Capítulo 13

La Fuga y el Anillo del Rey

Allí estaba, congelada, con un nudo en su garganta, sin ser capaz de tragar, como si se sintiera delante de un depredador, que de tan sólo escuchar a su garganta con la saliva bajando se echaría sobre ella, al reconocerla débil e imperfecta. Aunque se sintiera contenta de su presente, en cierta forma su pasado y todo lo que lo llegara a representar eran una amenaza. El hombre que amó con ardor callado, un tortuoso silencio que había durado por largos años. Mientras el pueblo norteamericano no fuera libre él no lo era para regresar a ella. Tantos recuerdos de ese pasado que la inundaba, inclusive, que de no ser por el noble sueco jamás se hubiera atrevido a salir de la Guardia Real. Este hombre fue la catapulta perfecta en su evolución. Gracias a su intervención nunca habría estado tan cerca del pueblo, y por sobre todas las cosas… de Alain... Es ridículo que su retirada de Versailles no fuera tan heroica como muchos pensarían. Simplemente huyó… huyó como una cobarde del amante de la reina. Sin embargo, ahora todo era distinto, su corazón pertenecía a otro, ya estaba superado lo ocurrido, no existía razón para sufrir, más todavía de haber conocido la pasión y la dicha del amor en los brazos de hombres que sí la amaron. El amor que es reciproco y consume hasta los cimientos. En otra época su respiración se habría contenido por el idilio, en vez del terror de dar la cara por su aparente traición a la amada del nórdico.

Fersen alucinado del chocante reencuentro, palideció. Su lengua estaba a tientas de escapársele y pronunciar el verdadero nombre del vigilante, pero los ojos de la mujer, con el ceño fruncido le indicaban una súplica: Nerviosa de que sus compañeros descubrieran la verdad, de modo que a la final no se atrevió, por lo que prefirió seguirle la corriente. Como la rubia demoraba en obligar al hombre a entregar sus papeles, Pascal que hacía unos cortos instantes había notado que la mirada que le prodigaba este foráneo no era para nada normal. Entonces irritado se aproximó a destruir el ambiente tenso y extraño que los envolvía.

—¡¿Qué diablos espera?! —Reclamó, mientras daba repetidos golpes a la puerta del coche que los separaba con los nudillos— ¡¿Va a entregar sus papeles?! ¡Sino no le permitiremos entrar! ¡El que no obedezca la regla impuesta por la Asamblea Nacional será apresado e interrogado! —Anteponiéndose a su rubio colega manifestó agresivo, entonces para que su amenaza fuera tomada con mayor gravedad, señaló con el pulgar tras de sí a una cuadrilla de soldados que conversaban, sentados y otros parados junto al muro de piedra. Esta imagen alarmó a Fersen, por lo que, para frenar su naciente temor, con una segura y simpática sonrisa dijo.

—¡Oh, claro! ¡Discúlpame, chico! ¡Qué lento he sido! ¿Es que cómo quieres que reaccione y esté en mis cabales, si este bello doncel que te secunda fue el primero en abordarme? —Bromeó, riéndose con tono algo nervioso, mientras una de sus manos sostenía su cabeza, aparentando una fuerte jaqueca — ¡Este cansancio mío no me deja recomponerme de tanta hermosura! ¡No me siento digno! —Llenando su boca de halagos, guiñó un ojo a la rubia parada junto Morandé, quien aún incómoda, acabó por apartar su vista de los grises. Permanecía cerca por si tuviera que intervenir por el bien de su vieja amistad. A pesar del tiempo no podía evitar desarmarse ante el carácter tan atrayente y galante de Fersen — El porte de tu amigo como su rostro serían bien admirados entre las damas de las cortes extranjeras. En todos mis viajes he visto rostros entristecidos por la fealdad interna y externa. Muchas veces originados por la culpa o algún pecado en especial que estuviera carcomiendo a estos humanos. —Explicó, y sacando inmediatamente el pasaporte del bolsillo de su abrigo, sin jamás dejar de observar a la rubia, como si fuera un mensaje indirecto a ésta, se lo acercó al joven Morandé que bruscamente lo arrancó de su mano. Importándole poco arrugar el tan valioso documento. De estar su querido tío a su lado pensó que seguramente se jalaría de los cabellos por la brutalidad del soldado.

"¡Oscar…! ¡¿Oscar, en verdad eres tú?! ¿por qué te ocultas? Si eres tú realmente, ¿Qué haces vestida como un sucio guardia nacional?"

Decidido a arrancarle palabra a la mujer y aguardando a que Pascal acabara de revisar los documentos divagó en voz alta, con el brazo fuera del coche, recargándose en la ventanilla.

—Espero no fallar… y llegar a tiempo a donde me esperan. —Divagó ensimismado. En lo que se perdía en el cielo estrellado un viento frio sopló, revoloteando los cabellos y ropas de los presentes, los caballos se erizaron por la caricia fría, relinchando tenuemente, por lo que en el movimiento de estos las ruedas crujieron — Días viajando para que la que amé en mi adolescencia no crea que la he abandonado como los demás.

Al pronunciar esto, como millones de pequeñas agujas en su espina, Oscar reaccionó al reproche de su viejo amigo, correspondiendo con intensidad a los ojos grises que había evadido terca. Aun en un momento que se requería disimulo y cuidado el hombre no se guardaría nada. Era como si exigiera una pronta explicación. La rubia tragó pesada y amarga. Un sentimiento desagradable se apoderaba de ella, una sensación que ni debería sentir, sin embargo, al no tener como explicarse ni defenderse la vergüenza de su traición llegó. Esto no cesaría a no ser que estuviera encerrada en un cuarto o enterrada bajo tierra del conocimiento del mundo y sus prejuicios con el sueco.

No se quedaría quieta hasta no hacerlo callar, por lo que se aproximó a su compañero que había acabado de rendirse en su intento de hallar un motivo para apresar al extranjero bocón.

—Creo que todo está en orden, ¿no? Deja de darle largas y permite que este hombre se marche. —Propuso seria, en lo que se daba miradas de entendimiento con el sueco de que ya podía retirarse, como una señal de que el pasado que tuvieron jamás fue olvidado.

"Fersen, algún día lo entenderás… No soy tan cínica para desconocerte y hacerme la loca. De responder tus dudas y reclamos no será aquí…"

Aun si la rubia hubiese despejado con naturalidad su camino de sospechas, necesitaba hablar con ella fuera como fuera, o sino, las dudas e inseguridades de sus lealtades lo atormentarían por el resto de sus días. Esperó a que ella misma se acercara a devolverle sus documentos, para a su vez rápidamente cogerla de la nuca y conducir su cabeza lo más cerca que pudiera a la ventanilla. Apegando mejilla con mejilla le susurró en su oído, "Ven a mi casa…". Inmediatamente de sentir el cálido aliento del extranjero en su cuello, se vio soltada antes de levantar alguna alarma para el muy celoso Morandé. Después el coche se puso en movimiento, y con las mejillas rojas de la adrenalina observó cómo la mano de Fersen se asomaba, agitándose a modo de despedida. En cortos instantes vio esa misma mano empequeñecerse en la distancia.

—Fersen, nunca cambiarás…— Murmuró divertida de la audacia del nórdico. A continuación, pasó los dedos por sus cabellos despeinados por la jugarreta. Al estar más tranquila Pascal la abordó iracundo e indignado, revisando su espalda y nuca.

—¡¿Te encuentras bien?! ¡¿Qué fue lo que te hizo ese descarado?! —Haciendo una pausa de sus gritos bajó el volumen de su voz, y acercando la mano a su boca le preguntó esta vez cauteloso —Te… ¿Te besó…?

Oscar negó con la cabeza, se había acostumbrado a las preguntas infantiles de Morandé.

—Nada… simplemente coqueteó conmigo. —Mintió con una sonrisa, sobándose aun la nuca, rememorando la sensación de la palma y dedos nostálgicos que la sujetaron alguna vez en un baile.

—¡¿Nada?! ¡Para mí no fue nada! ¡Que le salvarás el culo no le da derecho de tocarte! — Poniendo brazos en jarra Bufó — ¡Si ese tipo tan estirado se cree un humilde comerciante, yo debería ser general o el presidente de la Asamblea Nacional!

—Si fuera tan grave lo que me dices estaría igual de molesto. Es una estupidez. No te lo tomes tan personal… —Comentó calmada, restándole importancia a lo ocurrido. Lo que menos quería era que el recuerdo de la cara del extranjero permaneciera en la memoria de Pascal, que cumplía riguroso toda orden que fuera transmitida a ellos. El muchacho había cambiado bastante, al principio no se tomaba nada en serio, únicamente hacia lo mínimo por la paga, sin embargo, supuso que su madurez se debía a que buscaba impresionar a sus amigos, comportándose de un modo más profesional. Interesada de cambiar el tema de la conversación ofreció — ¿No estás cansado? Permítete descansar un poco con los chicos. Puedo tomar yo o Courtois la vigilancia un rato más, deben dolerte las piernas de estar tanto tiempo de pie.

—¡No! ¡Puedo seguir! ¡En serio! ¡No te preocupes por mí! —Irguiéndose más trató de verse digno, simulando la tiesa postura de un soldadito plomo. Mostrándose bien dispuesto a continuar.

Orgullosa de su talante Oscar palmeó su espalda mientras se retiraba a cambiar de lugar con Courtois en el muro.

—Si tú lo dices está bien… ¡después no quiero quejas ni bostezos! —Advirtió socarrona, probando si cambiaría de idea de no tener otra oportunidad de descanso.

A causa de la advertencia el muchacho se estremeció. Indeciso se rascó la cabeza.

—Ehm… pensándolo mejor creo que si quiero pegar un poco el ojo…—Insinuó arrepentido, volviéndose a ella que se sentaba en el suelo con sus compañeros. No paraba de dejarse guiar por la elegante y bella figura que se alejaba de su lado — y me duelen algo las piernas…—Se sobó las rodillas fingiendo fatiga.

Courtois al notar que era nada más por sentarse a reposar junto al rubio protestó.

—¡Ah, no! ¡Olvídalo! ¡La propuesta ya no está en píe! ¡Te lo ofrecimos y lo rechazaste, así que por imbécil y cochino te desvelarás conmigo! — Enseguida de que Pascal emitiera un puchero por la reprimenda, mientras se cruzaba de brazos como un niño malcriado, los soldados que descansaban, entre esos Oscar, se ahogaron en carcajadas. El trabajo era menos duro en compañía de amigos. Pascal hechizado de la beldad de Michel le oyó reírse con voz cantarina, muy feliz, algo que llevaba bastante sin ver en su "querido amigo".

-o-

Un día de descanso, y por lo tanto el momento ideal para visitar a sus mejores amigos. Gracias a un nacimiento habían sido nombrados no sólo los tíos, sino también, los padrinos del primogénito de los Chatelet. Como Oscar estaba algo cansada, aparte de que el periodista por esa tarde se hallaba ausente, se ocupaba de cuidar a François mientras Alain ayudaba a la madre a preparar la comida. El pequeño de unos 11 meses de edad y contando se mostraba muy juguetón y activo con su tía. Rosalie nunca faltaba en avisarle a su marido de anotar la evolución de su primogénito en una libreta. Como una especie de bitácora de lo observado en su retoño. Cualquiera pensaría que por la personalidad práctica del señor de la casa no haría caso a algo tan molesto como transcribir todo lo referente al niño día tras día, no obstante, era todo lo contrario, retornaba a casa contento y ansioso de saber un poco más de su hijo, obedeciendo de buenas a primeras las peticiones de su esposa.

Oscar muy entretenida observó a Alain introduciendo los leños en el interior de la estufa, para luego inclinarse, y a su vez con las manos sucias de hollín se empeñaba en prender como sea el fuego para la comida. El mancebo pasó su dorso por su cara, secándose una gota de sudor que bajaba de su frente a su mejilla. En el intento sin darse cuenta terminó manchándose. En cierta forma, la mujer se sentía algo inútil en temas hogareños como este, aunque encender una fogata no es igual a preparar un alimento digerible. De ayudarlo siempre era en cosas no tan complicadas, por lo que Alain era el que se ocupaba siempre de cocinar para ambos.

Recordó la vez que trató el probar cocinar ella misma, pero, lamentablemente, el desenlace de dicho experimento fue la jocosa imagen de un Alain corriendo a la ventana a vomitar lo que había hecho especialmente para él. Al terminar de expulsar la comida gritó iracundo de por poco verse envenenado en su propia casa, luego Oscar indignada le increpó, explicando sus razones de ayudarlo y de sentirse harta de verlo con toda la carga en cuanto a hacerse responsable de otra persona. Al rato de calmarse la discusión el sargento tuvo que disculparse. No podía culparla de no saber de tales temas debido a cómo fue criada. Entre mucho pensar, imaginó los roles y facetas infinitas de André, en aquellos momentos que la rubia necesitara un cocinero en sus viajes para así no morir de hambre.

Rosalie que se había concentrado en picar las verduras se giró en su asiento exclamando encantada, mientras el mancebo la liberaba de la parte más tediosa de la faena; prender la estufa y colocar la pesada olla en el fuego.

—¡Oh! ¡Cuánto te lo agradezco, Alain! Si no fuera porque Bernard está ausente no te lo habría pedido. Me causa vergüenza el hecho de hacerlos trabajar cuando es su día de descanso.

—No tienes nada que agradecer…— Levantó las manos como si espantara moscas, tratando de hacer la conversación ligera. —Así pasamos un día sin preocuparnos de tanta política. Últimamente he sentido muchísimas ganas de cavar un agujero muy profundo y enterrarme. ¡Tanto suspenso en la calle va a matarme! —Suspiró exhausto.

—Han pasado tantas cosas que un mes ya se advierte lento y eterno. No se sabe qué sucederá en los próximos días. Bernard está muy ocupado, no ha parado de ser convocado a las reuniones que organizan los jacobinos. Él ha tratado de estudiar las posturas de los demás partidos. De hecho, Cesar se ha mostrado molesto de su interés para con el periódico.

El mancebo concentrado en las verduras que se hundían en lo profundo del agua hirviendo añadió suspicaz.

—Eso es porque quieren el nombre del periódico, no la información ni la utilidad que pueda tener para la gente. Ser político no le dará libertad de elegir el contenido de "La Eternité". Bernard no la tiene fácil.

"No es de agrado de ninguno de los partidos un periodista curioso. Sólo les vale la posible publicidad que pueda traerles…"

—Es verdad, lo único que les importa es figurar y sobrevivir esta locura. Aunque no le encuentro sentido verlos retarse y reclamar, después de todo, el rey y los realistas aprovechando la distracción de los partidos estarán planeando algo. — Concordó apesadumbrada la señora de la casa, cortando en piezas pequeñas los ingredientes de la cena.

Ni reparó en que su comentario había causado otro tipo de divagación en su querida protectora; el encuentro secreto que en silencio tuvo que prometer al amante de la reina. Por más que los amara no podía decírselos. Ni siquiera Alain, que a pesar de ser su esposo no estaba del todo segura si llegaría a comprenderla, ni a los reyes que él rechazaba categóricamente. Mejor dicho, el problema no se trataba de si la entendería o no. Hasta los momentos jamás había sido defraudada ni abandonada por el mancebo, que tarde o temprano empatizaba con sus sentimientos, el asunto era la perspectiva de encontrar a los reyes como una familia más, víctimas de la injusta historia que les tocó, y no como parásitos indeseables.

Sopesando esto un sentimiento de profunda incertidumbre se apoderó de la cabeza de la ex comandante. Tendría que hallar la manera de reunirse prontamente con el sueco. ¿Qué planeaba para citarla como lo hizo? ¿Eran sólo recriminaciones por sus actos? ¿Explicar una traición que según sus convicciones no fue así? ¿O tal vez existía otra cosa que deseaba hablar con ella? No pudo pensar ni analizar lo suficiente porque una manito pequeña y suave jaló de su rubio cabello. Suspendida en tanto drama había olvidado que su sobrino estaba bien sentadito en sus piernas.

—¡Ah! — Se quejó levemente por el jalón, era molesto, aunque no doloroso. Reparó en los relucientes ojitos azules que la miraban divertidos y curiosos. A lo hondo de la cocina se oyó la risa de Alain que revolvía el contenido de la olla con una larga cuchara de madera — ¡Oh, me asustaste, pequeño! —Inclinándose un poco, sin apartar una de sus manos de la espalda del infante llevo la diminuta mano a sus labios, besándolo con dulzura. — Perdona a tu tía, tantos problemas me alejaron de ti…

Rosalie preocupada llamó al infante. Era tierno verlo activo, pero de todos modos no aprobaba la rudeza empleada para con su tía.

—¡François, no hagas eso! ¡Qué embarazoso! ¡Disculpa, Oscar! ¿Te dolió mucho? — Se excusó, estirando su cuello hacia adelante vigilaba los movimientos de su hijo, del cual solamente se podía distinguir la mitad de su cuerpo al otro lado de la mesa.

—No, No me dolió. No te preocupes… Creo que lo hizo por demandar atención. La culpa fue mía… Si se supone que te estoy ayudando a cuidarlo. — Reconoció avergonzada. El niño hizo gemidos y sonidos inentendibles, estiraba sus brazos a ella desesperado, no le costó deducir qué era lo que quería, de modo que cogiéndolo de la pequeña posadera y la espalda lo recostó en su hombro por unos minutos. François cerró sus ojos de la sensación de paz y protección mientras se chupaba el pulgar, la tela de la blusa de la rubia le resultaba confortable. — ¿Eso era todo lo que querías? No te acostumbres mucho. Pronto comerás… —Rio suavemente ocupada de mecerlo.

"Qué sencilla es la vida para los niños… en esa etapa fugaz los humanos nos preocupamos de cosas más básicas y dulces; la paz, el alimento, el agua y el sueño. No tenemos que contaminarnos todavía de egoísmos, envidias y angustias inútiles. Es en verdad muy triste, en tu futuro pasarás de los amorosos brazos de tus padres a afrontar los obstáculos y odios del mundo de los adultos. "

A los minutos de mecerlo y sobar la espalda de la criatura que reposaba en su hombro, de manera repentina se abrió la puerta de entrada. Bernard había llegado, bajo su brazo estaban enrollados unos papeles, seguramente material de su trabajo. Sus mejillas estaban rojas por el apuro de regresar pronto a su hogar. — ¡Bienvenido a casa! — Soltaron al unísono tanto esposa como invitados. Después de disponerse a colocar los rollos de papel en su escritorio, se giró a su amiga que cargaba en brazos a su ansiado hijo.

—¿Cómo está mi pequeño? ¿Causó problemas? —Extendió sus brazos para recibir al niño mientras ésta lo separaba delicada de su hombro. El infante estaba envuelto por el calor corporal de su tía.

En respuesta la mujer negó con la cabeza.

—No. Ha estado muy tranquilo. Si vieras que no ha hecho otra cosa que buscar mi atención y dormir. — Entonces le habló al niño, que aun con los ojos cerrados gemía inquieto por sentirse lejos del hombro de ésta. — Eso es… Ya es tiempo de que estés con tu padre.

Cuando finalmente la criatura despertó por completo de su letargo, se descubrió con desagrado en los brazos de Bernard que no se detenía de sonreír, en palabras del mismísimo Alain como un imbécil.

— Ahh… ¿Echaste de menos a tu papá? ¿Eh? ¿Me extrañaste? — Con las mejillas sonrosadas preguntó admirado. A continuación, los ojitos azules se cristalizaron, y la barbilla regordeta del bebé comenzó a temblar para a su vez sacudirse en los brazos del periodista. — Có… ¡¿Cómo?!

El infante se resistía a ser cargado por su propio padre, Oscar y compañía estaban boquiabiertos por lo que veían. Agitado sonaba como si un desconocido lo estuviera secuestrando.

— ¡François, soy tu papá! ¡¿Por qué no me reconoces?! —Preguntó indignado debido a que recordaba haberlo cargado con total naturalidad en otras ocasiones.

Acercando la cara del niño a la suya el pequeño colocó sus manitos en las mejillas del periodista en un intento infructuoso de separarse de él… Fue así que el sargento después de revolver la sopa por unos minutos se detuvo a observar al bebé. Con los brazos en jarra se paró tras su amigo por corroborar si lo que suponía era cierto o no, lo que resultó ser verdad, había dado en el clavo; François miraba empecinado a Oscar, la mujer mantenía los antebrazos recargados en el respaldo de Rosalie, pataleando y apartando la cara de su padre estiraba su brazo hacia ella. — ¡Qué patético! Pensó maligno y socarrón.

Ya el misterio del lloriqueo incesante estaba resuelto, y como era obvio, además de que el barullo molestaría a los vecinos, cogió al niño de las manos de su amigo, para automáticamente entregárselo a la rubia estupefacta. En cuanto esta lo tuvo en sus brazos el llanto insufrible fue aplacándose, convirtiéndose en hipidos y gemidos. François escondía su rostro con las mejillas esponjosas y ardientes en el pecho de su tía.

Bernard que seguía con los brazos extendidos en al aire pestañeó varias veces impactado, cerrando y abriendo sus dedos como si le arrebataran algo inherente a ellos.

— Qué… ¿Qué pasó…? ¿Por qué dejó de llorar?

Por su pregunta estúpida Alain muerto de la risa dio un potente golpe a la espalda del periodista, tumbándolo al piso. Afortunadamente y como estaba acostumbrado al carácter tosco del mancebo, se estabilizó en sus manos. Arrodillado detalló a su joven amigo riéndose como un maniático en lo que se desahogaba golpeando paredes, puertas y muebles. ¡Ahora si los vecinos tendrían razones para quejarse!

—¡Podrías callarte! ¡¿De qué tanto te ríes?! ¡Los vecinos me gritarán a mí, no un idiota que viene de visita! — Gruñó poniéndose de pie nuevamente.

Ante su réplica Alain pegó un puño en su propia boca conteniendo la risa, sin embargo, en su defecto comenzó a toser y de allí a reír y exclamar, señalando a la rubia.

— ¡¿Y todavía lo preguntas?! —Al verse señalada los nervios de la ex comandante se crisparon — ¡Sabía que esperando pacientemente podría vengarme de esa vez que te reíste de mí…! ¡No pensé ver algo tan jocoso en mi vida! ¡Un padre visto como peste por su hijo! — Se enjugó una lágrima que se escapaba de su ojo.

En respuesta a la burla de su amigo con los brazos en jarra el señor de la casa bufó.

—No sé de qué hablas, ¡Jamás me burlaría de ti! —Mintió descarado, lo que sucedía era que el periodista recordaba nítidamente la broma al sargento, la noche que había venido a su casa buscando consejo de un amigo leal en el tema de una Oscar reacia de contacto, pero no era tan tonto como para reconocer su culpa. Ignorando lo dicho por éste nuevamente se aproximó a su amiga con su hijo en brazos.

Por su parte tanto Oscar y Rosalie observaban la ridícula discusión que ambas presagiaban terminaría como lo mencionaba Alain.

Cruzándose de brazos y con una sonrisa de autosuficiencia el mancebo le advirtió.

—Ni siquiera se te ocurra, Bernard, si se lo quitas volverá a llorar…

—No llorará porque quien lo cargará es su padre…—Divertida y curiosa la rubia le pasó en silencio al bebé, por lo que al instante de estar en los brazos del periodista el escándalo no se hizo esperar; François empujaba el pecho de Bernard con todas sus fuerzas, a continuación, empezó a mecerse. — ¡¿Qué?! ¡Esto debe ser una broma!

Avergonzada de la escena y la discusión de ambos hombres, porque segundos antes la señora de la casa escondía su cara en sus manos, estiró los brazos para liberar a su marido del rechazo del bebé. Ya con el niño en su regazo le sobó cariñosamente la espalda mientras le daba una serie de besos en la cabecita.

—Shhh… Shhh… No llores, mi niño… vamos, no llores, mamá está contigo. ¿Tienes hambre? —Le susurró tierna, Oscar que se hallaba de pie tras la madre se inclinó a acariciar los cabellos de su sobrino, el niño tranquilo por las caricias y tono de voz dulce dejó de llorar, ambas lo habían calmado. — Eso es… eres un niño bueno… Oscar no se ha ido. ¿Ves? Esta aquí al lado.

—Creo que deberías alimentarlo. Comerá la sopa, pero… no debe faltarle la leche de su madre. —Sugirió la rubia, no paraba el trato a la nuca suave del bebé. En respuesta Rosalie asintió, descubriéndose un seno para alimentar a su hijo.

Derrotado en su soberbia, realmente deprimido Bernard afirmo las manos en la pared, con la vista clavada en el suelo, la escena se vislumbraba hermosa, el parecido físico de Oscar con su hijo era tremendo, y más aún en la pose de ambas, una sentada y la otra de pie inclinada tras el respaldo; parecían una familia.

—Soy… Soy un fracaso como padre… una ruina…—Declaró devastado y dramático, con su antebrazo se limpió brusco las lágrimas y mocos que se escurrían de su nariz.

Tras de él Alain se masajeó rudamente con los dedos su frente, casi estaba seguro de que una vena le brotaría de la cabeza. Así que, obcecado de retirar esas ideas de la cabeza de su amigo, a modo de gancho, rodeó los hombros de éste con su brazo para atraerlo a la señora de la casa ocupada de amamantar a su hijo.

—¡No digas estupideces! ¡Era una broma! ¡¿Cómo tu hijo no te va a amar?! —Lo amonestó a medida que apretaba cada vez más la cabeza entre su antebrazo y hombro, asfixiándolo.

Oscar tan agotada de este gran sin sentido suspiró, se pudiera decir soplando el fleco que caía en su frente

—¡Alain tiene toda la razón, no tienes idea de lo que pasa por la cabeza de François! ¡A esta edad es impresionable e inocente! ¡Simplemente piensa en jugar! ¡¿Cómo demonios va a preferirme a mí?! ¡¿Eres idiota?! —Con un fiero gesto con la cabeza apuntó al niño con el rostro apegado al pecho de su madre. Debido que el pequeño se estaba de espaldas escondía perfectamente el seno de la visión de todos.

—¡En efecto! ¡En eso piensa! — Concordó el mancebo, sacudiendo al periodista bajo su brazo — ¡¿Cuántas veces François puede vernos?! ¡Rara vez! ¡A ti te ve todos los malditos días! ¡No es de extrañar que por hoy esté caprichoso con Oscar!

Al decir esto finalmente soltó al señor de la casa que había caído a los pies de Rosalie que lo miraba aburrida del tema.

—Cómo esperan que no me sienta así si yo…—Cuando estuvo por hablar se vio interrumpido por su mujer, que con evidente tono de reproche se explicaba.

—Bernard, eres el padre de François, eso no lo cambiará nada ni el paso del tiempo. Fuiste la segunda persona que vio, el segundo que se enamoró de él… Yo jamás tuve intención de sustituirte por Oscar. Así que ya no tengas más estos sentimientos. Ya es suficiente.

Sobándose la mejilla roja por el roce del brazo de su amigo el señor de la casa asintió.

—Es verdad. Perdonen mi necedad. Ya estoy muy viejo para pataletas. Debí verme ridículo, ¿no? —Se giró a sus amigos, Alain rodeaba el hombro de Oscar con un brazo, en un aire familiar y protector. Ella por el contrario apoyaba la cabeza en el pecho de su pareja, al nivel de la clavícula. Encontraba curioso cómo el trato mutuo de sus amigos cambiaba dependiendo de la situación. ¿Sabían controlarlo o no se daban cuenta? En ocasiones no podía evitar comparar su matrimonio con el de ellos a causa de que por momentos los percibía diferentes. ¿Cuándo dejaban de ser esposos para adoptar otros roles? ¿Cuándo eran compañeros o jefe y subordinado? ¿En qué forma conseguían que sus personalidades por cosa de política y género no chocaran? Por supuesto, ninguna de estas preguntas podía ser aplicable para él y Rosalie, por obvias razones y como estaba construida la sociedad por aquel entonces.

—Pues… la verdad sí…—Dijo Alain compartiendo unas sonrisas y miradas cómplices con su amada.

Al ponerse de pie Bernard sintió cómo en una jugarreta la mano del mancebo alborotaba sus cabellos.

—¡Fuera esa cara larga! — Carcajeó — Volviste a casa eso es lo que importa, además ya verás que después de cenar Francois querrá jugar con su papá. — Al pronunciar la palabra "cena" pestañeó por un segundo, algo se le había olvidado. A su cabeza sólo le tomó unos instantes para procesar lo dicho, hasta que un olor a quemado se filtró por sus fosas nasales. De un salto y golpeando su cabeza tosco exclamó horrorizado. — La cena… ¡Oh, no…! ¡La sopa!

Espantado y dejando a Oscar a un lado corrió a la cocina, en cuanto se asomó al interior de la enorme olla vio que parte del caldo se había evaporado y algunas piezas de verduras quemado, pero para su alegría no todo estaba perdido, por lo que terminó echando un poco más de agua para recuperar parte del consomé, calentarlo y servirlo. Mientras cenaban, conversaban y reían, olvidando por esa noche la catástrofe y atmosfera de muerte fuera de las puertas de la casa Chatelet. Pasaría muchísimo tiempo, quizás años para que una reunión tan apacible y feliz se volviera a repetir por una última vez… No faltaba mucho para que días más oscuros curtieran un corazón que nunca en la vida supo lo que era sufrir. ¿Cómo identificar el auténtico dolor? Ni el mismo sargento que lo había experimentado podría describírselo a no ser que ella misma lo padeciera.

-o-

Acabada la visita y en el paseo de vuelta a casa la entrevista con el sueco tenía a la rubia absorta por la incertidumbre. Ni en el ameno hogar de sus amigos pudo librarse del agobiante asunto pendiente. Mientras tanto, a su lado, Alain caminaba igual de callado. Ligeramente intrigado de la mirada de ésta, perdida por alguna razón. De cuando en cuando detallaba el semblante de su esposa por si en algún momento pudiera escapársele un gesto que revelara si lo que ocurría dentro de su cabeza se trataba de algo serio o simples cavilaciones de lo de siempre, que no eran otra cosa que el estallido social ahora proliferante. Lo que rompía el extraño silencio era el sonido de los pasos de sus botas en los adoquines, las carretas de heno y de productos del campo para el mercado, como otros transeúntes y vagabundos harapientos pasaban a los costados de ellos.

"La noto distante. ¿Qué tanto estará pensando? Incluso en casa de Bernard estuvo suspendida de su entorno. ¿Qué futuro estarán observando esos ojos de cristal temerosos de quebrarse?"

Un ventarrón agitó los cabellos y mantos de la pareja, según había mencionado Bernard en la cena, en la tarde había divisado unos nubarrones de lluvia a lo lejos, por lo que, preocupado por el bienestar de sus amigos, no se lo pensó dos veces para ofrecerles pasar la noche en su casa. Sin embargo, la ex comandante, al contrario de Alain, había declinado la generosa oferta, algo que terminó por disgustar al mancebo muy en el fondo, de modo que no tuvo más remedio que marcharse a regañadientes con la rubia, simplemente por averiguar la razón de su comportamiento. Era muy raro que prefiriera retirarse y exponerse a un diluvio que quedarse bajo resguardo.

Las gotas de lluvia no se hicieron esperar, cayendo sobre las cabezas de ambos, por suerte, Oscar obsesionada de no ser reconocida por nadie nunca salía sin un sombrero sobre su cabeza, en el caso de Alain, muy rara vez hacia uso de uno, a no ser que estuviera en servicio. La expresión melancólica de la rubia no cambiaba ni con el agua fría; las gotas en sus mejillas y pestañas, y para colmo con ese rostro adormecido era señal de alarma para él. De la nada por cortos instantes el cielo nocturno se iluminó, truenos y rayos golpearon seguramente alguna colina o pradera, retumbando en los oídos de la población de París. Ingenuamente sacerdotes y clérigos lo señalarían como una manifestación de la ira de Dios al pueblo, que acosaba y encarcelaba a los reyes que había elegido para sus hijos.

Tomándola de la mano, y advirtiendo que la lluvia empeoraba, se apresuró a detener un coche de alquiler, que al parecer se dirigía a la misma dirección que ellos.

—¡Rápido sube! —Ordenó mientras abordaban el vehículo con las botas y piernas enlodadas. Ya acomodados en su interior la indujo a acurrucarse contra su pecho, procurando meter a la mujer dentro de su capa y así compartir calor. Bien entendía que no podía permitir que cogieran una neumonía. Sin resistirse, sintiéndolo como un refugio a su malestar abandonó su peso contra él, cerrando los parpados y pestañas empapadas, muy cansada de la situación, pero no lo bastante para que la derribara el sueño.

"Sabes que algo sucede conmigo. Lo que no entiendo es… ¿por qué no me preguntas? Ni lucho por no verme tan obvia. No puedo decir lo que me aqueja si no me lo sacas a la fuerza."

Cuando por fin llegaron tuvieron que ingresar rápido al interior del edificio, debido a que por la intensidad del aguacero dedujeron que la lluvia no pararía hasta tocar el amanecer. Lo primero que hizo el sargento fue prender la chimenea y arrojar leña para alimentar el incipiente fuego. La estancia a pesar del encierro se sentía abrumadoramente fría. Tras de sí se hallaba la ex comandante bajo una manta, después de cambiarse y quitarse las botas y ropas caladas de agua, que entonces estarían secándose en una soga a lo largo de la sala. Los escalofríos la invadían, sentada en una silla por reunir calor se abrazó así misma mientras su esposo seguía concentrándose en atizar las llamas.

— Con esto nos calentaremos…—Dijo con simpleza en lo que se sentaba a su lado. — En este momento un vaso de sidra caliente sería lo ideal… Nunca lo he probado, bueno, nadie excepto mi padre, sin embargo, él nos contaba de su sabor dulce, que es una bebida habitual para noches de frío y lluvia. Lo probó gracias a su abuelo, como premio por un favor a un hidalgo rico. Siquiera una vez en su infancia y no olvidó su sabor, aunque eso es habitual para la nobleza, supongo que tu si debes haberlo probado alguna vez…—Bostezando estiró sus brazos hacia el fuego para calentar sus palmas, para luego doblarlos tras su cabeza. En el acto de retorcerse y liberarse del entumecimiento sus articulaciones emitieron un crujido, una costumbre muy marcada en él.

La mujer se inmutó ante sus palabras, aun a estas alturas de su relación la diferencia en cuanto a vivencias era demasiado evidente. Le sorprendía el hecho de que a pesar de todo lo anterior, se hubiesen enamorado. Reparó en él algo culpable, tragó saliva llena de inquietud, ¿Cómo Alain no iba a tener recelo y prejuicio contra los aristócratas y reyes de los cuales sabe muy poco? Actualmente ya era mucha entrega aceptar a una mujer de esos orígenes.

"Dice que es una bebida que no ha probado. El pueblo por lo que tengo entendido no sabía de lo simple de un vaso de vino. He abandonado muchas cosas, y de igual manera esto me demuestra que es incierto si aceptará lo que siento respecto a la gente que dejé atrás… La mujer que cree que la abandoné como lo hizo la mismísima madame de Polignac. Alguien que yo tanto decía odiar... ¿Soy hipócrita con ella y con Alain? ¿Está mal lo que siento?"

Al calentar sus manos con su aliento, sonrío tenuemente, para enseguida cruzar sus brazos y responder finalmente a la pregunta de Alain, que no paraba de mirarla expectante.

—Sí… si lo bebía…—Admitió amargamente, quitó la mirada para concentrarse en el fuego que crepitaba dócilmente delante de ella — no con tanta frecuencia porque al beberlo lo hacía en momentos específicos; en Navidad, una costumbre que mi padre adoptó en sus viajes a Inglaterra, o cuando visitaba los terrenos de mi familia. Como noble ricachona e ignorante de mi entorno, mi bebida predilecta era algo más lamentable e inimaginable. Me avergüenza el decírtelo, su sabor es más delicioso que la de la sidra de manzana con especias que calienta la garganta y el pecho.

Alain comprendió a qué apuntaba la respuesta de su esposa, el recuerdo de lo envenenado y cerrado que era de creer que los nobles no eran humanos como él. Oscar sentía vergüenza de haber tenido la fortuna de ser feliz gracias a que fue la hija de su padre, no era su culpa el tener recuerdos maravillosos de los cuales pocos podían disfrutar.

— No voy a enfadarme, Oscar. Dímelo…—Le pidió abierto a lo que fuera a confesarle, sujetándose las manos con la cabeza gacha y la espalda encorvada — Sé de dónde vienes y no tienes porqué ocultarlo. No tenemos de qué avergonzarnos. Casarte conmigo no se trata de censurar la vida que te dio tu padre sólo porque no tuve esa suerte. No soy el mismo que conociste… — Hizo una breve pausa —Eres noble y eso es algo imposible de borrar.

Ella impresionada como complacida por su respuesta soltó con una ligera risita.

—Chocolate.

—¿Chocolate…? —Repitió boquiabierto, arqueando una ceja ante el drama que habían armado, advirtiendo la quijada floja del impacto, su expresión se veía cómica.

—Era lo que más adoraba beber por las noches…— Conteniendo la risa y el rubor en sus mejillas se llevó un puño a sus labios — mi nana se ocupaba de que nunca pasara una noche fría sin mi gusto particular. —Entonces de la risa su semblante se tornó nostálgico. — André enviado por la abuela, sin falta me traía la bandeja con la taza humeante de vapor a mi puerta.

—¡Lo sabía! ¡No estaba equivocado! ¡Te malcriaban mucho! — Exclamó de sopetón, sorprendiéndola, como si hubiese hecho un gran descubrimiento. — eras ricachona, malcriada, niña de papá… hmm… ¿Qué más? —Preguntó a nadie en particular, tamborileando su barbilla, parecía qué en serio se esforzaba en buscar otro sinónimo.

A causa del tono burlón con el que la describía el mancebo ella añadió tan divertida como él.

—¡Ignorante de la realidad e ingenua! — En el colmo de la gracia por la acotación se rieron hasta sentir algo similar a un dolor de barriga, Oscar se carcajeaba con una mano en la frente mientras que Alain, propio de su carácter campechano daba manotazos a sus rodillas.

—Apropósito…— Hizo una breve pausa, la próxima cosa que diría no era normal, usualmente le daban lo mismo los alimentos mientras pudiera meterse algo a la boca — ¿A qué sabe el chocolate? — Inquirió curioso del elixir que enloquecía en el pasado a su amada.

—Es dulce, espeso y espumoso… Tan delicioso que al beberlo adviertes una cálida caricia en la garganta. El alcohol en todas sus versiones es ácido incluso para el paladar más disciplinado, además de bullir en el estómago, no obstante, con el chocolate sientes un sedante muy agradable, y no me refiero a lo que sientes al estar borracho. — Explicó didáctica como divertida al notarlo estar a punto de decir algo, había adivinado lo que el sargento pretendía decir, por lo que éste arrugó la nariz en su intento fallido de opinar.

Intrigado por la maravillosa bebida el mancebo se quedó divagando del misterio de su sabor, algo que era probable que jamás conocería.

—Imagino cómo sería…—Musitó al tiempo que apoyaba la barbilla en la palma de su mano.

Notándolo triste por mencionarle lo que era normal para ella, suspiró, bastante relajada colocando su cabeza contra el fuerte hombro, para tomar su mano y apretarla con firmeza. Las llamas bailaban frente a ellos, crepitando la madera que se consumía, el ambiente cálido y reconfortante. Ella quería hacerlo sentir mejor, después de todo, muy a pesar de las carencias que él pudo tener, le permitió disfrutar algo que creyó no poder seguir teniendo tras su pérdida anterior.

—Hay algunas exquisiteces que algunos esperan probar en su vida sin llegar a hacerlo jamás. ¿Pero sabes cuál es una mucho mejor y más embriagante y dulce de ellas y que sólo tú puedes darme? —Preguntó al girar el rostro, besando el grueso cuello junto a ella, ruborizándolo y sorprendiéndolo, consiguiendo que el mancebo se apartara ligeramente. Él pudo ver las llamas danzando en esos ojos azules, flamas del deseo mucho más poderosas que las del fuego de la chimenea.

—O- Oscar… —Titubeó y ella sonrió picaronamente.

— ¿O es que preferirías probar el chocolate antes qué probarme a mí?

Inmediatamente ella se lanzó a sus brazos, besándolo con furor, deseando borrar la melancolía del mancebo con sus besos. En ese momento el cerebro del hombre se bloqueó de todo menos de la rubia sobre él, ambos arrancando la ropa que llevaba el otro. La piel todavía ligeramente fría, siendo lentamente calentada, se sintió sensible al contacto de su mujer. Las uñas de la ex comandante rasguñaron su abdomen y ambos rodaron al suelo sin dejar los abrazos y besos, ignorando la molestia de la caída, demasiado sumergidos en el momento.

— De verdad esto es mucho más dulce. —Apenas pudo alcanzar a decir eso al tenerla sobre su regazo, besando el delicado cuello, lamiendo y mordiendo un punto sensible, consiguiendo un pequeño gemido de la rubia.

Alain la tomó, levantando sus caderas e introduciendo su miembro, Oscar empujó hacia abajo, con penetraciones lentas mientras se besaban. "Mucho más placentero." Pensó el mancebo, sujetando un pecho y torturando el pezón mientras la besaba y dejaba que ella marcara el ritmo de las penetraciones con el sube y baja de sus caderas. Los labios del hombre recorrieron los hombros pálidos y bajaron hasta la clavícula, mordiendo el hueso, escuchando un agradable jadeo. "Tan hermosa," pensó al mirarla con los ojos cerrados, con los suspiros apenas saliendo de sus ahora enrojecidos labios. La otra mano libre de Alain bajó entre sus cuerpos, apretando las costillas ligeramente y acariciando en ombligo hasta llegar a donde lo deseaba, cuando él empezaba a sentir el clímax sobre sí mismo, masturbando el clítoris de la rubia para animar a que se viniera con él, ella se crispó al sentirlo tocar esa parte de su anatomía, mirándose por unos instantes antes de buscar su boca de nuevo. Entre beso y beso, Oscar se sintió apretada a su alrededor, aferrándose a la espalda fuerte y raspando con las uñas hasta dejar marcas, hasta que, con un suspiro satisfecho, convulsa cayó sobre su pecho, con él acariciando y besando los mechones húmedos, alegrándose de haber conseguido que se viniera con él a pesar de haber tenido que salir de ella antes de vaciarse en su interior. Ambos cerraron los ojos, simplemente dejando que el calor de la chimenea siguiera con su danza, pues no había nada más que decir, simplemente mantenerse abrazados era suficiente por el momento. Alain podía carecer de todo, pero sentía que estaría muerto en vida sin poder experimentar el tenerla queriéndolo de esa manera.

Enredados entre las cobijas, durmieron frente al calor de la chimenea, no obstante, Oscar no conseguía conciliar el sueño por más que lo intentara. No fue suficiente estar arropada por las cobijas y el pecho de su esposo para aplacar la ansiedad. Incorporándose en lo que se llevaba una mano a su frente, frunció los labios y se mordió el inferior, seguido de ello, se fijó en el hombre que la entendía y acompañaba en sus frustraciones y dudas. Sonrió suavemente mientras se ocupaba de abrigarlo con las capas de cobijas. Debía tomar una decisión o no podría dormir en paz.

Sin hacer el menor ruido se retiró en silencio a la alcoba para prepararse para su inesperada salida. Por no dar más señales de sospecha se vestiría de civil para la cita, con el mismo disimulo bajó las escaleras, y cogiendo del perchero su tricornio y capa, algo más secas, antes de abrir la puerta y cerrarla lenta y cautelosa para marcharse, reparó por una última vez en el cuerpo que reposaba arropado delante de la chimenea.

"Lo siento mucho… Si fueras tú la persona a la que olvidé y me rogaras una explicación, habría hecho lo mismo. El hecho cruel de elegir, me ha dado el puñal para lastimar a los que amo. Espero puedas abrir tu mente a esta noble despreciable que te ama devota. Tengo que ver a Fersen, Alain…"

-o-

Boys Over Flowers- Tears are Falling (EN ESPAÑOL por Milly)

Paso las noches sin dormir

Con pensamientos de ella en mi mente

No hay duda que yo era un tonto

Las lágrimas están cayendo en mi corazón

Debo enterrar todo el dolor

Pensé que estaba bien solo

Entonces apareciste tú

Y mi mundo se volvió al revés

Cuando ya me había rendido

Me dijiste que estaba equivocado

Pero yo no quería ser herido

Era demasiado egoísta para ver que era un tonto

Pensé que había perdido mi oportunidad de amar

Así elegí ser así…

Alguien que no se preocupa por nadie más…

Parece que conoces mi corazón

Incluso herido te quedas conmigo

Entonces apareciste tú

Y mi mundo se volvió al revés

Cuando ya me había rendido

Me dijiste que estaba equivocado

Pero yo no quería ser herido

Era demasiado egoísta para ver que era un tonto

Pensé que había perdido mi oportunidad de amar

Así elegí ser así…

Alguien que no se preocupa por nadie más…

No tiene por qué ser así…

Es lo que dijiste

Y ahora quiero creer…

Sólo me amas sin esperar nada de mí…

No puedo creer que hallara a alguien como tú…

Espero no sea demasiado tarde

Y que todavía sientas de la misma forma

Finalmente me he dado cuenta

Eres mi segunda oportunidad

-o-

Caminando como un león enjaulado por su estudio, a duras penas iluminado por la imponente chimenea. Proporcionando solamente la suficiente luz para la actividad que llevaba a cabo su dueño. La distinguida habitación alfombrada estaba repleta de libros, macetas con plantas exóticas, figuras de porcelana y otros tipos de adornos con plata, Fersen jugaba una partida de ajedrez con uno de sus sirvientes, alejándose y regresando de forma repetida e insistente a la mesa con el tablero. Ignoraba completamente que la persona con la que ansiaba entrevistarse pasaba por el mismo ataque de hiperactividad. El joven criado, de nombre Balthazar, concentrado en su siguiente movimiento en gesto nervioso pasaba su dedo pulgar e índice por su débil barbilla, hundida en una papada por la obesidad. Aun no era del todo un experto ya que por la ausencia del tío de su patrón se vio obligado a ser su distracción, había acabado de recibir las reglas del juego. Por otro lado, el nórdico, con la maquinaria de su cabeza trabajando a toda su capacidad, podía atender el juego sin mucha dificultad.

"Tiene que venir… conozco cuanto le duele que subestimen su honra y orgullo. ¡Oscar, no puedes fallarme de nuevo! ¡Tanta es mi esperanza de verte que me niego a dormir! ¡Este mundo se cae a pedazos sólo porque el hombre no tiene palabra!"

Potentes golpes se oyeron en la puerta principal, en pleno diluvio alguien llamaba persistente a la entrada. Para desgracia del muchacho que demoraba demasiado en decidirse por cual casilla del tablero posicionarse, con un gesto con la mano el sueco lo detuvo para contestar el llamado. Haciendo algo inaudito para su nivel, abrió el pestillo de la alta ventana para asomarse, el chico horrorizado se paró abrupto de su asiento.

—¡Señor conde! ¡Por Dios! ¡¿Qué es lo que hace?! ¡Se empapará! —Exclamó corriendo a la ventana para detenerlo, Fersen la había abierto. En el acto de mirar hacia afuera los rubios cabellos cenizos se mojaron.

Desde lo alto observó la figura de una persona en la entrada; al parecer para protegerse del diluvio traía puesta una capa y tricornio. De allí con los cabellos y parte de su blusa empapada, el señor de la casa antes que su mayordomo, se precipitó a bajar las escaleras para abrir la puerta. Ya frente a ella y espantando a los criados, la abrió para automáticamente toparse con un doncel, tan cubierto por la capa como le había distinguido desde la ventana. Sin embargo, bajo el sombrero los bucles que se asomaban se habían empapado. Los ojos del chico lo miraban en una mezcla de asombro y turbación.

— Fe…Fersen. —Balbuceó con el corazón latiendo desenfrenado de la ansiedad, a la expectativa de lo que fuera pasar para cuando viera nuevamente a su viejo amigo. De repente por el ambiente helado no pudo evitar estornudar.

Preocupado por el estornudo, y como un gesto impulsivo el extranjero la tomó de la muñeca, jalándola con él al calor y protección del edificio. Ya en su interior el hombre lentamente comenzó a retirarle el sombrero y la capa mojada. Sentía que en el proceso de ayudarla la estaba inspeccionando, como si trataba de reconocerla de algún modo. Tocó desconcertado los cortos bucles rubios que goteaban en la cabeza de la que ni sabía si seguía siendo su amiga. Lo siguiente que hizo fue posar su mano cálida en la mejilla fría de la mujer.

— Oscar, todavía me cuesta creer que seas tú… —Expresó finalmente con aire calmoso y sosegado, esas solas palabras terminaron por tranquilizarla. — No había perdido las esperanzas, estaba seguro de que no me dejarías como un idiota.

—Pues yo sabía que regresarías sin falta a su lado. Si yo tuve fe en el honrado conde que llegó tarde de su viaje a Estados Unidos, bien podías esperarme un poco más…— Cerrando sus ojos sujetó la mano masculina que calentaba su mejilla. — Fersen, hay tanto que quiero contarte.

—En ese caso somos dos… hace muchísimo de la última vez que hablamos. —Sonrió sutilmente, separando delicado la mano de la mejilla helada, para entonces plantar sus labios sobre el dorso blanco, húmedo por las gotas de agua, como un caballero a una dama. La acción hizo que la rubia retrocediera un paso alterada, retirando brusca la mano del agarre del señor de la casa. Le resultaba extraño que la tratara como una mujer frágil a pesar de su aspecto que distaba de lo mencionado — Oh, lo lamento. ¿Acaso te asusté?

Ésta negó con la cabeza ligeramente incómoda.

—No. Es que… no me lo esperaba. —Tragó saliva tensa. — no pensé en que fuera posible que un caballero de tu clase pudiera besar la mano de un traidor guardia nacional.

—No estoy dando mis respetos a un sucio traidor…— Le guiño un ojo coqueto, tal cual la noche de su ingreso a París — sino a una hermosa mujer y una amiga. — Hospitalario hizo un gesto para que lo siguiera — Espero que lo que quieras decirme sean las respuestas a tantas preguntas, que no han parado de rondar mi cabeza todo este tiempo. Acompáñame a mi estudio, estaremos mejor cerca de la chimenea, además de que por tu semblante y ese estornudo una taza de té te vendría bien.

Cuando ingresaron a la habitación, el conde inmediatamente cerró las ventanas en las que se había asomado anteriormente, y de allí las puertas para concentrar el calor que su amiga necesitaba. Mientras el sueco se ocupaba de preparar la estancia para su visita, Oscar se dedicó a repasar los muebles y adornos que dotaban a la habitación.

"Parece un sueño… es como si regresara a la época en la que lo visitaba para advertirle del peligro en el palacio."

Fersen que la veía callada y abstraída se acercó para ofrecerle uno de los dos sillones frente a la lumbre de la chimenea, cuando ya estaban sentados en los altos y mullidos asientos el hombre descanso su barbilla en su puño.

—Bien… ahora ya no hay nadie que pueda interrumpirnos, ni tiempo que podamos recuperar, por lo que iré al grano, Oscar…—El tono y semblante gentil del hombre acabó por desaparecer —¿por qué lo hiciste? ¿Por qué traicionaste a Lady Antonieta, revelándote con los plebeyos? —Preguntó directo y sin tapujos, frunciendo su apuesto rostro, sumamente interesado de acabar con el misterio de la desaparición y aparente traición de la ex comandante.

La mujer que no esperaba que la interrogara tan intempestivamente, vació sus pulmones suspirando en aire de derrota. El día de la verdad había llegado, el día en que tendría que explicar sus intenciones y pensamientos. Le resultaba anormalmente similar a su charla con el marqués de Lafayette y madame de Staël, mujer que antes pretendiera el conde Fersen.

—Nunca aspiré a tal cosa como traicionar a su majestad. —Replicó pausada y entristecidamente. — no podía seguir ignorando las injusticias que ocurrían con los más pobres de este país. Lo que viví con mis soldados de la Guardia Francesa me abrió los ojos al sufrimiento de mi pueblo. No hallé otra manera de reaccionar.

—Si no es traición, Oscar, entonces, ¿Qué es…? — Le interrumpió sin evitar una ligera risa de ironía, pero al darse cuenta de lo mal que sonaría se contuvo y más calmado, pero sin abandonar el tono de seriedad dijo — siempre he apreciado tu buen corazón. Desde que te conocí esa virtud de guardar buenos sentimientos hacia tus semejantes me ha dado una buena opinión de ti, sin embargo… — Con expresión tétrica se fijó en los riachuelos de agua que se escurrían por los cristales de la ventana. Por un instante los percibió, por culpa del resplandor de los rayos y truenos que rugían temibles entre las nubes, como sangre que bajaba de manera interminable de un cuerpo cercenado. — lo que ves no es como lo pintan.

— ¿De qué hablas…?

—Hablo de que tu buen gesto y generosidad a los indefensos no será bien recompensado.

—No lo hice por interés ni por salvar mi pellejo. —Replicó rígida— No soy como otros nobles hipócritas que huyen y se lavan las manos de todo el desastre causado.

—Si no eres como ellos, ¿Por qué te escondes de los desposeídos que has defendido de la monarquía? —Contraatacó con espantosa franqueza. La pregunta de Fersen más que polémica y repetitiva era dolorosamente cierta, ¿Para qué se escondía? Por lo que recordaba lo hacía por advertencias de Bernard y de sus amigos, que daba a entender de un modo terrorífico, y reiterado por mismísimo marques de Lafayette, que la gente ignorante era impredecible. Un día te apoyaban, pero al otro te desechaban. Los nobles difiriendo de los anteriores, eran más obvios que el mismo pueblo a la hora de juzgar si aprobaban tu existencia o no.

Dubitativa no supo que responder, se relamió los labios nerviosamente, tratando de analizar una respuesta plausible, no obstante, la única que encontraba era mantenerse viva por ayudar en el proceso revolucionario, lo cual para Fersen los motivos de ella estaban más que claros. El sueco deseaba usar dicho tema de horror para explicar otra cosa mucho más complicada.

Colocando una pierna sobre la otra, el nórdico prosiguió mientras leía los gestos y expresiones de su invitada.

—Eso debiste descubrirlo el día en que estuvieron a punto de lincharte con André. Nadie se detuvo a confirmar si él era a ciencia cierta un aristócrata, solamente querían desahogarse con cualquier inocente bien vestido que vieran.

Recordando el espantoso episodio la mujer respondió, tan seria como su aludido, saltaba a la vista que la había llamado por un asunto relacionado con el tema.

—Si no fuera por ti y la tropa de dragones que encabezabas habría muerto ese día con André. En lo que me queda de vida nunca podré pagarte semejante gesto, pero…— Enderezándose en el asiento, y apretando uno de los descansa brazos manifestó demandante y severa a su interlocutor que se creía más sabio que ella — yo sé que no es por abrirme los ojos, ni hacerme regresar a la aristocracia por la que agarraste mi cabeza en la entrada a París, Fersen… Así que dime, ¿Qué deseas de mí, o me llamaste únicamente por saber que tan atormentada estaba por elegir?

—Me satisface que seas directa. Si te invité fue porque sabía que cuando haces algo es por una razón poderosa, y no me equivoqué. Te pido me perdones… — Emitió una risa cansada, terminándose de abandonar en el respaldo de su asiento— Me temo que por esta situación tan desesperada me veo en la obligación de usar, así sea despreciable, por la mujer que amo la deuda que tú y yo tenemos…—Tragó saliva tensó por lo próximo que le pediría — Necesito que me ayudes a sacar a la familia real de París...

La mujer palideció, por un instante creyó sentir la sangre congelarse en todo su cuerpo. Lo que le pedía era algo tan grave que pondría a inocentes en peligro, sin contar lo que significaría para el pueblo ansioso de una razón justificable para agredir a los reyes, sobre todo a María Antonieta, quien ya guardaba un resentimiento a los guardias nacionales, que más que protegerlos los vigilaban. No era secreto para la ex comandante los constantes atentados a la vida de los monarcas y de su poca o nula libertad en las Tullerías.

—Te… ¿Te das cuenta de lo que me pides…? —Tartamudeó turbada. El terror podía leerse sin dificultad en su cara, entonces indignada se levantó de su asiento. Confrontando al señor de la casa gritó. — ¡¿Sabes lo que esto traería?!

Sin dejar de sostenerle la mirada el hombre asintió mecánicamente.

—Sé lo que conlleva, Oscar… En estas circunstancias no tengo otra opción. —La señaló detractor — ¡Tú misma has dicho que tomaste aquella decisión porque no viste otra salida! ¡Deberías ser la primera en entender mi agonía! ¡No esperaba este nivel de cinismo! ¡¿Si la persona que amarás estuviera entre la vida y la muerte no lo harías?! ¡Dime…!

El reclamo y grito de auxilio desesperado del sueco la impresionó al punto de quedarse muda por un segundo, reparó en el suelo, tragó amarga y pesadamente.

"Si lo que más amo estuviera en peligro y fuera contra la moral el salvarlo, ¿Lo abandonaría a su suerte?"

—No…—Admitió tensa, derrotada ante los argumentos de su aludido —si lo más querido en mi vida estuviera peligrando, por protegerle sería capaz de dar hasta la última gota de mi sangre.

—¿Ya me comprendes? —Preguntó parándose al igual que Oscar, alargando sus brazos hacia ella esperanzado, ésta asintió en respuesta.

—Entiendo tu punto, no puedo negar que tienes razón. De todas formas, déjame advertirte, que esto que propones será visto públicamente como un acto cobarde y de traición. Sé consciente, Fersen, que si no resulta el pueblo no lo perdonará…

—Lo sé, y por eso te lo pido… Al pueblo no le bastará con los derechos del hombre y el ciudadano. Ni el hecho de recibir el visto bueno de su majestad. Lo que realmente desean más que un cambio en sus vidas es una retribución de sangre. — Para avivar más sus palabras empuñó sus manos frente a la mujer, agitándolas contundente — El pueblo clama venganza a la familia real. Lo parezca o no el rey es inocente de todo lo que se le imputa, este asunto es más viejo que tú y yo juntos, Oscar... sí para un noble emigrado regresar es funesto, quedarse es mucho peor. ¿Estarías dispuesta a permitir que la sangre de esta familia sea derramada?

Como muchas veces sucedía, el subconsciente, aunque muy en el fondo tuviera presente la grotesca realidad, usaba como mecanismo de defensa la mentira o el olvido, para de ese modo proteger la mente de la persona de un trauma irreparable. Un recuerdo demasiado impactante de su primera vez en Paris como un ciudadano común vino a su mente, un ejemplo sencillo que revelaba qué tan macabros eran los sentimientos del pueblo hacia María Antonieta; cuando presenció cómo un grupo de hombres sacaban un cuerpo consumido por la viruela de un edificio, seguido de eso una desdichada mujer gritando misericordia ante el carácter indolente del casero, que anteriormente le había alquilado un cuarto con su hijo enfermo.

Nunca pensó que las palabras que despidiera la mujer fueran a preocuparle tanto.

"¡Mi hijo…! ¡Único hijo! ¡¿Dios mío, que te he hecho?! ¡Te llevas a mi marido! ¡Ahora al hijo que él y yo luchamos por proteger! ¡Desdichados todos! ¡Todos y cada uno! ¡Mi hijo muere!¡Mi dicha se ha esfumado! ¡El médico come! ¡Todos comemos! ¡Pero de todos, el médico come a cambio de salvar una vida! ¡Era muy tarde! ¡Zorra sin corazón! ¡Alimaña austriaca! ¡Los hombres de mi vida muertos para que los tuyos se bañen y alimenten de leche y miel! ¡Maldita…! ¡Quiero remojar un pan en tu sangre tan solo una vez!"

De repente alguien tocó a la puerta, sorprendida por los toques que la arrancaron del nefasto recuerdo, la rubia reparó a sus espaldas, el mayordomo ingresó con la bandeja de aperitivos al salón, para después colocarlos en la mesita junto al sillón del amo de la casa, de allí con la misma calma se retiró dejándolos solos.

Fersen se volvió a su asiento a coger una taza de la que manaba vapor para pasársela a su invitada, que regresaba a su puesto afectada por la propuesta.

—Por tu cara veo que te puse en un dilema. — Le dio un sorbo a su taza para a su vez colocarla a su costado— No has respondido a mi pregunta, Oscar… ¿Cuál es tu decisión? —Preguntó grave, la atmosfera de tensión no se desvanecería sino hasta oír la respuesta definitiva de la mujer.

—En otra época habría contestado sin dudarlo. Ahora yo…— Cabizbaja cerró sus ojos tentados de verter una lágrima, hizo una mueca en gesto doloroso. Sujetaba algo temblorosa la taza entre sus manos — me siento dividida por alguna razón.

—¿Por qué? —Inquirió intrigado.

—Porque cuando sé es un niño inocente y ciego de los argumentos y sufrimientos de alguno de los dos bandos es fácil elegir… —Antes de dignarse a beber el té que le habían ofrecido, vio la luz del fulgor de la chimenea reflejándose en el líquido.

"¿Por cuánto tiempo podrán soportar la reclusión en las Tullerías? Su corazón ha soportado tanto. ¿Oscar, cuantas veces ella no ha reposado en tus brazos destrozada de su suerte? ¡La muerte de un hijo! ¡Luis José! ¡Oh, mi querido príncipe, mi alma se parte en dos ante las lealtades a mi causa y a ella! ¡Debo decidir! Ahora podría cumplir lo que no pude hacer en ese lluvioso mes de octubre. ¡Francia no puede bañarse de la sangre de sus reyes para ser libre!"

Al observarla abstraída por la indecisión el nórdico suspiró agotado. No iba a presionarla por las horas que les quedaban, debido a que tiempo era lo que menos tenía.

—Bien… eras mi última carta bajo la manga. Ya se me hacía de mucha suerte que fueras vigilante del portón para salir al este hacia Varennes. Entiendo tu confusión, lo único que voy a pedirte es que lo que hablamos no salga de esta habitación, eso pondría en peligro a los implicados.

—Aun no te he contestado. —Más repuesta de haber meditado tanto alzó su cara a su aludido para manifestar firme y decidida — Lo haré…

—¡Me alegra escuchar eso! ¡Te lo agradezco! — Levantándose emocionado estrechó la mano de la mujer — ¡Pondré en marcha los preparativos!

—Yo por el contrario no estaré en paz hasta verlos fuera de París. —Llena de convicción correspondió al gesto. — Sólo te ruego que no le cuentes a ella que sigo con vida.

El sueco parpadeó extrañado.

—¿Y eso por qué?

—Tengo mis motivos…—Dijo cortante, no deseaba hondar más en sus propios sentimientos, lo que deseaba era concluir lo propuesto por el sueco. Fersen algo extrañado de su respuesta optó por respetar la paz de la mujer, dejando el asunto zanjado para ir a temas más convenientes.

En los pocos minutos que quedaba de la visita, Fersen le exponía en lo que podría ser de utilidad como vigilante de una de las salidas. Oscar escuchaba atenta las indicaciones y las fases de la operación, pero, como dijo al principio, no estaba segura de que tipo de lealtades tenía para ambos bandos. El anhelo de un país con equidad y sin más sacrificios de sangre de por medio no cesaba en ella, como fuera estaba empeñada en cumplirlo, aún si esto sonara imposible. Por otra parte, ¿Qué pensarán los que comparten los ideales de libertad e igualdad? ¿El general Lafayette? ¿Madame de Staël? ¿Bernard? Y… ¿Alain? No veía ningún inconveniente con Rosalie, ya que en otro tiempo la jovencita había entablado conversación con la reina, descubriéndola más tierna y dadivosa de lo que muchos políticos hubieran retratado.

"Esto será lo único que podré hacer por usted, Lady Antonieta. ¡Por los años radiantes de una frágil esperanza al futuro, y por la memoria del príncipe Luis José, Oscar le será de utilidad por una última vez…!"

-o-

Como producto del encuentro secreto, Oscar se vería involucrada en una de las intrigas más grandes al pueblo. Algo de lo cual estaba obligada a callar sin importar las consecuencias. Ni Alain que se pensaba el confidente de su compañera, se enteraría de lo que la había aquejado aquella tormentosa noche. No, no lo sabría sino a la mañana siguiente, del día, de la clara traición empujada por los ingenuos sentimientos de su esposa. Desde luego, la ex comandante no intuiría el objetivo del rey, que después de conseguir viajar a la ciudad fronteriza más próxima, Montmédy, a unos 287 kilómetros al este de París, en la actual frontera con Bélgica (por esa época posesión de Austria) Allí, lanzaría una proclama para denunciar los abusos de la Revolución.

20 de junio de 1791, el día que definiría el futuro de los protagonistas, si lo que les aguardaba en el horizonte era la perdición o la esperanza. El golpe de Fersen comenzó a las 10 de la noche.

En ese momento: el rey recibía en el palacio de las Tullerías la visita de los funcionarios de la ciudad, el comité de miembros de la Revolución, seguros de que en todos los pueblos fronterizos se colocarían los batallones de la caballería al mando del general Bouillé. El emperador de Austria había concentrado un batallón armado en su frontera con Francia a la espera del rey y su familia.

A la hora señalada María Antonieta, conteniendo un posible ataque de nervios, debía mantener la compostura para de ese modo no trasmitir un sentimiento equivocado a sus hijos. Empecinada de llevarlos cautelosamente a Fersen, acordando que cada miembro de la comitiva que escaparía en el coche iría sumándose a lo largo del lapso premeditado. En muchas cosas habría que disimular la identidad y estatus de los fugitivos, pero para contradicción e ironía del artífice del escape, estos no hicieron el menor caso a sus sugerencias, no tenían la cultura de la moderación, tampoco entendían lo imperativo de preservar sus vidas antes que seguir con la necedad de la suntuosidad. Si ya era muy difícil discutir el tipo de coche que cambiarían al llegar a cierto punto del trayecto, para ser precisos Châlons. Un vehículo ostentoso, digno de un gobernante o de un dios, lo siguiente colmaba en lo ridículo; Prácticamente, Fersen arriesgaría la vida por cumplir los caprichos de inconscientes, no sólo el rey, la reina, los príncipes, la hermana del rey y la institutriz, junto con su hija escaparían, de lo cual sería de lo más natural, vendrían, para hacer más inaudito y poco realista el escape, el peluquero de la reina y dos sirvientes, con baúles repletos de ropa, vajilla, botellas de vino y otros lujos. Con esto la magnitud del reto depositado en el amante de María Antonieta se le pudiera considerar titánico.

Al dejar a sus hijos al cuidado de Fersen la reina volvió al salón, como si nada hubiera sucedido. Poco después se retiró a su dormitorio, dio las instrucciones a sus doncellas para el día siguiente y se acostó. Pero nada más quedarse sola se vistió con un vestido y sombrero ideal para la ocasión, para salir ya preparada por unas puertas ocultas del palacio.

El rey por otra parte, estaba obligado a quedarse departiendo con los cortesanos hasta las once y media de la noche. Cuando se marchó a dormir, su ayuda de cámara, como era habitual, se acostó a sus pies con un cordel atado a su muñeca para que el monarca pudiera llamarlo en cualquier momento que lo necesitara. Por despistarlo le hizo un encargo al criado; cuando éste volvió, pensó que el rey estaba dormido en su cama con dosel, aunque en realidad éste había aprovechado su ausencia para escapar. El soberano había salido por una salida distinta a la de su esposa, ahora él y María Antonieta se reunieron por fin con sus hijos y Fersen a las dos de la madrugada, con dos horas de retraso. Ya con toda la comitiva completa sin mencionar la exageración del coche con todas sus comodidades y servicios, atestado de pasajeros partieron.

Ahora faltaba la segunda fase del plan urdido por el sueco; conseguir salir de la capital sin inconvenientes, con la ayuda de la supuestamente extinta comandante.

Corría como el viento en la noche oscura de París el coche conducido por Fersen, con seis importantes fugitivos. Por las horas preciadas que no se repetirían para una nueva oportunidad, el noble "cochero" golpeaba desesperado con su látigo a los caballos que jalaban sin descanso el vehículo.

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En los portones que daban salida al este, sin sospechar nada de lo que ocurriría Pascal conversaba muy entretenido con su rubio amigo, del cual luchaba por mantener el interés y aplacar su ansiedad de que la operación terminara sin tanta incertidumbre y suspenso. La calle desolada en plena y gélida madrugada, rogaba por ver la sombra del coche de Fersen llegar a la salida de París.

Pascal jugaba con el enorme aro de hierro del cual colgaban las llaves de la reja, moviéndolo al ritmo de un péndulo en su dedo. Con los minutos el sonido del tintineo pesado y el tema de conversación, de preguntas sobre sus pueblos de origen, uno la irritaba y el otro la incomodaba, por lo que su cabeza estaba dividida en tres cosas.

"¿Qué santo o figura de rectitud dijo que conservar la honradez para evitarse el pecado era fácil de lograr? Más aún si se desea con muchas ganas… ¿De qué está hecha mi alma? ¿Es cosa de crianza la lealtad y los valores o es la esencia de lo que soy? ¿Soy traidora? ¿Hipócrita? ¿O simplemente estúpida? Traicione a mi cuna para unirme a una causa que se suponía era lo más parecido a lo que sentía, ahora lo repito, pero contradiciéndome de nuevo. Los queridos amigos que murieron y los que sobreviven, André que dio su vida por mí… soy tan egoísta con Alain… ¡Y lo peor de todo es que no me arrepiento! ¡¿Por qué no siento culpa por lo que le estoy haciendo?! ¡¿Por qué no me detengo?! ¡Él tiene fe en mí, y sin embargo yo…!"

Interrumpiendo la interminable cháchara de Morandé, y las cavilaciones de Oscar, Courtois, que mantenía en su poder la lámpara que los iluminaba la alzó en dirección a la calle interminable delante de ellos.

A continuación, anunció exclamando.

— ¡Un carruaje se aproxima!

En cuanto dijo esto Oscar se volvió al horizonte, la silueta de un carruaje en la oscuridad, levemente iluminado por los faroles avanzaba veloz, hasta que en cuestión de instantes vio al vehículo fantasma detenerse. De inmediato Courtois, todavía alzando la lámpara en su mano, seguido de Pascal se acercaron a la ventanilla de los pasajeros. Por su parte la ex comandante aprovechando la distracción se fijó en el conductor.

Éste enderezándose en el asiento descubrió un poco su cara para ella, y con un suave gesto de cabeza le indicó que intercediera por los fugitivos. La mujer tragó hondo para entonces rodear el carruaje con sus compañeros, fingiendo sitiarlo como los otros.

Courtois se asomó a mirar a la cara a un hombre de aspecto regordete y mirada asustadiza.

— Somos los agentes encargados de la salida de París. ¡Sus pasaportes! —Ordenó con vehemencia.

Dentro del coche se oyeron murmullos, Oscar podía percibir en un volumen bajo las voces de aquellas personas que había conocido. El hombre de temple débil con pulso tembloroso le entregó los papeles.

—¿Baronesa de Korff? —Leyó Courtois en voz alta, luego de colocar la pesada lámpara en el suelo.

Entonces Pascal preguntó suspicaz al tiempo que él mismo tomaba la lámpara en el suelo y corroboraba las caras de los pasajeros.

— ¡¿Quién diablos son los que van con ella?! —Increpó al criado obeso.

—En… en los pasaportes están todos nuestros nombres, señor…—Titubeó el rey.

Al ver que más que ayudar, su marido se desarmaba cada vez más, Antonieta decidió intervenir.

—Disculpe mis modales, señor, sólo somos los criados de la señora, no tenemos tanta importancia de decisión, sólo obedecemos de responder las preguntas por ella. En mayoría el carruaje consta de pura servidumbre y los niños de su patrona.

Dibujando una sonrisa de arrogancia y superioridad Pascal respondió.

—Ah… ¿Sí…? Pues quiero que vuestra señora me conteste. ¿Por qué debo dirigirme a quienes dicen no tener importancia? —Apoyó atrevido su brazo en la ventanilla, prácticamente retando a madame de Tourzel al otro lado del coche, quien en este teatro falso se hacía llamar baronesa de Korff.

Oscar desconcertada de este lado de Morandé palideció. En verdad además de ser su amigo era capaz de infundir temor y acorralar a los fugitivos. De pronto oyó un cuero duro retorcerse sonoramente, girándose vio a Fersen impotente apretar la correa del mando de los caballos, desquitándose de algún modo. El sueco fruncía los labios en señal de un profundo desagrado. ¿Cómo no sentir rabia?

Las cosas no estaban saliendo como lo habían planeado, la idea era que comprobaran la autenticidad de los documentos y que los dejaran partir, no un eterno interrogatorio. Sabía que Pascal era un hueso duro de roer, no obstante, nunca lo había visto tan impertinente como ahora, ensañándose sea como fuera con esta gente que de nada conocía.

Antes de dignarse a hablar la rubia bufó en supuesta bravuconería.

—Pascal, déjame leer los documentos. —Éste al advertir la divertida actitud de Michel se los pasó sin inconvenientes. Oscar parada al nivel de la rueda delantera del vehículo evitó acercarse a la ventanilla. — ¡Caray! —exclamó con falsa sorpresa, en el gesto de alarma tembló el papel en sus manos.

—¿Qué pasa? —Inquirieron Pascal y Courtois al unísono, bastante intrigados de su reacción.

—Será mejor que esta gente se largue. ¡Esto no es bueno! —Negó con la cabeza.

Pascal arqueó una ceja extrañado.

—¿A qué te refieres?

—¡¿No te das cuenta que esta mujer es una aristócrata rusa?! ¡El documento dice su procedencia! —Replicó indignada.

—Sí… es una aristócrata y debemos interrogarla.

—¡No, idiota! ¡¿Sabes el alcance y el poderío del imperio ruso?! ¡¿Su ejército?! ¡Ya tenemos suficiente con Austria para meternos en un conflicto más gordo!

Abrumada Antonieta escuchaba esa voz tan familiar discutir con los hombres; el timbre era rasgado, profundo y levemente agudo como el de una fémina. Tentada intentó asomarse a la ventana donde se hallaba sentado su marido, en cuanto se asomó lo que vio fueron las espaldas de la persona que reprendía al vigilante insolente, por lo que pudo notar era un muchacho rubio. "Esa voz… ese timbre de voz se parece mucho al de… al de ella…" pensó.

En gesto dramático y expresando vergüenza de la estupidez de sus compañeros, Oscar se dio un golpe en la frente con la palma.

—¡Esta mujer seguro tiene contacto directo con la emperatriz de Rusia! ¡¿Te imaginas si por nuestra culpa se hace un cerco alrededor de esta pequeña república que lucha por nacer?! ¡Oh, Dios! ¡Tantos esfuerzos en vano!

Mientras tanto Fersen en sus adentros luchaba porque una risa no se escapara de sus labios. Bajo el sombrero y abrigo sonreía socarrón de la manipulación y astucia de su amiga.

Courtois que había caído en que tenía mucho sentido se aproximó una vez más a la ventanilla e inquirió a madame de Tourzel.

—Señora, ¿Usted es muy cercana a la emperatriz? —Dijo algo inquieto de las consecuencias.

La dama asintió con Carlos acurrucado contra ella, para entonces decir.

—Caballero si no contesté antes es porque no iba a rebajarme a hablar con un simple vigilante. ¡Desde luego que conozco a su majestad la zarina!

De pronto Oscar, muy satisfecha de que las piezas de su argumento se unieran sin problemas, sentenció a lo lejos, pasando los papeles a las manos de Pascal para que éste los acercara a sus dueños.

—Los criados se hacen cargo de todo. De nada te servía arrancarle palabra. ¡Que se vayan! —Teniendo una mano en su cadera hizo un gesto con la otra, abanicándola para demostrar su hastío por ellos. — Es mejor así... — Con poca o nada de paciencia insistió violenta— ¡¿Qué es lo que esperan?!

A causa del grito sus compañeros tiritaron.

—Pues si es así…—Tragó incómodo Morandé — permitamos que se vayan, Courtois.

En muestra de que estaba de acuerdo, Courtois junto con Michel se dispusieron a abrir los portones, y con un gesto le indicaron al cocherón que podía avanzar, pero justo antes de salir Fersen le guiñó un ojo a la rubia a modo de agradecimiento, ésta por su parte asintió más tranquila. De alguna manera, encontró un sentimiento algo parecido al día en que vio a su hermana mayor alejarse cada vez más de ella en el carruaje, a medida que se alejaba, más triste se sentía, y pudo experimentarlo de nuevo, pero esta vez con una amiga.

"En momentos desesperados o provechosos emerge el mentiroso y el farsante. A partir de aquí no puedo hacer más por ustedes… Buen viaje, reina Antonieta."

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Ya fuera de París por primera vez en mucho tiempo sintieron algo parecido a una bocanada de libertad, aunque eso no significaba que no estuvieran aun en peligro. Llegado el momento de cambiar el carruaje simple por el suntuoso, Fersen se perdió por unas calles que le eran desconocidas, al inicio de la vía a Châlons, habían pasado ya dos horas desde la prevista para la cita. Después de mucho el sueco acabó por hallar a los hombres que cuidaban de la carroza nueva. La noche era muy corta, la oscuridad que protegía a los fugitivos se iluminaba, y una nube clara se vislumbraba por el este. Extenuando por media hora más a los animales, finalmente pisaron Bondy, lugar en el que los cambiarían por otros. Por suerte al conde no le había costado tanto localizar al ayudante que les esperaba con los caballos.

El joven alzaba su mano, tratando de estar visible para el noble "cochero". Deteniéndose y con el tiempo jugando en su contra, Fersen descendió del carruaje para abrir la puerta del vehículo y con una sonrisa al monarca anunció.

—Majestad, hemos llegado a Bondy, cambiaremos los caballos por aquellos que están allá…—Señaló con la barbilla a los ayudantes que sujetaban las bridas, sirvientes del noble sueco— Por favor, esperen un poco.

El soberano en respuesta asintió, sin embargo, con un gesto con su mano lo detuvo.

—Conde Fersen, ya hizo bastante por nosotros, creo que desde aquí podemos continuar solos…—Comenzó a decir para espanto del extranjero, que impresionado se petrificó. Confuso miró a la reina, buscando una explicación, al contrario, la vio tan turbada como sí mismo — Quisiera pedirle que regrese.

Conmocionado de la orden el noble "cochero" replicó.

—Pe… ¡Pero, majestad! —Titubeó, no sabía que argumentos decir para suplicarle que no lo arrojara de ellos.

En respuesta el esposo de Antonieta insistió tenso, nunca ella lo había visto tan seguro de una decisión.

—Conde Fersen, aquí es donde nos separamos…—Hizo una breve pausa— si se queda con nosotros podría resultar involucrado, y no deseo eso para usted. Por favor…—Le rogó.

Antonieta tiritó ante lo último dicho por su marido, sentía como si hubiera perdido la capacidad del habla. Lo único que podía hacer era escuchar, escuchar mientras poco a poco su corazón se quebraba ante un posible adiós.

"No puedo decir nada… No puedo ayudarlo ni interceder por él… ¡Oh, qué inútil es ser mujer! ¡Cuán inservible puedo ser para quien amo! ¡Un hombre que ni siquiera es francés arriesgando su pellejo por reyes ajenos! Fersen, Dios mío… ¡perdóname por todo lo que te hecho sufrir!"

Derrotado, sin ya más argumentos válidos para quedarse, y habiendo cumplido su palabra Fersen suspiró.

—Yo… yo entiendo, majestad…Ahora escaparé directamente a Bélgica. Es muy posible que cuando a la mañana descubran la fuga, vayan a buscarme a mi residencia.

—Sí… tenga cuidado, conde Fersen. —De repente pestañeó al recordar algo, levantando su mano prestó atención al anillo en su dedo— Espere un segundo — Impidió que el sueco cerrara la puerta— Acérquese. Tengo un regalo de agradecimiento para usted.

—¡¿Cómo dice?! Pero yo no lo hice por…—Refutó, pero entonces fue interrumpido por su aludido.

—No será un pago, sino un recuerdo, de hasta donde alcanza su honradez para con la familia real. —Cogiendo la mano del hidalgo de Suecia la libró de uno de los guantes que había usado desde el inicio del viaje, para así deslizar la prenda en el dedo anular de éste. Curiosamente en el sitio donde debiese estar una sortija de matrimonio.

Fersen detalló la imagen en el anillo en su dedo, enfocó los ojos.

—Ella es… ¿Artemisa? —Preguntó anonadado del obsequio, alzó su vista al monarca.

—Ella le entiende, nos entiende, conde Fersen… Artemisa es una diosa que nunca conoció el matrimonio, ni el amor… vive para su propósito y no para su corazón. Este anillo representa muchas cosas para mí, y es mi deseo que lo porte usted, que es nuestro más grande amigo y benefactor.

—De… de acuerdo, majestad. —Asintió decidido entre lágrimas— Lo cuidaré hasta que pueda devolvérselo. Esto es otra promesa que cumpliré.

—Confío en que el anillo está en buenas manos. Esto no va a ser una despedida, sino un… hasta pronto.

—Sí… sí, señor…—Murmuró amargamente, inclinó su cabeza sumiso, para en seguida cerrar su mano en un puño con el anillo en su dedo.

Cuando por fin Antonieta pudo hablar lo único que alcanzó a decir fue un murmullo tembloroso, demasiado bajo para ser oído, a pesar de ello el extranjero consiguió leer la palabra en sus labios, "Fersen…" dijo la triste reina. Cuando ya los ayudantes acabaron por cambiar a los animales el carruaje se puso en movimiento, dejando tras de sí al amante de la reina.

"Adiós… oh, Dios… ¡Dios, protégelos! A estos nobles que huyen a un país extranjero… en aquella carroza…en aquella carroza va la única mujer a la que he dedicado toda mi vida… todo lo que soy… una mujer a la que no puedo dejar de amar, a pesar de lo que sea. Esa persona, a la cual estoy unido por la fuerza del destino. Yo he vivido sólo para servirla. ¡Dios, protégela!"

A pesar de ser abandonado a medio camino, respetando la voluntad del rey, por ayudarlos una última vez se llevó ambas manos en torno a su boca, ahuecándolas para de esta manera amplificar su voz. Gritando con entusiasmo.

—¡Adiós, madame de Korff!

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Al día siguiente: A las 8 de la mañana del 21 de junio de 1791, justo como había mencionado Fersen, la noticia de la fuga llegó a los oídos de las figuras más importantes del gobierno revolucionario.

En la residencia del marqués de Lafayette, un soldado a caballo de la guardia nacional se estacionó. Bajando de su montura apurado subió las escaleras de la entrada, sin permitirse ser detenido por los vigilantes y demás trabajadores de la casa irrumpió en la habitación del general. Los gritos de urgencia acabaron por despertarlo, mientras el joven con la mano en la espada que colgaba de su cadera se acercaba al lecho.

—¡General! ¡General, es urgente! ¡Señor, el rey se ha ido!

Al escuchar lo anunciado el marqués que se encontraba con la cabeza nublada terminó por recuperar la lucidez de golpe, hubiese preferido ser despertado por un cubo de agua fría.

Sobresaltado y con los ojos abiertos desmesuradamente inquirió.

—¡¿Cómo?! ¡¿Qué se ha ido?! ¡¿A dónde?!

—Escapó con toda la familia real…

Dicho esto, se libró de las sabanas para en seguida vestirse y partir al palacio de las Tullerías. Sentado en su caballo divisó a lo lejos a una multitud rodeando las rejas que cercaban el palacete. En cuanto el populacho se percató del militar aproximándose las burlas y abucheos no se hicieron esperar. Más que ira se divertían de los tropiezos y equivocaciones del aristócrata del que dudaban fuera igual a ellos. En lo que el enrejado se abría para dar paso a su caballo los oyó decir para su pesar;"¡Aquí viene el general incompetente! " " ¡Dejaste al gordo de Louis escapar!" "¡Se te fue la perra austriaca!" "¡Traidor!" "¡No durarás en ese cargo!"

Bajando de su caballo y tratando de mantener la cabeza alta, sin sentirse empequeñecido ni desanimado por nada del mundo, dirigiéndose a las puertas del palacio iba saliendo casualmente, rodeado de una comitiva, el revolucionario y representante del club de los cordeliers, Georges Jacques Danton.

Parando abrupto frente al militar, el fornido político desafiante y belicoso le dijo.

—Señor, Lafayette…—Hizo una breve pausa para dar más gravedad a su advertencia — El pueblo quiere al rey o tu cabeza.

Luego de condenarlo con sus palabras siguió de largo su camino, bien que podía leer en los hombres que rodeaban a Danton las ansías de escupirle en la cara. Ingresando al edificio los soldados en recibimiento de su comandante en jefe se irguieron. A continuación, el alcalde de París fue a su encuentro, sus ademanes y modo de caminar demostraban su ira y tensión respecto a la situación. Ambos se pararon frente al escritorio de un oficial que actuaría de secretario.

—¡Esto es su responsabilidad! —Lo señaló acusador — ¡El rey escapó! —Gritó, a la vez que se alejaba y retornaba al escritorio, la ansiedad lo hacía comportarse como un animal enjaulado. Colérico golpeó la madera del mueble con el puño cerrado. — ¡Si consiguen cruzar la frontera, retornarán con un ejército de emigrados! ¡Esto podría provocar una guerra civil!

Lafayette por unos instantes permaneció en silencio, pasando su mano entorno a su boca, y con una mano en su cadera. En realidad, las réplicas y pataletas a su persona no era lo preocupante, para resolver un dilema necesitaba saber el origen de éste, la forma en que escaparon sin ser vistos.

"No lo comprendo… no es un secreto que el amante de la reina los ayudó a planear la fuga. Sin importar que tan minucioso lo hubiese hecho de algún modo serían reconocidos. ¿Quién los habrá ayudado a traspasar los portones de París? A no ser… a no ser que huyeran por la salida que sea más cercana a la frontera con Bélgica… el Este… pudieron ir a ese portón para el Este. ¿Pero la persona que tenía ese portón bajo custodia no era…? ¡¿Acaso no era el general Oscar de Jarjayes…?!"

Entonces con un ademán calló al alcalde de París que trataba de ahogarlo con un torbellino de réplicas.

—Podríamos arrestarlos en nombre de la seguridad pública.

Bailly en un gesto de evidente lamento con su cabeza admitió.

—No tenemos opción. La cosa está en… ¿Quién tomará la responsabilidad? ¿Usted…? Debemos actuar rápido, la asamblea se reúne a las 2:00.

—Muy bien…—Pronunció pensativo, rogando porque esta vez la suerte estuviera de su lado.

Bajo presión Lafayette tuvo que tomar la responsabilidad, asintiendo y mandando a trascribir un comunicado, por no alimentar los ánimos del pueblo y un sentimiento más negativo a su persona, dio a conocer la desaparición del monarca y su familia bajo una mentira que no surtiría su efecto. El anuncio dictado por el general decía: "Los enemigos de la revolución han secuestrado al rey… el propósito de este mensaje es instruir a todos los leales ciudadanos, en nombre de la nación en peligro, debe ser rescatado y traído sano y salvo a la Asamblea Nacional. Tomo la responsabilidad en esta orden." Esta farsa fue desmentida a medio día en el momento de hallarse una carta escrita por el rey que explicaba las razones de su escape.

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Se oyeron toques a las puertas de la oficina del comandante en jefe, Lafayette estaba ansioso de hablar a solas con este visitante, como sea debía averiguar si con este hombre podía descubrir la pieza faltante del misterio.

Sentado en su escritorio vio ingresar a un guardia que anunció.

—General, ha llegado el sargento de Soissons…—En seguida del aviso Alain ingresó al despacho, sujetando la espada en su cadera al tiempo que retiraba de su cabeza el sombrero en respeto a su superior.

Con un gesto con la mano Lafayette indicó al guardia que se retirara, en cuanto se vieron solos el mancebo inquirió.

—¿En qué puedo serle útil, mi general? —Dijo dedicándole un saludo marcial.

El marqués mientras se levantaba de su asiento esbozó una tenue sonrisa de agrado.

—Me ha leído el pensamiento sargento, necesito su ayuda. —Confirmó, retornando al aire de seriedad del principio. Apartándose del escritorio se acercó a Alain para entonces apoyar ambas manos en los sólidos hombros de su subordinado. — ¿Hasta dónde sería capaz de llegar por la felicidad de la patria?

Sin entender aun sus palabras ladeó algo su cabeza, desconcertado de su pregunta.

—No pienso refutarlo, señor, pero… ¿Por qué esa pregunta? Desde luego que me uní con el propósito de hacer realidad lo soñado por el pueblo.

Soltando los hombros, y llevándose las manos a la espalda, el marqués se paseó por la habitación, para de algún modo calmarse ante la catástrofe que se cernía sobre él… No deseaba que Alain notara su turbación.

—Lo llamé porque deseo estar equivocado en una cosa. Si pasó el desastre de la huida de la familia real, si tuvieron éxito en burlar la vigilancia de una de las salidas; específicamente la más próxima a la frontera, la que daría al Este. Es obvio que hay un traidor entre los vigilantes, sargento.

A medida que el comandante en jefe se explicaba, la ansiedad y expectación por que acabara de hablar se acrecentaba en el mancebo. Tragó amargo y pesado, un sudor frio resbaló de su frente a su garganta. ¿Por qué debería estar preocupado? Se preguntó. De angustiarse significaba que incluso él mismo la conocía lo suficiente, como para cometer algo así por una ilusa lealtad a alguien que no lo merecía.

—¿No está insinuando qué ella… que ella sería capaz de traicionar su deber para con la revolución...? ¿Duda de la comandante?

Cuando lo oyó preguntarle de sus dudas hacia Oscar, el marqués se detuvo en seco. Volviéndose al mancebo con tono serio e imparcial declaró.

—Está naciendo la sospecha en mí respecto al general… por desgracia, no son las malas intenciones las que me hacen dudar, o el beneficio propio de los humanos, sino ese carácter idealista que puede traer la tragedia sobre ella. El emblema de nuestra causa es la libertad, igualdad y fraternidad de los hombres, sin embargo, es algo que, aunque queramos no podemos poner en práctica al cien por ciento.

—¿Lo dice porque cree que ella no es capaz de mantenerse en un sólo pensamiento? ¿Definir su posición de algún modo?

—Puede mantenerse en un sólo pensamiento; ese que la confunde y no la ayuda a decidir con cabeza fría. La terca idea de que nadie saldrá herido ni sacrificará nada. Yo trato de que esto no afecte a tanta gente, pero en el límite de lo posible y lógico. La situación se ha salido de mis manos, y si no hacemos algo, puede estallar una guerra civil. Mi ideal de un país con base es diferente del suyo, de eso estoy seguro. De hecho, de lo que usted y yo podemos estar de acuerdo es que el uso de las armas no puede tomarse a la ligera.

—No puedo decir que sea mentira que la comandante aún guarda un lazo con los reyes. Incluso, usted los protegía en cierto modo, general. — Remarcó con ligera molestia, Lafayette impresionado de su respuesta se cruzó de brazos, no pensó que este soldado fuera a contratacar sin necesidad de tantas palabras.

—Entonces, sargento, admito que su respuesta mordaz me tomó por sorpresa. Sí… también soy noble, y tengo una posición neutra en ambas partes, pero… ¿Pondría usted las manos al fuego, por el honor de nuestro viejo general de brigada?

Alain enderezándose y chocando sus talones afirmó con convicción.

—¡Juro… en el nombre de mi comandante de la extinta Guardia Francesa, que ella nunca haría nada que estropeara el camino que hemos abierto después de aquel 14 de julio! ¡Si acaso estoy mintiendo, yo mismo le pediré que me fusile y que mi alma arda en el infierno!

Con todo y estas firmes palabras de las cuales se les antojaba bajas y repugnantes a su ética, dentro de su cabeza se desarrollaba un hervidero que no podía dejarse revelar por nada del mundo. De dar una pista de la culpabilidad de la mujer, Oscar se vería condenada y ejecutada por los suyos.

"Con seguridad, no seré fusilado… aunque de todas formas cuando llegue el momento en que muera, arderé en el infierno. Por hoy voy encubrirte, Oscar… ¡Por el día de hoy, por ti, he traicionado a mis amigos! ¡No! ¡No podré tolerarlo! ¡No creo repetir esto! ¡Seré hombre y mortal, pero Oscar, me debo también a mi país…!"pensó.

Complacido Lafayette retornó a sentarse en su escritorio, apoyando los brazos en la mesa dijo.

—Es una pena que en este mundo no se le retribuya correctamente a los justos. Siento presionarlo, sargento. Requería de una confirmación, una prueba de fe… ya que muchas veces la gente buena, en su inocencia y falta de malicia, es usada como herramienta para el mal.

Relajando su cuerpo el mancebo suspiró tan agotado como su aludido.

—No hay cuidado, señor… Ella nunca haría nada contra usted. Así como yo, quiere servir fielmente a nuestra gente. Puede estar tranquilo.

—Se lo agradezco. — Entrecruzó sus dedos en gesto de reflexión, pegando las manos a su barbilla — Bien… ahora podemos ir a otro tema, tengo una misión para usted.

—¿Cuál exactamente?

—Debido a que la asamblea aceptó darme el visto bueno, se enviará a la Guardia Nacional ir a todos los caminos que conducen a la frontera, asimismo, cada ciudadano estará en la obligación de detener a todo aquel que trate de salir del país. Sí o sí el rey tiene volver…

—¿Debo suponer que me enviará con un grupo a revisar los caminos cercanos a la frontera con Bélgica? —Lafayette en respuesta asintió. — Bien… Me retiro, señor…—Dándose media vuelta salió del despacho al tiempo que se colocaba el sombrero, dispuesto a prepararse para el viaje.

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Ajustando la silla de su montura, después de notificar a los soldados que lo acompañarían en su misión, creyéndose el único en las caballerizas advirtió unas pisadas yendo a su dirección. La persona en cuestión paró, plantándose tras de él…

—¿Para qué el general solicitó hablar contigo? —Inquirió con extrañeza.

—Para enviarme a una misión en la frontera más cercana a Bélgica. —Respondió sin volverse, en un tono anormal y seco para su trato.

—A eso se debía el por qué te vi separando a un grupo de soldados de las filas…

—Sí…—Dijo lacónicamente, buscando mantener la compostura, Oscar en cambio preguntó, su voz demasiado suave, tratando de no evidenciar su interés, al mismo tiempo inquieta por la respuesta.

—¿Puedo ir contigo?

—¡No! —Exclamó tan sonoramente que parecía que los muros temblarían por su furia, la rubia se crispó. La mujer en la que confiaba lo había engañado, no necesitando pensarlo demasiado para entender parcialmente lo que estaba pasando. Alain no podía girarse, pues sentía que, si lo hacía, acabaría perdiendo el control de sus alteradas y confusas emociones.

—¿Por qué? Que yo recuerde no he hecho nada para que me trates así…—Refutó evidentemente irritada de la actitud del mancebo — ¿Qué fue lo que realmente habló Lafayette contigo? ¿Era algo relacionado conmigo?

—Lo sé, Oscar…—Murmuró — Basta de disimular… Sé lo que has hecho.

— ¿Qué…? — Jadeó y dio un paso atrás como si hubiera sido abofeteada.

—Lafayette, está seguro que aun con la ayuda del amante de la reina, las posibilidades de que fueran descubiertos eran altas. Alguien de entre los vigilantes los ayudó. Un guardia que custodiaba la salida más cercaba a la frontera.

Ante la revelación, un impulso de escapar se depositó en su pecho, su respiración acelerada amenazando con desmayarla, sintiéndose acorralada, pues no podía negar nada, pero tampoco se sentía capaz de admitirlo. La lucha por mentir y ser nuevamente descubierta, o decir la verdad y decepcionar al hombre frente a ella. Así que optó por el silencio, su rostro abochornado, no demasiado arrepentida, pero tampoco orgullosa de sus acciones. Ahora no solamente era una lucha del corazón y el deber, estaba perdiendo la confianza, rota por sus contradicciones.

Lo único que llegó a oír el sargento fueron jadeos y espasmos de la boca de su esposa; ninguna disculpa, ni explicaciones o argumentos válidos que demostraran un remordimiento de haberle fallado. Aun dándole la espalda cerró los ojos en un gesto doloroso, para luego de terminar de preparar al animal, jalándolo del arnés lo condujo a las afueras de la caballeriza.

Nuevamente oyó las tímidas pisadas de Oscar tras de sí… Ni comprendió, ¿Con qué objeto lo seguía? El daño ya estaba hecho, quizás ni la conocía lo suficiente. Subiéndose al caballo y acomodándose en la silla enredó las riendas en sus manos. Sintiendo la presencia de ella a su lado se dignó finalmente a mirarla.

—Debí saber que lo harías… Oscar, soy noble como tú, no obstante, diferimos con el tipo de gente de la cual nos hemos rodeado. Lo que te dije esa noche no era mentira… A pesar de que tenga un profundo odio por los reyes y todo lo que representen, no puedo borrarlos de tu cabeza. No puedo cambiar tu pasado, y tampoco puedes hacerlo conmigo, de modo que, no malentiendas lo que estaré obligado hacer. No puedo desobedecer por siempre para entenderte, por lo que hoy debes aceptar lo inevitable de lo que pasará…

Dicho esto, y dejando a la mujer atónita, espoleó su caballo, cabalgando a la salida del cuartel, siendo seguido por jinetes que lo estaban esperando desde hace minutos. Alain abandonaría París para reparar el error cometido por ella.

Oscar que sentía los brazos y piernas dormidas se arrodilló en el suelo terroso. Confusa escondió su rostro en sus manos.

"Dios mío… ¿Qué es lo que he hecho? ¡¿En qué consiste el amor y la rectitud?!"

¡Continuará…!

Aviso y curiosidades del fanfic.

¡Hola! De nuevo otro hiatus... Discúlpenme la tardanza, muchas cosas han pasado en mi entorno, aparte de que por alguna extraña razón siempre me bloqueo en la recta final de un capitulo. Este capítulo en particular es mucho más corto que el anterior. En serio, no bromeo… es muy corto, pero pasan tantas cosas como el cap 6.

En este capítulo se expone el drama existencial de Oscar respecto a su posición entre ambos bandos. Ayudó a empezar la libertad del pueblo oprimido traicionando a la aristocracia, pero no con la intención de dañar a Antonieta sino porque creyó necesario proteger a la gente de los cañones de la Bastilla. No es que el personaje sea monárquico, es más republicana de lo que se cree. El talón de Aquiles de nuestra protagonista son los lazos sentimentales de la gente de su pasado, que después de haber pasado por la muerte de su primer esposo (André), la huida de su familia, la muerte de su madre, y la carga de conciencia de su padre, provocó en Oscar una necesidad desesperada de no perder ni lastimar a nadie más. Desea lo mejor para Francia, a la vez que no quiere ver destruida a la familia de Antonieta. Más que pensarla una reina la cree otra humana harta de sufrir, presa de su título de soberana.

Su nueva felicidad junto a Alain se ve lacerada por esta encrucijada, de la cual no se detendrá hasta el momento de su muerte. Con esto explico el rumbo de la trama y lo que posiblemente nos espere, ya que aun si les explico sabrá Dios que otra situación se presentara ante ella a no ser que los siguientes capítulos se publiquen. De igual forma, nunca va a ser spoiler porque Ikeda utiliza este método de narración en sus mangas, eso de la advertencia y misterio de un futuro nefasto.

Alain por otro lado se ve contra la espada y la pared, aun si no estuviera de acuerdo con obedecer a Lafayette no había otra opción. Si no obedecía en buscar a los reyes, quienes se verían perjudicados serían él y la rubia, por lo que es un capítulo de dolor y contradicciones.

En este fanfic la presencia de Artemisa con su historia perseguirá a nuestros protagonistas. Una vez más enlacé palabras, hechos, gestos, pensamientos y fondos de lo que pasó en el manga. Nuevamente vemos lo que ya pasó en esta historia, aunque con más detalles y palabras inventadas por mí… reitero mi posición de que no hago nada sin consultar el manga y los Gaiden. Mientras escribo un capítulo reviso los volúmenes, así que no tienen de qué preocuparse. Todo fue respetado.

El anillo obsequiado por el rey a Fersen como una promesa si sucedió, lo curioso era la coincidencia de que fuera precisamente la diosa Artemisa la que estuviera grabada en su metal. ¡Yo no planeaba eso! Debido a que fue casualidad lo aproveché para el drama, para así condenar el romance de los amantes. El rey al colocar el anillo en el dedo de Fersen lo coronó como alguien que jamás iba a casarse ni recibir el amor de forma satisfactoria, o quién sabe si perderlo en una tragedia, igual a Artemisa y Orión. Este fanfic ha adoptado una vibra a La Ventana de Orfeo. XD

Otro punto interesante es que además de Lafayette, hicieron aparición otras dos figuras de la época; Danton y Bailly. Me basé del extracto de una película francesa donde se ve la fuga, el video me lo recomendó Yenniy Yousi. Por cierto, quiero agradecer a Yenniy Yousi por ayuda con este pedazo de video, además del orden de los siguientes hechos históricos. ¡Un abrazo!

La canción adjunta en este capítulo, forma parte del soundtrack de una telenovela coreana de nombre "Chicos sobre Flores", adapté la letra a causa de que la versión que conseguí tenía leves errores, y la traducción no es fácil de conseguir, cuando trato de buscarla me salen videos con una letra totalmente diferente. XD La canción me pareció similar a Oscar cuando andaba en su egoísmo y frialdad luego de la perdida de André, y también por la paciencia y nobleza de Alain con ella. Encontré la canción con su piano y guitarra, junto a la voz sensual del coreano muy dramática e ideal para la ocasión.

Tengo otras buenas noticias que darles: He creado una página exclusiva para ilustraciones del fanfic, dibujadas personalmente por mi colaboradora Foxy. Se preguntarán, ¿Por qué no le había pedido a ella que los dibujara? Pues… Foxy pertenece a otros fandom, el universo ikediano no le llamaba la atención. Me ayudaba revisando los capítulos corrigiendo cosas, y temas de lógica. Fue cuando notó el gusto de la gente por "Época de Cambios" que le nació dibujar a los personajes. En la nueva página se subirán parodias y dibujos de situaciones del fanfic. Espero verlos visitar la nueva página de Facebook. Podrán conocer a todo su elenco y la nueva imagen de nuestra rubia mayor.

Les adjunto el nombre para que puedan encontrar la galería en facebook: Versailles no Bara: "Época de Cambios", galería

Otro anuncio es que junto a este capítulo publiqué un oneshot relacionado a él, dedicado al triángulo amoroso de Antonieta, Fersen y el rey. Transcurriendo un tiempo antes de la fuga, en las vacaciones de la familia real en el palacio de Saint Cloud. Era una historia que había escrito, y estaba inconcluso en su parte final, ahora finalmente lo terminé. El capítulo lo tenía sin acabar desde el 2020. Se titula, "Te amé sin esperanzas", palabras que Antonieta dedicó antes de morir a Fersen en el manga.

En compensación a este tiempo sin actualizar les regalo dos capítulos; el 13 y el oneshot relacionado con él. ¡Nos vemos en nuestro próximo capítulo! ¡Época de Cambios sigue y seguirá! ¡Gracias por el apoyo!