabremos a menos que toque a su puerta! —Se expresó decidida, llevándose una mano a su pecho.
— ¿Qué es Alain para ti? —Interfirió la joven, que la miraba fijamente a la vez que secaba con un pañuelo el sudor en la frente del sargento. —Te enviaremos a la casa del doctor Joubet, sin embargo, dime… ¿Qué eres de Alain? ¿De dónde lo conoces? Nunca te habíamos visto, dices que está herido por tu culpa. ¿No le habrás hecho tú esas heridas? ¿Será bueno confiar en ti?
—Pues yo… él… él y yo somos…— Dio un trago hondo confundida. Miró a un punto indeterminado mientras afirmaba una mano en el escritorio. Ni siquiera tenía la seguridad del motivo que empujó Alain para sacrificarse por alguien, que a duras penas y fue alguna vez su ex comandante, pero actualmente no habría nada que debiese atarlos obligatoriamente.
"No sé cómo contestar a eso… ¿Qué soy de Alain? ¿Qué soy para él? en el pasado estuvo bajo mi mando y dirección. Hoy la vida dio un giro desconcertante. Desde hace prácticamente nada es mi superior. De todos modos, me defiende y me cuida, con una dedicación y sacrificio asombrosas. De la forma en que se cuidaría a tu propia familia".
— Es un hermano…
— ¿Qué…? —El rostro de la joven se frunció ante su respuesta.
—Es un hermano para mí… en la conmoción que se suscitó en Versailles, casi muero pisoteado si no fuera porque Alain vino a salvarme. Por eso está sangrando en mi lugar. —Confesó cabizbaja. Su tono de voz revelaba su profunda amargura y remordimiento.
—Ya veo… un hermano, y por eso él te salvó. En ese caso, por el momento confiaremos en ti. —Apartándose del colchón y dirigiéndose al escritorio escribió en un papel la dirección del consultorio médico de Joubet. —Ahora vete, le cuidaremos. No tienes de que preocuparte.
Oscar instantes antes de retirarse dedicó una mirada al convaleciente, se pudiese decir llenándose de fuerza para cumplir su labor lo más rápido posible, de allí bajó veloz las escaleras confiándoles el bienestar de Alain al tabernero y su hija. Pero sin embargo, esa respuesta que le dio a la muchacha no le era suficiente, tampoco sabía catalogarse como un familiar, ni comprendió, ¿Por qué en lugar de amistad dijo hermandad? Le extrañó ese nivel de distanciamiento, ¿Acaso había algo de lo cual no se daba cuenta o que deseaba ignorar sin importar qué?
"De ese grupo de amigos y compañeros. Esos soldados a los que quise sólo me queda Alain, sin embargo, yo… ¿Por qué lo llamé mi hermano? ¿Por qué no lo llamé mi amigo o compañero? Incluso superior. Al contrario, dije "hermano". Su abnegación tan parecida a la que André mostraba conmigo, ¡¿Igual a la de André?! Será que él acaso… ¿Sigue sintiéndolo después de tanto tiempo?".
En el camino al consultorio unos repentinos mareos la detuvieron. Sostuvo su cabeza. Sintió un leve dolor que palpitaba a un costado de su cráneo. Era la primera vez que experimentaba este tipo de desgaste, ni en la época en la que servía en la guardia francesa se habría manifestado la fatiga del hambre. Se apoyó en una pared buscando recomponerse. En la vía observó a una mujer que caminaba presurosa arrastrando a un niño de la muñeca, abordando a otra gritó.
— ¡Dominique! ¡Sabía que era demasiado bueno para ser cierto! ¡¿Es que Dios se ha olvidado de nosotros?! ¡Qué desgracia!
— ¡¿Qué te ocurre, Julie?! ¡¿Qué es lo que te pasa?! —Contestó la vecina ligeramente fastidiada, con brazos en jarra se paró a mirar a la dramática mujer.
— ¡Lo que tanto rogábamos no pasó! ¡Es como si tuviese una especie de protección sobrehumana! ¡Tendrá algún escudo proveniente del mismísimo diablo!
— ¡Ve más despacio mujer, no te entiendo nada! ¡Hablas y hablas y al final no me dices que es lo que pasa!
— ¡No lograron su cometido de mandarla de dónde provino! ¡Al infierno! ¡Esa ramera austriaca sigue viva! ¡De nada sirvió que el pueblo tomara Versailles! —Exclamó la mujer apretando los puños con frustración, el hijo por otra parte miraba divertido las reacciones de su madre.
— ¡¿No han matado a esa mujer?! ¡¿Cómo no dieron con ella?! ¡De yo haber estado allí la habría hallado así fuera debajo de la cama u escondida tras el armario! ¡¿Cómo saben que está viva?!
— ¡Se acaba de asomar por el balcón que da a la Plaza de Mármol con el rey y los niños! ¡Cuando ya todos estábamos festejando su muerte!
Impresionada por la conversación de estas mujeres colocó su nuca y espalda contra el muro de piedra, empezó a respirar profusamente, de sus labios esbozó una sonrisa de alivio. Suspiró, liberándose de la tensión que la había atormentado por horas espeluznantes. Por fin una prueba de que la triste reina está viva. Su esfuerzo fallido, pero siquiera con el conocimiento de que por los momentos permanecía segura del peligro. Oyó una algarabía, volteó en la dirección en la que se encontraría el palacio, probablemente Antonieta se enfrentaba a un pueblo decepcionado de no saberla fría y tiesa. Un nuevo enredo en la Plaza de Mármol comenzaría, el pueblo retaría a la soberana a enfrentarlos, aun así, a sabiendas de ello Oscar se halló en un dilema, ¿Quién la necesitaba realmente? Observó a la gente conversando respecto a la noticia.
"Gracias a Dios… La creía en peligro. Al contrario, la que estuvo cerca de la muerte hace unas pocas horas era yo… Si lo pienso cuidadosamente no me necesitas, al menos no por el momento, aun no. En este momento quien me necesita ahora mismo agoniza en una cama, susurrando mi nombre entre sueños difusos. Por hoy reina Antonieta, alguien más sí me necesita."
Sin nada que la detuviera, y algo repuesta, corrió apremiada buscando la vivienda del médico. Distinguió un letrero en la entrada de un edificio. Asumió que tal vez se tratara del consultorio en cuestión. Al acercarse se asomó a mirar por los empañados vidrios, despejándolos del polvo pudo ver el aspecto del interior del consultorio, aparentemente el sitio estaba deshabitado, las telarañas y el polvo destacaban.
— ¿Buscas al doctor? ¿Estás herido, muchacho? — La voz quebrada de una anciana la sorprendió, se volvió a ella.
— ¡Así es! Pero esta sangre no es mía… Señora, dígame, ¿Sabe a dónde fue el doctor?
El rostro de Oscar conmovió profundamente a la mujer. Su rostro infantil y vulnerable, impedían a diferencia de otros que mostrara egoísmo. Solamente alimentaba su compasión.
— Como lo siento, el doctor se marchó a atender a los heridos de la toma en Versailles. —Cruzó sus brazos.
— ¡¿Qué?! ¡¿Y no hay nadie en la ciudad que pueda ayudarme?! ¡Una persona está sufriendo en estos momentos! ¡Es urgente!
— Déjame pensar… hmmm… pues… existe una persona, pero no sé si quieras pedirle su ayuda. —Dijo la anciana con el ceño fruncido, mientras rascaba una de sus cejas, no muy segura de la idea.
— ¡¿En serio?! ¡Se lo ruego, dígamelo! ¡Dígamelo y lo buscaré! —Sujetó los hombros de la mujer ansiosa.
— ¡No! ¡Tranquilo! ¡No tienes que buscarlo! ¡Ahí viene! —La anciana señaló a un hombre que se aproximaba a la puerta del consultorio de Joubet. — Es el sobrino del doctor. Está estudiando medicina como su tío, tal vez él pueda ayudarte, sin embargo… Ehm…
— ¿Sin embargo qué? —En cuanto Oscar preguntó y al escuchar al hombre entrar oyeron en el interior del consultorio un estruendo, que las hizo casi brincar del suelo.
— Es muy lerdo… si te preocupa mucho tu amigo ser exigente en estos momentos no es buena opción. Yo hablaré por ti. Ven conmigo. — Dicho esto ambas se acercaron a tocar la puerta del consultorio. — ¡Christopher! ¡Abre la puerta! ¡Soy yo! ¡La vieja Paulette Aubriot! ¡Abre la puerta de una buena vez, muchacho inescrupuloso!
A los minutos se oyó un revuelo en el interior, los cachivaches siendo removidos de su camino para abrir la puerta, cuando la abrió vieron a un hombre joven, pero con ojos ojerosos, de un verde olivo, cabello castaño oscuro, que, a pesar de ser sujeto por una coleta, se veía desaliñado. Oscar decepcionada no se mostró muy motivada como al principio.
"¿Le confiaré la vida de Alain a este sujeto atolondrado? no me emociona la idea de solicitar su ayuda. No creo que sea alguien de fiar por esa torpeza aterradora de hace unos instantes, no obstante, esta anciana me recordó que no tengo más opciones."
— Señora Aubriot, ¡Perdone el desorden! Ahora mi tío no se encuentra, si lo busca venga más tarde. — Al pretender cerrar la puerta nuevamente se vio detenido por Oscar, que la sostenía firmemente, impuso su bota bloqueando el camino. — ¡¿Quién eres?! ¡¿No ves que mi tío no está?!
— ¡Lo sé! ¡Lo sé muy bien, pero no tengo tiempo ni paciencia! ¡Esta mujer me dijo que podrías ayudarme! ¡Qué eres estudiante de medicina! ¡Alguien importante para mi morirá si no es atendido pronto! ¡No sé a quién recurrir! ¡Te lo suplico! ¡Ayúdame!
El aprendiz de médico al notarla tan perturbada, se dio un momento para echar una mirada al cuerpo entero del soldado. Su uniforme ensangrentado le permitía hacer una suposición del estado del paciente.
— ¿Eres uno de los que fueron heridos en la invasión a Versailles? Tu cabeza tiene rastros de sangre.
—Sí… —Su semblante se dulcificó, entrecerrando sus ojos se concentró en su uniforme. —Esta sangre en mis ropas pertenece a la persona que salvó mi vida. En estos momentos me espera con la esperanza de que traiga un médico para él… acerca de mi cabeza, pues es curioso, pero fui atacado. De lo único que puedo decir que estoy herido es de un golpe a mi nuca.
—Está bien… te acompañaré, curaré a tu amigo, de todas maneras, a esa sangre en tu cabeza me preocupa. Aguarda un momento, iré por mis cosas.
Consciente de la urgencia no tardó mucho en acompañar a Oscar a la taberna, asombrosamente el médico tuvo que caminar casi trotando intentando seguirle el paso al soldado. La rubia por su parte lo único que la mantenía activa era la angustia de no fallar en salvar a un ser querido una vez más. En la entrada los esperaba el tabernero, que perplejo no pudo creer que trajera sin demora a un médico, sin embargo, su expresión de asombro se tornó a decepción al comprobar a quién había traído.
— ¿No eres el sobrino distraído del doctor Joubet? ¡¿Qué haces aquí?!
— ¡Oiga, él pidió mi ayuda! ¡Haré lo que esté en mi mano para ayudar al enfermo! ¡No podía decirle que no! —Crispado de la reacción negativa mostró el maletín al anciano.
— ¡Sólo espero que sepas lo que estás haciendo! —Despreciativo el tabernero se dirigió a Oscar. — ¡Este joven es tan bruto, — Señaló al estudiante— que más que ayudarlo lo matará! ¡¿Dices que deseas salvar a Alain y lo traes a él?! ¡Si ni para colaborar al doctor en asuntos de vida o muerte puede! ¡Por eso lo relegó a administrar las medicinas del consultorio!
— ¡No tuve alternativa! ¡¿Cree que no es duro también para mí obligar a un estudiante a ser un médico de cabecera?! ¡Me juré salvar a Alain! ¡Y así lo haré!
Irascible entró al establecimiento. Notó a Christopher resbalar en uno de los peldaños de la escalera de madera, evidentemente esto no la ponía en buenos términos con el tabernero, otra muestra de torpeza y la haría ver como una incompetente. Considerada le ayudó a ponerse de pie, aparte de facilitarle los anteojos que se le habían caído en su descuido.
— Gracias, joven…—Le dijo el aprendiz a la rubia, al colocarse nuevamente los cristales. Ella asintió con una semisonrisa. Seguidos por el anciano ingresaron a la habitación del enfermo. Alain continuaba recostado de bruces. —Así que él es el famoso Alain… ¡Vaya es muy bien parecido! —Colocando el maletín en una silla echó una mirada a las heridas en su espalda. — hicieron bien en librarlo del obstáculo de la ropa, con tremendas heridas supongo que ha sido un sufrimiento para él andar con el torso cubierto, menos mal no fue en toda la espalda. Varias se ven algo profundas por lo que tendré que coserlas. —Apuntó a la jovencita que lavaba un pañuelo dentro de una cubeta. —Pequeña, ¿Me ayudarías pasándome las pomadas y mis instrumentos? —Reparó en el tabernero. —Usted, nos traerá agua caliente y vendas limpias, en cuanto al joven sostendrá a Alain mientras lo trato.
De este modo Christopher intentó ser preciso, harto de que no confiasen en sus habilidades se limitó a atender lo más eficiente que pudo al herido, de vez en cuando con actos torpes que eran pasados por alto por la angustia. Oscar por su parte, hizo lo que el médico le demandó, sentándose en la cama sujetó los brazos del sargento, para así evitar que éste se sacudiera en los minutos que su piel tenía contacto con la aguja, cerrándolo de esta forma. El dolor lacerante por las puntadas lo hizo agitarse, ocultando su rostro sudoroso en el regazo de la rubia.
—Eres un hombre fuerte, Alain… resiste, sólo así podremos curarte. —Susurro, inclinándose hacía la cabeza del mancebo, lo bastante bajo para ser oída únicamente por él.
— Os-… Oscar…—Contestó el herido. Atónita advirtió no ser la única en escucharlo.
— ¿Oscar? —Preguntó la muchacha que asistía al médico, parándose frente a una silla, en la que estaba una cubeta con agua, sumergiendo una venda manchada de sangre. — Dijo Oscar, ¿Es tu nombre? —La rubia tomada por sorpresa tragó saliva, negó con la cabeza.
—No… no es mi nombre.
— Y… ¿Quién es Oscar?
— Oscar fue el antiguo comandante de Alain, cuando sirvió en la Guardia francesa. Muerto en batalla hace unos meses.
— Entiendo, qué lástima… Si lo menciona es que lo extraña mucho. Es probable que esto le parezca igual al día en que murieron los guardias franceses. No estuve ahí, pero me contaron el heroísmo que desplegaron. Estamos agradecidos con ellos. — pestañeó intrigada. — Por cierto, no nos hemos presentado, somos los Romain, soy Mina y mi padre Grégoire Romain, ¿Cuál es tu nombre? Espero no sea una ofensa que te lo pida.
— Jamás le negaría mi nombre a alguien que no me dio la espalda, gracias a ustedes él se pondrá bien, mi nombre es Michel Dumont, es un placer señorita Romain. —Sonrió con gentileza, luchaba por no moverse y servir de alivio y sostén para el herido.
—Llámame Mina. La verdad si ignoro la sangre que tienes impregnada eres un chico guapo, y gentil… ¿De dónde le conoces? —Curiosa de encontrar a este muchacho tan cercano al sargento, se inclinó un momento detallando atenta la comodidad y seguridad de su amigo, que ahora con los minutos sus aullidos se reducían a leves gemidos y jadeos. — Me dijiste que eres como un hermano, no obstante, omitiste detalles.
—Es mi comandante, mi superior, mucho antes de unirme a la guardia nacional le conocí…
— ¿Cómo? —inquirió la joven.
—Nos conocimos el día en que murió mi hermana. Ella acababa de sufrir una pérdida… perdió a alguien fundamental en su vida. Al siguiente día ella también falleció. —Con profunda tristeza y por medio de una mentira Oscar se desahogaba. A su juicio ya no era la misma de antes, como si una persona diferente se hubiera apropiado de su cuerpo.
—Qué tragedia… ahora comprendo que te ata a Alain. Ambos perdieron a sus más importantes seres queridos. —Segura de su respuesta se enderezó, para enseguida, despeinada por la faena, apartar unos cabellos de su frente.
— ¡Listo! ¡Ya cosí las heridas más complicadas! ¡Ahora queda untarlo con los ungüentos! —Exclamó Christopher, después se dio un instante para lavar sus manos en una cubeta traída por el padre de Mina. Finalmente, al acabar de untar las pomadas, envolvieron el torso del hombre en vendas.
Aliviado, el semblante de Alain ya no reflejaba el insoportable malestar de hace unos instantes. Oscar, considerablemente más tranquila, se paró en la ventana. Descansando su antebrazo en el alfeizar, volteó evidentemente contenta de hallarlo reposando en la cama, su torso cubierto se notaba a simple vista desde su posición en la habitación.
"Perderte en el intento de salvarme abriría la misma herida de hace unos meses, la que me tuvo en un limbo inaguantable. No me creo merecedora de que hagas eso por mí… Además de que rezo por estar profundamente equivocada. De que la locura de tu acto lo hayas hecho por un sentimiento de fraternidad, que por la esclavitud que te demanda el amor. Alain… me he jurado no sufrir otra vez, ya he tenido suficiente. Desde la muerte de André prometí no sentirme la mujer limitada y mortal de siempre. Arrancar de mi toda debilidad que me impida cumplir mi propósito. Por lo tanto, no puedo permitirme albergar nuevamente un sentimiento similar al que él despertó en mi… ¡No puedo hacerlo!
Mina mientras tanto se sentó frente a la cama apreciando con satisfacción la expresión serena de Alain.
— ¡Hombre! ¡No esperaba esto! ¡Seguramente el doctor no podrá creerlo cuando se lo cuente! —se expresó Grégoire, posando una mano en su frente brillante, muy impresionado. — ¡Que su descuidado y atolondrado sobrino atendió a un hombre sin causar complicaciones!
— ¡Óigame, que sea un poco torpe no me hace inapto para la medicina! ¡Jump! —Protestó el joven obviamente ofendido, en respuesta el anciano no hizo otra cosa que reírse en su cara.
— Mina, ¿Me contarías un poco más de Alain? — Le preguntó Oscar a la muchacha que sonrió ante su interés. — Conozco cosas de él, aunque jamás me ha permitido saber un poco más de su vida íntima. No habla mucho de su pasado, solamente tengo entendido de la muerte de su familia.
— Te lo contaré porque si él te salvó, significa que mereces conocerlo. ¿Por dónde empiezo? Hmmm…—Pensativa con el dedo índice daba pequeños golpecitos a su mentón. — ¡Ya sé! Primero te diré cómo nos conoció, y que ha hecho por nosotros. Es inevitable que su padre no esté involucrado, que por nuestra relación con él le conocimos. Te sentirás orgulloso de ser uno de sus amigos, es una excelente persona.
— No te cuestiono la nobleza del sargento de Soissons. —Oscar, complacida se cruzó de brazos apoyando su cadera en la ventana. — podrías contarme lo principal, lo que hasta hoy ha torturado a Alain… el último día en que vieron a su padre vivo.
— Si eso es lo que deseas, empezaremos por allí… —Contestó la jovencita con sencillez, en el momento de rememorar el pasado posó su vista en el hombre en cuestión. — Vivimos de vender tragos a los hombres, usualmente en pequeñas reuniones amistosas, hubiéramos querido que el padre de Alain formara parte de ese grupo de amigos… Lo que voy a contarte lo oí de él, es muy complicado que se abra a los demás, espero no hacerlo enfadar por contártelo.
Tarde, en lo que se consideraría poco más o menos la madrugada, un soldado deambulaba por la calle solo. En su mano sujetaba una botella medio vacía. Lloraba frustrado y colérico, inseguro de si regresar a casa era lo correcto. Desubicado por su situación se echó en un muro disponiéndose a acabarse la botella, estiró sus piernas sin importar si los transeúntes le pisaban. Su dejadez y aspecto miserable lo haría pasar fácilmente por un indigente. Observó los coches y carretones que circulaban frente a él.
"Lo más piadoso que pudiera hacer por mi familia es morirme aquí en plena calle… ¿Dios mío, por qué? ¿Despedirme de la lista de oficiales por ser un enfermo? ¡¿Qué voy a decirles a mi esposa y a mis hijos?! ¡¿Con qué cara volveré a casa si ya ni tengo empleo?! ¡¿Qué no soy apto para un trabajo?! ¡¿Cómo pudieron hacerme esto?! ¡Sabiendo que sigo en mis cabales! ¡Estoy entero! ¡Puedo trabajar! ¡Como ya no sirve esta mula vieja, la desechan! ¡El mundo es para los hombres saludables! ¡Los enfermos son un estorbo! ¡Una escoria! ¡Malditos todos!"
Se llevó desesperado ambas manos a su rostro, emitiendo un grito lastimero, sollozante rápidamente arrojó la botella a la calle justo antes de que unos hombres cruzasen. Éstos indignados encararon al borracho.
— ¡Bastardo! ¡¿No ves que casi nos das?! ¡De no detenernos justo ahora estaría herido de las piernas! —Se acercaron rodeando al vagabundo. Sorprendido y a la vez burlón se mofó de su apariencia. — ¡Míralo, Henri! ¡Si es sólo un anciano miserable!
— ¡Es verdad, es un viejo enclenque! ¡¿Querías herirnos?! ¡Responde! —Su compañero dio una patada a la pierna del desamparado. — ¡¿Es que no te defiendes?! ¡Auguste, este sujeto es un cobarde!
— ¿Para qué defenderme de una riña? de todos modos ya estoy muerto. Poco me habría preocupado de cortarte con los trozos de vidrio, si ni para mañana tendrás a quien replicar. Un pobre diablo que acabo de conocer. No vale la pena guardar temor. —Respondió satírico el anciano.
— ¡¿Qué has dicho?! ¡Te haré comerte ese vidrio! ¡Me deleitaré viéndote vomitar y cagar sangre! —Dominados por la rabia se lanzaron a golpear al viejo, por lo tarde de la noche gozaban de la libertad de despedazar a golpes a un ser que se lo pudiese considerar indefenso. — ¡Vamos! ¡Grita! ¡Grita! ¡Qué llores! ¡Llora para nosotros viejo bastardo!
— ¡Papá!
Se volvieron al oír la voz de alguien a sus espaldas, era un muchacho que jadeaba agotado. Aparentemente por el temblor en sus piernas tenía horas andando. Furioso corrió hacia ellos, interceptando sus movimientos ágilmente le propinó a cada uno un potente golpe en la cara.
— ¡Malnacidos! ¡No tienen perdón de Dios! ¡¿Atacar a un hombre de sesenta años?! ¡Pagaran caro lo que le han hecho a mi padre! — Se impuso ante ellos, al parecer le habían tirado dos dientes a su progenitor, cosa que le alarmó enormemente.
— ¡Canalla! — Gritó Auguste para entonces escupir unos dientes con sangre. — ¡Nos acusas de lo que ansiaba! ¡Él quiere morir! ¡Nos lo dijo! ¡Merece morir esa basura que yace en el suelo! — Apuntó tras el muchacho que cubría a su padre de los agresores. — ¡Que malo que demoraste! ¡Nos diste tiempo suficiente para desfigurarle la cara!
— ¡Pobre viejo! ¡Quiere suicidarse! — Dijo Henri entre risas, llevándose una mano a la barriga mientras apuntaba burlón al desgraciado.
— ¡Mentirosos! ¡Puras calumnias! ¡Él Jamás diría algo así! ¡¿Morir cuando tiene hijos en casa?! ¡Malditos calumniadores! ¡Retráctense de lo que han dicho! ¡Rogaran de rodillas que los perdone! —Los retó, poniéndose en posición de pelea, dispuesto a seguir la escaramuza.
— ¡¿Retractarnos?! —Exclamaron sarcásticos, incrédulos de la amenaza del muchacho. — ¡Eres tú el que pedirá clemencia, mocoso!
Pero antes de alcanzar a comenzar el pleito vieron unas luces avecinarse, eran soldados, que patrullaban la ciudad; uno sostenía una lámpara que colgaba en la punta de su bayoneta. Amedrentados de ser arrestados, ambos hombres se retiraron, siquiera con la satisfacción de haber casi matado a golpes al que les había provocado.
— A-Alain… — Musitó el anciano adolorido.
— Papá, ¿Estas bien? Déjame echarte una mano. — Cuando se arrodilló para ayudarle a sentarse, el hombre retiró su brazo brusco de la mano que gentilmente su hijo le ofrecía.
— ¡Déjame! ¡Puedo hacerlo solo! ¡Al contrario de lo que dijeran esos miserables, no soy un viejo enclenque! ¡Me enferma dar lástima! — Afirmándose de la pared poco a poco fue poniéndose nuevamente de pie. Aun con sus esfuerzos seguía mareado por el alcohol que había consumido.
— ¡Te hemos esperado por horas! ¡¿Dónde estabas?! ¡Mamá y Diane nos esperan en casa! ¡Mira lo que te han hecho! — En sus réplicas lo vio desplomarse al dar un paso sin la seguridad que le proveía el muro. — ¡Papá! ¡No puedes caminar sin ayuda! ¡Estás borracho!
— Muchacho tonto… ¿Quién dijo que era por el alcohol? Por algo más es que no tengo razonamiento. —Murmuró cáustico, tan bajo que Alain ni pudo oírle.
Inclinándose lo tomó del brazo, sin mucho esfuerzo lo levanto de un tirón. Esta diferencia entre su fuerza y salud, así como su edad y la de su hijo era hiriente para él… Detalló el rostro de Alain, colorido, nada parecida a su piel pálida producto del padecimiento, lo sujetaba el cuerpo macizo que adquiría el muchacho con su entrada a la adultez. Se rindió ante la ayuda. Caminaron por unos minutos, sin hablarse, a penas por darle al hombre un instante para vomitar.
"Cada día te haces más fuerte, viril, y sano hijo mío… y yo… cada día más lejos del recuerdo del padre que te crio… es como si la vida me drenara la vitalidad, a la vez que te la provee a ti."
Frente a la puerta de la casa de los Soissons, antes de tocarla esta se abrió automáticamente, la madre y la hija los recibieron perplejas. Cuando se hallaban todos dentro de la vivienda le taparon a preguntas. El padre se sentó en una silla.
— ¡Cariño, Nos tenías angustiados! ¡Lo que te hicieron esos monstruos! y…—Tapó sus fosas nasales— ¡Hueles a alcohol! ¡¿Es que bebiste?! — Preguntó la esposa, cubierta por un chal, el hombre advirtió que por su aspecto no era mentira que se habían quedado en vela esperándole.
— ¡Silencio! ¡No te incumbe, mujer! ¡Puedo estar las horas que se me antojen en la calle! ¡No te me acerques! ¡¿Y si bebí que hay con eso?!—Contestó con crueldad. Su uniforme cubierto de suciedad lo apartaba de su supuesto estatus.
— ¡Claro que nos incumbe! ¡Somos tu familia! ¡No tienes idea de la agonía de mamá! ¡Asomada a la ventana! ¡Vigilando como un perro! ¡No podía dormir esperando al marido que no llegaba! ¡Te importa tan poco tu familia que atrajiste a esos imbéciles! ¡¿Querías que te mataran?!— Interrumpió Alain, que al contrario del resultado que se esperaba de su reclamo, el padre se vio ofendido. Provocado, la dura y fuerte palma de su mano chocó contra la mejilla de su primogénito. La potencia del golpe le había derribado, desplomándose sin querer sobre una de las sillas, del impacto ésta acabó partida en pedazos.
— ¡¿No estás ni por la mitad de mi edad y ya te sientes con los aires de retarme, rapaz?! ¡El tamaño no me limita para darte una buena zurra! ¡Que seas mi hijo no te eximirá de este descaro! —Rabioso se puso de pie, empuñando con fuerza sus manos ahora macilentas y venosas.
Presuroso buscó a su alrededor, reparó en una gruesa correa guindada en un perchero a la esquina de la sala, lo cogió dispuesto a azotar al muchacho aturdido, entonces atemorizada de ver a su amado hermano golpeado, Diane se interpuso en el camino del anciano.
— ¡Papá, no! ¡Por favor, no! ¡No lo hagas! —Aterrada de semejante escena jamás ocurrida se echó a los pies de su padre. Sujetó estremecida sus pantalones. La joven de pronto empezó a sollozar. — ¡Alain, no te retaba! ¡Lo hizo porque la angustia nos estaba matando! ¡Perdónalo, papá! ¡Estuvimos muy asustados! ¡Perdónalo!
— Qué… ¿Qué es lo que me pasa? —Musitó descompuesto. Deslizó sus dedos alrededor de su boca, calmando la mueca que se había formado por la ira.
Conmovido y dándose cuenta del error tremendo que estuvo por cometer arrojó la correa, retiró los cabellos negros que cubrían el rostro empapado de lágrimas de su hija, después se fijó en su hijo con el rostro marcado. Los ojos de Alain, abrillantados, expresaban decepción e furia. Era obvio que con cada golpe irían perdiendo su respeto de no haberse detenido a tiempo, luego se volvió a su mujer con los ojos acuosos, ésta había ido en auxilio del muchacho asustada, arrodillada tras de él, sosteniéndolo de los hombros.
—Perdónenme… perdí el control. No me reconozco. Juro que… que no se repetirá… Lo cierto es que… —volviéndose avergonzado, y con una mano tras su nuca, tragó saliva tenso. — Fui destituido de mis funciones, por eso estoy así… La vida ligeramente aceptable que he luchado por darles, vida que ni mi apellido puede conseguir, se ha esfumado por mi incompetencia. Para este país, hombres de mi clase no sirven.
— ¿Cómo? Te… ¿Te despidieron? —Musitó Alain atónito, quien poco a poco se levantaba del suelo.
— A partir de hoy no tengo empleo… Nuevamente les ruego que me perdonen. —Deprimido, y sin atreverse a mirarlos subió las escaleras.
— ¡Papá, espera! —Suplicó Diane. Tratando de convencerlo de que se quedara a hablar. Este tipo de actitud bipolar no era común en él. Un cambio de actitud demasiado repentino.
— Iré a dormir. Buenas noches…—Encerrándose en la habitación oyó al otro lado de la puerta a madre e hija llorando desconsoladas. Aguardó una palabra de Alain, pero éste nada dijo, imaginó que perplejo no hallaba cómo reaccionar a esta nefasta noticia.
Estos episodios violentos lamentablemente fueron repitiéndose, a pesar de haber jurado resistirse a cometerlos de nuevo, a medida que se deterioraba su salud su personalidad se volvía más voluble, inconstante. El ciclo continuaba, luego de atormentar a su familia caía en el arrepentimiento, y así… un asunto intolerable para el primogénito de carácter ingobernable, muy orgulloso para siquiera conversar con su padre, preocupado y avergonzado de no ser capaz de hallarlo en los ojos del hombre que enfrentaba. Si no fuera por la intervención de Diane uno hubiese matado al otro. Finalizado un pleito cada uno se marchaba por su lado.
Un día simplemente el hombre no retornó a casa. Madre e hija en la cocina preparaban la cena a la espera de la vuelta del padre, que anteriormente les dijo que había hallado un empleo. Inquietas miraban por la ventana, pasaban las horas esperándolo. Sólo reinaba la paz en su ausencia, sin embargo, los recuerdos amables de aquel hombre bueno y afectuoso persistían en ellas. Oyeron emocionadas el crujido de la puerta de entrada abriéndose; era Alain, acababa de regresar de la academia militar. La joven corrió a recibirlo.
— Hermano, ¿Sabes algo de papá? —Posó ambas manos en el pecho de éste.
— ¡¿Qué quieres decir?! ¡¿Es que no ha llegado?! — Exclamó indignado, entonces se dirigió a su madre. — ¡¿A dónde sospechas que habrá ido?!
— No tengo idea, hijo… esta mañana lo vi particularmente algo más tranquilo, pensé que quizás sea por su nuevo trabajo, pero al parecer no nos contó todos sus planes. ¡No sé qué hacer! — Se asomó a la ventana atemorizada. — ¡¿Qué estará haciendo?!
Alain palideció, sus sentimientos por su padre tampoco habían cambiado. Estaba molesto con él, sin embargo, no era motivo para odiarlo, porque bien sabía que aquel hombre los amaba sinceramente.
"¡¿Y si por la depresión vinieron a su mente pensamientos deplorables?! Últimamente ha hecho muchas estupideces. ¡¿Qué es lo que nos oculta?! ¡¿Qué lo tiene tan aislado de nosotros?!"
— Iré por él, esperen aquí. —Se alistó, tomando un abrigo en caso de pasar la noche entera afuera buscándole, Diane nerviosa lo acompañó a la puerta.
—Hermano, por favor cuídate… vuelve pronto con papá. —Sintiendo como su garganta se contraía se resistía de llorar.
—No llores…—Se acercó a acariciar el negro cabello de su hermana. Sonriendo afablemente deseaba disminuir la ansiedad de las dos. — Mientras papá no está, responderé por ustedes. Por el momento él no puede hacerlo todo solo, le pesará mucho. Supongo que debe estar cansado.
Habiéndolas calmado se marchó. Por otra parte, se dirigió al lugar donde había dicho su padre que trabajaría. En una verdulería, siendo conductor para el carretón que transportaría la mercancía a su destino. Obviamente por la hora estaría cerrado, de todos modos, no perdía nada con averiguar si el dueño le había visto. Tocó a la puerta, de allí, un hombre corpulento y bajo salió.
— ¡¿Qué demonios quieres muchacho?! ¡Estamos cenando! ¡¿No te han enseñado a no importunar a la gente?! —Se quejó, abriendo en su totalidad la puerta, en su interior pudo ver a una mujer y tres niños sentados a la mesa.
— ¡Disculpe, señor! ¡No quería interrumpir, pero necesito que me diga si Andrien de Soissons vino a trabajar! —Se expresó alterado.
— ¿Adrien de Soisson? —Alzó su vista pensativo, mientras se llevaba una mano a su barbilla de la cual nacía una papada. — Recuerdo que un tipo vino hace dos días a pedirme trabajo, sin embargo, no lo encontré muy sano, no se veía confiable. No me sirve un hombre tan enfermizo. Creo que su nombre empezaba por A, quizás sea de quien hablas.
— ¡Espere! ¡¿No le dio el trabajo?! ¡¿Por qué?! —Cogió al hombre de la grasienta blusa.
— Su-… ¡Suéltame! ¡Me preguntas, te contesto! ¡¿Para qué después me amenaces?! —Parado en la punta de los pies, alzado por las manos del tan alto mucho se agitó.
— ¡¿Por qué no le dio el empleo?! ¡Lo necesitaba desesperadamente! —Irascible lo sujetaba con fuerza.
— ¡Esta escuálido! ¡Flaco! ¡Pálido! ¡¿De qué me serviría un enfermo?! ¡Perdería dinero! ¡Más que ganancia me traería molestias! ¡Un hombre enérgico es lo que me hace falta! ¡No una mula vieja!
— ¡Ese viejo enclenque es mi padre! ¡Con tu rechazo lo has marcado! ¡Ahora por culpa tuya se sentirá una basura sin valor! ¡Si a mi padre le llegó a suceder algo juro que vendré a buscarte! ¡Haré que te acuerdes de mi cara, miserable!
—Papi…—Se oyó junto a ellos una tierna vocecita, dicha voz impresionó al muchacho que increpaba al señor de la casa. Desconcertado fijó su vista hacia una pequeña que temerosa se acercó a ellos. — ¿Qué te está haciendo?
Asaltado por el remordimiento soltó inmediatamente al verdulero. Sus ojos abiertos completamente, tragó saliva incómodo. Ya libre, el padre contestó a la pregunta de la criatura, aplacando su temor.
—No, no es nada, tesoro. Él me sujetó porque un poco más y resbalaba por el escalón. Vuelve a comer, ya voy…—Obediente la pequeña regresó a la mesa dejándoles solos.
—Deberías darle gracias a Dios por los hijos que te dio. —Reprochó el muchacho, mirando hacia el interior como la niña se acomodaba a la mesa.
—Lo hago. —Asintió afirmativo.
— Yo también soy hijo, y tú… — Dijo entre dientes. — alimentaste la desesperanza del hombre que me trajo al mundo. Olvidaré esto por esos niños, por ningún otro motivo.
Dando media vuelta se marchó, sin importarle si sus palabras hondaron o no en el hombre, que permanecía con un escozor en la piel por sus amenazas y últimas palabras.
"Qué vida virulenta… ¿Quién merece ser padre? ¿Quién? Con hijos y todo se desensibilizó de un ser humano, que asombrosamente por cosas estúpidas de la humanidad desciende de nobles de baja categoría. No lo suficientemente importante para ser tomado en cuenta".
Arqueó una ceja al notar a unos metros la fachada de una cantina. Intrigado decidió investigar, si por casualidad su padre nuevamente se ahogaba en alcohol por verse rechazado. Cuando ingresó vio a dos hombres arrastrando a un borracho dormido, despedía un hedor desagradable. Caminó esquivando las mesas, entonces al fondo divisó a un hombre que tenía la cara contra la mesa. Dormía encorvado. No se le advertía muy cómodo. Acercándose logró distinguirlo de mejor manera. Era su padre. Su mesa estaba a unos centímetros de la barra. Sorprendido vio a una preadolescente arropando sus hombros con una manta. Luego de arroparle la niña entró a la cocina con el tabernero. Aprovechando la oportunidad se paró frente a la mesa, lo escuchó roncar sonoramente, sostenía todavía en su mano la botella, mientras que con la otra un vaso vacío. Suavemente los retiró de sus manos, se detuvo un instante a observarlo.
"Así que estabas aquí. Pensé que nos abandonarías por sentirte un incordio. Nunca lo serás… Si estás cansado, ¿Por qué no buscas a tus hijos? No siempre serás joven."
— ¿Eres familiar de Adrien? —El tabernero que rodeaba con un brazo el hombro de su hijita se aproximó a él.
— ¿Eh? S… sí… lamento las molestias causadas. —Con la vista baja contestó con tristeza.
— ¡No, no es molestia! ¡Lo cierto es que es un buen hombre! ¡Salvó una vez a mi hija de caer muerta en un pleito! ¡Por poco y una bala perdida la alcanzaba!
— ¿Él hizo eso? —Inquirió impresionado, reparó en el anciano que dormitaba.
— Si, le tenemos mucho aprecio al señor Soissons. ¿No es así, Mina? —La jovencita asintió.
— Nos costó reconocerlo. Al principio nos visitaba con una sonrisa en los labios, ahora… pues… se ve tan demacrado, afligido, la verdad muy deprimido. —Comentó Mina con profunda lástima.
— Tampoco entiendo qué apagó su espíritu. Estoy muy agradecido de que cuidasen a mi padre, que lo vigilaran. Creo que merecen que les pague la amabilidad. —Buscó en los bolsillos de su abrigo. —Que embarazoso, dejé el dinero en casa.
— ¡Te dijimos que no hacía falta, chico! —Respondió el tabernero considerado.
— Les agradezco…—Entonces se ubicó junto a su padre, colocó el brazo del anciano alrededor de su cuello levantándole. Antes de marcharse Mina lo detuvo.
— ¡Espera! ¿Eres Alain? —Éste se volvió a mirarla pasmado.
— ¿También les contó de mí?
— No únicamente de ti, también de su esposa e hija, de toda su familia, la gente que le interesa. —Contestó Gregoire en lugar de su hija.
— Entiendo… nuevamente gracias. Tenemos que irnos… mamá y Diane estarán preocupadas. —Haciendo antes un gesto de despedida se retiró.
En el regreso no hubo el altercado acostumbrado del padre. Ni un arranque de ira, nada más se limitó a acostarse a descansar. Sin energías siquiera para mediar palabra. Los días transcurrieron, ya con el conocimiento de que su padre no poseía las bastantes energías para trabajar, decidió hacerse cargo de los asuntos del hogar. Conseguir dinero por todos los medios posibles. No obstante, seguía el dilema de su responsabilidad para con la academia militar, no lo sabía, pero… Adrien se sentía culpable de entorpecer a su hijo en sus obligaciones. Depresivo se mantuvo postrado en la cama, no comía casi, simplemente fingía. No le hallaba sentido a seguir viviendo. Presentía que prontamente la muerte vendría por él, por lo tanto, como producto de esto la enfermedad empeoraba. Al guardar silencio, y aparentar que su estado se debía por los achaques de una vejez prematura, sus familiares no podían ayudarle.
Diane subió las escaleras a la habitación de sus progenitores, a traerle una jarra con agua a su padre, que obstinado se rehusaba a confesar su malestar. Colocó la jarra en una mesita junto a la cama, en la que reposaba Adrien.
— Te traje agua, papá… ¿Papá? —No lo oyó contestarle. Presurosa buscó una lamparilla, la encendió, hasta que finalmente consiguió distinguirlo. Corrió a su lado perturbada, tocó su cara llena de sudor, notó sus labios partidos y secos. — ¿Papá? ¿Me escuchas? ¿Qué te pasa?
—Me… me duele… mi… mi estómago. — Se fijó en su hija con los ojos acuosos, resistiéndose a gritar. Se llevó una mano a su barriga al instante de invadirlo un dolor extremadamente agudo.
— ¡Dios mío! ¡Espérame! ¡Iré por mamá y Alain! —Dando una rápida caricia a su mano se retiró al piso de abajo. En ese momento la madre tejía desganada, cuando oyó el grito de su hija experimentó una fuerte descarga en su silla. — ¡Mamá! ¡Papá está muy mal! ¡Algo le ocurre! ¡Tenemos que conseguirle un doctor!
— ¡¿Un doctor?! ¡No hay dinero para pagar uno!
— ¡¿Qué podemos hacer?! ¡Está agonizando de dolor! — Gritó alterada mientras paranoica se volvía a mirar las escaleras.
— ¡Busca a tu hermano! ¡Yo me quedaré con tu padre! ¡Alain debe estar en las habitaciones de la academia! —De pronto un grito las sorprendió. — ¡Date prisa! ¡Búscalo!
Apremiada por su madre que se haría cargo en su ausencia, salió de la casa en dirección de la academia donde estudiaba su hermano. El día había transcurrido particularmente tranquilo, el asunto preocupante era cuando caía la noche. Con la oscuridad la calma y la esperanza se marchaba con la luz del sol. Distó el enorme edificio, sitiado de barrotes que aislaban a sus estudiantes del exterior. Sujetando las barras se guió en la oscuridad hasta la entrada de la institución. Siluetas se veía pasar en los cristales de las ventanas, la entrada custodiada por guardias.
— ¡¿Eh?! ¡¿Quién eres niña?! ¡No están permitidas las visitas nocturnas! —Amenazó uno de los guardias que custodiaban la entrada, ésta se sintió algo intimidada porque ambos estaban armados.
— No… No vengo… no por una visita nocturna, vine por mi hermano.
— ¡Ya me sé ese cuento! ¡Cientos de hermanas han venido a hacer visita conyugal! ¡Ahora vete! — Contestó su compañero parándose junto él al otro lado de la reja.
— ¡Les estoy diciendo la verdad! ¡Soy Diane de Soissons! ¡Mi hermano es Alain de Soissons! ¡Está adentro! ¡Necesito hablarle! ¡Se lo imploro! ¡Mi padre está muy enfermo! — Cuando estaba por continuar sus suplicas uno de ellos la interrumpió.
— ¡Aguarda, niña! ¿Padre enfermo? Y es muy urgente, ¿no? Permíteme discutir un momento con mi compañero. — Ambos momentáneamente se apartaron de la reja, los vio conversar, sin embargo, lo que la hizo sentirse muy asustada eran las extrañas miradas que le prodigaban. Sus ojos hambrientos, notó a uno acomodarse ansioso los pantalones. ¿Sabrá Dios para qué? Entonces regresaron a ella. — Te dejaremos entrar para que busques a tu hermano Alain.
— ¿En verdad? ¡Se los agradezco!
— ¡Espera! — La detuvo con un gesto con su mano — No vamos a ayudarte gratuitamente. Debemos ganar algo por el favor. No sabes en el problema en que nos meteremos si te dejamos entrar. Sacrificarnos valdría la pena si nos pagas con tu cuerpo. — Dijo lascivo, apuntándola entera.
— ¡¿Qué?! —Atemorizada dio un paso en retroceso. — No, no voy a hacer eso… ¿Qué clase de petición es esa? ¡Lo que me piden es espantoso! ¡Tengo que regresar pronto con mi hermano!
— ¡¿Crees que todo es generosidad en este mundo niña?! ¡Todo tiene un precio! ¡No es sólo cosa de comerciantes, también es con gentuza como tú! —ésta se fijó en las ventanas, apartándose de los guardias, buscó un sitio en cual entrar.
"Hermano… por favor espero me oigas".
— ¡Alain! ¡Alain, hermano! ¡Alain de Soisson! —Encogiendose de hombros empezó a llamarlo, gritando lo más que le permitieran sus cuerdas vocales.
— Pero… ¡¿qué?! ¡Cállate! ¡No tienes permitido gritar aquí! —Desencajados por los gritos de la joven salieron de la protección del portón. Diane al percatarse de la reja abierta esquivó a los guardias que trataban de atraparla. Ya en el jardín subió las escaleras a la puerta, colándose en el edificio, recorrió los pasillos. Era la primera vez que entraba a la academia, de saber algo de ella lo escuchaba de los labios de su hermano, pero lamentablemente no le contó de su distribución. Unos estudiantes caminaban hacia unas escaleras, supuso que tal vez la conducirían a las habitaciones de los estudiantes. Los siguió, hasta que en el piso de arriba vio las puertas de las habitaciones que buscaba, para su alegría oyó a un estudiante antes de acceder a uno de los cuartos decir "Alain". Conversaba con un joven con ese nombre. No obstante, cuando iba a dar un paso en dirección a la habitación se vio atrapada por dos manos grandes.
— ¡Te encontré, pequeña! ¡No iba a dejarte entrar, así como así! ¡No pagaste el tributo para entrar! — Tapaba con una mano su boca mientras que con la otra sujetaba sus muñecas inmovilizándola. Se sacudió como pudo del agarre del hombre, finalmente consiguió morder uno de los dedos que la callaba. — ¡Ahhh! ¡Maldita seas!
— ¡Alain, hermano! ¡Alain! —Gritaba a la vez que era sacada a rastras del pasillo. — ¡Hermano!
En el interior de la habitación, el grito de la voz de una fémina asustó a un joven que se reclinaba en su silla. Por haberlo desconcentrado perdió el equilibrio, provocando que se callera de espaldas al suelo.
— ¡¿Qué?! —Exclamo desplomado en el piso, mientras adolorido sobaba su cabeza. De pronto un compañero de cuarto se asomó al pasillo.
— ¡Alain, una chica te llama! ¡Un guardia se la está llevando a la fuerza!
— ¡Diane! ¡¿Cómo es que está aquí?! — Veloz se levantó del suelo algo aturdido. — ¡Mi hermana! ¡Si le hizo daño a mi hermana lo mataré! — Detrás de él lo siguieron sus compañeros. En efecto era Diane, que era empujada por el guardia. — ¡Suéltala!
— ¡Hermano! —Viéndose rodeado, y enfrentado por el hermano en cuestión, que al parecer no era invención de la jovencita la liberó. Asustada corrió a refugiarse en los brazos de Alain.
— ¡Hijo de puta! ¡¿Qué le hacías a mi hermana?!
— ¡Ella se coló sabiendo que no están permitidas las visitas nocturnas! —Se excusó muerto de los nervios.
— ¡Si te dijo que venía por su hermano, debiste creerle, malnacido! —Cuando pretendía empujar al guardia Diane retuvo el brazo de Alain.
— Hermano, déjalo… no le prestes atención, más importante es que vengas conmigo. ¡Papá está enfermo!
— Pa-… Papá. —Murmuró desconcertado.
"¿Estás enfermo? que no sea cierto… ¡Que no sea verdad!"
Hizo caso a su hermana, siguiéndola de vuelta a casa. En la habitación detalló el estado fatal en el que se encontraba su padre.
— ¿Qué fue lo que te pasó, papá?
— No… no hay dinero para… para pagar un médico. —Dijo la madre entre hipidos, ocultaba su rostro en un pañuelo.
— Hay un doctor…
— ¿Cuál?
— Nunca nos atendió, pero es un amigo de papá. El señor Dufau.
— ¿Simon Dufau? Jamás hemos solicitado sus servicios. Quien trata más con él es tu padre.
— ¡Es un amigo de papá! ¡No puede abandonarlo! ¡Para papá es un fiel amigo de años! ¡Es nuestra única opción! Tampoco creo que sea sencillo convencer a un doctor de que acepte el poco dinero que disponemos. —Apretó sus manos impotente. — ¡Ya regreso! ¡Iré a buscarlo a su casa!
Frente a la entrada de la casa de Simon Dufau golpeó a su puerta, pero nadie contestó, entonces por el escándalo una vecina le habló desde una ventana en el edificio contiguo.
— ¡Si buscas a Dufau se fue a atender al jefe de la familia Berry!
— ¡¿A los Berry?!
— ¡Su casa está a cuatro calles! ¡No te costará hallarla, es una buena casa!
Como dijo la mujer escandalosa, no conllevó un desafío localizar la casa, lo complicado era llegar a ella. Con los minutos contados el padre que lo esperaba estaba un paso de la tumba. Golpeó a la puerta desesperado.
— ¡Doctor Dufau! ¡Simon Dufau! ¡¿Está el doctor Dufau?! ¡Abran! ¡Tengo que hablar con él! —Sobre él escuchó una ventana abrirse, una dama se asomó.
— ¡Por Dios! ¡Vete de aquí! ¡Largo! —Ordenó, y viéndolo como una plaga, abanicó con la mano hacia él, con el fin de ahuyentarlo — ¡Deja de hacer escandalo! ¡El doctor está muy ocupado con mi marido, vuelve otro día!
— ¡El mejor amigo del doctor muere en estos momentos! ¡Lo necesita! ¡Déjeme ver al doctor!
En el interior de la habitación, Dufau frunció el ceño nervioso, no quería asomarse a responder al que lo llamaba desesperadamente. Trató de ignorar los gritos concentrándose en el señor de la casa.
—Madame Berry, dígale que se marche. — Le solicitó incómodo el doctor a la mujer. Acatando la petición del doctor la mujer una vez más se dirigió al indeseable.
— ¡El doctor no desea hablar con nadie! ¡Está muy ocupado! ¡Mi marido lo necesita más! ¡Fuera!
Alain indignado no podía creer lo que escuchaba, era inaudito, a no ser que lo oyera de los labios de Dufau no lo aceptaría. Consciente de que se acababa el tiempo optó por medidas más radicales; arremeter contra la puerta, lo imperativo para salvar al "amigo" sufriente del doctor. La mujer asombrada exclamó.
— ¡¿Qué está haciendo?! ¡Quiere tirar la puerta! —Avisó la mujer, en lo que horrorizada se llevaba las manos a su cabello.
Gracias a la fuerza y altura del joven después de unos instantes consiguió abrir la puerta de madera, a causa de las embestidas la había doblado ligeramente. Subió lo más rápido que pudo las escaleras hasta alcanzar la habitación del amo de la casa. Decepcionado encontró a Dufau a un costado del enfermo.
—No era mentira…—jadeó agotado — estabas atendiendo a este hombre en lugar de ayudar a un amigo.
— Alain, lo lamento. Necesito este empleo. — Dijo Dufau con el corazón oprimido.
—Tra- Traidor. —Los ojos del muchacho se abrillantaron, furioso y desilusionado porque el dinero era mucho más importante que una vieja amistad. De pronto a sus espaldas un palo impactó contra su cabeza, dos hombres lo sujetaron. En ese instante la esposa del enfermo se acercó a él.
— Qué iluso eres…—Se expresó la mujer con veneno en la voz. Mirándolo desde arriba con superioridad— lo peor que puede hacer una persona es pedirle ayuda a un amigo, comprometiéndolo con algo que no es su problema. ¿Pensabas que haría algo tan grande y delicado? Es tu amigo mientras no le pidas nada. Seguiría siendo tu amigo si hubieses ido por otro médico.
— ¡Mi padre morirá si no lo ayuda! ¡Papá está muriendo! —Recriminaba al médico mientras se sacudía de los hombres que lo sujetaban.
— ¡Sáquenlo de mi casa! — Demandó, apuntando a la salida del dormitorio — ¡Asegúrense de que no vuelva a entrar!
Lo sacaron de la casa tres hombres para después echarlo al suelo pavimentado de piedra. Aturdido se sentó, un estruendo lo estremeció, era la ventana en la cual la dama se había asomado, cerrándola con suma fuerza. Demostrándole que era alguien indeseable. Sostuvo su frente mareado.
—Un rico mercader ganó los servicios del amigo de un noble empobrecido, que justo ahora muere lentamente. —De sus labios se formó una sonrisa insana. La realidad irónica deterioraba su entereza.
Con el ánimo bajo por la situación se instó a buscar otro médico. Pasando penurias y vergüenzas para que alguno aceptara el poco dinero que tenía a la mano. Logró traer finalmente un doctor a casa, pero… al llegar entusiasmado su sonrisa desapareció, cuando al subir las escaleras vio a su madre y hermana con el rostro enterrado en el colchón. Llorando a un muñeco de cera que imitaba a un hombre que amaba desde que tenía uso de razón.
—Pa-…papá… —Emitió perturbado, entonces las lágrimas fácilmente brotaron. Caminó atropelladamente hacia la cama. Tan incapaz como las únicas que le quedaban de sentarse a una esquina. Prefirió arrodillarse junto a Diane. A partir de allí… surgiría el temor de perder lo más valioso en su vida.
Oscar apretó el alfeizar a sus espaldas. Tragó saliva, sobrecogida por el pasado que Alain nunca le dijo. Volteó a mirarlo y, conmovida lloró en silencio.
—No se ha topado más que con puros miserables… Su padre murió por el humano traidor. Sin dinero ni poder nadie repararía en él. ¿Qué sucedió después? —Preguntó cabizbaja.
— Días después Alain vino a visitarnos. Nos extrañó que esta vez fuese su hijo el que viniera. Largo tiempo sin saber nada del señor Adrien, y así nos contó que falleció, las circunstancias inclementes que sufrió. Esa noche bebió aquí por el deseo de pasar el luto en uno de los sitios predilectos de su padre.
El pasado del sargento inevitablemente la hizo recordar palabras referentes, a los días en los que todavía no había ganado su respeto. Las diferencias de clase, el valor de su vida al lado de la de una ataviada en oro e influencias. Con recuerdos tan desgraciados era de esperarse el rencor que mostraba hacia todo noble rico, y en este caso, el odio que mostraba por ella.
"¡Seguro que lucimos como simples insectos ante los nobles como tú! ¡Pero recuerda esto! ¡Incluso un insecto tiene una vida que vivir!"
— Tengo que irme un momento. ¿Podrías vigilarlo por nosotros? Por otra parte, también estás herido, deberías reposar. Aunque el sobrino del doctor te vendara la cabeza sigues casi tan delicado como Alain. —Despidiéndose con una sonrisa se retiró de la habitación.
A pesar de estar a solas, una adecuada oportunidad para pensar, Oscar se paseó un momento por la habitación, rodeando al sargento. En su pecho experimentaba una tensión inusual, se pudiera decir, temor, a que un acontecimiento nefasto se repitiera justo en un momento decisivo para una sociedad que estaba cambiando.
"Diste tu cordura y quebranto para los que amaste, y a pesar de ello no funcionó. Al igual que tú no tengo a nadie… Perdí lo que no me di cuenta a tiempo, que consideraba mi tesoro; el hogar que me cobijó, la familia que me nombró, los queridos soldados que formé, el amor que hasta la muerte me protegió. No hay cabida para los sentimientos. Con el corazón perforado no puedo luchar. Son muchas debilidades, y no es recomendable que un nuevo sufrimiento emerja para ti."
— Gracias a esa chica te conozco más, y no te culpo, ha sido muy duro… debió haberte costado contener las lágrimas cuando viste morir primero a tu padre. —Le habló al sargento, ignorando el hecho de que no podía oírla. Permanecía inconsciente.
Enjugó las lágrimas que brotaban por la empatía. El silencio que le permitió reflexionar desapareció con un repentino bullicio. Se sintió llamada a la ventana. Al asomarse oyó curiosos gritos de vitoreo, la gente celebraba, Pero, ¿qué? Se dedicó a escuchar con mayor atención alguna voz que le informara lo que sucedía. Vio a las mismas mujeres que conversaban respecto a María Antonieta; Una alegremente le anunciaba a la otra "¡Los reyes abandonaron Versailles! ¡Serán exiliados al ruinoso palacio de las Tullerías!"
— ¿Serán conducidos al palacio de las Tullerías? No… no es posible. No puede ser… Si abandonan la seguridad que les provee los muros de Versailles, y se retiran al interior de París, sus vidas correrán peligro. Estarán a merced de la ira de la población… Cualquier chispa por minúscula que sea estallará en un infierno.
Aguzó la vista lo más lejos que pudo. Distinguió al pueblo en marejada permitiendo a la carroza de los reyes introducirse a París. Capturados serían trasladados al antiguo palacio. Nada más recordó la última vez que vio a la reina rodeada por los ciudadanos, un recuerdo tan lejano. Los aplausos de bienvenida se esfumaron, las luces de un glorioso amanecer que no retornaría. Apesadumbrada observó que Versailles quedaría vacía, sin la esperanza de que sus dueños regresaran.
"Versailles dice adiós para siempre… a los herederos de su creador."
Continuará…
Aviso y curiosidades del fanfic.
Mucho tiempo sin escribir, además de completar el capítulo a trozos. Con el argumento tan complicado que elegí no me da libertad de trazarme un límite, es todavía más largo que los anteriores. Me sugirieron cortarlo, aunque era todo tan sustancial que no se halló modo de cortarlo para así crear dos capítulos. Lamento la demora para mis silenciosos lectores.
También tardé porque en este tiempo me dediqué a buscar material para un oneshot dedicado a María Antonieta. Soy lenta como caracol, al principio lo deseaba para un especial de su cumpleaños en un grupo en el que soy miembro, pero me atrasé, ya pasó su cumpleaños. A paso seguro quería plantearme de qué trataría, revisé el manga y comencé a analizar a Toña (María Antonieta), pero ya todo fue contado de ella, o eso creía… hasta que encontré un elemento de drama muy explotable, situación que nadie reparó, ahora estoy trabajando en ese fanfic, de existir uno similar me encantaría leerlo. No diré spoiler del oneshot que no he publicado todavía, les prometo que valdrá la pena leerlo, y como estoy acostumbrada estará basado del manga, combinado con algo que me llamó la atención.
"Época de Cambios" transcurrirá en aproximadamente cuatro arcos. No es simplemente un fanfic de Berubara, también lo es de Eroica. Mientras Oscar esté viva es de Berubara, y mientras Alain tenga una fuerte conexión con los Chatelet y Napoleón es de Eroica. Los arcos son; La Revolución, El Terror, El Directorio, y Napoleón. Al terminar este fanfic no deseo escribir ningún otro, me agota. Lo hago exclusivamente por la interrogante que me estuvo picando desde hace muchísimo tiempo. Siendo sincera, doy por sentado que no soy tan versátil como otras autoras de fanfics, ni tan rápida. Escenas venían a mi cabeza, y viendo a Eroica tan buena, la cosa se agravaba con la interrogante.
Ahora los créditos, en este tedioso capítulo, (¡Sí que lo fue!) doy crédito a Only D, (que barre todos mis desastres) a Eris Valentina Rotchard por sugerirme el flashback de Alain. ¡Y también doy gracias a la academia! (¡Mentira, Mentira! ¡No le hagan caso a esta loca!)
Espero seguirlos viendo visitar este fic en los próximos capítulos. Yo sé que vienen, ¡No se hagan! XD ajajajaja! Nos vemos en el Oneshot de María Antonieta, titulado con los últimos pensamientos de la triste reina a Fersen, "Te amé sin esperanzas".
