Capítulo 10

El incendio en el Cuartel

Sentado en una mesa, visitando después de mucho tiempo la taberna de los Romain, Alain reflexionaba de algo que había ocurrido recientemente a su persona; una promoción. Encantado de la honra incuestionable del sargento, el mismísimo general Lafayette le había hecho la propuesta de hacerlo teniente. Rio entre dientes, exento de ambiciones personales por causa de aquella ley de un monopolio de puestos de alto rango, para hijos de familias de la nobleza más notable. Pasados los años y los meses su perspectiva respecto a donde llevaría su vida había cambiado drásticamente. Esta situación formaba parte de la lista interminable de ultrajes y vejaciones de la aristocracia. Como producto de esto el pueblo, gracias a la naciente emancipación, sin ningún pudor o temor que los frenara exteriorizaba sus sentimientos. El local asombrosamente se encontraba muy concurrido, por lo que pudo notar la gente no se privaría del placer de reunirse con sus conciudadanos. El año de 1790, era el primer año de la Revolución, como cualquier transición o metamorfosis comenzaría lenta y progresivamente, aunque los ciudadanos se exasperaran, y mostraran sus críticas a sus dirigentes. Un evento que nunca se hubiese visto en otro país; contar con la libertad de acercarse a sus representantes, participar indirectamente en la Asamblea Nacional. Esos golpes que demandaban, tan rotundos y frustrantes para el bando monárquico con algo de paciencia se dejarían ver.

Todas las mesas eran ocupadas por estos hombres de clase trabajadora, las cabezas de sus hogares. Nomás estaban presentes unas seis mujeres, dos de ellas ancianas. Entre las féminas, una joven se hallaba sentada en las piernas de su novio, mientras que juguetona y riendo escandalosamente lo rodeaba con sus brazos. Esta escena divertía muchísimo a los compañeros de bebida de su pareja. La estridente risa de la impresentable atrajo la atención de un hombre de cabellos oscuros, enmarañados y grasientos, que se asomaban por una pañoleta. Vestía un abrigo que había sido remendado en uno de los codos. Entonces enérgico, y usando su propia silla de escalón, se subió a la mesa, y a viva voz, alzando su vaso llamó la atención de sus cofrades.

— ¡Mis hermanos, escuchen! ¡Por no quedarnos callados, brindemos por nuestras pasadas y futuras victorias! —Con el ceño fruncido, y apoyando la barbilla en la palma de su mano, Alain reparó interesado en el alborotador. — ¡El rey y madame déficit están cayendo bajo el yugo del pueblo! ¡Si insistimos implacablemente, la nobleza desaparecerá! ¡El rey que era su sostén tiembla de pavor en las Tullerías! ¡Ya le tocará al clero! ¡Serán los siguientes! ¡Falsos sacerdotes que se llenan los bolsillos, utilizando a Jesucristo! ¡La más grande y explícita cháchara de la historia de la humanidad! ¡Nos han mentido por siglos! ¡Qué mueran los curas que se resistan! ¡Obispos, arzobispos, monjes y novicios! ¡Clérigos miserables y traidores! ¡Sin excepción! ¡Junto con sus monjas! ¡Rameras solapadas! —Apuntó violentamente a la pareja de amantes— ¡No hacen falta para que un hombre y una mujer puedan contraer nupcias! ¡El estado puede proporcionárselos! ¡En eso los ingleses nos llevan la delantera! ¡El matrimonio civil es lo que necesita este país! ¡Les quitamos ese poder y no podrán seguir su extorsión! —Declaró con convicción, para de forma contundente empuñar su mano.

— ¡El doctor Marat, está en lo cierto! —Intervino un hombre joven. Poniéndose de pie señaló nuevamente a la pareja a su lado. — ¡Se deben exterminar estas pestes de la madre patria! ¡Mi hermano vive felizmente en el concubinato! ¡No hace falta un charlatán para obligarlo a serle fiel a su mujer!

Las palabras transmitidas por el escritor del popular periódico, denominado, "El Amigo del Pueblo", provocó que dentro del local estallaran los clamores y aplausos de los clientes. Alain estupefacto por aquel hombre se estremeció en su asiento. Apretando el cristal del vaso no despegaba su vista del tan conocido médico.

"¡¿Jean Paul Marat?! Así que este hombre, es al que le llaman La Ira del Pueblo. Ha vuelto de su exilio en Londres… Qué osado para atreverse a proponer algo de ese calibre. ¿Matar a cualquiera que ejerza el sacerdocio si no se somete a la Revolución? Un absoluto radical y extremista. ¿Según este hombre a Francia le hace falta tanta sangre…? Me pregunto, ¿Qué piensas respecto a esto, Bernard?"

Mina que recogía los vasos de las mesas, colocándolos en una bandeja, se volvió hacía el sargento que apretaba el vaso vacío en su mano. En silencio se aproximó a él, y con una sonrisa pretendía retirarlo de la mano del mancebo. En cuanto percibió los delgados dedos de la jovencita, sobresaltado finalmente reparó en ella.

— ¡Mina! ¡Oh, disculpa! —Dijo avergonzado, en lo que soltaba el vaso. La joven al contrario no cambió su actitud cariñosa.

— ¡No hay problema! —Echó una risilla— ¿Te preocupa algo? Papá no me dijo que estabas aquí… ¡Qué ingrato! ¿Por qué no viniste a saludarme a la cocina? —Replicó cruzándose de brazos.

—Pues… Tu padre quería que te saludara, pero le pedí que no te dijera nada. No lo culpes, fui yo… Con tantos clientes no me pareció correcto distraerte.

— ¡No seas tonto! — Ofendida de su excesivo retraimiento, le propinó un golpe en la cabeza— ¡Tenía días preguntándome que fue de ustedes!

— ¿Nosotros? —Contraído, se sobó el golpe.

—Tú y Michel… ¿Cómo está él? Es muy raro no verlo contigo. ¡Tenía mucha ilusión de saludarlo también! —Emocionada de la idea, juntó sus manos apegándolas a su boca.

—Él ha sido asignado al trabajo de vigilante de uno los portones que dan salida de París… —Respondió apesadumbrado, con los brazos puestos en la mesa. — sólo tengo conocimiento de su estado a través de otros soldados.

—Entiendo. Es una pena. Con razón estás tan triste.

—¿Triste dices? —Esbozando una sutil sonrisa por el comentario tierno, nuevamente apoyó la barbilla sobre su palma.

—Bueno, nunca he visto a un hombre tan desconsolado por la partida de un amigo. Algo así debiera ser soportable. Es más… —Insinuó traviesamente mientras trataba de contener otra risa — alégrate que no eres un hombre que acaba de separarse de su enamorada. —Y levantando la bandeja se giró, en lo que avanzaba a la puerta de la cocina gritó— ¡Si quieres otro trago avísale a papá!

Con una sonrisa y un gesto con la mano, agitándola suavemente, dio a entender a la joven que aceptaba sus gentilezas. ¿Se le consideraría gracioso lo cerca que estuvo la hija del tabernero de la verdad? Tan intensa era la tristeza que a pesar de concentrarse en otros asuntos se leía sin el menor esfuerzo en su cara. Muy sensitiva y perspicaz. Lamentablemente el malestar que ella mencionó no podía compartirlo con nadie. Confesar su profundo amor y deseo para con su "amigo" sería fatal, por lo que no halló otra solución que no fuera enfrentarlo solo. Impulsivo buscó en su bolsillo, por el tacto lo encontró, sacando lentamente una preciosa medalla dorada, en la que en el centro centelleaba una hermosísima joya escarlata. Presumiblemente un rubí. Rubí que adornó el pecho de su dueña.

"Estoy convencido de que la lucha que emprendes es diferente a la república que ayudas a asentar. En la casa de Bernard y Rosalie te determinaste a verme directamente una sola vez, con esa sonrisa falsa. ¡En realidad no querías verme! ¡Maldita sea! ¡¿Qué infiernos pasa con nosotros?! ¡Oscar, será posible que tú…!"

Confuso y apretando la joya en su puño la colocó en su frente.

En cuestión de minutos, los clientes fueron retirándose a casa. Casualmente antes de marcharse, Marat se detuvo un momento, a observar al guardia nacional, que cavilaba con el ceño fruncido en soledad. En la cara del revolucionario se denotaba una clara aversión al soldado, quizás fuera por su antipatía por el comandante en jefe de la fuerza, el marqués de Lafayette. Todos se marcharon exceptuando a un hombre joven, de mirada taimada, que igual que sus conciudadanos había celebrado al médico. Sumergía su dedo en el vino que se tomaba, revolviéndolo, y entonces de un sólo trago se terminó el vaso. Secó sus labios con su dorso en lo que duraba levantándose, con el objetivo de ir a la mesa del sargento. Percibiéndose vigilado, éste guardó con disimulo la medalla en su bolsillo, y alzando el rostro vio como un hombre se le acercaba.

— ¿Le molestaría que lo acompañara? —En respuesta a su pregunta Alain apático negó con la cabeza. — Perdone que me meta, pero por la cara que tiene no le vendría mal que le invitara otro trago.

— ¿Es que interesa tanto cómo me sienta, ciudadano? No es educado entrometerse en asuntos ajenos. —Girando su cabeza lo miró con socarronería, mientras posaba una mano en su cadera, y la otra continuaba sosteniendo su barbilla. Con esa contestación evidenciaba su nula disposición de conversar de su vida privada.

— ¡Por supuesto que importa! —Contestó el desconocido de sopetón, golpeando la mesa con ambas manos— Lo he observado, y de todos los que festejábamos usted se mostraban muy serio. Entiendo que no me concierne, no obstante, creí que hablar con alguien le ayudaría, ya que… pues…quizás… —se rascó la nuca incómodo—pasaba por un problema parecido al mío…—suspiró apesadumbrado.

— ¿Al suyo…? —Sus ojos se abrieron de par en par sorprendido de su declaración.

— ¿Siquiera no es un crimen si yo me desahogo con usted? —No lo oyó oponerse, y al notar interés en el soldado prosiguió. — Verá, yo… yo estoy loca, y apasionadamente enamorado de la única hija de un anciano mezquino. Este maldito viejo es un comerciante influyente, incluso tiene varias cuentas en diferentes bancos extranjeros. No puedo especificarle su nombre por no afectar a mi amada, así que me limito a aliviar mis penas.

— ¿Qué piensa este viejo burgués de tus sentimientos por su hija?

—Me encuentra indigno de su mano. Un parásito incapaz de ofrecerle un futuro… No tengo nombre, ni una cuna respetable.

— Lo haces porque quieres los bienes que estarán bajo el nombre de la hija, después de que el vejestorio estire la pata, ¿no? —Comentó mordazmente. — muchas mujeres… muchas que valen más que el oro, y eliges a la hija de un ricachón. Está claro que tu sufrimiento es por dinero. No vale la pena que llores en el hombro de este extraño. —Poniéndose de pie, indiferente pretendía marcharse, hasta que el joven lo agarró de la manga de su casaca.

— ¡No me malentienda, por favor! ¡No voy tras el dinero! ¡¿Qué sabe usted de amor?! ¡Pensaba que me entendería!

—Eso es muy cierto. Estamos de acuerdo con eso… ¿Qué sé de amor? —Con una sonrisa ladina reaccionó a la afirmación del hombre, en lo que sacudía la mano que jalaba de su brazo. Escondiéndose las manos en los bolsillos se apartó del joven.

"No sé nada… Nada… Acostarse con una mujer en un prostíbulo para saciar una apetencia, no es lo mismo que hacerle el amor a la que se adora. ¡Por ese motivo jamás comprenderé a este joven!"

— ¡Si se casara con uno de los prospectos de su padre, estoy seguro que me quitaría la vida! —Cuando casi estuvo por retirarse a la salida paró abrupto, y profundamente desconcertado se volvió en dirección al sufriente, quien mortificado ocultaba su rostro en ambas manos. Este comportamiento y esas palabras le hicieron acordarse de su querida hermana, y de la abnegada madre que la siguió en la muerte. No lo admitía, sin embargo, el dolor persistía, no estaba listo para olvidarlo todavía, por lo tanto, la imagen de su cadáver suspendido que más tarde se pudriría en su lecho no se borraría. La muerte de Diane fue tan costosa que no quedó más que un sobreviviente de los Soissons. Estaba seguro que nunca se casaría. Tarde o temprano el apellido desaparecería con él… Ella no era la primera ni la última persona abandonada por sus orígenes. Lleno de aflicción y remordimiento para con la situación de su hermana, que ahora se presentaba nuevamente, retornó a la mesa.

"Mi más grande ilusión era verla feliz… Casada y con los nietos que había prometido para mamá. La esperanza de la familia viviría mientras Diane lo hiciera".

— ¿La oferta de invitarme más tragos sigue en pie? —Preguntó abierto, sin la displicencia del principio. El muchacho alzando su cara sonrió de haber conseguido tocar la sensibilidad del esquivo soldado. De este modo accedió a beber varios tragos con el hombre con mal de amores. A cada que terminaba un vaso el muchacho lo convencía de beberse otro, una y otra vez, hasta el punto de marearlo. Dominados por el alcohol reían con fuerza, se daban codazos, empujones, y palmadas bruscas de manera espontánea. Gregoire que se preparaba para cerrar los observó con preocupación, entonces inquieto les habló a los borrachines.

—Alain, muchacho, estamos por cerrar…—colocó una mano en el respaldo de la silla del sargento— ¿Cómo te sientes? ¿Puedes andar?

— ¡No se angustie! ¡Estoy bien! ¡Estoy perfe…! —Apoyando el brazo en la tabla con la intención de pararse, sin querer acabó por caer al suelo tirando consigo la mesa. Desplomado asustó al anciano, quien con la ayuda del desconocido lo hicieron ponerse de pie. Aunque difícilmente se mantendría erguido. Asombrosamente, a diferencia del sargento el muchacho se estaba en sus cabales, algo que resultaba curioso.

— ¿Cómo es que usted se está de pie y él no? Conociendo a este muchacho que no cualquier cosa lo tumba, ver a alguien con mejor resistencia al alcohol es muy raro. —Inquirió el hombre de mediana edad con sospecha, rascándose un poco el vello que le nacía de la barbilla, no faltaría para que alcanzara a ser una chiva.

—Es que él se entusiasmó de más con el vino. —Respondió, luchando por disimular su nerviosismo, mientras afirmaba al mancebo de un brazo.

—Si usted lo dice… hmmm… ahora… ¡¿Cómo regresará a su casa en esas condiciones?! —De pronto el sargento achispado lo interrumpió.

— ¡Qué mujer despiadada! ¡De las venas al corazón te recorre el hielo! ¡André en su momento pensaría igual! —Exclamó desvariado. Apuntando con su dedo a una pared al fondo del local, parecía hablar con alguien imaginario. El muchacho trataba de que éste no se le escurriera de las manos— ¡Al ponerse el sol, a quien tu cabello debe su color! ¡Dándose el ocaso! ¡Cuántos pobres diablos no has embrujado con el destello seductor de tus ojos! ¡La voz profunda que profana mis oídos y cabeza! ¡Robando mi cordura! ¡Tu pecho lo desees o no, femenino, con aspiraciones de libertad, igualdad y fraternidad! ¡¿Piensas que yo también soportaré esto de aquí a la eternidad, Oscar?!

Tanto Gregoire como el desconocido no atinaban a lo que se refería. Se miraron confusos. Intrigado por ese evidente discurso, que declaraba que tal y como dijo el joven, el sargento pasaba por una desdicha amorosa. No obstante, lo que no concordaba con la descripción anterior era el nombre de dicha persona, un nombre masculino.

— ¿Entendí bien…? ¿Dijo Oscar…? —Pregunto el desconocido, sumamente escandalizado.

— ¡Noooo! ¡Qué va! ¡Desde luego que no! ¡Se habrá confundido! ¡Este muchacho tan viril no anda por esos rumbos! ¡Seguro iba a decir Sofie! ¡Amelie! ¡Bernardette! ¡Colette! ¡Edith! ¡Tantas chicas! —Exclamó con las manos semiabiertas, pero sin tocar enteramente sus palmas, chocando las puntas de sus dedos en actitud nerviosa. Debido al extraño comentario de Alain el tabernero no siguió preguntando de la sobriedad del desconocido. Éste por supuesto, se ofreció de llevarlo de vuelta a su casa. Persuadiendo a Gregoire que nunca dejaría a un compañero de sufrimientos. Retirándose con el brazo del sargento rodeando sus hombros dejaron al anciano. Minutos después Mina preguntaría por su amigo, aun preocupada de su estado de ánimo. Le parecía extraño que se marchara sin despedirse, así que desilusionada, volvió de nuevo a la cocina.

Los hombres caminaban a paso lento para no provocarle peores nauseas al mancebo. Transitaron por dos cuadras, pero Alain que no resistía el malestar y los vahídos, paró un momento para vaciar su estómago, en un callejón poco visible. Sosteniéndose del muro ni reparó en el desconocido, apenas tenía concentración para desahogarse. El joven volviéndose, distinguió a unos pocos metros una silla rota, de la cual sólo le quedaban dos de sus patas, además del asiento de cuero agujereado. En silencio y con sigilo se acercó a ella. Arrancó la pata que encontrara más floja, y retornando con el mismo disimulo, poniéndose a espaldas del hombre que se había apiadado de su dolor, le asestó como pudo un tremendo golpe en la nuca. Tirando la pata manchada de sangre y adelantándose de que éste cayera al suelo, lo sujetó del torso.

"Eres el mejor de tu clase. No era cuento que eras arrogante, además de sensitivo en adivinar que mi agonía es el dinero. Esto no es algo personal, los negocios son los negocios... casi te me escapas. No soy el que te quiere muerto; el señor Eluchans se está ocupando de su parte del trato y yo de la mía…"

Arrastrándolo a la calle paró un coche de alquiler, trasladándolos rápidamente al sitio que había acordado con su socio donde moriría el sargento sin dar cabida a las aprensiones. Ya dentro del coche, cómodamente sentado con los dedos entrecruzados sobre sus piernas, y con el hombre inconsciente, echado al descuido en la silla delante de él, imaginó la forma en que sus colegas hurtarían las armas y municiones del cuartel de la Guardia Nacional. Una satisfacción para el cabecilla sin duda era que Alain fuera el primero en enterarse.

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Despertándose, el sargento se reincorporó con un desagradable ardor tras la cabeza. Se tensó por el dolor, por lo que, mareado, y cuidando de no presionar la herida se recostó contra la pared. Se dedicó a respirar profusamente en lo que duraba en recuperar los sentidos.

—Maldito embustero… canalla, miserable… me las vas a pagar… En cuanto te encuentre. —Murmuró con ira contenida. Adolorido se llevó una mano tras la nuca. — ¿Cómo pude caer en su patraña? ¡Un pobre enamorado mis polainas! —Exclamó con sarcasmo. Ya más lúcido vio a su alrededor, para su desconcierto no era un lugar que le fuera desconocido. Se halló dentro de una habitación. Un despacho de la Guardia Nacional. Pero eso no era lo más extraordinario, lo que estaba a unos dos metros sí era motivo de alarma; un escritorio. Frente a él un hombre estaba sentado, con la cabeza colgando hacía adelante, en un estado de dejadez, y los brazos puestos encima de la mesa. Se puso de pie algo tambaleante, e intrigado de la identidad del que parecía dormido se aproximó. Colocando su mano en el hombro de su compañero lo sacudió tratando de despertarlo, por si había sido engañado también. Al principio lo hizo delicadamente, sin embargo, al no oír respuesta se tornó más rudo. Con ese gesto su mano fue manchándose de sangre, y entonces trastornado descubrió una horripilante puñalada en su espalda. Tan honda que todavía la sangre se escurría del mango del cuchillo.

"¡¿Pero qué demonios…?! ¡¿Quién habrá sido para que le propinaran una muerte tan espantosa?!"

Enviando lejos toda inquietud agarró al hombre por la cabeza, tirándolo hacia atrás. Recostado en el respaldo ya pudo saber de quien se trataba; era el temido y severo coronel Gabinet, oficial que en el pasado mes de marzo había informado a los soldados insurrectos las fechorías de las que se les acusaban. Alain sin demora dedujo que está muerte, y que su secuestro era en motivo de venganza.

"¡Ese escarmiento que recibieron les pesó demasiado a esos imbéciles! ¡¿Me encerraron con Gabinet para inculparme de su muerte?! ¡¿Ese era su plan conmigo?!"

Pensó, luego repentinamente un aroma a humo lo interrumpió. Olisqueó un poco más, percibiendo que el olor se colaba por debajo de la puerta de entrada. Al parecer no provenía de la pequeña ventanilla, único punto de ventilación de la modesta oficina. Se apresuró a salir por la puerta, pero nada que la manija cedía en girar. Creyó que el humo no se intensificaría mientras tuviera la suerte del escape de aire, lo cual no fue así, el ambiente asfixiante iba incrementando, no sólo de las rendijas o aberturas de la puerta se filtraba, notó con horror que el humo invadía todo el cuartel, tanto que, al asomarse por la ventana, más pequeña que el grosor de su cuerpo, en el exterior se propagaba una neblina de hollín. Inculparlo de un crimen no era precisamente el plan de Eluchans. El plan consistía en que muriera sofocado por los gases del incendio, hasta que las llamas en cuanto terminaran de consumir el lugar fueran a incinerar los cadáveres de sus víctimas.

Por fuera los soldados corrían de un lado a otro por el pánico. En marejada muchos escapaban del fuego que se extendía, unos rogaban por el alivio de un ventarrón, que se llevara consigo el denso humo que se esparcía, brindándoles la oportunidad de respirar, pero para su desgracia el ambiente se sentía caluroso y seco. Los hombres gritaban llamando a los compañeros que aún no emergían del fuego. Los gritos escalofriantes alcanzaban los oídos del sargento. Si no hacía algo al respecto, el fin sería inminente.

Al otro lado de la ciudad, muy lejos del fuego, el aire era ligero y todavía fresco. Alumbrados por una lámpara, tres jóvenes guardias, uno de ellos una bella mujer que cumplía siempre y a cabalidad su papel, custodiaban uno de los portones que daba escape y libertad del encierro de la caótica capital. Al menos ese era el punto de vista de los aristócratas que pudieron huir a tiempo sin sufrir tantos percances. Con una herida abierta en el corazón, prestaba atención como Pascal revisaba los pasaportes y permisos de los viajeros que se asomaban por la ventanilla de un carruaje. Suspiró, con los brazos cruzados, apoyada en el muro formado por enormes bloques de piedra, mientras aguardaba a la señal de su compañero.

"No es el trabajo más interesante del mundo, aunque… lo prefiero a tener que traerte más problemas, Alain. Mientras tenga noticias de ti, todo estará bien."

De pronto oyó la señal de Pascal, quien se apartaba del camino del coche.

— ¡Michel! ¡Courtois! ¡Abran la puerta! —Enseguida ella y Courtois se dispusieron a empujar las rejas de hierro, permitiendo el paso de los caballos. Admirados vieron como el coche velozmente se perdía en la distancia, apenas y las luces de las lámparas, que se agitaban a cada lado del vehículo se mantuvieron por unos instantes más. De pronto notó, como bostezando y estirando su espalda y brazos el muchacho se acercaba. Esa postura muy parecida a su rústico e inelegante sargento, le inspiraron a emitir una tenue risilla, poniéndola nostálgica. Curioso de su tierna expresión Morandé preguntó.

— ¿A qué viene esa cara…? ¿Qué te dio tanta gracia? —Acercándose a contemplar burlón y sin asomo de vergüenza a su bello compañero, se inclinó ligeramente con ambos brazos en sus caderas. — ¿¡Te reías de mí?!

—No, no me burlaba de ti. Me recordaste a alguien… —Respondió con la vista algo baja, aun absorta— Olvídalo. —Agitando su mano, en un movimiento parecido a espantar moscas le restó importancia a la pregunta.

— ¿A quién? ¿Si se puede saber? Has estado muy meditabundo, bueno, más de lo usual.

Courtois, con ganas desde hacía mucho de quitarle a Pascal tan raras ideas y sentimientos, tomó por ambos extremos las puntas del tricornio de su amigo, hundiendo la cabeza al fondo del sombrero.

— ¡Después dices que yo soy el majadero! ¡Se burló de ti, porque tienes cara de asno! —Morandé se sacudió de las manos que lo sujetaban, para luego acomodar el sombrero en su cabeza. — Ahora nos queda esperar al cambio de guardia. Muero de hambre… —se quejó, con una mano en su barriga. — un pan negro y un trago de vino no me vendrían mal. —Comento con añoranza.

Mientras se acomodaban en el muro, distinguieron a hombres avecinarse a caballo.

— ¡Caray! ¡Llegaron más pronto de lo previsto! —Exclamó Courtois, quitándose el sombrero de la cabeza para abanicarse. Por otra parte, las caras de los visitantes no vislumbraban algo bueno para Oscar, se les denotaba una profunda angustia. Deteniendo abruptos los caballos, el cabecilla les hablo con fatiga y alarma.

— ¡Soldados que fueron asignados a la vigilancia de los portones, por el día de hoy nadie podrá salir de París! —Anunció, en lo que sujetaba con fuerza la brida del caballo, que relinchaba enloquecido. Oscar abordó al hombre atónita de la orden.

— ¡¿Por qué?! ¡¿Qué ha pasado para que se prohíba la salida de la gente?!

— ¡El general Lafayette ha convocado a todos los soldados! ¡El Cuartel de la Guardia Nacional está en llamas! ¡Hombres permanecen atrapados en su interior! ¡Deben ir inmediatamente a ayudar apagar el fuego!

— ¡¿Un incendio en el cuartel?! ¡¿Se sabe quiénes están en el fuego?! —Tragó saliva ansiosa.

—Se tienen sospechas… pero no puedo ratificarlo. —Respondió vacilante, volviéndose a sus compañeros a caballo.

—¡Conteste la pregunta! —Demandó con autoridad, desconcertando a los jinetes de rango superior. El tono en cómo se dirigía este soldado raso les sonaba a como una figura de poder.

—Ehm… yo… por… —titubeó— por ahora no se sabe del paradero de dos personas. Tenemos entendido quienes se encuentran en el incendio, sin embargo, estos oficiales no aparecieron.

— ¡Sus nombres!

— ¡El coronel Gabinet y el sargento de Soissons! —Exclamó de golpe, espantada de la noticia jadeó, posando una mano en su pecho trató de recomponerse. Pascal a su lado notó como su piel perdía el color. De la nada gritos de asombro se oyeron, alzando su vista vio en el horizonte una columna de humo negro que se expandía por el cielo. Los parisinos se asomaron por las ventanas de los pisos altos, pendientes del resplandor anaranjado y carmesí que iluminaba el otro extremo de la ciudad. Paranoica por lo peor, corrió en dirección al caballo del mensajero, y en el acto lo derribó de la silla, dejando boquiabiertos a sus amigos que no entendían la razón de su arranque.

— ¡¿Pero qué diablos?! Mi… ¡Mi caballo! ¡Maldito ladrón, te denunciaré! —Se quejó el hombre tirado en el suelo, que luchaba por ponerse de pie. Pascal que sabía que esto tendría consecuencias intento recuperar al caballo. Oscar ya sentada en el asiento batió reacia las riendas, evitando las manos del muchacho y del resto de los jinetes.

— ¡¿Michel, te volviste loco?! ¡Te sancionarán! —Dijo estremecido, trató de persuadirla, pero fue inútil.

— ¡Que lo hagan! ¡No le temo a los castigos! ¡Él haría lo mismo por mí! —Exclamó iracunda, y espoleando al caballo se largó a todo galope del lugar. Pascal a diferencia de Courtois y del obtuso soldado, que sobaba furioso su retaguardia, adivinó qué fue lo que instigó a su compañero a robar una montura ajena. Rogaba por equivocarse, claramente entre esos dos nombres estaba el de alguien realmente importante para Michel. Haberlo visto enloquecer de forma tan desproporcionada era la prueba. Pidiendo disculpas a los jinetes agraviados se retiró a por un caballo estacionado delante de una herrería, decidido de ir tras él.

Atravesando uno de los puentes por los cuales debajo corrían las aguas del Sena, Oscar se percató de que no era la única que iba en dirección al cuartel; jinetes, civiles y soldados eran atraídos por la conmoción. La corriente de aire que golpeaba su cara por la rapidez del animal terminó por volar de su cabeza el tricornio. El instante azaroso era muy parecido a cuando partió en la lluvia de octubre al palacio de Versailles, día en el que pensaba darlo todo por una vieja amiga. Esta era la segunda vez que dejaba de lado sus prioridades por el propósito de salvar a un hombre que amaba. Lo tenía claro, lo amaba… en sueños o despierta el sentimiento persistía. De allí era el por qué la mujer de su pasado la confrontó para sacarla de su obstinación. Después de instalarse en su nuevo puesto, interesada de su bienestar procuraba tener noticias de él; las ordenes que le dirigían, los lugares en los que se estacionaría, inclusive del rumor de una promoción, por un descubrimiento de chantaje de soldados corruptos en las filas de la guardia. En la distancia se sentía orgullosa de la valía de Alain, pero, ¿qué sentido tenía? no tenía ningún derecho. Recordó la manera cruel cómo lo arrancó de sí para hacerlo a un lado, y el sargento respetuoso de sus decisiones lo asimiló, aun si no estuviera de acuerdo. Era complicado olvidar el rostro, la voz, las palabras y gestos del mancebo. La reciente risa que saliera de su boca manifestaba cuanto lo extrañaba, una nostalgia y una profunda tristeza por sentirse sola e incompleta de su ausencia.

"Estás regresando a él, Oscar… al amor que luchaba contra corriente. Amar al sobreviviente de la tragedia, que terminó con la vida de ese regimiento de amigos. Un nuevo sentimiento que no te dará paz… ¡Oh, Dios mío! Dime, contéstame, ¿Por qué a nosotros los humanos nos atemoriza tanto el sentirnos solos? Mi corazón me obliga a correr sin pensarlo a su lado. Nuestra historia, lo que hemos afrontado y pasado juntos. Los que amamos se han ido lejos, tan lejos, que no creí volver a sentir este ardor y calidez en mi pecho. Es algo que he comprobado que tú también sientes, es un hecho que no puedo negar… ¡Te amo, Alain!"

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En el incendio, el general Lafayette organizaba personalmente a los soldados que cargaban agua para apagar el fuego que se propagaba. En fila soldados y vecinos, que vivían en las cercanías se pasaban cubos de agua. Un soldado extenuado se paró delante del comandante en jefe, dando un saludo marcial.

— ¡Reporte! ¡General, esto es grave! —Exclamó casi sin aliento, echándose a los pies de su comandante.

—¡¿Qué pasó ahora?! —Inquirió el general fuera de sus cabales. El soldado después de darse unos instantes para inhalar aire contestó.

—¡No hemos logrado retirar la pólvora apiñada en la armería, el fuego no nos da oportunidad de sacarla! ¡De no apresurarnos, pronto los hombres atrapados no tendrán posibilidades de escapar!

—¡Maldita sea! ¡Manda a buscar a cuantos hombres sean necesarios! ¡Necesitamos de más manos para apagar el fuego! ¡Sean soldados, vecinos, hasta transeúntes! ¡Todos deben ayudar! ¡Por la seguridad de París están obligados! —Y haciendo caso a su comandante se levantó como pudo del suelo, corriendo a acatar la encomienda.

Dentro del cuartel en llamas, Alain embestía con todas sus fuerzas la maciza puerta del despacho, desgraciadamente la gruesa tabla seguía igual. Con los minutos percibió el ambiente más caluroso. Por el agotamiento aspiró hondo, pero a cambio comenzó a carraspear y de allí a toser de forma incontrolable. Agobiado se observó rodeado por el humo. No pudiendo más, sintiendo la respiración pesada se echó a un lado de la puerta.

"No puedo respirar… no, no es solamente eso, además de mis pulmones mi corazón, todo en mi pecho lo siento pesado. ¿Y así no más moriré?"

—Debí… Debí dejar que esa turba los despedazara… si lo hubiese permitido, esto no estaría pasando. Inclusive ayudar a dar la pauta por qué miembro comenzarían. —Murmuró, comenzando a sentirse adormecido. — eso me pasa por defender imbéciles. — se reprochó irónico, riéndose de su suerte terminó tosiendo.

"De nada sirve lamentarse. Nunca me he arrepentido de nada en mi vida… excepto, que nuestro último encuentro se haya dado de tal manera, Oscar…"

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Desmontando en la entrada del cuartel, desorientada vio a los soldados movilizados en la labor de mitigar el fuego. Civiles colaborando, otros como podían sacaban a los caballos de los establos. No había avistamiento del sargento ni del coronel Gabinet. El humo reinaba en las inmediaciones del cuartel, las familias que moraban cerca no escapaban de ser asfixiadas por los gases. Ni tapando su boca con toda su mano, cerrando con fuerza los dedos se libraba del hollín. Tras suyo mujeres tosían arrastrando a sus hijos a huir de la escena. ¡Y qué decir del calor! Ni una brisa que diera alivio a los que trabajaban desesperada e incansablemente. Un grito la abordó de improviso, era Pascal, que se avecinaba en un caballo, entonces desmontando la confrontó.

—¡Michel! ¡¿Qué pretendías retando a un oficial superior a ti?! ¡El modo como le hablaste! ¡Lo humillaste! ¡¿Por qué te marchaste ignorando mi advertencia?! —Arqueó una ceja, notándola distraída se puso delante suyo, bloqueando la visión de la rubia, quien miraba testaruda el cuartel llameante. — ¡Escúchame! ¡¿Qué es lo que te pasa?! ¡¿No te das cuenta de lo que vendrá después de esta ofensa?!

Ella que no lo escuchaba, ni escucharía, finalmente reparó en él, pero con una respuesta absolutamente opuesta a la esperada. Con una mirada mansa, a la vez de una tristeza desconcertante. Un destello poco común relucía en los ojos azules del rubio.

—Pascal… eres un buen amigo y soldado. Siempre me ayudas y aconsejas, y ahora me previenes. Estoy muy agradecido contigo. Siento haberte hecho pasar tan malos ratos. —Palabras que había pronunciado antes nuevamente las repetía, parecidas a una despedida. Con una sutil sonrisa, confiada finalizo diciendo. —Si no consigo regresar, quiero que no olvides estas palabras. —Dando unas palmadas, en un aire fraternal a los hombros del muchacho, que desconcertado quedó petrificado, se marchó al poso a donde los soldados llenaban los cubos. Tomando uno lleno se lo echó encima, y de este modo, en su determinación, corrió audazmente hacía el cuartel inflamado, introduciéndose en su interior. Morandé todavía clavado en el suelo, contemplaba la tenebrosa y atroz imagen. ¿Esta sería la última vez que vería a su compañero? En su corazón percibía lo que escondían las palabras de Michel. En el caso de su cabeza y las normas por las cuales fue educado se rehusaba a aceptar la verdad.

Haciendo otro intento, el sargento trató de embestir con todo su peso la puerta que lo tenía atrapado. Fatigado jadeó. Ya muy débil decidió rendirse ante su inminente final. En el proceso de estirar sus piernas, sintió la medalla revolverse en su bolsillo. Introduciendo su mano tocó el cristal incrustado en el centro, lejos de un sentimiento avaricioso lo palpaba, pensando siquiera en algo que lo llenara de gozo en los que eran sus últimos instantes.

"Le di todo… hasta la libertad de vivir, sentir y pensar por ella misma. ¿Cómo va a ser su culpa que yo llegara un poco tarde? No me arrepiento. Oscar, no me arrepiento. Te amo con todo mi ser… es graciosa la ironía, muy gracioso. André, debes estarte riendo de mí, o, mejor dicho, compadeciéndote. Amarla es muy difícil, ¿No es así, amigo? Recuerdo el día en que lo comprendí, al ser liberado de la Prisión de la Abadía; cómo todos nuestros amigos corrieron como unos niños a sus brazos, y yo… yo sólo pude quedarme ahí observando, pero no significaba que no sintiera el mismo regocijo de escucharla riendo, mientras nos daba la bienvenida."

—Al menos… al menos con oírla reír…—carraspeó para toser repetidas veces, con una mano sobre su boca. —con oírle, puedo morir en paz…—Cerró lentamente sus ojos, en ese próximo desmayo rogaba por morir sin dolor. repentinamente, una voz interrumpió su sueño, pronunciando con fuerza su nombre. Una voz femenina, aguda, pero con un tono rasgado, inusual para una mujer.Abriendo sus ojos alzó su cabeza, oyendo con mayor atención, por si era producto de un sueño, o tal vez los gases tóxicos lo habían hecho perder la razón.

"¡Alain…!"

Desencajado la oyó de nuevo, gritó en respuesta.

—¡¿Oscar?! —Unos pasos se avecinaron no muy lejos de la puerta, cuando la escuchó llamarlo de forma continua y llena de empeño, con el pecho pesado trato de gritar. — ¡Oscar, estoy aquí! ¡En el despacho de Gabinet! ¡Oscar…! ¡Os…! —Llevándose una mano a su boca tosió nuevamente. Por suerte la mujer lo escuchó, localizándolo. Al otro lado ella trató de abrir la puerta. Frenética la forzó como pudo, pero tal y como el mancebo no estaba dando ningún resultado. Él por su parte advirtió que sea por fuera o por dentro no tenía caso. Se oía como las vigas del techo del lugar cedían, por lo que creyó correcto detener a su amada.

—¡Oscar, para!—Le ordenó aun echado en la pared, debilitado.

—¡No lo haré! ¡No te abandonaré aquí! —Contestó reacia y obstinadamente en lo que forzaba la puerta. Poco a poco, al igual que Alain los gases comenzaron a hacer mella en sus pulmones. El sargento a pesar del obstáculo de la puerta, escuchaba con claridad como la mujer tosía. Si seguía absorbiendo el hollín no tendría las energías para escapar.

—¡He dicho que te largues, maldita sea! ¡No soy nada tuyo! ¡¿Quien dijo que el amigo era responsable de su amigo?! ¡Mi vida no tiene nada que ver con la tuya! —Dio potentes golpes a su pecho, tratando de despejar sus pulmones. Pensó que duplicar las palabras de la mujer que privó al patriarca de los Soissons de un médico la haría entrar en razón. Palabras crueles, palabras que Oscar conocía debido a un relato tan cierto y triste. Cuando lo oyó decirle algo semejante, se detuvo pasmada.

"¿Qué el amigo no es nada de su amigo? ¿Por qué todo consiste en el egoísmo? La sangre es una excusa. Si hay personas que desprecian a su familia y los abandonan, ¿qué tiene de malo un amigo que ame como un hermano?¡Aun si no te amara como te amo, nunca te dejaría!"

—¡No es verdad! ¡Eres mío! ¡Eres algo mío! ¡Pero no lo sabrás hasta que te saque! —Retrocediendo, y mirando a su alrededor, sudorosa y acalorada debía apresurarse de hallar un modo de escapar. A unos metros divisó cuerpos de soldados, además de uno aplastado por una viga, a su lado reposaba un fusil. La herramienta perfecta. Veloz y esquivando los escombros la cogió en sus manos, y retornando a la puerta apuntó el cañón del arma a la cerradura. Determinada como al principio de entrar al fuego detonó sobre ella. Hasta que milagrosamente la pesada puerta abrió. Ingresando encontró a su segunda razón de vivir desplomado. Después de dar continuos golpes a su espalda para ayudarlo a respirar lo indujo a levantarse. Entonces ambos se encaminaron a buscar la salida, no obstante, fue difícil… con la estructura del cuartel siendo consumida por el fuego, sin mencionar el estado de debilidad del sargento, exigían a Oscar a hacer uso de toda su fuerza.

—¡No te atrevas a cerrar los ojos! ¡Sigue caminando! ¡No desmayes! —Ordenó la rubia, cargando parte del peso del mancebo. Alain en su cansancio estaba asombrado de los deseos de Oscar de jamás abandonar a un amigo, aunque lo declarado por ella hace unos instantes no era por una fraternidad inquebrantable, sino por amor, un amor sincero y hondo, que crecía con los días, derritiendo el hielo que creyó su contraparte había tanto en su corazón como en sus venas.

Ya por fin dando con la salida del infierno, una silueta corrió hacia ellos antes de terminar de cruzar la entrada, el joven Morandé, quien en contra de sus deseos sujetó al sargento de su brazo libre, ayudando a su compañero a avanzar más rápidamente del incendio. Agotados se echaron en un punto apartado. Arrodillada, Oscar jadeaba mientras miraba a Alain con los ojos cerrados, tendido en el suelo. En un estado incluso más preocupante que el suyo. Morandé prestó atención al modo de actuar de ella. Desconcertado vio a su amigo acomodar la cabeza del sargento en sus piernas, retirando el cabello húmedo de sudor de su frente. No obstante, no pudo tenerlo por mucho tiempo, debido a que inmediatamente fueron rodeados por soldados, que, en cuestión de instantes, agarrándolo del torso y las piernas, lo trasladaron al lugar donde sería atendido con el resto de los heridos. Una curiosa mezcla de alivio y amargura se leía en la cara de la rubia.

"Es desilusión… si está a salvo, ¿por qué te ves así? al parecer es tu amigo. Es lo único que me explica esas palabras tan raras que me dijiste hace un rato".

—¿Por qué me dijiste eso? —Preguntó de golpe, con los brazos cruzados sobre su pecho, de pie junto a ella que permanecía arrodillada.

—¿Huh? —Respondió ausente, todavía distraída. Con la vista fija en la tienda de campaña que empleaban de hospital.

—¿No me digas que lo olvidaste? Eso que me dijiste; que no olvidara tus palabras. ¿Pensabas morir?

—Pascal… ¿Qué es para ti el amor? —Con ligera tristeza le preguntó de vuelta.

—¡¿A qué viene eso?! ¡No tiene ningún sentido! —Replicó indignado. Poniendo rígido su cuerpo, empuñó sus manos casi a la altura de su pecho. —¡Nunca contestas como quiero! ¡A nada que necesite! ¡Siempre evades con cosas sin sentido o preguntas cuando soy yo el que está confundido! ¡Te guardas lo que sientes, y más si te digo que puedes contar conmigo!

—¡Pascal! —Lo detuvo autoritaria, al girarse vio cómo se fruncía con profunda ira el entrecejo del rubio. Y endureciendo su voz replicó— Casi siempre, en la vida las respuestas a las preguntas más grandes y complicadas vienen de lo simple. Me preguntas, pero de tu pregunta se abre otra, porque dentro de ti buscas una explicación a algo que crees que está mal… —Poniéndose de pie, ya se estuvo a su altura. El muchacho amedrentado se quedó sin habla. —Aun eres joven, aunque ni siendo un anciano lo comprenderías, son cosas de vivencias.

"A mí me pasaba… como no conocía, intentaba buscar respuestas en los demás, sólo en ellos: la reina, Fersen, Rosalie… y André… El amor que decían que causaba felicidad y dolor me abrumaba, y más en lo raro que lo encontraba. Nunca pensé entender algo así hasta que lo viviera. ¿Para quién es el amor? ¿Para quienes? ¿Eso era lo que me preguntabas, Pascal? A pesar de mi vida rigurosa y agobiada, el amor me tocó."

Respondiendo a la pregunta del muchacho, concretando de una vez un tema tan incómodo. Del amor se originan muchos temas desagradables, y pues sabía que al vivir como hombre y amar a otro del mismo sexo consistía en vivir en la censura. Un cuestionamiento mucho peor que en ocasiones anteriores, y que era probable que Pascal lo supiera. Esa aparente despedida y emerger de las llamas con el sargento, reafirmaba a donde apuntaban las acciones de Oscar.

-o-

Cuando el fuego se calmó, y luego de que una brisa se llevara el insoportable aroma como la ceniza que flotaba en el aire, los soldados por órdenes del comandante en jefe, registraron lo que quedó al extinguirse las llamas. Una interrogante muy anormal pasaba por la cabeza del general; ¿Cómo no estalló el cuartel habiendo barriles de pólvora en su interior? Esta duda no sería respondida sino hasta que uno de los oficiales llamara al marqués terminada la inspección. Lafayette detallaba el terrible aspecto del cuartel general de la Guardia Nacional. De pronto, oyó las voces de sus subordinados dentro de las ruinas, exclamando y emitiendo gestos de asombro y confusión. Arqueó una ceja intrigado.

—¡¿Qué es lo que pasa?! —Gritó, refiriéndose a los hombres que inspeccionaban. Entonces de las ruinas salió un soldado, aproximándose a él dijo.

—General, no va a creer lo que voy a decirle. No hallamos explicación de esto.

—¡Habla de una vez! —Ordenó. Ya el hecho de notar al soldado inseguro lo alarmaba.

—¡La mayor parte de las armas y toda la pólvora no están!

— ¿Qué…? No… esto es imposible, y más con la vigilancia impuesta. —Llevándose una mano a su barbilla, inclinó ligeramente su cabeza pensativo. —Que todos los soldados que no fueron heridos se reúnan, hay que hacer averiguaciones de esto.

"Lo más impresionante es no quede nada de la pólvora. Tantos barriles… el único modo es que se los llevaran con el tiempo, en cooperación con los vigilantes" …

—Hay otro asunto, señor…

—¿Cual?

—Durante el incendio perdimos ocho de nuestros caballos, tres de ellos tuvimos que sacrificarlos, y además debemos alimentar a los afectados.

—hmm… Me parece una buena idea la que planteas. Los caballos no se desperdiciarán, siguen siendo carne. Diles que estoy de acuerdo. —Volviéndose a su montura se había propuesto a marcharse al estado mayor, por reportar lo ocurrido recientemente como la extraña desaparición de arsenal. En el lomo del animal distinguió a un muchacho delgado y de cabellos rubios cargando unas cajas, dirigiéndose al hospital.

"No me extrañaría que, por la extrema necesidad, nuestros hombres robaran en sus horas de servicio."

Dándole la espalda al mozo siguió su camino.

-o-

Dormido durante varias horas, luego de verse intoxicado, el sargento despertó recostado en una cama improvisada de paja, a una esquina del campamento. Desprovisto de cualquier pieza de ropa, exceptuando las botas y las calzas que aún conservaba, pues el resto de su ropa estaba completamente sucia debido al hollín. Su torso estaba vendado, a causa de una quemadura en un hombro. Y mientras se levantaba, sufrió una ligera jaqueca, obligándolo a regresar a lo que había sostenido su cabeza por tan largo rato; una casaca doblada que, por el diseño y el tamaño, era más que obvio que no era la suya. Luego de otro intento al levantarse, logró ponerse en pie, ya que, aunque jadeante y exhausto, no deseaba estar otro minuto más en aquel lugar. Necesitaba respirar y pensar, por lo que caminó pesadamente. Fugándose en silencio de la tienda donde reposaba, sin darse cuenta de que la razón de sus tormentos, lo había estado vigilando y se determinó a seguirlo al basto campo de tiro.

—Alain…—Lo nombró sorpresivamente, asustándolo y produciéndole una ola de escozor en todo su cuerpo. Parando en seco y reconociendo la voz que lo llamaba se volvió hacía ella. Al detallar a su acompañante, a pesar de la oscuridad, advirtió impresionado que el uniforme que sostuvo su cabeza era de la mujer a unos pasos de él. —¿Por qué no estás en la tienda? A diferencia de mí, tú si te intoxicaste en el incendio. Regresa cuanto antes.

—Por lo que puedo ver, fuiste tú la persona que se encargó de mí… Es una maravilla que no haya sido sólo un sueño. —Respondió confiado, adoptando un aire más relajado ante ella. Pasó una mano a su cabeza, demostrándole a la rubia que recordaba perfectamente haber estado en su regazo, y cómo sus delgados y blancos dedos despejaron su frente. —Me sentía en el paraíso, quizá el paraíso de los héroes, en los campos Elíseos. Escuchar tu voz ahora, como al otro lado de la puerta era mi último deseo.

Estas palabras tan dulces y sinceras, que dijera el mancebo con tanta facilidad, era inusual en su carácter orgulloso y tímido. Pudiera ser que el hecho de casi morir lo hicieran replantearse muchas cosas de su vida. ¿Cómo no sentirse conquistada y halagada? Su corazón latía con fuerza en su pecho, ¡y con razón! Ya no era un misterio, los cientos de sensaciones agradables que había experimentado últimamente.

Correspondiendo al tierno comentario, y sonriendo sutilmente respondió.

—De ningún modo te habría dejado morir… salíamos juntos, o moriría contigo.

—¿Morir conmigo? —Arqueó una ceja extrañado. Un viento frío sopló, agitando las ramas de lo que fue alguna vez un árbol. Había sido devorado junto a todo tronco que estuviese cerca del fuego. Ninguno de los dos tiritaba, más bien, debido a la falta de prendas, el sargento se refrescaba de las pasadas horas de calor. Invadido por la incertidumbre preguntaría de nuevo, esta vez de un modo más directo y certero. — Según recuerdo, me dijiste que al escapar despejarías mis dudas, así que lo diré de una vez… ¿A qué te referías de que soy tuyo?

Ésta tembló. Fijo su vista al suelo, llevándose una mano a los labios se los mordió inquieta. A él no le había tomado más que un instante para entenderla. Alzando su cabeza, contempló el rostro de su nueva razón de sentirse viva. No era fácil exponer lo que su corazón gritaba, desde que se dio cuenta de la entrega, y las cualidades, de un hombre que a pesar de haberlo perdido todo, continuaba cuidando desinteresadamente a una persona que entendía, que no le correspondería jamás.

Asintió lentamente, incómoda, confirmando a que contestaría a su pregunta.

–El amor no es duradero. –Dándole la espalda comenzó hablar, al principio apagadamente, pero mientras avanzaba se evidenciaba cada vez más y más su agonía. – Es una angustia interminable… Por eso lo prometí, más que eso, lo había jurado con mi sangre. Hui y me resistí con todas mis fuerzas, después de tantas lágrimas, producto de algo que era impensable suprimir. Supe de la alegría de la compañía de otro espíritu tan solitario como el mío… –Debilitada, apoyó sus manos en un muro cercano, temblorosa respiraba como si contuviera un sollozo.

–Oscar, entonces era lo que pensaba, que… que tú…– titubeó, inseguro de si era correcto interrumpirla. La tortuosa espera había tocado a su fin, oiría de la propia boca de la rubia aquello que había presumido en la taberna Romain.

–El calor de mi cuerpo incrementándose…–se estremeció– por la pasión nacida del descubrimiento, y, de todos modos, la tragedia que se cernió en el hombre que, esperaba llenara cada uno de mis días, atacó con el peor de los odios. –Repentinamente girándose con los ojos inundados, súbita lo encaró– ¡¿Comprendes lo que significa saber muy tarde, que la felicidad seguía mis pasos y que jamás me diera cuenta?! ¡¿Lo sabes?! ¡Por eso escapaba estúpidamente! ¡No de Eluchans, sino de ti! –Cerrando sus ojos guardó silencio por unos instantes, apretando con suma fuerza los botones que cerraban su chaleco, cogiendo valor para continuar, finalizó con tono quebradizo. –Te amo... pero, no sé qué hacer con el temor de lo que pase; de amarte con el alma, y que te vayas como él…

Un vacío en su estómago se presentó, tragó saliva impactado. Condoliéndose de ella, comprendía perfectamente cómo era el sufrimiento por el que pasaba. ¿Cómo osó obligarla a dejarlo morir? Qué ciego fue de no acariciar o suponer, que la partida de ella se debía a que trataba de suprimir sus sentimientos, y todavía más increíble, que lo haya dicho prácticamente en su cara en la última conversación que llegaron a tener. ¡Qué idiota!

Oscar que no seguía sintiéndose capaz de sostenerle la mirada por más tiempo, ocultó su rostro en ambas manos, dejándose llevar por el llanto.

Él por otra parte, contagiado por la tristeza de la mujer, respondió en tono suave y compasivo.

–Ojalá se pudiera remediar a voluntad, Oscar, pero este sentimiento que quema nunca termina. Todos estamos condenados a conseguir la felicidad y la desdicha de su mano. Síntoma de que la vida recorre nuestros cuerpos. –Observó su mano maltratada, de allí paseó la vista por el antebrazo, y por las venas que iban desapareciendo en el musculo. La rubia lloraba, llena de intensa confusión y dolor. Nunca en la vida la había visto así de acabada. No era normal en la naturaleza de ella, o a lo mejor la estuviera prejuzgando demasiado. ¿llorar es solamente un signo de debilidad? Se preguntó. No realmente, pues lo que se confunde por lágrimas de cocodrilo, pueden ser otras veces fragmentos de un cristal roto en el alma, después de resistir los constantes e inclementes golpes, asestados por la injusta vida. – Conocía en mi infancia y adolescencia el amor paterno y fraterno. Lo era todo… Aunque supiera de ese lado tan sustancial de una familia, era todavía ajeno al sentimiento de pasión y sacrificio que describes. – mientras hablaba, y advirtiendo que la agitación de la mujer se disipaba, se acercó lenta y pacientemente. Extendió su brazo, tratando de llegar a ella. –Fue así que apareció esta persona, tan maravillosa y formidable, que sin importar el costo le hubiese dado todo con tal de hacerla feliz… Incluso mi vida, aun si no fuese conmigo. Entiendo lo que sufres, puesto que al igual que tú estoy vivo, y no hay nada que hacer, más que vivir.

En cuanto finalmente alcanzó su rostro, empapado de lágrimas, secó sus mejillas ardientes con sus dedos. Un tacto levemente áspero, que recordaba desde la primera vez en la que se sintió cerca de la muerte. Siempre que estaba en la inconsciencia, aquellas manos azotadas por las penurias la acariciaban con profundo amor. Embebida en los ojos castaños del hombre, atenta a sus palabras, en su espíritu la llama que se creía extinguida renacía… ¡Podría volver a ser ella misma!

"Vivir para amar y ser amada. No se puede extirpar este sentimiento. La única salida es la muerte o la desilusión de un corazón roto. ¿Debo revelarme a esta inusitada felicidad? Se aquietan todos los temores de hace unos instantes, se aquieta mi corazón".

Tan cerca, él estaba tan cerca, pensando: ¿Cómo no podría hacerlo? ¿Cómo podría resistirse más? Quemando en su pecho desesperadamente la necesidad de un contacto, por ínfimo que sea, para dar el cariño infinito que sentía por ella. Sin ser diferente para Oscar, podía verlo en su mirada nebulosa, cargada de algo que no podía descifrar pero que a la vez le resultaba familiar. Los labios se juntaron, primero casi imperceptiblemente, como tentativa al rechazo, sin saber si alguno de los dos apartaría el acogedor acto, y tras no encontrar resistencia, intentaron nuevamente juntarse. Lento, tembloroso, no obstante, tan dulce como una maravillosa ambrosia. "Tan suave", pensó. A pesar de todo lo que habían pasado, el hambre, la sed y el dolor. Los labios de la mujer en sus brazos eran la cosa más blanda que había probado alguna vez. Sin poder mantenerse totalmente erguido, su pesó cayó contra ella, y en vez de ser contraproducente, la rubia lo sujetó con fuerza, más cuando los labios se apretaron contra los suyos, por lo que sus manos pasaban por la fuerte y noble espalda. El beso, el contacto de los labios, pasó de ser manso, a más desesperado y casi voraz. ¿Cuán hambrientos debieron estar el uno por el otro hasta este momento? Logrando un leve gemido, cuando la mano de Alain se enterró en los bucles rubios, y el otro brazo en la estrecha cadera para juntar más sus torsos. Su pecho se apretó hasta sentir que todo su aire era removido, y con una sensación de abandono, se separaron. Sus cuerpos temblaron, aferrándose al otro intentaron recuperar la respiración.

–Alain… ¿Aun no es demasiado tarde? Por la culpa no me sentía digna de ser amada por nadie. –Murmuró Oscar. Con la cabeza apoyada en el pecho del hombre.

–No. Nunca es tarde. Que lo sepas es lo importante. Lo trágico es que mueras sin saberte amada. No tienes que seguir lamentándote, lo que pasó no era culpa de nadie.

–El día en que la revolución emprendió vuelo, fue el día en que arrastré a un inocente a su final por amor a mí... –Advirtió cómo los dedos del hombre que la estrechaba, acariciaban sus cabellos rubios con el fin de consolarla.

–Te equivocas, nunca es arrastrar. Todos íbamos en pos de un objetivo. Él también… ¿Cómo iba a abandonar a su comandante y desertar? Ni yo logré sacarlo de su obstinación que, además de estúpida, fue admirable.

–Me mintió… –apegada a él habló con voz queda, con el pecho oprimido por la agonía. – si lo hubiese sabido antes… Si me lo hubiera dicho. –Increíblemente, Oscar abría su corazón. Bien comprendía, que era imperativo que la mujer que sufría en sus brazos se desahogara. ¿Qué clase de amor era borrar todo rastro del pasado de su amante? Típico ego y soberbia de los humanos. Pero, sin embargo, haciendo a un lado el habitual egoísmo que cualquiera tendría, y que su carácter aborrecía, aceptaría todo de ella, ya que el hombre del que hablaban en cuestión, compartía con ellos recuerdos desgarradores y entrañables.

–Hizo lo correcto. No estaba dispuesto a darte mayores angustias. Con los amigos se puede ser sincero, porque desgraciadamente nada tienen que ver con los sufrimientos propios. Prefieres callar antes que confesarle a la persona que amas que te convertirás en un estorbo. Que la única forma para ahorrarle molestias es no decirle nada.

"Mi padre calló porque no quería entristecernos… se ahogaba con su sufrimiento y lo ocultaba con tremendo esfuerzo. Seguro que los Romain lo sabían por ser sus amigos, y nosotros no podíamos por el amor que nos profesaba. Para él era mejor no decir nada."

– ¿Entonces lo sabías? ¿Sólo tú o…? –Inquirió con tono tembloroso.

–Todos los que fuimos sus amigos, entre esos yo. –Respondió, con la mirada perdida al pasado, recordando el rostro de uno de sus mejores amigos.

–Ya veo… Éramos amigos, aun obviando eso nuestra relación había cambiado, y por haber cambiado no debía saberlo, ya que era probable lo mucho que sufriría.

– ¿Sientes pavor por la posibilidad de que alguien te ame? El que se dice amante tiene que someterse al costo de ello. Yo lo hice… – suspiró– Por lo que si mis sentimientos eran sinceros no tenía derecho de escoger por ti, ni obligarte a estar conmigo.

–Siempre me llamó la atención ese lado de ti… –poco a poco de sus labios desaparecía ese gesto amargo. – tu poco interés de gobernar a otros. –Se expresó más calmada.

– ¡Y que lo digas! ¡Sigue sin interesarme un comino! –Bufó fastidiado. –¡En los líos que me he metido por andar pendiente de idiotas! – Sus pupilas miraban cómicamente hacia arriba, a modo de mostrar la ironía de su suerte.

– ¿Cómo no me di cuenta? Las tantísimas estupideces que cometías. Esas molestias que te tomabas, cuidándome a una distancia prudente. –Divertida se llevó una mano a su boca. En su voz se ocultaba una tentativa de risa.

–Si te dabas cuenta de mi cercanía en el cuartel escaparías como lo hiciste antes. Igual que un ciervo cuando percibe al cazador. Eso me pareciste.

–Hmmm… Ni tan prudente. –Opinó, al principio analítica, y arqueando una ceja, pasando a un tono en verdad malicioso. – No eres muy bueno mintiendo, ni disimulado. Apuesto que Bernard y Rosalie ya sabían lo que sentías.

– ¡Oye! –Protestó, con un ánimo afable. La separó un poco de sí, pero al hacerlo, notó la serenidad que despedían los ojos azules de la rubia, con el alma renovada, con una liberación que necesitaba. – ¡No soy el único torpe aquí! ¡Es muy difícil que te des cuenta de lo obvio! ¡Tú también eres muy despistada! –Para callarlo de su queja, y así evitar que pusiera en evidencia su carácter aislado, lo besó enérgicamente sobre los labios. En lo que duraba el beso, mientras su cintura era rodeada, acariciaba la nuca del mancebo, estirando y retorciendo los mechones oscuros. Usualmente él no era ingenuo, le era complicado no caer presa de una caricia de su querida comandante. De esta forma, ambos reanudaron el abrazo.

Tanta felicidad por el desahogo de transmitir el amor que se había ocultado por la fuerza. A solas en la oscuridad, escondidos en el campo de tiro, o eso creían, pues concentrados en el abrazo placentero no percibieron que un hombre los espiaba. Le heló la sangre en el instante en que los labios del que imaginaba, el mejor y más fascinante de sus amigos, se acoplaban con los de un hombre que pensaba despreciable. El rubio se abandonaba en sus brazos como una fémina. Esa degradación fue suficiente para que en sus ojos se encendieran chispas de cólera. ¿De dónde provenía este odio feroz? ¿Era decepción por ver a Michel ser atraído a la condición más baja, según la moral y todos sus representantes, o eran unos celos incontenibles? Repentinamente evocó las palabras pronunciadas por Penot.

—"Si te encelas por cualquier hombre que pose sus ojos en Dumont, lo lamentarás. Al que acusarán será al que aparezca en el peor momento y lugar… Asegúrate de no estar presente en un momento vergonzoso.

Con vergonzoso, ojalá no sea lo que pienso.

Es lo que crees… implora por no mirar el ardor de dos hombres o convertirte en la pasión de uno. El sargento por otra parte está perdido en Sodoma y Gomorra."

-o-

Felizmente fugándose juntos. Tomándolo como una mera travesura infantil, asimismo, borrando la reciente angustia, se retiraron del campamento construido en los terrenos del cuartel en ruinas, en dirección al único lugar en donde creían podían ser ellos mismos; el hogar de los Soissons… Una casa que había perdido el calor esencial que brindaba una familia. Deshabitada y sola desde hacía muy poco tiempo.

No habían hablado en particular de nada que mostrara algún tipo de gravedad o crisis. Solamente en el corto paseo conversaban respecto a lo que los ocupaba en el periodo en el que estuvieron separados. Algunas veces, Oscar se daba unos instantes para detallar la apariencia del hombre que caminaba a su lado, distraído por el tema. Asombrosamente repuesto del rato de inconciencia y debilidad en el que estuvo sumido en el campamento. Siempre que lo miraba, nuevamente sus mejillas, así como su pecho se encendían, tragando saliva con gran tensión. Antes, que vivía y respiraba su trabajo, no era ciega para no notar las cualidades y atributos del sexo opuesto. Aunque no era lo mismo apreciarlo tranquila, objetivamente y en sus cabales que con los verdaderos ojos de una mortal. Vaya cambio para una mujer consagrada al celibato. Justo ahora, la apariencia de los varones gatillaba a la ansiedad y la pasión, sentimientos febriles que regresaban a ella. Más aún en el momento en el que se encontraba harta de su propia necedad, para hallarse estrechada por los fuertes brazos y torso bien definido del mancebo. ¿Cómo no pensar en la expresión que le prodigaba este hombre tan apuesto, mientras confesaba con ternura y tristeza cuanto la veneraba? Capaz de renunciar a ella con tal de hacerla feliz. Cabía mencionar también, que el excelente estado físico, y facciones agradables no era su único encanto; el carácter y reacciones intensas, sean de emociones positivas o negativas, las transmitía con mucha más contundencia que el de muchos otros. Un espíritu tan libre como el suyo. Siempre desplegando sensatez e inteligencia. Esa gracia la tenía fascinada.

Agobiada por la euforia contenida pasó una mano por toda su faz, sudorosa hasta su garganta. Ya tocando la entrada de la casa de los Soissons, se detuvo a recomponerse. Advirtiéndola fatigada, él preocupado preguntó.

—Oscar, ¿qué te pasa? ¿Te sientes mal? —Sosteniéndola por un hombro la miró con detenimiento.

—No, no es nada. Sólo necesito beber algo y descansar…—Negó con la cabeza, sosteniéndosela. —llévame adentro… —Haciendo caso a su pedido ingresaron a la vivienda. Luego, retirándose la casaca, y poniéndose cómodo, inmediatamente el dueño de la casa buscó una silla para que su invitada descansara del supuesto vahído. Una lamparilla de aceite sobre la humilde mesa, iluminaba la oscura estancia.

"Pero qué conveniente… sentir un malestar por algo puramente humano."

Pensó la rubia con ironía, mientras tomaba asiento. Escuchó cómo Alain movía y retiraba de la alacena las ollas y demás peroles, retornando con un vaso y una jarra de metal con agua. Llenándola con pulso tembloroso por el apuro se la ofreció.

—Ten… el agua te hará bien. —Oscar ladeando su cabeza, sonrió por su gesto.

—Gracias, ¿pero no tienes algo un poco más fuerte? —Preguntó, colocando el vaso en la mesa.

—¿Fuerte...? pues… ehm…—Enderezándose y rascándose la cabeza, miró en una repisa encima de la chimenea. —sí… tengo vino.

Por complacerla, colmó dos tazas de latón con vino. Después, como no era suficiente la luz que irradiaba la lámpara, se dedicó a prender la chimenea. Ya con los troncos alimentando la llama que se inflamaba, la estancia adquirió más nitidez. A pesar del aspecto de la taza abollada y de la botella eternamente relegada, Oscar no se vio afectada ni incómoda, bebía a gusto. Degustaba el sabor del vino dulce y acido por lo añejo, sin embargo, faltaba algo para hacer la noche más agradable, cosa que seguramente el amo de la casa no intuía. Cuando Alain terminó de avivar el fuego, se sentó junto a ella, quien se había acabado su vaso, con la diferencia de que se miraban cara a cara. Él no pudo evitar pensar, después de encender la chimenea, cómo las sombras y la luz bailaban en el rostro de la mujer frente suyo, resaltando sus elegantes rasgos, cosa que avivaba de igual forma su corazón. ¿Cómo podría ocultar el deseo que podría reflejarse en cualquier momento en su mirada? Era algo que no conseguía hacer, temiendo ser demasiado evidente, esperando que Oscar jamás lo notase. Sería demasiado humillante.

—Me doy cuenta, que esta es la segunda vez que pisas mi casa… —Dijo tratando de sonar indiferente, algo que, en evidencia, no daba resultado. Por lo que, estiró su brazo para coger la botella a su lado. —Desde luego, que no por un suceso trágico. Tenerte de invitada es algo nuevo e inesperado. —Sobó nervioso su frente, relajando su cara. — Me siento extraño con esto. Ni sé cómo atenderte correctamente. —Admitió algo apenado.

Ella sonrió suavemente por su comentario inocente. Era evidente e indiscutible que, fuese la primera mujer que invitaba a su hogar con una intención no fraterna. Lo observó llenar el recipiente de latón, no tenía que decir nada para que éste supiera de su deseo de beber más, algo que admitiría más fácil que el otro anhelo que se mantenía aprisionado en su pecho.

—Me conoces desde muchísimo tiempo atrás, en el tiempo que armabas desorden y terror en la vieja Guardia Francesa. Eras un dolor de cabeza para tus viejos superiores y para mí… Pero sí… en muchas cosas es la primera vez; conversar abierta y sinceramente, sin restricciones ni inquietudes. Dar un paseo sólo nosotros en el silencio de la madrugada. Disfrutar de este vino junto a ti, en la intimidad de la casa de tus padres, y... —terminándose el líquido, acercándose con lentitud, atrapó la mano que reposaba sobre la mesa, para después conducirla a sus labios húmedos y entintados. Conservaba aquella escena en su memoria, algo que no podía dejar pasar, mucho menos por lo que la hacía sentir. —el beso ardiente de hace un rato… La primera vez es la que nunca se olvida. —Confesó emocionada, sorprendiéndose a sí misma por haberlo admitido.

Alain prácticamente, con un nudo en su garganta, incrédulo de la declaración de la mujer, reparó en su mano en los labios de ésta. No es que el fuera precisamente un niño en estos temas, no obstante, el amor tiene su lado ingenuo e inseguro. No aguardaba a alcanzar tan rápidamente esa parte tan crucial e íntima con la ex comandante, más bien, acababa de mentalizarse de que esperaría pacientemente a que estuviera lista. Para su sorpresa, resultó demasiado pronto de lo imaginado. De la nada a su mente vinieron las palabras referidas a su persona, de parte de aquel muchacho en la taberna Romain. Ese que señaló descaradamente su total ignorancia de lo que da alegría a la vida.

"¿Qué sé de amor? Caray, por hoy, algo dicho por un desconocido si me dolió… ¿Por qué me siento tan nervioso? No es mi primera vez con una mujer y siento que es así… Aunque no interesa, como bien diría Bernard; mi querida comandante es la que tiene la última palabra."

Apartando el miedo de dar un paso en falso, y seducido por las apasionadas intenciones de Oscar, sus ojos se cargaron de un deseo creciente. En seguida se levantó de su asiento para reunirse a centímetros de los labios de la mujer. Deslizando su mano tras la nuca rubia, atrayéndola lo más posible a su cuerpo, y con la otra rodeó la cintura, reviviendo el beso que la había emocionado. Como sea… poseería al muchacho más hermoso de la nueva Guardia Nacional.

Con deleite y frenesí, sus bocas se encontraron para una danza de deseos desenfrenados y anhelantes. La fricción de sus labios lo llenó de una sensación difícil de manejar, ya que sus entrañas se quemaban como si una bola de lava se ubicara allí. Abriendo ligeramente sus ojos, pudo ver en los cerrados de la rubia, su abandono en aquella comprometedora situación. A pesar de todo, la fémina daba tanto como le fue dado en aquel placer indetenible. Percatándose de la impaciencia de ella, transmitida en la presión que ejercía, apretando los hombros de su amante, tomó la iniciativa de cargarla en sus brazos. Por supuesto, con especial cuidado de no incomodarla en el recorrido del comedor a la alcoba. Era demasiado difícil mantener el control, la ansiedad de poseerla estaba consumiéndolo lentamente.

Dentro de la humilde habitación, se dispuso a depositarla en la cama, excesivamente agitada. Las luces de los faroles que iluminaban las calles se colaban por la ventana. Reflejándose también en los rubios, y cortos bucles, asimismo en los ojos tiernos y anhelantes de Oscar. "Ella también quiere esto." Se recordó. No había marcha atrás.

—A-Alain…—Lo nombró necesitada, recostada en la superficie blanda. El hombre rápidamente se echó encima de ella. Teniéndolo para sí misma, a su disposición, haló enérgica de la camisa, obligándolo a retirársela como lo hizo al principio de entrar a la casa, dejando el atlético torso expuesto.

Con una rodilla entre las piernas de Oscar, inclinándose para tomar hambriento su boca, en lo que sus manos trabajaban en la ropa de su amada. Despojándola de las piezas del uniforme que cubrían su esbelto y grácil cuerpo. Escuchó un jadeo de anticipación, sin estar seguro si era el de ella o el suyo propio.

—Te amo, Oscar…—Murmuró por sobre los tersos labios. Su pecho apretado por la falta de aire, como si viera una belleza fuera de este mundo. En respuesta ella acarició su mejilla con igual adoración.

—Y yo a ti… Cuanto había sufrido por decírtelo. —Susurro dulcemente, acariciando los negros cabellos que adornaban los costados de la cara de su amante.

"Hubiese muerto ya sin remedio si te perdía a ti también…"

— No lo parecía… Creía que era un estorbo en tu vida.No adivinaba que toda esa frialdad se pudiese traducir en pasión.Opinó burlón, lejos de recriminarla, se pudiera decir impresionado de este giro de los acontecimientos.

—Pues ya ves que sí… Debía pensarlo. Necesitaba un tiempo para estar sola. Ya te dije que en ningún momento pude desligarme de ti. Como fuera me enteraba de tus movimientos.

—Igualmente, pero no con tanto detalle como tú… después de todo, el sodomita consumado en el cuartel, es el veterano sargento de Soissons.Mencionó con perfidia, tratando de inducirla reírse, aunque la reacción de su amante fue opuesta a lo deseado. Oscar frunció el ceño, inquieta, ladeó su cabeza en la almohada, por la posición en la que estaba, cualquiera creería que tenía la vista fija en la puerta de la alcoba, lo cual no era así... Se hallaba ensimismada. Al parecer preocupada del futuro de Alain. Por calmarla y distraerla de tal pensamiento funesto, y aprovechando el cuello níveo que se exponía comenzó a besarlo con ardor, pasando sus labios húmedos en él, raspando ligeramente con los dientes, y mordiéndola sin lastimarla. Produciéndole una sensación placentera a su adorada, que temblaba bajo su cuerpo. ¡No pongas esa cara!Demandó con reproche.Fui yo el que te deseó, fui yo el primero en dar un beso entre nosotros, además del que se empeñó en esto. Lo que suceda es mi responsabilidad.

—Alain, en cuanto a responsabilidad yo…Replicó insegura, adelantándose a lo que dijera él la interrumpió.

—¡No! No digas más, Oscar… Escogí este camino. Jamás actúo sin pensar. Las cosas que hago tienen un fin. Seré más joven, pero eso no me hace un estúpido, estoy al corriente de que los actos vienen con resultados que no siempre son buenos, y no me importa. Asumiré el futuro. Así que no hay que temer, debido a que no encuentro otra manera de ser feliz sino esta, contigo. Lo que más amo en mi vida. No… Incluso más que a la vida.

—Lo que pides hoy de la vida es que sea tuya…—Éste asintió decidido. Ya veo, aquí entre los dos soy la niña. —Concluyó plena, realmente orgullosa de lo que oía. —No me culpes por preocuparme, ¿cómo no ver por el porvenir del que amo? —Con la mano delineó las facciones del hombre que la rodeaba, notando unas ojeras. Este gesto cansado significaba que su despedida forzosa había sido insana para él… De modo que recordando el comentario que los empujó a la discusión, buscó regresar a la paz al comienzo de pisar la habitación. —Estás muy equivocado en una cosa…—Apuntó, supuestamente irritada. Esto lo tomó desprevenido, haciéndolo tensarse por su cara y tono de voz, repentinamente juguetona revolvió su cabello. —el sodomita soy yo… Según las malas lenguas, tengo de pasatiempo seducir a mis superiores, y tú, mi querido sargento, —Colocó el dedo índice en la nariz de su amado. —eres mi favorito. ¡Contaba los días para comerte!

—Es definitivo, ¡Me doy! —Exclamó resignado, para enseguida unirse a la risa de la rubia. No sabía que ésta tuviera ese nivel de ternura y malicia para gastarle una broma, considerando lo templada y reservada de carácter. Carcajeó tanto que no pudo evitar llorar, bajando su cabeza por una sensación de cosquilleo en su pecho, lo que le produjo una fuerte tos, cerrando su puño contra su boca trató de contenerse, entonces cuando se detuvo, advirtió la mano de ésta, colocando los dedos bajo la quijada, conduciendo nuevamente su atención a ella. Un mensaje sutil de que podían retomar la intimidad.

Al terminarse de descalzar, inmediatamente se libró de los pantalones, desnudándose en su totalidad para el placer de Oscar, fascinada con la anterior presentación del torso. Apretando la mano que lo dirigió contra el colchón, prosiguió en los tratos a los hombros y cuello satinado, sumisa estiraba su garganta. Tomó el brazo de la rubia y comenzó a recorrer los labios en él, en cada tramo de piel con cuidado, sin desear dañarla, como si la mujer mayor fuera totalmente frágil.

"Es ella… sin duda que lo es… Su cabello que la aleja de la ninfa de aspecto etéreo que fue, convirtiéndose en un pastorcillo que pasea solo, sin ninguna de sus ovejas."

Con una mano abierta toco el grosor del torso femenino, parecía mentira que esta mujer tan excepcionalmente hermosa, se arrojara a ocultarse entre un grupo de soldados, muchos de ellos de origen campesino, en una habitación decadente. Y que la casaca que esos mismos jóvenes usaban, guardaba senos modestos, bien formados, tan blancos como el marfil y la leche. Esto explicaba el porqué, se reconocía al sexo femenino como el dueño de la beldad, a causa de ello, la poderosa punzada en su entrepierna, de la noche en la que abandonó aquella carta fatal se manifestó.

Gimió al sentir la boca de Alain ir tras un seno, probándolo con deleite, modelando el rosáceo pezón, que se despertaba por la excitación, recorriendo la piel lisa y suave con labios y paladar curiosos. Instintivamente ella dobló las blancas y tersas piernas, prensándolo, rodeándole las caderas con ellas. Con la intención de friccionarse contra las de él. Entonces, en el roce, sintiéndose considerablemente ardorosa y necesitada, percibió lo que parecía ser una erección. Sonriendo con satisfacción escondió una mano en el oscuro cabello de su amante, revolviéndolo repetidamente, y apegando de forma abrazadora la otra en la espalda amplia, al punto de arañarlo. En los minutos de besos hondos, probando sus cuerpos en el sentido de la palabra, prensándose con fuerza, saciaron toda curiosidad, de las diferentes sensaciones placenteras que podían brindar a la piel del otro.

Advirtiendo el nivel de libido de ella, nada diferente del suyo; en sus mejillas rojas, sudor, y el calor que se incrementaba en los cuerpos a la espera del clímax, sabía que el momento se acercaba, entonces con esperanza e incertidumbre, aguantando la insoportable y persistente punzada en su entrepierna, preguntó, aborreciendo una vez más su propia cobardía e inseguridad. Jamás en la vida se había sentido de esa forma hasta aquel momento.

—¿Realmente puedo? —Dio un trago, ansioso de una afirmativa.

—Tonto. —Susurró cuando él la abrazó, continuando el sargento con los besos amorosos y lánguidos hasta regresar a sus labios, mientras las manos de ella sujetaban su espalda, recorriéndola posesiva. Querían pertenecerse lo más pronto, completar lo que era entregarse en cuerpo y alma. Por lo que, confiado, y sosteniendo firmemente las caderas de la mujer, entró lentamente en el cuerpo sensitivo, que temblaba y se regodeaba del contacto íntimo. Él se sintió rodeado por su caliente, húmeda y palpitante carne, como si fuese abrazado en el interior de ella, mientras daba profundos y lentos empujes, escuchándola jadear de éxtasis por minutos intensos, con aquella voz más oscura que la de cualquier otra, y que podía conseguirlo poner de rodillas.

La tenía finalmente en sus brazos. Sus ojos picaban por el deseo de llorar con regocijo. Su mente se nubló sin pensar en otra cosa que la mujer sujeta a su cuerpo, desesperada de tocar la saciedad, delirando porque no parara de enterrarse en su vientre. Oscar era suya, únicamente, eternamente, sin permitirse nunca jamás ser soltada.

—Sujétate a mí, que no te dejaré ir… —Susurró junto a su oreja, al arrimar un mechón de brillantes hebras de seda dorada, incrementando la velocidad e ímpetu del vaivén de sus cuerpos, para después liberarse juntos. Un gritó agudo se escuchó en la habitación, y al darse cuenta, él estaba sobre ella, todavía en un cálido abrazo. Los espasmos del cuerpo de Oscar, eran estremecedores, mientras sudorosos trataban afanosamente de calmar sus respiraciones.

Un momento en el que olvidaba el dolor, la pérdida y el desastre en el país que juró proteger, recibiendo de otro y entregándose al mismo tiempo. Era perfecto, y todavía se sentía demasiado fugaz. La ex comandante cerró los ojos, deseando atesorar un poco más. En un lugar donde no sería herida, ni en su cuerpo o alma, simplemente amada.

El futuro era incierto, ¿Qué pasaría de ahora en adelante? Pensó, ocupada en acobijar a su amante en sus brazos, acariciando con parsimonia la nuca y cuello masculino, en lo que sus latidos y su respiración se apaciguaban finalmente. El hecho de tenerlo era suficiente para sentirse serena. Después de unos extensos minutos de silencio, Alain la sacó de su cavilación.

—Oscar, vive conmigo. —Ofreció de forma inesperada, mientras se levantaba, tenso en sus articulaciones, para echarse a su lado, y doblando un brazo tras la almohada colocó su cabeza, para enseguida acomodar a la rubia contra su pecho, procurándole comodidad.

—¿Vivir contigo? —Arqueando una ceja, inquirió incrédula—¿Qué hay del cuartel? Podrían enterarse.

—No seas tonta…bufó — no seremos los únicos, con el cuartel hecho una ruina es imposible que sea habitado hasta que consiga ser reparado, y por los vientos que soplan no creo que sea pronto. Muchos que pertenezcan a París serán enviados con sus familias. Otros que provengan del interior, se les proveerá albergue en cualquier sitio, probablemente en conventos.

—Bien, viviremos juntos… Con los ojos puestos en el espejo que los reflejaba arropados en el lecho, rio suavemente, ya convencida de la idea. tampoco deseo importunar a una pareja que está por convertirse en una familia. No sería prudente.

—¿Vivirás conmigo para no fastidiar a los Chatelet?Se giró mosqueado, reparando en la mujer acurrucada a su costado. Ella por supuesto, fascinada de su reacción rio de nuevo, desde que estaba en compañía de Alain no recordaba haberlo hecho con esa frecuencia en tantísimo tiempo.

—No. Viviré a tu lado porque también lo quiero. Mi coartada será una hermana y un cuñado que me darán hospedaje. De usar a los Chatelet me bastará con sus nombres, claro, que lo haré dependiendo de lo que se presente. Por los momentos no tengo ninguna queja de mi anfitrión. Explicó, sin embargo, no hubo respuesta del sargento, hasta que lo oyó emitir un ronquido. El pobre ni la había escuchado. Con sutileza se reincorporó sin interrumpirle el descanso, plantándole un casto beso en la frente. Se sintió, sorpresivamente, un poco más liberada de su tortuoso pasado, como si ahora pudiera tener un lugar al que llamar hogar, no siendo un techo, sino una persona que la recibiría amablemente y con los brazos abiertos, sin importar que tan perdida se sintiera.

"A mi lado yace un nuevo motivo para ser feliz… Duerme pacíficamente gracias a que confesé lo que mi pecho encerró durante días interminables… Sus besos son más tiernos y sinceros de lo que mi cabeza suponía, sus manos no están dispuestas apartarse de las mías, y su pecho siempre se encuentra disponible para darme unos minutos de reposo. Es extraño sentirme mujer nuevamente, entregarme toda en completa plenitud al amor, cuando había tomado la iniciativa de desprenderme de mi libertad y naturaleza. A la luz del sol soy un hombre, además de una identidad que es una mentira a mis compañeros y a mi pueblo. Únicamente tú me haces la mujer que realmente me siento. Sólo a escondidas soy tuya, y soy Oscar..."

-o-

SARA BAREILLES - GRAVITY (EN ESPAÑOL por Foxy)

Algo siempre me trae de vuelta a ti

Nunca lleva mucho tiempo

No importa lo que diga o haga

Aún te sentiré aquí hasta el momento en que me vaya

Me abrazas sin tocarme

Me Tienes sin cadenas

Nunca quise tanto algo

como ahogarme en tu amor y no sentir tu lluvia

Ponme en libertad, déjame ser

No quiero caer otro momento en tu gravedad

Aquí estoy y me paro bien erguida

tal como se supone que debe ser

Pero estás encima mío y me agarras

Oh, me amabas porque soy frágil

Cuando yo pensaba que era fuerte

Pero me acaricias un ratito

y toda mi frágil fuerza se va

Ponme en libertad, déjame ser

No quiero caer otro momento en tu gravedad

Aquí estoy y me paro bien erguida

tal como se supone que debe ser

Pero estás encima mío y me agarras

Me la paso arrodillada

tratando de hacerte ver que eres

todo lo que creo que necesito aquí en el piso

Pero no eres ni amigo ni enemigo, aunque

parece que no puedo dejarte ir

La única cosa que todavía sé es que me estás controlando

controlando, aahhh ohhhh

Estás encima mío y me agarras

Algo siempre me trae de vuelta a ti

Nunca lleva mucho tiempo

-o-

Luego de una noche agitada y llena de sentimientos, que acabó en un reposo acogedor en el que los pesares parecían que ya no podrían alcanzarlos, Alain y Oscar retornaron al cuartel atónitos, sin poder creer lo que veían. A la luz del sol que iluminaba el cuartel, con los muros manchados por el fuego iracundo, las vigas crujían a tientas de caerse por su peso, apenas dejando un cascarón derruido de lo que un día fue lo que ellos podrían consideran alguna vez una base militar. ¿Quién pudo orquestar esto? Pensó ella. Por los momentos, luego de tantas oportunidades en las que conversaron, Alain no tenía la menor intención de contarle la verdad. La había preocupado demasiado. Bastaba con el terror vivido de casi perderlo para descubrir que toda la tragedia fue planeada por el propio Eluchans, con el propósito de eliminarlo.

Atravesando por completo los portones, divisaron una fila de hombres, que aguardaban para ser atendidos frente a la tienda que empleaban de enfermería, unos de pie y otros sentados conversando, o jugando a los naipes. Repentinamente un chillido agudo los sorprendió. Volviéndose a la entrada de la tienda notaron como varios soldados escapaban despavoridos de su interior. Dos de ellos desnudos del torso, con heridas a medio tratar, se vestían forzosamente en su huida. El último si fue desconcertante; un muchacho que, a pesar de su cojera, haciendo uso de una muleta, y luchando por no afincar el pie en el suelo, corrió veloz del lugar.

Un hombre enseguida del ruidoso escape se asomó, indignado alzó su puño, reclamando a los pacientes en fuga.

—¡Idiotas! ¡Cobardes! ¡Regresen! ¡No me culpen si se les pudre la carne! ¡Luego no quiero que se quejen con sus comandantes! ¡¿A esto le llaman hombres al servicio de la patria?! ¡¿Qué harán si explota una guerra?! ¡No son más que gallinas! —Al notarse observado se giró a los presentes, asombrado de la maravillosa coincidencia se separó de la cortina. —Alain… y… — Enfocó sus ojos, forzándose a distinguir al mozo que acompañaba al sargento— ¡¿monseur Dumont?!

El aprendiz de doctor cogió entusiasmado las manos de Oscar, las agitó suavemente para transmitirle su alegría. La rubia sin mostrarse indiferente del júbilo sonrió gentil.

—Menuda sorpresa, joven Christopher… Hace mucho que no nos veíamos.

—¡Es cierto! ¡Desde el año pasado no supe de ustedes! ¡Había olvidado que estarían aquí! ¡Qué lento soy! —Admitió con las mejillas rojas del rubor y la emoción. — ¡Gracias a Dios que están bien!

—Sí… en efecto, no podría nadie decirlo mejor… —Ironizó con fingida lástima Alain, pasando su dedo por el interior de su oreja, recordando el nefasto espectáculo de hace un instante, destruyendo el ameno encuentro— Gracias a Dios en las alturas que estamos enteros y con bien, porque…—Apuntó con su barbilla al espacio donde estuviera una fila de pacientes, ahora desolado, a causa de la reacción de sus colegas fue imposible que estos no se vieran ahuyentados también. Antes de siquiera terminar la frase ésta lo interrumpió, intentando no ofender al estudiante.

—¡Alain, no sigas! —Le reprochó, dando un codazo al brazo del mancebo.

— ¡¿Cómo demonios no quieres que se dé cuenta?! ¡No era difícil imaginar quién se hallaba dentro de esa tienda! ¡y más si una estampida de hombres venía hacia nosotros! —Ante la molestia de ella, y en un gesto que expresaba su oposición puso los brazos en jarra.

—¡Sí! ¡Exacto! ¡Y te recordaré, que era el único que hallé para salvarte! ¡Sí lo insultas a él, me estás insultando a mí! —Reclamó, mientras daba contundentes y alarmantes toques con la punta del dedo índice, a un hombre que le llevaba la delantera en altura y complexión, sobre todo en rango, situación que impresionó a Christopher.

El sargento que era empujado por el delgado y blanco dedo, tragó saliva por el argumento de su amada. Debía reconocer que Oscar tenía la razón. El joven por calmar el ambiente, y salvar a Alain, de lo que se sentía como el regaño de una madre cambió de tema.

—Este… yo… ¡Vine a ayudar como pueden ver al incendio! ¡Digo con el incendio! ¡Diablos! —Limpió nerviosamente sus lentes empañados de sudor con su camisa. — A pesar de que no vivía cerca del humo, no pude evitar ayudar a apagar el fuego, y cómo eran muchos los afectados, me ofrecí a atender a los que estuvieran en peor condición. Y… yo…—comenzó a decir azorado y lleno de timidez, con un muy bobalicón y atolondrado intento de sonrisa— Estoy profundamente agradecido con usted, monseur Dumont.

—¿Por qué? —Preguntó intrigada de su elogio—No creo recordar haber hecho algo por usted.

—No me refiero a eso. —haciendo un súbito movimiento de cabeza negó— Nadie tuvo fe en mí… ni mi propio tío, quien es un médico muy solicitado en la ciudad, incluso por los más pobres y nobles. —Deprimido, bajó la vista, empeñado en los cristales que no paraba de pulir.

—Siempre se va a esperar la aceptación de los familiares, pero eso no quiere decir que sea cien por ciento necesario. Aun si no están de acuerdo, deben respetar el camino que se elija… Mi opinión tampoco es importante, es la de ti mismo la que la que interesa. —Retirándole los lentes de las manos se los colocó, como una corona a su rey. —Si te sientes llamado a servir de médico, que nada te detenga, por muy duro que pueda ser…

—¡Sí! ¡Así lo haré! —Asintió repetidas veces, incentivado e inspirado por alguien que no lo juzgaba.

—Por otra parte, soy yo el que tiene mucho que agradecerte; le salvaste la vida a Alain, —Con la mirada apuntó al alto hombre a su lado— sin ningún interés que te influyera que no fuera ayudar.

—No es cierto. Al principio pensaba negarme, pero es muy difícil mirarle a la cara, monseur Dumont. Su rostro derretiría un corazón de hielo, y creo posible quebrar al de piedra. —Rio despreocupado, rememorando con nitidez los ojos cristalinos del terror, y las mejillas encendidas e hinchadas. De no ser por el uniforme y el corte de cabello habría creído que se trataba de una damisela la que había tocado a su puerta, suplicando por la vida de un enamorado—Siempre estaré al servicio de mis amigos y allegados… —Este último comentario inmutó al sargento, incitándolo a la reflexión; de que no había que meter a todos los humanos en el mismo saco. Girándose mientras despejaba su ropa de toda partícula de polvo, el estudiante que anhelaba ser un doctor en toda regla, se marchó de vuelta a la tienda, retomando sus funciones.

Comprendiendo la reciente reacción del mancebo la mujer le habló.

—¿Estás pensado en lo ocurrido con tu padre? No me es complicado suponerlo… Es abrumador darse cuenta luego del odio y el dolor, que no todos somos de la misma calaña. Podemos ser iletrados o gente de letras e igualmente carecer de alma y corazón.

—Así es…—Concordó con una sutil sonrisa. — Si lo pienso detenidamente la primera contradicción a la rabia y el resentimiento en mi vida fuiste tú…

—En efecto. Por ejemplo, el recibimiento y trato tan cálido que me diste al amarrarme a una silla, y acercarme demasiado aquella vela. —Le recordó perversa. Supuestamente herida, cuando ya daba por sentado haberlo perdonado.

—¡¿Vas a seguir con eso?! ¡Ya te dije que lo sentía!

—Mientras pueda sacarle provecho a ese incidente te lo recordaré hasta sentirme satisfecha. —Dijo pícara, volviéndose ligeramente con los brazos cruzados hacía él.

—De cobrármelo te sugiero que sea al anochecer. No tiene que ser aquí… puede ser a solas... —Sugirió por lo bajo con tono malicioso, paseando la vista por el cielo despejado, mientras un refrescante ventarrón batía sus cabellos.

—¿No te bastó con lo de ayer…? —Entrecerrando los párpados, y sin cambiar la posición de sus brazos entrecruzados respondió, casi tan lasciva como él.

—Siendo sincero… no. El susto de morir carbonizado me arrebató unas energías que podría haber empleado en una actividad productiva.

—¿Con actividad productiva te refieres a algo conmigo?

—Lo que sea contigo es productivo, sobre todo si hablamos de la misma actividad. —Ésta sorprendida y muy divertida por la labia y la desvergüenza del sargento, no halló otra respuesta que una carcajada.

Ocupados en la entretenida charla de amantes, dos soldados que emergían de las ruinas, con bayonetas y rifles ennegrecidos por el hollín en sus manos, detuvieron su marcha. Sintiéndose atraídos por una risotada, se volvieron en dirección a la pareja. Reconociendo al mozo que había ofendido al comandante de la cuadrilla de mensajeros, con el rostro endurecido uno de ellos se aproximó a tomar del hombro a la rubia, volteándola súbita y brutalmente para espanto de Alain.

—¡Eres tú…! —Con ojos prendidos en cólera, y una sonrisa malvada la detalló— ¡¿Pensabas que te saldrías con la tuya, burlándote de nuestro comandante?! ¡Ni la negrura de la noche me impidió grabarme tu cara! ¡Tarde o temprano enfrentarías tu castigo!

Provocado por lo que parecía una amenaza contra ella, Alain retiró la mano del hombre, doblándola hacia atrás.

—¡Más cuidado con lo que dice! ¡Lo estará confundiendo con otro! —Irritado lo increpó, empujando brusco la mano al hombro de su dueño.

—¡Esto no es de su incumbencia, sargento! ¡Sepa, que mi estatus de teniente-coronel me da más poder que usted sobre el destino de este soldado!¡¿O es qué está retándome por encubrir a este insolente?! ¡Destruyó la disciplina y el respeto que se le debe al rango! ¡Si es así, no será el único en ser castigado! —Sacudiendo enérgico su brazo, para separarse del agarre por poco y estuvo por rozar la quijada del mancebo.

Sintiendo un terrible latigazo en la columna, y asustada de involucrar al que amaba, debido al ambiente que se cargaba con la actitud belicosa de los dos hombres, Oscar utilizó su cuerpo para separarlos, adelantándose a lo que parecía el comienzo de un pleito o escaramuza, de la cual el sargento no saldría ileso.

—¡Suficiente! —Se impuso con autoridad, segura de sí misma, si no fuera porque estaba en medio, bien Alain embestiría al otro, con enormes ansias de verlo escupiendo sangre. Sin un hálito del miedo anterior, se dirigió al soldado que la había reconocido. — Soy yo… No lo he olvidado. Señor, le ruego que disculpe a mi comandante. —Agachó su cabeza, mostrándose obediente como manejable — La culpa es mía por haberme guardado cobardemente la injuria que cometí hace dos noches…

—¡Pero…! —Protestó el sargento, sin embargo, la mano femenina, que firmemente lo mantenía a raya no le permitió intervenir. Frunciendo levemente el entrecejo, el hosco soldado se tranquilizó.

—¡Eres sabio! —carcajeó jactancioso— ¡Esto habría pasado a mayores si seguías quedándote callado! ¡Vendrás con nosotros! —Ordenó, mientras el compañero de éste se ubicaba tras ella. Digna avanzó, no dejándose inmutar ante el cañón del rifle en su espalda. A duras penas y pudo echarle una última mirada de impavidez y valor al mancebo. —¡Le reitero, sargento, que no meta la nariz donde no lo llaman!

"Todo estará bien. Puedo enfrentar este castigo sola… Mi alma está en calma. Sin importar el costo, quien porta mi corazón como mis pensamientos está a salvo. Lo haría no una, sino miles de veces. Puedo manejar lo que sea, lo que se presente."

Fue así que la vio alejarse con los soldados infames. Impotente y frustrado resopló, peinando su cabello con los dedos trató de pensar en una forma rápida y eficaz de ayudarla.

—Maldita sea… y ¿Ahora qué hago? —Preguntó, en lo que su furia se agudizaba. De improvisó, oyó los cascos de un caballo que ingresaba al cuartel. Era el general Lafayette, o, mejor dicho, el marqués de Lafayette, un noble con una mentalidad probablemente parecida a la de la antigua general de brigada. Ahogado por conseguir el apoyo de un hombre de peso corrió hacia él.

El general luego de descender del animal, se retiró lo guantes que protegieron sus manos del roce de la rienda. Cuando pretendía dar un paso un hombre gritó, alarmando al espigado soldado de gran estatus.

—¡General Lafayette! ¡Señor! —Sin olvidarse de mantener decoro y distancia saludó con un gesto marcial al comandante en jefe.

—¿Sargento de Soissons? Vaya, qué alegría de verlo ya de pie y en sus cabales. Me habían dicho justo ayer en la mañana, que estaba tan mal que no despertaba ni con un cuerno de caza en su oído. ¿Cómo está la quemadura en su hombro? —Rio complacido, y posando su mano en el hombro de un hombre más fortachón que él, lo miró de los pies a la cabeza.

—Ya no me duele, ¡le agradezco su preocupación! —jadeó, con una mano en su pecho —sin embargo, no es de mí de quien vengo a hablar. Es de gran importancia que me escuche.

—Bien, soy todo oídos. ¿Qué sucede para tenerlo tan agitado?

—Señor, se han llevado al soldado raso Michel Dumont, para comparecer por un supuesto ultraje a un oficial de rango superior. —Declaró, con la garganta y pecho apretados.

—¿Por el desacato de un soldado raso? —Frunció el entrecejo— ¡¿De eso me quería hablar?! ¡Se está burlando de mí! ¡Esperaba esto de cualquiera, pero no de usted! —Le reprochó con una mezcla de cólera y sarcasmo. — ¡estupideces que cometiera un soldado ignorante no tienen nada que ver conmigo! ¡Esto no me compete! ¡Va más allá de mi poder! ¡¿Enlodar mi nombre para encubrir una necedad?! — Dándole la espalda, agachando la cabeza y agitando la mano, en un gesto parecido a espantar moscas pensó en alejarse. —¡No quiero saber más nada del tema, sargento! ¡Es lamentable que haya considerado ascenderlo a teniente, si su único objetivo en el ejército son los disparates!

Turbado el mancebo no hallaba que hacer, la oportunidad de ayudarla se esfumaba. Oscar en ocasiones anteriores había hablado maravillas del marqués, y de la grandísima admiración que sentía hacia él, al participar en la libertad del pueblo norteamericano, por lo que no quedó otra alternativa, que probar que tan acertada era la percepción de la ex comandante.

—¡¿No intervendrá aun si esta persona se tratara del supuestamente muerto, Oscar François de Jarjayes?!

Inmediatamente de pronunciar el nombre, de alguien que se había puesto a defender a su lado a los indefensos representantes del pueblo, volteó lentamente, sumamente impactado.

—¿Qué fue lo que dijo…? —Preguntó empalidecido. Alain asintió.

—Es mi viejo comandante, señor… ¿ahora comprende porque me obstinaba tanto en cuidarlo?

—¿La persona más cercana a la reina, y una de primeras en traicionarla sigue con vida…?

Continuará…

Aviso y curiosidades del fanfic.

¡He vuelto…! ¡Y todo gracias a Only D que esta historia no murió! Como comprenderán, a partir del mismo día que empezó esta pandemia, mi computador fue sufriendo una serie de fallos que me estuvieron fastidiando sin descanso (Entre ellos también estaba la compatibilidad de mi modem de internet a él. ¡Desgraciado Windows 10!). Alcancé a dudar de proseguir con la historia, debido a que luego de resolver un problema del aparato se presentaba uno más delicado que el anterior e irónico. (Entre esas, el mismo día que vino el técnico muere mi regulador de voltaje. No sentí más que rabia) De no ser por Only D no habría salvado los documentos que darían continuación al fic, pasando todo el material del antiguo disco duro a uno nuevo. (el viejo disco ya pasó a mejor vida) Se puede decir que el computador tuvo más trasplantes de órganos que el propio Fidel Castro. De nuevo hay que agradecer a la vecina de Chile, que aportó el dinero para salvar el barco que se hundía con todo y su inútil capitana. (Yo)

Creo saber qué pasa por la mente de los lectores, cuando ven que ya han pasado diez capítulos y sin asomo del final. ¡Bien! ¡Explicaré el porqué de tanto capitulo! XD

Las cosas tienen su tiempo, Oscar y Alain no tienen una historia muy extensa, ni llena de aventuras y amarguras como las hubo con André. Pero de que la química se siente, se siente. ¿Entienden lo importante de construir un lazo desde cero? Si esto fuera un fanfic de Orpheus no Mado de mi pareja ideal, no pasaría mucho para que estuvieran empatados. La pareja que idolatro tiene un drama de años, y una historia bien hecha, llena de sinsabores y culpas. Con esto trato de explicarles que necesito crear una historia respetable, con las suficientes espinas para hacerla digna del recuerdo. No es fácil lograr que sean ellos. Comprender el trasfondo de cada cosa que hicieron o dijeron en el manga. Alguna situación de sus pasados que los esté aguijoneando.

Ya tengo listo mi plano argumental de la Revolución. Tomé exclusivamente lo significativo. Me dirán loca, pero lo diré; opino que el final de Versailles no Bara fue benevolente con la comandante, y no soy la única que lo piensa; sentí alegría cuando leí charlas en páginas web viejas, o foros de internet que charlaban del tema delicado, de una Oscar viva y horrorizada de lo que vino después de la Bastilla. Pocos fans reparamos en las espantosas posibilidades. Es un quebradero de cabeza escribir lo siguiente de la muerte de Oscar, pero… ¿no creen que vale la pena? (No soy Ikeda, aunque no hay nada de malo en suponer escenarios)

Otro asunto por explicar: Oscar y Alain hablaron con franqueza de André, siendo sinceros el uno con el otro. El tipo de amor de estos dos es "ágape". (Amor total, desinteresado, sin egoísmos, al extremo de dejar ir a la persona amada con el fin de que sea feliz. Y sí, lo crean o no, aunque suene a fumada existe.) Ella necesitaba una respuesta de si estaba bien que ame, porque todavía la culpa seguía carcomiéndola. Ni se les ocurra que es por el asunto de; "¡Ella no olvidará a André, porque es su único y gran amor y blah blah!"-insertar acento ruso- esto es algo humano. Se trata de no tener miedo de enamorarse de nuevo. ¿Si alguien que amaras muriera, o te rompieran de espantosa forma el corazón, no tendrías miedo de enamorarte otra vez? respecto a Alain, también debía deducir lo que llevó a su padre a la muerte, una situación exacta a André. Tenían que perdonar a los difuntos.

¡Ejem! -se ruboriza- Y pasando a temas más delicados y subidos de tono, en resumen, fue… ¡un dolor de ovarios pensarlo! Así que nuevamente me vi obligada a pedir socorro en este dilema, lo parezca o no, serio e indispensable (porque, por supuesto, estamos escribiendo romance). Sólo espero haya quedado aceptable, ya que no soy una experta en estos temas de publicar lemon en fanfiction de forma tan abierta. Ojalá no me haya extralimitado. El crédito por esta parte realmente, realmente imprescindible para Alain y Oscar, es para Foxy, que tuvo la mente lo suficientemente maliciosa, perversa y negra que no tuve por cobarde. (Sigo gritando con el resultado :p ) Muchas gracias, Foxy, por ser mi marquesa de Sade marca pirata.

Hmmm… me pasé con el azúcar -suspira- Nahh… no hay nada que el drama que se avecina no pueda arreglar. Confieso que estoy enamorada del diálogo de Oscar en este capítulo. Necesito darme una palmadita en mi cabeza, quedó bello. Qué bonito. T-T

Gravity, a pesar de ser una canción en la que predomina el piano, con la impresionante voz de Sara Bareilles, no deja de ser intensa y emotiva.

Bueno, eso era todo, amigos, y como sigo con problemas de internet para subirlos, (Amistades me ayudan de momento a publicarlos) y para forzarme a actualizar como sea, les dejo el título del siguiente capítulo, (muérdanse las uñas mientras tanto con esto. De todas maneras, no es spoiler porque jamás sabrán de qué tratará hasta que no publique.) que se llamará… "Una familia para los dos". ¡Hasta la próxima! ¡Viva! ¡La próxima! ¡Sí! :D