Capítulo 09
Orión y Artemisa
Un panorama de un país, y en este caso de una ciudad que se desbarataba en caos. Sus moradores con los días olvidarían esos sentimientos que los acercaban a Dios; el amor, la generosidad, la fe, y la piedad, que eventualmente las enviarían lejos, muy lejos… por culpa de la ávida venganza. Por ahora, surgen los instintos negativos contra el prójimo por la supervivencia, pero más en adelante, colmarían los límites de lo que diferenciaba a un humano de una bestia sin conciencia. La Revolución tendría un precio muy alto, ya que no sólo se saldaría llevándose las cabezas del viejo imperio, y supuestos corruptos o traidores, viendo a inocentes y culpables por igual, sino además una parte del razonamiento de sus ciudadanos. Hacer lo necesario, del costo que sea, para traer a Francia a su metamorfosis; "Unidad indivisible de la República", "Libertad, Igualdad, y Fraternidad o… la Muerte". Lo que por supuesto daba a Bernard una ligera inquietud. Analizaba con remordimiento el lado oscuro del proceso que ayudaría a la causa patriótica a tomar fuerza. Sea como fuera esto lo alcanzaría. Ni se había detenido a pensar en la frágil esposa que partía y regresaba sola de la calle. Nunca objetaba ni reprochaba al periodista, aunque de su voz se asomara un tono de temor e incertidumbre, pues frente a él, se presentó lo que había provocado su ostracismo; que la que dijo y prometió amar, e igualmente resguardar de todo mal, estaba postrada en una cama, sufriendo con su hijo.
El periodista empalidecido, miró perplejo al médico que señalaba violento su falta. A su alrededor se apreciaba con completa claridad la barricada y los obstáculos que su esposa había construido, con la intención de evitar que alguno de los asaltantes le pusiera un dedo encima.
—Usted… ¿Ha dicho mi hijo? ¿Está embarazada? —Inquirió una vez más incrédulo. Le costaba dilucidar lo que oía. Sus ojos abiertos de par en par se fijaban en el doctor que permanecía con rostro iracundo.
— ¿Por qué esa pregunta? ¡¿Duda que sea suyo?! ¡¿Por eso tanta indiferencia?!
— ¡No! ¡No pretendo insinuar eso! Es que…—Se llevó una mano a su cabeza confuso. El shock era tan potente que, sin querer al dar un paso a las escaleras, perdiendo el equilibrio, derribó la silla en la que hace un momento se encontraba sentado. Entrecerrando sus párpados demasiado aturdido, se transportó a una charla que posiblemente tuviera que ver con su futuro hijo. — ¿Qué he hecho? Rosalie… ¿Cómo pude decirte eso? —murmuró.
La respuesta a la interrogante estaba hace dos meses atrás. En la noche del asalto a Versailles. Rosalie esperándolo angustiada. Un momento satisfactorio para él, e hiriente para ella.
—"En efecto, no puedo, ni entiendo, ¿Cómo te las ingenias para que no me enfade contigo?
—Porque me quieres...—Contestó tiernamente a la vez que se paraba de puntillas para propinarle un casto beso en la nariz, cosa que funcionó exitosamente en Bernard, pues embaucado por su ternura la cogió de los hombros para conducir esos pequeños y tersos labios que le habían dado ese toquecito agradable, a darle un placer aún más satisfactorio, ella al contrario no se resistió a la caricia, mantuvo sus manos en las que alzaban su cabeza con suavidad.
—No, es imposible enojarse contigo. No creo hayas logrado que alguien se irritara siquiera por dos segundos… A tu lado es impensable sentirse solo. No necesito nada más en mi vida."
—Agravié a mi esposa... tanto estudio, tanta investigación y lectura, y sin importar la condición humana, y la edad, se puede ser un reverendo imbécil. —Agarrando un libro, uno de los que comúnmente en sus ratos de ocio se sentaba a leer frente a la joven que zurcía en silencio. Lo arrojó con furia a la chimenea. El volumen se quemaba entre los trozos de madera de los muebles que habían perdido. Se reprochaba de su actuación. En verdad era como dijo; "el más patético de los esposos". Por orgullo nunca lloraría ante un desconocido, pero si podría arremeter contra sí mismo. — pensaba en un país para todos, una auténtica república de libertad. Por eso trabajaba al borde de mis energías. Distraído por ese fin, sin darme cuenta la omití de ese futuro, y a ese niño que sabía Rosalie que vendría tarde o temprano.
Alain observó atónito, como ese pobre libro era consumido por las llamas. Primero la tapa se chamuscaría. En tan sólo unos segundos les tocarían a las hojas de papel, que ahora daría calor a la casa junto a esos pedazos de madera.
—Una vez más le pido disculpas, doctor. No está para perder su tiempo con un incompetente. Debí ser más abierto de perspectiva.¿Cómo no adiviné que el reciente comportamiento de mi esposa era por un hijo?
—Lo hecho, hecho está. Solamente le suplico que tenga más cuidado.El aspecto de ella es preocupante. También le recuerdo que, si quiere que el niño nazca sano, tendrá que encargarse de darle la cantidad necesaria de alimento. Empeñarse en esa cantidad miserable de sustento no le ayudará. —Avanzando a la salida el médico daba sus últimas indicaciones. —Sin comida no hay salud, sin salud un niño no puede formarse. Por eso tenemos que poner de nuestra parte por una apta generación de relevo.
—Lo entiendo. Encontraré la manera de que no le falte nada. —Asintiendo con determinación acompañó al hombre hasta la salida, que bien pudo notar que la nevada proseguiría pasada la noche. Pensó que no era necesario preguntar más del incidente a los vecinos. Puede que ni fuesen verdaderos asaltantes quienes invadieron su casa, sino unos simples indigentes que trataban de resistir el invierno. La estación complicaba todavía más sus vidas. Excesivamente miserables y precarias, y ahora con una escases a niveles inconcebibles.
Habiéndose marchado el doctor, subió las escaleras directo a su habitación. Apretó la perilla. Antes de abrir la puerta aspiró profusamente, para entonces exhalar, forzándose a relajar su semblante. Cogiendo valentía para enfrentar el producto de su incapacidad. Pero nada que su abatimiento amainaba. En su ingreso vio que su esposa reposaba. Tragó saliva con expresión culpable. En cuanto se sentó a su costado le habló.
—Rosalie…—Dijo casi susurrándole, sentándose lentamente junto a ella. Hallarla inmóvil en la cama lo taladraba en el alma. Supuso la magnitud de su dolor para estarse quieta, evitando presionar su vientre.
— ¿Huh? ¿Bernard? —Respondió la convaleciente en un tono cansado. Al abrir sus ojos se vio con el periodista a su lado.
—Lo sé todo… El doctor me lo contó.
—Perdóname…—Dijo llena de remordimiento, de nuevo tentada de llorar. Extenuada por el reciente dolor, y las horas de constante estrés no conseguía más que responder limitadamente.
—No. No tienes que disculparte, el único estúpido fui yo… sino te hubiera dicho lo que te dije el día del asalto, no habría ocurrido esto. —Cabizbajo posó su frente sobre el blanco dorso que sostenía.
—Nuestro niño…— Murmuró. Separando la mano en la que su esposo se aferraba lo condujo a tocar su vientre. —Siento… no decirte que lo tenía conmigo.
— Shhhh… no te fuerces. No hables. —Replicó él, pero un extraño temblor o movimiento, en el tacto que daba su mano al vientre lo tomó por sorpresa. — él… ¿Se movió…?
—Conoce tu voz…Lo que me descorazonaba, era que no supieses de él… —Por consolarlo intentó reunir energías, resistiendo el dolor que todavía persistía, puesto que no había sido su intención verlo martirizarse— No era el momento para una familia. Yo comprendía tus motivos… Sabía que querías un hijo. Lo trágico es que crezca viendo el sufrimiento de sus semejantes. Si vino a pesar de esta tormenta, rebelándose, me hace creer que es como tú… —Prodigándole una sonrisa peinaba con sus dedos los cabellos abundantes de su esposo.
—Es mi hijo, mío… ¡¿Qué importa lo que nos rodea?! ¡Un niño es preciado! ¡Jamás voy a desconocerlo! ¡Soy yo el que debe pedirles que me perdonen! —Rodeándola con suma delicadeza la apegó a su cuerpo. —Me vas a dar un hijo. ¡Qué dicha! ¡Qué afortunado soy! ¡Lo amaré con todo el fervor de mi corazón! ¡Además de la patria francesa, lucharé por él!
— ¡Bernard! —Exclamó contenta, recostándose en su pecho. Segura de que no estaría sola en el mundo. Estiró sus brazos a la espalda del hombre, fundiéndose en la caricia.
"Mi pequeño, me siento mucho mejor… tu padre te ama. Gracias a Dios que no te fuiste de mi lado. ¿Nunca vas a dejarme? ¿Me seguirás dando tu apoyo? No me sentí sola, estabas conmigo."
—Está claro que no me di cuenta por la malnutrición. Tan pequeño. Ese vestido lo escondía muy bien de mí. —rio en lo que enjugaba una lágrima de su ojo. — A partir de hoy no me iré de tu lado. Prometo cuidarte en los pocos meses que quedan para su nacimiento. —La meció en esos minutos de gozo. Por fin las dudas estaban despejadas, así como las equivocaciones. Desde ese instante se ocuparía con mayor atención de la manutención de su amada, que aguardaba a la venida de otro humano que demandaba su amor.
En su salida de la habitación, justo antes de bajar por alimentos, advirtió que las puertas de las habitaciones se hallaban abiertas. Lo cual le pareció extraño. Ingresando a la primera vio varios cajones tirados al piso, con su contenido esparcido. Al parecer los ladrones siquiera antes de ir por la señora de la casa se llevarían algo de valor. Sonrió de bienestar de que tal vez esto pudiera darle unos minutos más de distracción. Estaba seguro de no poseer nada realmente invaluable. Lo pensó así, hasta que al levantar una de las ropas arrojadas al suelo, oyó de pronto un objeto metálico caer. Era un medallón, o condecoración. La última que le había quedado al uniforme de la antigua general de brigada. Espantado recordó que poseía la guerrera de su amiga.
— Un segundo… la guerrera de Oscar… ¡No está! ¡No puede ser! —Buscó en todos los cajones, bajo las humildes pertenencias de su esposa. Revisó por cada esquina, y nada. —No, no está… ¡Esos malditos se lo han robado!
"Recuerdo que Rosalie lo había guardado en el último de todos los cajones. ¡Estaba escondido!"
El grito inesperado del señor de la casa alertó al visitante, quien preocupado entró súbitamente a la habitación. Sobresaltado vio que el desastre de los asaltantes no se concentró solamente en el piso de abajo.Poniéndose nuevamente de pie, y apretando el medallón en su mano, Bernard reparó en su amigo con desazón. Éste intrigado se percató de lo que prensaba su palma.
—Bernard, eso es…es el…—Dijo pasmado. Tanto él como el periodista sabían de dónde provenía ese objeto. ¿Cómo no reconocer algo tan especial en sus memorias?
—Uno…Uno de los medallones de la guerrera de Oscar… —Anunció consternado. Por la ira y el desconcierto respiraba agitado. — ¡Siento que fallé! ¡Le fallé a mi esposa y a Oscar! —Avergonzado le entregó la medalla al sargento.
—Era por esto que no atraparon a Rosalie; se entretuvieron con las ropas de Oscar. Ya veo…—Impresionado el sargento examinó la prenda entre sus manos. Algo que ni un oficial de la extinta Guardia Francesa poseería, ni con varios años de fiel servicio. Lo increíble era la valentía de la comandante para atreverse a extirpar de su pecho semejante objeto. — ¿Cómo una panda de pérfidos pasaría por alto esto? —Rio con ironía— saltarían de una pata emocionados.
—Hurtaron su guerrera. Lo que queda de ella es esta medalla. Fue lo único que no alcanzaron a robarse, a excepción de la espada.Temiendo algo como lo que ocurrió, la escondimos en una compuerta que hay en la cocina.
Con el pulgar Alain pulió la gema incrustada en la prenda. Dio unos pasos a la ventana mientras guardaba la condecoración en un bolsillo. La nieve caía cuantiosa en la calle desolada, las gentes habían huido, espantadas por el temporal.
—Ya no te disculpes más, Bernard. La vida de Rosalie es más importante para su dueña. Oscar ya había tomado la iniciativa de desprenderse de su título nobiliario, de su soberanía como noble. Lo dejó aquí porque de emerger lo haría como uno de nosotros. —En su boca se asomó una sonrisa nostálgica. — lo que le resta de sentir algo por esto… no puedo decir vergüenza, no creo esté arrepentida de haber sido parte de la aristocracia. Esta espada es un símbolo de las cosas que amó. El motivo que la estimuló al menos a guardarla es que piensa en todos, en el pueblo y la nobleza. Una forma de pensar muy ilusa. No es una sorpresa que, por darle otro día más de vida a alguien, sea capaz de obsequiar todas sus posesiones.
—Sí. Tienes razón. —Suspiró tranquilizándose— Me torturo con nimiedades… Ya no los necesita. De estar delante de mí diría lo mismo. Esa guerrera ahora es algo obsoleto. Solamente tendría valor para esos vándalos, pero no para ella. Es un recuerdo y nada más. No te conozco de tanto tiempo y puedo decir que has madurado, Alain.
—Me ha sentado muy bien. En muchas formas me ha hecho cambiar de parecer. Oscar en la Guardia Nacional ha progresado en gran manera; asume las penas de los demás como suyas. Bueno, desde que la conozco ha sido así… Afronta el hambre, la enfermedad y la condición de un ciudadano común muy bien. Te asombrarías, Bernard, se niega a quejarse, y menos aún a rendirse.
—No lo dudo. No pasará al olvido la historia que tiene esa espada en las manos de tu querida comandante. —Recogió algunas de las prendas esparcidas por el suelo, colocándolas momentáneamente sobre la cama. —Aun ausente… Oscar protegió a Rosalie. —Admitió con gesto amargo.
—Bernard, tú…
— No… ¡No me hagas caso! ¡Lo dije sin pensar! ¡No digo otra cosa que estupideces!—Exclamó airado, movió su cabeza despejándose. — Alain, antes de que te vayas, ayúdame con este desastre. ¿Quieres?
—Sí. Lo que me pidas. —Asintió algo perturbado.
"Me pides que no lo tome en cuenta. Ya es muy tarde, Bernard, lo capté… esto agravó lo que piensas de ti respecto a Oscar."
-o-
Después de reacomodar de alguna forma la vivienda Chatelet; desechar lo irrecuperable, colocar cada objeto y prenda en su lugar, para que de ese modo volviese a estar habitable, y posteriormente cocinar para la futura madre. En lo que demoró la faena, Alain retornó en medio de la madrugada al cuartel. No tuvo muchos inconvenientes, solamente unos vigilantes en la entrada le habían detenido. Al comprobar su identidad le permitieron ingresar. No estaba seguro en qué momento sería el oportuno para informarle a Oscar la buena nueva de la esposa del periodista, e igualmente la noticia de haber, por unos minutos de diferencia, por poco sido violada por asaltantes. ¿Era oportuno irrumpir a hurtadillas en las habitaciones? aunque de aplazarlo la rubia no lo vería con buenos ojos.
Caminó en silencio por los pasillos oscuros, apenas alumbrados por lámparas con una luz muy tenue, cosa que le proveía la ventaja de no ser visto. Si su intención era no ser interceptado en los compartimientos de los soldados, hacer ruido no era lo más sensato. Casualmente pasó por su cabeza, la vieja paranoia de que Oscar fuese abusada por sus nuevos compañeros. Algo que hasta entonces no sucedió. Frente a la puerta de la habitación en la cual la había dejado el día anterior, no se escuchaba ni un murmullo, absoluta quietud. Ingresando giró la manija con sutileza, y tratando de que la puerta no emitiera un chirrido la empujó con la misma lentitud. Ya en el interior, paseó la vista por la hilera de camas. No le extrañó la imagen; los jóvenes soldados rendidos del sueño. Algunas veces de su boca se asomó una sonrisa socarrona por las poses poco elegantes de los compañeros de su querida ex comandante. Suficientemente divertido se propuso a buscar la cama en cuestión, según recordaba la última, junto a la ventana. En ella halló a su mozuelo de cabellos rubios, entonces advirtió que la cama que le antecedía reposaba Pascal Morandé, el muchacho que ayudaba generosamente a la rubia. La mujer dormía profundamente, o esa era su impresión. Por la expresión de su cara imaginaba que ésta se había dado a la tarea de acostumbrarse al desagradable ambiente.
Un latoso ronquido lo sorprendió, una vez más se fijó en el autodenominado amigo de Oscar, con el brazo colgando fuera del camastro. Arqueó una ceja al ver que un hilo de saliva se escapaba de la boca del muchacho. Morandé jamás se movía de su puesto de compañero, rescatándola del inclemente frio. Este suceso reciente respaldaba esta opinión. Comparándose a este acto de heroísmo se creía un inepto. Recordando verla en las piernas del chico, le agradeció lo comprometido que se mostraba con el aparente "inexperto" Michel.
Antes de deslizar una carta bajo la almohada de la durmiente, que relataba lo acontecido, se tomó un instante para apreciar la belleza de la que concebía no ser suya. Contemplándola por largos minutos se sumió en el compás de su respiración. Aun si no conservara la mítica cabellera, la beldad de su fisionomía no mermaba; los cabellos recortados adornaban armoniosamente su frente, en una especie de corona, el largo de las pestañas oscuras que le brindaban su eterno semblante de meditación y solemnidad, las mejillas de mármol y su rubor pueril. En cuanto les llegó el turno a los labios su corazón dio un vuelco. Seguido de eso del abdomen, y del pecho a la garganta se levantaba un ardor placentero y a la vez insufrible. ¿Quién presumiría que la hermosura y sensualidad de este mozuelo se debía al sexo femenino y no a la mocedad? Atraído y sin darse cuenta, posó una mano sobre la que Oscar mantenía junto a su cabeza. Se sobresaltó al sentirla cerrarla ligeramente en torno a la suya. Con ese gesto se percató de que no interesaba el paso del tiempo, o lo que sucediera, muy a su pesar seguía amándola.
"Ni sé qué camino tomar... Pensaba seguir con la vida que había llevado, participando militarmente en la evolución de este país. Y así las obligaciones me sanarían con el tiempo. Pero tú… tomaste el mismo camino. Era de esperarse, no somos muy diferentes. Lo que hace este asunto menos grato. ¿Callar ayuda de alguna forma? No, no lo hace. Trato de estudiarme mientras te miro y… todavía te amo. No cambia el efecto. Oscar, hago lo que puedo, lo intento, y es inevitable quererte."
Recomponiéndose de un instante de debilidad, separó con sumo cuidado su mano de ella. Deslizó la carta y se marchó sin ser visto.
Ojalá se hubiera quedado, ojalá hubiera tenido esa libertad, debido a que la mujer no dormía tan plácidamente como él creía. El día anterior no produjo algo positivo en su subconsciente, dos sentires se debatían en sus pensamientos, dos cosas que no le permitirían descansar. Tomando en cuenta que para vivir había renunciado a demasiado. Y una vez más tendría que hacerlo; a un hombre, permitiéndose uno antes igualmente le fue arrancado. No tenía derecho a algo tan humano y necesario como sentirse amada. Lo único que añoraba, puesto que todas las criaturas de Dios merecían amor, sin ninguna distinción, por más singulares que fueran.
Desamparada en la oscuridad de sus pensamientos, un sitio solitario donde no existía el calor, se vio atacada por espantosos sonidos del pasado cercano; repentinos gritos de pánico de los ciudadanos, estallidos ensordecedores, que se repetían de forma continua e indetenible, disparos, las gloriosas aclamaciones de una muchedumbre a sus héroes y caídos, y por último una voz… Una voz que colmó su cabeza, enviando lejos a todo lo demás.
¡Oscar! — Se escuchó en una especie de eco en la oscuridad. Un hombre la llamaba en la vasta soledad. La voz fue repitiendo su nombre. Abordada de forma tan abrupta no hallaba el sitio o la dirección en donde provenía su llamado. Lo único que podía hacer era escuchar con atención. —¡Oscar! —Se oyó una vez más. Dejándose guiar por ese grito en la penumbra, divisó una imagen, que, al principio borrosa, conforme iba avanzando se tornaba más clara. ¿Una batalla? Los sonidos anteriores seguían repitiéndose, ahora con su imagen respectiva. De repente otra detonación, un disparo. Paró en seco inquieta, sin embargo, algo en lo profundo de su alma le exigía continuar. Entonces vio a un soldado de la extinta Guardia Francesa, tirado en el suelo de bruces. Deduciendo que fue a quien alcanzó la bala de hace un instante, corrió urgida hacía él.
— ¿André? ¡André! —Gritó atemorizada, sin duda alguna la voz que la llamaba era de la persona a la que no pudo salvar, al que más amó. Después de muchísimo tiempo lo oía una vez más. — ¡¿André, me oyes?! ¡André, resiste! ¡Aquí estoy!— Arrodillándose a su lado pretendía atenderlo, al voltearlo no era lo que esperaba. Por supuesto que era la voz de André, pero el cuerpo era de alguien más. — A-…—No daba crédito a lo que veía. Estupefacta descubrió que al igual que André tenía una espantosa herida en el pecho. — ¿Alain…?—Tal espectáculo le heló la sangre. ¿Qué clase de visión cruel era esta? Estaba segura de que la voz era de André, de que la conduciría a encontrarlo, no obstante, resultó ser mucho peor.
—Q… ¿Qué es esto? ¿Qué significa esto?—Musitó atónita.
— Pierdes tu tiempo. Murió… Es en vano que intentes revivirlo. —Una voz distinta le contestó, llamando su atención. El grueso tacón de unas botas se aproximaba. —Que insistas no lo hará regresar. —Volviéndose nuevamente al cadáver, aturdida notó que ya no estaba. El único rastro que quedaba de él era un charco de sangre.
— ¡¿Quién diablos eres?! ¡Muéstrate!—Exclamó confrontándole, la persona que osó interferir era alguien de su pasado.Encontrándose capaz de distinguirla, contrariada retrocedió, a medida que la visitante se acercaba.
—Yo soy tú, o lo fui alguna vez… una de las tantas cosas que te hicieron quien eres. —Replicó perversa. De pie a unos cortos metros de ella, detalló la imagen de la fallecida comandante. Resplandecía en la oscuridad sin la menor dificultad, mientras Oscar en su nueva identidad se fundía con las sombras… eso era, Michel Dumont no era nada más que la sombra de la magnífica comandante.La guerrera azul con hilos de oro, las medallas que relucían orgullosamente en su pecho, arrojando destellos que la cegaban, además de la melena leonina radiante como el sol, que bordeaba su rostro, el zafiro en sus ojos intensos, que la distinguía de sus colegas y subordinados. Todo en la comandante era luz y fortaleza. Un poderío inigualable. La difunta comandante sonreía con cinismo, burlándose de la mala suerte de la mujer que había sobrevivido trastornada el 14 de julio.
—No eres yo… Has venido a atormentarme con esta horrible visión. Pensaba que lo había superado. —Era asombroso, pues para ella, era como verse por un espejo, que, al contrario de reflejar su aspecto, reflejaba sus martirios.
—Te equivocas, jamás lo superaste. Que yo esté aquí delante de ti, es prueba de ello. —La comandante se cruzó de brazos en aire desafiante. — esquivarlo no es superarlo.
—Tú me engañaste con la voz de André… ¡¿Cómo te atreves a jugar con mi dolor, mostrando una ilusión tan cruel?! ¡¿Qué pretendes al recordarme ese día?! ¡¿Qué muera de agonía otra vez?!
—Abrirte los ojos… André te seguía con obstinación. Ignorando el peligro. Te protegía. Justo en este momento está ocurriendo eso que te hizo perderlo, ahora con quien era tu segundo al mando. Si lo superaste, ¿A qué viene que el sólo mirar al sargento te robe el aliento?
—Eso no interesa. No va a repetirse otra desgracia… Mis ojos estaban abiertos mucho antes de que aparecieras. —Respondió con aspereza, luchaba por corresponder a la mirada de la prejuiciosa comandante. — ya no soy mujer, ni humana. Esa parte de mí ya no existe. Vivo por Francia… Delante del pueblo soy un servidor a la Revolución, Alain también lo es… él sabe lo que siento, lo que soy ahora. Compartimos los mismos ideales.
—Eso piensas, y no es así, no tiene ni pies ni cabeza. Te convertiste en hombre solamente por un nuevo nombre, ni tu padre armado con su característica tozudez lo consiguió, ¿Y crees que tú lo harás? No me hagas reír. No cambiará lo que sufres por verte despojada de otro. Tan maravillosa y conmovedora historia de fidelidad, y amor más puro y profundo. Descubrir de la boca de otra persona el pasado patético y miserable de sacrificios, que al fin y al cabo no le llevaron a nada, te ofreció mil un razones para hacerlo digno de tu amor.
—No…Mi nombre lo escogió mi padre, este lo tomé yo. Nunca se está preparado para cuando se nace, y hoy estoy lista para ser alguien más. Quiero dar un giro a la tragedia que casi aniquila a Alain, y que le arrebató lo que amaba. ¡Hago esto por la gente que ha sufrido! — Dijo con convicción, apretando su mano cerrada contra su pecho. Aunque la mujer delante suyo la conociera más que ninguna persona, lo negaría hasta donde le fuera posible.
— ¿Por la gente que ha sufrido? — Repitió con sarcasmo. — Puras falacias… La culpa es lo que te mueve. La mañana que despertaste gritando como una loca no pensaste en los ciudadanos, sino en lo que te quitaron. Tu infancia y adolescencia arrebatadas en un sólo día… ¿Cuándo hablarás con la verdad? Morías lentamente reposando junto al corazón de otro, que también estaba muriendo después de perder a toda su familia, y para colmo se manchaba con la sangre de la mujer que amaba. Escapas de la pasión de otro tan infeliz como tú… ¡Deja la cobardía y reconócelo! ¡La razón por la que huyes! —Insistió despiadada. La demanda provocó que Oscar temblara ligeramente, como si un puñal frío la atravesara. Era mucha ironía que su rostro como su propia voz se endurecieran para recriminarla, y por si no fuera suficiente tormento, repitiendo el peor día de su vida, con la diferencia de que el cadáver pertenecía a aquel que la salvó.
—Temo que muera…—Respondió derrotada. Ni ella podía hacerle frente a las afiladas palabras que viniesen de su boca— que muera y que yo sufra como…—Se vio interrumpida.
—Como Artemisa…—Repuso. —En eso concordamos, nuestra historia es similar a esa trágica parábola. Orión era el querido amigo y compañero de caza de la diosa lunar. Sin embargo, por la desprendida naturaleza de Artemisa, una naturaleza aislada del matrimonio y los deberes de una esposa, Orión, el único al que ella amaba, murió por una flecha venida de su adorada. Murió porque lo quería de la forma en que todos los hombres que la anhelaron buscaban. El amor tuvo su justo precio. —Arqueó una ceja. — ¿Lloras…? No me sorprende que lo hagas.
— ¡Basta! — Llevándose ambas manos a sus orejas apretó sus dientes. Con toda su voluntad se resistiría a la tentación de llorar, exponer su sufrimiento era más de lo que podía tolerar. — ¡Es suficiente! ¡No sigas! ¡No sucumbiré a lo que dices!
—Te cuesta aceptar la verdad, peor si es irrefutable. Sé consciente de que lo que te has trazado, deviene de un sentimiento distinto de la compasión. —Lo diría ella o su pasado. Alguna de las dos lo sacaría a la luz, lo que la hería y lo que la hacía feliz, no tenía otra opción más que darse por vencida. Fuera de sus cabales no aguantó otro segundo, hasta que de sus ojos brotaron gotas de sangre, que corrían manchando sus mejillas y ropa.
— ¡Lo amo! ¡Amo a Alain! ¡¿Era eso lo que querías?! ¡¿Te satisfizo?!¡Mi alma está harta! ¡Fustigarme con el conocimiento de este sentimiento no me salvará! ¡Es mejor ignorar! ¡Fingir me ahorra esta pena! ¡Creía que al morir André, yo lo haría al poco tiempo! ¡No negaré que ya no me siento sola! ¡Pero tendrá su precio! ¡Que lo ame, lo alejará! —Sometida se arrodilló ante su adversaria, que con expresión triunfante se acercó.
—Hasta que definitivamente lo entendiste: La voz de André, y de todos y cada uno de los sonidos de aquellos 13 y 14 de julio te perseguirán. —Sentenció, señalándola, y con tono gélido e indiferente prosiguió. — Si amas al que queda de ese regimiento de amigos, te condenarás a repetir el error de Artemisa dos veces consecutivas. No eres Cenis para vivir sin amor y ser un hombre por completo, de modo que tendrás que olvidarlo a él…
—No… no puedo amarlo… no puedo. —Con una mano en su garganta trató de recuperar la voz. —Aunque… me sienta a morir. No luego de mi André… No de nuevo. — Apretó sus puños frustrada. Las gotas carmesís caían de una en una, tiñendo el suelo.
—Oscar murió con André. Nunca serás la de antes, sólo una sombra. Michel Dumont no puede amar como lo hizo la vieja comandante, a la que Alain se niega a olvidar. Recuérdalo… Tenlo presente. —Dicho esto lentamente el resplandor que irradiaba su ser iba apagándose, desvaneciéndose en el aire.
—Vivo por Francia y ahora vivo por… por… ¡No! ¡ ¿Por qué?! ¡ ¿Por qué?!—Enterrando los dedos en su cara lloró inconsolablemente en la oscuridad. Lo único que se escuchaba, lo que la acompañaba en el silencio sepulcral, eran unos sollozos de pena.
Unas manos presionaban sus hombros, sacudiéndola repetidas veces. Gotas impregnaban sus mejillas. Alguien gritaba "¡Michel, despierta!" "¡¿Qué pasa?! ¡¿Estás bien?!" Su cuerpo en la cama, tembloroso con espasmos consecutivos y su respiración agitada, arrebatándole todo control y aliento, como si fuese perseguida, hasta que abrió sus ojos después de prácticamente luchar dormida.
— ¿Pascal…?—A su costado el muchacho se hallaba arrodillado en el colchón.
—Qué bien. Volviste en sí… ¿te encuentras bien? No parabas de gritar. Nos tenías preocupados.
— ¿Los preocupé? —Vio en derredor, todavía aturdida por su sueño inquieto. Todos a su alrededor se hallaban a medio vestir, desde torsos expuestos y en calzas, a ropa traída de sus casas, haciendo de pijamas, despiertos antes que ella. Cosa que rara vez se permitía por su condición de mujer. La rubia tenía que ser siempre la primera en despertarse. Demasiado tiempo con la venda sería extremadamente doloroso, y el roce la afectaría eventualmente, así que las noches de sueño eran sus únicos momentos liberadores. Su cuerpo se lo exigía. Se incorporó lo más disimuladamente que pudo, con las mantas bajo las axilas, y en una posición sentada. Abrazó sus piernas contra su pecho. Esperaría la oportunidad para acomodar sus ropas, posiblemente luego de que todos se retirasen al ellos acabar de vestirse.
—Llorabas en sueños… Parecía que pasabas por una fea pesadilla. ¿Alucinabas? —preguntó Courtois, que le acercó un vaso con agua.
— Pues sí… no se equivocan. No puedo ocultar lo evidente. — Admitió mareada, antes de dar un buen trago de agua.
— ¿De qué?
—No nos incumbe, Courtois, déjalo.
— No… está bien. No me molesta… —Murmuró con desánimo. —Soñé con el día en que perdí lo que más amaba. —Ensimismada miró el cristal del vaso, que reflejaba su rostro.
— ¿Una mujer? —Inquirieron perversamente al unísono. Al mencionar su género los observó con incredulidad. Increíblemente extraordinario que estos acertaran sin demora. Pero no importaba, eso era lo que menos le preocupaba en esos momentos. Y así, respondiendo a la pregunta necia, moviendo lentamente su cabeza lo negó con pesar. Pascal advirtiendo la congoja de su amigo, nuevamente saltó en su defensa.
— ¡Ya basta de preguntar, Courtois! ¡Y ustedes de seguirle el juego! ¡Es algo personal! ¡¿No entienden de moderación?! ¡El pobre no está de humor para aguantar preguntas idiotas!—Replicó enérgico, dando un codazo a su amigo mientras reprendía a los demás.
—Bueno… no podemos presionarte, ni apuntarte con un arma para que lo confieses. — Contestó despreocupado—No es de nuestra incumbencia. Hagamos lo que dice Pascal. Muchachos, vámonos al comedor. ¡Recupérate, Dumont! —Dando una palmada amistosa a la espalda de la rubia se despidió, marchándose con el resto de sus compañeros a desayunar. Sólo se quedó a su lado el joven Morandé.
—Ve con ellos, Pascal… yo estaré bien. Simplemente necesito unos minutos a solas. Necesito reponerme del sueño. —Dijo ya más calmada. No quería preocupar al muchacho. Inesperadamente éste la tomó de ambas manos.
—Cuenta conmigo para lo que necesites. No te contengas. Si tienes un problema puedes decírmelo… De volver a sentirte indispuesto, no te lo guardes para ti, mira que nos diste a todos un ataque. —El joven se comportaba con timidez, lo cual no era raro en su carácter. Seguro de sí mismo cuando se hallaba rodeado de sus amigos, y manso en los momentos en los que estaba solo con ella.
—De acuerdo. Si me siento mal no me lo guardaré. Nunca cesas de mostrarte amable y diligente conmigo. Estoy bien…No me sucede nada. Vete, estarán esperándote. —éste asintió, y obedientemente se retiró dejándola a solas.
Solamente al sentirse sola pudo secar sus mejillas húmedas, de lágrimas que vinieron inspiradas por ese sueño desconsolador. Por lo general era mucho más madrugadora que el resto. Sonrió de manera irónica, de que por esta ocasión fuera despertada por sus compañeros. Entonces levantándose escuchó un crujido bajo su almohada, extrañada la levantó, hallando una carta doblada. En cuanto la desdobló y la leyó, lo primero que reconoció era el nombre al final del mensaje.
—Alain… —Musitó. Contrayendo de forma dolorosa su rostro rememoró las palabras de la mujer de su pasado. En ese gesto abrupto acabó por arrugar la carta.
"Si amas al que queda de ese regimiento de amigos, te condenarás a repetir el error de Artemisa dos veces consecutivas."
—Si murieras. Si lo hicieras como lo hizo él… seguramente lloraría tu pérdida, hasta arrancarme lo que me resta de vida y aliento. Es ahí donde se sabe lo importante que es una persona. Si el llanto es asfixiante, o si las lágrimas se acaban hasta dejarte seco en espíritu.
Como la carta estaba escrita para encontrarse al medio día, esperando no ser interrumpidos, aguardó a que los pasillos fuesen vaciándose por los soldados que se retiraban al comedor. De esta manera salió de las barracas y caminó en dirección al campo de tiro.
El sitio era cubierto por un manto de nieve, ambiente que por alguna razón le provocaba un sentimiento de melancolía. Se sorprendió de que lograra llegar al mes de su nacimiento, habiendo pasado un largo tiempo de la muerte de André, y de la suya propia. Justamente el último mes del año. Una época que según recordaba apacible en su infancia, no era algo de lo cual sentirse contenta. En su paso por la nieve se topó con unas pisadas, interesada las siguió por unos instantes, asumiendo que la conducirían a la persona que deseaba ver. En lo que levantó la vista distinguió a alguien al final del sendero. Ahí estaba él… con las manos enfundadas en los bolsillos a causa del frío. Y con una pierna en el muro. Sonrió por tan sólo advertir nieve entre los oscuros cabellos de Alain. Tan concentrado en sus pensamientos que no había reparado en su cabello húmedo por la escarcha invernal. Éste en cuanto la oyó aproximarse se volvió hacia ella. Pero cuando sus ojos se encontraron con los castaños del sargento, por un instante, de un modo involuntario, contuvo la respiración. ¿Qué la hizo reaccionar así? ¿A qué se debía? Tal vez fuera la madurez, el carácter intrépido, y la lealtad del muchacho que ahora veía como hombre, en el absoluto sentido de la palabra, lo que la indujo a actuar de esa manera. ¿Era esto a lo que se refería la mujer de su pasado con quitarle el aliento? Se resistió a detener su paso, no podía vacilar, era ahora o nunca.
— ¿Me esperaste mucho tiempo? Discúlpame si he demorado. Es complicado marcharse sin ser vigilada. — Habló finalmente, después de normalizar su respiración.
—No, no te demoraste. Llevo poco de estar aquí…—Respondió distraídamente, mientras despejaba sus cabellos oscuros de los copos que habían caído del tejado.
—La carta decía que debías comunicarme algo respecto a Rosalie. Algo grave. ¿Qué pasó?
—En parte sí, y en parte no.
— ¿Qué significa eso?
—Significa que te tengo buenas y malas noticias. —Manifestó con seriedad, Aun hallándose ambos en el campo de tiro podían escuchar el barullo que se daba en el comedor. — Como es costumbre, y para no matarte de un infarto te diré primero la mala; la casa de Bernard y Rosalie acaba de ser asaltada por malvivientes. En las horas transcurridas, ella estuvo en riesgo de caer en las repulsivas manos de un degenerado.
— ¡¿Qué?! ¡¿Y en dónde demonios se había metido Bernard?! ¡¿Cómo pudo dejarla sola?! ¡¿No se llamaba hombre de palabra?! ¡¿Qué clase de marido deja abandonada a su mujer?!— Vociferó enardecida, sin resistirse a su ira dio un golpe contundente al muro con la mano abierta, seguido de eso lo rastrilló con los dedos, llevándose el hielo adherido a la piedra, lo apretó en su puño.
— ¡Cálmate, Oscar! ¡Él no sabía nada! ¡No te adelantes a las cosas! ¡Yo sé que no era su culpa!
— ¡No hay excusa ni razón para perdonarlo! ¡La entregué a su cuidado, porque él me había jurado protegerla con su vida! ¡Además de darle una esposa, le di a mi hermana!
— ¡Eso lo entiendo!... —tragó saliva, en lo que su mano trataba de alizar su rostro con el ceño fruncido. Ya considerablemente calmado continuó. — Escúchame… La cuestión es que aprendí por las malas, que no siempre estaremos en todas partes. Para esa hora ambos debían encontrarse en sus respectivos empleos. Uno en la imprenta, y ella en el taller. ¿Cómo esperabas que Bernard supiera lo que ocurría? Seguro juraba que su esposa trabajaba al mismo tiempo que él…No eres la única en condenar el error, Bernard también lo está haciendo. Ni te imaginas que tanto se lo reprocha. Me pongo en el lugar de ustedes dos.
La expresión de Alain resumía lo que había sucedido en el hogar de los Chatelet, y no sólo eso, el tormento y la culpa del señor de la casa, que justo en ese momento cumplía al pie de la letra su promesa, de no apartarse del lado de su esposa. Oscar reflexionó por unos cortos instantes, y no le costó mucho entender que su situación no era más prometedora que la del periodista.
— De acuerdo. Como no estuve ahí, no tengo derecho de replicar. —Admitió, de algún modo herida en su orgullo. — Además… he pecado de cosas peores.
—Exacto. Debido a que la encuentras como una hermana también eres responsable. La labor de un hermano jamás termina. Si Diane se hubiese casado, eso no le quitaría mi sangre de sus venas.
—No deja de asombrarme de que vivieras más de lo que yo he vivido. Pensar que me siento exhausta, y a pesar de ello, me tenías que hacer ver que el esposo es otra víctima. Nadie puede con tu labia, Alain…— rio con aire cansado, llevándose una mano a la frente. — ¿Rosalie está bien? Por favor, no te detengas, cuéntame el resto.
—Por algo te dije que primero las malas noticias. Ahora viene la buena; ella se encuentra muy bien. Bernard prometió no apartarse de su lado hasta el nacimiento.
— ¿Nacimiento…? —Parpadeó sin comprender.
—Está esperando un hijo.
— ¿Un hijo? ¿Un niño…?—Preguntó, incrédula de lo escuchado. Sus ojos se cristalizaron conmovida. Por la emoción no se vio capaz de disimular el tono tembloroso de su voz. En respuesta el mancebo asintió, esbozando una sonrisa de satisfacción. La vida seguía su curso, nada la detenía. Aunque esta dicha no le pertenecía imaginó el consuelo que significaría para madame Chatelet.
"Alguien de tu sangre va a nacer… lamento tanto todo lo que sufriste, Rosalie. ¿Qué cosas te habrán pasado que no has tenido el valor de decirme? Tu madre, tus hermanas, la gente ligada a ti. ¿Con esto los pesares terminarán? No, no es el fin… Más pruebas dolorosas se avecinan, pero con un hijo podrás reponerte".
—Deberías darles pronto la enhorabuena. —Sugirió burlón, mientras estiraba su cuello, hombros, brazos y espalda sin querer un sonido fuerte y quebradizo se escuchó. A continuación, colocó ambas manos tras su cabeza bastante relajado.
—Rosalie será madre. No puedo creerlo… Luego de tanta sangre, por fin una alegría. —Expresó sosegada.
—A mí no me sorprende, se tardaron demasiado. Es lo más normal en una pareja casada. No es algo para impresionarse que de ellos vengan niños. —reclinándose en el muro, mirando el cielo con nubarrones a la espera de otra nevada, Alain no alcanzó a notar que el rostro pacífico de la rubia había desaparecido, tan sólo por un comentario inocente.
—Una pareja casada… Sí… Es lo más natural. —Murmuró afligida. Realmente muy confundida. No lamentaba haber crecido como lo hizo. Tuvo el privilegio de vivir y conocer. Simplemente el hecho de ser mujer era muy difícil. Lo había analizado el día en que lo conversó con su padre; El matrimonio era un asunto de negocios entre familias. Las mujeres eran unas muñecas maquilladas y perfumadas con un propósito simple. Hechas para la diversión de sus maridos y la subsistencia de la humanidad. ¡Qué mundo más injusto! ¿Cuántas veces las jóvenes dictaminaban su destino? Con la belleza y elegancia que caracterizaba al género la opresión era superior. Pero llegó a conocer a una joven pareja que se había casado con anuencia mutua, y si se amaban intensamente, ¿cómo no iban a procrear hijos? Amó a André, sin tomar en cuenta las reglas de la sociedad y sus consecuencias. Casándose simbólicamente en el día en que se entregaron en cuerpo. Actualmente, sopesándolo mejor, lo que realmente añoraba era una unión libre con un hombre. Sin las cargas que vendrían posteriormente al matrimonio. Con esa respuesta debiera sentirse más segura, ¿o no? Tiempo más tarde los temores regresarían, con un evento que palpaba que su vida castrense no armonizaba con el placer de sostener la mano de su marido. Lo que haría a continuación lo lamentaría enormemente.
—Alain, no vine exclusivamente para saber de Rosalie, también por algo más…
— ¿Qué cosa? ¿Quieres algo de mí? —Preguntó con ingenuidad, todavía distraído del paisaje. Sonreía de disfrutar de la compañía de Oscar.
—No quiero nada de ti, vine a prevenirte. —Anunció con gravedad. —Presta atención a lo que voy a decirte… No vuelvas a acercarte a mí.
— ¿Qué no me acerque a ti? ¿A qué te refieres? ¿Qué clase de broma es esta? ¿Por qué me estás diciendo esto? —Desconcertado de sus palabras se apartó abruptamente del muro.
— La Guardia Nacional no es un lugar adecuado para exponer una conexión o amistad entre nosotros.
— ¿Hablas de Eluchans? ¿Es ese tu miedo? ¿Por ese pobre diablo te alejarás? ¡¿Qué te hizo ahora ese bastardo?!
—Por los momentos nada… Ya está empezando a correr un rumor sembrado por él en los soldados. Nos han visto juntos siempre. Mi desmayo complicó la situación. De tantos soldados fuiste tú el que me trajo de vuelta a las barracas.
—Entonces, el rumor que te preocupa es que seas mi amante. De otro haberte traído, en un dos por tres se darían cuenta de lo que eres.
—Lo sé… Estoy aliviada de que hayas sido tú, aunque esto no continuaría eternamente. No es mi intención involucrarte en un problema de esas dimensiones.
—Un acto que es un crimen a la moral según una iglesia moribunda, en una Francia cambiante… Desde mi infancia he estado rodeado de varones. Y justo en este momento me acusan de sodomita por estar al pendiente de un sólo varón. —Añadió irónico — ¡Idiotas!
—Tener mucho contacto les dará un verdadero motivo para creer en esas mentiras. Separar nuestros caminos es lo más prudente.
— Con separar nuestros caminos te refieres a desentendernos del otro. ¿Estás dispuesta a no hablarme más nunca? —Se adelantó un paso, casi amenazadoramente. Sentía los pies más pesados en sus botas. Sus puños se apretaron con evidente frustración, por lo que Oscar dio un paso atrás insegura. — ¡¿Es eso?! — La rubia se negó a contestar, lastimando su ya muy magullado orgullo. En un gesto veloz la sujetó de los brazos dolorosamente, sus ojos llameantes de la furia y dolor. No la dejaría ir hasta obtener una respuesta. Se encontraba harto de las evasivas de Oscar. Ella era demasiado insensible y egoísta para darse cuenta de los sacrificios de otros por su persona. — ¿Eso deseas…? —Al no oírla insistió indignado, sacudiéndola. Logrando de ella un jadeo de dolor y luego él ladró. — ¡Contesta!
—Así es… lo deseo…—Por ningún concepto desistiría, aun si observar su rostro al ser rechazado la lastimaba. Y después de un tenso silencio añadió— Muchas veces por el bienestar de un ser querido se tienen que hacer sacrificios. —Instantáneamente el mancebo la soltó. Sus palabras eran incluso más nocivas que las del hombre que esparcía calumnias. Oscar no era su amante, jamás en la vida lo fue. Que compartieran un pasado no significaba que estuviesen involucrados con el otro, pero para un muchacho encariñado con Michel era todo lo contrario.
"Fersen tuvo el valor de apartarse por cuatro insoportables años, para proteger la integridad de la reina. ¿Qué me impide tomar su ejemplo?"
Desilusionado se echó en la nieve, apoyando su codo en una pierna. Pasó su mano por toda su faz, en un gesto angustioso. Le costaba aceptar no verla con la misma constancia de antes. Típico de su temperamento intenso, el aire caliente se escapaba con fuerza de sus fosas nasales, como si tratara de calmar un fuego interno. Luchando por aplacar su cólera. No en vano al igual que ella pudo constatar la aversión de cierto grupo de soldados por ambos. Sólo un grupo pequeño, y de todas maneras todavía una amenaza. De improviso, fijándose en la fila de dianas recordó a Morandé y a los jóvenes que la rodeaban. Ese día en el que la observó instruyendo a los soldados inexpertos. Sus nuevos amigos. Con ellos no estaría indefensa ni desprotegida. Ya más calmado, sonrió con tristeza, resignado. Tomando por sentado que ya no era indispensable.
"Hice mal en desconfiar de ellos… Si desconfiara ofendería a mis amigos que ya no están aquí. Tengo que darles una oportunidad a los más jóvenes de la Guardia Nacional… Mi tiempo a tu lado se agotó."
—Bien…—suspiró— No voy a detenerte, Oscar. Antes que nada, te preguntaré, ¿qué piensas hacer? ¿Qué te propones para borrar las sospechas?
Zanjando el penoso altercado de hace un instante, Oscar respondió con compostura y aplomo. Lo perdonaría. Excusaría esa reacción. Suponía el tremendo sufrimiento que lo estaría ahogando.
—Se puede resolver solicitando mi traslado a otro regimiento, o quizás a cualquier parte. Siempre y cuando permanezca dentro de París. —Ya con la intención marcharse giró sobre sus talones. —buscaré la forma de visitar a Rosalie. Me sigue preocupando su estado.
—Espera, Oscar…—Ordenó con firmeza, aun sentado en la nieve. — ¿Estás huyendo de las acusaciones de Eluchans o de mí?
— ¿Huyendo yo? —Respondió sin volverse. — ¿Qué te hace pensar eso?
—Durante esta charla te he notado extraña, incluso ayer...
—Sean las que sean mis razones, ¿Quién sabe? y no sean muy diferentes a las que te impulsan a ayudarme. —El tono imperturbable que transmitía la voz de la mujer, no concordaba con la amargura que se manifestaba en su rostro. De atreverse a girarse, el mancebo notaría con claridad sus verdaderos sentimientos. — La charla acabó. Posiblemente nos veremos en la casa de Bernard y Rosalie.
Concluida la discusión, la rubia abandonó llena de ansiedad el campo de tiro. En su retirada apresurada, de sus ojos escaparon por suerte dos lágrimas. La voluntad oprimía al corazón. La voluntad había ganado, o eso pensaba. Estaba esperanzada de que tal vez al apartarse de él se daría la posibilidad de disminuir el malestar que la agobiaba. Solo en el ambiente blanquecino, luego de la partida de la ex comandante, el sargento se sintió abrumado por este nuevo intento de ella de distanciarse. Esta vez, con una razón justificable. Lejos de estar disgustada como la última vez, la notó apenada. Aunque disfrazara su tristeza con su acostumbrada entereza. De todos modos, permanecía perplejo de lo último pronunciado por Oscar.
"¿Qué sus motivos son como lo míos? Oscar, no son iguales… ¿Es que piensas que es por amistad? ¿Camaradería? ¿Lealtad a la antigua guardia que lideró la toma de la Bastilla? más allá de esas tres el motivo es mucho más mundano y simple. Lo que me dices se encierra en cualquiera de esas tres… No me compares contigo."
Coincidiendo con el sentimiento desconsolador que los embargaba, el cielo finalmente dejó caer los copos inmaculados sobre la triste ciudad de París. Que desde sus cimientos bullía por una satisfacción a años de muerte silenciosa e infamias.
-o-
Luego de apartar a un hombre de su vida, y de enterarse de la tragedia que estuvo por acaecer en el hogar de su hermana adoptiva, necesitaba llegar a su lado inmediatamente, pues la angustia se apoderaba de ella, haciéndola sentir la bilis subiendo por su garganta. A Oscar no le fue sencillo hallar un momento libre, o de licencia para dar una visita a la esposa del periodista. Lo que la frustraba profundamente. Era probable que coincidiera con el primer hombre que deseaba evitar por todos los medios posibles, pero de hacerlo, defraudaría a la joven que aguardaba en cama su llegada. Y eso estaba fuera de discusión. Aun en contra de sus turbios pensamientos, Rosalie la necesitaba y era lo único que importaba en aquel angustioso momento. No estaría tranquila hasta ver a la joven a salvo. Tras llegar a los alrededores de la casa, no pensó en nada en absoluto más que en su principal meta, ignorando a todo aquel con el que tropezaba en el camino, y luego de encontrar la puerta, la tocó con desesperación hasta que fue abierta por el marido, que para su sorpresa no recibió el saludo de la soldado, que como vendaval subía hasta la habitación y entraba para encontrar la sonrisa de su preocupación acomodada en su lecho.
— ¡Oscar! —Exclamó la joven emocionada desde la cama, en cuanto tuvo la intención de levantarse la visitante la detuvo.
— ¡Eh! ¡Quédate quieta! ¿No se suponía que te sentías mal? ¡No te pedí que te levantaras! —Replicó mientras se adentraba en la habitación. Sentándose suavemente junto a la señora de la casa, sonrió aliviada de encontrarla reposando, de allí estiró su mano con la intención de peinar los cabellos de la muchacha con sus dedos. Se deleitaba que aun en su vida carente de lujos lo conservara sedoso. — Si ponías un pie fuera de la cama no vendría a visitarte nuevamente. No estoy segura si hice bien en venir, casi matas a Bernard de un susto.
—Te esperaba ver cruzar esa puerta. Me preparaba para lo que me dirías sobre lo que sucedió. No quería asustarlo, ni causarle problemas. Pensaba contárselo.
—Pues eso no es lo que yo veo… te extendiste mucho. Anoche ninguno de nosotros logró conciliar el sueño. —Respondió con severidad. Las palabras de Oscar abatían a la jovencita, que no se negaba a ser reprendida por ella.
— Tenía miedo de que reaccionara negativamente por nuestro hijo. Las cosas se agravaban en París; la comida, la escasez de empleos, la situación política. Él no podía estar siempre en casa, tenía que trabajar para sostenernos, y entonces con la noticia del niño la angustia de mantenerlo vivo lo torturaría. De pronto resolví que si traía más dinero a casa no habría de que preocuparse, pero… fui una tonta. —Unas lágrimas de culpa se deslizaron por sus mejillas. Abatida por el sufrimiento ocasionado a su esposo, mantenía la vista fija en sus piernas bajo el cobertor. —por dilatar las cosas estuve por sufrir una desgracia.
—Entiendo que tuvieras miedo. Estamos en una situación en la que el pueblo debería honrar cada nacimiento, y la reacción es contradictoria a lo que habitualmente se esperaría de dos padres. — Como comprendía el padecimiento que ésta experimentaba, sin contar que no la encontraba merecedora de cargar con las recientes angustias de la ex comandante, debido a que nada tenía que ver con lo anterior. Por levantar su moral decidió dejar de lado lo sucedido. Secó una de las rojas mejillas de la joven con el pulgar. — Sin embargo… esta noticia me puso muy contenta.
— ¿En serio? ¡Sabía que te daría gusto! —Ilusionada finalmente se animó a mirarla. Dócilmente permitía a su protectora prodigarla de sutiles caricias. — Ansiaba ver tu reacción, que estarías anonadada. —Emitió una risilla.
— Qué bien me conoces. Es imposible no sentir alegría de convertirme en tía… —haciendo una pequeña pausa dramática y expresando un cansancio fingido terminó la frase. — De nuevo… Ya tengo experiencia en esto. Con cinco hermanas mayores, y todas casadas, podemos formar una tropa con todos mis sobrinos. —Oyendo el crujido del suelo de madera se volvieron a la puerta, Bernard y Alain habían entrado a la habitación. — ¡Vaya! ¡No faltó nadie! podrías contarnos lo que te guardaste, por ejemplo, que en todo este tiempo habrás pensado en un nombre para el niño.
La reunión no era lo único especial e interesante, así como desconcertante para el sargento; estaba sucediendo lo que la rubia había dicho en su último encuentro, pero con la sorpresa de observarla expresando un regocijo fingido, lo cual era inaudito. Y más si lo dirigía a él, que hace apenas unos tres días le había dicho de forma insensible que sus caminos debían separarse. No era corto de entendimiento para adivinar que ésta no deseaba meter a los Chatelet en sus asuntos, sobre todo con una Rosalie delicada de salud.
"Ya lo pillo, Oscar… No te contradeciré. Tan grave está la situación que frente a ella fingirás que nada pasó… Pienso hacer igual. Bernard ha sufrido demasiado para que su propio amigo lo siga atosigando con bobadas de adolescentes."
— Había considerado, tal vez… nombrarlo François. —Dijo la joven tímidamente, a la expectativa de la reacción de la rubia.
— ¿Fran…çois? —Pestañeó varias veces incrédula de lo escuchado. En verdad muy impresionada. Por su cara se leía que jamás lo hubiese adivinado. Entonces colocando una mano a su frente, inesperadamente estalló en carcajadas, con una risa muy clara y sonora.
Rosalie temblorosa y confusa de su reacción, fijó su vista en su marido y el sargento. Verdaderamente perplejos, desorientados de lo que presenciaban. En un intento de detener la risa de su amada protectora persistió en su decisión.
—Oscar, no es gracioso. En… ¡En verdad quiero nombrarlo François!
— ¡Claro que lo es! —Refutó jocosamente, mientras se enjugaba una lágrima, para en seguida posar su mano en uno de los hombros de la muchacha. La indujo a girarse en dirección a Bernard. —Pero, Rosalie… debes entender que no soy el padre de tu hijo… Muchas veces a los hijos se les nombra como los padres, o una referencia a ellos. Mi padre en señal de tierno afecto, y del orgullo que le embargó tenerme, me dio por segundo nombre François. Ignoro qué otra cosa lo incitó a elegirlo. Lo que trato de decirte es que al presentarme no es de extrañar que a mi mente no venga su imagen.
—No… no sabes que me empujó a tomarlo. —Replicó la joven en un susurro.
Las dos charlaban amenamente. Era innegable la sensación de bienestar que Oscar transmitía. Escenario que deprimía profundamente al periodista. Su rostro se ensombreció por un sentimiento de una agonía incontenible. No podía evitar abrigar celos por su amiga. Detallar lo rápido que se había repuesto su esposa por esta visita, que, al principio bien recibida, después la consideró en cierta manera desagradable. Por no importunar se retiró al pasillo. Alain por supuesto, no tardó en percatarse de su actitud.
— Oscar, no lo hago por menospreciar a Bernard. —Insistió una vez más la joven. Con paciencia explicaría sus motivos. —Me gustó mucho su significado. Quería hacerlo en memoria del nombre que te viste obligada a abandonar. Elegí tu segundo nombre por esa razón. Que la persona que me rescató, la primera a la que amé, acompañe el apellido del hombre al que más amo. Las dos personas que más amo en el mundo. —Con una mano en su vientre, lugar donde dormía el próximo Chatelet, Rosalie revelaba lo que la motivaba en la vida.
Complacida de su respuesta Oscar preguntó por última vez.
—François significa "francés"… ¿Es eso lo que te gustó? —ésta asintió plena. —Si es así, tienes un motivo muy sólido.
Desde el pasillo Bernard las oyó, más que ella era él quien dudó de su contraparte. Sobrecogido se llevó una mano al puente de su nariz, reteniendo las lágrimas. Tras suyo Alain con una sonrisa serena, se acercó para dar suaves palmadas a la espalda de su amigo.
"Otro ciudadano francés… ¡François Chatelet!"
Debido a que el malentendido estaba aclarado, la rubia comentó con tono pícaro.
—Bueno, ya es hora de llamar al alma en pena de tu esposo. Es evidente que tu decisión fue una estocada a su ego. A este paso empapará el uniforme de Alain, y no me gustaría que amonesten al sargento por intervenir en una disputa conyugal. No le queda ser paño de lágrimas.
Rosalie intranquila arqueó una ceja, por ver si las afirmaciones de la ex comandante eran ciertas llamó a su esposo.
— ¡Bernard! ¡¿Acaso te lastimé?! ¡Si te he ofendido, por favor, perdóname! ¡No llores! —Gritó en dirección a la puerta, que nada más se distinguía la espalda de Alain.
— ¿Qué? ¡¿Llorando, yo?! ¡Bah! ¡Tonterías! —Se escuchó donde se ubicaría el pasillo. No sabían que al otro lado del sargento, el esposo secaba sus lágrimas con determinación antes de entrar a escena. Habría muerto de vergüenza si las dos mujeres lo atraparan lloriqueando.
—No pienses mal, Bernard, ella no lo hizo con la intención de darme la paternidad del bebé. El nombre posee un significado poderoso. —Explicó Oscar, apartándose sutilmente de la compañía de la señora de la casa. Dejando a Bernard el lugar que por derecho le correspondía junto a su mujer.
—Un ciudadano francés… Las oí… es un excelente nombre. François Chatelet. — Encantado tomó las suaves manos de su esposa. Sentándose a su lado la abrazó.
—Nuestro François…—Musitó Rosalie, y suspiró llena de paz, con una mano reposando en el pecho del periodista. Bernard por último de forma inesperada, levantó la cabeza de la joven. Demasiado ansioso por besarla. Excesivamente dichoso para ahora guardarse una caricia, presionaba sus labios contra los pequeños de su esposa. Con amigos presentes, ¿para qué sentir vergüenza?
Oscar apartada del lecho, al mismo tiempo guardando una curiosa distancia del sargento. Un modo de proceder que no pasó desapercibido para él, confirmando sus deducciones de que la actitud anterior no era más que un engaño. Por razones incuestionables ésta se mostraba especialmente fría. Al parecer su resolución de alejarse no eran palabras al aire. La mujer en su distancia temía corresponder a la mirada del mancebo. ¿Qué tiene que ver lo que ambos miraban con su actitud? una pareja de enamorados expresando su amor. ¡Era sencilla la respuesta para Oscar! El amor inspira al amor, por lo que es imposible no mirar al que se ama… Entonces, como se le antojaba inaguantable la presencia del sargento, prefirió marcharse en silencio. Intentando no interrumpir a la pareja. Mientras bajaba las escaleras lo advirtió seguirla por momentos, incluso pensó que la detendría, para sonsacarle algo, no obstante, se equivocó. Solamente se limitó a vigilarla en su salida de la vivienda.
En su camino de regreso al cuartel, estudiando lo ocurrido con la pareja Chatelet, se fijó en las fachadas de las viviendas de los parisinos. El pueblo que la reclamaba; las paredes y muros de piedra, los cristales de las ventanas congelados, los pórticos y escalones ruinosos, con indigentes sentados a una orilla de estos. Inclinados hacia adelante en un intento de reunir el calor. Lo encontró tan lamentable, que se decidió a mirar hacia el infinito. Todavía en la lejanía, se delineaba la sombría silueta de la antiquísima catedral de Notre Dame.
"No añoro una vida como esa… además no puedo decir que no sea vida. Rosalie fue bendecida. No todas las mujeres corren con esta suerte tan dulce. Ni siquiera una reina. Estar en los brazos del que se ama, besándose tiernamente. ¿Cómo calificar los distintos tipos de vida que existen? Miraba a las damas, y no avivaban en mí el interés de una vida doméstica. Esa es la palabra… "doméstica" … en esta época la vida de una mujer está estrechamente ligada a esa palabra. Pura política. Por otra parte, los veo, y puedo apreciar que han logrado formar su propio paraíso. ¿Qué importa lo que diga? A fin de cuentas, el propósito de mi existencia es diferente al de ellas. Ya se lo he dicho a mi padre. Si es mi deseo unirme al cambio político de este país, este estilo de vida pacifica no me servirá. ¡Te doy las gracias por mostrarme el mundo más allá de un muro!"
-o-
Marzo de 1790, terminado el invierno, y dando paso a la primavera, de forma inesperada nueva mercancía llegaba a la ciudad. Cualquier tipo de carreta era inspeccionada arduamente, sea arriba o abajo, aun si se trataba de un carruaje de aspecto vulgar y maltrecho. Tampoco pasaba inadvertido algún jinete que ingresará solo, sin compañía. La vigilancia en la ciudad se había duplicado. Nadie debía salir sin antes rendir cuentas, por lo que ningún noble era capaz de evadir a los guardias que custodiaban todas las salidas. El hecho de regresar para un emigrado, se le consideraba, en palabras claras, como un grandísimo acto de suicidio. Asimismo, lo hizo la más grande e indiscutible amiga de María Antonieta. Entre todas las cortesanas la más noble y fiel… la desafortunada princesa de Lamballe. Habría vuelto del extranjero haciendo caso omiso a las advertencias y ruegos de la reina. Con la misión de restituir de algún modo la corte dentro del palacio de la Tullerias.
—Hmmm… ¡Todo normal! Nada fuera de lo ordinario. Pase, ciudadano. —Indicó un oficial de la Guardia Nacional, que hacía de custodio de uno de los portones que daban entrada a París. Le dio el visto bueno al andrajoso conductor de una carreta que transportaba un cargamento de vino.
La carreta avanzó, traspasando al grupo de vigilantes. El conductor, mostrándose receloso con cualquiera que se acercara a la mercancía aguzaba sus sentidos, para proteger el líquido que le proveía de sustento, cuyo sabor era ya un recuerdo muy distante para los cadavéricos ciudadanos. En su transcurso por la ciudad las gentes volteaban curiosas hacia el carro, desde luego observadas muy de cerca por oficiales de la Guardia Nacional. Empleados supuestamente para impedir que se produjera un intento de saqueo. Por lo tanto, nada más podían permitirse observar jadeantes los barriles de suculento contenido.
Advirtiendo las miradas constantes en el carro que se marchaba, los soldados se propusieron dispersar a los presentes.
— ¡Largo de aquí! ¿Qué es lo que miran? ¡El que ose saquear será arrestado! ¡Están advertidos!—Amenazó. Intimidados los indigentes continuaron circulando. Aunque no era igual para un niño, que al contrario de los otros se había ido tras la carreta, tentado por la sed. La carreta avanzó entre desniveles y hoyos del empedrado. Provocando que el vehículo hiciera continuos brincos y tumbos, y así la gente se apartaba de su camino. A pesar de su lentitud seguía siendo peligroso mantenerse cerca, mientras los caballos que tiraban con todas sus fuerzas sacaban las mugrosas ruedas de una zanja. Por cosa de suerte u oportunidad la carreta se había detenido por unos instantes, permitiéndole al pequeño bribón subir sin el riesgo de ser golpeado o pisado. Contento de haber cumplido su meta buscó la fisura por donde creyó goteaba el vino barato. Siendo un vino de baja calidad, a su perspectiva lo consideraba un elixir, de que pocos conciudadanos podían darse el gusto de beber siquiera un vaso. Hallando la fisura en la base del barril comenzó a lamerla con fruición y avidez. Distraído por la sed no cayó en cuenta de que la carreta se acercaba a su destino. Poco a poco iba parando hasta estar en la puerta de entrada de una posada, solamente se separó del barril al escuchar las voces de los trabajadores del local. Cauteloso emergió de entre la mercancía, y deslizándose a un costado de la carreta, se ocultó detrás de una de sus ruedas, justo en el momento en que los trabajadores trasladaban los barriles a la bodega del local. Él detallándose se notó entintado de vino. Ciegamente entusiasmado lamió gustoso sus antebrazos, de esta manera, sin sospecharse observado siguió acicalándose, hasta que una mano apareció para sacarlo de su escondite a la fuerza. Arrastrándolo de una pierna. Al verse descubierto, y fuera del resguardo del carro un hombre robusto lo alzó en el aire.
— ¡Muchachos, encontré un parásito! — Exclamó al sujetar dolorosamente los brazos del jovencito. Aquellas manos apretaban la carne de los delgados y pequeños brazos como si tuviesen la fuerza suficiente para romperlos, por lo que el pobre rehén de las poderosas garras dio un quejido lastimero. En conocimiento de que comenzaría a sollozar de dolor, deseaba desesperadamente ser soltado, o el inconsciente y absurdo terror de perder los brazos por el agarre acabaría con su cordura.
— ¡Suélteme! ¡Me duele! —Gimió el pequeño, presa del miedo mientras que con ojos llorosos se fijaba en la desalmada expresión de su captor. — ¡Me lástima! ¡Por favor!
—Ni pienses que te soltaré. En tiempos de igualdad todos deben ser juzgados de la misma forma. ¡Aun tratándose de un miserable rapaz como tú! —Dijo jactancioso. Sacudiéndolo en el aire. Con el objeto de incrementar su pavor. — ¡Mi obligación es castigar a los infractores por el precio que sea! ¡Debería echarte junto con tus padres a una mazmorra fétida! ¡Y vetarte para siempre la luz del sol!
— ¡No! ¡Por favor! ¡No lo haga! ¡Estaba sediento! ¡No hacía nada! —Agotado de las suplicas del niño, lo arrojó a los brazos de uno de sus compañeros.
— ¡Basta de gimoteos! ¡Gaspard, vigílalo! ¡Más tarde veremos qué hacer con esta sabandija!—Haciendo caso a sus órdenes éste sujetó al niño de las muñecas. Fue entonces que un anciano, el dueño del local, acompañado por su hijo se aproximó al cabecilla. Cohibido de lo presenciado.
—Le doy mis más sinceras gracias, ciudadano Eluchans. Con lo costoso que es abastecer mi negocio. —Dijo inseguro el comerciante.
—No hace falta que me agradezca; como pago a los defensores del orden por atrapar a esta sabandija, debería ser suficiente unas cuantas monedas a cada uno. —Manifestó, esbozando una sonrisa pretenciosa. En lo que hablaba paseaba la vista por la fachada del local, además del cargamento que era retirado de la carreta por tres empleados.
— ¡¿Pagar a cada uno?! ¡¿No estará hablando en serio?! ¡Su trabajo es patrullar las calles, y suprimir trifulcas! ¡Mantener a raya los saqueos! ¡¿No le basta con su sueldo?!
— ¡Oh, Disculpe! Olvidaba que tenía que ser flexible con el pago. —Respondió con falsa modestia. —Si no puede pagarnos a cada uno quizás pueda con…—permaneció pensativo por unos instantes, hasta que luego de un breve silencio continuó. — ¿Qué le parece con un barril de su mercancía? Después de todo a mis amigos y a mí no nos molesta repartirnos la ganancia.
— ¡¿Mi mercancía?! ¡¿No acaba de oírme cuando le dije que abastecerme es una tarea titánica, y más en estos tiempos?!
—Hmmm… comprendo. —Asintiendo repetidas veces fingía que lo escuchaba. Más que darle la razón al anciano se mofaba de su angustia.
— ¡Además, lo que hizo ese niño es nada a lo que usted me pide! —Apuntó al pequeño, que seguía emitiendo hipidos. Temeroso de su futuro castigo. — ¡La justicia me es más costosa que el pillaje!
— ¿En serio es más costosa la justicia? —Inquirió Raphael con sarcasmo. —Se arrepentirá de esa respuesta. Le demostraré que el pillaje y la baja moral son más costosas que el orden que impone la justicia. —Girándose a la fila de soldados, que se mantenían apoyados en la pared, cargando en un hombro una bayoneta. Pues con tan sólo agitar una mano repentinamente los soldados cambiaron de posición, separándose del muro, e inmediatamente apuntando con sus armas al grupo de barriles apiñados en el carro. Espantados los trabajadores quedaron estáticos cuando se vieron amenazados por los guardias armados.
— ¡¿Qué cree que hace?! ¡¿Se han vuelto locos?! —Gritó histérico, llevándose las manos a la cabeza en gesto de alarma. No podía dejar que estos soldados destruyeran el cargamento a pleno antojo.
—Con esto si va a parecerle un precio realmente minúsculo, al lado de reponer todos esos barriles. Luego de estos iremos por los que almacenó en la bodega. Ansió verlo de rodillas, recogiendo el vino derramado por este suelo putrefacto. —Declaró, y divertido por la expresión de pánico del comerciante no se resistió a reírse a carcajadas.
— ¡Le ruego que no lo haga! ¡Dígales que se detengan! —Asustado intentó bajar el brazo del oficial, pero éste de manera brutal lo empujó a los brazos de su hijo. — ¡Acepto! ¡Le pagaré lo que me pide! ¡A cambio ordéneles bajar las armas!
Complacido de que el hombre se humillara a sus designios bajó su brazo.
—Muchachos, bajen las armas. Nos iremos con nuestra respectiva paga y un barril entero…—Se expresó prepotente, con brazos en jarra. — de un buen vino añejo.
— ¡¿Paga y un barril?! —Protestó una vez más el tabernero.
—Qué iluso. ¿Pensaba que mi oferta se mantendría luego de tal impertinencia de su parte? Agradezca que no lo arruinaremos.
—Bueno…Paga y… y un barril. —Contestó resignado, pues encontrándose sin opciones se retiró, seguido de su hijo al interior de la posada en busca de la paga que habían acordado.
Entusiasmados los soldados vitorearon a su cabecilla. Responsable del beneficio que ahora disfrutarían. En lo que se daban las palmadas y adulaciones, Gaspard, el asignado de tener apresado al pequeño, aflojó el agarre que ejercía sobre él, de este modo aprovechándose de la distracción, el niño dio un certero y potente puñetazo a la entrepierna de su captor.
—¡Ahhh! Ma-… ¡Maldito seas, niño! ¡Me las vas a pagar!—Gritó furibundo, mientras que inclinado y temblando de dolor, protegía sus partes nobles. Por lo que agonizante no pudo atrapar al chiquillo, que habiendo escapado no sabía a donde lo conducirían sus pies. Lo único que pasaba por su cabeza era alejarse cuanto le fuera posible de sus perseguidores.
Por esos instantes un hombre en su caballo merodeaba, buscando a los miembros faltantes del regimiento al que pertenecía. Enviado por un superior solamente tenía pista de ellos por lo preguntado a cada persona que pasaba a su lado. Gente que casi siempre se expresaba con claro disgusto, algún tipo de abuso habían cometido para que las personas que abordaba reaccionaran con cólera. Más seguro de la dirección en la que estarían apresuró a su montura. Pasados los minutos de rápido trayecto vio que en dirección contraria se avecinaban tres de los soldados que faltaban del regimiento, parecían perseguir algo, pero por el movimiento de personas no podía distinguir qué, hasta que los oyó gritar.
— ¡Ven acá! ¡Te destriparé, maldito rapaz! ¡Pagarás por lo que le hiciste a Gaspard! ¡De ti no quedará ni el pellejo!—Amenazó Nicolás, mientras corría embistiendo a todo el que se interponía en su camino.
— ¡En cuanto lo atrapemos no podrá ni afincar un pie en el piso! ¡Sus padres no lo reconocerán! ¡No sabrán si es bestia o basura!—Concordó el segundo. El tercero por otra parte se encontraba demasiado cansado para correr a la misma velocidad que sus compañeros, así que paró en seco, intentando recobrar el aliento.
"¿Niño…?"
Pensó, frunciendo el entrecejo extrañado. De inmediato consiguió ver a la presa que este trio de lobos perseguía; un niño que no sobrepasaría los diez años de edad. Cual liebre corría y esquivaba enérgicamente a los transeúntes. Una energía más que todo inspirada por el terror de ser masacrado a golpes. Preocupado por el desenlace de esta persecución desmontó. Parándose con los brazos en jarra en donde se suponía pasaría el chico. Como lo imaginó, y por el paso de un hombre que guiaba a un burro con un costal en su grupa, no logró ver al sargento, que sin muchas molestias acabó por atraparlo desprevenido.
— ¡Te tengo! —Rio entre dientes, confundiéndose por la masa de gente arrastró al infante consigo a otra calle, de la cual se podía apreciar las puertas de una pequeña cerrajería. — ¿Tanto alboroto por coger a un crío? ¿Y a esto le llaman difícil? — Continuó hablando socarrón, mientras el pequeño se revolvía en sus manos. En contraste con Eluchans y sus amigos, guardaba cuidado de sostenerlo de una manera que no le resultara embarazosa ni dolorosa. Pero sin embargo bonachón, y subestimando la determinación del niño por huir, ni tomó en cuenta que las piernitas que colgaban estaban a una altura equivalente a su entrepierna. Dos en un día. Alain se había convertido sin premeditarlo, en la segunda víctima del jovencito al ser alcanzado por un pie, tratando de soportar la exhalación de aire debido al dolor en sus partes íntimas, sorprendentemente se resistió a soltarlo. El sargento estaba realmente furioso, apretando el agarre para que el mocoso no huyera, mientras la otra mano trataba de soportar la terrible pulsación de dolor entre sus piernas. Cuando dejara de ver estrellas y nubarrones de ira, pediría una explicación.
"Primero una mujer aplasta mi orgullo… ¡¿y ahora este mocoso?! ¡Maldita sea mi suerte!"
—T-…Te metiste con el tipo equivocado... —Masculló con dificultad, en lo que esperaba a que el dolor se disipara un poco. Entonces frenético lo acercó a él, y lo que se creía una reprimenda, sonaba más al rugido gutural de una bestia lastimada. — ¡Mocoso de los mil demonios! ¡Renacuajo desagradecido! ¡¿Así me pagas por haberte salvado el pellejo?!
— ¡Mientes! ¡No ibas a salvarme! ¡Pensabas entregarme a tus amigos! —Alegó reacio el niño, a la vez que luchaba por separarse de la mano que lo sujetaba de la muñeca. — ¡Que me sueltes, mono estúpido!
— ¡¿Mono?! — Protestó indignado. Intrigado de su actitud se agachó a su altura, y girándolo lo obligó a mirarlo. — Responde, ¿Por qué te perseguían esos hombres? Si yo no te agarraba a tiempo, ciertamente ellos te harían extrañar los golpes livianos de tus padres.
—Me perseguían porque… —Jadeó exhausto, secándose la gota de sudor que bajaba de la quijada a su cuello. — He visto como chantajeaban al dueño de una posada.
— ¡¿Cómo dices…?! —Preguntó estupefacto. En seguida poniéndose de pie se asomó para comprobar si sus perseguidores seguían rondando. Presumiendo que habían avanzado de largo retornó a la entrada de la cerrajería. El chiquillo muerto de los nervios estaba tentado de arrojarse a un alcantarillado a sus pies. No le habría costado terminar de arrancar los barrotes enmohecidos por la humedad y el olvido. —Llévame con el posadero…—el chiquillo se estremeció ante su petición. Debido a su aparente oposición esta vez optó por proponérselo en un tono más más gentil y familiar. — No temas, conmigo nadie te hará nada. Cuando hable con él te acompañaré a tu casa. Nos iremos en mi caballo.
Ya con la seguridad de que el sargento lo protegería ante cualquiera que osara dañarlo, asintió afirmativo, y como las dudas se hallaban esclarecidas, ambos subieron a la cabalgadura, con el propósito de dar con la víctima.
-o-
Temprano en la mañana, en las barracas del cuartel, recostado en su catre con los brazos tras su cabeza, Raphael despertaba confiado y campante de su posición en el regimiento. Reparaba en sus compañeros que se alistaban para otro día de "servicio". A partir de su ingreso a la Guardia Nacional, su vida había dado un giro ventajoso. Para él todo tenía su precio, inclusive el orden. Habiendo crecido como el hijo de una campesina viuda de Borgoña, asfixiada por las deudas, además del impuesto a la corona, y sin verse capaz de cargar a cuestas con un hijo, se lo entregó a su hermano, un farolero en la capital. Pero no tan desgraciado como la hermana que vivía en el interior de Francia. Transcurridos los años y aprovechando su astucia abandonó a su tío. Marchándose a vivir como mozo de cuadra de un aristócrata déspota, que en la actualidad al igual que los de su clase echó a correr del país, antes de que la Revolución le rebanara el cogote. Con giro rotundo en su estilo de vida, quería decir, que no sufría las carencias tan brutalmente como otros soldados. Claro, si sabía cómo sacarle ganancia a la imagen de autoridad. De algún modo la anarquía era beneficiosa.
Entretenido con los movimientos de sus amigos y la rutina, ya que éstos se acicalaban en lo que cabía la posibilidad. Ni entendió por qué su mente comenzó a divagar respecto al atractivo de hombres y mujeres. Conducta que se le atribuiría a un artista, cosa que lo exhortó a pensar en el mozuelo rubio que los había abandonado, para ser empleado en la vigilancia de uno de los portones que daban salida a la ciudad. Ese repentino traslado le inspiraba una enorme ansiedad, como si algo en verdad sustancial faltara. Y por supuesto, eso se reflejaba también en otros compañeros. Pero no pudo seguir reflexionando, porque de forma súbita, la puerta se abrió de par en par. Por reflejo, y desencajado del estrepitoso sonido se reincorporó, a diferencia de sus amigos que estaban casi por terminar, a penas y traía puestas unas calzas.
Un hombre acompañado de tres soldados armados, había irrumpido en la habitación. Con rostro inflexible repasó a los soldados que aún no acababan de vestirse.
— ¡Coronel Gabinet! ¡Discúlpenos, señor! ¡Ya pronto nos incorporaremos! —Se apresuró Nicolás, haciendo un gesto de saludo en respeto al presente.
—No es por eso que vine…—Replicó indiferente, mientras retorcía ansiosamente sus guantes. —Ya quisieran unos soldados tan mediocres que me presentara aquí por un motivo estúpido.
—A-… ¿A qué se refiere, señor?
—Como mensajero he venido para notificarles, de que han sido acusados de robo y extorsión. Involucrando a nuestra nueva Guardia Nacional. Les sugeriría que nos acompañasen sin poner resistencia para los juicios correspondientes. —Con estas palabras, bien podría sonar como un acto de cortesía o petición, pero el tono estaba muy alejado de esa intención. Atónitos de la noticia quedaron petrificados, no precisamente porque fuesen sucias calumnias o difamaciones. Cómplices de un crimen se dirigieron entre sí una mirada que confirmaba lo dicho. Aunque el más desconcertado era Eluchans, que hace unos instantes juraba a que todo iba a buen puerto.
Como no estaban en posición de negarse, además que de hacerlo daría mayor credibilidad a la acusación se apresuraron a vestirse, para inmediatamente seguir al coronel al lugar donde comparecerían. En su marcha, a sus espaldas eran vigilados por sus tres colegas armados, algo que provocaba una enorme molestia en Raphael, quien mantenía el ceño fruncido. Alegaría que su expresión de repudio provenía simplemente de indignación. Cuando ingresaron al salón en el que se daría la audiencia, pudo notar que se hallaba presente, nada más y nada menos que el sargento de Soissons. Fue allí que la lógica rozó su cabeza. En el día en que cometían ese perjurio del cual los acusaban, al rato creyó percibir como alguien los vigilaba, aunque no podía apuntar de quien se trataba, sino hasta que pudo ver al posadero que extorsionaron, una hora después intercambiando palabras con Alain. Habiendo pasado muchos días de aquello, suponía que éste no haría nada por quizás gozar de su poder al igual que ellos, de saciar sus apetencias utilizando a los que sobrellevaban de mejor manera la miseria. Otro motivo para sentir odio. Sintiéndose contra la pared no pudo hacer otra cosa que observar como él y sus amigos eran desenmascarados. Entonces en un impulso de desahogar su rabia, clavó sus ojos en el único responsable. Entre las víctimas que intervenían en este interrogatorio, el sargento también lo hacía, sirviendo de testigo, exponiendo más detalles. Explicó, que demoraba en denunciarlos por reunir las suficientes pruebas, e igualmente encontrar a las víctimas de otros actos de chantaje.
Nicolás esperaba un comentario astuto y mordaz de su amigo, reacción que nunca llegó. Luego desesperado se pronunció en defensa de todos. Contrariamente a lo que deseaba sus respuestas no ayudaron a cambiar la opinión de sus superiores y los presentes. Resultó en vano.
Las víctimas iracundas exigieron un castigo lo suficientemente severo, para escarmentar a los soldados insubordinados. Otros vociferaban de arreglar el asunto con muerte. Alain intercedió. Menguando la sed de venganza. Alegó, de que las penurias que les causaron fuesen devueltas de igual forma. No se mostraba a favor de una condena tan desproporcionada. Resolvieron con sancionarlos, suspenderlos de sueldo por un lapso de seis meses. Laborar sin recibir nada. Preocupante, puesto que en esos seis meses estarían al vilo del alimento servido en el cuartel, que por supuesto era absurdo. Terminado el juicio permitieron a los presentes retirarse. Sin falta las víctimas se acercaron a agradecer a su defensor. Raphael caminó con pesadez a la puerta, apretando sus dientes, miró con profundo desdén al sargento, que era rodeado animosamente.
"Esperaba que me dieras un motivo para liquidarte. Qué pena para ti… Como tu amante huyó, nadie te avisará de lo que te pasará próximamente".
Pensó, hasta que Nicolás angustiado de una solución le habló por lo bajo.
—Sin sueldo por seis meses… ¿Qué vamos hacer? ¿Pretenden que sobrevivamos con lo que nos den en el comedor? —Gimoteó, mientras agitaba sus manos semicerradas en un gesto de indignación. El grandulón por callar sus quejas lo tomó de la nuca, acercando la oreja de su amigo a su boca. En un volumen todavía más bajo respondió a su dilema.
—Nos pagarán nuestro sueldo de un modo u otro, ya verás… Sólo tengo que pensar. Hmmm…—Fijándose en los mismos soldados armados que los escoltaron al juicio ideó una solución, que para el que orquestó su desgracia sería despreciable. — Reúne a los muchachos esta noche, se me ocurrió un plan. Sé de una gente que nos pagará nuestro sueldo multiplicado por diez.
Nicolás totalmente aliviado asintió repetidas veces, pues tal y como acordaron, se reencontraron en un burdel, con la anuencia de la dueña, tentada de los ofrecimientos monetarios de Raphael. Al principio el cabecilla demoró en aparecer, pero cuando lo hizo no se presentó solo, apareció en compañía de un hombre de apariencia dudosa. Ostentaba un rostro siniestro. Perverso se exhibió como el futuro yerno de un influyente comerciante, de quien poco a poco iba conquistando a su única hija, por medio de artimañas y mentiras. A Nicolás no le pareció trascendental hablar de la vida privada del hombre, a lo que el estafador contestó; que sí tiene que ver… ya que en esos momentos se encontraba en negocios fructuosos. Apuntó a que esos negocios se trataban de vender armas a las bandas que regían, y arrasaban con los pueblos campesinos. Circunstancia nacida de la anarquía que se daba en el país, sin una verdadera figura de autoridad, ni un gobierno definitivo. A su vez estos clientes pagaban con alimentos y objetos de valor, que a la larga vendía. Gracias a esto, su futuro suegro lo creía un hombre digno de la mano de su hija.
Para demostrar sus gentilezas a sus nuevos amigos, les extendió una caja de tabaco. Raphael después de coger de la caja que le acercaba su socio, explicó maliciosamente a sus compañeros su plan:
—Robaremos una buena cantidad de armas, municiones y pólvora del cuartel. Todas las que podamos traer en la carreta. Con esto nos libraremos de un sólo tiro de dos problemas… —Dio una calada a su habano, luego exhaló el humo con placer. —primero, de no quedarnos con las manos vacías… segundo…—sonrió— del sargento de Soissons.
Continuará…
Aviso y curiosidades del fanfic.
¡Ahora la parte que más me gusta! -pausa dramática- ¡Hablar como lora!
Bien, vamos a algo más feliz; la habitual información "Inútil" de su servidora. ¿Recuerdan que la comandante mencionó a una tal Cenis? ¿Qué Oscar no es Cenis para ser un hombre por completo? Esta es la historia de la doncella Cenis, que fue convertida en el gran héroe Céneo:
Cenis era una adolescente que tuvo la desgracia de atraer la atención del dios Poseidón, y enamorado de la increíble belleza de Cenis, acabó por secuestrarla, para entonces forzarla a entregarse a él. Más tarde terminado el acto de violación, como resultado del espantoso crimen, la joven lloró de forma inconsolable, por verse humillada y destruida por el dios del mar. El dios sumido en gran remordimiento, pensó en que lo mínimo que debía hacer por compensar el daño, era conceder a la doncella Cenis lo que quisiera, lo que fuera. Ella aprovechando semejante oportunidad le pidió que la convirtiese en el mejor y más fuerte de los hombres. Sólo de esta manera nunca jamás sería presa ni sometida por nadie. Poseidón vaciló por un momento, pero como había prometido cumplir su palabra aceptó, y así Cenis se convirtió en Céneo.
Como dijo Cenis en su nueva vida como hombre, empezó a crear fama entre los guerreros, participando en asombrosas batallas y viajes. Bastantes, por ejemplo, de que fue uno de los argonautas que acompañaron a Jason.
Siempre hago referencias a la mitología griega, y como Ikeda lo hacía me tomé la libertad de abusar, para taladrar en el alma de nuestra travesti favorita. (Espero me disculpen, inspiran mucho los cuentos)
Ahora explicaré la causa de que a Oscar le duela tanto ser igual a Artemisa. Existen muchas versiones, incluso unas que distan demasiado de otras, pero esta es una de tantas (Estos cuentos griegos se parecen a los universos y posibilidades interminables en los comics, por ejemplo, en una historia Wonder Woman puede emparejarse con Superman y en otro universo Batman).
Normalmente las guerreras, doncellas y sacerdotisas dedican sus vidas a adorar a Artemisa. Diosa cazadora, diosa lunar y sobre todo virginal, lo que siempre acaban cumpliendo hasta la muerte, aun viéndose perseguidas o admiradas por un varón. Bueno, la cosa no es igual para Artemisa, que como sus seguidoras se mantenía virgen y soltera. No era sencillo evadir las propuestas de matrimonio que le llovían de otros dioses debido a su hermosura y personalidad distante. (¿A que les suena?) Pero ella siendo soltera y virgen nunca estaba sola, en sus actividades y pasatiempos la acompañaba un hombre, un talentoso y diestro cazador, Orión. Compañeros de cacería y amigos, por lo cual, Artemisa poco a poco cayó enamorada de él… (Artemisa era un amor platónico para Orión, y en otras historias son enemigos. ¡Vaya locura!) Y pues como toda tragedia griega la historia de ambos no es miel sobre hojuelas, ya que Apolo, (Hermano de la diosa) celoso de Orión, adelantándose a la posibilidad de que estos pudiesen estar juntos, urdió un plan para que Artemisa lo matara con una de sus flechas por accidente, mientras éste escapaba de un escorpión gigantesco, nadando a la isla de Delos. Allí se demuestra que Oscar no es muy diferente a la desdichada diosa.
¡Tarararán…! ¡Los créditos! En mi tiempo desaparecida, por problemas con mi ordenador. Aislada y sin internet me tocó fastidiar a cada rato a una sola persona por el desarrollo del argumento. Usualmente tres personitas me ayudan. Dos de ellas en otros países, por lo que la que me estaba más próxima era Foxy. Wow, es simplemente maravillosa, se convirtió en mi salvavidas en este periodo complicado que estoy atravesando. El avance es progresivo, que por supuesto, la vergüenza de atreverme a escribir un fic me bloquea la capacidad de narrar correctamente una escena, evitando que fluya aun si vienen buenas ideas. ¡Gracias a Foxy por corregirme, además de servir de conejillo de indias! Wuajajajaja.
¡Vienen los créditos a mi vecina del país del pimiento! Oigan, ¿No me van a decir que Chile no es un pimiento? Y como pimiento ayudó a darle sustancia y sabor a mi guiso. (Todavía insípido)-insertar risas- Saludos a Only D, que me esperó como la mujer del muelle de San Blas (Canción de Maná). Esperando con su escobita reglamentaria, lista y preparada para barrer mis desastres y miserias. –Más risas. - ¡Arigato, Only D!
Lo cierto es que los spoilers no me asustan. ¿A ustedes les asusta? a mí no. Ni estoy segura cuándo diablos regresaré, por lo que me importa un pepino revelar el título del siguiente capítulo, que se llamará "El Incendio en el Cuartel". ¡Qué título tan obvio…! ¡Un abrazo! Esperemos que la marea acerque mi concha nuevamente a tierra. Que se resuelvan pronto mis problemas. (T-T)
