Capítulo 12
Padre e Hija
Cuando se juraba que los problemas y angustias, respecto a la familia de Oscar estaban solucionados, cuando por fin se pensaba que podría ver más calma en los ojos desconsolados de la ex comandante, presenció, o, mejor dicho, fue testigo de que la estupidez extrema, la terquedad por arriesgar la vida, a costa de los seres amados era algo que se heredaba. Lo que se había dado por entendido de una huida masiva y silenciosa de los Jarjayes no era cierto. Los criados, las hijas, los maridos, e igualmente vástagos, fueron los que echaron a correr del barco. La única pregunta que faltaba por responder, era… ¿Qué fue de los patriarcas? La madre y el padre, las cabezas principales. Si este se encontraba escondido, a pesar del peligro en la embajada rusa, significaba que, a su lado, fiel a él, estaría la madre de la rubia, y si no, pudiera revelar su estado de salud y paradero. El enojo por la comida desperdiciaba ya no importaba, lo imperativo era advertir al anciano. Los reyes con sus pocos cortesanos presos y vigilados en las Tullerías, los atentados del pueblo, hablaban lo suficiente del futuro dudoso de todos los nobles. ¿Qué ganaría quedándose aún en suelo francés? ¿Qué sentido tenía? ¿Actuaría de espía o quizás miraría impotente como todo se desmoronaba desde su base?
¡Cuánto le costaba decidir qué hacer en esta absurda casualidad! Tenía que apresurarse y estudiar sus opciones, de si era o no correcto que padre e hija se reunieran, no obstante, sólo podría hacerlo si corroboraba en qué condición y a qué precio permanecía el general en Paris. No diría nada, ni daría nada de información sin el consentimiento de la mujer, que por esos instantes estaría pagando la deuda a Lafayette, segura de ser la única de su familia en Paris, o eso pensaba.
"Oscar, progresivamente está perdiéndolo todo. ¿Será consciente de lo que tendrá que dar para lo que se propone? Cree que lo entiende, pero no es verdad… ¿Esto es cosa del destino? Es demasiado bueno para ser cierto. No haré nada, aunque… no hay nada de malo en saber cómo están. Si piensan escapar."
Estirando su cuello, intentó distinguir a las sombras que se movían en el interior del gran y lujoso edificio, en la tenue luz que se vio por instantes en su interior, a causa del ingreso del militar. Si no fuera por el hombre se hubiera pensado que estaba deshabitado. No le sorprendió que este fuera el escondite del padre de la rubia, lo consideró, muy a su estilo. Deslumbrado detalló la edificación. Más que una embajada daba la impresión de ser casi un palacio. Pasando sus dedos en torno a su boca, giró su cabeza en varias direcciones tratando de asegurarse, por si había testigos cerca que pudieran descubrirlo. De haber personas eran siluetas que se alejaban cada vez más. El resplandor blanco de la luna se filtraba a través de las nubes, iluminando a duras penas la tenebrosa calle.
Ya delante de los portones, tocó varias veces, tragó, nervioso de lo siguiente que pasaría a continuación. Como nadie respondía insistió una vez más, a los minutos la puerta se abrió pesada y chirriante, un hombre, con rostro largo y arrugado, más por el ceño fruncido por la visita nada grata que por el inicio de una ancianidad. Aparentaba ser una especie de encargado, o pudiera ser un mayordomo al cuidado de la misión. Con tono ronco, poco amigable interrogó al visitante.
—¿Qué desea? —Inquirió secamente, detallándolo con ojo crítico. Entonces restándole importancia a que su pregunta fuera contestada se adelantó. — Ya es muy tarde si desea reunirse con el embajador, además… —Vano recalcó en el aspecto de este— ¿Qué pudiera tener que ver un guardia nacional con temas de relaciones exteriores? —Ironizó.
Por supuesto, este trato en cierta forma fastidiaba al sargento, ¿y a quién no? pero antes de siquiera permitirle rechazarlo sin contemplaciones, se plantó firme, con rostro endurecido, superando la expresión amargada y arrogante del hombre mayor, muy al estilo radical de la rubia, sostuvo la puerta, sin permitirle moverla ni un centímetro.
—Poco me interesa una conversación con el embajador ruso. Vine en nombre de la hija menor del general Jarjayes, del cual estoy seguro está adentro escuchándonos. —Alegó firme, sintiéndose victorioso de que tales palabras obligarían al padre a emerger del interior para confrontarlo, cosa que funcionó.
Repentinamente, se oyó una voz en el interior, acompañada de unos pasos que, al juzgar por el sonido, bajaban de una escalera de mármol. Dicha persona se dirigió al mayordomo, el cual se hallaba absolutamente pasmado y furioso de no haber conseguido echar al sargento.
—¿Ya para qué? —Suspiró derrotado el viejo militar. — Sabe que estoy aquí, Bogdánov. Déjalo pasar.
Sin embargo, el encargado protestó, oponiéndose a las órdenes del general.
—Pero, señor…—Se volvió a él— ¡Prometí al embajador protegerlo como pudiera! —Se explicó alarmado.
—Me protegiste cómo pudiste. No faltaste a tu palabra. —Dijo, posando una mano en la espalda del hombre, calmándolo en su intento ya inútil por ocultarlo, mientras lentamente éste se apartaba, permitiendo al mancebo acceder al interior, hasta el salón. En la protección e intimidad de la habitación el sargento habló.
—Eso quiere decir que el embajador no está, y usted… usted se hizo pasar por él en su ausencia. —Dedujo impresionado el sargento.
—El embajador ahora mismo está de camino a Rusia… —Con las manos tras la espalda, el general terminó por completar la suposición— fue convocado por su majestad la emperatriz, atenta a todo lo ocurrido en Francia.
—Entonces… ¿usted es un espía? —Preguntó con un nudo en la garganta. El anciano negó con un gesto con la cabeza.
—No. Sólo soy del todo inútil a la corona. Nada más puedo quedarme a ver sin poder hacer nada. No tengo un ejército que pueda hacerle frente a esta hecatombe. —Reparando finalmente en el hombre que se empeñaba obstinado a entrevistarse con él, gracias a la luz de las lámparas, candelabros y espejos que se reflejaban de la habitación, pestañeó intrigado, No sabía cómo, pero creía conocerlo de alguna parte. — ¿Tú …? Tú eres… —Arrugó su cara, frunciéndola curioso.
Atinando a que posiblemente lo ayudara a recordar de donde se conocían, el sargento hizo un saludo marcial en respeto al viejo militar, presentándose.
—El 13 y 14 de julio de 1789, yo participé en el asalto de Paris al lado del general Oscar François de Jarjayes. —Afirmó con orgullo y convicción. — Soy Alain de Soissons, de la extinta Guardia Francesa.
Dicho esto, el anciano se aturdió, recordando aquel fatídico día, un día que nunca jamás olvidaría por lo que le restaba de vida.
—Ahh… Así que tú eres…—Comenzó a hablar esta vez incómodo. Su boca se torció en una especie de mueca de desagrado—el sargento que traicionó a la familia real… ¿Entonces este es el uniforme que ahora presumes de la Guardia Nacional?
Sin avergonzarse el sargento prosiguió, el posible prejuicio del anciano no lo inmutaba.
—Desde el 14 de julio, todos los soldados se han integrado a la Guardia Nacional, por lo tanto, todos nosotros estamos a las órdenes del general Lafayette. —Aclarando su identidad, el sargento contraatacó con la pregunta que más lo había asaltado toda la noche, aun si pareciera impertinente ser tan directo. Enérgico y avanzando en dirección a su interlocutor, inquirió. — General Jarjaryes, ¡¿Qué hace usted aun en Paris?! Si dice que es inútil quedarse, no comprendo, ¡¿Por qué no se ha exiliado como el conde de Artois y la mayoría de los aristócratas?! ¡Usted no está seguro aquí! —Exclamó extremadamente preocupado, sujetando los hombros del padre de la que amaba.
Alzando su brazo, el padre de Oscar golpeó brutalmente las manos que lo sujetaron. Exclamó iracundo. En verdad tal gesto lo había ofendido, si bien, le había dado una oportunidad a este visitante, pero tampoco es que diera el permiso de que osara tocarlo, y más todavía, tratándose de un traidor.
—¡¿Qué puedes saber tú…?! ¡¿Qué demonios va a interesarte?! ¡Vienes nombrando a mi hija como un himno para manipularme! ¡No soy como ella! ¡Mi hija tenía su propia forma de ser…! ¡Y yo también, pero soy diferente! —Dándole la espalda, aun sufriendo de un hervidero en su cabeza musitó soberbio — si ahora… no permanezco al lado del rey y la reina, ¿Qué podría hacer?
Petrificado por sus palabras pensó que ni deberían tener sentido, ¿cómo puede estar dispuesto a morir? ¡Es verdad! ¡¿por qué estaban solos para empezar?! ¿Dónde estaba la esposa? ¡¿Sería capaz de involucrar a la madre de sus hijas?! Inquieto de saber la razón de una afirmación tan terrible, resistiéndose a tartamudear preguntó una vez más.
—Su… su familia…—Farfulló, entonces trató de darle más potencia a sus palabras, empuñando sus manos las agitó contundente. — ¡¿Qué ha sido de su familia?! ¡Su esposa!
Sin siquiera molestarse en girarse el anciano contestó con un grito, que casi se pudiera confundir por un llanto de lo estridente que se escuchó.
—¡Mi esposa ha muerto!
Instantes después de que se anunciara el fallecimiento de la madre se le cortó la respiración, quedándose pálido por el impacto, por lo que esto significaría para la ex comandante.
—Su… su madre esta… —Tembló, era consciente de que la pérdida de un ser querido era algo tan grave, que por poco y hasta él mismo acabó por sucumbir a la locura, sin razones para continuar ni incentivos que lo calmaran, y peor en tiempos tan tormentosos — ¿su madre ha muerto? —repitió, todavía procesando la información.
—Es lo que oíste… al no poder superar la pérdida murió.
—Pero… Có- ¿cómo? ¿Eso fue acaso luego de…? —Observó al militar sentarse cansadamente en un exuberante sillón, asintiendo éste respondió.
—Luego de la batalla de la que te sientes tan orgulloso, los que participaron en la toma de la Bastilla no fueron los únicos en morir. —Apretó los descansa brazos de su asiento. — además de llevarse la vida de mi hija, un hecho trágico, ya que prometí, aun con mis reservas y lo que esto nos traería, aceptar que Oscar era muy diferente de su padre. Y como si esto no fuera suficiente, perdí dos vidas más tras terminar la lucha del pueblo y el ejército de su majestad.
—¿Dos vidas más? —Arqueó una ceja extrañado. — ¿A qué se refiere? ¿otra persona importante para la comandante murió?
— Por lo que tengo entendido, André, tal y como había adivinado, murió siguiendo a Oscar… —Pegando su boca a sus nudillos, en el brazo que soportaba el peso de su cabeza, sonrió amargamente. — sin importar el paso del tiempo, a donde fuera… lo que costaría, la seguiría como una sombra a su dueño. Cumplió las expectativas que yo tenía para él… Pensándolo mejor se dejó enceguecer, por el amor desesperado y patético. La persona que también perdí en mi casa murió porque perdió a su amado nieto y a mi hija, la abuela de André y nana de Oscar.
"¡¿Tres muertes de forma casi simultánea?! ¡¿Cómo voy a decírselo?! ¡La mataría! La mataría porque no sólo fue cuestión de nombre e identidad, es también sus seres queridos." Pensó, sintiendo las piernas de plomo y el corazón agitado, las náuseas se atoraban en su garganta con ganas de vomitar. Él quería darle felicidad a la mujer que amaba con noticias de su familia, no hacerla sentir todavía más miserable.
El general rio al notarlo dubitativo y nervioso, cosa que le extrañó cuando ni debería ser su problema.
—Es triste, y desgraciado para mí, pero con lo anterior mencionado ya tus dudas deberías estar despejadas. Espero que con esto puedas dejar mi soledad intacta.
—No. Espere. Me iré, no obstante, por favor cuénteme con mayor detalle los últimos momentos de la madre de la comandante. —Rogó terco.
—No veo la razón por la que deba decírtelo. —Replicó sin llegar a tomarlo en serio, le parecía una broma de mal gusto su insistencia. — No eres nada mío ni de mi hija. — Estas palabras hondaron en el mancebo como el filo de un cristal roto, produciéndole una sensación dolorosa— A duras penas un sargento que estuvo bajo sus órdenes y nada más.
Repentinamente su mente en contra de ellas, le recordó las palabras de la rubia, en los minutos nefastos dentro del incendio.
"¡No es verdad! ¡Eres mío! ¡Eres algo mío! ¡Pero no lo sabrás hasta que te saque!"
—¡No es cierto! —Refutó indignado — ¡Oscar estuvo conmigo en la muerte de mi familia! ¡Quiero hacer lo mismo por ella! ¡Saber que fue de su madre! ¡Se lo ruego, señor! ¡Dígamelo! ¡Le juro por ella, que de mi boca no saldrá nada de usted a la calle!
Impresionado el anciano militar parpadeó varias veces, ¿qué habrá hecho Oscar para que sus soldados la amaran a tal punto? Se preguntó. De pronto, al distinguir los ojos brillantes del mancebo, como si se tratara de su propio dolor lo hizo replantearse su negativa, accediendo a su suplica.
—Bien… te lo diré, pero sigues sin agradarme. —Aseveró orgulloso, sin abandonar su anterior opinión de él. Presionando el contorno de su barbilla, con su dedo índice y pulgar, arrugando su cara en ánimo de profunda agonía, rememoró los que fueron los últimos días en la vida de su esposa.
-o-
Horas tensas, con un brillante y caluroso sol, aunque tan sólo fueran dos simples días, los sentirían más largos y eternos de lo esperado. Los padres que habían despedido a una hija. Usualmente despedir a una hija se trataba de dejarla ir, para que de este modo pudiera desposarse e iniciar una nueva familia, lo cual para la sexta hija no fue así… para desdicha de la madre. Tan acostumbrada de una idea tan pacifica, nunca imaginó, que la locura de su esposo, inspirada por la desesperación de un heredero varón le traerían semejantes sufrimientos.
Lo último que pudo disfrutar de su retoño, en su partida arriesgada a cumplir con sus anhelos y deseos, fueron tocar sus manos y admirar los zafiros de la criatura que había dado a luz. Tentada de llorar por la angustia, le suplicó a su hija que se retractara, pero al contrario de lo que esperaba, con mirada calmosa y dulce Oscar se negó, explicando sus razones de abandonar la cobardía y enfrentar su destino. Por supuesto, justo antes de bajar a planta no se iría sin antes colmar de mimos y agradecimientos a la que fue su segunda madre, su nana, que por esos momentos se hallaba en cama, por culpa de un malestar venido del exceso de trabajo. Todos los criados estaban reunidos en la entrada para despedir a su joven ama. Por otro lado, el padre que la trataba con un tipo de amor indirecto y templado, no hizo más que intercambiar unas pocas palabras con su hija, aceptando su modo de ver la vida. Suficiente amor para ella.
—Sí algo llegara a suceder…—Pronunció Oscar—Por favor, créeme, padre, no crecí para ser una cobarde.
Después marchándose en compañía de André, cogió el carruaje en dirección al cuartel para así reunirse con sus soldados, abandonando para siempre la casa de su infancia.
Transcurridas las horas angustiosas por fin llegó una noticia: Un mensajero a caballo que había venido de parte de la reina, en un gesto de gentileza y amor por la familia Jarjayes, tocó la puerta con todas sus fuerzas mientras se llevaba una mano al pecho tratando de recuperar el aliento. Inmediatamente le fue abierta la entrada, siendo recibido por una de las criadas, exclamó alarmado "¡El señor Oscar acaba de caer en la batalla! ¡Infórmele cuanto antes al general! ¡El señor Oscar ha muerto!"
¿Quién adivinaría que la que más se vería afectada con esto se hallaba a unos pocos metros? sin siquiera haber pasado por el filtro de su esposo. Inocente de lo que oiría, porque lo acompañaba en la biblioteca. Ansiosa por saber quién tocaba se había adelantado al recibidor.
Bloqueada por el impacto se quedó en silencio por un instante, abriendo sus ojos desmesuradamente, casi se pensaría que se le tornaron los ojos de color blanco antes de alcanzar a decir algo, a duras penas pronunció— Os-… Oscar. Mi-…mi niña. —Su cerebro luchaba por asimilar las palabras referidas a su hija menor. Posó las manos en la cara, en gesto de horror para después desmayarse en el piso de granito.
Extrañado de la tardanza de su mujer el general se levantó de su asiento, ladeando su cabeza vio a los criados gritar y correr en marejada a la entrada. ¿Qué había pasado? Pensó. Saliendo de la habitación vio la razón del escándalo: Su esposa tirada en el suelo.
—¡Georgette! ¡Cariño! —Se arrodillo a su lado, cogiéndola del suelo frio, después descolocado se giró a los sirvientes— ¡¿Se puede saber qué demonios ha pasado?! ¡Escuché que alguien llegó! ¡¿Pero quién?!
Tímida, la criada que había recibido la noticia se paró frente a su patrón, sujetándose las manos, muy nerviosa anunció.
—Señor… esto es terrible. —Esnifó, conteniendo las lágrimas, con el dorso se secaba repetida e insistente las lágrimas— el señor Oscar murió… —Todos los trabajadores que atendían la mansión rodeaban al general, llorando y abrazándose entre sí presas de la tristeza.
—¿Murió…? —Inquirió con la voz quebrada, sus ojos que hace poco estaban secos se tornaron acuosos. Muy a pesar de su carácter, era su hija favorita. La joven asintió en respuesta. —¿Para qué les pregunto? Estaba claro que sucedería tarde o temprano. —Tragó dolorosamente, sus puños tan apretados con los nudillos blancos. Él era consciente de que un día ocurriría, todo debido a su hija que se había negado a cambiar un rumbo que podría llevarla a la tragedia, un camino que su propio padre le había impuesto en su nacimiento, necio al no aceptar que había tenido otra niña en lugar de un varón. Sus manos temblando visiblemente, casi incapaz de ayudar a su mujer cuando apenas podía controlarse él mismo. Sus palabras, apenas un débil susurro de su impotencia y dolor. — Después de todo, es mi culpa. —Controlando hábilmente sus emociones, aunque sintiera que la pena iba a aniquilarlo, mostrándose estoico para con sus sirvientes, ordenó. — Lleven a vuestra señora a su habitación, el sueño la ayudará a recomponerse.
Obedeciendo a la demanda trasladaron a la dama a su lecho. El hombre por su parte se dirigió al salón, sitio en el cual habían colgado el enorme cuadro de su difunta hija. Un retrato ecuestre, dicho cuadro mostraba a Oscar representando al mismísimo Marte, dios de la guerra. Algo así pareciera una señal de un final muy cercano para la menor de la familia. No era una estatua, pero ya vislumbraba el tipo de muerte que le aguardaría.
Apretando sus dientes, con la mandíbula dura, se rehusaba a llorar aun si su cuerpo y corazón se lo rogaran. Furioso, dio un golpe poderoso, como si hubiera un hacha invisible en su mano sobre el retrato, seducido por la idea de destruirlo porque le recordaba sus errores y temores, que justo ese día se habían hecho realidad de la manera más infame. "Oscar… avergonzado como el frío padre de Atalanta, te obligué a los minutos de nacer a ir en contra tu propia naturaleza. Lo que te pasó… ¡Es mi culpa! ¡Lo que le he hecho a mi hija es digno de un ser sin corazón! Y no sólo eso, también le he arrancado a una mujer a su único nieto. Él no murió siguiéndote, tú lo hiciste."
De la nada un grito lo arrancó de sus pensamientos, una mujer se lamentaba, gritando tan fuerte que se interpretarían como golpes a su cuerpo. Un criado ingresó al salón en su busca. Subiendo raudo las escaleras ingresó a la habitación de su esposa.
—¡Georgette! —La nombró, cosa que la estremeció, la mujer estaba en la cama sollozando, con la cara escondida en la almohada. Levantando la cabeza clavó sus ojos en algo tras de él, tan concentrada en su dolor que su marido no era lo que llamaba su atención, parecía que hablaba con alguien más. El viejo militar se hallaba delante del amplio lecho.
—¡Oscar! ¡No me dejes! ¡Amor, regresa! —Los ojos de la dama se veían cansados de verter lágrimas. Despeinada, con los cabellos alborotados, se reincorporó de su posición para disponerse a abandonar la cama. Desconcertados la vieron caminar descalza y en bata por la casa llamando a su hija. Caminaba persiguiendo un fantasma que jamás alcanzaría. —Hija mía… ¡¿Dónde estás?! ¡Oscar! ¡Ven con tu madre!
Buscó y buscó por todos los rincones, pasillos y niveles de la casa, no obstante, no halló nada. Al no verse respondida decidió apelar a las demandas de la criatura.
—Si es por André, no te preocupes… —Alzó la voz cándida y maternal, procurando que pudiera oírla, posando una mano en su pecho gentil. — tu padre dijo que podía comer con nosotros. Es bienvenido en nuestra mesa, no tendrá que irse a la cocina. Sé cuánto te agrada.
El lamentable espectáculo le heló la sangre al marido, pálido y con la mano temblorosa tapó su boca espantado. Nunca creyó que el dolor fuera tan agudo e insoportable, que lograra hacer añicos la cordura de Georgette.
—¡Agárrenla! —Ordenó desesperado, apuntando a su mujer se giró a los criados tan traumados como él, estáticos les costaba dilucidar en lo que había caído su señora. Presa de un ataqué de nervios volvió a gritarles. — ¡¿Qué diablos están esperando?! ¡He dicho que la agarren! ¡Llévenla a sus aposentos! ¡Si es posible, enciérrenla hasta que venga el doctor!
Estos corrieron para entre todos a arrastrar por la fuerza a la dama, que al sentirse aprisionada siguió llamando en llanto lastimero a su criatura.
—¡Oscar…! ¡Oscar, ayúdame! —Gritó mientras se sacudía en los brazos de los hombres que se la llevaban. — ¡Oscar, auxilio!
Clavando sus dedos en sus sienes caminó a su estudio, encerrándose por varias horas. Al otro lado de la puerta se oyeron objetos que eran lanzados, cristales rotos, figuras de porcelana, cuadros estropeados y cortinas hechas girones. Golpes y más golpes, ¿a sabrá Dios qué? Intimidados por el barullo ninguno de los sirvientes se atrevió a atravesar la puerta ni llamar a su patrón, no lo harían hasta la llegada del médico.
Alguien tocó varias veces a su puerta, al no escuchar respuesta dicha persona insistió.
—Adelante. —Dijo con voz cansada, entonces el médico ingresó al despacho, al entrar notó asombrado que el lugar estaba absolutamente arrasado por la furia del militar.
—General, esto es…—Miró en derredor boquiabierto, pero entonces sacudiendo su cabeza retornó a su interés principal — examiné a la señora. — Anunció tenso.
—¡¿Qué ha descubierto?! ¡¿Georgette ha vuelto en sí?! —Levantándose abrupto, en la expectativa de una esperanza para su esposa, sin querer tiró unos libros del escritorio. Había tenido que esquivar su propio desastre para llegar al médico.
En respuesta éste negó con profundo pesar. En su mano derecha sujetaba su maletín.
—No responde a ningún tipo de incentivo que no se trate del recuerdo del señor Oscar. Lamentándolo mucho, general, pareciera que está suspendida o atrapada en el pasado. Asumo que debe ser un método de supervivencia de su subconsciente. Se niega a aceptar que su hija ya no se encuentra con nosotros.
—Georgette…Oscar…—Jadeó confuso, cayendo pesadamente en una silla — No puedo creer lo que está sucediendo. Mi… ¿mi esposa no regresará a la normalidad? —Reparó en su interlocutor, el silencio y expresión de tristeza del galeno fueron suficiente respuesta para él. — Bien… si es así… muchas gracias, doctor.
El médico antes de marcharse dijo.
—No quería ser mensajero de más malas noticias, general, sin embargo, hay una cosa más, es respecto a la ama de llaves.
—¡¿Marron Glace?! ¡¿Qué ocurre con ella?!
—Los sirvientes pensaron que estaba dormida o desmayada de la angustia como la señora, no vinieron a descubrir su estado sino hasta tener la certeza de un médico. Me gustaría hablar con sus familiares más cercanos para informarles del deceso.
—Siento decirle, doctor Joubet, que su familiar más cercano también acaba de fallecer… —Declaró, con una sonrisa torcida, resignado a su suerte— No es para sorprenderse que muriera con su nieto.
"Este es el inicio del fin para la casa Jarjayes… Mi hija, mi esposa y mis sirvientes me abandonan en cuerpo."
—Qué pena…—Dijo sincero, en verdad era algo del cual sentir lastima el hecho de morir solo— y… ¿usted piensa pagar el entierro? Si no, entonces yo podría…—se vio interrumpido por el militar.
—Qué generoso de su parte, no ve color político a la hora de atender. No tiene de qué preocuparse, es mi deber enterrar a una nana tan fiel. Sirvió y entregó todo de sí para mi familia, es hora de que retribuya eso. "Es lo menos que puedo hacer después de quitarle a su querido nieto." Pensó.
Comprendiendo que su trabajo en la casa había culminado, al menos por ese día, porque siempre estaría disponible, en caso de que se presentara otra emergencia referente a la señora, se retiró, abandonando al general y a sus sirvientes.
Como prometió, el general mandó a enterrar a la nana en los jardines de la casa, desde luego, sin faltarle una lápida lo bastante digna para no incurrir en la ira de su difunta hija, ya que, aunque quisiera sepultarla en el cementerio familiar no podría, por respeto a sus antepasados. Reparó nostálgico en el ambiente que a partir de ahora rodearía a la ama de llaves: En el pasado los jovencitos siempre practicaban esgrima, rodeados por el perfume de las rosas que eran cuidadas tanto por la madre de Oscar como por la nana. Desgraciadamente, la abuela y el nieto no descansarían juntos, a causa de que nunca pudo recuperar el cuerpo, que había estado en manos del pueblo, hace poco iracundo. Ni siquiera pudo hacerse tampoco con el de su propia hija, algo todavía más misterioso.
Las jóvenes pupilas de la ama de llaves rodearon la lápida, colocando en ella una corona de flores, y distintos tipos de ramilletes, todos muy coloridos, simulando lo que le esperaba en su otra vida. Acabado el funeral, volvieron a la casa al notar como unas pocas gotas caían, avisándoles de un fuerte aguacero.
En cuanto ingresó, un sirviente se aproximó al militar.
—Señor, su esposa no quiere comer… sólo nos pregunta del señor Oscar. ¿Qué podemos hacer?
Frunció su cara estresado, respiró hondo para después exhalar rendido. Meditabundo subió las escaleras, asomándose a la puerta, revisó el estado mental de su esposa: La mujer abstraída miraba la ventana, aún permanecía sentada en la cama en la oscuridad de la habitación. Solamente se dedicaba a murmurar, el sonido de la lluvia no le impedía oírla.
—Oscar, perdóname… perdóname por no oponerme a tu padre. Perdóname, hija…—Murmuraba sin descanso, de vez en cuando las lágrimas manaban. Esto era prueba de que, en lo profundo de ella, habitaba una culpa que desde siempre la carcomía.
Como no se hallaba en condiciones para lidiar con el producto de su soberbia, se apartó en silencio de la puerta, "¿Qué otra cosa se podía hacer? ¿Qué hacer?" Le preguntaron en un sin número de veces sus criados confusos. La verdad es que ni él sabía la solución a lo ocurrido, no existía salida. Hubo una vez que se atrevió a hablarle a Georgette, sin embargo, ésta no era capaz de reconocerlo, simplemente lo ignoraba, cosa que lo descorazonó enormemente. Su amada esposa no era la misma, con el paso de los días la mujer languidecía de tristeza, hasta que un día… al no soportar más el luto, enfermó y murió.
Al día siguiente del funeral, se vio convocado por la reina al palacio de Versailles, conmovida por la noticia del fallecimiento de madame Jarjayes. En su ingreso y recorrido por los lustrosos pasillos, miradas llenas de desdén era dirigidas a él. Por obvias razones, no le era complicado deducir el repudio de algunos nobles, ¿cómo no darse cuenta? Era el padre de una traidora, y no cualquier traidora, la antigua guardaespaldas de la reina, en su época de princesa heredera. No eran mayoría, pero de igual forma era muy difícil ignorarlos. Las puertas de un lujoso salón, decorado por ostentosos espejos y figuras de querubines le fueron abiertas. En su interior esperaba María Antonieta, apretando un abanico en sus manos ansiosa por la entrevista.
Al contrario de lo que se esperaría de algunos nobles, la reina se mostró contenta de su llegada. Sonrió ampliamente al viejo militar.
—¡General Jarjayes! ¡Sea bienvenido!
—Majestad… —Se inclinó servicial ante ella, muy avergonzado de no ser capaz de enfrentarla en tantos días. — siento no manifestarme sino hasta el día de hoy, es que yo…—De pronto, la mano de la monarca se posó delicadamente en su hombro. Este gesto lo sorprendió al punto de estremecerlo un poco.
—Alce la cara, general. No tiene por qué avergonzarse. No lo llamé por una reprimenda. Eso no sería nada humano, y más por lo que ha pasado recientemente. ¿Qué diría la gran María Teresa, si me viera atacar a un hombre que ha sufrido tanto? —Expuso compasiva. Entonces con un gesto indicó a las criadas que abrieran las puertas nuevamente, caminando hasta ellas calmada. — ¿Le parecería de mala educación si le pido que me acompañe a dar un paseo? Creo que un ambiente distinto le hará bien.
El hombre asintió algo inseguro. En silencio siguió a la monarca hasta los extensos jardines del palacio, era ciertamente curioso que no lo presionara, ni tampoco hiciera la vista gorda a su presencia, ignorándolo gélida, debido a los escándalos a los que estaba envuelto por las iniciativas de su difunta hija. Según recordaba, desde siempre María Antonieta se mostró paciente y comprensiva a todo lo relacionado con los Jarjayes, hasta intercediendo para que la general de brigada siguiera conservando su certificado de servicio militar. ¿Acaso lo llamó para un simple paseo o había otra cosa de por medio? Necesitaba saber el motivo, si era lástima o algo más.
Pasando por una de las fuentes que serenaban el ambiente con su caída de agua continua, el viejo militar paró en seco.
—Majestad, ¿Por qué es tan amable conmigo? Más aún… —hizo una breve pausa, evidenciando los hechos graves que lo empañaban— después de lo ocurrido. —Inquirió expectante, la mujer antes de dignarse a contestar emitió una suave risa, apegando el abanico a una de las comisuras de sus labios, mirándolo tierna.
—Qué pregunta, general… ¿Eso no es algo que yo debiera decir? — El ambiente fresco y colorido contrastaba con el amargo sentimiento que experimentaba la soberana en esos momentos. — justo en estos instantes, cada día que pasa, me alejo del esplendor, los aplausos y risas sonoras que me recibieron en mi primer día en Paris… Se escapa de mi memoria o lucho porque permanezca. Los que creí que eran mis amigos, me abandonan al poco tiempo de verme incapaz de costear el funeral de mi hijo. Cortesanos que lo único que les ataba a mi persona era el beneficio propio. De lo que puedo estar segura es que los Jarjayes nunca dejarían a sus soberanos por algo tan trivial.
—Majestad, sobre mi hija…—Dio un trago tenso, antes de permitirle seguir explicándose la reina lo interrumpió.
—Oscar no se marchó porque quisiera abandonarme. No sé la razón, pero intuyo que algo grave sucedía con ella para haber tomado semejante decisión. —En su avance no notaron que habían alcanzado los límites del jardín, se fijó en una estatua de dos niños varones semidesnudos, unos querubines. — ¿Sabe? Fue aquí, exactamente aquí la última vez que hablé con ella…
—Yo siento tanto desconcierto como usted, no esperaba algo tan drástico de Oscar… aunque creo que siempre estuvo en ella ese interés. Nada más me limitaba a quejarme o ignorar su afán de leer libros que retrataban un país con supuesta igualdad. Incluso se hizo mofa de los nobles, por la propuesta de que se les impusiera un impuesto. —Llevándose las manos tras la espalda, alzó su vista al cielo, en el cual sólo se distinguían unas pocas nubes. — No esperaba esa sed de justicia, y curiosidad terca de conocer a los plebeyos. Admito que me irritaba como sus pensamientos pasaban por esa metamorfosis, al extremo de dejarnos a todos con la boca abierta.
—Oscar nunca se mostró complaciente conmigo en esa última charla. Ella no pensaba como su reina. Comprender y sentir empatía no es ser complaciente, es ser humano. Yo creía que ella sentía simpatía por los representantes del pueblo, pero no se cohibió de refutarme. No sé qué habría pasado si ese tema no se hubiese cortado. Presumo que esta duda de sus verdaderos sentimientos, jamás llegarán a mis oídos, ahora que ya no está conmigo. —Sus labios temblaron, una lágrima cayó errante por su mejilla. "Ya no estás para estrecharme entre tus brazos y consolarme. No puedo llorar… No debo… ¿Qué imagen de fortaleza le estaría dando a mis hijos? En mi aflicción, cuando Fersen no podía acudir en mi socorro, me derrumbaba en tus brazos cálidos. Tú me veías con ojos intensos, libres de prejuicio. Frente a ti no era la madre de Francia solamente, frente a ti estaba María Antonieta, la humana. La que sufría y podía confundirse y errar. Oscar, Fersen regresó a mí como dijiste, cumpliéndose cada una de tus palabras, sin embargo, ahora que te fuiste, llenándome de dudas, lo único que queda es la madre que se sostiene por sus hijos." Pensó.Enjugándose discreta las lágrimas, no se atrevió aun a voltearse a su interlocutor. — Estoy segura de que madame de Jarjayes ahora está descansado en paz con nuestro señor. — Se giró finalmente, esbozó una sonrisa, disimulando como pudiera su congoja— En compensación pediré a su majestad oficiar una misa en su nombre.
No obstante, preocupado de lo que esto podría significar en ciertos cortesanos, el militar protestó.
—¡Su majestad, no es necesario! ¡Conociendo a Georgette, ella no querría afectarla en sus relaciones con los pocos cortesanos que quedan!
María Antonieta refunfuñó.
— Oh… ¡Tonterías! ¡No puedo estar más sola de lo que estoy! —Frunció algo el ceño, pero entonces, calmándose, regresó a su carácter cariñoso— Por favor, déjeme hacer este gesto, es uno de los pocos poderes que me quedan. Siquiera dar eso de buena fe, algo sincero de mi corazón a la familia que siempre estuvo ahí para mí…
El viejo militar asintió, sentía demasiada devoción por una reina tan amorosa y maternal. Lamentó profundamente, que su mandato no se hubiese dado en mejores tiempos.
—Qué…—Cabizbajo suspiró exhausto, aflojando sus hombros derrotado— Qué sea lo que Dios y usted deseen. —Accedió, dando por hecho que la reina necesitaba ser reciproca a causa de la soledad que crecería en días venideros.
Horas antes de que se llevara a cabo la misa, sin forma de avisar a los reyes porque probablemente habría muchos que delatarían sus planes, el general se había tomado el tiempo de ir despidiendo progresivamente a sus empleados, por supuesto, con su respectiva paga, procurándoles un suelo para así valerse un tiempo por sí mismos, hasta hallar una nueva fuente de sustento. Así la casa fue vaciándose, sin que nobles y plebeyos pudieran percatarse. Precavido, se retiró cerrando para siempre las rejas de hierro que rodeaban la mansión de su familia. En la misa conversaría con el embajador ruso, un viejo amigo de juventud en sus viajes al exterior, y regresaría con él a la misión, quedándose provisionalmente en el edificio, acudiendo a Versailles a cada que los reyes lo necesitaran.
-o-
A consecuencia del estupor, la boca del sargento se había abierto, experimentando la quijada dormida del impacto. El relato era demasiado desgraciado para ser verdad. Tratando de apaciguar sus nervios respiró hondo para luego exhalar, más que relajarse daba la impresión de haber sido golpeado en el abdomen, extrayéndole todo el aire.
"¿Su madre antes de morir había perdido la cordura?"
—No me extraña…—Habló finalmente, normalizando su respiración— que su pena lo obligara a llegar a esto… Lamento mucho su pérdida.
—No necesito tu lástima. Lo que ha pasado no puede remediarse. —Se puso de pie. Agotado se llevó una mano a la boca conteniendo un bostezo— Ya hice lo que querías, ahora vete. No quiero más entrometidos en mi vida…—Advirtió secamente, abanicando su mano expresó su tedio.
—De acuerdo. Le agradezco que me contara lo que pasó con la madre de la comandante. —Se inclinó respetuoso, ignorando el tono cortante y nada amistoso del anciano que lo rechazaba. Como prometió se dio media vuelta, abandonando la embajada, el mayordomo no había demorado nada en abrir las puertas. Encontrándose ya en la calle se vio al instante invadido por el suspenso, con expresión seria se preguntaba, ¿qué forma seria adecuada para no lacerar más a la rubia? Daba lo mismo, el procedimiento no afectaría el resultado.
"Presiento, que esto no va a tener un buen final, lo que empieza con sangre terminará con sangre. Los Borbones no podrán recuperar el favor del pueblo, y los nobles no podrán retornar a su patria, por lo que no es más que el comienzo."
-o-
Cuatro horas antes, en la calle rue de Bourbon de París, sitio en el cual se hallaba el Hôtel de Lafayette, residencia privada del marqués. Más que una simple morada cumplía como centro de encuentro para el afamado militar y sus más cercanas amistades, además de ser conocido como el cuartel general estadounidense en la capital francesa, algo que en cierta manera daba inquietud a la ex comandante, por el hecho de ser reconocida por hombres ajenos a Lafayette, pero como lo había prometido tendría que acudir a pesar de sus reservas.
Al llegar se detuvo delante de la entrada de dicho edificio, asombrada de aparentar no sólo su alcurnia y nivel, era digna de ser una embajada, debido a que, en su entrada, la bandera estadounidense, segunda patria en el corazón de su colega, estaba siendo izada orgullosa junto a la de su Francia, algo que provocó empatía en la rubia, llenándola de profunda dicha. No era izada por ofender a su país ni traicionarlo, entendía que el general lo hacía en un sentimiento de absoluta fraternidad, seguramente con la aspiración de multiplicar el mensaje en otras naciones.
Tocó varias veces los portones, a los minutos un mayordomo contestó. Al abrir la puerta el hombre reparó en ella, tratando de definir el aspecto del visitante. No la miraba con superioridad, simplemente por comprobar si era un mensajero o alguien de interés para su amo: El tricornio negro y la capa oscura la tapaban casi por completo, a duras penas y dejaba visible los pantalones y su cara infantil, adornada por mechones que se asomaban bajo el sombrero.
—Muchacho, ¿De dónde vienes? ¿Eres un mensajero? —Salió a mirar en derredor, por si había traído un caballo.
—Vengo a entrevistarme con el general Lafayette. Por favor, dígale que el señor Oscar está aquí. —Anunció, ligeramente incómoda.
—¡Oh! ¡Entonces es usted! —Extendiendo su diestra y dijo entusiasmado— ¡Por favor, pase! ¡Enseguida iré a informarle al marqués! —Una criada a su vez la libró de la capa, para luego disponerse a conducirla al estudio. En los minutos que duró introduciéndose por un pasillo, oyó risas provenientes de otra habitación. Una mujer reía acompañada de la característica voz del marqués, sin embargo, esta voz femenina le sonaba muy familiar. Repentinamente alguien exclamó, sorprendiéndola en los pocos minutos que estuvo ensimismada.
—¡Señor Oscar! ¡Qué maravilla! —El hombre se aproximó con los brazos extendidos, en cálido recibimiento. Extendió su mano estrechando la de la rubia efusivo. — ¡Sabía que con el tiempo cumpliría su promesa!
—La cumpliría sea como sea, marqués, no estaría toda la vida esquivándolo en el cuartel. —Bromeó, correspondiendo al buen humor del militar.
Echando una carcajada, el marqués palmoteó en el hombro de su invitada, en gesto de camaradería.
—¡Así se habla! Le confieso, mi general, que estaba preocupado por su salud mental.
—Igual yo, estoy asombrada de haber resistido tan bien, pero quién sabe y era una prueba para fortalecerme más. Luego de esos ocho días comprendo más a los soldados regulares. —Al admitirlo, un recuerdo lamentable pasó fugaz por su cabeza, los jóvenes de la vieja Guardia Francesa presos en la horripilante Prisión de la Abadía. Alain y sus queridos amigos habían resultado ser mucho más fuertes que ella misma. Un golpe certero y necesario de realidad.
—El sufrimiento además de hacernos fuertes, ayudan a la empatía y piedad a los humanos. —Señaló con un gesto con la mano a la salida de la habitación. — Su visita es grata e inesperada, sólo espero que no huya luego de lo que voy a decirle. —Sonrió para tranquilizarla.
—¿Sucede algo? —Preguntó por lo bajo, en estado de alerta.
—No pasa nada, es que me atrapó en medio de otra visita, y no se angustie, que mi mayordomo no tiene idea de quién es usted. Lo único que sabe es que estuve esperando ansioso la visita de un tal Oscar. —En lo que ambos avanzaban al salón, Oscar experimentaba una insoportable sensación de suspenso y ahogo. Al acceder, se percató de una dama sentada de espaldas, en un cómodo sillón. Cuando percibió los pasos del general y la rubia se levantó de su asiento, fue así que, al girarse, sus ojos se encontraron con los azules de la comandante.
—¡Usted es…! —Tirando su cabeza hacia atrás la rubia exclamó, ahogada, por un instante se le cortó el habla, hasta que pronunció. — ¿Señorita Necker?
La visitante del marqués, tan impresionada como la anterior, se tapó la boca con las manos, petrificada. No podía creer lo que veía, ¿era un fantasma o había perdido el juicio? Pensó.
—Oh, por Dios…Usted es igual a…—Reparó en el señor de la casa aturdida de la visión que se le presentaba. —General Lafayette, ¿esto es una broma? ¿es una especie de chiste? No me parece divertido jugar con la memoria de un héroe. —Tensa amonestó al general, el buen humor que estaba gozando, así como la risa se habían esfumado. —Esta persona es casi… ¡No! ¡mejor dicho! ¡Es idéntica!
En cuanto el general pretendiera contestar Oscar lo interrumpió. Más calmada trataría de explicarse ante la dama.
—Señorita Necker…—Posó una mano sobre su pecho, aunque no lo aparentara, su corazón latía desbocado por la adrenalina que le producía descubrirse. — le ruego que no se enfade con el general, no es una broma de mal gusto. No ha perdido la cordura, es efectivamente lo que ha supuesto, soy…—Pausó un instante, le costaba terminar la frase. — soy Oscar François de Jarjayes… No morí en la Bastilla. No soy un pobre al que el general pagó para hacerse pasar por una difunta.
La dama al ver que no mentía se acercó lentamente, tratando de llenarse de la verdad, detalló las facciones de Oscar y su voz.
—Siento que estoy en un sueño desquiciado. Las historias de su cadáver cubierto de sangre, los jóvenes soldados que seguían luchando hasta morir por darle un destino a la Revolución del pueblo, los cañones, los escombros que se desprendían de la fortaleza, el humo y los gritos. Usted se ha convertido en una leyenda viviente. —Anonadada extendió sus manos, este simple gesto dejó anonadada a la rubia. — Déjeme tocar sus manos, amiga mía… necesito sentir que no es un milagro.
Serena, Oscar correspondió a las manos de la dama.
—Lamento haber mentido, pero juro que nunca los abandoné. Así fuera en las sombras ayudaría sea como fuera a mi patria.
Complacido de la reunión, aparte de no ser inoportuno para las mujeres, el marqués carraspeó.
—Le recuerdo, madame de Staël que la visita era para mí…—Anunció jovial, sonriendo satisfecho de haber logrado que las mujeres se entendieran, le ofreció un asiento a la ex comandante.
Oscar en lo que tomaba asiento, sorprendida inquirió.
—¿Madame de Staël…? ¿Usted se casó con el embajador de Suecia? —Inquirió impresionada.
"Bueno, ¿por qué pregunto? nadie tuvo certeza de que Fersen se atara a otra mujer que no fuera la reina Antonieta, sin embargo, me causa curiosidad que la señorita Germaine fuese tan poco superficial en elegir a un hombre menos pudiente que su padre, un reconocido banquero."
La dama en respuesta rio coquetamente.
—Hay muchas cosas que debemos contarnos, señor Oscar. Esta noche podremos ponernos al día…—acomodándose en otro asiento frente al sillón del marqués, que predominaba en la amplia sala, en la que además de verse iluminada por los candelabros, era iluminada por la chimenea encendida que los calentaba en la noche helada.
Pensativo el marqués le costaba reconocer a la comandante, disfrazada con un pobre uniforme de soldado raso, una vestimenta errónea para su persona. A su parecer era más adecuado que ésta ostentara un uniforme de alto rango, debido a sus conocimientos y experiencia. Humilde y caballeroso, además de que se hallaba en un momento donde se requería un ambiente de lo más confidencial, le sirvió a la rubia una taza de té de una bandeja de plata, en una mesita de centro que los separaba.
—Cuénteme, mi general…—Dijo mientras le facilitaba la taza que manaba vapor—¿por qué ha tomado la decisión de fingir su muerte? ¿cómo alguien tan indispensable, que fue quien inicio la rebelión de los soldados de a pie a su majestad va a desaparecer del mapa?
Esta pregunta tan directa la había tomado desprevenida, Oscar suspiró en lo que daba golpes a la larga cuchara metálica en la porcelana.
—Su pregunta, si bien es inevitable, no deja de ser dura. La pregunta realmente es… ¿si soy una cobarde, marqués?
El hombre asintió serio para luego dar un sorbo a su taza.
—Perdone la pregunta, es que deseo dar con el origen de todo este misterio, que como ya comprobamos, no es un milagro como lo llamó madame de Stael aquí presente.
—Alain…—Respondió concisa, su mirada se dulcificó al pronunciar el nombre de su nuevo esposo. El señor de la casa arqueó una ceja desconcertado, a diferencia de éste, y como la dama no conociera al hombre en cuestión del que hablaba, inquirió.
—¿Y quién es él?
— Alain fue mi segundo al mando en la Guardia Francesa. Si no fuera por él estaría muerta, y sus especulaciones no estarían equivocadas. Lo que se conoce de mi última vez en la vista del público, era de mi cuerpo empapado de sangre. —Ensimismada reparó en su dedo anular, que lucía un sencillo anillo de plata, prenda que simbolizaba su matrimonio. — Al principio no quería vivir, no quería hacerlo por toda la culpa que me torturaba. Sin embargo, después de días complicados, con discusiones, Alain me hizo ver que Dios me dio un propósito, y por ello sigo viva. El propósito de acudir al auxilio de mi patria. La vida política y social no son lo mío… sin mencionar que me pondría en peligro. Tengo enemigos en dos bandos diferentes. Mi intención era participar en el cambio de este país en el anonimato. Deseo lo mejor para ambos.
Extrañada por la declaración de la rubia la dama intervino. Si se unió a la Revolución del pueblo, ¿Cuál era su posición política?
—Señor Oscar, ¿A qué se refiere? ¿Cuál es su parecer de cómo debe ser regida Francia? —Inquirió expectante como insistente.
Entonces el marqués acotó, poniendo la taza vacía en la bandeja, compartiendo la misma interrogante que la esposa del embajador.
—¿Debe ser Francia una república o una monarquía constitucional?
Esta pregunta tan polémica, significaba que, por escoger, alguno saldría perjudicado a la larga, debido a que ninguno de los bandos estaba dispuesto a abandonar nada por complacer al otro. No era la primera vez que formularían la pregunta. Analizó las circunstancias de los ciudadanos, sus carencias, sufrimientos y exigencias, la añoranza de una vida estable, seguido de ello en el peligro que corrían la familia real y demás inocentes que existían en el anticuado sistema.
Descompuesta se llevó una mano a su frente, sintiendo una repentina jaqueca, frunció su cara en gesto doloroso.
"La gente… los ciudadanos, quieren una vida feliz y pacífica. ¿No es así como debería ser?"
—Francamente…—Tragó tensa, en verdad confundida de cuál era la respuesta correcta, parecía fácil pero no lo era. Decidir sin errar algo que tenía que ver enormemente con cientos de vidas—No lo sé…no estoy segura. No quiero más derramamientos de sangre. Unos no pueden morir por otros. Buenos no pueden pagar por pecadores.
Las espaldas y nervios crispados de los presentes se relajaron, el marqués colocó una pierna sobre la otra, entonces dijo considerado de la tremenda presión psíquica de la rubia.
—Sé que es cruel decidir, pero es inevitable, general. Usted es un noble con pensamiento liberal como yo… Permítame darle un consejo. —Agarrando los descansa brazos del asiento se inclinó hacia adelante, mirando fijamente a la rubia, con tono grave y sombrío prosiguió. — aunque esté con el pueblo, que vemos como gente desvalida, hay que tener en mente que son emocionales y viscerales, que no actúan con la sensatez y razonamiento de los intelectuales. Por el impulso no se percatan de sus errores. Es un pueblo que necesita una guía correcta por el sendero de la verdadera justicia y la equidad. A todo esto, mi punto es que tiene razón de ocultarse, más aún si es usted, que era conocida como el guardia personal de la reina.
—No puedo negar que es cierto, el odio tiene un efecto más potente en los humanos que el amor…—Concordó, atenta a lo que diría a continuación.
—Ándese con cautela, mi viejo comandante de la extinta Guardia Francesa. —Está advertencia tan grave hizo que la rubia se inmutara. —Ruegue a Dios, que las facciones radicales de la causa no tomen el control absoluto de la capital. Si lo llegan a hacer, es ahí que se mostrarán tal y como son.
—¿A qué se refiere? ¿Eso en qué nos afecta? ¿Lo que sucedería…? —Preguntó turbaba.
—En que nuestra supervivencia estará en juego. Y por si no fuera suficiente, la concordia de todos los franceses.
¿Cuánta razón no tendría el marqués de Lafayette en su momento? Ya que no faltaría demasiado para que la advertencia, o deducción, a lo que el impulso violento y básico puede llevar a los humanos: elegir farsantes y asesinos como gobernantes, tan ignorantes como ellos, con el único conocimiento de la brutalidad y la demanda, en lugar de gente de base intelectual, con un pasado pacífico y honrado.
Tratando de despejar el ambiente tenso y aterrador madame de Stael, consciente del estrés de Oscar, reparó en el mayordomo que estaba por acceder a la habitación.
—¡Oh, parece que la cena esta lista! —Chocó ambas manos— ¡Marqués! ¡Qué modales! ¿No va a pedirle al señor Oscar que nos acompañe?
Éste al percatarse de la indirecta de la dama, por el ensimismamiento de Oscar a causa del terror por el futuro, se levantó, tornando su cara del rostro intimidante, al ameno del comienzo.
—¡Es verdad! ¡Qué descuidado! —Dando un golpecito a su frente, en un gesto exagerado se reprochó a sí mismo. — Sería imperdonable no invitar a tan insigne persona a cenar, aparte de que le prometí a madame de Staël una entretenida cena.
Más tranquila Oscar rio suavemente al tiempo que se levantaba, sin embargo, el recuerdo de sus palabras hondaría con el tiempo en ella.
—Lo que yo he hecho no se compara a libertar a una nación de las dimensiones de Estados Unidos. No soy digna de que me llame insigne.
El señor de la casa en respuesta sonrió, doblando su brazo galante para que la esposa del embajador sueco se colgara. Oscar los seguía de cerca hasta el comedor, caminando con absoluta naturalidad como si se tratara de su viejo hogar. De pronto, asombrada por el aroma suculento y los vapores que manaban los alimentos, su estómago reaccionó de un modo nada propio de ella, emitiendo un sonido, parecido al gruñido de un animal, quien sabe si un oso, cosa que indujo a la dama a girarse pasmada.
—¿Señor Oscar? —Se llevó una mano a su boca divertida.
La rubia al no saber que responder se ruborizó, absolutamente avergonzada.
—Di- ¡Discúlpenme! ¡Esto no es normal en mí! —Se excusó casi tartamudeando. Los sirvientes empujaban las sillas para que los comensales se sentaran.
El marqués que desdoblaba una servilleta replicó entre risas.
—¡Es natural sentir hambre! ¡No se puede controlar el cuerpo! ¡Es sólo que fue sorpresivo! ¡Eso quiere decir que nada en mi mesa va a desperdiciarse! ¡Cálmese, señor Oscar!
La dama por otro lado, que estaba sentada junto a la rubia, y luego de dar una probada a una crema de champiñones dijo.
—Ahora me toca interrogarlo, señor Oscar, manténgase al pendiente de contestar también marqués. —Solicitó, el hombre se hallaba a la cabeza de la larga mesa de comedor. — ¿Por qué se enfrentó a sus propios colegas? ¿Por qué se opuso a la misión del conde de Girodelle?
Oscar asintió, dispuesta a responder de buena gana. Luchaba por calmar ese instinto de supervivencia, guardando la compostura, comiendo el plato de entrada lo más tranquila que le fuera posible. La sopa era una delicia que rememoraba los platillos de la casa Jarjayes. Pensó, que de Alain estar acompañándola, éste alzaría el plato y se tragaría sin pudor la crema. Esta suposición de lo más cercana a la realidad la hizo reírse en sus adentros.
—Me debatí en muchas ocasiones contra mí misma. Siento que… al ver a Girodelle, veía mi pasado recriminándome. Me opuse a un amigo. — Cabizbaja, confesó con ligera amargura. Apesadumbrada, colocó tensa y pesadamente su mano junto al plato, aun sosteniendo la cuchara. En efecto, había perdido un amigo, uno de los tantos que estuvieron a su lado en su juventud. Una persona que a pesar de soportar sus anteriores negativas y rechazos, nunca tuvo ningún tipo de reproche hacia ella. Hasta hoy, la única persona, que no se tratara del marqués de Lafayette que no se atrevió a juzgarla. En su corazón la embargaba la culpa, aun si no fuese un hombre que compartiera sangre o un sentimiento pasional, existía una camaradería de años que los unía. Prácticamente, lo había traicionado como a María Antonieta. —Lo que hice con él, no era muy diferente a la decisión que tomé cuando nos llamaron a marchar el 13 de julio…Al principio no sabía ni cómo reaccionar, a causa de que esta orden acabaría con la moral de mis hombres. Luego…—Se enderezó nuevamente— vino a mi mente la independencia de América. No pude evitar pensar en ese reciente ejemplo de que ser libre si era posible.
El marqués halagado de su sinceridad intervino luego de unos instantes de silencio.
—¿Quién hubiese dicho que incluso un pensamiento pueda empujarnos a tanto? Ha sacrificado demasiado gracias a esa decisión, siento que ha perdido más que yo... Un talento desperdiciado por la ingratitud de tantos.
La rubia negó con un movimiento de cabeza.
"Lo que perdí no fueron objetos, fueron personas…"
—No siento que haya perdido nada, la riqueza en mi vida fue una etapa. He ganado más conocimiento de lo que he perdido en posesiones materiales. —Pestañeó, recordando un tema pendiente, que ni el sargento se había atrevido a aclararle— Respecto a mi actual puesto, le presta atención a la persona equivocada.
—¿Se refiere al sargento de Soissons? —Pasó una servilleta por sus labios, húmedos por la sopa.
—Alain tiene muchas aptitudes que yo carezco. Auguro una carrera deslumbrante para él...
—Sí... pienso igual, pero es muy tarde, hice un acuerdo con el sargento.
—¿Qué acuerdo? —Inquirió con sorpresa.
—Tuve que retirar la promoción a teniente. ¿Acaso no le contó? para salvarle de un castigo demasiado severo y de ser señalada públicamente, asumió parte de la responsabilidad por la ofensa cometida.
—Él me reiteró que yo fui la única castigada. Me extrañó que lo siguieran nombrando como sargento en el cuartel.
—Pues le ha mentido. Tal vez por no provocar culpa en usted se lo guardó. —Se fijó en el plato de su colega. —¡No le queda mucho de la crema en el plato, señor Oscar! ¡Coma, que dentro de poco traerán el plato fuerte!
Al escuchar que traerían más comida decidió hacer una petición poco común. Inusual para los de su clase, pero urgente para humanos de a pie, alguien importante estaría esperándola, pasando una noche no tan afortunada como ella. Admiraba más cada día al mancebo, antes de pasar por esto la idea de pasar hambre se alejaba de lo imaginable, pues debido a su actual situación y el vivir a su lado, viviendo experiencias que él había tenido que soportar toda su vida, la habían hecho consciente de lo tendría que valorar, desde el amor, hasta algo tan simple como un plato de comida sobre su mesa, por más modesta que sea. Cada bocado dado era con alegría y agradecimiento, por el que se lo ofrecía en este momento, y por el hombre que le enseño a apreciarlo. Alain se esforzaba porque a ella nada le faltase y ella quería retribuirlo con lo poco que llegase a poseer ahora. Tragó la vergüenza de alguien de su antigua posición, sus palabras para pedir algo que el que amaba necesitaría para ser fuerte a su lado. Una necesidad primaria del ser humano.
—Marqués de Lafayette, perdone mi atrevimiento, pero… ¿Podría llevarme parte de la comida? —Apretó una mano sobre el mantel ansiosa.
—¿Piensa llevársela al sargento? —Dedujo por la cara de ésta, mientras los sirvientes se ocupaban de cambiar los platos vacíos. La mujer asintió en respuesta algo incómoda. —Bien… ¿acaso cree que permitiré que usted vaya rozagante mientras el buen sargento pasa hambre? Por supuesto que enviaré comida para él. —Finalizó bromista.
Terminada la cena, y habiéndose percatado de lo tarde que era, Oscar se despidió agradeciendo la hospitalidad y simpatía con la cual le habían tratado. Solamente tuvo que aguardar en la entrada unos pocos minutos, para que le fuera entregada la bolsa que contendría los alimentos para el sargento. Advirtiendo su peso que superaba una simple cena, reparó en su interior. Sus ojos llenos de alegría y hasta con alguna lágrima.
—¡Pero esto…! —Exclamó, para luego fijarse en el general que se llevaba el dedo índice a los labios.
—Shhh… Guarde silencio… Es para usted también, y no diga que es mucho. Un día no muy lejano, todos los franceses comerán con esta normalidad. Si pudiera alimentaría a toda la nación, pero por ahora, esto es lo que puedo hacer por los soldados que dieron la vida por su país.
—Señor, gracias… —Se expresó conmovida, mordió su labio en necesidad de retener el llanto, sintiéndose humilde, pero no patética. — Creo que yo necesitaba esta nueva vida en algún momento. Cosas que ignoraba las veo más claramente. —La esposa del embajador sueco, que se preparaba también para abordar su carruaje se había acercado a darle un abrazo a la rubia. —Madame de Stael…—Susurró junto al oído de la dama.
—Le deseo buena suerte, señor Oscar…—Se separó— Espero que pronto podamos reencontrarnos. Las puertas de mi salón siempre estarán abiertas para las personas que amen como yo los ideales de libertad e igualdad. —Oscar asintió con los ojos brillantes por las lágrimas de todo lo perdido por un sueño.
Fue así, que luego de que los portones del Hôtel de Lafayette se cerraran, cada una partiría por lados opuestos de la calle. Al principio madame de Stael se habría ofrecido de trasladarla en su carruaje, sin embargo, Oscar se negó, pensando que quizás ese gesto pudiera costarle a la esposa del embajador, prefiriendo marcharse a pie, ocultando bajo su capa la bolsa, en dirección a su nuevo hogar.
-o-
En cuanto abrió la puerta de la casa Soissons, gracias a que portaba una copia de la llave, su cara se iluminó de felicidad cuando distinguiera a Alain sentado esperándola en la mesa de la sala. En su cabeza la inundaban pensamientos cálidos y esperanzadores, sin mencionar su ansiedad de estrechar entre sus brazos y llenar de besos a quien consideraba su nueva familia, no obstante, la mirada que le prodigaba el mancebo no era igual a la suya, algo andaba mal…
—Alain, ¿Qué sucede? ¿Pasó algo en mi ausencia? —Inquirió con un retorcijón en el estómago. Después de colgar en el perchero el sombrero y la capa, se aproximó a él alzando la bolsa. —Esto es de parte del general Lafayette, es para ti…
Alain se puso de pie, disponiéndose a tomar la bolsa de la mano de la fémina, colocándola en la mesa. Había notado el agradable aroma, tentando a su nariz y apetito, aunque por esos momentos eso había tomado un papel secundario en sus prioridades. Su corazón preparándose para lo que vendría, algo que le desgarraría por ser el que trajese tan trágicas noticias y lo que eso costaría a las emociones de su amada.
—Oscar, tengo que decirte algo muy importante. Necesito que tomes asiento. —Le pidió sumamente serio, algo inusual en su trato a ella, se le notaba muy tenso en su actuar.
—¿Qué tan serio es? ¿Por qué me pides que me siente? ¡¿Algo paso con François?! —Lo interrogó frenética, muy angustiada de que hubiese ocurrido una calamidad al hijo de Rosalie. Éste negó con la cabeza. Al no comprenderlo preguntó más violentamente. — ¡¿Entonces se puedes saber qué demonios es?! ¡¿Cuál es el misterio para que me pidas que me siente?!
Obligado por el compromiso emocional que tenía para con ella, respondió como si de su boca saliera una bala para los sentimientos de la mujer. Simple y llanamente anunció, pues nada lo haría más fácil.
—Tu madre falleció…
—¿Cómo…? —Murmuró pasmada, había perdido el color. — Có- ¿Cómo sabes eso? —Tartamudeó. Posó ambas manos en los hombros del mancebo, sosteniéndose de él. — ¡Es mentira! ¡¿Quién te lo dijo?! ¡¿Quién podría haberte dicho algo tan horrible?! —Apretando la tela del uniforme lo sacudió. — ¡No es cierto! ¡Dime la verdad! ¡Ella no puede estar muerta!
Los ojos castaños se encendieron, chispeando de rabia, las manos que colgaban en sus muslos se empuñaron, ¿cómo se atrevía a dudar de él? Plantándose sin temor como una estaca, mientras esta retorcía la tela de la casaca, la rebatió indignado.
—¡No es mentira! ¡¿Acaso me crees capaz de jugar con la vida de alguien?! ¡¿La vida de tu madre?! ¡¿Eso es lo que piensas de mí, Oscar?!
Ésta al oír su reproche, al mismo tiempo que se sentía una estúpida, aflojó su agarre, soltando la tela que apretaba el músculo.
—Lo-… lo siento. Lo siento tanto, Alain. —Tartamudeó culpable, no era la primera vez que trataba cruel y con prejuicio a alguien— ¿Cómo pude tratarte así? Cuando tú intentabas de darme noticias, sabiendo cuanto los extrañaba. — Con la vista en el suelo repitió la pregunta, pero sin ese tono tan hiriente. —¿Quién fue la persona que te lo dijo?
—Tu padre… él aún se encuentra en Paris. Se mantiene escondido en la embajada del imperio ruso. Al principio creía inocentemente que tu madre estaría a su lado acompañándole, por lo que me aventuré a tocar a su puerta… entonces, luego de insistir para que me dejaran entrevistarme con él, me relató los que fueron sus últimos momentos. — La mujer abrió los ojos impactada. Al advertirla temblar, con intenciones de dejarse caer, raudo la estrechó en sus brazos, buscando calmarla del modo más delicado y gentil que pudiera.
—¿De qué murió? Por favor, dímelo… —Lentamente se debilitaba, se sostuvo de los antebrazos del mancebo, a continuación, lo sintió apegar su cabeza delicado en su hombro.
—Ella…—Tragó incómodo—murió de tristeza. Tu padre hizo lo posible por ayudarla a recuperarse, pero no resistió el luto.
—¿Murió por mi culpa? —Alzó su cabeza, clavando sus ojos en él. — ¿Murió luego de que partí de casa? —Preguntó, temerosa de la posible respuesta de Alain. Era extraño, pero, ¿por qué esa pregunta había sonado como un infante que había huido de su hogar por una pelea con sus padres, cuando el motivo era totalmente diferente? Pensó el sargento.
—No… fue al descubrir que moriste en batalla.
—Ella murió descorazonada porque no me quedé a su lado… Aunque me lo suplicara amorosa. —Sus ojos se inundaron, brotando lágrimas sin la menor dificultad, su voz terminó de quebrarse llena de remordimiento, rememorando la última vez que se hablaron.
—"Oscar, por favor, reconsidéralo… ya no tienes por qué hacer esto. Aún estamos a tiempo. Si se lo dices a su majestad, él lo entenderá…—Le imploró llorosa, posando ambas manos en los hombros de su hija.
Sonriendo sutil, y sintiéndose muy feliz del amor de su madre sujetó las manos de ésta, para enseguida besarlas con ternura.
—Si tan sólo fuera tan fácil, madre… pero no puedo cambiar lo que soy, ni como crecí... ¿retornar a mi lado femenino para escapar de la tormenta?
—Pe-pero…—Titubeó, no lo entendía, no era capaz de articular otra palabra para seguir refutando a su hija y evitar lo que para ella era una locura. Su mandíbula temblaba de pánico y dolor.
—Entiendo tu miedo y lo aprecio, sin embargo, nada se puede hacer…—Tomando delicadamente la cabeza de la dama, posó un último beso de despedida en su frente, colmándola cuanto pudiera de su amor. —Dios te bendiga. Doy gracias porque seas la mujer que me dio a luz y me vio crecer…—Pronunciando esto se volvió a la puerta, reparando en André que sonreía con un aire de tristeza. Al atravesar la puerta tomaría la mano de éste, consciente de la posibilidad de no pisar nuevamente el hogar de los dos.
—Luego de su fallecimiento fue que el general tomó la dura decisión de dejar su casa y despedir a sus empleados.
—¿Despedirlos? Si mi padre está todavía en Paris, la abuela…—Pestañeó— eso quiere decir que la abuela…—Su pecho hizo un salto al recordar a la segunda madre que dejó atrás, sacando conclusiones de cómo habría sido la tragedia para la dulce ancianita— ¿Cómo está? Seguro los habría seguido. ¿Ella acompañó a mi madre en sus últimos momentos? —La expresión de Alain se tornó más incomoda a medida que indagaba más en la noticia. Temblorosa y todavía con los ojos acuosos le suplicó— ¡No te quedes callado! ¡Dímelo, por favor! ¡¿Ella está bien?! — éste no contestó, parecía que el silencio era suficiente señal de su destino— Ta- ¿También murió…? —En su pregunta su boca formo una sonrisa malsana, tentada de una risa que parecía no ser suya. Demasiado para asimilar en un día.
"¡Mamá…! ¡Mamá y la abuela!"
Alain con un forzado movimiento de cabeza asintió, su cara se frunció, con la boca cerrada y apretando los dientes lamentó lo que tuvo que decirle. La mujer dio varios pasos en retroceso tambaleante, posando una mano en su cabeza aun trastornada, se demoraba en dilucidar a ambas mujeres frías en una cama. El hecho de separarse del mancebo en estado de shock lo espantó. Estirando sus brazos a ella la nombró preocupado.
—¡Oscar! ¡Oscar, no estás sola! ¡Yo estoy contigo! —Incapaz de sostenerse ésta cayó de rodillas, con las piernas y brazos débiles le costaba soportar su peso. En este momento, empezaría a manifestarse que en las pérdidas no serían pacificas e indoloras como el despedirse de su hogar y sus hermanas, sino también, demandaría a aceptar de que el precio de ser libre constaría en herir a hasta la muerte a sus seres amados. Alain, que había prometido jamás abandonarla se hincó frente a ella, tomándola contra su pecho, para disponerse a mecerla como si de una niña se tratara, permitiéndole gritar y sollozar. Ambos en el suelo, en las buenas y en las malas estarían juntos. —No me iré a ninguna parte. Llora… vamos… necesitas hacerlo. Es saludable que lo hagas. — Empezó a susurrarle, como si su voz fuera a apaciguar cualquier dolor. Paciente y cariñoso la consolaría.
—Madre… a-abuela…—Musitó la rubia con un hilo en la voz, llamándolas en su pena y arrepentimiento. Necesitada, descansó aún más su peso contra él, y así se mantuvieron por varios minutos, aguardando a que estuviese más tranquila.
"Lo que les he hecho… pobrecitas mías… madre, si hubiera sabido que esa sería la última vez que tocaría tus manos. Ser fiel a mí misma, a mis anhelos, te hirió, te hirió para siempre."
—Alain…—Después de mucho, lo nombró aletargada, sus mejillas estaban ardientes y húmedas por el reciente llanto, su mano descansaba en el pecho del mancebo.
—¿Sí…?
—Muchas gracias… —Agradeció con un tono apagado. — siempre puedo contar contigo. No sé qué sería de mí sin tú apoyo. —Lo sintió besar su cabello.
—Si necesitas algo de mí te lo daré, así se trate de darte espacio. —Respondió comprensivo.
—Si es así…—Se fue separando poco a poco de él, al hacerlo éste notó los ojos azules enrojecidos del desgaste de las lágrimas. — por favor, necesito estar sola por un rato. No te preocupes por mí, no has comido nada. Debes comer, has de estar muy fatigado. —Accediendo a su petición asintió muy a pesar de no querer dejarla sola en ese estado. ¿Qué pasaba si regresaban los deseos de quitarse la vida? Se preguntó.
Poniéndose de pie la ayudó a enderezarse, aun sentía las piernas débiles. Dándose media vuelta, la mujer se retiró a subir lentamente las escaleras con la cabeza gacha y mirada ausente, cosa que preocupó al sargento. Después de ésta encerrarse la siguió, quedándose parado tras la puerta semicerrada, a los instantes la escuchó llorar por lo bajo. Echando un vistazo por la rendija, la vio sentarse en el suelo contra la cama, abrazando sus piernas en constantes temblores y escalofríos insoportables. No por el frio precisamente, sino por un sentimiento de desamparo.
"He aquí a la que comandó el primer paso a la verdadera Revolución. Tan frágil como cualquier ser humano con alma. Nadie tiene derecho a juzgarla, nunca lo permitiría. Es su dolor… tiene derecho de sufrirlo en paz."
Condoliéndose del tipo de pérdida de su esposa, prefirió regresar al comedor lo más silencioso que pudiera. Luego de comer con incomodidad, a causa de que en un instante tan angustioso no le permitía saborear los alimentos traídos por Oscar, su estómago hecho un nudo, por lo que solamente pudo sostener su cabeza debido a la frustración y la impotencia, pues nada podía hacer para aliviar el dolor de quien tanto amaba. Introdujo el contenido de vuelta al sacó y lo guardó en la despensa luego de rendirse en su intento de comerla. Buscando no importunarla pasaría la noche en la habitación de Diane. Era la primera vez en mucho tiempo que dormirían en habitaciones opuestas. Finalmente, en la cama, dio unos puñetazos a la almohada en un intento de suavizarla, parecía un niño inquieto de tanto que se movía buscando comodidad, después de mucho alcanzó a acomodarse, mirando hacia la pared, cosa que dejaba a la espalda en dirección a la puerta. Repentinamente, se oyeron unas pisadas avecinarse, inquieto se crispó en la cama, a los instantes el colchón tras su espalda se hundió por un peso distinto al suyo, introduciéndose bajo la sabana, de allí unas manos femeninas se deslizaron a su pecho prensándolo delicadamente. Sorprendido e intrigado ladeó su cabeza, pero sin girarse totalmente.
— O- ¿Oscar…? —La nombró atónito, la frente de ésta se restregó suavemente contra la espalda amplia, por lo que pudo sentir la humedad que mojaba la tela. Oscar todavía estaba llorando.
—Calla. —Dijo simplemente, las lágrimas brotando cálidas y dolorosas, mientras le retiraba brusca la camisa al mancebo y se disponía a devorar su boca en un beso famélico y necesitado. Los labios chocaron furiosos, su dolor era una llama ardiente que no podía liberar. Entonces, jadeante detuvo el beso. —Estoy cansada de llorar… de esta pena que me hace sentir miserable e inútil… No soy tan fuerte, este tipo de dolor, esta angustia es nueva para mí… prefiero contagiarme de tu calor y llenarme de ti que seguir torturándome. —Nuevamente los ojos azules se cristalizaron, esperando la afirmativa del mancebo, de un consuelo de que a pesar de las penurias y lo que ocurra nunca la dejará sola. —Por favor. —Rogó y los ojos del sargento se abrieron desmesuradamente, tragó saliva, sus palabras lo habían conmovido, ¿Quién sino él para comprenderla? Era simple, aliviar la agonía con el placer, sentirlo a él tan profundamente en su piel para aplacar lo que experimentaba por la pérdida. Por lo que la tomó del rostro, siguió besándola lento y hondo, avivando poco a poco la excitación de ambos. Con una mano en la espalda de la rubia, la giró para quedar ella recostada en la cama y él sobre ella. Se ocuparía de hacerla olvidar, que se concentrara únicamente en sus caricias y tratos. En medio del besó impetuoso y agradable, a Oscar le extrañó que Alain se limitara a besarla, algo curioso ya que ansiaba un trato más enérgico e instintivo a su cuerpo. En medio del contacto abrazador de los labios el mancebo la desnudaba. Ya sin ropa, embelesada sus hombros fueron rodeados por el sólido brazo de éste, atrayéndola, perdiendo de vista una de las manos que debiese estar libre, dicha mano bajó hasta la entrepierna, sorprendiéndola con esta nueva caricia de su parte en su intimidad, por lo que comenzó a jadear y gemir extasiada. Por ahora, Alain no pensaba en su propio y rápido placer, pensaba en relajar el cuerpo rígido de la fémina, no sería fácil ni gratificante acometerla estresada.
Dichosa con lo obtenido, lo estrechó en sus brazos temblorosa del placer, apretando sus dedos en la piel. Relajada en sus caderas atrapó la oreja entre sus dientes enloquecida y más enamorada, sin intención de lastimarlo. Por un instante, Alain había cerrado sus ojos inquieto, agachando su cuello otra agradable sensación, totalmente opuesta a la caricia en su oreja se manifestaba. Era feliz por complacerla, pero tampoco era de piedra, el sudor que bajaba errante por los senos blancos, pequeños y orgullosos. La imagen sensual de la rubia había hecho de la suyas en sus pantalones. El miembro expectante se revelaba en la prenda, produciéndole algo de incomodidad por el hecho de posponer lo que ansiaba.
Al notarlo sufrir, condujo su cara a ella, susurrándole cariñosa en un beso tierno dijo para alegría de su amante.
—¿Qué estás esperando? Aun no te siento… ¿No te dije que quería llenar mi cabeza de ti? —Una sonrisa algo torcida se asomó por sus labios, en un aliento sumamente caliente.
"Aun en lo febril del amor no dejas de ser dulce, Alain…"
Recostándola en la cama de nuevo, y lleno de urgencia por el insoportable hormigueo en su entrepierna, e inclusive de ese instinto animal que Oscar esperaba al principio, fue desnudando el resto de su cuerpo lo más veloz que pudo, quedando en igual de condición que ella. Simplemente, se olvidaría de pensar o de contestar, sólo actuaría en función de sus sentimientos y necesidades. Las palabras de la rubia hablaban por los dos. Doblando las piernas de ésta, sujetándola, acercándose cuanto era posible, dejándose seducir y controlar por la imagen de ella echada con los brazos extendidos en la almohada. La cual se hallaba sensitiva y anhelante gracias a la caricia anterior, se fundió de una sola vez. De un modo tan profundo que inesperadamente un gemido placido se escapó de los labios de Oscar. Suficiente permiso para continuar con el vaivén que iría incrementándose.
Delirante y ardorosa se aferró a la sabana, la respiración la sentía dificultosa, atontada lo único que podía hacer era mirar fija al mancebo mientras se ocupaba del agradable encuentro, que rogaba fuera tan agudo que saciara toda ansiedad. Hasta que, finalmente, en el ímpetu de las acometidas se dio lo que necesitaba, una corriente de éxtasis la nubló, nada importaba en ese ínfimo instante, no existían el dolor ni la angustia que la perseguía, no era capaz de recordar las caras de toda su vida, las personas que la dejaron atrás, a duras penas y reconocería el rostro del que amaba y deseaba para ella. La persona que la ayudaría a no perder la cordura siempre que la encerrara en sus brazos. Embebida gritó, reemplazando como había mencionado la tristeza con algo más. Al sentirlo caer agotado sobre ella lo abrazó. Cerrando sus ojos se concentraba ahora en una caricia más simple.
Después de un largo silencio, enterró los dedos en el cabello oscuro, abrazándolo posesiva.
—Me siento terrible de haberte pedido esto…—Jadeó exhausta, tratando de normalizar su respiración— pero no hallaba que hacer… me sentía ahogada. —Confesó culpable, por su parte Alain besó delicado el cuello de quien lo estrechaba, la mujer lo rodeaba con sus brazos y piernas.
—No tienes por qué explicarte. No eres una criminal… Ni entiendo, ¿para qué lo haces? Esto es algo absolutamente normal. No eres la primera en sustituir el dolor con el sexo. —Replicó burlón tan agotado como ella, seguro de que se entendían.
"En el pasado también lo hice… cuando no veía manera de calmarme. Las acciones tienen un trasfondo, la vida es causa y consecuencia… En el caso de Oscar, abrazos y palabras no le fueron suficientes, lo quería todo de mí…"
—Te lo he dicho, jamás voy a abandonarte, siempre me tendrás…—Separándose la miró a los ojos para entonces sonreírle sereno. No podía permitir que se hundiera de nuevo en la culpa, y menos que no tuviera manera de recuperarse para ser la misma de antes. Lo que acababa de suceder era nada más que un escape rápido para la rubia. A continuación, perverso dijo para animarla. — ¿Cómo no vas a estar así? Entiendo que soy adictivo y sensual, pero recordemos que este Adonis debe partir mañana temprano a cumplir con la patria.
Sorprendida por el comentario narcisista de Alain, la mujer que hacía poco tiempo era un mar de lágrimas, empezó a emitir una suave y modesta risa, no obstante, al ver cómo cambiaba la expresión seria de su esposo a una infantil e incluso, estúpida, se tornó a una sonora carcajada. Esta vez lloraba de risa bajo su amante, de la nada interrumpiendo el concierto de risotadas se oyó un gruñido proveniente del estómago del mancebo.
Estirando su mano para tomar un mechón negro del cabello alborotado acotó.
—Y estoy segura que este Adonis se marchó a la cama sin cenar. —Sonrió pícara, mientras Alain se disponía a echarse a su lado, volteándose en dirección a ella. Al hacerlo, la mujer cogió la mano de éste para propinarle un tierno beso en su dorso. — Eres mi paz y mi risa.
—Oírte admitirlo es mi recompensa.
Oscar suspiró un tanto más calmada y lucida, no paraba de sostener la mano de su amante, pensativa reparó en el techo.
—Alain, lamento que no sea el momento, pero es algo que tengo que concluir…
Éste parpadeó intrigado, algo nuevo tramaba para él.
—¿Qué quieres que haga por ti?
—Quiero que devuelvas algo a su dueño… —Farfulló sin mirarlo. A su mente venía el rostro de su padre, mientras que una gran nostalgia, de muchos años, emergía nuevamente.
— ¿A su dueño? ¿Qué cosa? No recuerdo que hayamos pedido prestado algo, además de la comida. —Se carcajeo.
—La espada que mi padre me obsequio el día en que fui asignada a servir a su majestad. —Giró su cabeza a él. — Devuélvela, por favor…
—Pero, ¿por qué? ¿No es preciada para ti? Pensaba que representaba todas tus andanzas y recuerdos felices.
—Representa todo eso y más, sin embargo, mi padre lo necesita más que yo… debe saber cuánto lo amo, y que siempre estarán en mi corazón.
—No puede saber que vives, ¿No es verdad? —ésta asintió.
—Si se enterara de que estoy viva eso lo ataría aún más a esta Francia convulsa. No está a salvo aquí. Padre ya no tiene el poder que poseía antes. Entiendo que esté preocupado por la reina Antonieta, pero es peor si no huye con mis hermanas. La espada regresará a su dueño por terminar un ciclo. Nunca más podré empuñarla. —Reincorporándose buscó la camisa que había desechado por la euforia, tapando en algo su desnudez con ella. Entonces levantándose de la cama se dirigió al ropero, arrodillándose sacó bajo el mueble la espada envuelta en una tela. Anteriormente Bernard se la había entregado para que ella misma le hallara un escondite.
—¡Bien! ¡Se la entregaré a ese viejo terco! —Accedió fastidiado, incorporándose, tosco se rascó la cabeza— ¡¿Sabes que me trató pésimo cuando lo visité?!
—Más cuidado con lo que dices…—Tapando su boca con su dorso emitió una risilla, colocando la espada en una mesa a la vista del mancebo— Ese viejo terco es tu suegro. A pesar de lo que digas esa terquedad fue la que conquistó a mi madre.
"Yo no puedo hablar mucho, de niña también le nombraba, pero de mezquino y tramposo."
—¡Sí…! ¡Lo sé! —Replicó, mientras se colocaba los pantalones, al girarse tanteando la cama a ver si hallaba su camisa cayó en cuenta que la rubia la tenía puesta. Sonrió bobalicón por lo bien que le quedaba, a pesar de que casi se le viera como una especie de bata por lo grande que era. Caminaba descalza y sólo vistiendo la prenda de su pareja. — ¡Pero, aunque él no supiera con quien está hablando le traía noticias de su hija! ¡Qué viejo ingrato! —Se quejó, de pronto nuevamente el gruñido en su estómago se presentó, pero esta vez acompañado de una punzada de sus jugos gástricos. — ¡Maldición, mi barriga! —Adolorido se inclinó agarrándose el estómago.
—Mejor deja de quejarte de mi padre y ve a comer, ¡No debiste aplazarlo tanto, idiota! —Cruzándose de brazos lo reprendió mandona.
—¡Lo dice la que disfrutó una cena de banquete! ¡Auch! —Se quejó de nuevo. Levantándose incómodo se retiró con ella al comedor, luego de colocar los alimentos en la mesa el mancebo se dedicó a devorar la comida. Oscar por su parte, prefirió una copa de vino, también cortesía del marqués. Daba sorbos con rostro relajado y gustoso mientras contemplaba entretenida cómo Alain se atragantaba.
"Por momentos como estos, lo pasado no duele tanto. Aprecio los sacrificios que haces para que nada llegue a lastimarme, pero tarde o temprano, así pasaran años, la noticia me encontraría."
-o-
La madrugada del día siguiente, en la embajada rusa, nuevamente golpes fuertes y estruendosos a los portones sorprendieron a los sirvientes y al ocupante temporal. Casi saltando las escaleras, en verdad colérico por la osadía del visitante bajó el encargado. Su cara de irá se incrementaría hasta tornarse roja en cuanto viera de nuevo al muchacho impertinente de la última vez.
—¡¿Otra vez tú…?!—Exclamó furioso, señalándolo con su dedo— ¡¿No te había dicho el general que no volvieras a aparecerte por aquí?!
Tensó por el recibimiento tan desagradable, una gota de sudor bajó por la mejilla del sargento, pero recordando para quién era la encomienda respondió ladino y hasta paciente, obligado a ignorar los gritos del encargado.
—Mira, Abuelo…—Comenzó a decir, sonriéndole simpático.
—¡¿Abuelo…?!—Se quejó rabioso, ofendido porque aún faltaba para su ancianidad, además de que las arrugas que se le marcaban eran algo normal en su cara. — ¡Maldito rapaz insolente! ¡No soy abuelo tuyo ni de nadie! ¡Apenas y tengo 47 años! —Zapateó indignado.
Contra todo lo esperado, el encargado resultó ser más escandaloso y berrinchudo que el visitante, como resultado, los gritos alertaron al viejo militar que inquieto y sentado en su cama se preguntaba, ¿Por qué Bogdánov tardaba tanto? Al asomarse a las escaleras, con una lámpara de aceite en su mano, que alumbraba sus pasos, reconoció la voz del subordinado de su hija. Harto del supuesto acoso, además de que sentía que el mancebo había roto su promesa de no hacerlo visible ante el público, decidió hacer acto de presencia.
—¿Qué está pasando aquí? —Dijo autoritario, grave y áspero, sin verse obligado a gritar, cortando el espectáculo que había armado el mayordomo. — Bogdanov, guarda silencio, o sino la chusma te oirá. —Lo reprendió.
—¡Señor, este miserable me faltó el respeto! ¡Trataba de echarlo!
—Pues en ese caso lo echaré yo… Yo si tengo edad para ser abuelo de alguien. —Replicó indiferente, y entonces acercándose a la puerta en bata de dormir, se dirigió cortante al mancebo— ¿No te dije que te largaras? Cumplí en contarte mi miseria, ya te describí en el más mínimo detalle que fue de la madre de mi hija.
Retomando el primer saludo del primer encuentro, Alain repitió el saludo marcial en respeto al viejo huraño. Bajo su brazo se hallaba prensado el tesoro de su amada comandante.
—Prometo largarme para siempre de su vista, ¡Lo juro! ¡No lo atormentaré más nunca! ¡Pero estoy obligado por mi comandante a entregarle algo que fue preciado para ella!
Abriendo los ojos de par en par el anciano preguntó desconcertado.
—¿Qué cosa…? —Extendiendo sus brazos el mancebo alzó delante del militar el objeto envuelto en una tela polvorienta, al parecer había sido oculta en un lugar oscuro. —Esto… ¿acaso será...? —Murmuró mientras descubría el objeto en las manos del visitante, en cuanto lo hizo vio un metal dorado resplandecer por la lámpara, sus ojos se inundaron al instante de descubrirlo en su totalidad, lágrimas que contuvo el día de la muerte de su hija habían manado finalmente. — Oscar… —Apresurado por la revelación colocó la lámpara en el suelo para coger la espada en sus manos. Luego reparó aturdido en Alain.
—Es la espada de la comandante. Antes de morir me dijo…—Tragó culpable, le dolía el hecho de mentirle de que su amada hija seguía viva.
"¿Por qué siento que voy a mentirle a mi familia? Debe ser lástima. Superé el dolor, pero creo que me pongo en el lugar de este hombre… si algo así me sucediera, dolería demasiado."
—Qué si llegara a verlo a usted, que le devolviera la espada, y que le hiciera saber lo agradecida que está de ser su hija. No se culpe por lo que sucedió… Aun si lo supiera no habría manera de remediarlo. Lo importante es que ella se sintió satisfecha con la vida que le dio.
Las manos venosas que sujetaban con fuerza la vaina temblaron, el anciano se había quedado mudo del impacto. Solamente se limitaba a reparar con mandíbula dura y ojos abrillantados el obsequio de su heredera, el escudo de los Jarjayes en la espada.
"Oscar, ¿recuerdas el día en que te dije que irías a la academia militar? cuando te incité a que conocieras a tus subordinados, muchachos de bajos recursos, de orígenes humildes. El futuro que dictaminé que abrazaras, llena de aspiraciones de ser el orgullo de tu padre sin dudarlo lo hiciste. Los valores que te inculqué."
Dando por sentado que ya había terminado su propósito, aparte de que el anciano estaba ensimismado por sus palabras, el sargento silbó en lo que estiraba sus músculos y articulaciones, librándose de la sensación de rigidez, tampoco es que fuera a presionarlo a responder, lo importante para él era haber devuelto el regalo a su dueño original. Un gesto de amor al hombre que había formado a la rubia.
—Bueno…—Metió las manos en los bolsillos mientras con sonrisa maliciosa se daba media vuelta. — ¡Mi trabajo aquí terminó! ¡Puedo irme al diablo en paz! ¡Ah! ¡Por cierto! —El viejo militar reparó en él. — ¡Usted y su hija son como dos gotas de agua! —Le guiñó un ojo— ¡Igual de tercos! —Bajando los escalones, sin molestarse en volverse alzo su mano agitándola en gesto de despedida. — ¡Fue un placer conocerte también, Bogdanov! ¡Estos nombres rusos sí que son raros!
El mayordomo miraba exaltado y veloz tanto al soldado maleducado, como al general que apretaba la espada en sus manos.
—¡Y no vuelvas más, maldito rufián! —Exclamó Bogdánov en respuesta, agitando su puño iracundo.
—Muchas gracias, joven…—Farfulló el militar, girándose, al igual que el mancebo, entró con la espada al interior del edificio, en seguida la puerta fue cerrada inmediatamente por el mayordomo. —El destino de esta espada es ser una reliquia familiar… Seguramente mis hijas la cuidarán bien, o sino tal vez uno de mis nietos la herede.
—¿Entonces emigrará, señor? —El militar negó.
—Todavía no… siento que tengo que quedarme, al menos un poco más, por si puedo ayudar de alguna manera a sus majestades. En cuanto a la espada, un mensajero de confianza lo llevará hasta Bélgica, mi hija mayor se encuentra actualmente allí…
"Ese joven no me conoce de nada, pero fue el enviado adecuado para concluir este asunto de padre e hija. Oscar me liberó de esta culpa."
-o-
Nervioso de ser advertido por algún huésped, un hombre cerraba cauteloso la puerta de la habitación del hostal donde se hospedaba. Habría querido quedarse en la casa de su suegro, sin embargo, estaba seguro que por más cómoda que fuera la casa, no era un lugar seguro, a duras penas y aprovecharía en visitar por un corto rato a su prometida. Una mera visita nocturna, por llenarla de fantasías tentadoras y placenteras, aparentando un ardiente amor, y así borrar las nacientes sospechas de ella y su padre. Después de todo, el talento nato de actor le había servido bastante bien hasta el momento. Recientemente había acabado de finiquitar supuestas actividades comerciales en el interior Francia. Desde el incidente del incendio en el cuartel militar el traficante se mantenía excesivamente prudente a causa de que, a pesar de haber cumplido parte de sus asuntos con los soldados traidores, había deshonrado una parte del acuerdo: liquidar al hombre que les había traído dificultades y desgracias a sus ex socios. No era estúpido para no estar enterado de que era buscado por cielo, mar y tierra por el terrible Eluchans, furibundo de haber sido timado, el dinero no era suficiente para mantenerlo tranquilo.
Bajando lento y paciente las escaleras se sintió tan silencioso como un ratón. Malévolo sonreía de que aun en todos los esfuerzos de los soldados ignorantes no lograran capturarlo. Abordando un coche de caballos partió en dirección a la casa de su prometida. En el recorrido a la casa del influyente comerciante aprovecharía para descansar de sus horas de estrés, cerrando sus ojos por unos instantes el traficante se creía seguro de haber ganado, al menos por ese día a sus perseguidores.
Luego de minutos el carruaje se detuvo de golpe, tan abrupto que lo hizo casi estrellarse contra los asientos delanteros. Agarrándose de una correa de seguridad clavada en la pared se acomodó en su asiento, y asomándose por la ventanilla le gritó iracundo al cochero.
—¡Hugo! ¡Imbécil! ¡¿Quién te ordenó que pararas?!
Al no escucharlo contestar bajó del coche, entonces pasmado se vio delante de una fachada que le sonaba espantosamente familiar, era un burdel, lugar en donde selló el negocio del que tanto se arrepentía. Llevándose los dedos a su boca retrocedió, disponiéndose a subir dentro del coche antes de que fuera demasiado tarde, no obstante, en su intento tropezó con alguien a sus espaldas, al girarse reconoció el uniforme, luego reparó en el asiento del cochero, se hallaba rodeado de los sabuesos de Eluchans.
—E- ¡Espera! Tú… ¡Tú no eres mi cochero! —Exclamó tartamudo, señalando al soldado que había suplantado a su empleado.
Nicolás, cubierto por una capa, antes de descender del asiento contestó con rostro despiadado, pateando un cuerpo escondido bajo su asiento, en su mano sujetaba el látigo de Hugo.
—Hace tanto que no nos vemos, señor Villien… ¿por qué no nos acompaña? —Extendió su mano libre, en gesto de macabra invitación. —Aún hay tantas cosas que nuestro jefe quiere hablar con usted, tanto que no se pudo resolver… Luego habrá tiempo para que se reúna con su enamorada.
Viendo que escapar era del todo inútil, asintió mecánicamente, mostrando que haría caso a la orden de Nicolás. Rodeado de los hombres armados ingresó en el burdel. En los instantes que se introducía, esquivando hombres pestilentes de alcohol y mujerzuelas semidesnudas, sintió una prensa en su pecho por el suspenso. Fue después de entrar en una habitación que vio a Raphael con una mujer en su regazo: El vestido lo tenía rasgado en la zona del pecho, por lo visto hecho por él, exponiéndole así un seno, apretándola y mordiéndola en los hombros, mientras introducía la otra bajo el vestido, preparándose para acometerla sentado. La muchacha gritaba no precisamente de placer, ya que Raphael poco se molestaba en ser delicado, y si se negaba, era muy probable que recibiera intensos golpes para ponerla mansa.
De pie delante del cabecilla no sabía si carraspear para llamar su atención, este espectáculo le hacía darse cuenta de que no solamente se limitaba a ser un vividor o asesino, también cabía el calificativo de degenerado. Nicolás al contrario del traficante llamó la atención de su jefe.
—Raphael, aquí está el malnacido de Villien. —Anunció simplemente, como si ver a su jefe en esos menesteres no fuera algo para sorprenderse.
Al volverse a ellos Villien se estremeció, debido a que en las esquinas de la boca del jefe había sangre seca, al parecer la muchacha gritaba y gemía de dolor porque prácticamente era apresada por un animal. Como su tiempo carnal se había acabado tiró a la joven de sus piernas, ésta aprovechando de verse liberada, corrió huyendo de la escena envuelta en llanto por las heridas y moretones a su cuerpo.
—Debo disculparme porque vieras eso, Villien. —Expresó con fingida culpa, limpiándose la boca con la manga de la camisa. — más después de tener tanto tiempo sin vernos. Esconderte no iba a ser suficiente.
Tragando saliva Villien inquirió, enfrentando por fin al asesino, creyó que con ir al grano podría liberarse lo más pronto posible de los matones.
—¿Por qué me retienen contra mi voluntad? ¿No se supone que lo nuestro había terminado? ¡Yo cumplí en facilitarles mucho dinero si me conseguían las armas y municiones! —Alegó, apretando tembloroso el sombrero en sus manos, Raphael se preguntaba, ¿qué fue de la víbora astuta que conoció? En cierta forma este hombre patético le había decepcionado. —Hice lo que me pediste, lo emborraché y lo golpeé con una silla que hallé en la calle. No esperaba que despertara tan pronto en el incendio.
En silencio, Raphael escuchó los argumentos del traficante, sentado con las piernas cruzadas, sosteniendo su barbilla en sus nudillos lo miró fijo. Tras suyo la luz que irradiaban el fuego en la chimenea iluminaba levemente la habitación, menos a él, oculto por el alto respaldo del asiento. Con expresión de hastió y aburrimiento hizo un gesto con la mano a Nicolás y a sus hombres, formando con el pulgar una línea invisible en su propio cuello.
Entonces, cuando Villien pretendía proseguir con la marejada de excusas, advirtió como un cuero duro se enredaba en su cuello, asfixiándolo. Atemorizado de morir por el látigo se alzó en puntillas, apegado a Nicolás.
—Basta de chácharas…—Comenzó a decir con tono amenazador—Los pretextos se terminaron, Villien. Nada compensará el tiempo y esfuerzo perdido. Tu trabajo era ponerlo hasta más imbécil que tú para que pudiera morir en las llamas, y como no fue así morirás en su lugar… —Poco a poco la cara de Villian se tornaba roja por el cuero que marcaría su cuello luego de terminar de matarlo, desesperado separó una mano del látigo haciendo una seña al tiempo luchaba por hablar.
—Una… ¡Una mujer! —Al pronunciar esto, Raphael frunció el ceño extrañado.
—¡Paren! —Ordenó, inmediatamente Nicolás aflojó la correa liberando Villien, quien se había echado a los pies de Raphael aun rojo y tosiendo, tratando de normalizar su respiración, sus ojos estaban cristalizados como resultado del ataque a su vida. — ¿Mujer? ¿A qué te refieres con mujer? ¡Habla!
Arrodillado con una mano en su pecho, jadeante el traficante dijo.
—El sargento tiene…—Jadeó— tiene una mujer…
—¿Qué el sargento está casado? —Preguntó con sarcasmo, para luego echarse a reír de la declaración. — ¡Eso es mentira! ¡Si eso fuera verdad yo ya lo habría sabido! ¡Estás tentando a la suerte, Villien!
—¡No es mentira! ¡Es cierto! —Exclamó alterado, lentamente recuperaba el color.
—Sólo lo dices para qué no te mate.
—¡No! ¡Lo que les digo es verdad! ¡Lo supe el día del incendio! ¡Cuando lo emborraché! ¡No se los había contado porque no lo recordé sino hasta ahora!
—Si eso es verdad, ¿Qué fue lo que dijo supuestamente? ¿Qué pruebas tienes? —Inquirió, pero aun no consideraba relevante ni lógico lo escuchado, nada más lo dejaba vivir por averiguar hasta donde llegaría por tener unos minutos más de vida.
—¡Ninguna! ¡Pero les diré, que confesó estar enamorado de alguien que responde por el nombre de Oscar, o una mujer llamada Oscar! ¡Algo me dice que es una mujer! ¡La había descrito en su delirio!
Inclinándose en su asiento, con el hombre arrodillado como un siervo delante él dijo.
—Descríbemela… Si tu descripción calza con lo que he notado en el sargento, vivirás…—Susurró suave e intimidante, colocando una mano en el hombro de éste lo apretó como si se tratase de una tenaza.
—Él muy triste la describió, había sido rechazado. Según, es una mujer de rasgos delicados, con cabello rubio brillante, una voz profunda, de carácter orgulloso y altivo. Lo sé porque dijo que no era la primera vez que ella ignoraba a un hombre.
"¿Hermosa? ¿De carácter arrogante? ¿Rubia? Esto me suena a… ¡¿Dumont?!"
La descripción tan insólita había dejado al cabecilla pálido, echándose en el respaldo pasó tensó su dedo índice y pulgar por su barba, apretando ligeramente su mandíbula. Hacía bastante tiempo que no cruzaba miradas ni palabras con el doncel, aunque la sodomía era algo que habitualmente le daba repulsión, no podía escaparse de la atracción física que sentía por él, a tal punto, de inducirlo a buscar mujeres rubias que pudieran saciar su apetito sexual y curarse de ese raro mal, teniendo de ejemplo, a la joven sollozante de hace unos momentos, pero sin poder ganarle ni hacerle frente a la andrógina y sensual belleza del muchacho, que desde su entrada al cuartel se había mostrado sobresaliente y muy estimado por sus colegas.
—Déjenlo… —Ordenó todavía impactado, masajeando la carne de sus cejas con sus dedos, sin embargo, antes de que el traficante alcanzara a salir por la puerta advirtió severo— Aguarda, Villien… — éste paró abrupto— si llegó a descubrir que nos denunciaste, en lugar de retorcer ese látigo en tu cuello, hasta sacar los ojos de sus cuencas, mutilaré lo que te hace hombre.
Tragando saliva éste asintió, marchándose aturdido de la habitación por la amenaza. Nicolás, notando la expresión seria de su jefe preguntó preocupado.
—Raphael, ¿tú le creíste?
—No lo sé, las coincidencias son muy grandes…—Estirando su brazo cogió una botella que se hallaba a su derecha, sediento bebió un trago—también, han pasado muchas cosas extrañas entorno a Dumont, y lo más curioso es que siempre que desaparece de forma misteriosa el sargento lo hace con él… tengo que hacer algo al respecto. Dejé vivir a Villien no porque le creyera del todo, sino pensando en que pueda serme de utilidad más en adelante. De llegar a hacer algo en mi contra lo mataré.
"Una mujer… si eso fuera verdad eso explicaría el porqué de lo que siento. El sucio y usado cuerpo de esa prostituta no consigue saciarme."
—Sino fuera porque Lafayette nos tiene fichados, mandaría a Gaspard a vigilar a Dumont. A pesar del escándalo de su afrenta a un oficial no lo han retirado del puesto de vigilante.
—A quien tenemos más cerca es al sargento de Soissons...
—Que lo tengamos a nuestro lado no significa que pueda echar mano sobre él, limitémonos a hallar una buena prueba incriminatoria, Lafayette aún está investigando el origen del robo y el incendio. Eso no se quedará así… Necesitamos un chivo expiatorio. —Apoyó su fuerte barbilla en su mano. Lo cierto era que Raphael había mentido, muy en el fondo deseaba que lo afirmado por Villien fuera verdad, de un modo obsesivo e insano fantaseaba con tener al jovenzuelo debajo de su cuerpo, cosa que lo atemorizaba: hallarse seducido por un hombre y rebajarse a lo que había escupido por tanto tiempo. Un nuevo anhelo germinaba en su cabeza, otro tipo de placer que acompañaría al de la venganza. Como Nerón hizo con Esporo, el ser angelical que copiaba la belleza femenina podría convertirse en su futuro juguete. Solamente necesitaba matar al primer y más fastidioso obstáculo de su vida, el amante de éste.
-o-
A principios del nuevo año de 1791, luego de los fuertes acontecimientos de su antecesor: revueltas, masacres y el poder duplicado en los clubes políticos, especialmente, Jacobinos y Cordeliers, la Asamblea Nacional llevo a cabo una legislación que frenaría la salida de emigrados y de capitales del país, bloqueando la posibilidad de crear desde afuera ejércitos contrarrevolucionarios. A partir de ese momento, la salida y entrada a París sería alta y severamente monitoreada por los agentes del orden. Los aliados de los reyes irían desapareciendo con la muerte, el 2 de marzo fallecería por razones desconocidas el conde de Mirabeau, hombre que había luchado por mitigar con su poder los golpes graves a la realeza y la nobleza, traicionando a la Revolución que había jurado anteriormente defender.
En la noche, una carroza esperó a que los enormes barrotes de entrada a Paris se abrieran, un caballero joven, rubio y de ojos grises, con expresión de cansancio mental se hallaba recostado en su asiento. Viajando de incognito, vestía en vez de su habitual y reluciente traje aristocrático, una ropa sobria de colores fríos, cubierto para colmo en una capa ideal para días lluviosos. En sus manos estaba una carta desdoblada, al parecer su contenido era que lo agobiaba. Las palabras transcritas en ella, hechas por el puño y letra de la atormentada reina.
"Mi querido Fersen, auxíliame… necesito verte. Eres mi única esperanza. Sólo tú haces caso a este mal presentimiento que siento, eres el único que se detiene a escucharme… yo como mujer no tengo poder de nada, ni de los hijos que di a luz… El tiempo se agota, su majestad no hace caso a los consejos desesperados de los nobles y sus hermanos, un peligro muy grande se acerca, tenemos que huir antes de que algo más ocurra. ¡Estamos cautivos! ¡Ya no es una sensación o mera conjetura! ¡Lo estamos! ¡No tenemos derecho de salir de las Tullerías! ¡Ni en domingo de Ramos les permitieron a mis hijos pasar un día alejados de este miedo en Saint Cloud! ¡Ven pronto!"
El grito lastimero y ensordecedor de la reina se reproducía sin dificultad en la cabeza del noble sueco, tragó hondo, el sudor frio de los nervios caía por su cara y garganta. Fiel a esa mujer mucho más allá que la corona y capa que adornarían en su matrimonio su cabeza. Para él era suya, siquiera en alma y corazón, luego de que dio a luz al último varón ya Antonieta era libre de amarlo y pensar en él como su esposo y confidente. En su estadía con su familia, no tardaron en venir los reproches y replicas, Sofía entendía el amor apasionado de su hermano, sin embargo, el miedo de ver su vida en riesgo por involucrarse con la soberana de un país fue más fuerte, aún si sus argumentos fueran válidos, el hijo mayor de los Fersen no escuchó razones, por lo que se marchó raudo casi al instante de recibir la misiva fatal. Ahora, debía encargarse de atar los hilos que lo ayudarían a sacar a los reyes de su cautiverio.
Entre tanto pensar no se preparó para lo próximo: el chirrido de las rejas abriéndose chillonas los sobresaltó. Seguido de eso el coche luego de ingresar finalmente en la ciudad paró, para entonces oír una voz familiar decir, "Ciudadano… Haga el favor de mostrarme sus documentos de identidad." Al girarse, lleno de urgencia por ese timbre de voz a la ventanilla, sus ojos grises se cruzaron con unos zafiros brillantes y cristalinos como un rio.
El joven vigilante con la sangre helada por el susto se quedó sin habla, su mandíbula estaba temblorosa por verse próximamente descubierta delante de sus compañeros. El apuesto rostro que le había traído tantos sufrimientos y tentaciones se manifestaba después de tantísimo tiempo.
"¡Fersen!"
¡Continuará…!
Aviso y curiosidades del fanfic.
¡Hola! Luego de tanto tiempo de hiatus y problemas hogareños, este capítulo lo había dedicado para los días de la madre y el padre respectivamente. Siento la demora, pero bueno, agradezco la fidelidad de las lectoras que visitan este espacio sin importar que tanto tarde en actualizar, o si no hay esperanza de que actualice. La última vez pareciera que iba a dejar el fanfic, no obstante, era por el bloqueo artístico. Había transcrito casi todo el capítulo, solamente me faltaba un pedazo para completarlo. Más que el intermedio del capítulo tengo dificultades para cerrar la última parte, porque mientras más complicada la trama más difícil es escribirla ordenada y coherente, además de que no pierda su esencia, ya que uno con el tiempo se agota. Ahora, quiero agradecer a una lectora que resultó ser tan brillante que le sacó al fanfic giros de tuerca y material muy explotable, incluso puedo decir que de no ser por ella no terminaría de salir este capítulo. Agradezco a Yenniy Yousi, por unirse al malévolo laboratorio para la continuación de esta historia, pero con una fórmula más potente.
Claro, no saco los capítulos con velocidad por falta de tiempo, aunque por Yenniy Yousi la trama se definió aún más.
Este cap me fue más complicado que ninguno porque tenía que aplicar el tema de los sentimientos con más fuerza que antes, y releer escenas del manga en cosas del comportamiento del padre y la madre de Oscar. Sigo afirmando que hay mucho del manga en la historia. Desde luego no todos vimos todo lo de su universo, pero al menos este fic pone al corriente a los que no tuvieron esa fortuna. Para escribir me basé de escenas y unos fanarts, por ejemplo, hay uno de Donau, que muestra a una Oscar despidiéndose de sus padres antes de marcharse, (Por cierto, mirando a su madre a los ojos) tomando la mano de André y montándose en el coche para su viaje a la Bastilla.
Como otro tema de reto que experimenté con esto, no creí que poner a Oscar de un luto tan extremo me obligaría a hacerla intimar por desesperación. En lo moral me incomodó, al principio intenté no hacerlo por un trauma que tuve con un personaje de Ikeda, no quería el mismo resultado, que intimó luego de la muerte de una amistad, y eso que tampoco es que estuviera loca del dolor al verse correspondida por su novio. Como me parecía hueco y desabrido lo hice. Tiempo después se lo mostré a mi confiable Foxy y a una amistad, entonces me confirmaron que hice bien en dejárselo, ya que no le daría suficiente profundidad al asunto, que se sentiría seco, que no era el primer personaje en un argumento en tener sexo por escapar de su realidad, lo cual me alivió. No era la misma situación que la que sucedió con Galina de "La Ventana de Orfeo".
Foxy no es especialmente aficionada al fandom de Ikeda, sólo me ayuda en temas de redacción y lógica, mientras que Yenniy Yousi será mi nuevo elemento por saber del universo del manga y la historia de la Revolución.
Aquí un link de Época de Cambios en Watpadd:
Milly V
MilagrosVargas409862
user/MilagrosVargas409862
¡Les mando un abrazo! ¡Muchas gracias por el apoyo recibido! Nos leemos en nuestro próximo capítulo: "La Fuga y el Anillo del Rey".
