Capítulo 14

Hombre y Mortal

Las horas tensas seguían transcurriendo en plena alarma nacional, los jinetes en busca de los fugitivos reales se habían dividido en cada camino que condujera a la frontera, con la esperanza de atraparlos antes de que fuera tarde. Pronto, la asamblea nacional incrementó su poder ejecutivo; dándole de tarea al ministro de asuntos exteriores, Montmorin, informar a las potencias extranjeras sus intenciones pacíficas, seguido de eso, enviaron agentes para confirmar la lealtad de las tropas a la asamblea. El control sobre las masas que el gobierno revolucionario pudiera tener se quebraría de perder al rey. El pueblo y los partidos, se convulsionarían de la traición del monarca a su país. Si tan sólo Louis lo hubiera sabido, pero la soberbia y la ceguera de no darse cuenta, de que un rey existe para proteger y servir a su gente sería lo que cavaría la tumba de él y su dinastía.

El viaje lleno de ilusión en la lujosa berlina, por la campiña francesa continuó sin novedad hasta Châlons, donde llegaron a las 6 de la tarde. Después de pararse a merendar para calmar el hambre, se vieron atrasados por la avería en una de las ruedas, cosa que les llevó media hora en reparar, lo que hizo que llegaran a Pont-de-Somme-Vesle con dos horas de retraso, demasiados obstáculos aparecían en el camino para la familia.

Por los momentos tratarían de mantener la compostura, confiando en que las ordenes de Bouillé de quedarse a por ellos serían acatadas, hasta que… ingresando a la ciudad vieron que sus aliados y protectores les habían abandonado. La preocupación que tuvo Fersen era justificada; la presencia de una numerosa caballería había levantado las sospechas de los campesinos. Así que los soldados fueron obligados a retirarse.

Pero, por desgracia, incluso en el pueblo de Sainte-Menehould, los dragones se habían cansado de esperar, después de haber causado disturbios emborrachándose, incomodando a la población, por lo que tuvieron que marcharse, creyendo que la familia real ya no venía.

Pasando en medio del pueblo los habitantes repararon en el costoso vehículo, murmurando y señalándolo sacaban sus conclusiones. ¡No podía ser mera casualidad! las charlas entre ellos y sus miradas de sospecha y recelo no le fueron indiferentes a Antonieta: "Qué grande es esta carroza…" "Primero el capitán Delle Robe y sus soldados ¿y ahora esto?" "Esta carroza huele a disfraz…" "Debe tratarse de la huida de una familia noble".

Temerosos y extraviados de qué hacer, preguntaron a Antonieta, ya que el rey no conservaba la bastante inteligencia y cabeza fría para tomar una decisión. Por iniciativa de la reina prosiguieron el recorrido por el pueblo, no sin antes hallar a alguien que les diera indicaciones fiables de cómo llegar a Varennes. Tal vez habría soldados de la tropa del general Bouillé aun esperándoles.

Parando el coche divisaron a un hombre joven salir de una herrería. Cabizbajo, muy distraído en sus pensamientos para voltear a mirar la berlina que se detuvo a su lado. Se arrepentirían de lo hecho a continuación.

Asomándose a la ventana Antonieta le llamó.

—Se…—Titubeó algo nerviosa, pegando los dedos doblados a su boca, signo de duda. No podía cohibirse, la vida de su familia estaba en juego.— ¡Señor! ¡Perdone usted! ¡Señor!

Insistió, hasta que el lugareño giró, percatándose de que se refería a él… Señalándose así mismo preguntó serio.

—¿Es conmigo, ciudadana? —Antonieta asintió con una sonrisa forzada. Intrigado de quién era esta hermosa y bien vestida dama que lo solicitaba se acercó a la ventanilla. En cuanto lo hizo echó una fugaz y rápida mirada al interior del exuberante vehículo: Una mujer mayor abrazada por dos niños, otras gentes que harían de sirvientes, aunque quien llamó su atención en particular era un miedoso y obeso varón que se empeñaba en no destacar, arropado en la sombra.— ¿Qué desea de mí?

"Esta gente… ¿Dónde he visto esa cara?"

—Verá, buen señor, estamos perdidos con nuestra patrona, la dama tras de mí… y si fuera tan amable de ayudarnos con indicaciones al camino más próximo a Varennes. Si lo hace se le recompensara de forma generosa. —Explicó tratando de sonar convincente, aunque ya la elección de palabras había resultado forzada. Extendiendo su mano con una moneda de oro en la palma.

Los ojos del hombre se abrieron de par en par atónito, no precisamente por el altísimo valor de la moneda, sino por una imagen acuñada en su metal; un retrato de Louis XVI.

Tragando saliva intentó guardar las apariencias. Alzó su cabeza a la mujer, entonces cogió la moneda para contestar simpático, pasando su mano por su oscuro cabello alborotado.

—¿Un camino corto a Varennes? Eso es sencillo. —Se jactó, puliendo con aire calculador el metal de la moneda de oro con su pulgar.

En gesto de alivio y emoción Antonieta juntó sus manos en una plegaria.

—¡Muchas gracias! —En lo hondo del coche, los demás pasajeros suspiraron mientras que otros se les escapó una risita, de sentirse casi cerca del fin.

Cumpliendo con lo acordado, este joven desconocido les explicó con sumo detalle la manera de llegar a Varennes, sin embargo, no la más rápida como había prometido, ¿La razón? haber reconocido al rey, quien iluso juraba que nadie recordaría las ilustraciones impresas o acuñadas en la moneda francesa. De todos los lugareños con los que pudieron haberse topado, este hombre, el líder de los carteros de Sainte-Menehould, miembro de la asociación jacobina y revolucionaria, Jean Drouet, de 28 años no iba a dejar que salieran tan pronto, pero sí que creyeran ingenuos que no serían atrapados. Caerían en desgracia por su propia vanidad.

Sonriendo siniestro en lo que veía a la berlina salir de la ciudad, levantando polvo tras de sí, tomaría la decisión de destruir este complot para con el pueblo.

"Si mi instinto no me falla… ¡Esa es la familia real! No sé porqué el rey está aquí… Como sea tengo que llegar primero, e informarles a las autoridades en Varennes." pensó.

Antes de volver raudo tras sus pasos, oyó cascos de caballos golpeando los adoquines, los habitantes de la ciudad se dispersaron por la llegada de un grupo de jinetes, intimidados por los colores y diseño del uniforme, estos hombres eran los encargados de suprimir a los que osaran retar al nuevo "régimen". La patrulla de guardias nacionales miró en derredor, mientras sus caballos avanzaban por la calle. Por otra parte, su cabecilla, percibiéndose observado por los pobladores anunció en un grito imponente; ¡Estamos bajo alarma nacional! ¡El rey ha huido de las Tullerías! ¡Es de vital importancia de que el que tenga noticias de su paradero, o si lo ha visto lo diga!"

Demasiada suerte para ser verdad, pensó con perfidia el joven cartero, por lo que alzando su mano y empujando violento a la multitud de su caminó exclamó.

—¡Yo lo vi! ¡Yo lo acabo de ver! —Al abrirse paso se detuvo delante de la montura de Alain, quien lo miraba en su silla en una mezcla de tensión y expectativa. — hermanos, defensores de la patria, puedo guiarlos a hallar a ese traidor, sin embargo, como miembro jacobino les exijo me dejen unirme a su grupo. ¡Debemos partir a Varennes cuanto antes! —Alegó, agitando su mano con contundencia, tratando de convencer a los enviados del gobierno.

Los soldados por otro lado, mirándose entre sí inquietos de su propuesta, esperaron el visto bueno de su comandante. Alain asintió a la petición, después de todo, repetir las luchas estúpidas de los diputados y Lafayette entorpecería su trabajo. Fuera del partido que fuera, el sentimiento de desprecio por esta traición era colectivo. Sin más que agregar, el cartero se marchó apremiado a retirar a su caballo del herrero, para no hacer esperar mucho a sus compañeros, perros de caza de la revolución, que según a su modo de ver, estarían por atrapar al gordinflón que había escapado de su puesto.

A prisa los caballos galoparon por ese soleado y brillante día por el bosque, la brisa que abanicaba sus mejillas y cabellos, asimismo, las ramas y las hojas abundantes de los arboles no eran mucho alivio para el calor. Tiesos en sus sillas se dejaban llevar por este cartero, del cual Alain notaba más determinación inspirada por la saña que por el deber, una cosa de la que estaba seguro, era que el odio movía más montañas que ninguna otra cosa, y si ya no eran regidos por los Borbones, era gracias a esta mala semilla que contaminaba el pecho de los franceses, extendiéndose y destruyendo el respeto, y en última instancia, al ya no quedar nada que los reprimiera, el miedo.

Con sus nervios sobreexcitados, muy agitado y confundido, además de sufrir de dolor que le taladraba la cabeza, en todo el recorrido por la carretera desierta, por momentos recordaba a Oscar; el recuerdo que conservaba de la mujer era de ella llorando como una niña, arrodillada en la tierra, con una crisis moral atenazándola, mientras él se alejaba cada vez más con sus subordinados. Los humanos, todos y cada uno tienen convicciones inspiradas de vivencias, pero, entonces, ¿Qué pasaba si tu interpretación de rectitud no es lo que el bien supremo o Dios desea? entras en conflicto, de un modo que ni alzando tu mirada al cielo podrás calmar las tribulaciones. Horrible y despreciable que el egoísmo, de no atarte a nadie ni a nada sea la respuesta a la iluminación y la paz. La bondad es una carga demasiado pesada. ¡Qué fácil es pecar o ser humano!

Aferrado a la brida del caballo que corría desenfrenado, en una carrera contra el tiempo, manejaba al animal para que no se desentendiera de Drouet a la cabeza del grupo. Era sorprendente que sin importar que estuviera abstraído, siguiera mandándolo con habilidad.

"Es como si… al verse partida, tuviera terror de que el cielo le dé la espalda a ella y a todo lo que ama. Debe ser inimaginable el estrés de no perder a nadie… Oscar, cuanto lo siento. "pensó.

-o-

A las once de la noche, en Varennes, cruzando la entrada de la ciudad un carruaje misterioso avanzaba. Horas antes, ya la gente y el procurador, monsieur Sauce, máxima autoridad del lugar, dado que el alcalde del municipio estaba ausente, habían sido advertidos por Drouet y su comitiva de guardias nacionales.

Una turba de civiles y soldados, armada con fusiles, picas y antorchas interceptó el vehículo. Antonieta helada del horror en su asiento, reconoció al hombre que se había interpuesto en el camino del carruaje.

"¿¿Qué está pasando?! ¡¿Ese hombre no era el que nos contó de la ruta hasta aquí?! ¡Nos tendieron una trampa!"

—¡Deténganse! —Demandó, alzando las manos el despreciable cartero, de quien creyó ingenua sus palabras. Los caballos relincharon escandalosos por la gente y los guardias que cogían sus correas, estático del pánico en el pescante, el conductor no se opuso a que le quitaran el mando de los animales, ni tampoco el látigo que usaba para fustigarlos.

Alain miró parado delante de su cuadrilla, cómo el pueblo y este cartero tomaban la justicia por sus manos. Sintiéndose un monigote que sólo actuaría cuando la gente y la situación se lo pidieran. Con rostro lúgubre y serio vio al procurador acercarse a la ventanilla; un anciano de baja estatura, de bigote poblado y peluca atada con un lazo negro. El funcionario extendió su mano a la única persona que respondería por la seguridad de los pasajeros, una hermosa y delicada mujer, algo demasiado extraño.

—Por favor, sus documentos, ¿A dónde van?

Antonieta que comprimía con toda su voluntad sus nervios soltó por lo bajo, tratando de disimular su cara bajo el sombrero.

—A… A Frankfurt… —Titubeó, hasta que, recuperando el tono a uno más seguro, luego de un trago de saliva se excusó. — hágalo pronto, por favor, tenemos prisa.

—¿A Frankfurt? —Preguntó aún más extrañado, repasando los papeles acotó sin mirar a la dama— Eso no puede ser, esta no es la ruta.

Impaciente de descubrirlos, y balanceándose con los brazos cruzados el cartero pinchó al anciano con una pregunta.

—¿Y bien, señor procurador?

—Ciudadano Drouet, lo lamento, no veo ninguna irregularidad en estos documentos.

Indignado y mirando tanto al anciano como a la mujer asomada lo increpó.

—¡¿Qué está diciendo?! ¡Esta es sin duda alguna la familia real! ¡Ya verá que no estoy alucinando! —Agarrándose del borde de la ventana del coche ordenó brutal a los pasajeros —¡Bájense de la carroza!

Como un episodio similar vivido un tiempo antes por Alain, la carroza se vio sitiada de los gritos de los pobladores y el metal de las armas que brillaban por las antorchas en la oscuridad. Si no fuera porque el gobierno ordenó que el rey y su familia regresaran a salvo a la asamblea nacional, el sargento juraría que, esta gente podría matarlos sin piedad ese mismo día. Las voces de los presentes coreaban la orden de Drouet; "¡Qué se bajen!" "¡¿Por qué tardan tanto?!" "¡Cobardes!" "¡Algo están escondiendo!"

De nuevo Antonieta titubeo por la voz aterradora de su interlocutor.

—Po-… ¿Por qué…? No- Nosotros no somos…—La saliva se espesaba en su boca, impidiéndole hablar bien, como si no hubiera tomado agua en todo el día.

Repitiendo la demanda el cartero con espantosa franqueza dijo.

—¡Bájense ya! —Ordenó. Despiadado se refirió al varón, que desde que los vio no paraba de ocultarse cobarde tras las faldas de esta mujer — Y él…—Señaló a Louis— ¡¿Me va a decir que ese fulano de atrás vestido de paje no es el rey?! ¡Basta de verme la cara!

En respuesta por la acusación Antonieta sólo alcanzó a decir.

—Eso… ¡Eso no es verdad! —Atrevido, violando cualquier tipo de respeto o derecho a alguna distancia, Drouet abrió abrupto la puerta del carruaje, la reina, por el contrario, por este asedio al espacio de su familia suplicó al cochero desesperada, ignorando que éste ya no tenía control sobre los caballos— Va… ¡Vámonos! ¡rápido! ¡A prisa! —Las personas gritaban en desorden, nada más los reyes podían escuchar insultos, nadie que los defendiera, mucho menos Alain, que seguía impasible en su papel de espectador. Simplemente sus cejas oscuras se fruncían en su cara. Tal vez una señal de ligero desdén o empeño de saber cómo terminaría todo; "¡No, no los dejen partir! ¡Drouet, sácalos a patadas! ¡Es la austriaca la que se oculta bajo ese sombrero! "repitieron los pobladores.

Con la puerta abierta de par en par, el cartero se podía permitir subir al vehículo, y ridiculizar a placer a los fugitivos. Usando la moneda con la que le habían pagado, encaró por fin al obeso varón vestido de sirviente. Con risa perturbadora y tétrica comparó al hombre con el retrato en la moneda. Los monarcas con un nudo en la garganta, se sintieron empequeñecidos por el pavor. Esta acción desconcertó al sargento, los métodos de Drouet estaban cruzando los límites de lo reprobable. Su plan era descubrirlos y escoltarlos de vuelta a París, no organizar un espectáculo con el único resultado de avivar más la sed de sangre de la gente. Niños inocentes saldrían perjudicados. Atónito dirigió su vista a sus subordinados que junto a los presentes se reían indolentes.

"No debería preocuparme por esta gente… maldita sea… ¡En otro tiempo me reiría despectivo de ellos! ¡¿Por qué no dejo que mi alma se pudra en odio como todos?! ¡¿Por qué?!".

Antes de que se introdujera más en la carroza, agarró con fuerza al hombre del brazo, arrastrándolo con él fuera del vehículo, acto que disgustó a los lugareños que gimoteaban y lanzaban improperios contra este enviado del gobierno.La luna se había ocultado tras un grupo de nubes, empañándose su blanca luz, produciéndose un manto grisáceo en el pueblo.

—¡Basta, Drouet! ¡¿Qué demonios hace?!¡Habíamos acordado atraparlos, no promover un linchamiento! —Se apresuró a decir, impugnando sin temor que lo amilanara, e ignorando a la gente que vociferaba furiosa.

El cartero frustrado sacudió violento su brazo para librarse del agarre del sargento. Con los ojos llameantes de rabia lo confrontó.

—¿Quién te crees que eres?! —Inquirió perverso, después dirigió la mirada a la chusma que los rodeaba, lo señaló con el dedo acusador— ¡Miren! ¡¿Esta es la seguridad que Lafayette nos ofrece?! —Protestó enérgico, dicho esto volvió a dar su atención al soldado que lo había defraudado— ¡No tienes derecho de ordenarme, porque los soldados deben someterse a la voluntad del pueblo! ¡Estás deshonrando los colores de ese uniforme!

El mancebo por su comentario pareció adoptar mayor dureza, antes de pronunciar su respuesta le dedicó al agitador una expresión de indomable obstinación, dando a entender que era una figura de autoridad, del cual era imposible doblegar.

—Soy un enviado de la asamblea nacional—Explicó, imponiéndose a la masa de personas—, no estoy para cumplir fantasías ni venganzas. Se me ha ordenado hallarlos y regresarlos sanos y salvos a París, y eso haré. —Dándose media vuelta con un gesto con la mano mandó a los demás guardias nacionales— ¡Contengan a la gente! ¡Nadie debe acercarse a las puertas del coche!

Por otra parte, Antonieta impresionada de la actitud de este hombre, compartió miradas e inclinaciones de cabeza con el rey. Distraído, por un instante le había dado la espalda al cartero, torpe la esposa del rey, aun desconfiada, estiró su mano para cerrar con lentitud la puerta del coche, cosa que daría pie a Drouet para llevarle la contraria a Alain.

Cogiendo con fuerza la puerta y azotándola, asustó a la familia real, y en un gritó estridente dijo con la mano empujando la puerta de par en par.

—¡Esto es lo que trae la indulgencia de los tontos! ¡Pensaban escapar cuando ya ni cochero tienen! ¡No irán a ninguna parte! —Pestañeó al detallar mejor las facciones de todos. —Es evidente lo que tenemos aquí…—Comenzó a decir como una serpiente que se alzaba sobre su presa, envolviéndolos con el tono susurrante y quebrado de su voz— su real majestad Louis XVI y…—reparó en Antonieta— su bellísima esposa. —Curioso de los demás pasajeros se giró a los niños abrazados en su asiento. El pequeño delfín, aunque estuviera trémulo, preocupado por sus padres no se atrevía a esconder su rostro en el pecho de su hermana mayor. — Así que… ¡Así que él es el príncipe Louis Charles! —Dedujo complacido, estirando el brazo, en intención de alcanzar al niño.

—¡Drouet! —Se volvió el sargento al coche a merced del jacobino necio, no obstante, justo después de gritar el nombre del abusador, en plena oscuridad, en la que la luz de las antorchas y la luna luchaban por alumbrar, se oyó un golpe agudo y potente contra la piel, seguido de eso, una voz femenina exclamó iracunda: "¡Grosero!", luego el crujido de los peldaños del carruaje, el hombre retrocedía para descender.

Drouet ya se hallaba afuera, con el dorso de su mano derecha sobó con maligno sentimiento de victoria su mejilla, en lo que la izquierda apretaba el trofeo que definiría la noche; la peluca rubia que había cubierto la cabeza del delfín. Estupefacto Alain notó a Antonieta con la mano levantada, protegiendo a su hijo de la agresión.

Zanjando por fin el misterio, el jacobino declaró, con la cabeza inclinada y detallando con el tacto de su palma y dedos la peluca.

—Yo tenía razón… es la familia real. —Dijo con el mismo tono en que un juez dictaba la pena de muerte de un preso. A continuación, exclamó por sobre las voces de la turba. — ¡Suenen la alarma! ¡Despertaremos a toda la gente del país!

Las gentes gimieron del asombro y el espanto; "!Es el rey!" "¡Es el Rey!" "¡Sí, es el rey!".

Resignada a lo que acababa de suceder, invadida por la amargura sus hombros se aflojaron, sentía ganas de dejarse caer, derrumbarse allí mismo. Gotas de sudor resbalaban por su cara de los minutos eternos de tensión.

"¡Todo está perdido! ¡No hay nada que hacer! " pensó.

Habiendo dado la voz de alerta para todo el país, fueron obligados a alojarse en la casa del procurador de Varennes, por tantas amenazas e insistencias de Drouet a Sauce, de ser acusado de alta traición si los dejaba marchar. Sin estar seguros de la identidad de los viajeros, porque ser acusados por el cartero no bastaría, por lo que esperaron a una confirmación de cómo proceder con ellos. Muy cansado y hambriento, el glotón de Louis no se negó al pan ni al queso ofrecido por la esposa del anfitrión.

Por otro lado, Antonieta vigilaba callada el descanso de sus hijos, que reposaban en una cama prestada, sin embargo, no por mucho, pronto serían despertados por los gritos indolentes de Drouet, avisando de la llegada del último que los señalaría, un vecino de Sauce, antiguo juez de paz que había estado en Versailles y que sin duda conocía la cara del rey.

En cuanto el viejo juez mirara la cara del rechoncho paje, caería arrodillado en un instintivo respeto, exclamando un mortal; ¡Oh, señor! palabras amargas para la pareja real y dulces para el líder de los carteros. Como ya era un caso inútil seguir negándolo Louis admitió su identidad, rogando, que les permitieran descansar un poco más antes de partir de vuelta a París, lo cual no surtiría efecto, Drouet era demasiado suspicaz y desconfiado para caer. Gritando a los presentes, el procurador, la pareja y Alain que miraba desde la puerta antes de dignarse a pasar; "¡No se dejen engañar!" "¡Es una treta para hacer tiempo!" "¡Pronto vendrán tropas al servicio del general Bouillé!"

Entrada la madrugada, las puertas de la vivienda eran rodeadas por los aldeanos iracundos, Alain como no tenía poder más que para evitar un ataque a las vidas de los monarcas, se ubicó a una esquina del cuarto. Sentado con una pierna sobre la otra, cruzado de brazos compartía de vez en vez miradas con Antonieta, de quien a pesar de ser un guardia nacional no despedía un fuerte desdén hacia él, todavía recordaba la ocasión en la que abogó por ellos… A cada que el sargento la miraba no podía evitar pensar, o preguntarse, ¿Qué pasaba por la cabeza de este hombre?

Era extraño que ahora irradiara un sentimiento distinto al que había percibido en el coche, se veía en ese momento un poco más accesible, ahora, aun con la escasa distancia, una barrera invisible los separaba, muy probablemente por pensamientos similares a los de Drouet. ¿Era amigo o enemigo? volvió a preguntarse

La mujer se llevó con disimulo el dorso a sus labios, conteniendo un ligero bostezo. Se hallaba tan cansada que se sentía tentada de acurrucarse junto a sus niños en la cama.

Empujada por la curiosidad se animó a hablarle, por si bajo esa mascara de frialdad inmutable existía un corazón compasivo.

—Se… —Titubeó, maldecía internamente las veces que articulaba palabra de forma atropellada— Señor… quiero darle las gracias por lo de la última vez… habría sido peor de no ser por su ayuda.

—Guárdese el agradecimiento, señora…—Respondió con tono glacial, esta vez sin dirigirle la mirada. Cerrando sus ojos frunció algo el entrecejo, aislándose de los elogios acaramelados de su interlocutora añadió. — Mi trabajo es acatar órdenes. De todos modos, deben de estar por llegar los demás comisarios que la Asamblea Nacional mandó por todo el territorio.

—¿Al menos me permitiría saber su nombre?

—Alain de Soissons…—Respondió indiferente.

—¿De… Soissons? ¿Un noble…? —Inquirió, asomando un dejo de esperanza en su voz, entonces al oírla nombrarlo como un igual los ojos del militar se abrieron súbitos, girándose para explosivo refutar.

—¡No! ¡No soy un noble! ¡No es lo que piensa! ¡Es un apellido inservible de una de las familias más inferiores que se pueda imaginar! ¡Sé del ahogo en el pecho que da el hambre! ¡Por lo tanto, usted y yo no somos iguales!

Pasmada de su arranque tiró la cabeza para atrás, apenada e incómoda tragó saliva.

—Perdóneme… no… no sabía… —Palideció de lo oído. No eran tan parecidos como suponía. Guardó silencio por un instante, hasta que por calmar a su "protector" formuló otra pregunta. — ¿Tiene hijos?

—No…—Dijo lacónico, para añadir luego de una breve pausa, su rostro se ensombreció. — Una esposa…

"Oscar… cuanto he cambiado desde que supe de ti… tuve mis ojos en incontables ocasiones inundados de lágrimas por culpa de esta gente, y tú… con sólo recordarte sumida en melancolía, no puedo reírme despiadado de su infortunio, ni tampoco vengarme como tanto he añorado. No sé si estoy traicionando a mi familia… No sé qué sentir…"pensó.

—Ya veo…—suspiró — creía que si los tuviera pudiera entender a los míos…

—Un soldado es una bala, señora…—Respondió, esta vez su tono se había ablandado ligeramente. — soy un instrumento sin voluntad para mi país…

A unos pasos, a tan sólo unos pasos de distancia para Antonieta, sin ella saberlo, estaba sentado un puente directo para la amiga que la defraudó, obrando de maneras difíciles de comprender. La esposa que el sargento mencionaba, era la verdadera razón para no permitir que el pueblo se ensañara en violencia con ellos. El odio corrosivo y abrumador, alimentado por años en el mancebo, era aplacado por el tierno amor de la que tildaban de traidora.

La noche prosiguió sin cambios, terrible para los reyes, la única ayuda que se había visto era una tropa de húsares alemanes, no lo suficiente para hacerle frente a la población y rescatar al rey, ya era demasiado tarde para seguir esperando más refuerzos: los revolucionarios habían bloqueado la entrada. Louis XVI no marcharía a Montmédy, regresaría con su familia a París escoltados por Alain y Drouet.

Otro momento desagradable se presentaría, Antonieta tendría que atravesar un camino de mujeres con uñas afiladas, casi al nivel de las zarpas de una fiera. En su recorrido se vio arañada, golpeada y escupida, en un intento por sacarle una lágrima. En los cortos minutos las ropas de delicado encaje fueron rasgadas y manchadas. Alain que no fue inmune a este tipo de barbarie, intervino mientras la exhausta mujer cogía en sus brazos al delfín que no paraba de llorar. Cientos de insultos y amenazas repugnantes fueron dirigidos a ella, no obstante, el que más la afectó era uno dedicado a su amado hijo: ¡¿Cuál príncipe?! ¡Ese es un bastardo! ¡Todos saben que no es del rey, sino de ese tal Fersen!

Perturbada de esas palabras tan bajas se volvió a fulminarla con la mirada. Ni una piedra arrojada a su persona conseguía subyugarla. Las mujeres notaban el carácter implacable de la austriaca: ¡Es dura esta mujerzuela! ¡No se le ve ni siquiera una lágrima! ¡Maldita!

En sus labios rondaba una sonrisa: inspirada por un duro orgullo y desprecio por aquellos que deseaban desarmarla, la coraza de la hija de la difunta emperatriz de Austria se había levantado. Entre marejadas de risas desdeñosas y desesperantes, con un bello vestido convertido en andrajos, contando también la expresión de la soberana en sus pasos al carruaje, ocupada de resguardar a sus hijos; "¡No les permitiré! No les permitiré… a ninguna de estas personas… ver las lágrimas de la reina de Francia, ¡María Antonieta!

La triste escena no conmovió a Alain, simplemente lo hizo racionalizar de que todo en esta vida tiene su causa y efecto, así se tratara de un resultado tardío. No experimentaba ese odio crudo de años atrás, debido a que, esta dama, en la interpretación de la ex comandante, no tenía casi nada que ver con lo sembrado por los predecesores de su marido. Este era un asunto inevitable que estallaría en la cara de la ingenua princesa austriaca.

Rodeados por la multitud y la guardia nacional; sofocados por los gritos e insultos el carruaje emprendió el viaje de regreso a la capital, parecía un infierno.

-o-

Atravesando los portones de París, que días antes se habían abierto a su libertad, destruida tanto física como psicológicamente, por las interminables ofensas y amenazas de cada ciudad por la que pasaron en su regreso… la familia real pudo por fin volver a París después de 3 días, el 25 de junio.

Tras el carruaje con su fatal procesión, Alain cabalgaba a paso lento y relajado, debido a que, a los costados del camino a lo largo de la calle, estaban los guardias nacionales con sus fusiles frenando a la multitud, 6 mil personas presenciaban el retorno de los fugitivos.

"Es irremediable… su majestad el rey, que se había comprometido a respetar los derechos humanos, abandonó a su pueblo para tratar de huir en secreto… He aquí el cortejo fúnebre de la dinastía de los Borbones…"

Pensó, pero de pronto, distinguió a lo lejos, apoyada y asomándose de la protección de la pared de un edificio, justo detrás de las gentes distraídas por la carroza, una cara afligida de la situación; Oscar… cubierta por una capa oscura, la rubia no derramaba lágrima alguna, aunque eso no significaba que no se pudiera manifestar el malestar en ella.

A continuación, las miradas se encontraron, sólo así sus ojos destellaron por el agua salada que acudirían a su tiempo por él, 6 días sin verse ni oírse… Los ojos oscuros del mancebo además de sorprendidos se había amansado por los azules que extrañaba, su corazón se agitaba en el anhelo de hablarle de lo pasado recientemente.

Por desgracia, la comunicación silenciosa fue interrumpida: abrupta, la mujer se dio media vuelta. Antes de marcharse le echó un último vistazo al sargento, invitándolo a verla otra vez, de que no lo rechazaba ni evitaba. En ese movimiento rápido sacudió ansioso las riendas, confuso de si bajarse o no del caballo. Advirtiendo que era un caso inútil, ya que la rubia estaría fuera de su alcance, suspiró.

"¿Qué da sentido a vivir? Razón, pasión y corazón… sugestionado por el amor que engendraste en mí… justo ahora estoy siendo tentado por ese halo de luz que arrastras… pronto nos veremos…"

-o-

Tras haber dejado a los monarcas en el palacio de las Tullerías, compareciendo ante representantes de la asamblea nacional, que los esperaban a las puertas del palacete, absolutamente custodiado en cada salida de guardias, la vigilancia, producto de la fuga había sido triplicada.

Descendiendo del caballo un mareó repentino lo agobió, a pesar de haberse bajado, por evitar un desmayo se sujetó de la silla. Preocupados de su bienestar, dos soldados se apartaron de sus puestos en la entrada para socorrerlo.

—¡Sargento! ¡Señor! —Gritaron conmocionados, uno de ellos lo agarró del brazo, para que este se estabilizara con sus hombros. Su compañero por su parte, con los brazos dirigidos a su superior estaba a la expectativa de otro vahído.

Alain trató de enderezarse, sin embargo, de nuevo caía en los brazos de sus hombres.

—No se preocupen, no estoy enfermo… fueron las horas sin descanso. —Explicó jadeante. — Ayúdenme a conseguir un coche de alquiler… me voy a mi casa.

—Señor, ¿No sería mejor el cuartel? allí puede ser visto por un doctor, y el general Lafayette de no tener noticias de usted lo va a amonestar.

—No dirá nada… con que le digan que estoy hecho una desgracia basta. Necesito tumbarme en un sitio y reposar. ¡Ni loco voy a hacerlo en el cuartel que apenas y tiene suelo!

Los jóvenes inseguros se miraron para responder.

—Bien… si usted lo dice… le aclaro que fue su decisión.

Haciendo caso a la orden, ambos lo llevaron por una calle en la que hubiera un tránsito fluido. Deteniendo un coche y pagando al conductor para trasladarlo a su vivienda, en el recorrido el mancebo descansaba sus ojos, con las manos sobre su barriga, y la cabeza apoyada en el marco de la ventanilla. Los sonidos que percibía eran el barullo de los ciudadanos de París, el traqueteo del carruaje, y los choques de los cascos de los caballos sobre el empedrado. Pasado el rato el conductor le llamó, "¡Señor, hemos llegado! ¡Bájese! ¡¿Me oye?!

Al pasar mucho de no verse contestado, el hombre descendió del pescante para abrir la puerta y tomar del brazo a su cliente, como si se tratara de un borracho común. Por la sensación de ser agarrado Alain abrió los ojos, se giró al hombre que lo ayudaba a bajarse, le dio las gracias y reuniendo la poca lucidez que le quedaba abrió los portones del edificio. Subió atropellado y tanteando con las manos la baranda de la escalera, escuchaba los murmullos tras las puertas de las viviendas de sus vecinos, hasta que halló la suya.

Introduciendo la llave y girándola, cuando ya estuvo abierta la entrada con la vista algo difusa creyó distinguir una figura sentada a la mesa en su dirección. Un dorado y deslumbrante cabello con la luz de la ventana derramándose sobre él. El rostro permanecía borroso en la oscuridad, pero sabía que esta persona estaba mirándolo. Lo último que advirtió instantes de desplomarse fue de ésta parándose de su silla, exclamando un angustioso; ¡Alain…!

Ya estaba muy avanzado el día cuando despertó, repuesto tras un rato de sueño. Lo primero que notó seguido de abrir los ojos era una mano acariciando su nuca, y la preciosa sonrisa de alivio en los labios de la mujer que lo esperó por días. ¡Estaba recostado en sus piernas!

—Oscar…—La nombró extasiado de lo hermosa que la encontraba. En el gesto de estirar su mano para tocar la mejilla de la mujer, la rubia besó calmosa y devotamente la palma. Durante ese lapso, al moverlo a su habitación había vigilado su sueño.

Súbita dijo para sorpresa del hombre recostado en su regazo.

— Siento haberte fallado.

—¿Qué...? —Murmuró, sus ojos se abrieron de par en par impresionado.

—Era comprensible lo que hiciste, más aún luego de haber tolerado tanto, pero esto iba más allá… No lo hice por la corona, lo hice por una amiga, y madre de un niño que quise mucho. —En su explicación posó los dedos sobre sus labios, recordando el beso obsequiado por el difunto príncipe, un niño que en su corta edad le había hecho una promesa propia de un adulto. Cosa que al sol de hoy seguía desconcertándola. — revolviéndome en culpa sentía que mi cabeza se partía en dos.

Fue así que las lágrimas brotaron por fin en las pupilas de zafiro, como si el evento del cuartel hace 6 días se hubiese repetido. No había cosa que lo entristeciera o conmoviera más que verla afligida. Por apaciguar la zozobra en la que estuvieron inmersos se incorporó, ahora estaba a su altura.

—¡Cuán feliz fui la noche que me dijiste que podía ser yo misma! ¡Que me entendías en todo el sentido de la palabra!

Gentil, enjugó las gotas que resbalaban en las mejillas de su esposa. Satisfecho de lo que escuchaba se dibujó una tenue sonrisa en su boca.

— Las razones que te empujaron a ayudarlos eran plausibles…—Hizo una breve pausa tratando de elegir las palabras correctas. Lo que había hecho ya no era un motivo para estar decepcionado, la mujer actuaba conforme a la angustia y los traumas. Fustigada por su corazón y recuerdos de antaño. — tampoco hubo opción para mí, sin embargo, a pesar de que los ames, en ocasiones no hay manera de auxiliar a tus amigos, porqué… el puesto que tenemos en la historia es lo que definirá si hay esperanza. Son los reyes, por lo tanto, son ellos a quienes el pueblo mirará por las cosas que pasarán en los próximos días. —De las mejillas ardientes, empezó a acariciar los cortos mechones que caían en la frente de la fémina.

—No hay nada que hacer…—Musitó abatida. Alain tenía razón, debía aceptar que era asunto del destino y lo divino la suerte de su amiga, no podía meterse de nuevo. — Hice lo que estuvo a mi alcance… a duras penas y podré rezar a Dios por ellos… ojalá el pueblo consiga la libertad sin derramar más sangre.

"Esto está fuera de mi control… soy inútil… Los errores del rey y sus antecesores, su falta de voluntad, la manipulación de la nobleza ante la ingenuidad de la reina Antonieta. ¡Esos gastos excesivos y el collar! ¡Oh, Fersen! ¡No pudimos hacer nada para evitar el desastre! ¡Esto es el fin…!"

—Lo siento mucho, Oscar…—Se lamentó sincero, como sabía que necesitaba el mismo reposo espiritual que él, le permitió apoyar su cabeza contra su pecho, aunque por el estrés le costaría una enormidad desconectarse.

—Sé el pecado que cometí… sé que no puedo separarla de la tormenta. La impotencia de no salvarlos a todos acabará con mi juicio.

"A penas y… ¿Podré salvarte de todo mal, Alain? no lo conseguí con André. Me esperó por tantos años… Los pocos besos y abrazos… ¡han sido ínfimos al lado de lo que merecía! ¡Reafirmarle que yo rebosaba el mismo amor inflamado! ¡A los pocos días, el calor que usó para abrigarme abandonó su cuerpo en sangre!"

Alzó su vista, Alain reparaba en la ventana, el viento con suavidad y sutileza levantaba las cortinas. Era asombroso. Admiraba que sobreviviera a tanto y de todos modos conservara la tenacidad y el aguante. Aun sintiendo el brazo fuerte del mancebo rodeando su cintura, un pánico ya habitual en ella emergía. Era a esto a lo que deseaba escapar, la cadena invisible del amor la debilitaba, su punto débil hecho hombre. Exactamente Igual a cuando quiso seguir a André, quien la hizo descubrir lo intoxicarte y sedante de sentirse amada. La pregunta que Fersen le hizo aquella noche, en la antesala de la fuga, estallando estridente y punzante como un cristal vino a su cabeza; "¡Tú misma has dicho que tomaste aquella decisión porque no viste otra salida! ¡Deberías ser la primera en entender mi agonía! ¡No esperaba este nivel de cinismo! ¡¿Si la persona que amarás estuviera entre la vida y la muerte no lo harías?! ¡Dime…!"

Temblorosa cogió la cabeza del mancebo a ella, batallando por borrar sus palabras y atenuar el horror innombrable que le produjo, pegó su frente a la de él.

—No pude hacer nada por él…—Murmuró, con los ojos cerrados no se percató de la expresión dócil de su pareja. Éste entendía de a quien se refería. — Si tú mueres, no tardaré en hacerlo también… No lo soportaría de nuevo.

—No moriré… antes tendría que pedirte permiso. —Dijo burlón, ignorando la realidad inevitable que tanto atemorizaba a su esposa. — nada pasará…

Separando su cabeza lo miró incierta, muy cansada de toda la situación, por lo que se levantó abrupta para sorpresa del mancebo, ella caminó unos pasos lejos, agarrando sus brazos en una posición indefensa. Todo era demasiado ruidoso en su cabeza, especialmente al ver el estado de su amado, desmayándose casi de inmediato de abrir la puerta. No creía que pudiera soportar perderlo como había perdido a tantos otros. Él se acercó a ella desde atrás, no muy seguro de cómo proceder.

— ¡Maldición, Alain! ¡No seas estúpido! — Se quejó — ¡No es algo que ninguno de nosotros pueda controlar!

—Es verdad, soy un estúpido… El estúpido que te ama, y no se apartará… Reiteró… —Susurró, hizo una breve pausa para proseguir su argumento, abrazándola desde atrás, con sus manos sobre el vientre de la rubia y los labios en su nuca. Ella gimió ante la acción repentina, ya que se suponía que estaba irritada, pero no se negó. — sobreviví al hambre, a la enfermedad de mi padre, luego a la muerte simultánea de Diane y madre. A los golpes y castigos de mis superiores en mazmorras hediondas… ¿Está de más recordarte la Bastilla? ¿El incendio…? —No cesó de recorrer los labios por el delgado cuello. — mi vida está a tu entera disposición, por lo tanto, al ser mi dueña, sabrás llegado el momento cuando terminará mi vida. Si voy a morir, antes te avisaré…—sus labios, el cabello, y mejillas del mancebo rozaban los hombros de ésta.

"Nunca dejas que llore… antes que un sollozo o tribulación salga de mis labios, prefieres callarme con los tuyos… ¿Qué clase de dulce artimaña es esta? ¿Hasta cuándo podrás hacerme olvidar? ¿Funcionará eternamente, Alain? Si eres mío… entonces, sabré seguirte a donde vayas…"pensó.

Ambos sabían lo que necesitaban, el olvido de la pasión que alejaba las tormentas. El único alivio que poseían y el más poderoso como la compañía mutua. Por lo que, en completa rendición, y cansada de fortalecer un alma excesivamente mellada, Oscar entregó su cuerpo a lo inevitable para recibir todo lo que él podía ofrecerle. Las manos más fuertes vagaron por su torso, así como los labios en su cuello, la rubia jadeando al sentir ambas manos apretando sus pechos sobre la delicada tela de la blusa. Cuando por fin terminó de abrir la prenda, dejó al aire los pezones sonrosados que coronaban los pechos de mármol de su dueña.

Tan intensa y necesitada como se sentía, añoraba un contacto más directo. Caminando atropellada, Oscar acabó por tener ambas manos en la pared. Alain volvió a bajar las manos hasta llegar a los botones de los calzones, levantando la blusa lo suficiente para dejar entrar ambas manos y tocar su razón de deseo, el hambre en sus ojos mientras tenía a la mujer en su poder. Acarició la piel pálida hasta regresar a sus senos, de nuevo masajeándolos insistente, sus dientes mordiendo ligeramente su cuello. Otro gemido escapó de la rubia, al empujar sus posaderas contra las caderas del mancebo, sintiéndolo duro y listo, casi tan rápido que la sorprendió. Demasiado lento para todo lo que ella demandaba. Él apretó los pezones y ella los sintió sensibles, consiguiendo que gimiera, tan dulcemente que no pudo reconocer su propia voz cuando lo hizo. A él, como era de esperar, aquel sonido lo enloqueció, girándola hasta quedar uno frente al otro.

—A-Alain… —Jadeó como una plegaria, por lo que el mancebo bajó los calzones de la rubia, dejándola apenas con la camisa, él hizo lo propio, desabrochando el suyo para poder entrar en ella, tomándola y subiéndola en sus caderas, está por su parte lo rodeó con sus piernas, abrazando los fuertes hombros, mientras los labios se reclamaban.

Los embistes la estaban enloqueciendo, apenas consiguiendo respirar mientras era empotrada contra la pared. Su legua sabía tan bien contra la suya, su necesidad tan fácilmente saciada y el tan esperado olvido, mientras se unía a la persona que representaba la única felicidad que le quedaba, pensamiento que entendía en su corazón que compartía con él. Ellos eran familia y se necesitaban al extremo como para permitir que algún factor externo los separara. Cuando un gemido arrebató lo que quedaba de sus fuerzas y él salió de su interior, se deslizaron hasta el suelo, Alain seguía abrazándola con estrechez.

—Yo tampoco quiero perderte…—Jadeó, dándose tiempo de tomar aire — o pensar en la posibilidad de algo cercano a eso. —Confesó el mancebo, ahora sintiéndose increíblemente vulnerable, algo que ella agradeció al abrazarlo y ocultar su rostro en su cuello. Por un momento, todo parecía perfecto e inalterable, sabiendo que, en la mañana, el temor regresaría otra vez y no habría forma de detenerlo. — sólo puedo protegerte a ti que eres la que queda de los Jaryajes. Al menos… quiero cumplir el sueño egoísta de verte sobrevivir a los cambios.

Oscar no contestó, todavía abrazada se limitó a oírlo, no obstante, sin molestarse a analizar el rumbo de sus palabras, ella que se empeñaba obstinada en un futuro funesto para Alain, no pensó en el lógico peligro que la rondaba. Por ahora, su visión de las cosas mutaba lentamente. 6 días antes, juraba que no tendría al sargento encerrado en sus brazos como en ese momento, el descubrimiento confuso de su traición la había hecho dudar de recuperarlo.

"Tu amor es tan inmenso y desinteresado. No me culpas por cómo actué, pero tampoco puedo culparte a ti. No quería perder a nadie más... Ambos somos instrumentos que definirán la cruel historia de este país; fuera porque en este momento me permití usar por salvar a una amiga y a sus hijos. Irónico giro de las cosas, el hombre que hoy me ama, hará lo imposible porque la revolución se lleve a cabo, así sea… anular lo que yo haga. "

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Gracias a la fuga de Varennes, la revolución rápida y sin contemplaciones movió su timón hacia una nueva dirección. ¡El sistema republicano! La opción que facciones más moderadas ofrecían de una monarquía constitucional, sistema empleado en Inglaterra, había sido enterrada por la torpeza de Louis.

Antonieta no preveía la nueva sorpresa que descubriría al animarse a ver su reflejo en el espejo. Cuando retiró el sombrero de su cabeza, una criada chilló del espanto, alertándola de que lo ocurrido estaría para siempre en su imagen. El miedo vivido durante el escape, ha cambiado los bellos cabellos rubios de María Antonieta, en los blancos de una vieja.

Sumida en el dolor se sentaba a transcribir cartas a su amado, pero en cuanto terminaba unas líneas, frustrada, rompía las hojas e iniciaba una diferente. Esperaba que de este modo siquiera Fersen lograra mantenerse a salvo del peligro.

"Permanece tranquilo, aún estoy viva… No vengas aquí. Si te arrestan te matarán. Mi amor, por favor, responde con algún código secreto. Quiero escuchar de ti las mismas palabras."

Derrotada, ante la imagen y el recuerdo de Fersen se echó en el escritorio. No soportaba su presente, ni la idea de que quizás no podría estrecharlo nunca jamás entre sus brazos.

Las cosas irían para peor… si era terrible lo que sucedía, lo que vendría en los próximos días quitaría el habla de los soberanos. Incidentes cada vez más y más dantescos. Otra masacre por suscitarse, pero no la más horripilante, apenas el inicio para que el pueblo y sus líderes se rebajaran a la locura, el 17 de julio de 1791.

Una asamblea del Club de los Cordeliers, hombres aglomerados en una sala, al punto de que había personas afuera escuchando fascinadas la oratoria de Marat. Miembros de pie, otros apoyados en los muros, y sentados en bancas, uno de ellos, el imponente y fornido Danton. Cómodamente sentado y cruzado de brazos, escuchaba las ovaciones de miembros e invitados.

Parado y sujetando con una mano el estrado, al que llamaban la "Ira del pueblo" lanzaba su violento discurso.

—¡Louis Capeto, porque Louis XVI no existe nunca más! —Gritó, seguido de aclamaciones y aplausos. — ¡Su título inservible debe ser retirado! ¡Él debe ser el último rey de Francia!

Un invitado inusual se hallaba entre el público, alguien que no era juzgado por los partidos revolucionarios a causa de su mente abierta y despierta: Bernard Chatelet prestaba su oído a cada palabra que despedía el dirigente cordelero. Su expresión de seriedad, difícil de leer hasta para el mismo Danton, que estaba al otro lado de la sala, siguiendo sus reacciones y gestos desde el inicio de la reunión.

El periodista y jacobino, anotaba raudo el discurso en una mesa prestada. Mojaba la pluma en tinta y escribía, con la condición de que no alterara nada de las palabras. No faltaría su apreciación de estas manifestaciones en cada página de "La Eternité".

Con un golpe bravo al estrado Marat recuperó la atención del desconfiado Danton.

—¡Basta de medidas moderadas! ¡Basta de comprometernos en la indecisión e hipocresía de la Asamblea Nacional! ¡Los Cordeliers exigen la abolición de la monarquía! ¡Y exigen que a partir de ahora que Francia sea una república! —Se oyen aplausos y gritos, Danton aplaudía a su compañero mientras que a cada tanto le echaba un vistazo al periodista. —¡Propongo que una petición sea realizada, fuera del Hotel de los Campos de Marte! ¡Para que las gentes de París puedan firmarla!

Contagiado de la bravura de Marat, un hombre entre los invitados con los brazos alzados gritó; ¡Viva la república! De allí los invitados corearon las palabras de su compañero, repitiendo sin cansancio, ¡Qué viva la república!

La reunión se prolongó en minutos de gritos alegres, en el caso del periodista, terminó de anotar el discurso dictado en el cuaderno, manteniendo una expresión neutra. Cerrándolo y poniéndose de pie sintió una mano sujetando su hombro. Al volverse vio al lider de los Cordeliers dirigiéndole la palabra.

—¡Bernard Chatelet! —Lo nombró alegre, no era tonto para no darse cuenta que el periodista sabía que lo estaba observando. — ¿Se va tan pronto? ¿No piensa decirnos que le pareció la iniciativa y el discurso de nuestro Marat?

—Vigorosas y muy acertadas… sin embargo…—Su rostro palideció en la manera de proseguir.

Intrigado su interlocutor repitió.

—¿Sin embargo…? —Arqueó una ceja.

—Sin embargo, yo como jacobino sé cuál será la reacción de la Asamblea Nacional… Acabada la conspiración del rey, opino igual que una república es lo que este país necesita, de todos modos, los diputados no van a aprobar por completo la iniciativa.

—¡Vamos a presionar en las calles! ¡El pueblo estará de nuestra parte! —Alzó su mano en un puño convencido.

—No estoy seguro que simplemente presionar funcione, y eso que estoy a favor del medio de la palabra. —Sintió un repentino espaldarazo de parte del grandulón, que por un segundo lo hizo temblar.

—¡La Asamblea eran los representantes del pueblo, quieran o no, deben prestar oídos a quienes los eligieron por el poder del voto! —Explicó Dantón.

A causa de que no era conveniente llevar la contraria en la sede de los Cordeliers, Bernard dejaría que los acontecimientos se dieran, sólo así lograría deducir el derrotero por el que correría el país. Basándose en el pasado, más que en optimismos.

"Existirá una voluntad divina, pero muchas veces los cambios se dan conforme a un resultado atroz… Cuando la palabra se gasta, surge en su lugar el instinto básico de la violencia, en la desesperación por vivir…"

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Habiéndose dado la negativa reacción de la Asamblea Nacional, a asambleas o reuniones ilegales, y aceptando en respuesta la petición del general Lafayette de una ley marcial, el comandante en jefe de la Guardia Nacional salió de la sala en compañía del alcalde de París, los jóvenes soldados custodiaban la salida.

Con las manos tras su espalda, parado en la cima de los escalones del edificio, Bailly manifestó soberbio al marqués, adelantándose de que éste diera el primer paso para bajarlas y dirigirse a su montura.

—Tiene la autoridad. La ley marcial ha sido declarada. Esta manifestación es ilegal. Su deber es simple, general: ponerle fin…

Junto al caballo del general se hallaba Alain sujetando la brida, deteniéndolo para su superior. Los redobles de tambores anunciaron otra misión. En el instante en que Lafayette se acercó a abordar al animal, el mancebo no se resistió de preguntar con un dejo de tensión.

—General, lo que dijo el alcalde…—El ceño fruncido de Alain avisaba al marqués, sus intenciones nulas de reprimir por órdenes de la Asamblea Nacional, cuando en un pasado había sido obligado en la extinta guardia francesa a violentar a los diputados del tercer estado, para así echarlos del salón de las asambleas. — ¿No dañaremos a gente desarmada?

—No se preocupe, sargento…—Se acomodó en la silla de montar — como le he dicho, no paro de evitar un inútil desperdicio de sangre. Si algo pasa, con imponernos y aparentar poder, es suficiente para que la gente se calme y cese sus intenciones.

Apartándose del camino del marqués, Alain no dijo nada, se limitó a asentir, bien sabía que la gente, dominada por la terquedad, no haría caso al falso teatro de mirar bayonetas en su dirección. Tomando el ejemplo de Lafayette fue en busca de su caballo, para a su vez cabalgar detrás del hombre que Oscar había admirado en su momento.

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En el Campo de Marte, los proletarios y opositores a las medidas de la Asamblea Nacional, se reunían para firmar la petición anunciada por Marat y Danton. Los parisinos acudieron sin falta al llamado de los afamados dirigentes. La masa de personas se contemplaba abultada. Los esposos hacían fila india para firmar, solidarizándose con los Cordeliers. A los costados había otros tipos de puestos de verduleros que exponían sus escasos productos, muchos de ellos en descomposición.

Se oyeron los redobles de tambores, el sonido pesado de los caballos y las pisadas de un regimiento, encabezado personalmente por su comandante en jefe. Los soldados izaban banderas rojas, dando a entender la nueva ley marcial.

—¡La Guardia Nacional! —Gritó alarmado un ciudadano, que aguardaba su turno para firmar. En un gesto instintivo señaló a los soldados que se aproximaban.

Los presentes inseguros de lo que haría este regimiento retrocedieron, concentrándose aún más con sus compañeros en la causa. Luego de haberse ubicado en una distancia más prudente a la de la guardia, comenzaron a gritar improperios al cabecilla.

Oyendo los insultos a su persona, Lafayette comenzó a hablar sobre su montura, a su lado con expresión de resignación y derrota el sargento observaba.

—¡En el nombre de la Asamblea Nacional, les ordeno dispersarse!

Las cosas y la situación no eran como hace 4 años… para Alain era inaudito que justo se hallara en el bando equivocado. Él que, en otro tiempo, no hubiese consentido por nada del mundo la represión al pueblo, así se comprometiera a un destino peligroso. ¿Por qué obedecía las órdenes de una Asamblea Nacional que ya no servía a su gente? ¿Acaso Lafayette no era como Oscar lo retrataba? ¿Qué diría ella para empezar? Si obedecía y no se rebelaba, era por no estar en el ojo del huracán, llamando la atención cuando se supone que está ocultando a la vieja protectora de la reina.

"Era a esto lo que me refería… sigo siendo hombre y mortal. Le dije a esa mujer en Varennes que soy una bala sin voluntad para mi patria. ¡Mentí! ¡Si todo eso que dije fuera cierto, me daría igual lo que la Asamblea Nacional dictara!"

A modo de respuesta, los parisinos arrojaron piedras, y más improperios a los hombres a caballo que dirigían el regimiento, seguido de lo anterior gritaron; "¡Abajo la ley marcial!". Entre las piedras que trataban de atinar al marqués, una había asestado en el hocico de su montura. Alborotado, el animal se sacudía la cabeza y relinchaba estridente, a tal punto que, empujó al caballo de otro oficial.

En la conmoción de los caballos, un hombre emergió de entre la muchedumbre y apuntó el cañón de su pistola a lo que él planeaba, fuera la cabeza del marqués. Distraído por recobrar el control sobre el animal, Lafayette no reparó en el arma dirigida a su persona.

Sobresaltado del acto un soldado exclamó.

—¡General! —En cuestión de instantes una bala se depositó en el pecho del atacante. Con los ojos abiertos y un hoyo del cual manaba una cantidad copiosa de sangre, el ciudadano se desplomó en el suelo. Las mujeres chillaron del horror.

Lafayette por su parte, se volvió veloz a la dirección donde creyó vino la bala que le salvó la vida; notó a Alain, con una sombra de profunda aflicción en su cara, bajar lentamente su rifle.

—¡Bien hecho, sargento! —Fue lo único que se le ocurrió decirle. Entonces, para apaciguar la duda en su subordinado añadió— ¡Usted lo hizo en mi defensa!

Alain no respondió, estaba herido en su orgullo. Su nariz resopló de la rabia y frustración, por reflejo cerró sus ojos y movió levemente su cabeza en gesto de lamento. Ni pensó cuando aquel hombre se plantó para disparar contra el general.

El general una vez más trató de persuadir a la gente.

—¡Dispérsense pacíficamente! ¡No hay necesidad de violencia! ¡Si este hombre murió, fue por el intento de asesinarme! —Se llevó una mano al pecho, aparentando sinceridad— ¡Ustedes me conocen, ciudadanos! ¡Pueden confiar en mi palabra!

Desafiante y protegido por la gente, Marat gritó.

—¡Únete a nosotros, Lafayette! ¡Sólo así confiaremos en ti!

—¡No quiero más muertos! ¡No me obliguen a usar la fuerza!

—¡Eres un traidor y un cobarde! ¡No te atreverías! —Detractor lo señaló varias veces violento con su dedo con una sonrisa burlona.

Lafayette suspiró agobiado por la insensatez de aquel hombre, preparando a sus soldados para el ataque, escuchándose los tambores a cada movimiento, mientras la turba apedreaba a la guardia sin miedo a los fusiles, cuando intentaron dispersar a la muchedumbre con tiros de advertencia, que sólo consiguió burlas. La segunda ronda fue preparada, un ciudadano trató en vano de hacer entender a los soldados que apoyaran al pueblo: ¡Soldados!¡Ustedes son pueblo como nosotros! ¡No pueden disparar a gente desarmada! ¡A sus hermanos!

Entonces, una orden repentina por parte del alcalde de París, quien llegó a la escena a caballo fue dada, los disparos comenzaron con furia, acabando con vidas inocentes. Los cuerpos se acumulaban, los gritos de la gente en un intento desesperado por salvar sus miserables vidas de forma infructuosa.

Espantado de lo que ocurría, Alain se volvió a los guardias que descargaban sin piedad y voluntad que los frenara. A diferencia de él, estos soldados tenían la capacidad de deshumanizarse y no pensar. ¿Cómo pudieron ignorar la súplica de una de las personas que habían matado? el difunto les había recordado su condición de ciudadanos y hermanos de una patria que debía ser libre.

—¡Paren! ¡Basta! ¡Paren, maldita sea! ¡Han huido! ¡Se han rendido!

Lafayette no sabía qué más hacer además de apoyar al sargento, gritando desesperadamente porque se detuviera la matanza. Bailly sin sentir en su pecho ningún respeto por la vida de los ciudadanos, dominado por la soberbia gritaba brutal, fuera de sus cabales.

—¡Desacato! ¡Ineptos! ¡Fuego! ¡Fuego!

Sin embargo, este reproche del alcalde de París no sería el auténtico peligro sobre ellos… quizás afectaría más tempranamente al marqués, mientras que Alain, dentro de 2 años este hecho se uniría a la lista de razones que preocuparían a Oscar.

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El 14 de septiembre, finalmente fue completada la constitución francesa y el rey la ratificó. El único poder que le quedaba al rey era el derecho al voto, que consentía en refutar una ley formulada por la Asamblea Nacional.

Fersen que todavía no se rendía, ni dejaba atrás a la mujer que amaba, durante el lapso de los siguientes 6 meses se había dedicado a viajar a las capitales europeas, luchando por convencer a sus gobernantes de invadir a Francia. Sin ser francés, sin haberse criado en un país tan lejano de la patria que lo vio nacer, más cálida y soleada que la nublosa y sobria Suecia, el nórdico no ganaba nada, no obstante, batallaba por salvar como fuera a Antonieta.

¡Ni Prusia ni Rusia! ¡Ni siquiera la mismísima patria de Antonieta, Austria! Ningún rey ni emperador estaba dispuesto a darle una mano, ni apiadarse de los soberanos. Debido a que no existía ninguna salida a la vista, Fersen de nuevo e ignorando las advertencias y prohibiciones de su tío, partiría guiado por la imagen sensual, irresistible y fantasmal de la mujer de su vida. No se marcharía sin antes pronunciar al anciano la razón de su arranque: ¡Te enseñaré lo que es amar a costa de la propia vida! ¡No pienso regresar vivo de París! ¡Verás morir a un hombre preso de la locura de amar! ¡Es cobarde el que abandona! ¡Cobarde el que abandona!

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13 de febrero de 1792, en plenas horas de la madrugada en el palacio de las Tullerías. Vigilado y patrullado en cada nivel, corredores y salidas disponibles, el sueco consiguió colarse en el palacete a hurtadillas, gracias a la ventaja de una llave que le había regalado en otra ocasión Antonieta. Valiéndose de una peluca tan negra como su abrigo, que si fuera visto en la negrura sería confundido fácilmente por un espectro, apenas una sombra, justo esperaba que eso le diera ventaja en los pasillos oscuros. Avanzando, vio a lo lejos a guardias nacionales con rifles al hombro. Rezando porque no notaran sus pasos por el suelo lustroso, ya que, por cada uno, el sonido viajaba, alcanzando rincones algo alejados del punto donde se había producido.

Por fortuna pudo burlarlos, chasqueando los dedos el sonido confundió a los vigilantes, retirándose a otro lado, creyendo que allí estaría el intruso.

"¡Mi destino esta sellado! ¡Qué pase lo que tenga que pasar! ¡Correré cualquier riesgo esta noche!¡Si muero lo haré viendo tus ojos una vez más! ¡Mi amor, la persona a la que he jurado dedicar mi vida eternamente! ¡No poder saber tu estado ni darte noticias, a penas y la confianza del rumor de mis actos en el extranjero, que tarde o temprano llegarían a tus oídos! ¡Los 19 años en los que languidecí amándote no serán en vano!"

Caminando lo más rápido y ligero posible, su corazón a medida que pasaban los minutos incrementaba su velocidad por la ansiedad. Cuando por fin estaba a un tiro de piedra de los compartimientos de la reina, dos soldados merodeaban por el camino que lo llevaría a ella, por lo que se detuvo en seco.

—¡Brrrr…! ¡Qué frío! ¡Está gélida esta noche! —Se quejó, por calentarse se dedicó a sobar sus hombros, tiritando de forma incontrolable. — desde que trataron de escapar la vigilancia es más fuerte. Ya no tenemos tanto descanso como antes.

Con la espalda pegada tras un muro, escondido y rogando porque estos hombres siguieran su camino de largo, oyó como uno de ellos se detenía.

—¿Oíste eso? —Se giró abrupto. Fersen no imaginó que en el intento de esconderse y retroceder el guardia escucharía los tacones de sus zapatos.

—¿Qué cosa? —Preguntó de vuelta su compañero, extrañado frunció el entrecejo.

—Un ruido por ese lado…

Fastidiado de las horas de vigilancia su compañero lo detuvo del hombro.

—Déjalo, vámonos, no es nada.

Éste obstinado lo sacudió, soltándose del agarre que le impedía avanzar.

—No… voy a ver… me sigue intrigando lo que sería.

—¡Está bien, está bien! ¡Haz lo que quieras! ¡Yo me voy! —Gritó indignado antes de marcharse, seguido de una retahíla de improperios que se iban apagando a medida que se alejaba, dedicadas al mentecato que le tocó de compañero.

Fersen oyó cada vez más cerca las pisadas del muchacho. No podía asomarse, porque de hacerlo, en los instantes que le tomaría girarse sus zapatos terminarían de delatarlo. Lo único que consiguió hacer fue sacar una daga, preparándose para darlo todo por el todo. Sintió una sensación de que de tanto latir, el corazón estallaría en su pecho por el bombeo exagerado de sangre. Sus ojos desmesuradamente abiertos, cerrando con todas sus fuerzas su boca para que no se le escapara un jadeo involuntario. El calor producto del trote se había desvanecido de su cuerpo, intercambiándose por el sudor helado que ahora resbalaba por su cara.

"!Soy capaz de lo más bajo, de lo más abominable por verte con vida! ¡Desde que te conocí vino a mí la oscuridad y la tribulación! ¡Un villano y un intrigante nació de mi pecho por todo lo que me diste!"

Cuando ya sentía que el joven le respiraría por unos cortos centímetros la nuca, se giró raudo y violento. No era un asesino, matar por defenderse no es igual que hacerlo a traición. Hasta los momentos eso era lo que le había hecho entender a su familia. Sophia no creería que, por un amor irreverente y desesperado, su hermano se redujera a menos de lo que era. Fersen ya no vivía ni pensaba por él… Alzando la daga, fue lo último que vio el guardia, mientras el cuchillo era clavado más de una vez en su pecho. Por cada apuñalada el sueco se repetía en su mente como un mantra para quien estaba dedicada.

"¡Mi reina Antonieta! ¡Mi reina Antonieta! ¡Por ti y por nadie más!"

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Ocupada y distrayendo sus pensamientos de la depresión, Antonieta bordaba. Cabizbaja y con los ojos apagados la triste reina proseguía con su labor. De repente, percibió el ruido de unos toques a su puerta. ¿Quién sería? no le tomó más que unos instantes para abrir, y averiguar a qué se debía que la visitaran tan tarde en la noche. Pasmada retrocedió, la puerta había sido empujada por el visitante de par en par, tuvo que mirarlo con detenimiento para reconocerlo bajo esa oscura peluca.

—¡Fersen! —Lo nombró por fin, el corazón le dio un vuelco de alegría desenfrenada. Tiritando y acercándose a él no sabía si estaba dormida o despierta. En el acto de estirar su mano para tocarlo, éste la agarró de la muñeca, jalándola enérgico, y pegándola contra sí mismo. Podía sentir sus brazos apretándola en un abrazo. ¡No era un sueño!

—Mi reina Antonieta…—Musitó invadido por una profunda paz. Ni había tomado en cuenta que, la cabellera dorada que decoraba la cabeza de su amada no era la de antes. La abrazaba con una ternura y fuerza, que confirmaba a Antonieta que su amor y lealtad eran auténticos.

—¡Oh, Fersen! —Dijo mientras dejaba fluir las lágrimas retenidas por días. Tantos eventos traumáticos, costaba demasiado no morir del sufrimiento y la vergüenza. — ¿Acaso no me has entendido en las cartas? ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué has venido?

"Ah, más que mi felicidad y mi vida… ¡¿Aun no has entendido que es mucho más importante que protejas la tuya?! ¡Qué riesgo has corrido por alguien que no te merece!"

Fue inesperado lo siguiente: aun si el conde la abrazaba no creyó que sus dedos se atrevieran a alzar su mentón delicado, facilitándole los labios de la triste y acomplejada mujer. Ese temblor y fragilidad la halló tan tierna que sonrió antes de plantar sus labios en los de ella, un pequeño desahogo al frenesí que deseaba liberar. Tantos meses sin una caricia tan simple, sin un abrazo o manera de responderle. Las noticias y rumores eran sus únicos aliados. Cuan sola se sentiría siendo la única en escribir, pero sin recibir jamás una respuesta.

Separándose, y con las mejillas y el aliento caliente de esa satisfacción, se fijó atónita en unas manchas rojas bajo la capa del nórdico. A cada que el conde se movía más notorias eran las manchas. ¡¿Qué le pasó?!

—Fersen, Dios mío…—Se llevó las manos a su boca horrorizada — ¡¿Y esa sangre?! ¡¿Te han herido por mi culpa?! ¡Por favor, no mientas! ¡Algo sucedió!

Fersen que no paraba de sonreírle apacible y dulce negó con la cabeza. A continuación, introdujo su mano dentro de la capa, enseñándole el cuchillo ensangrentado.

—La sangre no es mía…—Extendió su mano con el objeto, ésta se acercó a examinarlo, notó restos del líquido en las mangas de encaje del sueco. — aunque si la situación me lo hubiera exigido, daría hasta la última gota de mi sangre por ti. Debes estar asustada de que tenga la osadía de tocarte con mis dedos recién de cometer un delito.

—No, no, Fersen…—Posó delicada las manos en el pecho de su amado. — No estoy juzgándote. Estaba preocupada. Mi querido, te he quitado tanto, yo no he sacrificado nada, ni te he defendido. A penas y mi débil pluma trató de advertirte para que no te hundieras conmigo.

—Al contrario, me diste dicha… servirte le da significado a todo lo que hago. —Cogió las manos que reposaban en su pecho para guiarla al sillón.

Intrigado, pero sin expresar algún nivel de desagrado, vagó sus dedos por los cabellos al descuido de los hombros femeninos. Entonces despejó la frente de Antonieta, estaba algo despeinada, ni se había podido preparar previamente para mostrarse ante él. Fersen ahora detallaba sin filtro ni preparación el nuevo color de su cabello.

—Lo sé… está…—Titubeó. Se tapó la boca con una mano conteniendo un sollozo, mientras que la otra sujetaba la mano masculina en el cabello encanecido.— está blanco.

—No… —Respondió burlón, siguió acariciando las hebras. — estás hermosa.

—¿De verdad? —Inquirió nerviosa e incrédula.

—Ese color, deseaba conocerlo algún día en tu cabeza, después de años de estar juntos…

"Para que tu cabello perdiera el color, debió ser un terror inimaginable ese retorno a París… Esa horrible decepción… el miedo de lo que ocurriría cuando llegaran. ¡Maldito sea el pueblo francés! ¡Maldita sea esta Francia!", pensó.

Sin embargo, este hecho no sería el final para el sendero de sufrimiento psíquico. Verla resignada y con la autoestima mellada, resistiendo simplemente por no dar el gusto a sus captores, inició en Fersen un lado negativo de su personalidad. Odiaría todo lo que representara a la revolución, algo que lo condenaría años después a un destino atroz en su patria.

Dejando los cabellos de Antonieta, más enamorada del sueco y agradecida con Dios que nunca, sujetó una de las delgadas y suaves manos, deslizando un anillo en su dedo anular. Impresionada de este obsequio la mujer inquirió.

—Fersen, este anillo… ¡Yo te lo había enviado metido en un sobre! ¿Tenías preparado esto?

—No iba a desaprovechar mi viaje. —Rio divertido de su comentario inocente. Le parecía interesante que conservara el alma pura aun con todo lo ocurrido. — Sea como fuera debía ponerlo de vuelta en tu dedo.

—Esto me lleva… esto me lleva a ti… esto me conduce a ti…—Declaró ilusionada y convencida.

"Recuerdo que antes de enviarlo a la casa de Fersen en Bélgica, lo había llevado por dos días, concentrando toda la fuerza de mi corazón, palpitante de amor y el calor de mi sangre".

—Le he grabado el escudo de armas de mi familia. Serás mi mujer, para siempre.

Antonieta asintió, seguido de eso concordando con la dulce afirmación de Fersen depositó un beso en el anillo. Entendía que tras tomar estos riesgos el nórdico venía con un plan, no le era complicado deducir que nuevamente le ofrecería otro intento de fuga. Sin embargo, no quería desilusionarlo, y más en un instante tan irrepetible. Lo mejor era disfrutarlo, ya que la noche no sería eterna, debía mandarlo lo más pronto posible lejos de la tormenta. Sólo tendrá esa oportunidad para sentir en su piel la pasión del padre de su hijo menor.

Invadida por un ardor que se acrecentaba en su pecho, coloreando sus mejillas y calentando su aliento como el beso tan delicioso que el conde le había dado, deslizó el chal de sus hombros al suelo.

—Yo lo supe, sabía que era tuya cuando estábamos lejos en la frontera… Antonieta ha nacido para ti…—Sujetó las manos del conde —Cada hebra de cabello, este pecho, y hasta la última gota de mi sangre… todo, todo sólo para ti.

Ambos se acercaron, sabían que no era la ocasión más idónea, pero… ¿Cuándo habría otra? demasiado temerosos de lo que traería el mañana, por lo que, con labios temblorosos, se unieron en un cándido beso, que calmaba aquella incertidumbre, sujetándola con firmeza, los labios bailando en parsimonia. No había suficiente tiempo, el miedo a los que pudieran abrir la puerta luchaba contra el deseo, aquella necesidad palpable de tenerse uno al otro. Por lo que Fersen dejó que sus labios bajaran por el largo y delgado cuello de su amada, sus manos bajando el escoté para poder pasar los labios por los generosos senos, hasta tomar uno de los pezones con la boca, mientras sus manos seguían su camino levantando el vestido, pudiendo colocarse entre sus piernas para unirse con ella, empujándose dentro de ella en lentas, pero poderosas acometidas.

La acostó en el sofá más cómodamente, para permitirse disfrutar de su conexión, maldiciendo su suerte, la que no le permitía estar para siempre con ella. La intimidad eran sus cuerpos en vaivén, ella mordiendo el labio para impedir que su voz fuera escuchada por oídos curiosos, cada ola de placer que atravesaba sus almas. Los gemidos se escuchaban tan bajos que él era el único que podría disfrutar de ellos, pues tenía a la que, a su parecer, era la mujer más hermosa de toda Europa. Su deseo se calmó con un gemido sordo, extasiada de la adictiva sensación, mientas el hombre aferraba a su amante en sus brazos hasta que las respiraciones volvieran a estar en calma, así como los latidos de su corazón. Nunca sería suficiente, la necesitaba más, la anhelaba más en cada apasionado segundo. Siempre agradecería cualquier instante en la que pudiera hacerla suya.

—Fer… Fersen…—Lo llamó jadeante y muy atontada del acto satisfactorio. El hombre no contestó, sólo la abrazó posesivo, compensando las noches en las que no la tendría. Luego de recuperar el aliento con cuidado lo estrechó. Suspiró conteniéndose de llorar. ¿Cómo no hacerlo? ya se había hecho costumbre, a pesar de que hubiera motivos espantosos para estar desgarrada, el pueblo anhelaba ver sus lágrimas. No era una mujer libre para dar rienda suelta al desahogo de su dolor. — Te amo más que a nadie… recuérdalo cuando pienses en mí… —Mimosa introdujo su mano en los cabellos de rubio cenizo, palpando la nuca masculina. Vagó sus labios de la mejilla al cuello, y del cuello al hombro fuerte.

"Qué engaño… vienes ilusionado de sentir esto como una esperanza de que estaremos juntos. Nada pudo separar nuestros corazones, pero… no puedo permitir que te expongas de nuevo, alguien inocente que no tiene nada que ver con esto. ¡Como la reina de este país, afrontaré mi destino!"

En aquella noche, en que Fersen ha tenido éxito poniendo en juego su vida: ambos se entregaron por última vez… después de 19 años del primer día en que se conocieron, sus miradas y sus almas aun jóvenes, palpitaron. Sin nadie con derecho de juzgarlos, ¡Sólo Dios!

-o-

—Conde Fersen, yo entiendo bien vuestro discurso, pero…desafortunadamente, no podemos poner en práctica este proyecto de fuga.

Se sinceró el rey, sentado en un mullido y cómodo sillón, el sueco por el contrario se hallaba arrodillado de una pierna, consciente del título e importancia de cada uno. Por no levantar sospechas apenas tenían un simple candelabro proveyéndoles de luz.

—¡Majestad! ¡¿Qué está diciendo?! —Exclamó aun incrédulo, en el sobresalto su cabeza se había alzado. En respuesta, antes de proseguir el hombre que sabía que ya no tenía poder de nada rio entristecido.

—Disculpe si ha venido aquí poniendo en riesgo la vida por no abandonarnos, pero… he prometido al pueblo y a la asamblea nacional que no saldré más de París. —Tensó pasó su mano por toda su faz, suavizando más su semblante. No le quedaba alternativa, que dejarse llevar por un realismo que lo deprimía profundamente. En su perspectiva no había salida. —No puedo romper la promesa hecha al pueblo… y creo que esto será lo último que haga siendo rey.

—Majestad… Se- Señor… —Titubeó devastado, no conseguía procesar lo escuchado. Percibiendo esto como el fin de todos sus sueños y luchas, de sus ojos se escaparon dos lágrimas. —por favor, no me diga eso…

Ante su ruego el soberano se levantó de su asiento, con las manos tras la espalda, caminó hasta la chimenea en la que ardía la llama de la vela que los iluminaba en la oscuridad. Interpretaba a la pequeña llama como Fersen, que a pesar de la gran fuerza y saña de su adversario trataba de darles una luz de esperanza a los monarcas.

—Sé bien… que los nobles me acusan de ser un cobarde y un indeciso. Es fácil criticar a los demás desde una posición segura. Hasta hoy no ha habido nunca nadie que se ponga en mi posición…—Hizo una breve pausa en sus palabras, que a medida que hablaba, Fersen se hundía en un abismo más hondo de dolor. Las palabras del marido de la que amaba, después de tantos años, por fin pudieron herirlo con lo último dicho. — He sido abandonado por todos…

Para reafirmar y demostrar que no era una decisión únicamente tomada por el rey, Antonieta agarrándose de las manos, en un aire calmado y sereno se paró junto a su marido, revelando al nórdico lo que realmente sentía tras el desastre de la fuga de Varennes.

—Ya no pensamos en salvarnos. Si en lugar de huir del peligro nos hubiésemos quedado, yo sería ahora más bella y más reina, estoy cansada de estar en peligro.

Una estocada y golpe de gracia a esta desolación que lo invadía, Antonieta había perdido la esperanza, nadie podría salvarla, ni los cortesanos, menos el hombre que obstinado y demente de sus sentimientos había aceptado vivir en la censura por ella. Sólo un milagro lo conseguiría.

—Oh… majestad… Oh… Oh… ¡Majestad! —Repitió Fersen, lamentándose y sin negarse al llanto. Arrodillado tiritaba, sólo podía estabilizarse con ambas manos en el suelo.

Piadoso de la pena y frustración que sentiría este hombre, Louis se inclinó ligeramente, posando delicado una mano en el hombro del sueco. Incitándolo a que alzara la vista. Un tiempo antes había hecho un gesto parecido para con el amante de su esposa.

—Ahora conde Fersen, desaparezca de París antes de que llegue el alba. No queremos que nadie pierda la vida por nosotros, no que derrame ni una sola gota de su sangre.

—Majestad, mi rey… No podré perdonarme nunca esto. ¡Si tan sólo pudiera ayudarlos como me había jurado! —Admitió impotente, dando un golpe con todas sus fuerzas al suelo.

Antonieta gentil, cogiéndolo del brazo lo indujo a ponerse de pie. Aun algo aturdido el conde se tambaleó, la carga psicológica ya estaba pasándole factura.

—Ahora, Fersen, le acompaño a la puerta. —Ofreció mientras se dirigían a la salida, pero antes de traspasar la puerta el rey lo nombró.

—Conde Fersen, gracias hasta el final…—Manifestó, esbozando una sonrisa serena y plena como un premio de consolación a tanto sufrimiento de ayudarlos. En respuesta a las palabras del monarca, Fersen asintió, en el gesto cerró sus ojos vencido, tragando saliva dificulto.

Seguido de eso, se retiró a los pasillos acompañado de Antonieta, ambos daban pasos lentos por evitar un eco que resultara demasiado ruidoso, tratando de no alertar a los guardias de que el sueco, por cual la asamblea nacional había dado la más alta suma por su cabeza, se hallaba dentro de los muros del palacete. A causa de que ella conocía la distribución de su prisión, podía conducirlo de un modo más rápido y eficaz.

Alcanzando ya el límite de que tan lejos podía alejarse de sus compartimientos, se asomó a verificar si el camino estaba libre para la retirada del nórdico. Viendo que no había nadie cerca se giró al hombre, lo cogió de las manos delicada.

—Sé fuerte…—Comenzó a decir con supuesta e inquebrantable seguridad, lo miró a los ojos, el hecho de enfrentar la despedida a solas con él no la dejaría conservar por mucho tiempo la compostura, la respuesta de Fersen la desarmaría más fácil que los insultos y escupitajos del pueblo. — Fersen, con todo mi corazón, muchísimas gracias, he reunido valor y coraje al verte. Recibiré mi destino dignamente como una reina y como la hija de María Teresa…

El hidalgo la estrechó entre sus brazos, el contacto de hundir su cabeza contra el pecho del hombre que amaba la llevó a su lado más frágil. Temblaba desolada contra el cuerpo de éste.

—Entre ser una mujer enamorada y ser una reina…—Expresó, las lágrimas no se detenían de surcar su cara, sus ojos estaban perdidos en el techo, le costaba hablar, era tanto el desconcierto de lo que sucedía que no podía resistirse, reclamar y negarse a los deseos de ella. Su cabeza estaba nublada para reaccionar a otra cosa que no fuera la obediencia. — eliges la vida de una reina… tú… ¿por qué… por qué? aunque estamos destinados a amarnos… pasados estos 19 años, escondidos del mundo, y ahora esto… ¿por qué debe ser así nuestra vida?

Abrazados en ese presentimiento desesperado… de que no podrán verse ya más en vida… ni el dulce rostro, ni la voz gentil de quien que se enamoraron, ya no les permitirá la vida ni verse ni oírse. Abriendo sus ojos abrupta oyó pisadas y un eco de voces de soldados, destruyendo la acogedora sensación y su última felicidad como mujer. Atemorizada de que pudieran descubrir al hidalgo, lo empujó a la puerta de salida a la calle, aun si lo deseara no podía acercarse con él.

—¡Ahí vienen los guardias! ¡Rápido, Fersen! ¡Márchate pronto! ¡Vete, Fersen!

—Reina Antonieta, yo…—Se volvió preocupado de implicarla, inseguro de seguir avanzando.

—No te preocupes por mí… ¡Yo los distraeré! ¡Vete!

Dicho esto, el hombre apurado por ella corrió a la puerta, metiendo la copia de la llave mientras destrozado la veía correr de vuelta, pero pisando con fuerza para llamar la atención de los guardias. Justo cuando abrió y la cerró, Antonieta era rodeada por soldados. Esa imagen lo atormentaría eternamente, una prueba más de hasta donde era capaz de amarlo.

"¡Adiós, adiós para siempre, Fersen! ¡Debes permanecer vivo y bien! ¡Sé feliz! ¡Mi amor, te amo, te amo más que a nada, no lo olvides! ¡Vive! ¡Tienes que hacerlo! ¡A costa de que mi alma caiga en la pena y mi corazón se deshaga sin remedio! ¡Dios mío, protégelo! ¡Siquiera podrás salvarlo a él!"

Fue… el último adiós en esta vida de la reina María Antonieta y el noble sueco Hans Axel von Fersen.

-o-

Corriendo por las calles, alejándose lo más que sus piernas le permitían de las Tullerías, salvando su vida por el ruego estridente que seguía repitiéndose en su cabeza. Si fuera por su soberbia y decisión hubiera preferido morir cerca de su hijo y de ella. No sería el mismo, toda su felicidad se había ido. Un fugitivo, el artífice de la trama del escape de los monarcas franceses, merodeaba sin rumbo por la calle. No podía retornar a su vieja residencia, era seguro que la habrían desvalijado en busca de pruebas incriminatorias. A partir de aquí tendría que conseguir un coche de alquiler, antes de la llegada del alba tenía que desaparecer de Paris… o así tenía planeado, porque en su dirección se avecinaban tres Guardias Nacionales.

Conversaban terminada su guardia, mejor dicho, sólo dos de ellos, charlaban animosos de política mientras su tercer amigo les dirigía una sonrisa forzada, siguiendo la charla y tratando de ignorar lo que lo rodeaba; a pesar del ambiente tétrico de la calle en la madrugada, donde circulaban unas escasas personas que parecían indigentes miserables, famélicos revisaban desesperados si en la basura había algo que fuera comestible. Aprovechaban la oscuridad y la soledad para no tener que pelear por lo que encontraran. Un oído captaba los rabiosos cuchicheos de los vagabundos y el otro apenas y pendiente de pedazos de la conversación de Pascal. De repente oyó a uno de los harapientos gritar "¡Una rata!", como si esto representara un maravilloso descubrimiento. No tuvo que dirigir su vista en el escondrijo por el cual pasaba para suponer qué harían con el roedor, de hacerlo sólo empeoraría su imagen del presente. El hambre se estaba incrementando peor que en años anteriores. Siempre que veía pasar a una mujer sola notaba su cara envejecida por el mal vivir que soportaba por días enteros, las carnes de sus mejillas caídas y los pómulos que se marcaban.

Oscar entendía que, en cierta forma, su puesto de soldado y su conexión con Alain y Bernard, un periodista reconocido además de diputado de la república, le permitían apalear el hambre. De hecho, aunque sus compañeros, debido a la costumbre, se mantenían en una resignada impasibilidad, jamás podría ver esta realidad sin agobiarse al extremo.

"Tras esta esperanza de terminar de asentar las bases de una libertad, las cosas no han hecho más que empeorar… Dios, luego de tanto no dejas que muera como el resto del pueblo. A diferencia de muchos tengo la ventaja de matar el hambre con lo que sea… no sé si deba idealizar esto de servir a la patria entre mareos y vahídos. Es inhumano. Qué tortura ver a todas horas y cada segundo a la gente mermando del hambre. ¡Deseo vivir para saber si estos años han valido el esfuerzo!"

Pascal que notó el ensimismamiento de su compañero, Michel tenía la delantera en la caminata. Para llamar su atención expuso algo que lo tenía inquieto desde la fuga de los reyes. Las noticias y deducciones de la población de cómo lograron escapar sin problemas luchaban entre sí. El muchacho aun si tuviera sentimientos que lo confundían en gran manera, intentaba no perder la suspicacia por la persona que le había prometido su apoyo y fidelidad. Le pinchó con lo siguiente.

—¿Saben que todo el mundo tiene una fuerte certeza de que el rey escapó frente a nuestras narices?

Oscar justo antes de parar en seco se le había advertido un ligero sobresalto, saltaba a la vista que su pregunta le había afectado. Antes de dignarse a girar a enfrentar los ojos del jovencito, tragó saliva con gran tensión. Era extraño que a sus 36 se sintiera intimidada por este niño 16 años menor que ella, que consideraba al principio de su servicio gentil y adorable. Se contuvo con fuerza sobrehumana de mostrar algún signo de alarma, o chispa amenazadora de sí misma; primero, por su propia supervivencia, y segundo por las amabilidades recibidas.

—Sí…—Admitió queda, sumamente seria. — fuimos engañados por una persona taimada, y mucho más audaz que ustedes y yo juntos, sin embargo, esto no volverá a repetirse. Seamos nosotros o alguien más, la mente maestra tras este complot conseguiría salir de París... Al menos, no por mucho tiempo. Lo que nos dijeron parecía convincente. —Entonces con una ligera risa irónica que fue agarrando potencia hasta transformarse en una carcajada casi maniática, acotó, refiriéndose en el fondo a su persona. Pascal y Courtois estaban mudos del humor de inusual perversidad de Michel. Mentía y engañaba, no pensó ser capaz de cometer lo que en su vida antes de la Bastilla, era para sí misma, algo repudiable y bajo. — que no les sorprenda lo que son capaces de urdir estos nobles con tal de sobrevivir… ¡Un indigente puede también ser un excelente disfraz!

"¡Y no sólo eso… a unos centímetros tienen a otro lobo vestido de oveja! ¡Por un día olvidé vilmente el juramento de defender los nobles ideales! ¡El único con el poder de traicionarte es aquel que tiene tu confianza!"

A causa de que no esperaba esta reacción, o quien sabe y rogaba por algo que contradijera las sospechas que se anidaron en su cabeza, Pascal suspiró aliviado. Por otra parte, Courtois no era del tipo que juzgara a menos que no viera una prueba lo bastante palpable, por evitarse inconvenientes de momento se mantendría neutral.

—Me alegra que pienses eso. Lo cierto es…—Se rascó la cabeza, en su hombro colgaba la correa de su bayoneta. Hizo una pausa para luego proseguir. — que me asombró que fueses engañado como nosotros. A veces, desde que te conocimos noté que irradiabas un aire de una sabiduría de muchos años… siempre hablas y aconsejas lo necesario. Me recordaste a mi abuela.

Oscar arqueó una fina y rubia ceja, después sonrió medio de lado por el comentario.

—¿Me llamaste viejo?

—¡No! ¡No quise decir eso! —Agitó sus manos en gesto de nerviosismo, buscando borrar alguna ofensa. — ¡Al contrario, digo que eres tan experimentado que asombra! ¡Como si no hubieras tenido que llegar a la ancianidad para lo que sabes!

—No es verdad…—Negó con la cabeza, para dirigir su vista al horizonte de la calle, por un segundo le pareció ver a alguien asomarse y luego esconderse tras otra callejuela. — aún estoy aprendiendo, puedo caer en engaños como cualquiera. Te aconsejo que no idealices a nadie. No sabes de quien terminarás decepcionándote.

—No digas eso. En estos años hemos conocido a gente heroica, bueno, pensaba más negativamente hasta que te conocí… —Reconoció, debido al elogió que trataba de expresar sus mejillas se habían coloreado.

Courtois que no entendía por qué mirarlo reaccionar así lo irritaba, añadió para dirigir la charla a un elogio común y no a un extraño cortejo.

—Nos sirvió de mucho que nos enseñaras a manejar las armas, nos hubiera costado la permanencia en la Guardia Nacional. ¿Lo aprendiste en Arras? —Inquirió mientras pasaba dos de sus dedos por el pequeño bigotillo que le crecía sobre el labio.

—Aprendí…—Dijo esta vez esbozando una sonrisa con un dejo de tristeza. Apartó unos mechones de su frente, sus ojos reflejaron por fin un destello de inocencia que concordaba más con su aspecto infantil. En la cabeza de Oscar regresaron luego de mucho tiempo los recuerdos de una monotonía que le resultaba preciosa; un jardín de flores coloridas vigiladas por su madre y la nana, mientras las damas se ocupaban del pasatiempo de la señora de la casa, se llevaba a cabo un duelo, los choques del metal de espadas predominaban en el silencio junto a los gritos del amo, dos pequeños, uno menos diestro que el otro se caía de espaldas al suelo. Tras las severas réplicas de su padre de la torpeza de su nuevo amigo, ella extendía su mano para ayudarlo a ponerse de pie. Con una sonrisa y la cara brillante del sudor el niño se vio incentivado gracias a la gentileza y paciencia de su ama, y futuro amor. Uno de los muchos recuerdos que atesoraba, no entendía cómo la vida podía exigir tanto de los humanos; a que pesar de sufrir la muerte de los que se ama se tenga que vivir de todas formas. El ciclo de la vida y la muerte es algo de lo cual nadie puede escapar. — practicando con un amigo de mi infancia… Mi mejor amigo… con su ayuda en mis prácticas aprendí las disciplinas que me son útiles ahora. A él le debo todo lo que soy.

"Mi André…"

—Debes de quererlo mucho. —Expresó, Courtois, advirtiendo añoranza en el rubio, y en la espera de alimentar la desesperanza en Morandé, que día con día trabajaba en su acercamiento a Dumont.

—Lo hacía…—"Demasiado", pensó amarga en sus adentros.

—¿Él está en Arras con tu familia? —Preguntó Pascal intrigado del pasado de su amigo. Ni ahora que les revelaba un poco de sí mismo, más que en otras charlas les brindaba suficiente información del rubio.

—No… él... falleció. —Contestó con desconsuelo, apretando el puño sobre el pecho, sintiendo todavía el recuerdo como un dolor punzante en su corazón. Se giró, demasiado intrigada con el movimiento que veía desde hace un rato. — ¿Me disculpan? El tema me puso un poco indispuesto. Necesito estar solo para centrarme. ¡Luego hablamos! —Se excusó, alejándose de sus compañeros, que lo miraban alejarse con extrañeza. Algo más había tras esa historia y el peculiar comportamiento del rubio. Oscar se alejó con paso acelerado, ambos la siguieron cautelosos, deteniéndose tras algunos muros para no ser vistos, mucha fue su sorpresa al encontrarla junto a una figura alta en capa oscura. Ambos hablaron por un corto periodo antes de alejarse, algo que alertó más a los soldados, pues aquello era cada vez más misterioso. Por un momento les contaba sobre un amigo de la infancia fallecido, para luego desaparecer con un hombre de figura tenebrosa.

—Tenemos que seguirlos. —Dijo Pascal que miraba de vez en vez a la pareja y a Courtois, su compañero había bostezado, realmente sin querer seguir vigilando, mucho menos seguir a Dumont. Se le estaba agotando la paciencia para otro capricho de Pascal con respecto a este rubio

—De ninguna manera, lo que le pase es su problema. —Abanicó con una mano en señal de negación y fastidio. —Yo preferiría dormir que estar de pie por más tiempo. ¡Me matan los pies!

— ¿No te intriga o te preocupa que esté con un desconocido?

—¡Qué estúpido y necio eres! ¡No es un niño, puede cuidarse solo! — Replicó, dándose media vuelta.

— ¡¿Eso es todo lo que dirás?! —Vociferó alterado, garrándolo del brazo. Señaló en la dirección por donde los vio irse. — ¡No podemos dejarlo hacer lo que quiera! ¡Tenemos que seguirlo! ¡¿Y si lo matan?! ¡¿Y si lo han vuelto a chantajear o…?!

— ¡Maldito! ¡Si pierdo, sea un dedo o parte de los talones será tu culpa! —Lo increpó iracundo, dándole un potente empujón en el pecho. Intimidado de la furia de Courtois, lo convenció de darle parte de su comida si los seguían, tomando en cuenta que lo que comía no bastaba para saciar su apetito, por lo que finalmente, ambos siguieron a Oscar bajo el manto nocturno. Los soldados siguieron al rubio y al tenebroso desconocido hasta llegar a un bar.

El bar se mantenía abierto, la luz de los candelabros que colgaban del techo se filtraba por la puerta a la calle, y por las empañadas y no muy nítidas ventanas. Ingresaron sin ser percibidos gracias a los hombres que entraban y salían, combinados con los murmullos, gritos y risas de estos que tenían un poco de dinero para gastar en un vino barato. El pan era complicado de obtener debido a colas en las pocas panaderías a las que lograba llegar la harina. Realmente muy hilarante que en la precariedad algunos obtuvieran este miserable gozo.

Mezclándose entre la gente pudieron ubicarse en una mesa, no les costó mucho localizar al rubio con su acompañante de capa negra.

—¿No te dije que es muy raro? —Dijo con un gesto con su barbilla, apuntando a la mesa de Michel.

—Pues… creo que…—Murmuró por lo bajo, no podían permitirse ser escuchados, sea por los clientes o por la pareja que seguían—ese cuento del amigo muerto es sospechoso, además… sabe demasiado para la edad que tiene.

—¿Qué quieres decir? Una persona joven puede tener muchas destrezas si se lo propone.

—No… no me refiero a eso. ¿No lo ves? Nada encaja bien. No te engañes, dices eso para no salir lastimado.

—¿Cómo?

—Mira… cállate y observa. —Señaló con la mirada a lo que les interesaba.

Sentados en la mesa Fersen vio a su vieja amiga ordenar vino para los dos, en los instantes que Oscar hablaba con Mina que los trataba amable y diligente, después de mucho de no ver al rubio, se marchó a por el vino riendo alegremente. La calle estaba llena de turbiedad y desconfianza, sin embargo, debido a que vivía con su padre la jovencita se conservaba de algún modo tranquila, o tal vez luchaba por mantenerse así.

—Fersen… sé que no es un lugar muy solo, pero, necesitaba un trago. —Confesó con un dejo de cansancio, apoyando un codo en la mesa, y pasando su mano por todos los bucles rubios.

—No tienes que disculparte, Oscar…—A los instantes llegó Mina con una bandeja y vasos de latón, el sueco por la imagen a la cual no pensó que pudiera parecerle al principio tan vulgar, esbozo una mueca y arrugó la nariz, un claro gesto de desagrado. ¿Cómo una persona tan refinada como Oscar podía beber esto y más aún, en vasos de aspecto tan desagradable? De pronto, la mujer agarró el vaso que le correspondía y empezó a beberse para horror de Fersen parte del contenido.

—¿Y bien…? ¿Pudiste… verla? —Inquirió desviando la atención del hombre a lo que les interesaba. Un ambiente demasiado amargo los envolvía. — ¿Qué sucedió?

—Sí… pude verla… sin embargo, no fue como lo imaginaba. —Agarró con algo de inquietud el vaso para sorber un poco, bebía porque no tenía otra manera más cercana a alcohol de calidad. Frunció el ceño después de probarlo, más que el líquido le daba escozor pegar sus labios en el borde del metal. — No sé qué hacer…—De allí pegó su frente en su puño confuso, con el codo sobre la mesa. — se negaron rotundamente a otro "plan" que pensaba poner en marcha.

En respuesta Oscar suspiró resignada, sintiendo una especial empatía por su amiga. Entonces luego de un breve silencio habló.

—Ella sabe que nada se puede hacer… el viaje de vuelta a París habrá sido espantoso. Muy en el fondo la carcomería el miedo de vivirlo otra vez.

En un tono rasgado y seco, impotente él manifestó por lo bajo. Se inclinó hacia Oscar, sentada al otro lado de la mesa.

—Tuvo que ayudarme a escapar… o de lo contrario me atraparían… se portó tan digna y orgullosa en sus convicciones, que no estoy seguro si me deslumbró en su fuerza, o si fue el desconcierto de su rechazo a huir, lo que evitó que la contradijera. — Pasmada de lo que oía la rubia abrió sus ojos de par en par. Muda, sin saber que decir, permitió que el nórdico prosiguiera en lo que sucedió dentro del palacio de las Tullerías. — lo último que vi fue cuando los guardias la rodearon, conduciéndola de vuelta a sus compartimientos. Tras ayudarme ahora habrá una peor sospecha respecto a ella, más intrigante y cuestionable que el rey. Así la verían, no faltará para que lo visto por ellos llegue a oídos de la Asamblea Nacional.

Conmovida del relato de sacrificio, Oscar se hacía nuevas preguntas de para qué existía el amor, y para quién debía estar dirigido. ¿Es cosa de sangre? ¿De fraternidad? ¿O un romance? los dos últimos eran subestimados por la sociedad como pasajeros, una cosa bastante cruel. Si era pasajero, ¿Para qué esforzarse? ¿Por qué sufrir por alguien que no guarda tu sangre? ¿Por qué molestarse en fortalecer un lazo? todavía concibiendo un hijo, la criatura sería lo único salvable, ya que la persona por siempre querrá preservar lo que considere suyo, o al menos era lo esperable. Fersen se desvivía de una forma que muchos insensibles e ingratos, considerarían un capricho o estupidez. ¿Cómo explicarle a alguien que todos los tipos de amor existentes son importantes? y más explicárselo a alguien superficial que desconoce de la soledad.

—Esa fuerza y gallardía que viste…—Comenzó a hablar la rubia, recordando nostálgica la charla vivida con Antonieta en su paseo en los jardines de Versailles. — viene del amor que siente por ti… vive y es todavía más digna por sus años a tu lado, aunado a la alegría de su maternidad. En su momento, le dije que regresarías, que mantendrías tu promesa sin importar la adversidad.

—O-Oscar…—Dijo llevándose ambas manos a la cara, conteniendo la frustración y el desamparo. Una vez más el hombre se mordió el labio inferior, luchando contra las lágrimas que se escurrían de sus ojos, no podía sollozar en ese lugar, aunque fuera lo que más necesitara. Tardó unos minutos en calmarse y recuperar el aplomo. Enjugando las lágrimas se reacomodó en su asiento. — Gracias, muchas gracias… debes saber que, no voy a cambiar mis intenciones de ayudarlos.

—Lo sé…—Asintió regresando a la seriedad. — si no lo hicieras no te reconocería como el honrado hombre que conocí…

—Saldré, no porque desee salvar mi vida, sino para hacer algo por ella desde afuera. Sí quieres delatarme, puedes hacerlo, no te culparé. Sé que es tu deber defender la…—Cuando deseaba seguir definiendo su posición la rubia lo detuvo con un ademán.

—No…— Negó con tono cortante y decidido. — por esta noche me haré de la vista gorda. Dejaré que te vayas… mi lugar y el tuyo es luchar en nuestros respectivos puestos. Más que un monárquico enemigo de la revolución, yo veo a un hombre enamorado.

—Y a un padre…

—¿Qué…?

—En efecto… soy padre.

—Entonces…—Empalidecida del problema colosal hizo una pausa. — ¿Tú eres el padre de Louis Charles? ¿El padre del actual Delfín…?

—Sí… he cruzado la barrera de lo permitido. He contaminado el futuro y el linaje de los Borbones con mi sangre.

—Estoy… oh, Fersen, tu sufrimiento es peor de lo que imaginaba; no es solamente la mujer que amas, también es tu familia.

—Si te lo digo es porque confío en ti… te ruego que no lo divulgues. Ya es suficiente desgracia sobre su cabeza, para que ahora se confirme que, los rumores de la procedencia de Louis Charles son ciertos.

—Esto ha llegado a un nivel exagerado de gravedad. — Racionalizó al tiempo que se terminaba lo que restaba del líquido. — tu único hijo criado y amado por otro hombre… debió ser doloroso mirarlo y sin que pudieras acercártele como algo diferente a un extraño, o amigo de su madre. —Suspiró. — Sólo unos pocos años, 4 años nada más, y los cambios y revelaciones vienen en marejada.

Fersen pestañó a causa de la incertidumbre de esa sola palabra, "cambio", había una cosa también diferente en la mujer sentada delante suyo, era como dijo, las cosas cambiaban, fuera para bien y en este caso para mal. Se tomó unos instantes para darse tiempo de detallar el aspecto y ánimos de Oscar. Al mirar sus ojos percibió que por supuesto, no era la misma, no era un secreto para él todas las cosas a sacrificar por la decisión tomada el 13 de julio; su título, privilegios, su familia, el hogar donde nació y creció, pero intuía que existía dentro de ella un tipo de dolor muchísimo más profundo, algo tan radical que sería lo que la llevaría a la mujer que es hoy.

Retirando el vaso de la mano de la fémina intentó que se centrara.

—Oscar…—La nombró sumamente serio, le tomó unos instantes formular lo siguiente por decir. — seguro que para ti tampoco ha de ser fácil sobrellevar estos tiempos. Irradias una tristeza desgarradora, te noto sola…—A continuación, preguntó pausadamente — ¿Dónde… está André?

¡Continuará…!

Aviso y curiosidades del fanfic.

¡Hola, cuanto tiempo! Ya estarán advertidos que el bloqueo de escritor había venido a mí… Como acostumbro, hago uso del fanfic para sacar reflexiones de mi cabeza, por si los personajes hallan la respuesta mucho más rápido que yo… me he estado preguntando, ya que nunca paro de entrar en polémica debido a que no dejo las cosas estar. ¿El mundo habrá cambiado? ¿Estará mejor o peor? por desgracia, ahora es un crimen pensar diferente y viceversa, o tal vez también es la forma cómo se plantee la opinión, porque bueno, opinar no es igual a un insulto chocante. Nuestros protagonistas lograron un punto de encuentro en sus opiniones. Tan parecidos por la meta a trazar, pero diferentes en crianza. El mundo de los fanes de berubara está repleto de facciones. Abordé el tema de los bandos de forma minuciosa y los errores sin haber maldad en ellos. (porque sí… la gente se ofende por tonterías). Es extraño, espero no ser la única en usar experiencias para hondar en una trama. Estamos en una época complicada, con tantos matices al punto de confundirnos. ¿Pensaban que Oscar y Alain no se sentarían a hablar? ¿Qué caerían en una relación desagradable y traicionera? No… ya tienen suficiente con lo que les pasa y pasará. Yo no necesito recurrir a eso para tener trama. Sí… desde luego que pelearon, por mostrarlos humanos lo hice, no obstante, deseaba verlos separados por una semana, y así darse tiempo para reflexionar. ¿Qué persona se pone a pensar la posición de la otra? siempre hay un sensato que sede y el soberbio que espera sin ponerse una mano en el corazón.

Una cosa que me pasó, es que una chica no gustó de un chiste que hice en el fandom, y lo gracioso es que es un chiste bastante recurrente. ¿Es la Oscar del anime libre e independiente? y no, no me refiero a dejar mal a André. Él no tiene nada que ver en esto, es un personaje, cómo se use depende del guion del anime o el autor… Lo pensé objetiva. El anime en color y música, como escenas sublimes, no son muchas y las he disfrutado, el asunto es… ¿poner a un personaje montando raudo a caballo, manejando un arma y vistiéndose como varón basta para demostrar un corazón libre? Me puse a analizar a Oscar tras eso… Qué ciega y tonta fui… En el anime la hemos visto hermosa en el caballo, manejando una espada, sin embargo, todas estas muestras visuales eran un espejismo. Escenas hechas para deslumbrar y no para pensar. Siempre silenciosa y hermosa como una estatua. Sin un parlamento soñador e idealista, o alguna reacción que tuviese un trasfondo, algo que la afectara en su entorno, problemas variados y dilemas morales. Lo más parecido a ella fue el inicio, hasta el cambio brusco de director, se parecía algo a la Oscar del primer volumen.

¿A qué me refiero de en qué son distintas? me explicaré en un diálogo del fic, "El que te ama te desea libre". La del anime, y lo digo con respeto a la infancia cálida que nos impide pensar fríamente, era un cascarón vació de lo que ella era en el manga.

Es triste que André fuera usado para eclipsar a la que ama, cuando el del manga sujeta su mano en sus andanzas, sin interponerse nada más que para protegerla. (Olvidemos el error del veneno y lo de la supuesta violación. Esa no era la verdadera personalidad de André, el real actúo y evitó el daño a Oscar. En la depresión cometemos estupideces grandísimas, hasta que viene nuestra naturaleza bondadosa a salvar el día) Las cosas grandes que ella pudo haber hecho se desvanecieron por la soberbia del anime. El amor justo y leal de un compañero de vida se intercambió por un tutor de la vida de ella. Ejemplo claro, porque existen muchos, es el final del anime: Oscar, una militar preparada y sabia entregándole el mando de su tropa a su amante, cuando éste era un soldado raso. (Recordemos la existencia de Alain, egresado de la academia militar, y teniente en este anime. Alguien competente para el trabajo) Disimulando la extraña escena, con gritos de alegría del grupo celebrando a la pareja. ¿Qué militar en su sano juicio hace eso? En resumen, uno de los ingredientes más importantes para identificar a la rubia es su desprendimiento mental. La conciencia de su puesto en la trama, y no enfocarse solamente en presumirla visualmente.

Es divertido verla en fanfics con un chichón en la cabeza por un problema relacionado a André, al principio es entretenido, pero ya va siendo rayado y repetitivo. No desarrollarla en temas que lleven a su personalidad crítica y resistencia mental a algo diferente, (y poner a nuestro André de apoyo emocional. ¿Tan difícil era hacer eso? ) demuestra el nulo interés de emular a la verdadera. Recordemos que este fanfic se desarrolla con un asunto respecto a la tensión de perder a todos a los que ama, pero no es lo mismo a enviciar al personaje con un hombre para que quede ciega de otros temas.

Ahora, porque digo que se puede usar un predicamento con la pareja sin recurrir a destruirlos entre sí… En Eroica Alain es sacado de la lista de oficiales, sin Ikeda explicarnos ni un poco de qué fue lo que pasó. Me preguntaba a cada rato cómo era posible que el sargento esté expulsado, debido a que si mostraba desobediencia en " El Terror" muy probablemente lo matarían, en vez de expulsarlo. Hasta que en el proceso de este capítulo, porque los personajes se mandan solos me lo reveló: Alain pudo haber desobedecido en la masacre del Campo de Marte, u otra situación similar antes de que llegara la peor etapa de la Revolución. El Alain de este universo a diferencia del original, obedeció, y eso no lo hace distinto al verdadero. Alain nos explica que, en otro momento de su pasado le hubiese importado un comino las ordenes de reprimir al pueblo, después caemos en cuenta que su actuar era a causa de que Oscar estaba en su vida, y el peligro y responsabilidad que eso implicaba. Alain vivía en Eroica desconectándose de toda alegría mundana. Poco le interesaba si moría al día siguiente mientras eso beneficiara a un bien mayor. Ahora, es feliz… y esa felicidad lucha por equilibrarse con su propósito de pieza para la libertad.

Era mi anhelo crear un argumento que homenajeara a la obra original, uno complejo, profundo y emotivo. Blando y no mecánico. Estoy muy contenta de haberlo logrado, aun si esto no sea visto por tantas personas. Si leíste completo este fanfic te felicito, y sí deseas escribir uno te animo a que le busques la quinta pata al gato para contarnos algo diferente y fresco.

Doy las gracias a Yenny Yousi por los datos para el final de la fuga de Varennes y La Masacre del Campo de Marte.

Nos veremos en el próximo capítulo. Gracias anticipadas para los que en su horario estrecho me hacen saber su gusto por la historia. Una galleta (review) me da a entender que les parece bello y que vale la pena el fanfic. Si tienen amistades que deseen leer algo diferente recomiéndenles esta historia. El próximo capítulo se titulará… "¡El Valor de un Lazo y el Fin de una Era!" ¡Drama y más drama! ¡Un abrazo!