Te amé sin esperanzas

Durante la larga marcha de María Antonieta de Versailles a las Tullerías, finalizado un día que se le vería interminable. Lo que fue la mañana del 6 de octubre, así como horripilante y estremecedor para todos los habitantes del palacio. Aparentemente daba a una perfecta antesala para una ejecución, sin embargo, quizás por misericordia venida de las alturas ese momento se aplazaría. ¿Para cuándo? Eso era lo más espeluznante. Sin la idea o presentimiento de lo que sucedería a futuro no habría modo de prevenirlo. Lo cual causaba un estrés complicado de aplacar. Los aplausos, aclamaciones y señales de admiración del pueblo a la soberana, que hacía poco se le condenaba con violencia, eran oídos como cantos de ángeles protectores para la pareja real. A cambio de salvarse se vieron obligados a abandonar para siempre, el lugar donde vio nacer y crecer a los hijos que amaba apasionadamente. Lo que según imaginó a sus catorce años, que sería una etapa grandiosa en su vida, no resultó sino una encrucijada, que bien tendría que enfrentar sin la protección que le brindaban los consejos de su difunta madre. Habiéndose retirado de Versailles a París, a lo que era antes la residencia anterior de los reyes de Francia, el palacio de las Tullerías.

Durante el recorrido pudo haber pensado en ese momento en su adolescencia, mientras la carroza era rodeada por todos los ciudadanos que apuntaban desdeñosamente a la familia real. Risas y burlas era lo único que llegaba a los oídos de los entristecidos monarcas. Tentada de llorar, no podía hacer otra cosa que mirar afuera de la ventana. Tragándose la desolación de ser echados de su hogar.

"Adiós Versailles… para siempre…mis días felices, los momentos de dulces sueños inundados de flores fragantes… el día que pisé París por primera vez con mi marido, cuando tenía diecisiete años… ese recibimiento tan increíble, la sensación de asombro que inundaba mi pecho. Los aplausos atronadores y el entusiasmo de los ciudadanos, mi nuevo pueblo, de la patria que mi madre me encomendó amar en cuanto abandonara el suelo austríaco. El amor y la felicidad que ese día se sentían… Ahora aquí, estás buscando a veinte mil personas que te amen. Dios mío… ¡Mi corazón debe ser fuerte para soportar tamaño cambio! ¡Por mis hijos debo hacerlo! ¡Desde este momento me he convertido en hombre, en lugar del rey!"

Ningún alma entre todas las personas presentes en la caravana, que seguía de cerca a la carroza lamentaba tanto la partida de los reyes como un extranjero, que sellaba sus labios sin decir palabra. Sólo sus ojos turbados eran capaces de expresar su sentir. Manteniéndose firme y digno en su montura, resistiría la tentación de mirar con repudio e ira feroz al pueblo que ultrajaba el nombre de la que amaba. Entonces un hombre llamó su atención. Se giró abrupto hacia la masa de plebeyos que era contenida por la Guardia Nacional.

— ¡Miren! ¡No sólo han capturado a los reyes! ¡También a los niños! —Exclamó con placer un infeliz de ropa harapienta y pies descalzos.

"¡Qué desvergüenza! ¡Sólo un pueblo conformado por bestias alaba el acoso a unos niños indefensos! ¡¿Esta es la nueva cultura de los ciudadanos de Paris?! ¡Después de todo este desastre no pienso irme! ¡No huiré! ¡Aun si mi padre envía cartas desesperado, rogándome regresar cuanto antes a Suecia, no lo haré! ¡Qué suceda lo que tenga que suceder! ¡Jamás abandonaré a la mujer y al hijo que les debía a los Fersen!"

Así pensó el noble sueco mientras escoltaba a la infortunada familia real a su "nueva" residencia. Ya frente al viejo palacio, se le antojó increíblemente desagradable, en cuanto la reina descendió de la carroza con sus hijitos, ambos intercambiaron el mismo tipo de mirada; Consternación y asombro. La opinión no cambió aun en el ingreso; mirando y detallando cada rincón no le encontró ninguna gracia. Habiendo sido abandonado por décadas las alimañas y el polvo habían hecho de las suyas. Tomaría mucho esfuerzo y ayuda convertirlo en un sitio lo bastante habitable. Reparó en su majestad, que echando un bostezo contestó a las quejas e inquietudes con un comentario totalmente pánfilo y conformista. Nada más pensando en echarse a dormir donde fuera. Un comportamiento nada propio de un rey, y más cuando viniese de la que fue una las castas más reverenciadas y fuertes de Europa.

Con el tiempo, gracias a la ayuda de la fiel y atenta princesa de Lamballe, se restituyeron los entretenimientos y rituales de los reyes y su corte. Rehaciendo la vida que habían tomado en Versailles.

Antonieta tocaba en un viejo clavicordio, que habían restaurado para su distracción. Concentrada en darles un concierto a sus pequeños y a los pocos cortesanos fieles que permanecían a su lado. Relajados en las notas que desprendían sus dedos, pero de forma inesperada se vio interrumpida por las puertas del salón que eran abiertas por su cuñada. La vio correr apremiada hacia ella, tras suyo le seguía el rey a un paso lento y disipado.

Entonces la princesa habló.

— ¡Dispénsenme! ¡No quería interrumpir! —Se expresó la princesa muy abochornada. — ¡Es que acaban de anunciar a su majestad, que la solicitud de pasar el verano en el palacio de Saint Cloud fue aprobada!

Al escuchar esto, los presentes murmuraban con expresión de asentimiento y agrado. Los jóvenes príncipes entusiasmados se levantaron de sus asientos a abrazar a su tía.

— De… ¿De verdad, padre? ¡¿Nos iremos de vacaciones?!—Inquirió el pequeño Delfín. El rey asintió con las manos tras su espalda, muy conforme.

—Les hará bien salir de este encierro. Por el momento no podemos ir a ninguna parte sin antes avisar a la Asamblea Nacional. — Con este comentario, que declaraba que estaban obligados a la obediencia, Antonieta se estremeció en su banquillo. Esta reacción no pasó desapercibida por el soberano. —ha estado muy callada mi reina. ¿Qué le pasa?

Haciendo un gesto como si se resistiera a hacer un gemido de dolor respondió.

— Me siento complacida de que podamos ya partir a un ambiente más agradable y apacible, pero… —Una lágrima se escapó de su ojo, llena de ansiedad no se detenía de tocarse las manos — ¡Me exaspera que la familia real tenga que pedir permiso para toda cosa que se decida hacer!

"Por Dios que se nos dio el poder de gobernar al pueblo, ¡Y ahora gobernados y vigilados por insurgentes!"

Por supuesto había hecho mella en el buen humor de su esposo, que fue el que más fácilmente se sometió a los designios del pueblo. Sin embargo, en su lamento no notó como sus hijos temblaban nerviosos, presas del miedo. Era difícil distraerlos de la situación, y que ahora su propia madre se los recordara quebraba sus nervios.

"Oh, no… Qué estúpida y mundana, olvidé que vivo por ellos…"

— Luis Carlos, María Teresa, vengan. —éstos obedientes se aproximaron a ella. Al tenerlos a su lado los besó con ternura. Carlos abrazado contra su regazo, mientras que su hermana rodeaba el cuello de su madre con sus delgadas extremidades. — Perdonen. Hay que agradecer a Dios por esta bendición; Tuvieron piedad de nosotros, así que trataremos de aprovechar estas vacaciones.

—Hermana…—En cuanto Elisabeth la llamó se volvió a mirarla. — Quizás tengas razón y sea una oportunidad que Dios nos da.

—Además de que jamás pude disfrutar por completo de sus jardines y su parque; correremos bajo el sol veraniego, tomaremos un refresco, recorreremos los cómodos pasillos del palacio que perteneció al hermano del Rey Sol. — Susurraba a los pequeños, entonces en un arranque empezó a hacerles cosquillas. — ¡Dejen de llorar!

Muertos de la risa corrieron ahuyentados tras las espaldas de una muchacha; la hija de la marquesa de Tourzel, que luego de la traicionera fuga de Madame de Polignac su madre acabó convirtiéndose en la nueva gobernanta de Luis Carlos. La bien amada amiga del Delfín y de la sobreviviente de la familia real.

— ¡Hazle cosquillas a Pauline! ¡Ella seguro que resiste más! —Dijo el Delfín muerto de la risa.

— ¡Príncipe, hará que me caiga! —Exclamó la joven al sentir las manos del niño empujándola hacia la reina. — ¡Princesa, no me está ayudando tampoco! —Entre risas los niños la ponían como remplazo al capricho de Antonieta de sus cosquillas.

—Pauline, vendrá también sin falta. No dejaré a la deriva a la hija de madame de Tourzel. ¡Después de todo, también me agoto! —Poniéndose de pie alisó su vestido.

Intercambió una mirada mucho más optimista con su esposo que contento y gentil acotó.

—Mandé a que alistaran todo para la marcha. Partiremos cuantos antes, es imperativo aprovechar este tiempo de esparcimiento, y partiremos con una escolta aprobada por la Asamblea. — Anunció el rey mientras echaba una rápida mirada por la ventana, observó el lugar sitiado de guardias. Pestañeó intrigado cuando notó como un mozo rubio se detuvo a mirar en dirección al palacete; en su obstinación repasaba los ventanales hasta que sus penetrantes ojos azules se encontraron con los suyos, o eso creyó el monarca. Intimidado por la penetrante mirada se ocultó tras la cortina. — Ya… ya el pueblo debe estar enterado. — llevándose una mano al pecho buscó tranquilizarse.

— ¿Majestad? ¿Qué sucede? ¿Qué vio afuera? — Preocupada del abatimiento de su marido Antonieta se acercó a la ventana. Al asomarse no encontró a nadie.

—Creí… Creí ver a un muchacho. —Declaró con la respiración algo pesada, por recomponerse con mayor calma se apartó de la cortina. —Se me hizo parecido a alguien… No sé a quién. —Nervioso movió su mano repetidas veces, tratando de abanicarse.

"¿Me habré vuelto loco? Ese muchacho era muy parecido a… ¡No! ¡Eso es imposible! ¡Por más que intentamos no supimos que fue de su cuerpo! ¡Lo correcto es no contárselo, más aún después de lo doloroso que fue para la reina su traición!".

—¿Se encuentra bien? Podemos mandar a traer un doctor para su majestad. —Al notarla preocupada y quién sabe si con una curiosidad nada saludable para sus sentimientos negó con la cabeza. — ¿Está seguro? —Insistió no muy convencida, además de con cierta sospecha ante la agitación de su cónyuge.

— Sí, muy seguro. —Aun con una presión en el pecho se retiró a sus compartimientos.

—Comprendo... —Respondió algo inquieta. Sin intenciones de seguir interrogándolo se dirigió a sus hijos que jugaban con la joven Pauline. —Niños, vayan con Pauline y con madame de Tourzel a sus habitaciones. Mañana partiremos.

— ¿Qué harás, madre? —Inquirió la princesa.

—Necesito estar a solas con madame Lamballe. No me hagan repetirlo, tesoros, su madre requiere de intimidad. —Por su tono afable Carlos fue el primero en retirarse con Pauline, seguido de Madame Royal. En el momento en que se vio sola con la princesa italiana la tomó de la mano, conduciéndola con ella al escritorio. — lo que voy a pedirle es algo muy delicado, pero no tengo a quien más confiárselo.

—Majestad, sea lo que me pida no voy a negárselo. —Respondió la princesa con dulzura.

—En ese caso abusaré de tu lealtad mí querida María Teresa. —Buscó un papel, mojó una pluma en tinta y empezó a escribir. La princesa esperó pacientemente a su lado hasta que terminara. — Deseo que le hagas llegar hoy mismo esta carta al conde Fersen. No tenemos mucho tiempo, te lo ruego, es urgente.

La princesa cogió la carta en sus manos para después ocultarla en su cabello.

—Se lo entregaré personalmente, majestad. Inmediatamente.

—Y trata de ser cautelosa, no es bueno levantar sospechas. Que nadie se entere. Él es el único que debe leerla. —Indicó alzando una mano y moviéndola suavemente a modo de orden.

—Si su angustia es de que lo lea, no tiene de qué preocuparse. No tengo intención de abrir una carta que no está dirigida a mi persona.

— De todos los amigos que creí tener y que se han ido, ¿Aún hay personas que no desean abandonarme? —Se dijo así misma en voz alta y con tono quebradizo, conmovida de que la lealtad que deseaba viniera de la gente más inesperada. La tímida e introvertida princesa de Lamballe contra la atrayente personalidad de madame de Polignac.

"Inconscientes… ni sé por qué no escaparon. Todos se alejan, y sólo me queda mi familia, mis pocos amigos y él… mi amado… aquel al que jamás me pude permitir como esposo."

—Siempre estaré con usted, majestad. Incluso el conde Fersen no se ha movido de Francia por la misma razón; se debe informar al verdadero amigo de la reina. —Comentó la princesa con dulzura.

Terminada la charla entre buenas amigas, se retiró para no influir más en la incertidumbre de Antonieta. En cuanto cayó la noche madame Lamballe, sin falta, entregó al conde la carta escrita especialmente para él.

-o-

Intimidados por las señales de cambio, ahora no moverían ni un sólo dedo sin recibir antes la anuencia de la Asamblea Nacional. Entre muchas cosas el permiso de moverse o trasladarse de un lugar a otro.

En 1790, la familia real se le permitió pasar el verano en el hermoso palacio de Saint Cloud. Al menos un tiempo de ocio y serenidad para olvidar que en ese momento eran los prisioneros de su gente. Antonieta no podía esperar en los minutos de recorrido de pasear y jugar con sus niños en el parque del palacio.

Como prometió; corrían y jugaban hasta agotarse bajo el sol veraniego. Persiguiendo al pequeño Luis Carlos oculto tras un arbusto, sin querer pisó el ruedo de su vestido, que a pesar de ser de un corte sencillo igualmente cayó antes de llegar a tocar al niño.

— ¡Ahhh! —Se quejó Antonieta, que se había caído de bruces en la grama, en una pose muy poco digna para una reina.

— ¡¿Majestad?! —Exclamó Pauline que también jugaba con los príncipes. Los niños fueron hasta su madre alarmados. Carlos la revisaba inquieto.

— ¿Te hiciste daño, madre? ¿Te duele? —Le preguntaba muy angustiado, rodeándola, inspeccionando su estado.

— ¿Hermana, te encuentras bien? —También la interrogó sin falta su cuñada, la princesa Isabelle, sentada con un parasol.

—Estoy bien, cariño. —Le respondió al niño mientras daba una caricia por su mejilla sonrosada, luego se dirigió a la hermana del rey— No te preocupes, hermana, el vestido evitó que mi pierna rozara el suelo.

— ¡Tus manos, madre! ¡Están lastimadas! —Señaló María Teresa. — ¡Necesitas atención!

—Será mejor traer algo para el ardor, y unos insumos médicos. ¡Mejor todavía, un doctor! —Sugirió la madre de Pauline. — ¡Mandaré por unas compresas hasta que venga el médico! ¡Pauline, ayuda a su majestad a sentarse!

En lo que madame de Tourzel ordenó se trajera al doctor, la reina preguntó algo que la joven vería como común y normal.

—Pauline, ¿Podrías ir a preguntar por mí la hora? —manteniendo las manos inmóviles por el ardor se resistía de quejarse.

—Mi señora, si apenas hace poco le dije la hora. —Contestó la joven afablemente— Si algo le preocupa, su majestad debe haber vuelto de su paseo a caballo.

—Sí… me tranquiliza que su majestad haya vuelto. —Fingiendo una falsa alegría, aparentó que su interés iba por ese motivo, lo cual no era así. —De… De todas formas, me gusta estar al tanto del tiempo.

—Si es así, entonces más tarde se la diré sin falta. Como dentro de media hora.

Después de que trataran los raspones en las delicadas manos de Antonieta, se dispusieron a merendar; cubierta por un parasol apreciaba a sus hijos que jugaban con Pauline. Solamente se detenían para coger de la mesa algo para mitigar el calor, así como algún postre de su gusto.

El día terminaba, los últimos rayos del sol se despedían coloreando la bóveda del cielo de un naranja intenso.

Mirando el horizonte Antonieta se sumía en sus pensamientos.

"Fersen, mi vida… Espero ser capaz de verte esta noche. Que nada se interponga en tu camino hasta aquí. Sin duda estarás aliviado de que salgamos por un tiempo de París, ya que todavía no olvido el asalto a Versailles. Para que nuestro encuentro se realice sin inconvenientes, he fijado una hora exacta, gracias a la información que obtuve de cuándo será el cambio de guardia."

Se estremecía de las ansias de estrechar la alta figura del noble sueco, besarlo de una forma que ni en esta vida besaría al padre de su primogénita. Ante la perspectiva de que no estaba segura de en qué momento volvería a gozar de tanto consuelo.

Despachando a sus acompañantes, y enviando a dormir a sus hijitos no sin antes bendecirlos con un beso, para de este modo procurarles un buen descanso. Esperando a la hora exacta se preparó para su salida, a diferencia del caluroso día la noche era muy diferente. Se cubrió con una capa sobre sus hombros, y escabulléndose de sus compartimientos se retiró del palacete, aprovechando la momentánea ausencia de guardias.

A su alrededor el jardín era iluminado por faroles, pero su interés no era el jardín del palacio, debía caminar mucho más para llegar a su destino; el cual era el enorme parque de éste, lleno de vegetación y follaje.

Miró una vez más, quietud absoluta, el viento azotó los arboles fuerte y violentamente, agitando las hojas y sus ramas, sin contar los cabellos y los ropajes de la soberana. Sin querer de su boca se escapó un grito, sorprendida del gran ventarrón.

— ¡Ahhh! —Sostuvo sus cabellos y algo adolorida en sus palmas, soportó los minutos en los que duró la ráfaga. De pronto frente a ella una alta figura se acercó en la oscuridad, en ese instante las nubes habían bloqueado la luz natural que le proveía la luna. Estaba muy alejada de la luz artificial del palacio. Notó que las pisadas eran firmes y decididas. Asustada de que la descubrieran pensaba a echar a correr hasta que su muñeca fue atrapada por una mano fuerte.

"¡Estoy perdida! "—Pensó, sin estar segura de que hacer próximamente.

— ¡Suélteme! ¡Déjeme ir! —Suplicó mientras se resistía al agarre del hombre, jalando su brazo y sacudiéndose descontrolada. Pasados esos instantes de completa desesperación éste desconcertado de su comportamiento se decidió por hablarle, doliéndole la angustia de su amada, cuando jamás se le pasaría por la cabeza lastimarla.

—Majestad, ¿Por qué huye de mí? Usted, debería saber más que nadie que su caballero jamás levantaría una mano para lastimarla. —Respondió el hombre, con total ternura y galantería. Su voz era inconfundible, ¿Cómo no reconocer esa voz tan suave y relativamente grave?

— ¿Fersen? —éste contestó con una suave risa. Al girar para mirarlo, las nubes se retiraron dando salida a los rayos de la luna, alumbrando las agradables facciones del hombre, el cabello rubio cenizo lucía a causa de la luz, sus ojos grises por siempre mansos ante ella.

—Siento haberla asustado, no pensaba que aparecer furtivamente fuera tan mala idea. Cubierto hasta el tope por una capa oscura, no es de extrañar que gritara.

—No hay cuidado, Fersen, a ti te perdonaría todo. —Se acercó a él embelesada del carácter considerado del sueco. No obstante, al tocarse mutuamente las manos, casi en la tentativa de un abrazo la reina se estremeció por un desagradable ardor. — ¡Ah!

— ¡¿Qué pasa?! —Preguntó espantado al verla alejar sus manos de él.

—Mis manos… al jugar con mis hijos caí en la grama. No las mires, Fersen. Viniste a verme y en lugar de eso te traigo una preocupación.

—No, permítame verlas, ¡Si digo que me interesa su persona, no miento!

Al principio insegura de si mostrar sus manos, aunque con la miraba tan honesta y desinteresada del hombre accedió a su petición. Las examinó, y sin mediar palabra buscó en un bolsillo un pañuelo, lo rasgó, a continuación la dejó por unos instantes, para remojar la tela en el agua fría de un estanque a unos metros de ellos. En su vuelta envolvió y amarró delicado, las maltratadas manos de su adorada.

—Esto servirá de compresa. No traigo insumos médicos pero el frío ayudará. ¿Cómo se siente? —Le preguntó, sentándose en la grama bajo un árbol.

—Qué pregunta, Fersen. —Emitió una risilla. — ¿Cómo voy a sentirme? —recostando su cabeza en el hombro del conde, observó sus manos vendadas, extrañando el dulce tacto que le había dado al curarlas. —esta tarde me atendió un médico, algo de lo más normal y corriente, sin embargo, contaba las horas para que vinieras tú a curarme el corazón. Me siento feliz a tu lado, contigo soy yo misma.

—Siento no poder a hacer más por usted. —Se expresó con tristeza. — Si tan sólo fuera posible librarla de tanta agonía… —mantenía la cabeza contra el tronco del árbol. Su brazo izquierdo era soportado por una de las piernas, doblada, mientras que la otra estaba estirada. Se encontraba agotado.

—No queda más que aceptarlo. Por momentos lloro… y de pronto recuerdo que vivo por mis hijos y por ti. Carlos estaba el día de ayer tan emocionado, sufrió mucho. Lo bueno es que trata de adaptarse.

—Se parece mucho a su madre. Es un niño muy amoroso.

—Te equivocas, es parecido a ti. Todo lo que me pasa lo preocupa, si me encuentro triste, incluso pequeñeces como un raspón. Que su madre esté herida lo conmueve demasiado. —Musitó enternecida.

—Es verdad… —sonrió con tristeza. —también me preocuparía en exceso inclusive verle un simple corte en el dedo. Incluso de haberme enterado de que estaba lastimada habría ido a sus habitaciones, en vez de exponerla.

"No tengo mucho que decir… sólo quiero escucharla. Sus palabras y su respiración, gozar de su calor. Que me cuente la infancia de mi hijo."

—No, prefiero estar en la frescura del parque. Mis hijos estuvieron corriendo bajo el sol esta tarde, en compensación deseaba estar contigo al resguardo de la luna. En la noche es cuando mejor puedo amarte. —Girándose sutilmente la notó con la vista fija en él. Era obvio lo que sus ojos le suplicaban. Con un brazo atrajo la cabeza de su amada a la suya, entregándose a la pasión de un beso que habían añorado durante días. Adolorida en ambas manos, no encontraba manera de aferrarse él, unirse aún más en un abrazo. Por calmar las ansias el conde la estrechó en sus brazos.

Estuvieron por varios minutos sumidos en la pasión de esa caricia. Tan satisfactoria que casi estuvo tentada de ir por un acto más comprometedor, pero se controlaron. Sensatos y prudentes a pesar de la agitación detuvieron el beso, para simplemente acurrucarse junto al otro apegados al tronco.

—Este paisaje… siento que puedo apreciar la naturaleza como es realmente en la noche. Hallándome solo no valoraría su inmensidad. —Contempló a lo lejos el follaje de los árboles y las montañas, en la absoluta quietud la única compañía de la pareja era la naturaleza, que nada más se manifestaba con el soplido del viento. Por su parte, Antonieta apoyaba su cabeza en el hombro fuerte del sueco.

—Oh señor, que la noche no tenga final… déjame dormir por un rato en el hombro de mi amado. No tengo certeza de qué será de mí, al menos por el día de hoy, déjame ser una mujer corriente. — Se adormecía con el frío de la noche que luchaba con el calor del hombre a su lado. —Fersen… —murmuró somnolienta.

— ¿Sí?... —Respondió con dulzura. Con un brazo rodeaba los hombros de la mujer, en un momento que desgraciadamente no iba a ser eterno.

—Qué embarazoso… te esforzaste en verme y me duermo. Lo siento. —Frotó un dorso contra su ojo, tratando de desperezarse.

—Descuide, pocas veces le veo dormir, sobre todo en estos tiempos. Que le domine el sueño, no importa. — Se inclinó a besar el cabello de la esposa del rey. —Conmigo descansará.

—Fersen, no entiendo porque tú…—Murmuró somnolienta— y madame Lamballe, siguen aquí… sabiendo lo peligroso que es… permanecer en Francia.

Estaba tentada de mencionar a otra persona, alguien tan importante, con una amistad y un lazo tan antiguo como los anteriores mencionados, no obstante, las dudas y el dolor no la dejaban definir un sentimiento concreto para catalogar a dicha persona. No sabía si había un motivo oculto o mucho más complicado que eso, por lo que le era difícil desarrollar el debido sentimiento de decepción y repudio, ¿hasta cuándo la vida responderá a tan enorme interrogante? Se preguntó.

—La amistad y el amor existen, con dificultad, pero así es, y están ahí… Ya es tarde para que lo haga. Madame Lamballe no se fue, y yo tampoco lo haré. —Luego de un largo silencio la advirtió respirar de forma acompasada, se había dormido.

Para Fersen encontrarse en la noche no significaba que su amada estuviese obligada a conversar, ni que fuera un vehículo para enterarse de las intimidades del soberano y a su vez contarlas al mismísimo rey de Suecia, para convertirlo en un tema de crítica y cotilleos banales. Por lo desgraciada que era la vida para reina lo imperativo era acompañarse y consolarse, de hablar lo harían si al otro le nacía. Más bien para él disfrutar del silencio y la calma, asimismo comprobar el estado físico de ella, si estaba saludable y segura era lo que tenía valor en un encuentro.

"No te abandonaré, estoy atado a este país, no extraño a Suecia como extraño a Francia. No comprendes el dolor que me atraviesa cuando me pides que me marche. Lo hice por cuatro años… Oh, Dios… lo asfixiante que fue, no creo repetir esa hazaña sobrehumana. ¿Por qué me dirigiste la palabra aquella noche en la ópera? ¿Cómo hubiera sido mi futuro de no conocer jamás el sonido de tu voz? no entreveías lo que pasaría en los años próximos, después de cumplir tu labor de asegurarle a su majestad un heredero podías ser totalmente mía, entregarte a mí en cuerpo, y por eso Luis Carlos está vivo. He echado raíces en este suelo con una mujer y un hijo, ahora es muy difícil ser arrancado. Ya es tarde..."

Mientras tanto, en esos momentos de dicha, Antonieta no imaginó que el rey se vería empujado en la necesidad de verla, habiendo pasado todo un día sin intercambiar palabras, a duras penas una despedida momentánea, para desearse una buena noche de sueño, ya que por lo que tenía entendido de boca de sirvientes, la reina se encontraba exhausta por la jornada. En su camino de ingresar a las habitaciones de su esposa fue interceptado por madame Lamballe, que al igual que él hacía apenas unas pocas horas había llegada al palacio. La dama estaba parada obstaculizando su entrada.

—Princesa de Lamballe, hágame el favor de anunciar mi llegada a la reina, me urge hablar con ella.

—Su… su majestad, dispénseme, pero la reina se encuentra un poco indispuesta. —Respondió algo acalorada por el esfuerzo de alcanzarlo.

— ¿Indispuesta? ¿Es que se encuentra mal? — Preguntó angustiado, llevándose una mano a la mandíbula de la cual le nacía una papada, sin entender cuál era el problema de ver a su mujer.

—Correcto, majestad. ¿No le contaron que esta tarde por causa del ajetreo la reina se ha lastimado ambas manos? a causa de eso me pidió que le dijera la razón de su malestar. Quiere un poco de paz por el dolor.

— Si se siente mal puedo reconfortarla, además de que me gustaría examinar sus manos. —Insistió sumamente interesado de su bienestar.

— No es por llevarle la contraria, mi señor, ella se siente muy mal, tanto que dijo que necesitaba reposar en su cama. Necesita de una buena noche de sueño.

—Ya veo… entiendo. No es mi intención causarle un malestar peor al que ya sufre. Me retiro. Que pase buena noche, princesa. —Regresando por el camino por el que vino se paseó por los pasillos, asomándose a mirar por el inmenso ventanal se le antojaron hermosos los jardines.

"Cuanta paz… y pensar que al terminar el verano regresaremos a nuestra prisión en las Tullerías. Es comprensible que esté cansada, todavía más con un marido tan inepto. El hombre que la condujo a la tragedia, al aburrimiento e infelicidad".

Pensó con desánimo, luego recomponiéndose por mero gusto decidió dar una caminata por los jardines, por último, haría un recorrido por el parque. Habiendo visto el esplendor de Saint Cloud en el día solamente faltaba conocerla en la noche. En la salida guardias se ofrecían a escoltarlo, pero de forma afable y educada los rechazó, prometiendo regresar pronto, explicándoles de su necesidad de ver el palacio en la oscuridad, lo asfixiado que se sentía. Los custodios ligeramente inquietos accedieron a la petición del rey, y ya libre de vigilancia, y seguro de estar en compañía de las aves del parque disfrutó de su paseo, nunca jamás se había detenido a pensar en la magnificencia de las fuentes con las que se topaba, repleto de bancas para sentarse a tomar el fresco, de alguna forma muy en el fondo temía no volver a pisar el palacete, por lo que su interés de conocerlo era un tanto desesperada. "De vez en cuando un hombre necesita de soledad" pensó inocentemente.

Caminaba cada vez más y más, olvidándose de que tanto se había apartado del palacio, dio una repasada por los árboles y los pequeños animales que moraban en ellos, como pájaros y ardillas, sería lo más cercano a la verdadera fauna de un bosque. Repentinamente oyó un suspiro femenino, tan o más relajado que él mismo. Intrigado se dejó guiar por una voz que se le hizo conocida, trató de que sus pisadas no fueran escuchadas en la grama, con una mano quitó suavemente las ramas de un arbusto que le bloqueaban la visión. Al hacerlo maldijo su necia curiosidad; presenció cómo dos enamorados se besaban con un ardor y placer que sólo un libro era capaz de describir. ¡Con mucha razón la fémina suspiraba extasiada!

—Mi… mi reina. —Musitó pasmado. Su esposa al contrario de estar grave en cama por un malestar, sufría de una fiebre crónica, apurada de los besos y abrazos, y quien sabe qué otra cosa más del viril y atractivo escandinavo, a diferencia del resto de los nobles, no era un secreto para él la atracción que irradiaba Antonieta desde hacía muchos años atrás por Fersen. Lo sabía… lo sabía cuándo ella se lo confesó con tremendo pesar y remordimiento, sin mencionar lo innegable de que jamás, no importaban los años transcurridos, embargaría sentimientos profundos por su marido.

"No importa a donde vaya y el sitio en el que se encuentre, a como dé lugar desea ser la mujer del conde Fersen. Estoy al tanto de su honra, no dudo de que terminó su tiempo como mi esposa, cuando cumplió la labor de darle continuidad a los Borbones, pero… ¿A qué viene que me pese tanto verla en sus brazos? ¿Así es la reina de este país en su faceta de mujer? Está pérdida de amor… enamorada total, irremediable y dolorosamente."

Pensó con dura resignación, sintiendo pena de sí mismo por ver como un escenario desconocido, lo que dicen que es tan dulce e intenso, y que a pocos se les es otorgado. Una vez más la escuchó suspirar y gemir entre los besos. El sonido revelador e indecoroso lo avergonzó al punto de sonrojarse y sentir una bota presionándole el pecho con suma fuerza. En el crujir de las ramas que disimulaban las caricias oyó pasos de vigilantes avecinarse, nervioso retrocedió lento, manteniendo su boca cerrada para no alarmar a los enamorados. En cuanto se giró notó las luces de las lámparas, ni comprendió qué lo obligó a interceder por ellos, si se trataba de una mujer traicionando a su marido.

A continuación, fue en dirección de los soldados que merodeaban el parque.

—Buenas noches, caballeros… —Saludó a los vigilantes, forzándose a sonreír lo más natural posible. Alzando su mano y con la otra tras su espalda le dio algo más de énfasis a su intención de agradar a los hombres.

—¡Majestad! ¡¿Qué hace usted aquí?! —Exclamó echando un vistazo a los alrededores, muy extrañado de ver solo al rey. Las bayonetas en las manos de los guardias tuvieron un efecto intimidante en el monarca, no obstante, controlando sus nervios contestó.

Llevándose una mano a la mejilla rio despreocupado.

—¡Oh, cielos! Es que tenía deseos de caminar un poco y me entretuve tanto por el esplendor del parque que no me percaté de qué tan tarde era. —Sacó un reloj de bolsillo. — ¡Vaya! ¡Qué tarde es! ¡Sí es la una de la madrugada! —Rio aparentando vergüenza.

—Le acompañaremos de vuelta entonces…

—¡No! —Objetó de sopetón, pero al verlos tensos de su reacción tosió para luego responder calmadamente— Quiero decir… ¡Ejem! No hace falta que se tomen esa molestia, iba a retornar igualmente. Estaba acalorado y me hacía falta un rato de aire fresco.

Arqueando una ceja el guardia respondió.

—Debería regresar al palacio. No es seguro que camine sin escolta por estas horas, podría ser víctima de un ataque. —En su conversación otras pisadas se escucharon tras los matorrales, el paso se percibía rápido, como si dicha persona tratara de escapar corriendo.

Exaltados por el sonido se acercaron al rey.

—¡¿Qué fue eso?! —Apuntó con la bayoneta tras el soberano. — ¡¿Quién está allí?! ¡Salga, o sino abriremos fuego!

Angustiado de que descubrieran a su esposa infraganti mintió, y desesperado de que pudieran herirla agarró al soldado del hombro.

—¡¿Se ha vuelto loco?! ¡¿Disparar sin contemplación?! ¡¿No ve que estamos en un parque?! ¡Debe ser alguno de los animales que mandé a traer! ¡Pudiera ser una ardilla!

—¡Los pasos que oí sonaban mucho más pesados que una simple ardilla! ¡Apártese, su majestad! —Avanzó, seguido de sus compañeros que quitaron las ramas de los arbustos que no habían sido podados.

—¡Entonces tal vez sea un siervo! ¡Tengo la costumbre de cazar en mis vacaciones! Ba… ¡Baje el arma, por favor! —Rogó algo tartamudo. "¡Mi reina, hice todo lo que pude!" Se lamentó en su interior, la idea de verla sangrante por su causa lo aniquilaría.

Sorprendentemente bajo el árbol no encontraron nada, tras de éste vieron un hermoso y límpido estanque, luego dividiéndose revisaron los alrededores, pero seguía sin haber rastro del dueño de las pisadas, cosa que lo alivio enormemente, ya podía respirar tranquilo. Si recordaba lo que tomaba el recorrido de vuelta al palacio, significaba que su esposa estaría ya por llegar, de hecho, quien no tendría tanta suerte sería el conde sueco, debido a que no tendría ninguna excusa ni tampoco un escondite como la reina, por lo que tendría que correr contra reloj, antes de ser atrapado por la seguridad del palacio y acabar de anular la poca honra que la quedaba a Antonieta.

Con una mano en la boca, fingiendo un bostezo reprochó la terquedad de estos.

—Les dije señores que era un animal… No hacía falta armar tanto escándalo. —En el continuo bostezo unas lágrimas se escaparon de sus ojos. — Bien, me retiro. Que pasen buenas noches, caballeros. —En respuesta estos asintieron disconformes de lo ocurrido.

Poniendo las manos tras la espalda abandonó tranquilo a los sabuesos que proseguían obstinados en buscar intrusos.

"Gracias a Dios… estuve por creer que la matarían indignamente. Sólo espero que el hombre que la hace feliz de un modo que nunca pude hacerlo haya escapado con éxito de la vigilancia."

Intrigado de si el sueco estuviera todavía cerca, a pesar del peligro se aventuró un poco más lejos del punto donde descubrió a los enamorados. Después de caminar unos minutos, agotado por la jornada del día decidió sentarse un momento en un banco de piedra, para a su vez secar con un pañuelo su cara del sudor que bajaba por su frente y garganta. Agarrando aire se abanicó con la prenda, después, ensimismado presto atención a un anillo de oro en su dedo, del cual portaba una imagen grabada, la cara de la diosa Artemisa.

Suspirando detalló el perfil de la diosa, una mujer que siempre, sin importar las circunstancias, jamás iba a entregarse al amor de un hombre. Le resultaba ilógico la idea de que un dios no pudiera desear el amor abrazador y egoísta."

"Los dioses griegos, ni ellos… ni en sus historias trágicas podemos librarnos de la pena que nos trae la desesperación de sentirnos amados, de sentirnos frágiles…"

Sorpresivamente, oyó otras pisadas venir en su dirección, a lo lejos distinguió la silueta de un hombre, en los cortos minutos la imagen del visitante se hacía más clara. Hasta que finalmente el misterioso hombre se detuvo abrupto delante del monarca.

—Su… ¡Su majestad! —Exclamó con espanto, por la conmoción y la sorpresa era lo único que se le había ocurrido decir. Advirtiendo en los ojos del rey un aire de curiosidad e impaciencia guardó un segundo de silencio para resignado de su suerte decir algo cabizbajo, sosteniendo en una mano su sombrero— Se…— Tartamudeó — Se estará preguntando qué es lo que me trajo a Saint Cloud.

En respuesta el rey sonrió con gentileza y compasión para a su vez en señal de invitación dar golpecitos al banco de piedra.

—No se angustie, conde Fersen, no pienso interrogarlo, ya sé a qué vino y no hace falta que me lo diga.

Aun algo inquieto se sentó junto al monarca, su corazón latía desbocado por la vergüenza de sentirse atrapado finalmente. Se relamió los labios. Por tranquilizarlo el marido de Antonieta guardó en su bolsillo el pañuelo que había usado para secar su cara, para entonces señalar con la barbilla el paisaje ante ellos.

—Ella ama este palacio. —Comenzó a decir— Es lo único que se le parece a nuestra vieja vida en Versailles. Ha sufrido mucho y no he podido hacer nada para disminuir su dolor… Creo que ni soy suficiente. — Rio con tristeza. — sin embargo… usted si ha podido hacer algo por la reina, conde Fersen.

Desconcertado el sueco se volvió veloz al esposo de su amada, era la primera vez que hablaba de manera tan directa y clara del tipo de relación que la reina guardaba con él. Como no se creía con derecho de responder a las palabras del rey se limitó a escuchar con gesto amargo, sintiéndose un adultero y criminal, además de un traidor a un soberano del cual guardaba una abierta simpatía.

—Estoy seguro que gracias a usted podrá dormir hoy tranquila. Tengo mucho tiempo de no consolarla y creo de hacerlo no la incitaría a esta fuerza interna que ha desarrollado en nuestra etapa más oscura. Y pensar que en su primera vez pisando este país como princesa heredera, que brillaba tan intensamente con todas las bendiciones de una diosa de amor no esperaba este destino. Es por eso que le pido que siga apoyándola.

—¿Por qué me pide eso, majestad? ¿Cómo un hombre le pide a un ladrón que siga robando lo que es suyo? —Preguntó sonriendo irónico y patético, de sus ojos grises unas gotas semejantes al roció se asomaban.

—Por qué la amo y habiendo cumplido sus funciones de reina, dándome dos príncipes, no puedo culparla de buscar la felicidad como mujer. Aunque yo sienta esto por ella la descuidé mucho, y sí sonrió en algo distinto a nuestros niños habría sido usted el responsable.

—Lo lamento. Lo siento mucho, majestad… ¡Por favor, perdóneme! —En un impulso desesperado se postró ante el rey, apretando la grama en sus manos, su espalda e incluso brazos se sacudían en temblores. Inquieto por el movimiento abrupto del extranjero, el monarca sobó con fuerza el anillo de oro en su dedo. — ¡Perdóneme por amar a la mujer que Austria le debía a Francia! ¡La he amado por casi 20 años! ¡He hecho lo posible por no importunar en la vida que había iniciado como su mujer, y como la madre del que sería el Delfín! sin embargo… —Se llevó una mano a la cara conteniendo el llanto. — Ni en la lejana América, ni la fiebre y las heridas a mi cuerpo lograron hacerme olvidar… Olvidarla a ella. ¡Ni esta maldita Revolución que se está gestando lo ha conseguido!

El rey suspiró contagiado por el pesar, por apaciguar la zozobra de este hombre, que se mostraba muy culpable de los sentimientos que lo estuvieron guiando por años lo cogió de los hombros para piadoso manifestar.

—De ser sólo carnal y banal vuestro amor, hace mucho que debió haberse marchado a su patria para sólo acordarse de ella por noticias y rumores difusos. Mi agonía es menos pesada al saber que su amor es equivalente al mío… Qué desafortunado sería mi corazón si mi esposa estuviera prendada de un ingrato.

—Gracias… Muchísimas gracias, majestad. —Sonrió más animado debido al gesto de su aludido y asimismo compresión a una situación incómoda para todos. Inclinándose posó una mano en su pecho servicial y manso al soberano. — juro, que sea lo que la corona necesite siempre estaré fiel a su servicio ¡Lo que haría por el mismísimo rey de la patria que me vio nacer!

Y así Fersen a su debido tiempo cumpliría su promesa; a partir de este momento otro tipo de lealtad brotaría del pecho del sueco, una que ni el mismo rey en declive esperaba de los cortesanos que vitorearon su coronación y la muerte del gobernante anterior. Por esa noche, después de su charla llena desahogos con el amante de su esposa el monarca se reuniría con el conde de Mirabeau, quien vendría de incógnito, traicionando los ideales que lo habían llevado a ser elegido por el pueblo como diputado jacobino. María Antonieta por su parte, como era costumbre, después de dar instrucciones a sus doncellas para el día siguiente, se marchó con el alma liviana a su dormitorio. Su cabeza que reposaba en una blanda y tibia almohada estaría inundada de tiernos y ardorosos pensamientos, del hombre que habría huido exitoso de la vigilancia impuesta en el palacio del hermano del rey sol.

Por desgracia e insensatez humana, no todos los esfuerzos desesperados ni el poco poder e influencia que el hidalgo de Suecia pudiera tener evitaría la catástrofe. El fin de la paz y la felicidad que siempre quiso que durará para ella y sus hijos llegó. La triste reina daría su último aliento el 16 de octubre de 1793.

-o-

Un día después del veredicto del tribunal revolucionario, a las 10 y media de la mañana, sin haber terminado de digerir la sopa caliente ofrecida por Rosalie, lo último que pudo probar en vida, en su celda irrumpieron estrepitosamente una tenebrosa comitiva de hombres, ni la presencia de un sacerdote lo hacía menos tétrico, la reja que se abría violenta, con su rechinido por el óxido.

—¡Ah! —Exclamó Antonieta sentada en su catre, sorprendida, bien que estaba esperando el momento de que cesara el sufrimiento, sin embargo, dicho final no vendría sin sus malos tragos y traumas.

Uno de ellos con rostro impasible, muy temible para la pobre, acostumbrado del infame trabajo, pero no tanto como su compañero que apretaba en su mano un par de enormes tijeras, reparó en ella y glacial dijo.

—Agárrale las manos. Ahora partimos. —Dicho esto su compañero se ubicó tras la desafortunada, cogiéndole con rudeza las muñecas para entonces atárselas con fuerza, para de ese modo subyugar más su espíritu y toda oportunidad de escape

Sintiéndose ya lo suficientemente humillada advirtió como éste rufián agarraba brutal sus cabellos encanecidos de los años de persecución, cortando sin piedad cada mechón del largo cabello del cual alguna vez se hubiera sentido orgullosa, dejando el camino libre para la cuchilla.

"¡Oh, señor… dame fuerzas hasta el último segundo! ¡Que sea capaz de soportar toda humillación!"

Rosalie, acompañada de una mujer de corazón piadoso, observaba espantada del trato bestial e injusto a una inocente, resistiéndose de emitir un gemido de horror se llevaba las manos cerradas a su boca, pegando los dedos doblados a sus labios."¡Majestad!" pensó.

En el acto de terminar de cortar todos los cabellos el rufián dio un empujón a la prisionera, como si tratara con un animal al cual tuviera que espantar luego de quitarle rápidamente la lana.

Ya maniatada y con un corte irregular María Antonieta se giró a Rosalie.

—Es verdad… el reloj Breguet. —Pestañeó debido a que deseaba que nada quedara en el aire, siquiera resolver lo poco que pudiera. — Rosalie, cuento contigo para devolverlo a su propietario.

"El reloj y las visitas inesperadas de anoche… a pesar de todo el maltrato, lo que me ha sido quitado, jamás imaginé que hubiera gente que todavía me tuviera en su corazón. El general Jarjayes y… ella, de todos no pensé que ella regresaría a mí…"

Madame Chatelet que no aguantaba la crueldad que presenciaba, asentía repetidas veces con los ojos llorosos y nervios quebrados. Haría todo por dar tranquilidad a la triste reina.

—¡Sí…! ¡Sí señora! ¡Se lo prometo!

María Antonieta alzó su cabeza serenándose de lo que ocurría. Confesó antes de ser empujada con fuerza en su espalda para forzarla a avanzar y salir de la celda.

—Este sonido del tiempo que pasa… No te imaginas cuanto me consoló ese reloj.

Y así caminó por los pasillos húmedos y oscuros para hallarse en la salida de la prisión. Unas escaleras ante ella sería lo que la harían emerger a la superficie y ser parte nuevamente del tiempo. Debía subirlas mientras era vigilada muy de cerca por una cantidad exorbitante de guardias nacionales y agentes. Delante de las rejas de hierro estaba estacionada una carreta que la trasladaría a lo que fuera en esa época "La Plaza de la Revolución".

Rosalie que la seguía con la mirada la vio alejarse en la carreta entristecida.

Reina Antonieta! ¡Una vez gobernaste como una rosa escarlata, siendo el esplendor más brillante del palacio de Versailles! ¡Adiós, última reina de Francia!"

Por esos instantes en Bélgica, otro corazón se revolvía de rabia, impotencia y dolor… Fersen que estaba por preparase para partir a Francia, aun si fuera tarde y lo mataran deseaba ir veloz junto a su amada, sin embargo, su tío junto con otros criados le impidieron la salida de la residencia.

El anciano abrazaba con todas sus fuerzas la cadera de su sobrino, entre lágrimas luchaba por no permitirle avanzar ni un centímetro.

—¡Suéltame!—Exigió furioso y bravo, tratando de sacudirse y separarse del anciano que obstinado lo estrechaba.

—¡Cálmate! ¡¿De qué te sirve morir?! ¡Es demasiado tarde!

—¡Déjame! ¡¿Cómo puedo dejarla morir sola?! —Entonces agotado de luchar porque nadie le dejaría estar con ella ni el destino dejó sus brazos colgando al descuido, parado inmóvil, lo único que podía hacer fue llorar como un niño perdido de sus padres. Con un hilo en la voz dijo — Sola… ha ido tan lejos… todos mis esfuerzos… nadando contracorriente en esta marea que nos aleja y nos lleva contra nuestra voluntad.

Aun llorando y con la cabeza apegada al abdomen de su sobrino en llanto el anciano suplicó.

—¡Señor Hans Alex! ¡¿Por qué no desea vivir?! ¡Entonces, si eso quiere vaya después de que me haya matado! ¡Yo no puedo sobrevivir a su muerte! ¡Por décadas me he ocupado de usted, sin dejarle ni siquiera un instante! ¡¿Qué sería de mí y su familia?!

"Ahora… estoy despedazado… ¡¿Por qué continúo viviendo?! ¡¿Por qué no los acompañé aquel veinte de junio a costa de desobedecer a su majestad el rey?! ¡¿En ese viaje por qué dejé a mi reina Antonieta?! ¡Era mejor haber sido despedazado por la plebe! ¡Este cuerpo que sobrevive a la muerte de la única persona que amé!"

En el transcurso del recorrido de la carreta que la llevaría a su muerte las gentes que transitaban por la calle gritaban y escupían a la mujer. Cuando finalmente había llegado a la plaza, la gran cantidad de personas que acudiría para verla morir no tenía final. A pesar del extenso espacio abierto para el pequeño cadalso, la marejada de gritos y abucheos sin importar a donde voltease marearía a cualquiera. Atropelladamente subió los peldaños, al no ser capaz de mantener el equilibrio por causa de las manos atadas tras su espalda, acabó por pisar el pie del hombre que controlaba la cuerda que liberaría la cuchilla.

—¡Disculpe, señor! ¡No lo hice apropósito! —Se excusó con extraña sinceridad, ya que en sí no deseaba el mal a nadie sino la justicia divina.

De pie, siendo presentada entera y viva antes de lo inevitable, petrificada reparó en el brillo cegador del metal que cortaría su cuello. De pronto los gritos de la muchedumbre la sorprendieron, clamando "¡Viva la republica!" "¡Muerte a la austriaca!"

"A eso han venido… A ver como muera la hija de María Teresa… Adiós, Adiós, seres queridos de mi corazón… incluso si mi cabeza cae salpicando sangre, yo mantendré mis ojos abiertos eternamente, y continuaré observando el futuro de la patria… ¡Francia, miradme bien! ¡Así es como muere una reina de Francia! ¡Mi nombre permanecerá grabado para siempre en la historia de la humanidad!"

Antes de acostarse próximamente en la plancha que la inmovilizaría para de ese modo acercarla al artefacto que le cortaría la respiración, maniatada alzó su vista al cielo azul con sus nubes moteadas, aspirando el aire y la caricia del viento refrescante en sus cabellos que se agitaban, la belleza de la naturaleza creada por un poder superior. Entre abucheos e insultos despiadados le dedicó un último pensamiento al hombre que la hizo feliz en lo poco que pudo. El que la amó incondicional, a pesar de la situación aberrante de meterse en la paz acordada por Francia y Austria.

"Adiós, Fersen, no me olvides… hasta el último momento te amé… te amé sin esperanzas, hasta donde nuestro señor y mi corazón me lo permitieron. Nos veremos en el paraíso algún día… Dios… ahora llegaré a ti."

FIN

Aviso y curiosidades del fanfic

¡Hola! Un tiempo sin actualizar, aunque el cap 13 de "Época de Cambios" va por buen camino, a pesar de lo lento que avanzo. Disculpen, es complicado escribir, como he dicho no tengo tanto tiempo como antes, pero igual trataré de actualizar alguna cosa referente a mi fic principal. ¿principal? Se preguntarán. Pues, por inspiración de otros fanfics que he leído, y debo terminar, he pensado que en mi haber de trabajos lo menos que puedo hacer para evitar el hiatus es escribir mínimo otras dos cositas, por supuesto, no del nivel de complejidad de "Época de Cambios" sino cosas más cortas, y una de ellas es "Te amé sin Esperanzas", un fanfic dedicado al triángulo amoroso de María Antonieta, Fersen y Louis, por nombrarlo más como un ser humano que como un cero a la izquierda en el mundo de Berubara. Este fanfic de María Antonieta lo había escrito por el 2020, y ahora nos encontramos en el 2023. Lo malo es que no sabía por ese entonces a donde llevar el argumento para justificar más el nombre, estaba bloqueada, casi todo el capítulo lo tenía escrito. Lo había hecho hasta la parte del rey conversando con los guardias del palacio veraniego de Saint Cloud, nada más me quedaba pensar la forma de reunir a Fersen y el monarca sin que se sintiera raro. No duró nada, pero pocas palabras bastaron para explicarlos a ambos en su tregua y respeto mutuo.

Como dato curioso de este fanfic, se me ocurrió usar una mísera escena que Ikeda hizo, una referencia a las vacaciones de verano de los Borbones en el palacio que perteneció al hermano del "Rey Sol". Yo quería dar un toque profundo y de reflexión, debido a que es muy difícil sacar material de un romance tan poco trabajado como el de María Antonieta y el sueco. Estoy con una profunda vergüenza por el atraso del capítulo 13 de mi fanfic principal, así que decidí terminar el de Antonieta, que no le quedaba mucho de terminar por publicar lo que sea.

Admito que mi fuerte no es la comedia ni el romance, aun si no me quejo de la relación de Oscar y Alain. "Te amé sin esperanzas" fue un desafío en escribir más que todo a Fersen, sin que sonara muy perfecto y plano, sin expresiones ni sentimientos un tanto más llamativos, la solución que tuve para él era la culpa de amar a la reina, además de que a diferencia del manga hice que su paternidad con Louis Charles fuera verdad. Justificando más su atadura y sacrificio desmesurado por la mujer de otro. Otro dato interesante, y que sería bueno que investigaran, hace unos pocos años se pudo comprobar que Louis Charles era el hijo del amante de Antonieta.

No me desvié mucho del manga en este oneshot, se puede reconocer perfectamente a la María Antonieta de Ikeda por su manera de comportarse. Sin mencionar que uní el final del manga con este corto con un salto temporal, de las vacaciones a la ejecución de la triste reina. Para la recta final del oneshot, fusioné manga, Gaiden, y palabras inventadas por mí. Estoy satisfecha con el resultado final. No pasen de largo este capítulo que es esencial para lo próximo de "Época de Cambios".

Un aviso de lo que estoy formando mientras me ocupo de seguir lo de Oscar y Alain en su encrucijada: Será corto, unos pocos capítulos, eso es de lo único que puedo estar segura. Me estoy metiendo totalmente en ello porque creo que lo merece. Estoy comenzando a escribir un fanfic para "La Ventana de Orfeo". Este manga pienso que está muy infravalorado, no es perfecto porque a veces la autora rayó en lo ridículo en el destino de una protagonista con muchas capas y nada idiota, aunque no, no va a tratarse de Julius el fanfic. Es extraño, me preguntaba ¿Cómo un personaje del que sabemos muy poco puede destacarse por sobre sus protagonistas? Si… me estoy refiriendo a Leonid Yusupov.

El fanfic que escribo para él transcurrirá en unos años antes de 1905, no muchos, específicamente antes del volumen 11 del manga. ¿No se han preguntado si el carácter aislado del marqués es algo natural o viene de un episodio que lo catapultó? Tiene hermanos, y, sin embargo, se burla con demasiada facilidad del amor. Encuentro raro su comportamiento. Existen hombres que expresan este tipo de personalidad por sufrir algún tipo de presión en su infancia. Las fans lo ven normal, pero yo no…

En resumen, espero ansiosa que llegado el momento del nuevo fanfic, que se titulará "Espada de Hielo" llegue a sus expectativas.

Nos leemos en el capítulo 13 en producción de "Época de Cambios" ¡Un abrazo!