Capítulo 11
Una familia para los dos
¿Ser fiel a ti mismo es traicionar a tu amigo? Pensó el "Héroe de Dos Mundos." Podría formularse esta pregunta de miles de otras maneras, pero sin embargo, estaba fuera del conocimiento público, el por qué dicha persona actuaria tan diferente de los demás, abandonando a la reina. A lo largo de la historia, hombres se han arrojado al campo de batalla, más que todo en nombre de su fe y de su país, aun si entre ellos hubiera corruptos que se beneficiaran de los contendores, si es que a este supuesto perjuro se le pudiera llamar oportunista e ingrato. De modo que, conociendo la reputación de la asombrosa mujer tras la reina en declive, presumió que las mismas insatisfacciones e inquietudes que lo estuvieron mortificando desde su infancia, afectarían también a la difunta general de brigada. Según recordaba con tristeza y pesadumbre, jamás habían cruzado palabras, a pesar de ser miembros importantes de la nobleza. Después de saber de oído, sobre los emprendimientos y actividades del otro, el ligero interés del principio se convirtió en fascinación, no obstante, desgraciadamente, creyó haber perdido para siempre la oportunidad de conocerla, en la histórica primera derrota del pueblo a sus opresores. De boca en boca se multiplicaba el relato de cómo varios soldados a la protección de la fortaleza, apuntaban, como si se les fuera la vida en ello, a un único punto, la cabeza de la serpiente; el comandante de los plebeyos guardias franceses. Luego del cese del fuego, y que se disipara la nube de polvo, ¿Qué quedó del cuerpo del líder? Nada… Solamente sangre. ¡Ahora todo tenía sentido! ¡Estaba viva!
Lafayette detalló la mirada del soldado delante de él, incrédulo de lo que éste alegaba. Trató de leer en su cara, por si hallaba indicios de mentira, no encontró sino turbación, hasta una mayor que la suya. De la turbación la mirada se tornó suplicante, perecía que estaba a punto de caer de rodillas.
Pasando instantes eternos de silencio, debido a que de la pregunta del comandante en jefe, Alain no oyó nada más de su parte. El hombre se había quedado mudo, pudiera ser por una terca desconfianza. No tenía tiempo para eso, pero tampoco le serviría de nada presionar y que se cerrara aún más a él.
—No lo estoy embaucando. Lo que digo es la verdad. —Suspiró cansadamente.
— ¿Qué pruebas tiene de que es cierto? —Lo interrogó pétreamente, estoico, sin rastro de emociones.
—Mi prueba es que el comandante confiaba en usted. Minutos antes de que saliéramos a proteger a los parisinos de los cañones de la Bastilla, antes de arrancar de su pecho, las medallas que la declaraban como alguien de su abolengo. Renunciar a todo lo que la corona y su cuna le habían procurado. Inspirada, nos habló de su hazaña para con el pueblo norteamericano. ¡Muerta no tomaría vuestro ejemplo! —Declaró firme y altivo. Estremeciendo por fin al general que se había mostrado indiferente e inmutable. — ¡Si todavía sigue sin creer mis palabras, vaya y compruébelo! —Señaló brutal tras el espigado soldado, a lo que sería la dirección a la cual se la habrían llevado.
En el rostro del sargento bajaron errantes unas gotas de sudor, se vislumbraba el terror de condenar a la mujer en cuestión en su mirada. Tenso, esperó la respuesta del marqués, su cuerpo pidiendo a gritos la solución a su angustia, para que sus músculos dejaran de tensarse y así poder respirar tranquilo. Hasta entonces, no se permitiría agachar la cabeza.
—Bien…—Dijo simple y llanamente, cruzándose de brazos — Quisiera tener un carácter como el suyo, sargento. —Entrecerrando los párpados relajado, esbozó una ligera sonrisa— o creo haberlo tenido con mi suegro. Un grandísimo contumaz, capaz de hacer lo que sea por ser escuchado. —Cuando Alain estuvo por agradecer su comprensión el comandante lo detuvo con un ademán con la mano, levantándola con los dedos cerrados. —Aguarde. Esto no lo hago desinteresadamente. A cambio deseo que le comunique al señor Oscar, de que le estaré esperando en mi residencia hoy en la noche. Y hay algo más…—Sosteniéndose la barbilla, preocupado expuso—Tengo disposición de prestar mi ayuda, pero, recuerde que esos oficiales no van a estar satisfechos hasta castigar a quien fuera responsable del incidente. ¿Estaría mal proponerle lo siguiente?
— ¡Dígamelo, señor! ¡No tenemos tiempo que perder!—Exclamó ansioso, agitando las manos avivó más el sentimiento de urgencia.
—Debo castigar a alguien…. —El comandante en jefe miró a los ojos del mancebo, tratando de ver flaqueza, que demostraría que no podría ser capaz de recibir desinteresado, el castigo por otra persona, pero no consiguió nada más que determinación, por lo que colocó su mano en el hombro fuerte, su voz completamente endurecida. — A usted, sargento. Lamentablemente, lo que le ofrecí no podré dárselo.
—No importa… —Sonrió ladino y despreocupado—después de todo no lo había asumido como realidad. No está en mis planes ascender a un cargo de peso. Estoy habituado a ser carne de cañón. —Se carcajeó. — hace mucho que no visito el cuartel de detención.
Esta resolución no convenció mucho al general, pues estaba seguro que quizás en lo más recóndito de la mente de este soldado, aspiraría siquiera un poco al progreso. Era consciente de que en la vida no siempre la persona talentosa es premiada y ayudada, para que así, desempeñara el papel que por derecho debía ser suyo en el mundo.
"Es un buen hombre… está enamorado. Poner en juego su carrera, y la posibilidad de un mejor puesto, por una mujer, que en otros tiempos estaría lejos de su alcance. Espero Dios le provea en el futuro otra oportunidad."
-o-
Encerrada en una celda del Cuartel de Detención, Oscar soportaba aquel medio ambiente vejado por el tiempo, para los soldados que faltaban al respeto a sus superiores, o mostraran una actitud de rebeldía a las normas de la fuerza. A su alrededor en la oscura prisión, la hediondez, el moho, el musgo que se asomaba entre los pedruscos que formaban las paredes, y las temperaturas dependiendo de la estación del año, fuera el frío o el calor insoportable, la hicieron agradecer el haber evitado que Alain fuera enviado una vez más a ese martirio. De pie reparó en el camastro de paja, incómoda tragó hondo antes de dignarse a tumbarse en él. Tratando de no notar más aspectos repugnantes del antro que habitaría por el lapso de ocho días, optó por cerrar los ojos.
Lo único que la distraería eran las voces de los guardias, los rechinidos y golpes de las rejas oxidadas de todo el cuartel, los pasos de los reclusos, que afortunadamente no eran muchos, eran encerrados o liberados. De pronto, escuchó después de las típicas voces y ecos, risas tétricas como chillonas, poco a poco entendía el diálogo de los hombres que se avecinaban por el pasillo. Deteniéndose los dos delante de la reja dijeron.
— ¡Mira! ¡¿Ahora ves que no miento?! —La señaló uno de ellos con la barbilla. Desconcertada la rubia se reincorporó. Ya sentada y despierta podía verlos rondarla, nada más la división de los barrotes la protegían de ellos. — ¿No te dije que era un niño guapo?
— ¿Ehhh? Lo veo y no lo creo…—Opinó abriendo los ojos de par en par, embobado y excitado. Agarrando los barrotes la detalló a tres metros de sí. — Qué preciosura de muchacho. —esnifó ante el moho y la humedad que los rodeaba. — ¿Huh…? —Pestañeó intrigado— ¿Qué te pasa, hermoso? —Inquirió sugerente y cínico— ¿Por qué pones esa cara? ¿Tienes miedo?
"Ni ser parte del mismo sexo puede salvarte… tampoco en la ciudad los humanos pueden desentenderse de su natural salvajismo. ¿Qué pasaría si ahora mismo estuviese dormida?"
Asqueada frunció el entrecejo. La expresión que le prodigaban era sumamente desagradable, ella no contesto. Arrebujada en la oscuridad no quería que estos hombres la vieran por más tiempo. De acercarse a ella sin pensarlo los golpearía. ¿A partir de cuándo se había sentido tan expuesta? ¿Para qué sentir miedo? Debería pensar, pero no… mientras exista una llave o la soledad estaría desamparada a cualquier hombre que estuviese en celo. Ellos cargaban con esa soledad del tiempo, y la visión ante sus ojos de dejadez lamentable del encierro en aquel lugar, demasiado aburridos con su labor, buscando segundos de olvido donde quiera, así sea en su colega más próximo, desprovisto y solo, sea o no consensuado.
— ¿Es mudo? —Se giró a su compañero.
—Creo que sí… desde que apareció no lo he oído hablar nunca.
—No sé… esa cara de terror y el hecho de esa mudez lo hace más atractivo. Podría pasar sin problemas por una mujer. Bello chico, mostrándose arrodillado y sumiso. ¿Tú que me dices, Claude?
—Oye, recuerda…—estirando su cuello se rascó la garganta rasposa de la barba que le nacía— sí le arrancas la ropa se arruinaría la fantasía. Que te seduzca la belleza y se te haga agua a la boca, no significa que puedas acostarte, así como así con este mocoso.
—No creo… por lo menos no quedaría encinta. Encontraría agradable su entrepierna por esa cara tan tersa y cuello tan esbelto. Hay que sacarle provecho a ese silencio. Aunque sería una lástima si no se puede comprobar si su voz es aguda y deleitable. ¿Cabría la posibilidad de gozar de este niño? ¿Tienes la llave?
—Espera un segundo…—Alzó las llaves, ese gesto simple y común, acompañado de escandalosos tintineos metálicos, fue tomado por Oscar como un punzón a su pecho, tensa en el camastro se preparaba para ser asaltada. Por complacer a su amigo buscó la que abriría la reja en cuestión. Luego de introducirla automáticamente se oyó el bullicio de rejas siendo abiertas y azotadas, para que en instantes aparecieran dos hombres, uno con ademanes rectos y delicados, y el otro de aspecto algo fortachón e intimidante.
"El general Lafayette y… ¡y Alain!"
— ¡¿Se puede saber que hacen?! —Plantándose frente a ellos los interrogó severo el comandante en jefe.
—Na- ¡Nada! —Respondieron crispados de los nervios, por poco y hubiesen sido descubiertos. Se separaron raudamente de los barrotes, dándole espacio al oficial de rango mayor.
— ¡Abran la puerta! ¡Debo hablar con este soldado! ¡Los llamaré si los necesito! ¡Para vigilante tengo al sargento! —Ordenó. Sin atreverse a replicar los hombres acataron la demanda, dejando a Lafayette con la ex comandante y el sargento. Luego de que fuera abierta la puerta y que los indeseables soldados se marcharan, contenta de verlos se levantó, acercándose sin el pavor que había sentido hacía pocos segundos. En cuanto llegó al mancebo, sin permitirle el derecho del habla, éste cogió su cabeza conduciendo los labios de la mujer a los suyos, sin vergüenza la besó con arrebato y pasión, poseyéndola sin inconvenientes. Por su parte ella, se sentía en un mar de sensaciones brumosas y placenteras, embelesada por el tempestuoso beso, borrando de su mente, las toscas y terroríficas caras de los guardias que vigilaban los pasillos, hasta que, girando sus pupilas azules, espantada, vio al marqués apartar la mirada por la caricia, así que, obligándose a regresar a la realidad en la que estaba, empujó el fuerte torso con las manos, alejándolo de sí, para su decepción.
Advirtiendo la inquietud de la rubia, ya más tranquilo de encontrarla a salvo, la abrazó protectoramente, acariciando los cortos cabellos rubios.
— ¿Estás bien? ¿No te han hecho nada esos malnacidos?
—No me hicieron nada. Bueno…—Dio un trago amargo. Incómoda de mostrarse en esos menesteres delante del marqués, nuevamente se apartó del trato excesivamente efusivo de su amante. Agarrándose un brazo, en aire de penitencia, se posicionó al otro extremo de la celda. —casi… hasta que el general y tú llegaron. —Recobrando la compostura se fijó en el comandante — De modo que… ya sabe quién soy, señor.
En respuesta el marqués asintió sorprendido de haber confirmado su identidad.
—Cuánto tiempo, mi general Jarjayes… Mire las circunstancias que el destino nos procuró para vernos de nuevo. —En un gesto sutil con la cabeza apuntó al mancebo. — El sargento me informó de su situación, sin embargo… —Llevándose un puño a su boca carraspeó tenso— no de lo que acabo de ver... —Sonrió ligeramente avergonzado, mirando a la única ventanilla y fuente de ventilación de la celda. Por lo que, tomando el ejemplo de la templada mujer, regresó a la seriedad y propósito que lo había traído a la cárcel. —Bien, lo diré sin más rodeos, he de informarles lo sucedido en el juicio.
—General, ¿Qué dijeron? —Ansioso y apretando un puño, el sargento dio un paso adelante. — ¿Aprobaron mi petición? ¿Puedo tomar el lugar de ella? —Preguntó expectante.
—No…—Contestó amargamente, con la vista fija a su interlocutor. — es imposible. Lo lamento.
— ¡¿Por qué?! ¡Usted dijo que querían castigar a alguien! ¡Yo soy el responsable! ¡Sólo yo! —Rabioso y con la mano abierta golpeó con contundencia su pecho.
— ¡Sí! ¡En efecto lo dije! —Afirmó — ¡Pero no van a hacer excepciones con el castigo! ¡Es eso, o una multa que seguramente no podrán pagar! ¡Es la sanción más pequeña que hay! — Furioso e impotente el sargento pateó una silla de madera rustica y corriente.
— ¡Maldita sea…! —Al encontrarlo tan agobiado, y por llamar su atención, Oscar posó una mano en la espalda tensa del mancebo. El tacto hizo que se volviera hacia ella.
—Puedo hacerlo…—Endureciendo su voz declaró decidida. —si todos los soldados lo consiguen, se debe esperar la misma paciencia de mi parte.
— ¿Qué pasa con estos desgraciados guardias de la prisión? ¿Y si te hacen algo? Lo que comerás aquí. Además…—Repasó la mugrienta celda, la humedad era insufrible — dormir en este lugar mataría a cualquiera. ¡Ni yo que he estado varias veces he podido!
—Con más razón lo haré… Si no tener noticias de mí es tu problema, escribiré cartas para informarte de mí estado.
—Me mentirás. ¡Te conozco! —La rebatió enérgico— ¡¿Crees que con eso me conformaré?! ¡¿Qué bastará para respirar tranquilo?!
Apoyando la resolución de la ex comandante el marqués intervino, a causa de que eran personas similares no fue un desafío leer su cara. Estaba tensa. La mujer batallaba por ignorar los argumentos de Alain.
—Dejaré una grave advertencia a los guardias de que no admito que se acerquen a los reclusos, para algo más que no sea el alimento. Mantenga la calma, sargento. Roguemos porque los días pasen rápido.
—Ya lo oíste. —Dándole la espalda respondió tajante y rígida, sin forzarse a levantarle la voz. — Con eso debería bastar. El general me dará su respaldo. No tocaran ni un cabello de mi cabeza. Estate tranquilo. Siquiera tenemos esa garantía de mi seguridad. —Resignándose a la testarudez de la mujer, sin mencionar que no había otra opción, Alain en respuesta, a regañadientes, asintió mecánicamente, realmente desolado. Más que los días de dura separación, era el tugurio despreciable y sus brutos carceleros el motivo de su angustia.
Terminada la charla Oscar pidió encarecidamente que se marcharan, pero… curiosamente, después de que el general atravesara la salida del calabozo, el sargento que pretendía retirarse de muy mala gana del sitio, se vio jalado de nuevo al interior. Contradiciendo el reciente desapego, la rubia atrayéndolo por la muñeca lo giró hacia ella, sus labios se vieron envueltos suave y tiernamente por los femeninos. Rodeándole con sus brazos cedía por fin a la necesidad de tocarlo. Deteniendo el beso, le musito con certeza. —Sé fuerte. No estaré por mucho aquí. Veámoslo como una prueba para mí… No estoy arrepentida en lo absoluto. Estoy orgullosa de haber hecho lo que hice. Gracias a eso sigo tocándote. —Posó una mano en el pecho de su amante, acariciándolo afectuosa.
—No te dejaré sola. Vendré a visitarte. —Juró tozudo, agitando su cabeza en gesto de negación. —Aunque no me esté permitido hallaré la forma. —Cogió la mano que lo había palpado.
—No. No lo hagas… No me gustaría que te atraparan visitando a un insurrecto. No debes abandonar tu puesto. Por favor, no me hagas esto más difícil. —Le suplicó dolida. Impresionada, a pesar de la crueldad que había demostrado para con él, vio cómo en silencio, frustrado e impotente, el mancebo besaba lento y devoto la palma de su mano. —Vete. —Ordenó con profunda pena. No quería seguirlo viendo, sino, no tendría la suficiente voluntad para soltarlo.
Nuevamente encerrada y sola como al principio, intentó respirar hondamente, para de alguna manera poder apaciguar su zozobra y tristeza. A cambio, el aire de la mazmorra le produjo una potente tos, al punto de estar obligada a sentarse en el catre. Asustada, pensó ingenuamente que semejante tos, inclusive con dolor se parecería a un ataque.
"Oh, Dios… ¿En verdad un humano puede sobrevivir a esto? Me niego a creerlo… Aun no me he repuesto del todo terminado el incendio. Ocho días… que sea como dice el general y que pasen velozmente. Siento que me asfixio. Jamás me había pasado esto. Cuando finalice mi tiempo de reclusión trataré de estar lo más posible en exteriores. Solamente así podré recuperarme."
Ocho días y nada más, eran los días en los que estarían separados, el hecho de informarles a los Chatelet del encierro temporal de Oscar, provocó que Rosalie se sumiera en una profunda depresión. Cosa preocupante por la gestación que estaba por finalizar, de un momento a otro el bebé de la pareja nacería. Incluso Bernard pensó que contarle a su mujer del castigo a su protectora había sido un grandísimo error, no obstante, Alain defendía que, tarde o temprano la joven preguntaría, ya que la ex comandante jamás se apartaba de ella por demasiado tiempo, de vez en cuando visitaba el hogar del periodista. Desgraciadamente, en el transcurso de los días, los pavorosos argumentos mencionados por el mancebo se hicieron evidentes; en la desagradable y oscura celda, las horas se percibían eternas, los insectos y sabandijas como ratas se le antojaban acosadores de ella y de los pocos alimentos que llegaban. Que por supuesto, no se consideraría apetecible ni a los ojos del más desesperado de los indigentes. Idealista y estúpida, ¿Qué sabría de tolerar un nicho de tortura como lo era un calabozo? Qué débil de carácter para no resistir lo que hombres que la han rodeado han aguantado. Por las noches conciliar el sueño se volvía un reto, cerrar los ojos para olvidarse de todo no era lo mismo que dormir. El olor de la humedad y el moho conseguían que su nariz picara, el agua que goteaba y se filtraba dentro de la celda humedecía algunas esquinas y a veces tenía que cambiar de lugar para sentarse, cuando ya sus piernas estaban agotadas de circular por los cortos metros disponibles, pues el catre a veces era su víctima. Más de una vez una de las alimañas pasaban por sus pies o piernas estremeciéndola, por lo que en vez de estirar las extremidades, las aferraba contra su pecho, abrazándolas, esperando a que el tiempo pasara, que parecía algo imposible, casi pidiendo perjurar que el tiempo iba más lento aposta, sencillamente para atormentarla. Pensó en las personas que le importaban, no obstante, en vez de hacerla sentir mejor, únicamente conseguía que se pusiera más ansiosa. No podía contar cuantas veces sus manos se raspaban o tocaban algo espeso de origen dudoso, que inconscientemente limpió en su ropa, algo que a la larga terminó lamentando. No estaba acostumbrada a ese trato, y jamás lo estaría, sin poder creer que alguien pudiera tolerarlo. Y sin la cantidad correcta de alimento, su cuerpo no hacía otra cosa que debilitarse paulatinamente, dejándola sin fuerzas, mucho menos para mantenerse despierta. Así que deseó que, al poder salir de aquella inmundicia, lo hiciera con la frente en alto, y no sollozando como una chiquilla frente a los demás, sin decepcionar a Alain a quien prometió ser fuerte.
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En la mañana del último día de castigo, delante de la reja del Cuartel de Detención, Bernard aguardaba el visto bueno de los guardias para acceder a buscar a su pariente "político", en el tenebroso y lúgubre interior de la prisión. De brazos cruzados, apretaba la tela de las mangas de su chaqueta mientras retenía las ganas de gritarles a los carceleros. La cosa era en sí, bastante frustrante.
— ¡¿Y bien?! ¡¿Hasta cuándo me tendrán esperando aquí?! —Reclamó sarcástico a los soldados que custodiaban la entrada. Casi estaba seguro de que una vena le estallaría en su frente. — ¡Ya a estas alturas no me extrañaría que hayan matado de estrés a mi cuñado!
— ¡Lo siento, ciudadano! ¡Pero no hemos recibido todavía la notificación que le permitirá salir! —Respondió un soldado que se había acercado a la verja incrustada en los muros de piedra
— ¡No es posible! —Replicó con una mezcla de horror y sorpresa. Aquello era simplemente absurdo. — ¡Si ya han culminado los ocho días! ¡Ocho! ¡Mi esposa no puede soportar otro día sin verlo! ¡Además de que la incertidumbre está afectando su salud y la del niño que está esperando!
—Pues no podemos hacer nada. Yo sólo recibo ordenes, ciudadano. —Indiferente de sus quejas, y con intención de retirarse se dio media vuelta. — ¡¿Acaso la compañía del marido no le es suficiente a la mujer?! ¡¿Para qué el hermano?! —Criticó para enseguida largarse a reír a carcajadas.
Frustrado de su intento de cumplir con la encomienda de su esposa, sin contar la forzada ausencia de Alain, el periodista se dio un fuerte manotazo contra su cara, tratando de espabilarse. Necesitaba mantener la entereza.
—Malditos…—Musitó conteniendo con todas sus fuerzas su rabia.
"Esto tiene que haber venido de una figura de poder… es un hecho que la burocracia es el peor de los inventos en este mundo, ¡Pero esto es ridículo! ¡Ignorando la fecha marcada con tal desfachatez! ¡¿A quién habrás insultado Oscar, para que por capricho no te dejen salir?!"
Pensó, pero repentinamente oyó cómo las rejas se abrían, para un par de mensajeros a caballo, interesado se volvió, grande fue su asombro al notar al sargento como uno de ellos. Aliviado de verlo se acercó con cautela a el hombre que era bien recibido por los guardias.
—A-Alain… No vas a creerlo, pero…a… a Oscar…—Tartamudeó con los nervios crispados, producto de la reciente ira e impotencia, mientras agitaba sus manos abiertas, tentadas de estrangular a algún cuello que estuviese disponible.
—Ahora no… hablamos después, Bernard. —Alzando su mano, en un gesto casi autoritario, el mancebo lo detuvo.
— ¿Pero no eras tú, el interesa-…? —Sin embargo, no pudo terminar la frase, porque el mismo hombre que le había rechazado del modo más insensible y vulgar, estaba saliendo de las rejas, dispuesto a entablar conversación con los visitantes.
— ¿Es usted el que trae la notificación? —Preguntó, mirando tanto al sargento como a su acompañante.
—Sí. En efecto. —Dijo con suficiencia, dejando boquiabierto al periodista— en esta carta se ordena que sea liberado el soldado Michelle Dumont, para que continúe con sus funciones en la Guardia Nacional.
—Bi- bien… —Respondió el carcelero con desazón, reparando en el cuñado del recluso. Como se veía obligado a obedecer cogió la misiva desganado. De pronto murmuró perverso, en lo que leía las líneas inscritas y reconocía el sello de su validez. —Aunque… con lo visto estos tres días dudo que aun esté en pie. —Dicho comentario provocó que tanto de la boca del mancebo, como la del supuesto pariente se formara una mueca. —Bueno, todo está en orden. ¡Liberen al chico! —Agitando una mano, dio permiso para que Bernard ingresara por fin a la cárcel. Entró, se pudiese decir, casi trotando por la urgencia.
Alain por otra parte, estaba demasiado ansioso, anhelaba pisar su interior y poder apretar a la fémina contra su cuerpo. Compartir calor como antes. No lograba entender, ¿De dónde sacó tanta fuerza de voluntad para respetar lo mandado por ella? Las noches durmiendo solo, sin la delicada y cálida silueta reposando junto a él en las noches. Había sentido su dormitorio, no, la casa de los Soissons otra vez vacía, sin una voz dulce que alejara el silencio y la soledad, que pensaba reinarían eternamente. Un hogar como tal, y no un refugio de la lluvia y el frio. Eso era lo que había obtenido con la hermosa presencia de la rubia.
Tragó saliva invadido por el suspenso.
"¡Bernard, apresúrate! ¡¿Cuándo demonios voy a verlos atravesar esa maldita puerta?!"
Como una respuesta a sus suplicas un soldado apareció corriendo, y jadeante le habló a su comandante. Extrañado pestañeó.
— ¿Qué ocurrió? ¡¿Por qué ese hombre no ha emergido con el mocoso?! —Preguntó el carcelero brusco.
— ¡Señor, no lo han hecho porque lo encontramos inconsciente en la celda! ¡El hombre que venía por él está abajo recriminándonos de su estado! —Respondió alarmado.
"¡¿Qué?! ¡¿Qué ha pasado contigo, Oscar?!"
— ¡Vaya! —Doblando nuevamente la misiva rio cínico y despiadado— ¡Ya lo había dicho yo! ¡Más con un niño tan escuálido! ¡Si ni un hombre viril puede, dudo que un pobre chiquillo lo consiga! —Sin soportar otro segundo los nocivos comentarios de este hombre, el sargento con ojos llameantes lo apartó de su camino. Corriendo raudo buscó desesperado la mazmorra donde la tenían, que según recordaba era al fondo de la prisión, casi la última. Avanzó por el húmedo pasillo, entonces, halló lo que le interesaba; tres soldados, desde afuera de la celda, miraban cómo el periodista trataba de reanimar a la mujer, que yacía en el suelo con los brazos y piernas extendidas.
"¡Oh, No! "
— ¡¿Qué pasó?! —Con ojos acuosos preguntó aturdido. Girándose a los soldados, apuntó a la mujer a la vez que agitaba su puño iracundo — ¡¿No les ha dicho el general Lafayette, que no se acercaran al preso a no ser que fuera por alimento, malditos?!
— ¡Para, Alain! —Le reprendió Bernard ya cansado de suplicar la piedad inexistente de los presentes. — ¡No tiene caso que les reproches! ¡¿Qué va a importarles?! ¡El tiempo y el encierro en este maldito lugar los secó de compasión! —Hizo un gesto con la mano para que se acercara— ¡Ayúdame con él! ¡Hay que sacarlo de aquí!
En cuanto el sargento se hincara para cogerla él mismo en brazos, oyó risas tras de sí. Los hombres sonreían siniestros en lo que mascullaban críticas e insinuaciones de lo más desvergonzadas.
—Ahora todo tiene sentido; eran amantes… —Dijo lujurioso uno de ellos, mientras daba un leve codazo a su compañero, y señalaba a los supuestos enamorados con la barbilla. —Con razón fue el último en salir de la celda después del general.
—Al salir de aquí no creo que a su cuerpo le espere el descanso. Después de todo, unas buenas acometidas es algo trabajoso. —Guiñó un ojo a sus amigos. — Se nota que el sargento está loco de la abstinencia. Aunque con lo poco que nos pagan se entiende que no pueda costearse una meretriz.
—Ya que lo dices se puede dejar pasar… Nadie puede vivir sin desquitarse un rato. No es crimen si es por saciar la necesidad. —Concordó, en lo que pasando los dedos índice y pulgar por su boca se tragaba las ganas de reír.
Como bien el periodista conocía de ante mano la personalidad de su amigo, que se había quedado petrificado con lo oído, abriendo los ojos desmesuradamente, para enseguida fruncir brutalmente el ceño. Sus hombros como brazos temblaban por la ofensa. Adelantándose a una posible reacción explosiva le habló por lo bajo, mirando con disimulo a los guardias que los vigilaban.
—No les hagas caso. Deja que yo me encargue. La cuidaré. No la toques…—Sintiéndose de momento inservible para con ella asintió, permitiendo a su amigo tomar el control. Éste con la mayor delicadeza, como si estuviese tratando con su mujer embarazada, la cargó por todo el trayecto hasta la superficie de la fosa.
"En mi presencia no consentiré que se hagan mofa de mis amigos… ¡No pienso darles un motivo!"
Afuera de la prisión, Alain se vio nuevamente forzado a mantener distancia de la que amaba. Afligido reparó en Oscar apegada al hombro de Bernard. Respiraba dificulta, de un modo considerablemente diferente a la última vez. Este nuevo malestar lo encontró sospechoso e inusual en ella, que desde que la conocía, siempre la había visto saludable y fuerte. Diligente y apurado porque un médico la atendiera cuanto antes, paró un coche de alquiler, e inmediatamente fueron de camino a la casa del autor del periódico "¡La Eternité!". El padecimiento si no era del todo normal, pero de momento, por ahora, no significaría una amenaza a la vida de la ex comandante. A futuro, mucho más en adelante, 15 años después… el producto del amoroso y casto beso de un niño sería letal.
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Con un estetoscopio el galeno, con rostro indescifrable, revisaba atento el ritmo cardiaco y la respiración, además de si hubiese rastro de líquido o mucosidad en los pulmones de su paciente. Tras el médico, Bernard sostenía los hombros de Rosalie, mientras ésta oraba de pie, invocando la misericordia divina. Los minutos que la mujer era examinada, con la mano del doctor en la blusa abierta, Alain se estaba sentado en el último peldaño de la escalera, con los brazos en sus rodillas, encorvado, y la cabeza colgando hacia adelante. Mortificado por no haber tenido el poder para ayudarla ni tampoco contradecirla como en otra época.
"Es mi culpa… ¿Qué más va esperarse de mí? Para empezar si no hubiera sucumbido a la manipulación de ese maldito embustero, no estaría pasándote esto. Si mueres no sé qué haré… No soy dueño de mí mismo. Si hubieses muerto no habría sido capaz de amar a nadie. Lo que restaría de mi voluntad es una espada. Luchar… el soldado viviría no el hombre. El hombre moriría después de que el primer descubrimiento de amor se desvaneciera. "
Impaciente de enterarse de la situación se levantó, asomándose a la puerta de la habitación que habitó Oscar, luego de ser herida el pasado 14 de julio.
Separándose de su esposa Bernard preguntó, cortando la tensión del sargento.
—Doctor, ¿cómo se encuentra ella? —El hombre percibía a su esposa inquieta por una respuesta satisfactoria.
—Se recuperará…—Se retiró el estetoscopio—Sufre de anemia… y por otro lado de intoxicación, a causa haber aspirado el aire sucio de aquella mazmorra. Por lo que he escuchado en su pecho, debe ser susceptible a sitios aislados y cerrados. Sobre todo, si hablamos de un lugar tan nauseabundo.
— ¿Si se alimenta estará mejor? —Preguntó con un tono inseguro y tembloroso la señora de la casa.
—Debe alimentarse, sin embargo, yo no me preocuparía tanto por eso, más bien…—Guardó cuidadoso el aparato en su maletín— Su cuerpo debe depurar lo que ha aspirado. Dejaré unas medicinas para que poco a poco se restablezcan como puedan sus pulmones. Recomiendo un ambiente más fresco y limpio.
— ¿Limpio? —Respondió el amo de la casa irónico. — estamos en París, señor… aquí hay de lo que sea…—Estiró sus brazos, haciendo un gesto dramático, mostrando lo evidente del medio ambiente parisino— menos lo que me dice de impoluto y fresco.
—Pues lo lamento. Mi trabajo es atender y aconsejar, el de ustedes es escoger si tomarlo o no. —Opinó flemático, en lo que tomaba sus cosas para bajar las escaleras y retirarse de la vivienda. Atravesando el umbral de la habitación, su hombro chocó ligeramente con el del mancebo, induciéndolo a mirar de reojo al sargento, que, con expresión ausente, y los brazos guindando, se acercaba al lecho de la rubia. Saltaba a la vista quien de los presentes era el más devastado y dependiente de su diagnóstico. —Vendré pasado mañana para ver cómo sigue.
"No encuentro a esta mujer particularmente sana, pero… no digo que vaya a morir mañana, puede que tal vez ese destino se aplace a unos meses o años. Siquiera no dejará hijos huérfanos como en otros casos más desgraciados. Muchacho, no te hagas ilusiones… Ella no parirá a tus hijos. Lo siento mucho."
Luego de que el galeno se marchara, Bernard le pidió con el corazón en un puño a su esposa, de que dejara al mancebo a solas con Oscar, mientras tanto ellos se ocuparían de la cena. De esta manera Alain se quedó solo, vigilando el descanso de la rubia. Como en otras ocasiones, abrió la ventana para que ésta pudiese respirar un aire distinto al de los ocho días de aislamiento. De improviso la escuchó toser repetidamente.
— ¡Oscar! —La nombró asustado. Pensaba que no podría verla despierta tan pronto. Al oírse llamada ésta se giró lentamente a él. Respondió exhausta.
—A-Alain. —Tapando su boca con una mano carraspeó— Mi Alain… —Sonrió, verlo tan cerca le pareció un ensueño. Rogaba por no estar delirando como en otras noches. Trató de reincorporarse, pero éste la detuvo, acercándole un vaso con agua. —Sí… eres tú…—Afirmó dichosa.
—Oscar, qué alegría… estás bien…—Murmuró emocionado, la ayudaba a terminarse el vaso. Al encontrarlo con los ojos abrillantados, tentado de romper en llanto, arqueó una ceja extrañada de su reacción.
—Idiota… ¿Por qué lloras? —Recostándose observó al mancebo arroparla agobiado y frenético. ¿Qué le había pasado al Alain bravo y orgulloso? Se preguntó.
—Porque pensaba que estabas en peligro otra vez por mi causa. —Contestó con remordimiento. Eludiendo la mirada inquisidora de la mujer, que era capaz de ver tras toda falsedad y mentira, colocó el vaso en la mesa ubicada delante de la cama.
Ésta carraspeó nuevamente con una sensación de ardor e incomodidad en la garganta. Por el modo en que la atendía, sentía como si tratara con un niño pequeño, preocupado por su madre enferma.
—Te lo he dicho. Quédate tranquilo. No moriré… aún tengo mucho por vivir…—Refutó comprensiva, opuesto a su carácter estoico y moderado.
— E-Espera… —La detuvo con un gesto con la mano abierta— ¡No puedo dejar que pases otra noche sin alimento! ¡Tienes que comer! —Más activo que nunca se volvió veloz a la puerta— ¡Iré por comida para ti! ¡Rosalie está dormida, y Bernard está en planta trabajando! ¡Ya regreso! —Ésta por su trato presto, y hasta con un toque paranoico, sonrió sutil. Conociendo al sargento, supuso que regresaría en cuestión de instantes, y así fue… con un tazón en las manos y una rebanada de pan negro, igual al día de su primer desmayo. A diferencia de aquel día, si tuvo las energías para comer por sí sola. El mancebo la miraba entusiasmado por cada cucharada de sopa y mordiscos ávidos al pan. El apetito de la mujer y los escasos minutos que tomó el acabarse la comida, dejaban claro, el tipo de trato recibido en la celda.
Satisfecha se recostó de nuevo contra la almohada. Oscar recordaba nítidamente los días uno por uno del presidio. Refugiarse en el hombre que tenía a su lado sería un método desesperado de limpiar su cabeza y apaciguar sus nervios.
— ¡Estuvo bueno! ¡Siento que es la primera vez que pruebo alimento! —Rio despreocupada, simulando una supuesta calma, y entonces, deslizando su mano bajo las cobijas buscó la mano de su amante. Se la llevó a la cara, acariciándose así misma con los dedos y la palma cálida de Alain. Sumida en la paz que había añorado por días, cerró sus ojos por un momento —Qué agradable… ¿Sabes? Estuve pensando algo, en este lapso de tiempo que estuvimos separados. Quiero compartirlo contigo, debido a que es por ti que terminé de comprenderlo.
Éste con un mejor ánimo y menos tensó preguntó, sonriendo suavemente, mientras la contemplaba tan cariñosa y relajada.
— ¿Qué pensaste? ¿Qué te ha hecho reflexionar tanto?
La mujer giró su cabeza a la ventana, apreciando la quietud de la madrugada, y asimismo los pequeños y escasos destellos de las viviendas aledañas.
— ¿Cómo es una utopía? ¿Cómo describirla? El mundo perfecto es algo independiente para cada quien, pocas veces el orden y las ideas desinteresadas están a la par. Libertad, igualdad y fraternidad. Suena hermoso…—Dijo extasiada del viento que se colaba a la habitación— sin embargo, algunas veces pulula en mis pensamientos algo parecido y todavía más ingenuo.
— ¿Qué encuentras tan ingenuo? A medida que hablas me intrigas más.
—La emancipación del corazón…—Lo miró a los ojos, con rostro sereno y manso, segura de que quien estaba a su costado era lo bastante digno para confiarle todo, sea su vida y pensamientos. — Con él puedo juzgar, tratar, y escoger en mi vida. Antes me comía la cabeza preguntándome, si ser como soy estaba bien... convertirme en una muñeca de porcelana, hecha y diseñada para cantar, recitar y entretener. Esperando la hora de desposarme con un hombre del estatus de mi familia. Después... vendría la parte más frustrante... cumplir mi función de dar a luz para la continuidad de otra casta. Allí, es cuando mi cadena y obligación para con el que fuera mi marido, hombre que no amaría, se acrecentaría. Esa habría sido toda mi vida. No conocería ninguna otra cosa. No juzgo el ser madre y esposa, fui… y soy esposa. —La palabra pronunciada que nunca jamás pensó escuchar, de la boca de la que amaba lo estremeció en su silla.
— Es- ¿esposa? Tú… ¿tú quieres que yo…? ¿Qué nosotros…? —Subiéndosele los colores al rostro mascullo desconcertado. Su insinuación lo había tomado por sorpresa.
—La vida es corta… y frágil… —Tragó saliva, apaciguando el cosquilleó en su pecho. Hizo una pausa para poder continuar— es ridículo que nos agitemos, y nos neguemos al final…Encerrada en esa prisión… en la soledad espantosa, solamente pensaba en ti. Cuando tenemos miedo, los humanos pensamos en los que amamos. El tipo de vínculo que guardamos con los otros… mi vinculo a ti es una pasión y un amor profundo de típicos amantes. Pero, cabe destacar… que no me es suficiente para sentirme unida como tal.
—El matrimonio…—Dijo pensativo, le costaba digerir lo que le proponía. — no sé cómo reaccionar a lo que me dices. Si sentir una alegría desproporcionada o la peor de las culpas. —Se llevó una mano a su cabeza, sosteniéndosela, parecía como si se resistiera a una punzada a su cerebro.
— ¿Por qué? ¿Alguien te ha hecho daño? —Inquirió preocupada de su respuesta.
—No a mí… —Agachó la cabeza— tengo en mi poder, algo que podía asegurar un matrimonio feliz para los Soissons. —Alegó sombríamente, mientras sujetaba la mano blanca, y detallaba el delgado dedo anular de su pareja.
15 años antes, entrecerrando sus ojos, Alain se remontaba a la época feliz y lejana de su infancia. A su mente venía la expresión sosegada y tierna voz de su fallecida madre.
—Hijos, acérquense… Quiero mostrarles algo. —Los llamó la madre con dulzura. En lo que se separaban de sus tareas en la mesa, el jovencito de unos 13 años aproximadamente, que estudiaba con esmero, y la más pequeña de la familia, que rondaría los 8 años de edad, quien contaba de maestro a su querido hermano mayor. Ambos se arrodillaron acompañando a su progenitora.
— ¿Qué tienes ahí, mamá? —Preguntó Diane, que tocaba el brazo de su madre, ansiosa del contenido de la cajita.
—Es para el futuro de ustedes dos… Había conversado con su padre de esto, aunque seguimos sin estar seguros de su destino. Hasta entonces, es probable que sea para Alain.
— ¿Para mí…? ¿Qué puede tener esa caja que me corresponda, madre? —Replicó el muchachito, frunciendo el entrecejo amoscado.
Por las palabras distantes del primogénito la dama optó por revelar su contenido. En cuanto levantó la tapa, vieron que, sobre una pequeña tela roja de terciopelo, relucían dos anillos de la plata más fina. Encantada de la visión Diane se inclinó atraída. Desde luego que Alain no quedó exento del esplendor de las prendas.
— ¡Anillos de matrimonio! —Exclamó emocionada, entrelazando sus deditos, en una pose parecida a una plegaría.
— ¡¿Qué?! ¡¿Cómo sabes que son de matrimonio?! —Se giró impresionado hacia ella. La madre sonrió por la agilidad mental de la niña, que superaba la de su ceñudo hermano.
—Exacto, Diane. Lo entendiste bien. —Rio una vez más, mientras acariciaba la cabeza de su pequeña. Diane que aun sentía curiosidad del porqué sus padres estaban confundidos, insistió en preguntar.
—Mami, ¿Por qué dices que son de Alain? —Con tristeza la madre suspiró. Era claro el interés de la niña por los anillos, cosa que conmovió profundamente a la madre y al hijo.
—Pues por las reglas que rigen al mundo, aparte de que…—Le costó terminar la frase, tratando de no herir de algún modo a la criatura. —De que no cualquiera desposa a una joven que provenga de una familia como la nuestra. Lamentablemente, es complicado casarse siendo una mujer sin dinero.
—No tenemos dinero. Pero, ¿cómo es que poseen papá y tú estos anillos? —Acercándose y recargándose en una sola mano el niño los señaló.
—No siempre los Soissons han sido podres, Alain… hace muchos años, vuestro tatarabuelo los compró para la que iba a ser su esposa, y a su vez fue pasando de mano en mano a sus sucesores. Por lo tanto, yo tuve por un tiempo antes de que nacieras uno de estos anillos. —Cogiendo uno, lo atrapó entre el dedo índice y el pulgar — Ahora recae en los vástagos de esta generación. A pesar de las penurias hemos luchado por nunca venderlos. De hacerlo, se perdería la única tradición que nos queda. Lo único bello que podamos dejar a nuestros descendientes…—Expresó sentida, con los ojos abrillantados. Por ahorrarle un desconsuelo a su marido que se hallaba de momento ausente, de arrebatarle las esperanzas de una vida de felicidad a la niña, prefirió conversar sola con ellos. —Como ya estarán enterados, hijos míos, hay muchas cosas que respaldan el proceso de un matrimonio.
Con estas palabras una sombra de melancolía cubrió los ojitos de la pequeña, desilusionada de su situación. Alain entendía que el matrimonio consistía en la felicidad final de una mujer, lo que para su hermana dicho acontecimiento lo significaba todo, debido a que estaba al corriente de las veces que, Diane se escapaba en cuanto llegaba la noticia de un casamiento a sus oídos. No es que sus padres negaran la posibilidad, eran realistas, y antes de que ocurriera algo decepcionante elegían a quien tuviera más posibilidades de casarse. En las bodas todo era pagado por la familia de la novia, e igualmente, la dote que debía dársele al novio en caso de cualquier imprevisto, por lo que aguardaban a que una joven de familia influyente (fuese aristócrata o hija de comerciantes que aspirara a un apellido de la nobleza, por bajo que fuera), pusiera sus ojos en el primogénito de los Soissons, y a su vez los salvara de la miseria. Los anillos por lo general caían en las manos del varón, aun sabiendo esto, la niña seguía mirando con añoranza las prendas que podrían unirla a su futuro amor.
Inesperadamente, poniéndose de pie, el chico cortó el ambiente cargante.
—Los anillos son de Diane…—Sentenció con supuesta madurez, pasando en línea el dedo índice bajo su nariz, y la otra mano a su cadera.
—De- ¡¿De veras, hermano?! —Tartamudeó, a gatas lo miraba desde abajo. Realmente idolatraba a su hermano mayor.
— ¡¿Quieres que te lo repita?! —Se giró brusco— ¡Sí…! ¡Son tuyos! ¡Pero con una condición! — Le advirtió deteniéndola con un ademán, mostrándole el dedo índice — El que se case contigo debe obtener mi aprobación. De lo contrario, no te casarás con él… ¿Entendido? —Aun si no pensara en el escenario de casarse, tampoco es que lo repeliera, sin embargo, lo que menos soportaba era ver a su hermana sumida en la peor de las tristezas. Si la pobreza era espantosa, una vida de soledad incrementaría el sufrimiento.
Maravillada de la propuesta de Alain se levantó, sacudiendo su vestido para en seguida echarle los brazos al cuello, besándolo en toda la cara enloquecida.
— ¡Por Dios, cálmate! ¡Me avergüenzas frente a madre! De todas maneras, ¡No me interesa casarme! ¡¿Tanto alboroto por eso?! ¡Qué tontería! —Dijo incómodo, con la cara roja del rubor, tratando de soltarse de los brazos que lo aprisionaban con empeño. — ¡Ay, Diane! ¡Duele! ¡Me lastimas! ¡Madre, dile que me suelte! —En respuesta la mujer cerró la caja, largándose a reír a su habitación, abandonándolos en el comedor.
Una vez más el sargento sonrió con nostalgia, no presagiaba que tanta candidez se apagaría y que alguien de carácter áspero como el suyo sobreviviría. A Oscar le extrañó que el mancebo guardara silencio por unos instantes, ya que por lo regular no era alguien depresivo ni meditabundo. Todo lo contrario… antes hasta costaba callarlo.
—Por derecho y no por suerte, Diane se merecía los anillos… — Rio sin humor — Pensaba que habían perdido su propósito, luego de que la persona que iba a emplearlos muriera. Que se convertirían en una reliquia del pasado de abundancia de mi familia. Pero ahora…— Sintió a la mujer apretar su mano.
— Ahora todo es diferente… —Acotó ella, intentaba transmitirle confianza. — no sé repetirá con nosotros. Son anillos de matrimonio. Mientras los uses, no perderán su significado. También, de que, así como añorabas la felicidad en tu hermana, ella sentiría lo mismo. ¿Cómo no te amaría como tú la amaste? Sé que lo querría… Honra a Diane, viviendo y siendo feliz.
— Entonces, ¿Estarías dispuesta a casarte conmigo en toda regla? —Inquirió burlón, le costaba tomarla en serio.
— Bueno…— Exhaló cansadamente, recordando sus nefastas experiencias pasadas como invitada o futura novia— no en toda regla. No interesa… siempre y cuando esté lo más esencial para la ocasión; Dios… los Chatelet, y para formalizar la unión los anillos de tu hermana con su bendición. — Por la inesperada respuesta de la mujer emitió una risilla inusualmente perversa.
"¿Me casaré… y… con Oscar?"
Pensó el sargento. Parecía una especie de broma del destino, difícil de dilucidar. Casualmente, horas antes del incendio ocurrido en el cuartel, había terminado de desechar la posibilidad de contraer nupcias, sobre todo, teniendo de añadidura el tipo de mujer y el estilo de vida elegido.
—Acepto…—Todavía meditabundo, y recordando una escena parecida en su infancia hizo una pausa— con una condición. —Advirtió con seriedad.
— Dímelo. Prometo no objetártelo.
—Que, aunque te cases conmigo, frente a las personas que alcancen a saberlo, no sólo serán los Chatelet, porque tarde o temprano se sabrá la mentira. Conservarás tu nombre intacto.
— ¿Por qué? ¿No deseas fundirme a tu familia? —Interesada posó una mano en el antebrazo del mancebo.
—No es eso. Se trata de principios. Verás, en el momento en que muera, —La mujer se agitó en la cama ante la pavorosa idea. — no digo que vaya a ser mañana. Sea la situación que sea, deseo recordar que estás a mi lado por amor, y no por la obediencia de una esposa corriente. Que el amor sea la cadena invisible que nos una.
—No comprendo. —Negó, moviendo su cabeza confundida — ¿qué te llevó a creer eso? sabes que mi lealtad y amor son indiscutibles.
—Necesito darte este garante de libertad. Amarte como compañera de mi vida y no como posesión. Una prueba de mis sentimientos que esté reflejada en tu nombre.
En lo que Alain explicaba sus razones, Oscar comprendía que el sentido opresor del matrimonio, que convertía en la servidumbre de su cónyuge a la mujer, en aquella época, eso que tanto la amedrentaba en su juventud, era abolido por un hombre que la amaba libre.
—Si así lo deseas, si tu amor es esto, me siento la más afortunada. —Acomodó relajadamente sus manos sobre su abdomen, retomando su posición de descanso. Al hallarse prometida a otro hombre una vez más, aparte de que era bendecida de otra forma, le fue imposible no pensar en la desdichada situación de la consorte del rey.
"Si sólo todas las mujeres pudieran vivir algo parecido, no habría que intrigar ni esconderse para amar".
-o-
Muy temprano en la mañana, Alain puso a la rubia al cuidado de los Chatelet, marchándose a cumplir su servicio. Con la mente despejada de la visión de una Oscar agonizante en los brazos del periodista. Por el ajetreo en su retirada, asumieron que iba a ser una salida que se extendería más allá de la madrugada.
Reposando tranquilamente en su cama, en lo que repasaba una página del siguiente ejemplar de la "Eternité" ella oyó cómo tocaban a su puerta.
—Adelante. —Indicó calmada. Doblando el periódico para de inmediato colocarlo en la mesita de noche a su derecha, esbozó una sonrisa al ver a la señora de la casa ingresar a la habitación.
—Oscar, ¿cómo te sientes? —Pestañeó para luego sonreír con agrado, en cuanto la mujer hiciera un gesto para que se sentara a su lado. Haciendo caso a la invitación Rosalie se sentó al costado de la mujer.
—No tan mal… me siento más repuesta.
—Alain dijo que luego de pasar por la Asamblea Nacional haría una encomienda fuera de París, y que si podía cazaría un animal para nosotras. —Entrecruzó los dedos emocionada — ¡Si lo consigue sería algo nuevo deleitarse de tanta carne! —Emitió una risita— ¡Es tan considerado! ¡Es un buen chico! ¡Bernard está realmente agradecido con él!
—Sí… —Asintió calmada. Aun desde su convalecencia se mantenía enterada de las actividades de su amante—Con lo obstinado que es, buscará un ciervo incluso bajo las piedras, y lo traerá a si sea cargándolo en su hombro. —Rio, palmeando brevemente sus piernas, también divertida de su propio comentario— Se entiende su preocupación, quiere ayudar a Bernard. No es fácil lograr un niño sano. Dime…—Aun recostada, tocó el abultado vientre con la mano abierta—Me preguntas cómo me siento, pero… ¿qué hay de ti y de François?
La muchacha se ruborizó al momento en que Oscar acarició delicadamente el vientre.
—Crece sin inconvenientes. Según el doctor, por el tamaño, y debido a que ha estado calmado, dentro de muy poco nacerá. —Tomando la mano que la palpaba, la fue guiando a distintos puntos del vientre. Le contentaba en extremo tenerla nuevamente en su casa. —No se mueve eso lo sé… lo menos que me gustaría es que lo sintieras siquiera un poco. —De repente, de manera inesperada, o como si el propio niño estuviera dispuesto a complacer los deseos de su madre, se movió bajo la mano de la invitada.
—Lo sentí…—Comentó, pestañeando pasmada. Se sentía igual a una niña que descubría algo nuevo del mundo— Pateó un poco. Se me hace… — arqueó una ceja— un poco raro… ni en los meses de gesta de mis sobrinos los he tocado así.
— ¿En serio? —Inquirió emocionada, mirando repetidamente a su huésped y a su vientre.
—Sí… en serio. —Admitió, debido a esto un suave rubor se manifestó en sus mejillas blancas. ¿Está avergonzada? Pensó la señora de la casa —Es algo fuera de este mundo. Increíble y fascinante. No puedo esperar para cuando nazca. —De pronto, inclinando su cabeza, apreciando los movimientos del bebé acota, con un aire de ligero remordimiento y tristeza—En verdad… En verdad lamento no haber pasado más tiempo contigo, Rosalie… En meses tan importantes… En el pasado estaba contenta del matrimonio de mis hermanas, sin embargo… confieso, que no le di suficiente atención a una etapa tan especial en sus vidas.
—No preocupes, seguro que ellas entendían lo que sentías. Lo primordial era que lo supieras. Aunque…—Insinuó divertida y coqueta— no me desagradaría que estuvieras para él en su nacimiento. —Sobó su vientre, relajando al infante que las escuchaba claramente.
La mujer tenía una buena noticia, a pesar de que era algo personal debía anunciar hacia donde pararía la relación de ella y el sargento. Inquieta por lo que tendría que comunicarle a continuación, Oscar la nombró. Horas pasadas había estado analizando la manera menos desagradable de tocar un tema que pudiese ser incómodo. ¿Cómo lo tomaría?
—Rosalie… voy a casarme…—Anunció finalmente, inesperadamente su propio tono de voz sonó cortante. ¿Por qué costaba tanto manifestar su felicidad, a la joven que amaba como a una hermana? Conociéndose desde la adolescencia, Oscar no era atolondrada ni estúpida para no tener presente, que, a pesar de casarse y gozar de una vida feliz junto al periodista, Rosalie seguía aferrada al recuerdo de su primer amor. Y probablemente, jamás lo superaría.
Rosalie que la escuchaba con atención, paró en seco el tacto. Petrificada tragó dolorosamente antes de hablar. Por mucho tiempo había rogado porque este momento se aplazara por toda la vida, pero a pesar de lo deseado no podría controlar lo inevitable.
— Es… Es Alain, ¿verdad? —Preguntó expectante, mientras un dolor tremendo iba apoderándose de ella.
—Sí… él me dio un nuevo aliento. Si no fuera por su lealtad y compañía no estaría viva. No podría ver las cosas con la claridad que las veo hoy. Resulta extraño…—rio irónica de cómo había cambiado su vida — más allá de lo que estaba en mis gustos y parámetros, ha superado todo con fortaleza y terquedad. No obstante, si no sintiera lo que aviva ahora mismo mi corazón, Alain respetaría mis sentimientos.
"Nadie es adivino para saber exactamente si sus gustos tienen que ver con su destino. Y pensar que le dije a Alain en su cara que no gustaba de los hombres jóvenes".
—Ya- ya veo… eso lo explica todo. —Tartamudeó. —Có- ¿Cómo no iba a ser así, Oscar? —La joven con algo de dificultad se levantó de la cama. Intentó no verla a la cara, no deseaba que ésta advirtiera su expresión de pesadumbre y dolor. — Tenía tiempo imaginándolo. Estoy muy feliz por ti…—Mintió.
Atónita de su reacción, Oscar giró su cuerpo, recargándose en su codo izquierdo.
— ¿Rosalie…? ¿Te sientes bien?
—Estoy bien… creo… creo haber oído que Bernard me llamaba. —Dándole la espalda se enjugó una lágrima. Nunca le había parecido un recorrido tan largo el alcanzar la puerta. Rápidamente la cerró tras de sí, a pesar de los insistentes llamados de Oscar. Tentada de derrumbarse allí mismo apegó su espalda contra la puerta. Cuando se vio sola las lágrimas brotaron libres y abundantes.
—Oscar…—Jadeó, luchando por no gritar de dolor, y que su primer amor, y su esposo la descubrieran, se llevó una mano a la boca, gimiendo y sollozando por lo bajo.
"Dios bendito, ¡¿Por qué estoy llorando?! ¡¿Por qué duele hasta morir?! ¡Estoy casada! ¡Le daré a mi esposo un hijo! Sin embargo, ella… ella a la que he amado en mis peores momentos y sufrimientos. Sus brazos que siempre me han estrechado y consolado. Mi razón de estar viva… Mi querida Oscar, tu felicidad me causa un dolor agudo que se lleva mi paz… enterarme sea de esta forma o de otra, no lo cambiaría ni me lastimaría menos. No puedo ser como él, me doy cuenta lo egoísta y vil que soy… ¡¿Dónde se saca tanta fortaleza para que aceptes que no será tuya, Alain?! Un nuevo aliento… una mano que te levante del suelo, ya cansado de sufrir… Ahora lo veo claramente, Oscar… Alain es para ti, lo que un día fuiste para mí, en esa calle desierta de amor en París."
-o-
Un hombre poniéndose de pie abrupto de su silla, golpeó con contundencia la mesa en la que se reunía con sus compañeros. Los otros tres permanecían sentados, desconcertados de su reacción.
— ¡¿Cómo puedes decir que todavía no has tomado una decisión?!
—No la he tomado, simplemente porque no he pensado en mí como una cabeza que guiará la política, Cesar. —Respondió Bernard incómodo, cruzándose de brazos se meció inquieto en la silla apegada a la pared, le molestaba en gran manera sentirse presionado en su propia casa.
— ¡Este país necesita de hombres honrados y rectos! ¡No cobardes e indecisos! —Apoyándose en la mesa agitó su puño demandante.
— ¿Indeciso…? —repitió sarcástico —Tampoco es que haya tomado una decisión para luego retractarme descarado. Hablo de Moral. ¿Cómo un periodista puede ser político? —Refutó, desconcertado de su argumento— ¡¿En qué cabeza cabe?! ¡Pasa lo mismo con un político o funcionario que quiera torcer la verdad a pleno antojo haciendo su propio periódico!
— ¡Eso se sabe de sobra, Bernard! ¡Pero es muy difícil hallar a alguien más con tus características! ¡Tienes apoyo popular por la difusión de la Eternité!
—Hice la Eternité no por popularidad, ni chismes y mucho menos tramas dantescas, sino para denunciar la corrupción de este país… un cargo y que me beneficiara de éste, mancharía lo escrito en publicaciones pasadas. Habrá gente que no es estúpida. Tendrán la suficiente memoria para señalar mis faltas.
—Lo perdonarían si Bernard Chatelet, otro amigo del pueblo, aparte de ese Marat, se convirtiera en diputado. No sólo pelearías en la Eternité, también lo harías en la Asamblea Nacional. Robespierre y el resto de la Montaña estarán complacidos si te nos unes.
—Me halaga que piensen en mí, Cesar… sin embargo, me tiene mal este dilema. —Apoyando su codo en la mesa, sostuvo su barbilla entre su dedo índice y pulgar pensativo.
—Si te haces llamar un jacobino convencido, además de un hijo fiel a Francia, que no permitiría que realistas e indulgentes de ningún tipo arruinen lo que hemos construido, debes decidir. —Viéndose agotado de argumentos, astuto pensó en una última opción que pudiese convencer al periodista. — Piensa en el futuro de tu hijo por nacer…
"Mi hijo por nacer… François…"
—Bien... No importa qué haga o diga, no me dejarán declinar la oferta, ¿cierto? —Suspiró derrotado. Realmente no le dejaban demasiadas opciones para declinar, y eso lo dejaba demasiado frustrado. No le quedaba de otra que dar su brazo a torcer y aceptar. — Díganle a Robespierre que acepto su ofrecimiento. Lucharé por ser un diputado digno. No es mi deseo ni del pueblo que manche ese puesto. —Levantándose de su asiento extendió su diestra a su interlocutor.
—Hasta que logré que aceptaras. —Sonrió satisfecho. —No te arrepentirás, te lo aseguro. —Estrechó efusivo la mano del señor de la casa, sellando el pacto.
Por no interrumpir una reunión de carácter trascendental para su esposo, Rosalie prefirió exiliarse en la cocina. Después de la reciente revelación de Oscar había estado absorta como callada, limitándose a sus quehaceres matutinos, huyendo de la novedad y del cambio en la vida de la ex comandante. El periodista intuía que la actitud retraída de su mujer era debido a la reciente noticia. Antes que de buena gana pisaba la alcoba donde la mujer estaba instalada, conversando por largos minutos, con risas y un humor relajado, ahora… ni por la habitual excusa de traer alimento a su huésped, tímida y nerviosa la evitaba. Prefería mandar a su esposo a chequear a Oscar. Esnifaba a veces y pasaba muy a menudo su mano por su nariz y mejillas, más rojas e hinchadas de lo normal.
Inesperadamente alguien tocó a la puerta, ésta alejándose momentáneamente de la cocina, se acercó para abrir a su visitante, tal y como suponía, se trataba de Alain. Se apartó de su camino, permitiéndole ingresar a la vivienda. A partir de lo ocurrido le costaba trabajo actuar calmada delante del soldado, nuevo dueño del corazón de la antigua comandante.
—Siento llegar tarde. —Exhausto se retiró el bicornio mientras colgaba su rifle en una silla. — Quería pasar por aquí antes de la Asamblea Nacional, además de que no pude cazar nada en el recorrido. Lo siento mucho, no tuve tiempo. —Confesó culpable.
—De-Descuida… —titubeó— como están las cosas el pedirte eso era demasiado, y más con lo ocupado que estás. —Esbozó una sonrisa nerviosa, tan abstraída estaba en su desconsuelo, que ni recordaba ya la promesa que le había hecho hacía varias horas atrás.
— Apropósito… —Bostezó somnoliento, seguido de eso, estiró su cuello, espalda y hombros rígidos de las horas a caballo. — ¿Cómo se encuentra, Oscar?
—Está en su habitación leyendo. Ha mostrado mucha mejora desde ayer… Ya respira sin sentir dolor o incomodidad. Por cierto, Alain… hemos recibido un misterioso paquete. ¿Es tuyo?
— ¿Paquete? —Preguntó de vuelta. Frunció el ceño extrañado. Por su pregunta la joven buscó de la alacena dicho paquete. Se lo enseñó al mancebo, que al recibirlo lo examinó en distintos ángulos. — ¿tenía remitente o decía alguna cosa en cuestión?
—Solamente decía que se lo diéramos de beber a Oscar, y que así mejoraría. Contenía unas bolsitas de un té con un aroma muy dulce y refrescante. No tenemos idea de lo que sería.
—Déjame ver… —Abriendo la caja, sacó un sobre para enseguida corroborar el aroma y si era seguro consumirlo. —En verdad huele muy bien… ¿se lo dieron a Oscar?
—Yo no estaba muy segura, Bernard se lo mostró, y ella nos mandó a que se lo preparáramos.
— ¡¿Está loca?! ¡¿Cómo puede beber algo sino sabe de dónde proviene?!
—Lo sabe. —Respondió concisa.
— ¡¿Qué?! —Replicó indignado.
—Lo sabe, pero no ha querido decírnoslo. Lo que quizá pueda darnos una clave es la carta que venía en su interior. —Le entregó el papel. Colocando la caja encima de la mesa de comedor, se dispuso a leer él mismo lo transcrito.
"Esto es lo único en lo que puedo ayudar. Si pudiera habría hecho más… Bébalo en un té, mi general, he oído de amistades del extranjero que es bueno."
—La-Lafayette…—Musitó admirado, no podía creer lo considerado que podía ser este hombre, pero… imaginó, a causa de una típica desconfianza por tanta traición y egoísmo, que tal vez fuera porque la rubia compartía los mismos orígenes.
"Espero esta humanidad no tenga que ver con cuidar a los de su misma especie".
— ¿Qué dijiste? —Preguntó intrigada. No había entendido las palabras del mancebo.
—Ehm… No. Nada… No es nada. Olvídalo. Hicieron bien en dárselo. —Introdujo la carta dentro del paquete.
—Lo sé… gracias a esta especie de medicina, Oscar respira sin complicaciones. Se siente mejor. Para mañana…—tragó, insegura de terminar la frase, seguía sintiéndose incapaz de soltarla. — seguro que regresará contigo al servicio.
—Me alegro de eso. Extrañaba verla en el cuartel. —Pestañeó al oír voces en la habitación contigua— ¿y Bernard?
—Reuniéndose con unos amigos de la "Montaña", pretenden convertir a Bernard en diputado.
— ¿Bernard Chatelet diputado de la república? No suena mal… —rio complacido, en un tono presuntuoso. —Sería interesante verlo escupir el contenido de su periódico delante de los realistas en la Asamblea Nacional. — Entonces saliendo de la cocina, en lo que se dirigía a la puerta, oyó a Cesar mencionar al señor de la casa y a sus compañeros; "últimamente ha incrementado la cantidad de emigrados. Las cosas se están calentando tanto, que muchos realistas con un perfil bajo aprovechan para escapar. A los reyes les quedan muy pocos de su clase en tierra francesa. Supongo que el rey iluso se creerá merecedor del apoyo de las otras potencias, por tener un ejemplo, su cuñado el emperador de Austria."
Bernard curioso de sus palabras preguntó algo que pudiera ser de interés para la mujer que ocultaba en su casa. Alain paró en seco su camino a la salida, atento de la conversación.
—Ya que estamos hablando de nobles emigrados o que piensan emigrar, ¿Qué hay de los Rolancy? ¿Tienes alguna novedad de ellos? —El sólo pronunciar ese apellido provocó un potente latigazo de electricidad por todo el sistema nervioso del sargento.
"¡ ¿Rolancy?!"
Perturbado por la charla, el mancebo se vio obligado a regresar a la cocina, seguido de la señora de la casa. Ya en el interior, se sostuvo de una silla. Pasó una mano por toda su faz, tratando de recobrar la compostura. Era la primera vez en meses que a sus oídos llegaban noticias de los parientes de Oscar; debido a que, poco tiempo después de que "La Toma de la Bastilla" tuviera lugar, la mansión Jarjayes había quedado deshabitada por razones desconocidas. Tanto los amos y su servidumbre, no quedaba nadie de los antiguos moradores de la casa. A pesar de que la mujer jamás hablara del tema, u se mostrara relajada y radiante de su vida actual, no podía negar que posiblemente ella alcanzara a extrañar a los Jarjayes, y en este caso… a sus hermanas, cinco mujeres unidas a otras familias de la más alta nobleza. Si no hacía algo al respecto, se avecinaría otra tragedia, una más horripilante; la vida de la hija mayor de los Jarjayes.
—Alain, De la Rolancy es el apellido de la hermana mayor de Oscar, ¿No es así? —Posó los dedos semicerrados en su boca en un gesto de nerviosismo crónico. La imaginación de la señora de la casa estaba trabajando al límite de su capacidad. El silencio y expresión tensa del hombre, confirmaba a Rosalie que éste sabía de lo grave de la situación.
Parado seguía apretando el respaldo de la silla, apaciguando por la fuerza su respiración. A diferencia de la paranoica joven a su lado, activó su cerebro, pero no con un objetivo funesto, de nada servía quedarse tiritando de pavor; según él, todo tenía solución… por supuesto, mientras los implicados fueran lo bastante astutos para aprovechar las oportunidades que estuvieran disponibles, y en este escenario a un hombre. Nada que pudiera ser serio ocurría. Jamás lo consentiría.
— ¡Y por consecuencia es el de Loulou también…! —Advirtió escandalizada, ni cayó en cuenta que la expresión de pánico de su interlocutor había cesado.
—Lo sé, confía en mí…—Replicó con convicción, descolgando su rifle de la silla. —Si Oscar por casualidad pregunta por mí, dile que aún no he regresado a París… —Sin perder más tiempo, porque tiempo era lo que menos le quedaban a los nobles, se marchó raudo a encontrar a los futuros emigrados, que por lo escuchado de la boca de Cesar, tendrían como destino provisional Bélgica, después, ¿quién sabe? Por los cambios que se estaban llevando a cabo, seguramente poblaciones de otros territorios estarían atraídas por tomar el mismo camino.
Al haberse retirado el amigo de su esposo y ladrón del corazón de Oscar, Rosalie cerró la puerta lentamente, no obstante, de nada sirvió, el señor de la casa se había percatado de que la joven estaba hablando con alguien, por lo que se asomó, y luego, aún más intrigado, se acercó a su esposa parada frente a la puerta.
—Hey, me parece haber oído a Alain, ¿A dónde fue?
—Eh… pues fue…—Se volvió incómoda a él, debía pensar rápido en una coartada convincente para el mancebo, todavía aquellos hombres seguían sentados en la sala. — es decir, al parecer debe ir a alguna parte después de pasar a la Asamblea Nacional.
— ¿Qué…? —Arqueó una ceja extrañado, encontraba muy raro que éste se marchara sin antes avisarle en persona — ¿No será por casualidad, donde Saint Just y Robespierre se reúnen?
En respuesta su esposa asintió afirmativa.
"Alain, confiaré en que ayudarás a la familia de Oscar… ¡Lo conseguirás!"
-o-
En esas horas de madrugada, el sargento se alistó, y con un caballo prestado nuevamente se embarcó a salir de la capital, con prisa de ser alcanzado por el amanecer, llevando documentos consigo que lo protegerían de ser detenido en cualquier estación, aduana u entrada a los poblados que estuvieran en su camino. Finalmente en Arras, en el territorio que habría estado bajo propiedad de Oscar y de su familia, muy próximo a su destino, parándose a cambiar el caballo extenuado del viaje, se vio advertido por el herrero, que emergía de la caballeriza con el animal a su lado.
Extrañado de las preguntas del viajero frunció el ceño.
— ¿Se refiere a la casa de los Rolancy? Todavía tiene que pasar otra estación para llegar allí. —Agarrando al animal por el correaje, esperó a que el mancebo se acercara para colocarle la silla— He terminado de herrarle un caballo nuevo.
—Muchas gracias, ¿Cuánto será? —Le agradeció mientras se ocupaba de poner la silla en el lomo, y enseguida agacharse para apretarla lo suficiente para que ésta no se moviera del tronco del caballo.
—Preste total atención a todo lo que vea… Tenga cautela. En la siguiente estación, últimamente por la desconfianza, se interroga y hasta se acosa a los que traten de entrar o salir del poblado.
— ¿Entrar o salir? No comprendo. —Enderezándose refutó desconcertado.
"¿Será posible que el pueblo los descubriera? ¡Espero no se den el lujo de ser tan obvios!"
—La estación de la que le habló fue tomada por la gente. No diga nada malo, y no se atreva a acercarse pase lo que pase. —A modo de advertencia, el hombre de mediana edad lo apuntó con su grueso y fuerte dedo, agitándolo suave pero contundentemente. En respuesta el mancebo asintió afirmativo.
A continuación, se giró en dirección a lo que se vio como una colina, cubierta por altos, oscuros y frondosos árboles, era una especie de bosque negro, tan perfectamente sacado de algún relato o cuento, sin embargo, no fue eso lo que llamó su atención, en la cúspide de la sombría floresta…un castillo.
Ya sentado en el caballo, retorciendo las riendas en sus manos, alzando su vista interesado preguntó.
—Y ese castillo en la loma, ¿Es…? —En cuanto preguntó el robusto hombre se volvió con él.
— ¡Ah! ¡¿Ese?! Es el castillo de los Monteclair. Actualmente está deshabitado. —Retomando el tema anterior insistió, apuntándole de nuevo con el dedo. —Recuerde lo que le he dicho.
Debido a que no podía negarse al consejo, buscando no desdeñar las buenas intenciones de este hombre, Alain sonrió, y poniendo en marcha al caballo fue a la estación invadida. Como el animal estaba descansado y alimentado, en cuestión de minutos llegó. En la lejanía divisó una iglesia que se alzaba por sobre los edificios del poblado, en la base de ésta, boquiabierto notó un tumulto, una gran cantidad personas, todas aglomeradas alrededor de un carruaje, por supuesto que no era una manifestación, esta horda de gente impedía el paso del vehículo; golpeaban la madera de las ruedas, las puertas, sostenían las riendas de los caballos quitándole al conductor el mando de estos.
Intimidados, los pasajeros, que constaban de una pareja de esposos y su hija, no se atrevían a bajar del coche. Primeramente, el padre, con voz temblorosa se asomó a responder luego de sentir cómo golpeaban de forma brutal la puerta.
—Esto… caballeros… ehm…el coche no se mueve, y no tenemos tiempo que perder, ¿ustedes, nos permitirían pasar? —Por apoyar el argumento de su esposo la dama acotó, posando gentilmente una mano en su pecho, luchando por mostrar decoro y cortesía por esta bola de insolentes.
—Un pariente nuestro de Bélgica ha muerto recientemente, es un asunto de urgencia, por lo tanto, nos gustaría volver allí. Sólo queremos regresar a casa. —Como la historia no resultara lo bastante convincente, los representantes de la horda los contradijeron.
— ¡¿Qué son belgas?! ¡Eso lo veremos! ¿Ustedes no pretenden exiliarse como otros nobles? No creo que esto se trate de una mera visita por un difunto. Quiero ver sus pasaportes y documentos de identidad. —Extendiendo su mano demandó ásperamente el lugareño. Horrorizados ante la acusación se estremecieron en el asiento. Seguido del representante, las gentes que los sitiaban comenzaron a vociferar, agravando más la situación: "¡Quién nos asegura que dicen la verdad, y que no son nobles franceses que se van para truncar la Revolución desde afuera!" "¡Tenemos que averiguar si son otros traidores!" "¡Sí, eso es!" "¡Queremos que nos muestren sus papeles!"
Más que asustados, tanto el esposo como la esposa no supieron que contestar, uno no podía responder por el otro, entonces, agotada de todo el escándalo y de la ineptitud de sus progenitores, la pequeña que se había mantenido a raya bajó del carruaje sitiado. Desconcertada del impulso de su hija la madre exclamó: "¡Oye, jovencita! ¡¿Qué crees que haces?! ¡Te prohíbo que bajes!"
Alzando su mano la pequeña hablo determinada y serena, inconsciente del peligro que la rodeaba.
— ¡Señores, guarden silencio! ¡Cállense! ¡Les vamos a dar esos papeles! —La gente no podía creer el descaro y la labia en cómo les hablaba la hija de estos presuntos emigrados. No reaccionaron sino con alarma y gritos de asombro. La mocosa al parecer sabía lo que hacía, intentando darles más tiempo a sus padres continuó hablando—Es aquí que ustedes nos esperan, entonces dejen de ser tan ruidosos, cálmense y esperen un poco. Compórtense como adultos.
En los minutos que duró la discusión y el bullicio un jinete se avecinaba, los cascos del caballo llamaron la atención tanto de la criatura como de la horda. De entre el sendero bordeado de árboles se acercaba la figura del hombre sobre su montura. Encantada y muy aliviada por la casualidad, con la mano abierta señaló al mancebo que se había detenido para después desmontar frente a ella.
— ¡Vaya…! Miren quién está aquí. —Jalando al caballo tras de sí se paró delante de Loulou. Respiraba exhausto y dificulto por el apuro, una gota de sudor bajaba errante por su mejilla.
— ¿Tú eres… Loulou de la Rolancy? —Inquirió determinado, por alguna razón que no alcanzaba a entender, algo, quizás un presentimiento o instinto le decía que eran las personas que buscaba.
—Justo a tiempo. Se te esperaba realmente, tú sabes…—Admitió tiernamente la niña.
—Eso es lo que yo mismo me decía. —Concordó, sonriendo astutamente. Sin poder resistir más a su alegría la pequeña se echó a los brazos de su salvador, rodeando la cintura del hombre que los protegería de todo mal, como si fuese su querida y fallecida tía, que pensaba que tal vez, en lo más alto y recóndito del cielo azul, la estaría viendo sonriente y tranquila de su seguridad. — ¡Gracias…!
Impresionada del trato de este hombre, que vestía el uniforme de la Guardia Nacional a su hija, la madre empezó a atar cabos, asomándose a la ventana se dirigió a él.
—Usted… ¿usted fue… un subordinado de Oscar…? —Preguntó tímidamente, temerosa de haberse equivocado. Sin esperar a que la pareja rogara por su ayuda se impuso ante la masa.
—¡Oigan todos! ¡¿Por qué tomaron a estas personas?! ¡¿Se dan cuenta de lo que hacen?! ¡Es la familia del general Oscar François de Jarjayes! ¡El que dirigió a la Guardia Francesa en la toma de la Bastilla!
Dicho esto, las gentes se turbaron, fuertes cuchicheos y gemidos de asombro y espanto se escucharon, las divagaciones y charlas no se hicieron esperar, diferentes comentarios se entremezclaban: "¡Esperen…!" "Él habla de…" "Ya saben, el honorable Oscar, el comandante de la Guardia Francesa, recuerden, el que instó a los soldados a la Toma de la Bastilla." "¡Ahh, eso era entonces! ¡Lo ignoraba completamente!"
Por reparar el error e incluso el trauma inferido a la familia de un héroe de la Revolución, despejaron el camino por donde correrían los caballos, organizándose para procurarle un paso rápido y fácil a la frontera, los insultos gritos y recriminaciones se tornaron a felicitaciones, recomendaciones y buenos deseos. Con probar que eran familiares de la grandiosa Oscar su viaje a Bélgica estaba asegurado.
Cuando el coche se puso en movimiento la madre y la hija se asomaron a la ventana, por una última vez para agradecer al enviado de Oscar.
— ¡Se lo agradezco! ¡Probablemente mi hermana menor le habrá hablado de nosotros! —Seguido de Hortense la pequeña gritó.
— ¡Adiós…! ¡Gracias…! —Sacó su brazo fuera de la ventana, agitándolo a modo de despedida.
En el momento, en el que el coche transportaba para siempre a esa familia de inocentes, otra persona, con lágrimas en los ojos, y con el corazón latiendo a mil en su pecho, agradecía con mayor intensidad el gesto de generosidad del mancebo. Vestida con ropas de civil: tricornio, camisa de lino, chaleco y chaqueta, y en sus bolsillos documentos proporcionados por Bernard, apenas con unos pocos minutos de diferencia, Oscar había conseguido alcanzar a Alain. Sentía alivio, pero… también dolor… porque más nunca podría volver a verlos.
Cerró sus manos que colgaban en sus caderas.
"Adiós, hermana… adiós a los tres… que Dios los proteja y los guie en su viaje… por lo que tengo entendido, te reencontraras con las demás afuera, y quien sabe si con padre y madre. También estoy profundamente agradecida con este regalo de gentileza."
De repente, quebrando el instante pacifico, otro drama entró en escena, ni tuvo tiempo para acercarse al sargento que ni se había percatado de su presencia. Nuevamente la masa de gente se formaba, arremolinándose en un carruaje de color negro, repitiéndose el episodio del vehículo sitiado.
Distraído por el barullo, Alain se volvió a un joven que era acosado por los lugareños, lo que presenciaba lo halló al borde de lo inaudito, este muchacho de aspecto gentil y bien vestido, con ropas dignas de un aristócrata, demasiado lujosas para un simple viajero, lo había visto antes, no… más que eso, lo conocía. Lo que lo ayudó a recordar en donde había visto su cara fue la voz de la pobre Diane.
"Hermano… hay alguien que me gustaría presentarte."
—No es posible… no lo creo… No puede ser…—Musitó estupefacto. A medida que evocaba imágenes y palabras lamentables, llenas de promesas vacías e hipócritas, sentimientos negativos y venenosos iban cobrando espacio en sus pensamientos. La mirada apacible terminó por desaparecer.
Completamente rodeado y sin escapatoria, el muchacho se defendía nervioso e indignado, creyendo que los hombres que lo increpaban eran el único peligro que lo amenazaba. Agitando su mano con fuerza trataba de imponerse.
— ¿Así que ustedes no nos dejarán pasar? No tratamos de escapar si es lo que piensan. ¡Solamente queremos cruzar la frontera por asuntos comerciales! ¡Mi esposa está embarazada! ¡Se los ruego, déjennos pasar! —Suplicó desesperado. Lejos de conmover a los hombres uno de ellos habló satírico y despiadado.
— ¡¿Oyeron eso?! — Exclamó, dirigiéndose a sus compañeros —Él acompaña a su esposa embarazada y pretende querer pasar por asuntos de negocios… —Extendió su diestra, con mirada retadora esperaba recibir una prueba del muchacho—Si lo que dice es cierto, muéstrenos su pasaporte y documentos de identidad.
Oscar escuchaba claramente las ridículas e inútiles respuestas del chico, ¿cómo podía pensar en viajar a plena luz del día? ¿Cómo se permitió atrapar tan fácilmente? En los instantes que presenciaba la conversación, no cayó en cuenta de las reacciones nefastas del mancebo, que inmediatamente apuntó con su rifle al esposo de una mujer encinta.
— ¡Estaba muy apurado, así que los he olvidado! —Contestó estúpidamente, hasta que de pronto advirtió cómo una mirada fiera y chispeante de odio lo ubicaba, el cañón de un arma estaba a su dirección.
— ¿Qué? —Se giró horrorizado, no podía creer que dos momentos tan definitivos en su vida se hubiesen cruzado; su pasado y la vida de su familia. — Ahh… ¡Tú…! —Gritó, ya consciente de quien lo había reconocido. Cuando el joven reaccionó Oscar sacó la conclusión de que se conocían de alguna parte.
"¡Alain…! ¡ ¿Qué es lo que haces?!"
Era la primera vez que veía al generoso y honrado sargento someterse a sentimientos nada propios de él. Aterrada de que pudiese cometer un pecado irreparable corrió a detenerlo, pero no pudo, para entonces la masa de personas se había incrementado, al otro lado del gentío se llevaba a cabo el encuentro por el que había estado esperando tanto Alain. Caminó bordeando a la gente, luchando por que la viera, en los minutos que demoraba en alcanzarlo el drama seguía desarrollándose: Luego de oír un grito de espanto de su marido la mujer se asomó, y sin obtener una respuesta de su parte, a causa de que lo vio con las manos levantadas, por un hombre armado que lo miraba lleno de ansias, cual cazador a su presa, bajó impulsiva del vehículo, cubriendo al padre de su hijo con su cuerpo.
—¡Espere! ¡Espere, por favor! ¡No dispare! —Se interpuso, posando una mano en su pecho llorosa, en un gesto suplicante— ¡Si usted quiere a mi marido por lo que sea, y tiene que disparar, escójame en su lugar! ¡Yo lo amo sinceramente! ¡Sin él no podría vivir!
— ¡¿Pero qué…?! —Respondió el mancebo incrédulo, bajando ligeramente el cañón del arma.
— ¡¿Suzanne, pero que haces?! ¡Regresa al coche! —Ordenó a su esposa, reacia a abandonarlo, poniéndola tras suyo confrontó al hermano de su ex prometida — ¡Alain de Soissons! ¡No matarás ni a mi esposa ni al niño que lleva! ¡Si debes eliminar a alguien será a mí y sólo a mí! ¡Ayuda a mi esposa y a su hijo! ¡Ahora mátame!
—¡Bien! Muy buena resolución…—Respondió extasiado y malévolo, retomando su anterior posición, nada se interpondría en la cura a todos sus dolores, sus insatisfacciones, la humanidad era pisada por el odio venido del sufrimiento, ni se daba cuenta de que además de asesinar al responsable del fin de su hermana mataría a una familia entera, los esposos se abrazaban temerosos del próximo disparo, y entre ellos, en el vientre de la madre, un niño libre de los crímenes de su padre dormía. Ya dispuesto a disparar liberando su odio en el proyectil tuvo una visión: La figura de Oscar tras la pareja, se posicionó de manera que pudiera comprender su mensaje. Su mirada azul y penetrante aun entre la gente hizo el efecto esperado; despedía abatimiento absoluto y decepción, ¡Oscar estaba decepcionada!
Un recuerdo maravilloso vino a su mente.
"Ahora todo es diferente… No sé repetirá con nosotros. Son anillos de matrimonio. Mientras los uses, no perderán su significado. También, de que, así como añorabas la felicidad en tu hermana, ella sentiría lo mismo. ¿Cómo no te amaría como tú la amaste? Sé que lo querría… Honra a Diane, viviendo y siendo feliz…"
—Honrarla… viviendo y siendo feliz…—Musitó, en lo que cabizbajo y muy avergonzado de sí mismo bajaba lentamente el rifle. No podía degradarse a ser menos que las convicciones y creencias que habían empujado a los difuntos guardias franceses a la Bastilla. Si ese proyectil hubiera salido del cañón cuatro vidas se destruirían; la de la futura familia y la suya. —no vale la pena…—Entonces, agotado habló una vez más a la gente, mientras los esposos desconcertados que seguían estrechándose reparaban en el que se suponía iba matarlos. — Me he equivocado de personas. Déjenles pasar, ¿quieren? —Para dar mayor importancia a su solicitud les acercó sus documentos a los lugareños— ¡Ah… y! he aquí el pasaporte que recibí en la Asamblea Nacional.
Sin complicaciones el cabecilla leyó los documentos. Convencido de los argumentos, agitando su mano se giró a sus compañeros.
—En efecto, ya no hay duda. Dejen pasar este coche.
Después de ser ayudado por el hermano de la muchacha que perjudicó, el joven abordó perplejo el vehículo, sin dejar de asomarse por la ventanilla. Preguntas y más preguntas se manifestaban en su cabeza, ¿por qué no estaba muerto? ¿No se suponía que lo odiaba? ¿Qué pasó para que el victimario se convirtiera en su salvador? Pero el coche se puso en marcha. No se verían ni se hablarían más, tampoco es como si tuviera la valentía o descaro para preguntarle directamente.
Con esto la maldición de la culpa desaparecería para el sobreviviente de los Soissons.
"Diane… ¿Es lo que tú habrías querido? Ya hemos tenido suficiente. Tanta sangre que ha corrido por la victoria de ese día… sólo me digo que hacer correr un poco más sería inútil. Es todo."
A su alrededor la masa se disipaba, dejándolo accesible para la mujer que juraba, que de atreverse a asesinar lo perdería absolutamente todo; el respeto de sus amigos, su confianza, pero más que nada… su amor.
Oscar se acercó a él, trató de tocar el hombro del mancebo, en cambio se detuvo, esperando alguna palabra o reacción de su parte.
—Alain… ¿ese hombre era…? —Inquirió tensa. Hasta que luego de un breve silencio, el mancebo contestó con la vista fija en el sendero, por el cual pasó el carruaje que transportaba al ex novio de su hermana.
—Oscar… si resulta que he tenido un presentimiento, en la Revolución no se salvará mucha gente. Por eso si nos fijamos en la historia los hombres han provocado sin cesar tales masacres…—Se giró finalmente, su cara no parecía lo que ella había deducido, no vio lágrimas de impotencia, tristeza o rabia como en otras ocasiones, estaba serio, muy calmado a decir verdad.
En respuesta Oscar asintió.
"No sé si tengo derecho de opinar… jamás he cometido una estupidez de esas proporciones. Si no mal recuerdo si estuve a punto de hacerlo, pero siempre tuve a alguien que pensaba con la cabeza. Esas palabras… Un oficial nunca debe actuar en función de sus sentimientos. No importa las circunstancias…"
—No vale pena derramar sangre si el propósito es el poder o la venganza. Hace mucho tiempo entendí que, para nadie y más siendo un soldado, no es bueno rebajarse a un impulso. La vida que costó tanto en construir puede destruirse fácilmente por una baja pasión. —Concordó, inevitablemente recordando un episodio injusto de su pasado, entonces el hombre la cogió del hombro.
— ¿Dónde está tu caballo? El mío está allá… —Apuntó con la mano a su propio caballo, mientras seguía sosteniendo el hombro de la fémina. En cuanto localizaron la montura de Oscar se pusieron en marcha.
Durante el recorrido a caballo ninguno de los dos habló, Alain permanecía pétreo y reservado. Oscar se creía capaz de hablar, sin embargo, prefería que de tocar el tema el mancebo lo hiciera. Las horas pasaron, siendo tocados por los últimos rayos del sol, el cielo anaranjado predominaba en el paisaje, las colinas y la floresta se convertían poco a poco en siluetas oscuras. Los animales se retiraban a sus madrigueras y escondites. Repentinamente oyeron graznidos, una bandada de patos volaba por una pradera. Alain paró abrupto, desmontando y corriendo con el rifle al hombro, por su parte ella se dedicó a llevar a los animales a pastar.
Efectivamente, todavía quedaban ansias de sangre en el sargento. Con el ceño fruncido apuntaba y disparaba, como si cada bala fuera un desquite para el hervidero en su cabeza. Por supuesto, matar aves resultaba más práctico y sano que matar gente. Increíblemente no consiguió atinar a las tres primeras veces, necesitaba relajarse, si no, desperdiciaría la oportunidad de alimento. Oscar lo observaba en silencio, preocupada de lo que lo inquietara o pasara por su mente, sobre todo si evitaba hablarlo con ella.
Fue así que logró derribar a tres patos. Secándose el sudor de la frente trotó hasta un estanque, los cuerpos flotaban en el agua.
— ¡Hay uno gordo! ¡Es perfecto para François! —Exclamó emocionado, en serio cazar si resultó terapéutico. Introduciéndose en el agua, que le llegaba hasta las rodillas, cogió los cadáveres para en seguida meterlos en una bolsa.
Oscar suspiró aliviada, verlo tan taciturno la había asustado.
—De modo que cumplirás la promesa a Rosalie…—Sonrió irónica— y también a mí… ¿sabes? me asustaste. Creí por un rato largo que perdí al hombre que amaba.
—No me perdiste… sólo estaba confundido. —Emergiendo del agua se aproximó con la bolsa en la mano. —aunque no estoy seguro de lo que pasaría si tú no hubieras estado. Los valores, sufrimientos, y aprendizajes… la confianza en mí mismo… además… de la buena opinión de mis amigos. ¿Si lo matara… —tragó saliva, incómodo de su pregunta— seguirías amándome?
—A decir verdad… —Se cruzó de brazos inquieta, miró hacia ninguna parte, evitaba los ojos de Alain— No lo sé… no siento más que alivio de que no lo hicieras. Por favor no me preguntes lo que no sucedió.
—De acuerdo, lo comprendo, y no te culparía de que si fuera el asesino de una familia entera dejarías de amarme, e incluso sentirías repudio de ti misma por haberlo hecho. —Alegó crítico para sí mismo, ocupándose de meter en las alforjas a los animales.
—¡Te dije que pararas! —Demandó fuera de sus casillas. — ¡No quiero seguir con este tema! ¡Cómo no lo castigaste a él, te castigas a ti!
— ¡¿Y qué si lo hago?! —Se giró confrontándola. — ¡¿Te has sentido responsable de vidas más frágiles que la tuya?! ¡Malditos hay y habrán en todas partes! ¡Desde siempre lo he añorado! ¡Verlo agujereado y sangrante! ¡¿Cómo no iba a estar tentado de matarlo?!
— ¡Que lo estés no significa que sea lo correcto! ¡Lo que es importante es que no lo hiciste! ¡Me siento dichosa de ello!
— ¡En tal caso de que lo hiciera te retractarías de tus intenciones de desposarme! ¡¿Y si se repitiera?! —De pronto un ardor se presentó en su mejilla, Oscar lo había golpeado.
—No…no lo digas…—Respondió trémula, con la mano aun alzada— el amor es injusto, si uno de los dos cometiera un pecado irreparable el sentimiento moriría. Ser humano acorta la felicidad, ser imperfecto desgraciadamente acaba con todo, inclusive una amistad de años. La única esperanza es el perdón a errores que si son remediables. Te sientes tan poco digno de ser feliz que me expones lo que afortunadamente no pasó. Sé que puede sonar ingenuo de mi parte, no obstante, lo diré… —Bajó su brazo — pienso que esté o no a tu lado encontrarás el camino correcto.
— Lamento lo que dije…—Se llevó una mano su mejilla, ahora roja— No debí presionarte a castigarme. Esto no es normal en mí… —Avergonzado de su comportamiento, cogió a los caballos por el arnés, conduciéndolos a un árbol y así amarrarlos en una de sus ramas.
"Y después dicen que las mujeres nos dejamos llevar por nuestros sentimientos. Bueno, por esta vez no fui yo la que se portó como una idiota. "
Se mantuvo ocupado preparando una fogata, paseando por los matorrales por leña. Les tocaría acampar, además de que, aunque Oscar se encontrara repuesta, no quería abusar de su salud. Sentado frente al fuego no notó a la mujer que se acomodaba a su lado. Colocando una mano en la rodilla de él entrelazó sus dedos.
—No somos perfectos, era normal que estuvieras confundido e incluso explotar de la forma que lo hiciste. Y no por eso declinaré en la idea de casarnos. Recuerda que antes de esta rabieta yo tuve las mías, y no te costó traerme de vuelta a la cordura. —Le recordó con dulzura, por su tono meloso éste la miró sin la vergüenza de antes.
—No pido mucho para ser feliz… con tu compañía me basta. Creo que no encontraría en esta vida ni en la siguiente a nadie como tú… es asombroso que hayas sobrevivido. Es un milagro… Mi familia pensaría que me he vuelto loco, si me vieran emocionado de ser el señor esposo de alguien. —Rio despreocupado, sin darse cuenta de que lo dicho por su boca sería usado para una broma.
— ¿El señor o la señora...? —Insinuó pícara, remarcando la supuesta homosexualidad de su pareja. Por el polémico comentario los nervios del sargento se crisparon. A partir de ahora la antigua comandante se esforzaría por animarlo.
—¡Oye! ¡No me refería a eso! ¡¿Te burlas de mi hombría?! ¡Estoy harto de que todo el mundo me señale de invertido! ¡¿Olvidaste lo ocurrido esa noche?!—Replicó escandalizado.
—Es dudoso cuando siento que en la oscuridad la que gana más soy yo… —Poniéndose de pie respondió lasciva, apartando juguetona la mirada— Y con esas palabras se afianza más… Si me dieras una mejor demostración de masculinidad quizá…—Se mofó, en lo que daba ligeros toques a su mentón.
—Si no estás convencida puedo dártela en cualquier momento y lugar…—Parándose lentamente refutó, esta vez con un tono fiero y grave.
— ¿Así…? ¿Cuan-…do? —Girándose a mirarlo detalló la expresión deseosa e intensa del mancebo. Un aire acechante se manifestaba en él. En serio su cara la había dejado boquiabierta. Repentinamente sujetándola por el cuello de la camisa la hizo retroceder, empotrándola contra el tronco del árbol que los protegía. Un ardor, una efervescencia comenzaba a invadirlo. La haría abandonar las ideas supuestamente difamatorias. No era complicado leer en sus ojos el hambre de amor tan incontrolable que sentía por ella. —Si me tomas, sea a punta de besos o caricias no podrás negar tu sodomía… ¿Me besarás? —Preguntó, tanto desafiante como atrayente, interesada de causarle sí o sí un arrebato al hombre que la acorralaba. A medida que hablaba lo sentía apretar más la tela, poco le importaba seguir tentando su suerte— ¿Tan lamentable es ser un invertido que reacciona a su pasión? —Al acabar de provocarlo se vio acallada por un beso profundo e impetuoso. Encantada del vigor de su amante enceguecido por el frenesí, lo encerró en sus brazos, mientras éste se ocupaba de silenciarla por los siguientes minutos, de decir algo, serían jadeos y palabras inentendibles inspiradas por el gozo y el delirio.
En cierta forma, retar a quien amas tenía sus ventajas, así pensó Oscar que era allanada por el ímpetu de Alain, la lengua del mancebo no le brindaba sino un placer inaudito que la estremecía por la curiosidad y expectativa. Siempre lo maravilloso empezaba por un beso; tímido, travieso, y en este caso inflamado y delicioso. Rascaba con insistencia la espalda amplia cubierta por el uniforme, entonces, advirtió cómo la mano de su amante evadía los botones de la camisa, buscando en su interior uno de los pezones femeninos. Maravillada por los toques y retorcijones atrevidos consolidó más el abrazo.
"Qué momento tan íntimo… te doy todo lo que escondo y guardo de mí… la poca fragilidad que me he permitido la despliego en este instante tan hermoso. Es lo único que podemos hacer para retribuirnos lo que el sufrimiento nos ha quitado. Acabamos de pelear, pero sé que somos felices juntos… Poco a poco curamos nuestras heridas con el calor del otro. Espero que mi amor sea lo bastante para ti. Seremos una familia, una familia para los dos..."
El abrazo se hizo incómodo, algo los separaba además de la ropa, el brío del mancebo desde luego no se hizo esperar, la hombría oculta en los pantalones se revelaba por el ardor de su dueño, sin embargo, vestidos jamás podrían satisfacerse, aunque tampoco es que estuvieran en un lugar precisamente seguro, que dos hombres hicieran el amor en el bosque no era factible. ¿Qué hacer? ¿Cómo podrían resistirse si se necesitaban tanto? Fue así que el mancebo desabotonó sus pantalones, que pasara lo que tuviera que pasar, no podía privarse de su prometida. La fémina con la camisa levemente abierta, hizo igual que su contraparte, abrir el camino para fundirse en el cuerpo del otro.
—No tenemos por qué desnudarnos totalmente… por ahora… en este lugar…—Jadeó ansiosa y acalorada—con sentirte debiera bastar. —Seguido de eso lleno de urgencia, rápidamente sin poder bajar los pantalones en su totalidad, con dificultada para maniobrar, la giró, agradeciendo el cabello corto de la rubia para besar la piel blanca y tersa de su cuello, mientras ella se sujetaba de las manos al árbol con urgencia desgarradora. Extrajo su miembro y se introdujo en su calor desde atrás, apenas con suficiente espacio, una de sus manos apretando un seno, deleitándose con él, escuchándola jadear de éxtasis, odiando la falta de intimidad, pero sin poder detener lo que estaba sucediendo. Ella podía sentir las acometidas placenteras, las fuertes manos sujetándola, obligándose a ser silenciosa. En un mejor lugar podría besarlo, dejarse devorar y explorar entera, mirar en sus ojos castaños libremente, pero se conformó con esta conexión, sintiéndolo hondamente, experimentando un fuego bajo su vientre, que asolaba su cordura, hasta que, como una ola, su excitación se incrementó, teniendo cerca el final. Antes de poder expulsar un gemido, en su mente nombrando a su amante, tensa, mordió su brazo, después sintiéndose liberada y serena, regresó a su anterior posición, continuando con los besos amorosos. En conocimiento de cuanto lo necesitaban.
—Debemos reacomodarnos la ropa…—Ella le recordó y comenzaron a reír abrazados. — Dios, nos iremos al infierno.
—Sí… admito que no te puse en una situación muy…. ¿digna? —Concordó pícaro, ayudándola, para luego acomodarse él mismo.
Ya vestida y recuperando el aliento sonrió maliciosa ante el comentario de Alain.
—Fueses tú o yo, de todas formas, uno de los dos acabaría así… ¿Acaso la lujuria no era uno de los pecados capitales? —Replicó indiferente, sin importarle el puesto habitualmente sumiso de su género.
Exhausto de su impulso, el sargento apegó su espalda a la corteza, deslizándose hasta el suelo. Seguido de él, Oscar se sentó calmadamente a su lado, para luego ser rodeada por el largo brazo de su amante.
— ¿Siempre terminamos así? —Inquirió de pronto, concentrado en el fuego que crepitaba por las ramas, la noche estaba más fresca que el caluroso y tenso día que habían pasado, los caballos dormían tranquilos.
— ¿Qué…? ¿Juntos?
—Sí…—Murmuró aletargado, mientras se ocupaba de besar los cabellos rubios en la cabeza de su adorada. —Si pudiera envejecer por repetir este momento por toda la eternidad.
—Es posible… y si no, por lo menos moriremos con el otro. —Pestañeó inquieta, rememorando una vieja inseguridad— Alain…—Lo nombró.
— ¿Sí…? ¿Qué pasa? —Contestó tentado del sueño, cerrando sus ojos poco a poco su mano se detenía de acariciar la nuca de la mujer.
—Yo te hice una promesa, así que… —tragó incómoda— quiero lo mismo de tu parte.
— ¿Qué…—Bostezó? — cosa?
—Que nunca me apartes de tu lado. El peligro, las consecuencias y lo que sobrevenga a futuro. Mi deseo es colaborar en los cambios que necesita este país, por lo tanto, además de tu esposa soy tu aliado. ¿Comprendes lo que te estoy pidiendo? —Luego de una pausa larga, no oyó respuesta. Igual a aquella primera noche juntos, el mancebo no pudo contra el sueño, el tronco funcionó como una especie de respaldo. Notándolo con unos mechones en sus ojos los apartó atenta. Suspiró resignada.
"No tienes remedio… otra vez el sueño fue tu escape a mis preguntas… ¿Aunque me lo prometieras tendría una garantía de que lo cumplirías? Los hombres son propensos a romper su palabra. Eres un hombre fuerte. Percibo que tu infancia no fue sencilla; te habrías obligado a crecer para ayudar a los tuyos… Pase lo que pase, me prohíbas lo que me prohíbas, moriré en donde tú lo hagas…"
-o-
9 de junio de 1790, momentos más alegres vendrían como bálsamo para la pareja, el descubrimiento del amor y el perdón estarían acompañados por un nacimiento. Y así llegó el nuevo integrante de los Chatelet, el único que heredaría los talentos y creencias de su padre, François Chatelet. Bautizado por su madre, crecería acobijado y guiado por dos nombres influyentes en la turbulenta historia de su país.
El tan esperado alumbramiento se habría dado en horas de la madrugada, fuera de lo que se hubiese previsto en el pasado, el padre se estuvo en movimiento para procurarle a la partera todo lo necesario, puesto que sus amigos, ahora tíos, por cuestiones de trabajo, tristemente no podían estar presentes sino cuando tocara el amanecer.
Unos toques se oyeron en la puerta principal, emocionado el señor de la casa bajó las escaleras apresuradamente, se pudiera decir, casi saltando de felicidad, pensando en darle una grata sorpresa a la mujer que le había dado un hijo. No esperaron mucho para que la puerta se abriera de par en par. Por alguna razón que no entendían, percibían la casa diferente, supusieron que el bebé haría ver al lugar con un ambiente menos silencioso y austero, ya que, por lo general, parecía más una oficina que un hogar.
— ¡Oscar…! ¡Alain! ¡Sean bienvenidos! —Exclamó con tono ameno. Extendiendo su diestra invitó a sus amigos a pasar.
—Bernard, ¿cómo está Rosalie? ¿Está despierta? No me gustaría importunarla, imagino que estará rendida. No sé lo que es el esfuerzo de dar a luz, pero… —Siguiendo al periodista a las escaleras preguntó algo preocupada, llevándose una mano a la barbilla se detuvo indecisa. —Tal vez no sea correcto que entremos todavía.
— ¡Oh no! ¡Ni lo sueñen! — Se volvió a sus invitados, rodeando a la mujer se puso tras de ella, empujándola con ambas manos la acercó a las escaleras— no saldrán de esta casa hasta que vean a mi primogénito. —Demandó con una sonrisa en los labios. — ¡Tienen que verlo! ¡Estoy más que seguro que será mi orgullo! ¡Es precioso! ¡Y tú Alain, más te vale subir también!
Como ya habían entrado, además de la insistencia del señor de la casa, subieron, aun cuando no veían oportuno interrumpir el descanso de Rosalie, sin embargo, cuando el periodista abrió la puerta, apreciaron una imagen que se repetía desde los albores de la humanidad, sin importar los siglos pasados y próximos, una madre reposando junto a su bebé. Rosalie con la cabeza sobre la almohada, observaba hipnotizada a un querubín, con mejillas tan rojas como la suyas, envuelto en una frazada. Introducía su mano en el interior de la tela, buscando los deditos sonrosados de su retoño.
—François… mi François... —Repetía encandilada del niño.
Oscar deslumbrada sonrió, ahora conocería una faceta nueva de madame Chatelet, a partir de ese momento viviría y sacaría fortaleza de otro que no fuera ella.
"Cuanto había esperado este momento. Esa sonrisa es de una autentica dicha, no es sólo reír entre lágrimas, finalmente eres feliz…"
Interrumpiendo sus cavilaciones Bernard se dirigió a su esposa, sentándose por un segundo a su lado invitó a pasar a la pareja.
— ¡¿Qué esperan?! ¡¿Se van a quedar ahí como estatuas?! ¡Pasen! —Rezongó, ocupado de arropar a su hijo.
Sobresaltada la joven se fijó en Oscar que accedía, seguida muy de cerca por Alain. La ex comandante sacó una carcajada ante la cara de sorpresa de su hermana adoptiva.
—Se te da bien esto de ser madre… ¡nunca te había visto más hermosa! —Alzó las manos en son de paz, procurando no alterar a la muchacha. —Permíteme felicitarte. —El esposo inmediatamente de verla a centímetros de la cama le facilitó una silla, por darles mayor cercanía se apartó, retirándose a mirarlas desde la puerta de la habitación, necesitaba corroborar algo que había intuido en la ex comandante, que en cuestión de minutos le daría pie a una idea que quizá pudiera sonar descabellada.
Inclinándose, Oscar repasó las suaves y redondas facciones del infante.
—Bernard no exageraba en la magnitud de su belleza…—Posó una mano en la cabecita, apenas poblada por unos pocos cabellos tan relucientes y rubios como los de su madre. —Ya veo la razón de tu orgullo, Bernard. —Éste asintió determinado — tu legado y linaje están asegurados.
Rosalie a pesar de su cansancio estaba tan sonriente como el padre de su niño. Con la mirada le indicó a su esposo que colocara al bebé en los brazos de la mujer, desde el inicio del embarazo había añorado ver a su guardiana sostener al pequeño. Oscar al inicio lo sostuvo con ligero temor, pero por su carácter protector, y temiendo por la seguridad de su sobrino fue cogiendo confianza, apegándolo más su pecho.
—Ohhh… ¡Es muy liviano!
— ¡Sólo espera a que agarre peso con lo que coma de su madre! —Se burló Alain. Colocando brazos en jarra se acercó, riéndose con los padres de este lado tan inédito y tierno de Oscar. — ¡Cuando eso pase, ya no querrás cargarlo por demasiado tiempo!
—Pequeño Francois… —Besó amorosa la delicada cabecita del bebé— Qué lindo eres… —Siseó por lo bajo, mientras el bebé se calmaba más y más, durmiéndose en sus brazos— te convertirás en la viva imagen de tu madre, y el orgullo hecho hombre de tu padre. A partir de hoy, prometo ayudar con tu seguridad y educación. En donde tus padres no te vean yo seré sus ojos.
Aseguró, concentrada en los ojos aletargados y exentos de maldad que la miraban.
A todo esto, Bernard, encontraba la escena demasiado conmovedora y maternal, aun si Oscar hiciese una promesa digna de un tío o padrino. Un acontecimiento que lo hizo pensar en la esperanza, de que existiese otra bella pareja que fuese bendecida de igual manera, entonces, aproximándose cauteloso, tratando de no arruinar el ambiente pacifico, agarró la muñeca de su amigo, quien se mantenía tras la silla de la mujer, observando con una mezcla de curiosidad y gozo. Lo arrastró en silencio tras de sí hasta el pasillo, tan apartados de las mujeres como fuera posible.
Invadido por el suspenso y muy fastidiado el sargento se quejó.
— ¡¿Qué diablos te pasa?! —Protestó, sacudiendo enérgico su brazo del agarre del periodista — ¡¿Por qué me jalas al pasillo, idiota?!
Reprendiéndolo y a la vez tratando de acallar el escándalo se llevó el dedo índice a la boca.
—Shhhh… Alain…—Soltó la muñeca del mancebo— ¿Has considerado alguna vez formar una familia?
— ¿Fa-familia…? —Desconcertado abrió los ojos de par en par, ¿cómo una pregunta tan natural podía oírse tan extraña? — Por… ¿Por qué me preguntas eso? —Titubeó.
—Deja de evadir y contesta la pregunta. Dime… ¿lo has pensado? —Preguntó tajante.
—Pues…—Tragó pesada y dolorosamente, no podía negar lo obvio— Sí… en algún momento lo consideré. —Admitió amargo, asomándose a la puerta contempló a la hermosa mujer que cargaba en brazos al hijo de los Chatelet, acariciando la palma de la pequeña mano semicerrada—Pero es imposible.
— ¿imposible? ¡Por supuesto que no! ¡Sí que lo es! ¡Ella es mujer y tú un hombre! —Refutó, apretando sus puños los agitó con entusiasmo, no le encontraba lógica a la negativa de su amigo.
—No puedo hacerle eso, Bernard.
— ¡No entiendo de qué me estás hablando! ¡Toda mujer sueña y anhela la maternidad! ¡Es el propósito femenino desde siempre! ¡No hay cosa más asombrosa que tu hijo nazca del vientre de la mujer que amas! ¡Es allí que se alcanza la cúspide de la autentica felicidad!
—Todo lo que dices es la verdad de la gran mayoría. —Su expresión de desaliento se tornó a una consecuente —Sin embargo… en esta vida siempre habrá una contradicción que debe ser respetada.
— ¿Contradicción? ¿Cuál? —Tirando su cabeza hacia atrás inquirió incrédulo—Hace tanto que no la veía tan dichosa. ¡Sólo mírala! —Señaló el interior de la habitación— ¡No veo razones para que no hagan un hogar juntos!
—Oscar es una mujer… una mujer en todo el sentido de la palabra, tenga hijos o no. Así se siente y así se quedará. Lo que se interpone a ese estilo de vida es que es un soldado, como yo… con un propósito. La felicidad no es un idilio. Es la libertad, la emancipación del corazón. Elegir… No se sentirá realizada hasta que no toque con la punta de los dedos lo que añora.
— ¿Ya no deseas una familia? ¿Abandonarás todo ensueño?
—Supongo que será en otra vida. Aun si la fe cristiana no cree en la reencarnación, en otra época en la que algo así pueda materializarse. ¿Qué sentido tiene tener un niño si la mente de su madre estará en otra parte? Puedo intuirlo en su forma de actuar, además de que ya habías hablado de esto con ella. De que habrá amor, habrá, pero conoce sus límites en cuanto a carácter. Será más de Francia que de su niño. Un destino cruel para los dos.
—Entiendo. —Suspiró resignado— No todos nacimos para las mismas cosas.
"¿En verdad piensas dejarlo así...? Es curioso… ¿el amor es o no egoísta? Veo que no se aplica contigo."
—Sé que me preguntaste porque te sientes angustiado de mi bienestar. No te preocupes…—Descansó sus manos en los hombros del periodista—soy feliz… más de lo que hubiera imaginado en mis peores momentos. —Hizo un gesto con la barbilla, apuntando a la mujer de su vida, sonriendo y mimando a su nuevo sobrino.
—Por lo que me cuentas, presumo que caminas a su paso gracias a que comparten esta vida tan dura. ¿Qué sería de ti si fueras un civil, Alain? Si en otro escenario lo fueras, habría sido lamentable que desperdiciaras tu pasión en alguien que tarde o temprano moriría en combate.
Alain no contestó, decidió regresar al lado de las mujeres, quedando dicho tema cortado definitivamente. Permitiría que los años y sus acciones respondieran por él. Emergería la interrogante, ¿El que dos humanos se unan en pareja es una obligación o un antojo? Dos palabras bastante negativas y ambas tenían que ver con lo mismo… egoísmo. Sentimiento que Alain prefería erradicar. Por sugerencia del periodista a la cabeza del mancebo vendrían escenarios hipotéticos, en los que sin importar los esfuerzos que hiciera la ex comandante un niño saldría perjudicado. Reía muchísimas veces ante la idea ridícula de que todos los seres son creados para el mismo fin. Por vez primera notaba a una mujer revelarse y soñar como un hombre, ahora que lo analizaba fríamente, el género masculino no sacrificaba su vida por nada, tal vez por una ambición, pero no esclavizarse literalmente porque un ser indefenso se levante, infinidad de veces la madre era responsable desde el principio de los pasos del infante.
"Eres hermosa con ese niño en tus brazos… pero dejarías de ser tú…"
-o-
Eran las ocho de la noche, y Oscar de momento se hallaba ausente de la casa Soissons, anteriormente había prometido dar una visita al único aristócrata digno de confianza, el marqués de Lafayette, por lo que Alain, que no había olvidado la promesa hecha al general, la esperaría de muy buena gana, después de todo, no podía oponerse al hombre que había cumplido su palabra, de procurarle a la rubia salud y protección. En su rato de espera, y por no desperdiciar tiempo libre, se dispuso a barrer el polvo. Limpiar la mesa de comedor, lustrar las piezas de metal, cristales y marcos que dotaban la vivienda. Sacudió un trapo bañado de polvo y telarañas en la ventana. Con rostro sereno se ocupaba del quehacer, a pesar de su profesión de militar, era consciente de como cualquiera debía hacerse responsable de su hogar, sitio que compartía dichosamente con la mujer, trataba, aun en sus limitaciones, de proveerle de un lugar cómodo.
Exhausto pasó el dorso por su frente húmeda de sudor, solamente quedaba un problema, que por ese entonces y pocos que hoy en día pueden describir, ¿qué cenar? Ahora que no estaba el comedor del cuartel disponible como antes, apenas y acudir a las raciones que ofrecían en el patio del edificio se tornaba demasiado duro y complicado, de momento no había orden para cada vez que soldados eran convocados, pudiera ser por palabras de superiores que la situación alcanzara a normalizarse a la semana siguiente, por ahora tocaba resistir creativamente.
Retirándose a vagar por las calles a revisar por los establecimientos en qué gastar su sueldo, luego de mucho halló donde comprar, pero eso era lo de menos a comparación de lo que pasaría a continuación.
Escondiendo los alimentos en una tela, apretándolos dentro de su casaca, prensándolo a su pecho, satisfecho de recibir a Oscar con comida, no adivinó que, tras su espalda, a todo galope, unos caballos jalaban desquiciados un carruaje, el cochero los golpeaba con el látigo atemorizado de ser perseguido. El sonido de los cascos y la madera de las ruedas en la piedra que pavimentaba el suelo lo alertó del peligro.
—¿¡Qué diablos?! ¡Maldito! ¡Me las pagarás! —Vociferó alterado, se apartó bruscamente, evitando ser asesinado. Lamentablemente el movimiento fue tan violento, que la comida acabó por escapársele de las manos, siendo aplastada por las ruedas del vehículo. Rabioso corrió tras el coche, ansioso de hacer pagar al responsable, siguiéndolo hasta llegar a la fachada de lo que parecía un edificio de abolengo, dicho edificio era nada más y nada menos que la embajada del imperio ruso. Intrigado de tanto misterio se escondió en un callejón aprovechando el ambiente nocturno. Sin esperar mucho un hombre de mediana edad, que cubría sus refinados ropajes con una capa oscura, descendió del coche. Que fuera un aristócrata o tal vez el embajador extranjero no era lo inaudito e interesante. Para empezar este caballero ni debería estar en París. Claro que lo conocía, ¿cómo no conocerlo? Espantado e incluso pensando que ya ese asunto se había zanjado, sintió una opresión asfixiante en su pecho y dijo con un hilo en la voz.
— General Jarjayes… ¿Por qué… sigue en Francia?
¡Continuara…!
Aviso y curiosidades del fanfic.
¡Hola! Quiero saludar a las chicas que se manifestaron al notar un aparente final abrupto del fic. Chicas, ustedes salvaron el fic al hablar… Ya deben saber de qué hablo. Resulta que estoy pasando por momentos duros, demasiada presión que me deja exhausta física y psicológicamente. Para que entiendan hablo de la salud de mi mamá. ¿cómo puedo tener inspiración con tanto estrés? Debido a que veía muchas visitas (sabrá Dios si una visita superflua de gente que miraba la sinopsis buscando algo de su interés, y no de verdaderos seguidores) entonces pensé "No tengo porque preocuparme tanto por el fic, quizás lo termine algún día". No sabía cuándo, pero en algún momento. Seamos directos, ¿ustedes lo continuarían sin tener siquiera una garantía de que valía la pena? ¿Qué a la gente le gustaba? Este es un error que se repite continuamente en fanfiction, tristemente la gente se queda callada, aun si frente a ellos está la facilidad de hacerlo. ¡Para colmo sin tener que lidiar con el embrollo de registrarse! Yo siendo sincera no la tengo. No tengo internet como tiene que ser… escribo y le pido su internet a amistades para subirlo. Tengo fanfics buenos que leer, me quedé a medias en las tramas, tanto de La Ventana de Orfeo como mi amada Rosa de Versalles; uno con Orumado y dos con Berubara. Valía premiar a sus autoras, y no tiene nada que ver si son conocidas o amigas mías… ¿Saben la frustración que me da no expresarme y decirles como me dijeron hace poco? ¿Qué pensaran ellas de mí? ¡Qué les comentaba para que me comentaran? Eso no está bien. Es importante decirles; "¡Continúalo es maravilloso! ¡Es genial! ¡Tienes mucho talento! ¡Adoro el desarrollo del argumento! ¡Los enlaces emocionales y argumentales tienen fundamento, etc!" Desgraciadamente uno de esos fanfics está sin terminar. Hace muchísimo que la muchacha no lo continua. Todos tenemos nuestros problemas, eso se entiende, sin embargo, felicitar no siempre es algo por ego, también es incentivar a que una acción o iniciativa prosiga, y más si se hace a tiempo. Se los digo a todos mis lectores silenciosos, mis queridos grillos. Hablen… no pasa nada. Ayudarán a que muchas historias no mueran, no hablo sólo de mí, hablo por muchos autores aficionados. A cambio prometo continuar "Época de Cambios" que tiene mucho que contar. Demasiado diría yo.
Pudiera decir algo de spoiler y a la vez dejarlo a una verdad a medias, lo que sí es posible revelar, es que sufrirán y se amarán muchísimo más. Trato de no desperdiciar ninguna hoja. ¿Verdad que da la idea de que son muchos capítulos cuando todavía falta mucho? Les recuerdo que construí una relación desde cero, con la única base de una amistad y amor no correspondido. Perdonen que insista, lo que pasa es que me di cuenta, de que si ellas no hubieran hablado esto se quedaría muerto, sin ninguna otra información que una Oscar apresada y un Alain impotente. ¿tremendo final horrible, no? Al menos gracias a esas chicas, la alegría revivió la inspiración por sobre la angustia. Difícil escribir estando triste.
He ido acumulando y aprendiendo, de lo que usualmente hace la "Señora" (Ikeda). Yo me preguntaba, ¿cómo demonios, voy a conseguir que actúen, hablen, piensen siquiera algo remotamente parecido a ellos? ¡Simple! Estaba claro y no había reparado en eso hasta ahora.
No es por narcisismo, es que no puedo evitar señalarlo, uno lo va viendo, a medida que nos sumergimos en una historia. (Conversar con ustedes es muy liberador) Quizás ni lo tomemos como algo esencial, pero lo es; resulta que siempre, siempre los personajes de esta mujer se hacen tremendos cuestionamientos de la vida que soportan. Claro, lo subliman y lo romantizan sombrosamente en el diálogo, combinándolo con la espantosa crueldad argumental. Con romantizar no me refiero a que estén a cada rato llamándose con apodos amorosos en todo instante intenso de drama, la cosa viene de la insistencia de la misma para describir el porqué es desgraciado el momento. ¡Y qué forma de hacerlo! ¡Lo explica tan bien! ¡Dándonos a todos en la madre! Por ejemplo, una de sus maneras de sublimar es comparando cualquier condición o situación con un cuento mítico de la cultura que sea, puede ser también la propia biblia. ¡Eso duele más! ¡Allí entra en escena el dialecto barroco! (Si lo pone así, nos hace pensar que el drama es lo que les aguarda y nada más, que su destino es el sufrimiento) ¡Acribillando a diestra y siniestra nuestros corazones! Y por si no fuera suficiente, la memoria de elefante de la autora para explotar todo el pasado de los ellos, por insignificante que sea. ¡Eso en definitiva a la mangaka no le interesa un comino! (¿Por qué eres tan desalmada, Ikeda? ¡¿Por qué?! –Insertar risa malvada de la japonesa- (La lista de mangas empapados de lágrimas sigue) Seguro que también es la creencia ridícula de que mientras menos satisfagas al lector, (Con muertes y sin sabores. Sin una pisca de felicidad) más recordada será tu obra.
Ahhh… olvidaba lo siguiente, promesas y más promesas que a la larga no te cumplirá la autora. Si ven a un personaje prometiéndole a otro lo que sea, el cielo, la luna y las estrellas, bueno todo el paquete espacial distante, o la galaxia, lloren, pero no de ternura, ya que esa promesa tan hermosa que vimos es la herramienta para… (Saben para qué)
Conste que estoy siguiendo esas pautas por el "¿Qué tal si…?" no estoy escribiendo por narrar universos hilarantes que a todos nos gusta (A mí también me gusta), lo que sucede es que me obligué a hacerlo. Una cosa que no tenía ni remota idea de cómo se hacía. Créanme, no sabía nada… Es por fanfickers experimentadas que esta fruta verde maduró. Ojalá, espero de corazón que estén apreciando el esfuerzo que hacemos para seguir este fanfic.
¿Por qué comencé con este fanfic? ¿Qué me instó a hacerlo? Preguntas y ansiedad, además de una profunda tristeza por Alain… Una chica que conocí, conversó conmigo en Facebook. Me pasaba lamentándome tanto con el fandom de Berubara que ignoraban cosas muy explotables. (Es posible que a muchas las molestara con mi empeño, y carácter exigente, aunque mi intención no fuera hacer enfadar a nadie) Le dije escenarios. En ese entonces estaba leyendo la continuación de Berubara, (Eroica) Se dio como dije, la trama prometía, y aun mejor, se centraba en el crecimiento emocional y profesional, del sobreviviente de la tropa de Oscar. Un heredero de las creencias de ella. Leyendo Eroica me enamoré de Alain. Su desenvolvimiento era maravilloso. Si antes me caía bien, conociéndolo en la Francia de Napoleón me conquistó. Después ella me dijo "Si tanto lo deseas, si nadie lo ha hecho, ¿por qué no lo escribes tú?" y con referirse de que nadie lo ha hecho, es fijarse del manga hasta donde sea posible. Con eso me dio miedo de cometer un error muy grande en cuanto a redacción. Admiro a los que escriben. No me siento escritora. No lo soy… Me presiono demasiado en cuanto me siento a redactar.
Luego vino la prueba de si valía la pena o no. ¿Cuál era? Tenía que probarme por si no conocía la forma correcta de comportarse de los personajes. (Porque no son míos) La prueba fue un pensamiento de Alain. (El pensamiento que da inicio al capítulo 01) Al empezar con ese hilo de pensamiento tan extenso. Tanto que no sabía hasta donde me llevaría la amargura y frustración del personaje. Sentía que se desahogaba conmigo. Entonces, al acabar lo leí… (Soy despiadada con mi autoestima, y si no me convencía borraría a este supuesto Alain. Reprochándome de pensar en la locura de un fanfic hecho por mí. ¡Ni loca haría un impostor!) Y me hizo llorar como una idiota. ¡Era él! ¡Qué alegría! (Imploraba que mi opinión de este Alain fuera acertada) Y aquí estamos… en el capítulo 11 de mi culebrón (Telenovela).
Por el bien del fanfic me tomé libertades con acontecimientos ocurridos en los Gaiden. No eliminé nada si es lo que piensan, todo lo contrario, cambie el orden de las cosas, en este capítulo tuve que adelantar el encuentro de Alain con la familia de Oscar, además del prometido traidor de Diane. Me refiero a adelantar, porque dichas cosas pasaron luego de la famosa "Fuga de Varennes" (La fuga de los reyes), y por supuesto que yo aún no he llegado a esa parte de la historia.
Pensarán que castigar a Oscar no tiene propósito, la verdad es que sí. Primero, no siempre puedo salvarla ni protegerla de lo que haga, segundo, debe sufrir, siquiera un poco de las porquerías que pasan los humanos corrientes, no sólo lo de la comida. Cálmense, de aquí no la pienso meter en un antro de nuevo, pero lo que haré será torturarla psíquicamente (Lo cual es hasta peor). Tercero, el beso de un niño enfermo no la ayuda mucho. (Ya saben de quién hablo. A esto me refiero con atrasar, adelantar y cambiar de lugar acontecimientos del universo de Berubara) Alain sí que no será inmune a los maltratos, con él si me ensañaré.
Es un reto escribir con tantos obstáculos y contratiempos. No sé cuándo actualizaré. Sugiero usen la opción de catalogar esta historia, sólo así fanfiction enviará una notificación de cualquier novedad, en caso de que esto tarde.
Para los que jamás pudieron leer los Gaiden y Eroica, les aviso que este capítulo es casi exacto al gaiden de Alain, con unos ligeros cambios para introducir a la rubia mayor. Ojalá podamos vernos pronto, el próximo capítulo se llamará "Padre e Hija". ¡Un abrazo!
