Capítulo 08

El punto débil de un hombre

Oscar a lo lejos, en su visita al viejo palacio, dando un recorrido por las calles o, mejor dicho, un patrullaje en reconocimiento de la situación. Con la nueva noticia de que luego de 150 años, los Borbones habían regresado a la primera residencia del rey, deshabitada y desarmada. Parando a un sitio de ningún modo cómodo y lo suficientemente aseado para el pequeño Delfín y Madame Royale, que, espantados, se refugiaban en las faldas de su madre. Rodeados de telarañas, polvo y suciedad. Con pocos sitios aptos para un satisfactorio descanso. Era de esperarse la reacción conformista de su majestad. ¡Qué reprochable fue para Antonieta saberse la mujer de un pusilánime sin voluntad! Muy indeciso y miedoso para urdir por sí solo un plan de ataque. ¿Quién daría la cara por el futuro del príncipe heredero? Con ese pensamiento no tuvo más opción que tomar la iniciativa por el bienestar de sus pobres hijos… sostenerlos emocionalmente, brindándoles una burbuja que pudiese aislarlos de la destrucción que se manifestaba. El trato no iba ser igual al que gozaron en Versailles. Bien que la ex comandante, que los conocía y los apreciaba sinceramente, daba por sentado que les estaban amputando poco a poco sus inmunidades, de un modo abierto y nada indoloro para los soberanos. Las máximas figuras de poder en un país del antiguo continente, los que fueron unos reyes habituados a la exuberancia y riqueza, habitarían a partir de ahora en el pasado de su familia, o quién sabe en qué otra parte.

De este modo la rubia reflexionó; aunque fuera una idealista, la realidad era palpable. Lo consideró en verdad frustrante, pues comprendía que para seguir con vida necesitaba desprenderse de todo su pasado, así fuese de su hogar, con tal de deshacerse de títulos para convertirse en un ciudadano independiente, con razonamiento propio. Por otra parte, de atreverse a regresar ambos bandos con el tiempo ajustarían cuentas con ella. De pronto notó, no sin antes experimentar un escozor terrible, que la residencia carecía de la suficiente seguridad para resguardar a los reyes de algún atentado incitado por el repudio del pueblo. En lugar de verse protegidos eran vigilados, pues desde luego los ciudadanos no ignoraban el hecho de que ahora los monarcas habitaban en un palacio a un tiro de piedra de sus viviendas, cosa que resultaba tentadora.

Llevándose una mano al cuello de su camisa dio un trago nerviosa. Buscó en los empañados vidrios hasta que un guardia, que caminaba por uno de los pasillos del palacio, cruzó su mirada con la suya. Por no parecer demasiado evidente su interés en el interior del palacete se retiró, antes de que éste convocara a los demás que vigilaban las salidas. Inquieta se mezcló entre la multitud. Ya fuera del campo de visión del guardia corrió tras un callejón. Sus ojos entrecerrados expresaban su clara decepción. Respiraba acelerada por el esfuerzo de huir.

— Es ridículo… — Jadeó, esperó unos instantes para recuperar el aliento — Se encuentran en París, y no tengo libertad de acercarme. Guardias solamente para prevenir un escape, en lugar de evitar que lo ocurrido en Versailles se repita. ¿Qué pretenden? ¿Qué ganarán si el rey por presión popular se ha retirado del palacio principal? Si no lo dejarán bajar las armas e irse, ¿Cuál decisión tomarán respecto a él? —Sostuvo su cabeza fatigada— Hasta que la situación no se calme... me temo que lo único que me permitiré hacer, será estar atenta a todo lo que suceda. —Aflojó su corbata acalorada.

"Estamos en época de lluvias… no queda mucho para el invierno y me siento asfixiada. No cabe duda que, aun hallándome en una tundra, seguiría percibiéndolo como un averno."

Reparó en una caravana de soldados que marchaban en las cercanías de las Tullerías. Divisó entre ellos a sus nuevos compañeros, de su boca se formó una sonrisa de satisfacción. En cuanto a actitud no se podía negar que desde el comienzo habían sido amables con ella.

"Qué gusto que estén con bien. Seguramente estarán preguntándose a donde fui a parar. Es una pena que me vea obligada a mentirles, sabiendo que son buenos chicos. ¿Por qué al verlos siento tanta nostalgia? Me recuerdan tanto a ellos… Asumo que esa familiaridad que demuestro viene inconscientemente. Ni tampoco se supondría algo natural en mí esos sentimientos extraños, ¿qué vinieron por simplemente tener miedo de perder a Alain? ¿Y sí tal vez ambas cosas están enlazadas? Sí… se me hace lógico."

Alarmada se percató de que se acercaban hacia donde se encontraba. Con precaución se ocultó tras una carreta que transportaba heno. Por fortuna el anciano que al parecer era quien la conducía, dormitaba despreocupadamente en el asiento. Intentó mantenerse silenciosa, sino era posible que se advirtieran de su presencia. No obstante, frunció el ceño fastidiada por los sonoros ronquidos del vejestorio. Mientras más se acercaban iba rodeando el carromato. Entonces los oyó conversar, aguzó el oído intrigada.

—Hace poco vi al ayudante de campo del general Lafayette registrando la ciudad. Se presume que varios soldados han desaparecido. Entre ellos están…—repentinamente es interrumpido enérgicamente por Pascal.

— ¡No es lo que suponen, Penot! ¡Dumont no está por una buena razón! ¡Lo secuestraron!

— ¿Así…? ¡Díselo al coronel Gavinet! —Contestó Penot con sarcasmo.

— ¡También Courtois vio a esos malhechores apuntarle con un arma! —Se fijó en el susodicho que asentía afirmativamente. Por el contrario, Penot continuaba persistente en su incredulidad.

— Seguramente son tipos a los cuales les debía dinero. Hoy en día todos hacemos locuras para sobrevivir el mes. ¡Además iban disfrazados ridículamente! ¡No los vi, pero esa descripción no convencería ni a un juez!

—Puedes acusar a los demás oficiales ausentes, hasta el sargento de Soissons desapareció. No le han visto desde la noche anterior a la invasión en Versailles. Se le conoció como un malviviente y sin oficio de la antigua Guardia Francesa. Pienso que exageraron en laurearlo por tan sólo haber participado en la toma de la Bastilla. —Se expresó Pascal irritado. — Ese patriotismo no hace más que vendarle los ojos a la gente de lo obvio.

Penot extrañado, le pareció inusual esa rabia por un hombre que apenas y Pascal conocía. Por indagar un poco más en esa aversión, se decidió en profundizar con una insinuación que muchos verían inmoral.

— ¿Sabes? Al sargento de Soissons también le agrada Dumont, hasta podría afirmar que demasiado. —Murmuró cáustico.

— ¿De qué demonios hablas? ¿Qué pasa entre Dumont y el sargento?—Como supuso, Morandé excesivamente lento cayó en la trampa.

—No le hagas caso, Pascal. Sólo quiere provocarte. —Tampoco el mejor amigo de Morandé pasaba por alto esa exagerada afinidad por el rubio.

— ¡No! ¡Quiero saber! —Sujetando el hombro de Penot, airado lo confrontó. — ¡Empezaste hablar, ahora termina!

Con el beneficio de ser los últimos en la fila, podían darse unos instantes de licencia para conversar lejos del grupo. Tampoco es que fueran soldados tan disciplinados. Jóvenes que nada más servían por una paga fija.

—Si insistes, les contaré… a ver si con esto abres los ojos de una vez con el "maravilloso" Michel. —Parodiando al más hermoso de los soldados, acarició sus propios cabellos con un aire muy afeminado, simulando rizos en cada hebra. —En los ejercicios, en el campo de tiro, y muchas veces cuando Dumont se encuentra solo, el sargento lo vigila, lo espía. ¿Para qué? No estoy seguro… apenas la expresión de su cara logró darme una suposición.

— ¿Cuál? No vas a decirme que él… —Inquirió Morandé estupefacto. En respuesta Penot asintió perverso. Maldijo no ser lo bastante lerdo y estúpido, para así ser absolutamente inmune a la insinuación.

— Lo mira con deseo… sus ojos lo gritaban. Estaba embelesado.

— ¡Qué ingenuos! ¡Un oficial de rango superior enamorado de…!—Exclamó Courtois nervioso. De pronto la mano de Penot prensó su boca.

—Shhhh… Cállate… ¿Quieres que los demás nos oigan?—Le reprendió. —Los soldados que siguen a Eluchans se han obsesionado con la cacería de brujas de encontrar a aquellos miembros de conducta sodomita. Hay que tener cuidado. Ustedes que son nuevos, no comprenden del peligro de que te acusen de enlodar al ejército. —separándose de Courtois se dirigió a Morandé. — Sobre todo tú, Pascal.

— ¿Yo? —Se apuntó así mismo — ¡Bah! ¿A qué te refieres? ¿Por qué debo tener cuidado?

—Si te encelas por cualquier hombre que pose sus ojos en Dumont lo lamentarás. Al que acusarán será al que aparezca en el peor momento y lugar… Asegúrate de no estar presente en un momento vergonzoso.

—Con vergonzoso, ojalá no sea lo que pienso. —Dijo renuente, apartando su vista de la expresión sugerente de su interlocutor.

— Es lo que crees… implora por no mirar el ardor de dos hombres o convertirte en la pasión de uno. El sargento por otra parte está perdido en Sodoma y Gomorra. —Pascal enmudecido del supuesto interés del sargento de Soissons no prosiguió en la charla. La conversación con Penot lo había dejado dubitativo. Retornando a sus lugares no se percataban que el soldado que traía discordia, acababa de oírlos horrorizado.

Pasmada se quedó estática. De no ser por la carreta en la que se apoyaba se hubiese caído torpemente al suelo.

"Así que aún me ama… Es un buen amigo. Aunque no sintiera nada haría lo necesario por la gente que le importa. Por el contrario, ese amor es peligroso. ¿Me veías deseoso? Los soldados sospechan. ¿No podías ser un poco menos evidente, Alain? ¿Qué cosas estoy pensando? Soy una desconsiderada… recriminarte de sentir es muy cruel. Igualmente me angustia provocarte no más que problemas, si se supone que tengo que evitar que estés en boca de todos."

Con una sensación de agradable calidez en su pecho, como resultado del este descubrimiento, se dio la vuelta. Ya era tiempo de volver. Bien que había madrugado para pasearse un rato por la ciudad sin la presión de que algún soldado la descubriera. En su camino de regreso, imaginó que por estas horas Alain ya se habría despertado. Ese sólo pensamiento la reconfortaba. Recordar a éste gimiendo de dolor, era demasiado perturbador para sus nervios destrozados, después de padecer una pérdida a la cual le costó superar. Ya no se sentía la misma, su fortaleza de antaño se había quebrado. Caminando por los adoquines, sus botas emitían un sonido agradable al oído, bastante armonioso. Se sentía anormalmente feliz.

Alcanzó a ver la fachada del establecimiento, apresuró su paso. En cuanto entró se vio recibida por Mina.

— Michel, te demoraste. ¿Dónde estabas? —La interrogó la jovencita al tiempo que se cruzaba de brazos.

— Disculpa, me entretuve viendo a unos amigos. ¿Y Alain? —Contestó con una amplia y cautivadora sonrisa. Desde luego ella no fue inmune a la expresión de regocijo del soldado, por un momento se estuvo hipnotizada.

— ¿Oh? ¡Sí! ¡Eso era lo iba a decirte! ¡Pues él!—Sin embargo, antes de siquiera terminar la frase, un grito las sorprendió. Tan fuerte y estridente que hasta casi creyeron que toda la casa se había agitado, tanto los objetos como sus muros.

— ¡¿Qué pasó con Alain?! ¡¿Algo ocurrió en mi ausencia?! —Sin darle tiempo de responder subió las escaleras a todo lo que daban sus piernas. Cuando encontró la puerta la abrió trastornada de lo que próximamente vería. Sus ojos se abrieron de par en par desconcertada. No era lo que imaginó… esbozó una mueca. — ¡¿Alguien me puede decir que diablos es lo que sucede?!

Angustiada de que hubiese pasado otra calamidad, que quizás el sargento fuera presa de otro espantoso malestar. Paranoica imaginó cualquier escenario lamentable, pero lo que encontró era a Alain a una esquina de la cama sujetando las manos de Christopher. Resistiéndose a su improvisado doctor. Que aparentemente estaba por tratar nuevamente sus heridas. Ambos forcejeaban mientras Gregoire lo ayudaba; trayendo vendas limpias y esterilizando sus instrumentos. Repitiendo el procedimiento.

— ¡Alain, suéltalo! — Ordenó Oscar, apretando el puente de su nariz con frustración mientras se adentraba en la habitación.

— ¡¿Estas bromeando?! ¡Primero la muerte antes que este sujeto me ponga un dedo encima! —Exclamó indignado. Al instante de soltarlo, no dudó en apuntarlo horrorizado de su tacto. Christopher resopló agotado. Acomodó sus gafas, que recientemente se le habían caído a causa de su lucha por cambiar sus vendas.

— ¡He hecho lo posible, monsieur Dumont! ¡Pero sin importar lo que haga no me deja acercarme a él! ¡A este paso me rendiré! ¡No pienso seguir humillándome por un hombre que se niega a que lo toquen!

— ¡¿Quién dijo que me negaba a ser tocado?! ¡Yo jamás me rehusaría a que un médico me tratara, todo lo contrario! ¡Mi pánico es por la torpeza espeluznante de este matasanos! — Contestó el sargento rabioso, cerrando su puño enérgicamente.

— ¡No soy un matasanos! ¡Soy un estudiante de medicina! ¡Si estudio es para curar! ¡Qué se me caigan de vez en cuando los instrumentos, es otra cosa! —Protestó Christopher ofendido de su acusación.

— ¡¿Así?! ¡¿Qué hay de esa brutalidad en cuanto me tocaste?! ¡No eres delicado con tus pacientes!—Exclamo a tientas de levantarse, entonces se vio interrumpido por la rubia, quien con una sola mano sobre el fuerte hombro le obligó a sentarse nuevamente en la cama.

— ¡Suficiente! ¿Acaso esperabas que el trato fuese una caricia? Solamente un niño llora con el ardor de una cortada. ¡Vaya estupidez!

— ¡No es un dolor cualquiera! ¡Ni es una estupidez! ¡Con él, una herida en carne viva es nada! ¡Éste tipo de haber sostenido la cruz de Cristo, sin duda se le cae!

— ¡¿Y para colmo se mofa de mi nombre?! ¡Le he salvado la vida sin cobrarle nada! ¡¿Así es cómo me paga?!—Lo señaló perplejo el estudiante. Seguidamente de eso caminó de una esquina a otra exasperado.

— ¡Alain! —En cuanto le oyó llamarle el sargento experimentó una corriente eléctrica por su espina. La mujer se cruzó de brazos.— De acuerdo, bien… —El rostro dulce y sereno que ostentaba en su regreso había desaparecido, cambiándolo por una expresión irónica y malévola. Sus labios se estiraban en ese gesto abrupto. —Si no deseas ser curado por el joven Christopher, no tengo inconveniente. Pero… me compensarás el tormento que viví para traerte un médico que estuviese disponible. En otras palabras, esa carne viva será insuficiente para convencerme de que requieres de una mano tierna y cariñosa… ¿Entendido? —preguntó rígidamente.

—Ehm, Yo…—Tragó saliva amilanado. Encogido le costaba mirarla sin sentirse expuesto. Sus ojos claros y penetrantes. Había transcurrido un largo tiempo desde que le sostenía una mirada de ese tipo.

—Y para tu información, a mí también me atendió. No lo disfruté… Por la salud se tiene que obedecer a las indicaciones del médico, a pesar de que el doctor se parezca a un agente de la Inquisición. —Reiterando su pregunta, su voz rota se atenuaba, susurrando su ultimátum. — ¿Me has entendido?

— Está… está bien… no pondré resistencia. — estremecido respondió intimidado, por el suave tono de voz de su ex comandante, que por alguna razón seguía teniendo algo de su antiguo poder de convencimiento.

"¿Tormento? ¿Tanto así habrá sufrido? debo haberla subestimado mucho. Se ve molesta. ¿Qué pasó cuando estuve inconsciente?"

— Muy bien, como ya lo entiendes me siento mejor. Además, te necesito sano. ¿No has notado el estado en el que están tus dedos? —delicadamente tomó su mano, magullada por los pisotones recibidos recientemente, envolviéndola con ambas manos frías y menos ásperas. Funcionaron de una especie de compresa. — Un soldado no es de ninguna utilidad sin sus manos. Recuerda eso… —separándose de él y enderezándose se volvió a la puerta. Avanzando a la salida a paso seguro dijo antes de cerrarla. — Espero que esta vez no le provoque más problemas, doctor.

—Sí… espero que esta vez no. Gracias, monsieur Dumont. —Arremangándose se dirigió a su paciente. Se fijó en la expresión de su cara, en verdad cómica de haber sido amenazado por el rubio como si se tratase de su propia madre. — ¿Y bien, Alain? ¿En qué estábamos? —se mostró burlón el estudiante.

— ¡Si llega a dolerme como el infierno, juro que te mataré! —Le advirtió el sargento, todavía con los nervios de punta.

—Oh… no tengas miedo. ¿Escuchaste a monsieur Dumont? Si no te pones manso conmigo, él mismo te hará conocer el dolor en toda su gloria.

Ya al otro lado de la puerta, Oscar seguía sujetando la manija, mirando hacia un punto indeterminado del suelo de madera. Su corazón latía acelerado. No podía creer la manera en que lo había tocado, aunque fuera en un gesto pequeño, era demasiada la preocupación que no pudo evitar hacerlo.

— Pero, ¿qué he hecho? el modo en que lo toqué… —murmuró descompuesta, llevándose una mano a su boca ahogaba su exaltación. —Qué tontería… alterarme por algo insignificante. —aspiró hondo serenándose, convencida de que ese gesto era algo absolutamente normal entre dos amigos.

"¿Y bueno? ¿Qué estoy esperando? Tengo que informarle a Rosalie y Bernard del estado de Alain. Es imperativo que se los diga. Puedo irme en calma, de todas maneras, no creo tenga el valor de desobedecerme, y más en lo que tuve que hacer por él..."

Se marchó a cumplir con sus amigos, por otra parte, también deseaba saber que había sido de ellos en esas horas caóticas.

En esos momentos en el interior de la habitación, el mancebo a regañadientes no tuvo alternativa que dejarse tratar por el aprendiz de médico. Sentado en una silla, apoyando sus brazos en el respaldo miraba en dirección a la puerta. Distraído en sus pensamientos soportaba el dolor de sus heridas mientras le untaban las pomadas. Entonces la voz de la hija del cantinero llamó su atención.

— Es raro verte hacerle caso a alguien que no tenga tu sangre.

— ¿Eh? — Contestó él desubicado.

— Michel no te miente. No podrías imaginar lo angustiado que estaba. Sus ojos son tan agudos que lo delatan. Te amenazó, pero fue por tu bien. —Dijo la jovencita sentándose delante suyo.

— Lo cierto es… que un día antes del alboroto él y yo… habíamos tenido una discusión. —Habló él con el rostro oculto por sus antebrazos — ¿Qué tanto le preocupé? ¿En verdad sintió miedo? —Inquirió sumamente intrigado.

— ¡Mucho! por un segundo al verlo regañarte se veía como una madre reprendiendo a un niño muy desobediente. —Rio dulcemente— por un segundo creí que, por obligarte a hacerte escoger al doctor, él mismo te atendería con un trato todavía más pésimo.

— ¡Oigan! ¡Estoy aquí! ¡No estoy sordo! —Se quejó Christopher, que después de untar la pomada se volvió por las vendas en la cama.

— En otras palabras, soy un imbécil, ¿No? —Dijo Alain distraídamente.

— En realidad, sí… —Contestaron inesperadamente todos al unísono para desconcierto del sargento.

— ¡¿Qué?! ¡¿Para qué responden?! ¡No les preguntaba a ustedes! —Gruñó, alzando su cabeza colérico, apretando la silla, miró a los que le rodeaban con disgusto. Prácticamente agitando su asiento.

Sonriendo ligeramente imaginó los ojos de Oscar cristalizados del terror, muy similar a la noche en que corrió por las desoladas calles por un médico para su padre. Contento tocó el dorso de su mano, todavía algo frío de las manos de la rubia.

Mina se volvió hacia la salida de la habitación, deduciendo su gran interés en la opinión de su amigo. — Por reconfortarte, te diré que se veía en su regreso considerablemente feliz. Despedía júbilo. Su sonrisa es bastante contagiosa.

— Sí, tienen razón… soy un malagradecido. Desprecié su esfuerzo de salvarme. Su amenaza claro que es de temer, pero… decirle que no, a cualquiera le costaría. Después de todo, el sobrino del doctor Joubet dijo que al principio iba a negarse, hasta que detalló la expresión de su cara. —Culpable, el mancebo analizó lo mucho que se habría ofendido la rubia.

"No quiero hacerla llorar, aunque me desagrade, haré lo que sea para tenerla calmada".

-o-

Era el mes de diciembre. Pasados los días requeridos para una buena recuperación, Alain se instaló nuevamente en su puesto. Oscar por supuesto previniendo que se le adjudicara alguna insinuación o acusación, recurrió a la ayuda del periodista y sus nuevos aliados, los Romain. Que éstos asumieran la responsabilidad en cuanto a la repentina ausencia del sargento Alain. La pareja Chatelet, lo más cercano a una familia, conversaron con el oficial que se encargaba de sustituir al sargento, así como con los de rangos superiores para que no se viera sancionado. De regreso, todos los soldados rasos y de rangos superiores se habían organizado para sus actividades habituales, así mismo lo hizo Oscar.

La nieve caía suavemente desde del cielo blanco. Oscar alzó su vista hacia las nubes, su cálida respiración se escapaba de su boca como de sus fosas nasales. De pronto prestó su atención al general Lafayette, pasando revista a las tropas. Eran varios pelotones los que marchaban. No paraba de asombrarle la cantidad de hombres a las órdenes del marqués. En el pelotón donde Oscar se hallaba posicionada, estaba a la cabeza Alain. Gracias a que era un soldado con trayectoria, era preciso en la labor de organizar al pelotón. Distraída lo observaba sobre su caballo al pendiente del grupo que estaba a su mando.

Los colores distintivos del uniforme, siquiera el azul y el rojo, era lo único que no se perdía en la blancura del panorama invernal de París.

Tan sumido en su tarea que jamás lo vio volverse a mirarla. Solamente podía ver la espalda de su oficial al mando. Ocasionalmente, era capaz de ver los gestos que se manifestaban en el rostro de Alain, mientras le llamaba la atención a algún soldado que osara arruinar la formación.

"¿Cuánto hace que te conocí? tan joven y brioso, sin embargo, maduro... Muy diferente de mí... sin que una sola arruga de los años nuble tu rostro, ahora orgulloso de ascender, en un cargo que veo con claridad que te sienta muy bien. Cejas gruesas y oscuras. Ya el dar un incentivo a que las arquees te da el respeto de un asombroso hombre de mundo. Los soldados temen de tu presencia. ¿Es posible conocer a la perfección la vida sin siquiera haberla terminado? lo que ocultaban esos ojos que me desafiaban como un garañón al domador. ¿Por qué justo ahora me parece tan amplia la espalda de mi sargento? De cualquier manera… un hombre tan apuesto, y… sobre todo... joven, que le esperan más años de juventud que disfrutar, no debiera desperdiciarlos suspirando por una mujer cansada. Mis ojos ya no reflejan ese destello del vigor de un adolescente. Hace tanto que no me siento renovada ni feliz. ¿Valdrá de algo eso que sientes, Alain? No faltarán para que en unos pocos años, mi rostro te revele, con tan sólo verlo que es en vano."

Nuevamente los fuertes mareos que había sentido hace dos meses atrás se manifestaron, acompañados de otro malestar; una sensación de ahogo insoportable. Su corazón latía con pesadez.

— ¿Qué es esto? ¿Qué es lo que me pasa? Mi… mi pecho. —Dijo con pocas fuerzas. Con una sensación parecida a como si una prensa estuviera comprimiéndola. Impedida de respirar correctamente le costó hablar. Ni siquiera para pedir ayuda. — A-... Alain. —apenas miraba como la espalda de a quien llamaba se alejaba cada vez más.

Deteniéndose vio a los soldados avanzar sin ella. A diferencia del resto, Pascal y Courtois notaron que faltaba. Volviéndose vieron a su compañero con la boca abierta jadeante y con una mano en su pecho.

— ¡Michel! —Gritó Pascal, inmediatamente ambos corrieron en su auxilio, pero antes de alcanzarlo, terminó desplomándose en la nieve. Al parecer el hecho de estar parada obligaba a su corazón a trabajar el doble. Asfixiada era imposible que pudiera estar de pie.

De pronto la marcha se detuvo en seco, el grito de alarma del soldado los había sorprendido. Pascal angustiado levantó de la nieve la cabeza de su compañero, lo recostó en sus piernas.

— ¡Dumont, despierta! ¡¿Qué te pasa, amigo?!

— Parece hambre… —Comentó Courtois perplejo. Con una mano en su mentón. —Se ve muy pálido y respira con dificultad.

— ¡¿Cómo?! Pero si se sentía mal, ¿Por qué nos acompañó?

A la cabeza, Alain se percató de un alboroto al final de la marcha de su pelotón. Vio a lo lejos a un grupo de soldados en un semicírculo al final de la fila. Entonces desde su caballo le preguntó a su ayudante.

— Cabo, Duclaux. Dígame… ¿Qué pasa? —Con el ceño fruncido miraba, pero sin estar seguro de qué ocurría.

— Por los gritos de los soldados al parecer uno de ellos se ha desmayado, comandante. Creo… supongo por lo que oigo que fue Michel Dumont.

— ¿Michel Dumont? ¡¿Está seguro?! —Aturdido se volvió a su ayudante.

— ¡Por lo que oigo, señor! ¡No puedo garantizárselo!—Contestó el hombre desconcertado de verlo tan alterado.

— ¡Muy Bien! —Desmontó con premura al animal. — ¡Queda usted al mando! ¡Ya regreso!

Al principio caminaba, pero inquieto por la interrogante de quién era la persona rodeada por los soldados, optó por trotar. Éstos se apartaban del camino de su oficial al mando. Otros distraídos eran apartados por él mismo, hasta que se encontró dentro del semicírculo. Sus ojos se abrieron de par en par trastornado. Oscar estaba desmayada en las piernas de uno de sus compañeros, sus manos reposaban sobre su estómago, pálida y luchando por respirar.

"¡Oscar!"

— ¡¿Qué fue lo que le sucedió?! —Todos hablando a la vez no le permitían entender la gravedad de la situación. Lo alteró el barullo y el desorden de los soldados inexpertos. — ¡Maldición! ¡Hato de inútiles! ¡Con uno basta! ¡Se nota que son unos novatos! —De pronto autoritario apuntó a Pascal. — ¡Tú…! ¡Dime! ¡¿Qué le pasó?!

— Señor, es hambre… se siente muy mal. No nos ha dicho nada, pero suponemos que es eso.

— ¿Hambre…?—Inquirió impresionado.

"Oscar, ¿Tenías hambre? ¿Por qué no me dijiste nada? Era de esperarse… No estás habituada a esta vida. Lo que comes hoy en día es inferior a lo que comías en el pasado. Exiges demasiado de ti misma."

— Me encargaré de él… —Se arrodilló disponiéndose a cargar al soldado. Pascal desconcertado lo vio quitárselo de sus brazos. —Como padece de anemia, no se puede permitir que sea presa del frío. — con suficiencia lo envolvió en su capa.

Los cascos de dos caballos se aproximaron a ellos. Era el general Lafayette y su ayudante de campo.

— ¡Quiero un reporte de la situación! ¡¿Qué es este espectáculo?! ¡De la nada la marcha se detuvo sin mi permiso! ¡¿Cómo es posible que se perturbe el orden de los soldados?!—Se expresó indignado el comandante en jefe. —Sargento de Soissons, ¡¿Qué hace?!

— ¡General, perdone! ¡Señor, esto no fue adrede! ¡Uno de nuestros hombres se ha descompensado!

— ¡¿Qué le sucedió?! ¡¿Acaso no soportó el frío?!

— ¡En lo absoluto! ¡Es hambre, señor! ¡No es de extrañar que se desmayara en este frío!—Dicho esto el rostro del marqués se suavizó.

— Hmmm… bien… si se encuentra mal, lo recomendable es que regrese a las barracas a descansar. Mandaré a que alguien lo lleve.

— ¡Señor, permítame que yo sea esa persona!

— ¿Y eso por qué? —Arqueó una ceja extrañado. Aprovechando la situación el general repasó las facciones del jovencito, que agonizaba en los brazos de Alain. Sus labios los tenía morados y la piel sin color. Además de que su rostro se le hacía familiar, como si le hubiese visto antes en alguna parte.

"¿Dónde he visto esa cara? Si no se viera tan demacrado tendría alguna certeza, y eso que no es una cara común".

— Me hago responsable… suponía lo mal que se sentía, sin embargo, no tomé las medidas para ayudarlo. Soy su comandante, de modo que un poco más y podría haber muerto por mi negligencia.

— Es admirable esa piedad y honradez, sargento. ¡No cambie! ¡Se lo concedo! Confiaré en usted… Espero que el joven se recupere pronto. Sería una pena perder a alguien con tan buenas referencias. Escuché que los soldados más jóvenes le tienen estima. —Espoleando su caballo retornó a su puesto a la cabeza del regimiento— ¡Andando! ¡El sargento de Soissons se encargará de él!

Así los soldados retomaron la marcha, con la excepción de Pascal, que con un sentimiento de amargura miró al sargento montar su caballo, para después esperar a que uno de los soldados lo ayudara a acomodar al convaleciente entre sus brazos. Abrigándolo con su capa. La cabeza del rubio reposaba en el pecho de éste, y así, lo vio marcharse con el joven acurrucado. Lamentablemente, no pudo seguir observando al caballo que se alejaba al galope, al oír una voz repudiable abordarlo se estremeció inquieto.

— Te duele, ¿no? Dumont no te necesita. Le basta y sobra con el sargento de Soissons. — Era Raphael, que, comprendiendo la curiosa relación del rubio con el comandante, ya había sacado su conclusión de que pasaba algo entre ellos dos. — goza de tantas licencias y simpatías con nuestros superiores. Consideraciones que jamás han tenido conmigo. ¿Crees que no lo sé? También te sedujo. Admítelo.

La sonrisa malsana del hombre no era menos dañina que sus palabras. Pascal no respondió, apenas y su respiración, como sus ojos y manos le confirmaban al hombre de oscuras intenciones su hipótesis. A medida que hablaba, el joven tiritaba más. Se pensaría inocentemente que se trataba del viento helado, pero eso no lo engañaría.

— Yo lo admito. ¿Ves que no es tan difícil? Piel del más fino alabastro, ojos como el zafiro, los bucles dorados de un querubín, ¡Y qué decir de esos labios! ¡Parece como si los tiñera esmeradamente con alguna frutilla carmesí! ¡Es una tentación a la vista! —Dijo entre carcajadas. Acercándose al joven colocó pesadamente una mano en su hombro, tomándolo por sorpresa. —Entiendo lo que sufres…

Salvado por la campana una voz lo llamó. Al volverse era Courtois haciendo una seña con su mano.

— ¡Pascal! ¡Apresúrate! ¡Se darán cuenta de que no estás! —Inmediatamente corrió tras su amigo, aterrorizado de estar otro segundo en compañía de Raphael. Mientras se retiraba, Pascal ladeó un poco la cabeza, mirando con disimulo al hombre de mirada ponzoñosa.

"Lo sabía… ¡Ese día ambos se ausentaron por el mismo motivo! A los demás pueden hacerlos ver como unos estúpidos, pero no a mí. Estaban juntos, no cabe duda. Y ahora que sea el sargento el que se ofreció a traerlo al cuartel. ¡Los hechos hablan por sí mismos!"

Para evitar que se cayera de la montura, el sargento le impuso un límite de velocidad al caballo, por lo que el animal trotaba. La oyó emitir un quejido de incomodidad. Tembló de frío. Oscar despertó sorprendida en sus brazos, reclinada en él. Sin las energías suficientes a duras penas y pudo pronunciar algo.

—Alain, A… ¿A dónde vamos?—Fue luego de pronunciar débilmente el nombre del mancebo, que sintió la mano de éste induciéndola a reclinarse contra su pecho.

—No hables… vuelve a dormir, ya casi llegamos. —Le respondió sin apartar su vista del camino. Sin cuestionarlo y con una agradable sensación de seguridad y de paz, cerró sus ojos. Con los minutos recobraba el calor. Resultaba ciertamente placentero. Oyó claramente los latidos del corazón del hombre. ¿Cómo ignorarlo? Si éste insistía en apegarla, obligándola a descansar. En su respiración percibió su cálido aliento, siempre que lo veía respirar agradecía a Dios por ayudarla a salvarlo. Era curioso, pues justo ahora… cerca, muy cerca de sus mejillas, era capaz de sentirlo aspirar y exhalar con total naturalidad. De la nada vino a su mente la charla de los soldados respecto a los sentimientos de Alain por ella, cometiendo errores garrafales y extremos con la intención de proteger sus pasos. Se arriesgaba en gran manera.

"Aquiles pasó a la historia por su debilidad, una que él desconocía… Por lo que nada más la madre del valeroso héroe sabía de su lamentable situación, guardándolo para siempre como un secreto desde su nacimiento. Muy a su pesar, Aquiles se enteraría, en el día de su muerte. Algo tan insospechado como un talón, tan pequeño y sin importancia. Todos tenemos nuestras debilidades, Alain. Has pasado por tantas pruebas dolorosas y has logrado salir airoso. ¿Cuál es tu debilidad? ¿Acaso seré yo? "

Ya en el cuartel buscó como pudo las habitaciones de los soldados. En cuanto halló la habitación que Oscar compartía, la recostó delicadamente en el catre. En un soplido de viento notó como unos copos de nieve se colaban por la ventana, entonces decidió cerrarla. La mujer había pasado por demasiado frío. La arropó con la delgada manta. Contempló la habitación en la que habitaba ella con los más jóvenes del regimiento. ¿Cómo era posible que se impusiera a soportar semejante castigo? Se preguntó. Sacudió su cabeza despertando de su cavilación, tenía que ir a resolver lo que hizo que ésta se desmayara en primer término. Salió de la habitación dirigiéndose al comedor del cuartel. En el proceso de convencer al encargado de la cocina no tuvo opción más que mentir. Viendo que la única manera de ayudarla era hablar a nombre de un militar de nivel máximo. Luego de esperar unos instantes se le entregó el alimento. No era lo que esperaba; resultaron ser sobras… pero viendo que la comida, y más en esos días era bendita, no resultaba despreciable. Regresó a la habitación sosteniendo el tazón metálico con fuerza. Por fortuna se le permitió obtener un pedazo de pan.

Al escucharse el rechinido de la puerta abriéndose lentamente, Oscar despertó de su letargo. Se fijó en el sargento que se acomodaba a su lado en una silla.

— ¿Cómo conseguiste…? —Le preguntó, se reincorporó sumamente mareada. Entonces se vio interrumpida por él.

— ¿Acaso importa? Lo que interesa es que hallé comida para ti. —Respondió con ligero hastío.

— Por lo que has hecho te amonestaran severamente. —Le mencionó divertida de su actitud, consciente de cómo reaccionaría ante esa advertencia.

— Ya te dije que me da igual… No le temo a los castigos. Te lo he dicho el día que te conocí y te lo digo ahora. —Revolvió la sopa. — Lo que realmente me interesa es, ¿Por qué no me contaste que te sentías mal?

— En realidad no lo sabía… No es que haya desaprovechado la comida que nos dan. He comido lo que todos. —Sosteniendo su cabeza observaba el tazón que despedía vapor en las manos de Alain. — En la marcha no supe cómo reaccionar. Me sentía asfixiada. No podía dar otro paso más, y fue así que caí en la nieve.

— Eso significa que era lo que pensaba. — Echó un suspiro —Tu cuerpo no es como el de nosotros. No estás habituada a esta vida. Lo que hoy comes, no es igual a lo que comías ayer. Para mi esta cantidad diaria es normal.

— He pensado mucho en lo que me han dicho Rosalie y tú… el alimento es una llave para otro día de vida. Con las cosas horribles que ha pasado el pueblo, ya no puedo darme ese lujo ingrato de negarme a comer. Había olvidado la miseria de los demás, lo egoísta que me mostré. —A medida que ella hablaba, la expresión de molestia del sargento se iba aplacando. En su boca se dibujó una tenue sonrisa de agrado. Con el tiempo iba aprendiendo lo valiosa que era la vida y los dones que a pocos se les otorgaban.

— En ese caso, come. —Dijo un tanto más tranquilo, acercándole el plato. Ella lo cogió en sus manos, al principio frunciendo ligeramente el ceño. Esto desconcertó a Alain, pero terminó preocupándole en cuanto le vio levantar la cuchara. La había detenido a medio camino, sin siquiera alcanzar su boca. Se quedó tiesa por un segundo, de pronto con un reflejo lento y forzoso la acercó, hasta que se escapó de su mano. Impactada vio el cubierto caer al fondo de la sopa hirviente. — ¡Oscar! ¡¿Te encuentras bien?!

— Maldita sea… demonios…—Murmuró entre dientes la rubia. Sostuvo su mano debilitada, que temblorosa le costaba una enormidad siquiera cerrarla. Molesta más que todo consigo misma, no se detenía de observar la cuchara metálica en el interior del tazón. —Estoy bien… es sólo que… ¡Olvídalo! Perdóname si te preocupé. Lo intentaré de nuevo. —en cuanto tuvo la intención de sacarla vio al sargento retirar brusco el tazón de su regazo.

— ¡No lo hagas! ¡¿Te volviste loca?! ¡Te quemarás! ¡En el estado en el que te encuentras, no estás en condiciones de comer por ti misma! ¡Te la daré yo! ¡No estoy ciego! ¡Es obvio que te duele el cuerpo!

— No es tu obligación…—Se expresó indiferente, algo áspera por verse tan vulnerable y débil frente a él— te estás tomando muchas molestias conmigo. No quiero ser una carga.

— ¡No es molestia! ¡Nunca sería una molestia! ¡No eres una carga! No… No contigo… —Él se atragantó con sus propias palabras, el rubor subía por su cuello, mientras ella lo observó estupefacta y ambos dejaron de mirarse, apartando bruscamente la vista antes de hacer más evidente el efecto que hizo ese pequeño comentario en ellos.

—Gra-… Gracias.

—D-de nada…

Acercó nerviosamente la cuchara a ella, aun perturbado con lo que había escapado de su boca. Oscar sin decir nada, y tan alterada como él, simplemente se limitó a recibir la comida de la mano de su ex segundo al mando. Recordar lo que eran en el pasado tornaba el ambiente más pesado, lo cual no ponía las cosas fáciles para ambos. Pasando los minutos con el calor de la comida recuperaba el color y la energía. Entonces delicada retiró la cuchara de la mano de Alain.

— Puedo seguir sola… ya me siento un poco menos débil… Te lo agradezco. —Dijo desganada. Trató de no mirarlo directamente, a pesar de que al tazón le quedaba poco para vaciarse. Necesitaba restituir la distancia.

— De acuerdo. Si ya no me necesitas, me retiro. — Poniéndose de pie le entregó el tazón. Se dirigió a la puerta. — Apropósito, el general Lafayette te dio el día de hoy para que te recuperes. Eso quiere decir que no tienes que volver inmediatamente a tus funciones. En cuanto comas… duerme un rato, ¿Quieres? —Ella en respuesta asintió sin mirarlo.

Dicho esto, la dejó en la habitación, cerrando suavemente la puerta. En cuanto se vio sola, colocó temblorosa el tazón en la silla donde se había acomodado el sargento. Entonces se echó nuevamente en el catre. Se sentía ahogada, no obstante, no era por anemia. Llevándose un antebrazo a su cabeza, bloqueando la luz que daba a sus ojos, empezó a respirar profusamente, casi con un ritmo acelerado.

A su mente vino un recuerdo de un momento estremecedor. Un día en donde finalmente se apreciaba un sufrimiento que con el tiempo surgiría de su corazón. Una debilidad típica en todo humano que no fuese insensible, y de no resolverse, se convertiría en un martirio para toda la vida. Nunca se daría cuenta a no ser que oyera esa pregunta fatal. ¿Qué pasaría si el noble sueco no se lo hubiese dicho? Seguido de él... más de uno la formularia.

"—Oscar, ¿Nunca te has sentido sola… ocultando tu ser femenino y desperdiciando tu juventud, sin conocer las cosas que hacen feliz a una mujer como tú?

Nací para llevar el legado de mi padre, el general Jarjayes conmigo. Desde entonces he sido criada como un varón. Nunca lo he considerado anormal, no tengo por qué sentirme sola."

— Oh, Oscar… el peor de tus enemigos, desde tus catorce años…—musitó— Maldigo el día en que Fersen me hizo darme cuenta de lo sola que me sentía. Incluso Lady Antonieta. Años más tarde comprendí sus palabras; lo que busca el corazón de una mujer… Una mujer… —De sus ojos se escurrieron lágrimas producto de un sentimiento que ya era capaz de nombrar. No... No era la primera vez que lo sentía. No era algo nuevo, por lo tanto, descubrirlo desgraciadamente no conllevó mucho tiempo.

"Mientras más te comprometas a cuidarme con tu vida… más doloroso será para nosotros."

-o-

Justo en ese momento, en un taller de corte y confección, varias mujeres estaban sentadas rodeando un canasto de mimbre. La más joven de todas remendaba con un rendimiento atroz. Casi la mayor parte del tiempo se la había pasado pinchándose con la aguja. Desconcentrada por la fatiga, en el siguiente pinchazo la aguja alcanzó a hundirse casi en lo profundo de su dedo. De la herida brotó un hilo de sangre.

— ¡Dios mío! ¡Manchaste la prenda! ¡¿Qué dirá la señora de esto?! ¡Cómo no tienes tantos callos como nosotras era previsible que ocurriera esto! —Levantándose de la silla le arrebató a la muchacha la tela con brusquedad. — ¡¿Quieres que nos manden a todas a la calle, niña?!

— ¡Cierra la boca, Clothilde! ¡Tampoco es para tanto! ¡Con algo de sal bastará! —Le replicó una de las trabajadoras, ni se molestó en mirarla.

— ¡Eso lo dices tú! ¡¿Pero sabes el precio de la sal?! ¡¿Lo difícil que es obtenerla?! —Se acercó a mostrarle la mancha. — ¡La sangre no se quita fácilmente!

— La señora Chapel no es una tirana. Entenderá la situación. Además, desde siempre eres una paranoica, nos asustas con tus alarmas falsas.

— ¡Esta no es una alarma falsa! ¡Nos pagaron para restaurar la prenda! ¡En cuanto noten algo fuera de lugar, reclamaran a la patrona! —El grupo de mujeres se vieron entre sí inquietas de su advertencia. Murmuraron alarmadas. Rosalie no expresaba un rostro menos angustiado. Entonces su defensora nuevamente habló.

— No le hagas caso, pequeña. Clothilde sólo busca espantarnos para conseguir una vacante para una vecina suya, no es un secreto sus verdaderas intenciones. —Tomó su mano lastimada, para delicadamente amarrar en el dedo sangrante un pedazo de tela. Se hallaba sentada a su lado. — tengo años conociendo a la señora Chapel para suponer su tipo de reacción. No te hará nada.

— ¡Eso lo veremos! —Dijo Clothilde con sarcasmo.

Golpes a la puerta se escucharon después de su disputa. Una dama de clase media se asomó a ver que sucedía.

— ¡¿Qué alboroto es este?! ¡Me encuentro abajo con un cliente, y no oigo más que gritos! —Antes de permitirle a la joven explicarse Clothilde contraatacó.

— ¡Señora Chapel, ha pasado algo terrible!

— ¿Algo terrible? ¿Qué cosa?

— ¡Pues Rosalie entre su torpeza, y espantoso rendimiento, ha manchado una de las prendas de encargo de sangre!

— ¡¿Cómo?! ¡Déjenme verla! —La mujer malintencionada le entregó la tela. A la patrona sólo le tomó unos instantes hallar la mancha. —Oh, mi Dios, es cierto. —Tímidamente la acusada se defendió, entrelazando sus dedos en un gesto de súplica.

— Señora, por favor, perdóneme… Tuve un ligero mareo y no alcance a notar donde saldría la aguja. ¡Prometo que limpiaré lo que hice!

— ¿Por qué no lo limpias con tus lágrimas de mojigata? ¡Quizás puedas sacar la sal necesaria para retirar la mancha! —Exclamó Clothilde despiadada. Con una mano en su mandíbula la dama estudiaba el desmejorado aspecto de la jovencita, y de este modo respondió.

— Rosalie, no te veo con suficientes energías para trabajar. Asumo que esto proviene de malnutrición, ¿No es cierto? —En cuanto oyó la jovencita una posible insinuación de despido, se horrorizó.

— ¡Señora! —Exclamó asustada.

— Al pasar los días pierdes el vigor y la energía. Este trabajo, a pesar de lo que se crea, es muy severo.

— ¡Pondré de mi parte, señora! ¡Tan sólo le suplico que no me despida! ¡Necesito de un buen empleo para sostener a mi familia!

— ¿Tu familia? —Dijo la mujer perpleja.

— ¡¿Cuál familia?! ¡Si llevas poco tiempo de casada con un periodista! —Ironizó Clothilde.

— ¡Silencio, Clothilde! ¡Déjala terminar! ¡Si continúas hablando, la que se largará de este taller serás tú!

— Así es, señora…—Habló con la cabeza gacha de vergüenza ante su jefa— Estoy débil porque voy a tener un hijo… Mi esposo no lo sabe. Ni siquiera sé en qué forma contárselo sin que lo vea como algo trágico. —Se llevó una mano a su cabeza agitada.

"Mi niño… te llevas todo lo que como. ¿En qué manera puedo prepararme para tu venida si no tengo nada que darte? Necesito trabajar… No quiero que Bernard sienta que nuestra vida empeorará al tener otra boca que alimentar".

— Comprendo. No puedo juzgarte. Esto va más allá del control de una mujer…—Colocó compasiva sus manos sobre los hombros de la joven. Se dirigió a sus trabajadoras. — La sal es una espléndida idea para quitar esa mancha. Creo recordar que tengo guardada una bolsita en la despensa. ¿Alguna está dispuesta a ayudar a su compañera? Nuestro señor tomará en cuenta la compasión para con el prójimo.

— Yo me ofrezco, señora. —Se levantó la mujer que había abogado anteriormente por la niña.

— Se te recompensará ese buen corazón, Augustine. Has el favor de tomar la prenda y remojarla en agua con sal. —Depositó en sus manos la llave de la despensa. Ahora se concentró en la jovencita — Bien, acompáñame a la puerta, Rosalie.

Terminada su orden se retiró con ella a la entrada del negocio. Cuando se pararon en la puerta la dueña del taller acomodó de mejor forma el chal sobre los hombros de su empleada. En el pórtico esperaron unos instantes hasta que una mujer le trajera a la dama un paquete envuelto en una bolsa. Y de éste modo lo deposito en las manos de la niña.

—No temas… no pienso quitarle a tu hijo el pan de la boca. Volverás a tu casa a descansar. Cuéntale a tu marido. No es bueno mentirle de su hijo. Tarde o temprano se dará cuenta. Mejor que lo sepa de ti que de otro.

— Lo sé… tiene que saberlo. Se lo diré hoy. — Al tiempo que oía a su patrona la joven echó un vistazo al contenido de la bolsa. — ¡Oh! ¡Señora, esto es demasiado! ¡¿Y si las demás se enteran?!

— No seas tonta, pequeña… Lo hago para que vuelvas en tus cabales mañana, y más aún si hay un niño involucrado. — Emitió una risilla ante la reacción de la niña. Un ventarrón se hizo sentir, revoloteando sus ropas. — Hmmm… está por nevar. Será mejor que te apresures antes de que la nieve aumente. Márchate.

— Señora, se lo agradezco en nombre de mi hijo. Le prometo que no descuidaré el trabajo aun después de que nazca. —Reconfortada por la misericordia de la dueña del taller, se retiró haciendo un gesto con su mano.

"Es muy temprano. Para cuando llegue no creo que esté Bernard en casa esperándome. Se hallará por estas horas en la imprenta. No me extrañaría que regresara con la cara toda manchada de tinta, pues siempre que regresa con ese aspecto se ve adorable… Por sacar pronto el siguiente número de su periódico es capaz de lo que sea".

Tal y como le había advertido la dama, la nieve empezó a caer. Abrazando con fuerza el paquete, y ensimismada en pensamientos dulces a su afanado esposo, no caía en cuenta del peligro que la acechaba. Unos indigentes, que merodeaban por las calles, cual lobos hambrientos en busca de alimento, la habían descubierto, en el instante en que la dueña del taller, compasiva, le entregaba el tan valioso paquete. Sus perseguidores no eran tontos para no deducir su contenido. Guiándose por los muros congelados seguían los pasos de su víctima. Ocultándose de su vista por los callejones oscuros y la nieve que caía ininterrumpidamente, obstruyendo la visión de la joven. Fue así que la vieron ingresar a un edificio.

En el interior de su morada notó con ligera desilusión que aun Bernard no había retornado. Se dispuso a meter en la despensa los comestibles obtenidos por la buena voluntad de una mujer. En cuanto acabó, se sentó a zurcir unas ropitas que le habían obsequiado para su futuro bebé. Usadas, pero a pesar de todo, se podían remediar. Sonrió satisfecha al apreciar el cambio en la pequeña prenda.

— ¿Qué dirán el señor Oscar y Alain cuando sepan que seremos padres? —Pasó sus dedos por la delicada tela. — Seguramente ella estará contenta y él asombrado. —sonriendo dichosa se volvió a mirar el reloj.

"Que las horas pasen pronto. Bernard, no puedo seguir posponiéndolo. Tengo que decirte que vas a ser padre".

No había transcurrido mucho desde su ingreso a la vivienda, cuando un escándalo la asustó. Oyó estrepitosas embestidas en la puerta de su casa. No era su esposo. Se paró inmediatamente de la silla. Su cabeza rápidamente sacó a relucir el motivo de la invasión. Rememorando unas curiosas siluetas que la seguían, al principio pensaba que era una ilusión de su cabeza por causa del estrés de sobrevivir. Horrorizada descubrió que no eran enemigos imaginarios.

"¡Vienen por el alimento que me regaló la señora Chapel!"

Entonces con todo su esfuerzo o siquiera las pocas energías que le quedaban, arrastró la mesa a la entrada, seguido de eso las sillas y todo lo que pudiese cargar que no estuviera fuera de su alcance. En el proceso de construir la barricada se presentó una punzada en su vientre. Se resistió a gritar. Sabía de qué si lo hacía alertaría a los ladrones. Afirmándose de las paredes trato de llegar a la cocina.

"¡La comida de mi hijo! ¡Debo ponerla a salvo! ¡Qué estés bien, hijito! ¡Dios, que esté dolor no signifique nada grave!"

Como pudo escondió al menos la mayor parte de la comida debajo de una compuerta oculta bajo la alfombra. Por darles algo de lo cual distraerse, siquiera dejó algo para los invasores en la despensa. Uno de los hombres gritó furioso. Perturbada se enderezó por oír claramente los bramidos de sus perseguidores.

— ¡Ahhh! ¡Maldita sea, no abre! ¡Condenada mujer!—Sus compañeros se detuvieron de embestir la maciza puerta de madera. Luego uno de ellos se apartó de la entrada en dirección al callejón. En lo alto divisó la ventana.

— ¡Sigan empujando! ¡Intentaré escalar a la ventana! ¡Sólo es una mocosa! ¡No hay nadie más con ella!

Alarmada de lo próximo que intentarían hacer, se apresuró con una mano en su vientre, atenazada por el dolor, a subir las escaleras. Entró a la habitación de ella y su marido. Miró en cada rincón. Solamente pudo atinar a esconderse como pudiese en el armario. En su interior, oculta entre las prendas y tras un baúl, rezó atemorizada. ¿Qué le harían un grupo de hombres sin juicio ni moral si la encontraban? esta forma decadente de actuar de cierto grupo de la población siempre provenía de la necesidad. Afloraban los más bajos y primitivos instintos de supervivencia.

Tragó saliva, asombrosamente con un sabor a metal. El dolor no era prometedor para su intención de buscar refugio.

"Mi niño… que nada le ocurra… ¡Qué sea capaz de soportarlo! ¡Dios mío, te lo suplico que no me encuentren! ¡Señor Oscar! ¡Bernard! ¡Qué alguien me ayude!"

Arrojando piedras y botellas que pudieran quebrar la ventana, el espantoso sonido del cristal partiéndose por minutos largos, habían alcanzado los oídos de la señora de la casa. Luego apropiándose de cajas y botes de basura cercanos escaló el muro. Y así el vagabundo logró colarse en la casa. Halló las luces apagadas, pero antes de hacer cualquier otro movimiento revisó la cocina. En la despensa tal y como habían supuesto estaban unos alimentos. Se le hizo agua a la boca. No era lo bastante para él y sus compañeros, apenas y repartiéndolo bien habría un poco para que cada uno matara algo de su hambre. Desesperado masticó la mitad de la salada pieza de carne, sólo dejando la mitad para sus socios en el pillaje. Buscó una botella de vino bañada en polvo, quizás nada más la abrían para momentos especiales. Después de humedecerse la garganta, finalmente se dignó a retirar la barricada de la puerta.

Los indigentes por fin consiguieron derribarla gracias a la ayuda del traidor. Uno de ellos indignado le increpó.

— ¡¿Qué demonios hacías?! ¡Te demoraste demasiado! ¡¿Te estabas comiendo el botín a nuestras costillas?!

— ¡No! ¡¿Cómo van a pensar eso de mí?! ¡Buscaba la comida! ¡Eso es todo! —Habló con un agradable y dulce sabor a vino añejo en su lengua.

— ¡Olvídalo! ¡¿Y la mujer?!

— No la he visto… Tal vez asustada habrá subido al piso de arriba. —apuntó a las escaleras.

—Está bien, mientras nosotros registramos la cocina, tú subirás y la buscarás. ¡No queremos un testigo! —por no dar otro motivo de sospecha, el traidor asintió. Se propuso a subir lentamente los peldaños. Oyó a sus compañeros maravillarse con lo encontrado. Con rabia contenida apretó sus dientes. Musitó.

— Quédense con esas sobras, miserables… al contrario me falta saciar otro apetito. No era fea por lo que pude notar.

Aunque fuera un sonido tenue, la señora de la casa escuchaba cómo poco a poco se acercaba el invasor. Ya en el piso superior vio tres puertas, sonrió con perfidia tomando esta búsqueda como si se tratase de un juego. En la primera puerta no había nadie, por lo que revisó el interior de los cajones, sus ojos se abrieron de par en par impresionado. En el último una prenda resplandeciente estaba doblada. Al desplegarla pudo verla mejor. Era una bellísima guerrera militar. Muy fina. Por lo que notó había sido remendada, pero eso no disminuía su valor. Con hilos de oro bordados en ella.

— Esto debe valer incluso más que un caballo. ¡Qué botín! ¡Contigo no tendré de qué preocuparme por varios días! —Dijo extasiado. Sin pensarlo dos veces la guardó en un saco. — Ahora eres mía…

Nuevamente entró en la segunda puerta, no halló nada interesante. Se acababa su paciencia. Frunció el entrecejo frustrado. Luego ingresó en la última de todas. Rosalie escondida lo escuchó abrir la puerta. A causa de que era inminente que la encontraría el hombre empezó a hablarle.

— ¿Dónde estás, pequeña? Sal de tu escondite… No vine a hacerte daño… Sí sales, intercederé para que mis compañeros no te lastimen. —Merodeó por la habitación, revisó en cada rincón, entonces atinó al ropero. — Aquí estás… —Repentinamente antes de posar su mano en la manija del armario, a sus espaldas la puerta se abrió de golpe. Era uno de sus compañeros. Hiperventilado clavó sus ojos en él.

— ¡Soldados! ¡Larguémonos de aquí! ¡No pierdas tiempo, idiota! ¡Déjala!

— ¡Pero! —Contestó inseguro.

— ¡Te digo que la dejes! ¡Si te atrapan y nos delatas, ten por seguro que te mataremos! —se asomaron ambos a la ventana. En efecto, soldados de la Guardia Nacional se acercaban. Alertados por los vecinos del periodista. Y así hizo caso a la amenaza de su colega. Ahuyentados corrieron por las escaleras con la comida y el inesperado botín de una de las habitaciones.

Estuvo por ser descubierta, y sabrá Dios que pudiera haberle ocurrido si ese hombre hubiera abierto la puerta, encontrándola, arrinconada, indefensa y asustadiza como un ratón. Con el corazón latiéndole desenfrenado, como si se manifestara una certeza espeluznante, de qué en algún momento cesaría de latir. Sus ojos se humedecieron por la posibilidad de una agresión. Debido a eso no tuvo valor de emerger de su escondite. Abrazó sus piernas presa del pánico. No sollozó con fuerza, no obstante, emitía hipidos. No entendía, ¿Por qué seguía conteniéndose? Pensó en imágenes aterradoras, de un hombre armado con un látigo. Golpeándola con espantosa saña. Qué aun con sus gritos rogando piedad seguía con crueldad desmedida el acto.

Los soldados junto con los vecinos registraron la casa, pero no consiguieron atrapar a los ladrones. El alboroto por la casa invadida atrajo a un grupo de gente preocupada del bienestar de la dueña. Alarmados la buscaron por todas partes, no obstante, sin importar que tanto la llamaran no salía de su escondite. Presumieron que tal vez los ladrones la dañaron en alguna forma.

Bernard por su parte, regresaba agotado de la jornada del día. Ayudando con la impresión del periódico. Tratando de multiplicar la mayor cantidad de ejemplares.

"Rosalie tiene mucha paciencia… a veces me espera hasta largas horas de la noche. Pocas mujeres son así de consecuentes. Usualmente una mujer se volvería loca de angustia, por otra parte, mi pequeña esposa siempre conserva la compostura".

Pestañeó desconcertado, distinguió a un grupo de gente arremolinada en la entrada de su casa.

— ¡¿Pasó algo?! —Sobresaltado corrió en dirección a ellos— ¡¿Qué ocurrió en mi casa?! —Uno de los vecinos contestó a su pregunta.

— ¡Gracias al cielo que llegaste, Bernard!

— Sí, pero… ¡Contéstenme! ¡¿Dónde está mi esposa?! ¡¿Qué fue de ella?! —Les preguntó al tiempo que miraba espantado la puerta desplomada.

— ¡No sabemos qué pasó con ella! ¡Buscamos por toda la casa! ¡Y nada! Es probable que… lamento decirlo… es probable que esos malvivientes la lastimaran. —Explicó el hombre con profundo pesar.

— ¡Eso no es cierto! ¡Ella está bien! ¡Tiene que estarlo! —Con la voz quebrada gritó, negando semejante insinuación. De sus ojos se escaparon unas lágrimas, las contendría hasta saber la verdad. Entró a la casa apartando la madera y muebles de su camino. Aunque su vivienda estuviera hecha un desastre, su prioridad era hallar a la niña que tomó por esposa. Le había jurado a Oscar protegerla con su vida— ¡Rosalie! ¡Contéstame! ¡¿Dónde estás?! — Subió veloz las escaleras. En el antepenúltimo escalón por poco y perdía el equilibrio.

Malditas escorias! ¡Si le hicieron algo a mi esposa, juro que no daré reposo a mi conciencia, hasta hacerlos padecer una agonía comparable a la de ella!"

Entró a su habitación. Guardó silencio por un segundo mientras recobraba el aliento, en ese instante escuchó algo familiar. Se dejó guiar por el sonido hasta conducirlo al armario, en cuanto abrió la puerta halló a su esposa ovillada en lo hondo del enorme ropero. Oculta tras el baúl.

— Rosalie… No tengas miedo, soy yo… Bernard. —Cuando lo oyó, ésta temblorosa se volvió a mirarlo, con los ojos enrojecidos. Empujó el pesado baúl hasta alcanzarla. La estrechó en sus brazos.

— ¡Bernard! —Gritó ella con el rostro oculto en el pecho de su marido. Luego de horas resistiéndose de llorar con toda su energía, finalmente rompió en llanto.

— Ya… ya estoy aquí, no va a pasarte nada. Perdóname… es mi culpa. ¡Soy el peor y más deplorable de los esposos! —Decía mientras nervioso besaba repetidas veces la cabeza de su esposa.

— ¡Ahhh! —Se contrajo la joven en un dolor punzante. En el acto se había separado del abrazo del periodista.

— ¿Rosalie? ¡Dios mío! ¡¿Qué te pasa?! —Sin embargo, en su pregunta ella no contestaba, simplemente se retorcía de dolor. Luego de largos minutos, repentinamente se desmayó, sin poder aguantar otro segundo el terrible malestar— ¡Rosalie, responde! ¡Rosalie!

No tenía idea de qué ocurrió en su ausencia. De lo único que podía estar seguro era de la insistencia de la joven de tocar protectoramente su vientre. Sospechando, y atando cabos, la reacción de ella al verlo y las terribles dolencias le incitó a sacar una conjetura realmente nefasta. ¡¿Y si estos malvivientes… además de agasajarse con los alimentos en su despensa, llenaron otra necesidad repugnante?! Fue así que rápidamente pidió a sus vecinos llamar a un médico.

En la sala de su casa, caminando de una esquina a otra, como si fuera un animal enjaulado, aguardaba el visto bueno del doctor para subir. En sus cavilaciones y nervios crispados un caballo lo asustó, relinchando en el momento de detenerse frente a lo que quedaba de la puerta. Su jinete con una agilidad envidiable, desmontó casi saltando del asiento. Era Alain, alborotado por la noticia recibida.

— ¡Bernard! ¡Vine lo más pronto que pude! ¡¿Están bien?! — Notó que su amigo se hallaba solo — ¡¿Dónde está Rosalie?! —Entró caminando con cautela, algo inquieto por los trozos de madera bajo la puerta. Reparó con desconcierto en la casa. Parecía como si un ciclón hubiera arrasado con todo.

— Yo estoy bien, pero Rosalie no…—No miraba al sargento, mantenía su vista en el suelo. Su expresión tensa demostraba un profundo remordimiento. Entonces se fijó en las escaleras que daban al piso de arriba.

— ¡¿Le hicieron algo?!

— Realmente, no lo sé… supongo que sí… lo que te puedo decir es que es mi culpa. Mi turbación no es por el robo. Poco me importa lo que se llevaron. El estado de Rosalie es lo que me preocupa. Está arriba con el doctor. Y si le hicieron algo ciertamente no podré ser capaz de verla con el mismo orgullo de antes, mucho menos a Oscar, que le juré protegerla con mi vida.

— No digas eso… era imposible que supieras lo que pasaba. Desde que los conozco, siempre he apreciado lo comprometido que estás con ella. No creo que Rosalie te culpe de lo que pasó.

— ¡Me culpe o no, sigue siendo mi responsabilidad! —Se sentó rotundamente en una silla, apretando sus piernas con sus manos —Mi vida es ella… a su lado olvidé con el tiempo lo que es estar solo. Recobré lo que es despertar mirando la sonrisa cándida de una mujer que me ame.

— Sé de qué hablas… —Dijo el sargento con tristeza. — perder lo que se ama es suficiente para derrumbar al hombre más fuerte. El punto débil de un hombre.

— ¡Señor Chatelet! —Le llamó el médico a la vez que bajaba las escaleras. Se secaba las manos con un pañuelo. — ¿Comprende lo que estuvo por ocurrir al descuidar a su esposa?

— Lo entiendo, doctor… —En presencia del doctor se levantó finalmente de la silla, a pesar de experimentar una leve debilidad en las piernas producto del nerviosismo.

— No hay rastro de abuso en su cuerpo, no obstante, ¡Este error pudo cobrar más de una vida!

— ¿Más de una vida?... ¿Qué quiere decir? —Bernard y Alain, desconcertados, no entendían de qué lo acusaba el médico.

— ¡¿Es que no lo sabe?! ¡Esos dolores no provenían de algún tipo de abuso físico! ¡Casi pierde a su hijo! —lo apuntó iracundo.

— Mi… ¡¿Mi hijo?!

Continuará…

Aviso y curiosidades del fanfic.

¡Rayos! ¡Cielos! Este comienzo de año ha sido un estrés tras otro para mí… No salgo de un lío para que se me venga otro. Casi me quitaba tiempo para leer y comentar fics que sigo. Hasta me está dando dificultades para escribir el fic de Toña (Antonieta), poquito a poco lo finalizaré. Es difícil escribir algo corto siempre me extiendo mucho. XD ¡Uff! Bueno a lo que íbamos, les dejo una biblia de curiosidad del fanfic:

Alain ha cambiado mucho a lo largo de Berubara. En Eroica se nota a leguas las diferencias del joven rebelde y malhumorado, con el maduro y divertido hermano mayor de la tropa Napoleónica. (Hermano mayor por esa protección desmesurada al hijastro del pequeño caporal, o sea Eugene) Por supuesto, por encima de este hermano mayor hay otro que lo supera en sabiduría, y es el hermano adquirido luego del transcurso de las penurias en la Bastilla. (Bernard) El cambio del sargento es tremendo, ni se imaginan cuánto. Para los que no leyeron Eroica, la continuación de Versailles no Bara. A través de sus sufrimientos vemos como poco a poco su espíritu va afilándose, y preparándolo para la nueva metamorfosis de Francia. Sí... he de admitir que parecía un niño al inicio del manga. De esos típicos chicos malas pulgas con su grupito atrás secundándole. Entonces vi que no era tan inmaduro como creía… Siempre le lanzaba ferozmente a Oscar a la cara las humillaciones de los nobles a la gente como él. Lo cual no era inmadurez sino una indignación bien justificada. Hubo una parte muy interesante en el manga, se las recomiendo; una charla de André y Alain respecto a la Nueva Eloísa; la inutilidad de un título sin el dinero y poder que lo respalde. De esta charla se pueden sacar muchísimas ideas de estos dos. André no tiene título, sin embargo, tuvo la suerte de ser el nieto de una sirvienta, de una influyente familia aristocrática. La pobreza en su vida terminó al cumplir los ocho años. Por el lado del sargento, la cosa no fue tan afortunada. A pesar de poseer un título nobiliario, el hambre y la miseria siempre estarían presentes. Jamás se olvidarían, porque no hubo un acontecimiento que le beneficiara. La vida es cruel y sardónica, como diría Mafalda, "Dios le da pan a quien no tiene dientes". No culpo a André, más bien después éste se disculpó con Alain por su ignorancia. Su comentario significó que igual que Oscar desconoce la miseria. Así como es plebeyo y no conoce del hambre, Alain es noble y sabe que es un pan duro.

Hemos notado en los pocos capítulos de este fanfic, que todavía nuestra comandante tiene mucho camino por delante. Ella en el manga conoció las privaciones del pueblo, e incluso lo vio sin censura. Sin contar las muertes de inocentes por la mano de un noble de gran altura. La opresión. Las veces que el pueblo luchaba por representantes dignos y que estos fuesen desterrados y humillados como un medio para que no obtuvieran influencia en el gobierno. Oscar presenció muchas cosas espantosas y recriminables, pero… como todo en esta vida, aunque lo veas no va ser suficiente para que termines de comprenderlo. El que no lo vive por más buena gente que sea no va a entenderlo. Por eso hice que en su momento de luto insufrible rechazara por esa ocasión la comida, por demostrar que es humana. Que en algún momento su mente obviaría lo ocurrido en el pasado, concentrada en su pérdida, olvidando la ajena. Algo que cualquiera haría sin querer. No es que la Oscar del manga sepa menos de las injusticias que la del anime, sabe mucho más. Claro, que en el anime no se prestó la bastante gravedad ni atención en ella por estos temas de la situación política y social. Su dilema era más que todo sentimental, ni tampoco sufría tanto del enredo de la identidad. Esas son cosas que lamento del anime. Esa es la razón que me llevó a sacarle el jugo a la Oscar del manga. Mientras más sufrida más material argumental puedo sacarle.

Prestemos atención al tema del amor para ella; los pasos que Ikeda dio para que los ojos de una indiferente Oscar comenzaran a reparar en su propia soledad. A la comandante le llaman la atención los hombres con características muy especiales. Recordaba más que todo, los momentos en los que el sueco exponía su valor como ser humano, la fidelidad y aguante para con la reina. La primera vez que notó su nobleza era en el día en que abogó por André, para que éste no fuera castigado por el monarca de turno. Esto nos demuestra la honradez con la que el general la educó, para que se viera atraída por seres humanos sacrificados y de buen corazón. Isaac un personaje protagonista de Orpheus no Mado dijo una vez; que la nobleza no tiene nada que ver con el amor. "Puedes enamorarte de un auténtico demonio si resulta que es la persona que quieres". Triste realidad. En palabras corrientes a Oscar le gustan los hombres sacrificados. Ajajaja ¡Y si es por ella mejor todavía! ¿No es así, André? Ahora deben estarme diciendo frente a su monitor o celular, "¡Oye! ¡¿Y Girodelle?!" ya les explico: ¿Ustedes le encontraron un sufrimiento extremo, bien extremo a Girodelle por Oscar? Sean sinceras y rebobinen la cinta. La verdad es que sufría, pero no al límite. En el Gaiden se le nota tocado eso sí, pero lo normal.

Pasando al protagonista del fanfic en el asunto romántico. (Alain) Anormal ver a la comandante en segundo plano, aunque no deja de ser importante. Oscar se ha percatado que los sentimientos de Alain persisten, con la diferencia de que resuelve el asunto con no decirle nada a ella. No confesarle nada. Solamente con sus acciones. Lejos de la intención de conquistarla. Con la idea de "Si la amo, debo dejarla ir…" (Clásico) amarla en silencio y dejarla ser, sin forzarla a nada. Eso me gustó mucho de él… y quiero que siga así… aunque no es lo mismo para la rubia, que sus sentimientos están mutando lentamente. Evade la experiencia de enamorarse una vez más, porque vio en eso mucho sufrimiento. Ahora mismo comienza a amarlo, y de todos modos no lo admite con palabras claras y directas para consigo misma. ¿Notaron cómo se ponía con André en la parte final del manga? Empezaba a extrañarlo, aunque lo tuviese a su lado. Apreciarlo, recordarlo abrumada a escondidas, ruborizarse con sus encantos físicos. Los humanos tenemos nuestras claves para ser conquistados, y la comandante también. Por lo que se repite el patrón de enamoramiento. De modo que los dos andan igual. Huyendo del dolor de quererse. En Eroica Alain nunca se enamora. Lo evita como puede por el desconsuelo que pasó con Oscar. Debió ser por el luto. Presumiblemente por no verse correspondido, pues de buena manera apoyó los sentimientos de André, aunque sintiera igual. Se la cedió para ser exactos. Ni luchó por ella. Si lo vemos hasta lamentar la muerte de al que le decía "tuerto bastardo". Un buen amigo que surgió en su mente, en un momento de la verdad de su propio Gaiden. Repentinamente viene una chica que está casi rozándole cierto interés a él… (Las que leyeron Eroica saben de quién hablo), pero desgraciadamente la cosa no tuvo oportunidad ni de germinar, ni de empezar un buen acercamiento, (Además de otras razones fuertes de diferencias políticas) murió antes de nacer el sentimiento. El pobre atinó a que no nació para el romance, que siempre llegaba tarde, o que elegía a las personas equivocadas. Fue así que rechazó una nueva oportunidad, más aún cuando se la ofrecían como una supuesta ambrosía en bandeja de plata. Bueno, recemos para que Oscar cese el plan a lo Dionne Warwick "I´ll Never fall in love again" y se compadezca del pobrecito. Para los amantes de un estilo más actual de esta canción pueden buscarla con el mismo título, en la versión de la película Strange Magic por Youtube. XD

Otro dato "inútil" de su servidora; para los que no comprendan que quiso decir Alain en este capítulo respecto a que si Christopher sostuviera la cruz de Cristo se le caería: el sargento hacía una burla del significado del nombre del estudiante. Chistopher que viene a significar "El que sostiene a Cristo" con ese insulto lo pone como alguien nada de fiar. Este matasanos, es una de las tantas salidas cómicas del fanfic, por lo que lo nombré apropósito así, por sacarle siempre que pudiese la ironía del nombre y su horripilante torpeza. Este pobre hombre es como le dicen en mi país "Un dedos de mantequilla".

¡Vinieron los créditos! ¡Créditos, niños y niñas! Aunque todavía no llegamos a Porky Pig gritando "¡Este cuento se acabó!" ¡Viva! ¡Bravo! -aplaude- ¡Quiero agradecer la ayuda de una amistad, de mi familiar, y de la barrendera Only D! (Recuerden, ella barre mis desastres en este fic) que si pudieran, todos me restregarían un pastel en la cara. ¡Diablos, que me cuesta decidirme en muchas cosas con este fic! XD ajajaja pero luego de tantos golpes a mi cabecita cual Winnie Pooh termino decidiéndome que vendrá en adelante. Tocando el tema de que es una producción de bajo presupuesto (Reviews). Se agradecen a todas las chicas sin excepción las moneditas que he recibido. Gracias por comprender que un autor, aun si no se trata de mí, requiere de empujones para que no se quede congelada la obra. ¡Me esforzaré con esta pareja! ¡Se los advierto desde ya! ¡Voy a tratar de ser tan cursi como la Doña! (Ikeda) ¡No me hago responsable! ¡Hasta la próxima! :D