Capítulo 17:

Las Penas de las Verdades


—¿Deseas saber la verdad? —

Yuya sintió un vuelco en el estómago. Las palabras resonaron como un eco que no se disipaba, sino que reverberaba en lo más profundo de su ser.

¿De qué verdad hablaba ese ser? ¿Acaso sabía algo que él no? ¿Algo sobre esos malditos recuerdos que lo atormentaban?

El joven retrocedió un paso, manteniendo la mirada fija en aquel ser. Había algo desafiante en sus ojos, un destello de fiereza que se contraponía al caos que lo consumía por dentro. Sin embargo, sus labios temblaban, como si dudaran si pronunciar o no las palabras que bullían en su mente.

—¿Todo esto siquiera es real? —espetó finalmente, su voz entrecortada—. ¿Cómo puedo confiar en algo que no estoy seguro que exista? —

Astral lo observó en silencio, su postura erguida y tranquila como si nada en el universo pudiera alterar su paz.

—Todo es real, Yuya. —

La respuesta fue directa, pronunciada con la seriedad de una verdad irrefutable. Pero lejos de calmar a Yuya, sus palabras parecieron avivar su frustración.

—¡Mientes! —Gritó Yuya, su ira brotando en una explosión de emociones contenidas—. ¿Cómo es posible que algo como tú exista? —

—Los humanos no son los únicos que habitan este mundo —Replicó Astral, sin levantar la voz, pero con una firmeza que lo hacía parecer inmune a las acusaciones.

—¿Ahora me dirás que los extraterrestres siempre han existido y viven entre nosotros? —Se burló Yuya con sarcasmo mordaz—. ¡Qué ridiculez! ¿Y cómo sé que no eres solo una alucinación? ¿Un producto de mi imaginación para consolarme por... por todo lo que vi? ¡Por todo lo que viví! —

Astral lo observó con un dejo de tristeza, pero no dijo nada. Sabía que Yuya estaba gritando contra sí mismo más que contra él.

—¡Maldición! ¡No sé qué fue lo que pasó antes! ¡Ni siquiera sé si lo que recuerdo tiene sentido! —Gritó, su voz quebrándose al final.

—Yuya, no te estás volviendo loco. —

—¡Cállate! —Vociferó el joven, temblando de pies a cabeza—. ¡No puedes decir algo así! ¡Estoy en un lugar que ni siquiera debería existir! —

Astral suspiró, como un adulto lidiando con un niño rebelde.

—Estamos dentro de la nada, y al mismo tiempo dentro de un todo —explicó con calma—. Puedes llamarlo los confines del universo. —

—¡No me interesa cómo lo llames! —gritó Yuya, su tono cargado de furia—. ¡Eres un producto de mi mente! —

—No lo soy. —

—¡Lo eres! —

No lo soy —Repitió Astral, su tono imperturbable.

Yuya abrió la boca para seguir discutiendo, pero Astral alzó una mano, indicándole que guardara silencio. Por primera vez, su voz adquirió un matiz más firme, como si estuviera cansado de la disputa.

—¿Quieres una prueba irrefutable de que no soy un producto de tu imaginación? —Preguntó, sus ojos brillando con una intensidad que hizo que Yuya se estremeciera.

La propuesta cayó como un desafío, y Yuya, impulsado por su orgullo y su desesperación, asintió con una mezcla de rabia y escepticismo.

—Adelante —Dijo con un tono desafiante, apretando los puños—. Muéstrame que no estoy loco. Convénceme, oh, gran producto de mi mente. —

Astral exhaló lentamente, su expresión una mezcla de paciencia y resignación.

—No voy a seguir discutiendo contigo, Yuya —Dijo con un aire de autoridad que no admitía réplica.

Con un movimiento fluido, se acercó a él, inclinándose levemente para que sus ojos estuvieran al mismo nivel.

—Voy a mostrarte algo que ningún producto de tu mente podría crear —Anunció, su tono solemne—. Pero te advierto, la verdad siempre exige un precio.

El joven lo miró con incertidumbre, pero no dijo nada. Algo en el aura de Astral lo hacía dudar, aunque su orgullo le impedía retroceder.

Astral alzó una mano, y el entorno comenzó a cambiar. Las estrellas sobre sus cabezas giraron y danzaron, fusionándose en remolinos de luz que parecían abrir puertas hacia otros mundos.

Yuya sintió cómo el suelo bajo sus pies se desvanecía, y una voz suave pero poderosa resonó en su mente:

—La verdad no siempre libera, Yuya, pero es la única forma de encontrar paz. —

Yuya levanto la vista, y cuando volvió a ver a ese magnánimo ser, algo en su mente se rompió.

Astral dio un paso hacia adelante, su figura, aunque ahora en su versión humana, parecía seguir brillando con un resplandor que parecía devorar la oscuridad.

Sin embargo, no se apresuró. Su presencia majestuosa llenaba el lugar, obligando a Yuya a retroceder por instinto.

—¿Astral...? — Yuya reconoció, sus ojos abiertos de par en par.

Sus piernas temblaban como ramas débiles en medio de un vendaval, y por un momento pareció que caería. Pero, contra todo pronóstico, se sostuvo de pie, aunque su equilibrio era tan precario como su mente en ese instante.

—¿Cómo es que...? —Intentó preguntar, pero las palabras se le atoraron en la garganta.

Su mente luchaba por encontrar sentido a lo que veía. Era imposible, pero allí estaba. Ese era Astral, con un aire de sabiduría que parecía trascender el tiempo mismo.

—Sé que ahora estás confundido, Yuya —Dijo Astral con suavidad, interrumpiendo su caos interno—. Te sientes perdido ante algo que escapa a cualquier explicación lógica, tanto en términos psicológicos como en términos terrenales. Pero creo que es prudente explicarte lo que sucede... desde el principio. —

—¿El principio? —Repitió Yuya, su voz temblorosa pero llena de un nuevo interés.

Astral asintió, y con un elegante ademán, el entorno comenzó a desmoronarse. Las estrellas se apagaron, la luz se desvaneció, y en su lugar apareció un vacío infinito. Allí, suspendida en la nada, una carta flotaba, destellando un brillo dorado que pulsaba como un corazón.

Yuya se inclinó hacia adelante, fascinado y perturbado al mismo tiempo.

—¿Qué es esto...? —

—La carta Numeron —Respondió Astral, su tono solemne.

La carta parecía deshacerse y reconstruirse en un ciclo interminable, como si su existencia misma fuera un eterno proceso de creación y destrucción.

—La carta Numeron es la escritura de la vida. Todo lo que ha sucedido, lo que sucede ahora y lo que sucederá está inscrito en su interior. Desde el amanecer de la humanidad, cuando los humanos apenas podían comprenderse a sí mismos, la carta Numeron ya había dictado sus destinos. —

—¿Destinos? —Yuya tragó saliva, sus ojos fijos en la carta.

—Sí —

Continuó Astral, moviendo una mano para que el vacío se llenara con imágenes. De pronto, Yuya vio escenas de reyes y mendigos, profetas y ladrones, todos coexistiendo en una danza caótica pero fascinante.

—¿Todas estas personas...? —

—Todas ellas, Yuya. La carta Numeron rige la vida no solo en la Tierra, sino en todos los mundos existentes. —

—¿Mundos? —

Astral asintió y levantó una mano. El vacío volvió a cambiar, revelando tres mundos en perfecta armonía.

—Este plano del universo está formado por tres mundos principales: el mundo humano, el mundo Varian y el mundo Astral. Durante milenios, coexistieron en equilibrio, tal como la carta Numeron lo dictó desde el principio. —

Yuya observó los mundos danzando en sincronía, sus movimientos tan precisos que parecían orquestados por un poder superior.

—Pero... —Murmuró, recordando las palabras iniciales de Astral—. Dijiste que me mostrarías un principio. —

Astral amplió su sonrisa, y con un nuevo gesto de su mano, el paisaje cambió de nuevo. Esta vez, el brillo de los mundos se apagó, dejando un escenario mucho más sombrío.

—La humanidad, viciosa y curiosa, comenzó a buscar lo que estaba más allá de su comprensión. Al principio, sus exploraciones los llevaron al mundo Astral y al mundo Varian. Los seres de estos mundos los recibieron con los brazos abiertos, viéndolos como hermanos... hasta que los humanos descubrieron la existencia de la carta Numeron. —

Yuya sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las imágenes que aparecieron frente a él eran desgarradoras: batallas, destrucción, mundos enteros consumidos por la codicia y el odio.

—Las guerras que desataron fueron crueles y despiadadas —Continuó Astral, su voz ahora cargada de una gravedad que Yuya no había escuchado antes—. Milenios tuvieron que pasar antes de que el mundo Astral retomara el control de la carta Numeron y reparara el daño. —

Los mundos volvieron a mostrarse, esta vez girando en una danza hipnótica, su luz mezclándose en una explosión de colores. Yuya se permitió sonreír ante la visión, pero Astral interrumpió su momento de calma con un nuevo movimiento de su mano.

—Sin embargo... la paz no duraría. —

Yuya levantó la vista, alarmado. Ante sus ojos, los mundos comenzaron a alejarse.

Luego, el mundo humano se dividió en cuatro planetas idénticos, sus fragmentos flotando en la inmensidad como islas perdidas.

—¿Qué significa esto...? —Preguntó Yuya, su voz apenas un susurro.

—Significa —Dijo Astral con solemnidad— Que lo que está escrito en la carta Numeron puede cambiarse, pero siempre a un precio. —

Las palabras de Astral quedaron suspendidas en el aire, como una sentencia que Yuya no sabía si quería entender o temer.

Yuya observó los fragmentos del mundo humano flotar en la inmensidad, como si cada uno contuviera un secreto que él apenas comenzaba a comprender. La inquietud brillaba en sus ojos, pero antes de que pudiera formular una pregunta, Astral rompió el silencio con un chasquido de dedos.

El vacío volvió a llenarse, esta vez con escenas de cada uno de los nuevos planetas formados.

—El mundo que antes era uno, rico en historia y vida, se dividió en cuatro debido a la maldad de un hombre. Estas fracciones fueron llamadas: la dimensión Estándar, la dimensión XYZ, la dimensión Synchro y la dimensión Fusión. —

—¿Cuatro dimensiones...? —Repitió Yuya, sintiendo un peso en su pecho.

Astral extendió su mano, y una de las dimensiones comenzó a brillar con intensidad, destacándose de las demás.

—Tú y yo habitamos en la dimensión Estándar —Explicó Astral, su voz tan firme como el resplandor que emanaba del planeta iluminado—. Aquí, muchas personas que perecieron en el mundo original encontraron una segunda oportunidad; reencarnaron tras la gran catástrofe. —

Yuya frunció el ceño, sus pensamientos chocando entre sí.

¿La gran catástrofe?

Astral dejó escapar un ligero encogimiento de hombros, como si el peso de esas palabras aún lo afectara.

—Es el nombre que se le dio al evento que dividió al mundo humano. La gran catástrofe marcó el fin de una era... y el comienzo de otra. —

Las imágenes de los mundos comenzaron a desvanecerse una vez más, tragadas por el vacío infinito. Astral volvió a dirigir su mirada a Yuya, sus ojos brillando con una intensidad que parecía perforar su alma.

—Lo que has visto es solo una parte de la verdad, Yuya. Ahora, regresemos al lugar de donde partimos. —

Con un movimiento fluido, Astral alzó su mano, y el entorno se transformó de nuevo.

Yuya sintió como si el suelo se deslizara bajo sus pies, y cuando parpadeó, se encontró en el mismo lugar donde todo había comenzado, con la carta Numeron flotando frente a él.

Pero esta vez, Yuya la miró con otros ojos. La confusión inicial había dado paso a una mezcla de asombro y miedo.

—Si la carta Numeron lo escribe todo... —Murmuró Yuya, casi sin aliento—. ¿También está escrito lo que haré a partir de ahora? —

Astral no respondió de inmediato. En cambio, su sonrisa se tornó enigmática.

—Eso, Yuya, dependerá de cuánto estés dispuesto a descubrir... y cambiar. —

El silencio volvió a reinar, pero esta vez, no era incómodo. Era el preludio de algo mucho más grande, algo que Yuya aún no podía imaginar, pero que pronto tendría que enfrentar.

Y entonces, cuando Yuya sintió que parte de un algo se había revelado, notó como es que Astral volvía a mover su mano. En un gesto que pudo cegarlo.


El suave murmullo del agua cristalina llenaba el aire, y las estrellas, junto a la vasta vía láctea, brillaban con una majestuosidad que podría haber tranquilizado a cualquiera. Sin embargo, para Yuya, la calma del paisaje era un contraste cruel con el torbellino de emociones y pensamientos que lo consumían.

La explicación de Astral seguía repitiéndose en su mente como un eco imposible de ignorar. Su pecho subía y bajaba rápidamente, reflejo de su creciente desesperación.

—¿Por qué, si no eres un producto de mi imaginación, me muestras esto? —dijo, su voz elevándose con cada palabra—. ¿Qué tengo que ver yo en todo esto? ¡Un humano no puede vivir tanto tiempo! —

La histeria estaba comenzando a apoderarse de él, pero esta vez Astral no permitió que continuara. Con un gesto tan inesperado como delicado, posó uno de sus dedos sobre los labios de Yuya, silenciándolo con una ternura que desarmó al joven por completo.

—Todo tiene que ver contigo, Yuya —Dijo Astral, su tono sereno contrastando con la confusión de su interlocutor—. Eres mucho más importante de lo que crees. ¿Sabes por qué? Porque tú fuiste una de las personas que habitaban el mundo original. —

Yuya quedó paralizado, su mente luchando por asimilar lo que acababa de escuchar.

—¡...! —

—Y como tal, luego de la gran catástrofe, reencarnaste una vez más en lo que ahora conocemos como la dimensión Estándar. —

Yuya abrió la boca para replicar, pero las palabras se atascaron en su garganta. Finalmente, encontró su voz.

—¡Pero...! Astral... —

Astral negó lentamente con la cabeza, dando un paso hacia atrás, como si necesitara marcar cierta distancia para lo que estaba a punto de decir.

—Sé que quieres saber más, pero yo no soy el indicado para darte esas respuestas. —

La sorpresa y el desconcierto se reflejaron en los ojos de Yuya.

—Si como dices no eres el indicado... —Susurró, con un hilo de voz—. ¿Quién lo es? —

La respuesta llegó como un relámpago en la noche, tan inesperada como definitiva.

Hoshiyomi —Respondió Astral con firmeza—. Hoshiyomi es quien puede explicarte mejor lo que está pasando. Y lo que sucede con tus recuerdos. Es él quien tiene la respuesta a todas tus preguntas. —

Antes de que Yuya pudiera procesar esas palabras, sintió cómo la realidad a su alrededor comenzaba a desvanecerse. Era como si el mundo entero estuviera siendo arrancado de sus sentidos.

Y entonces, abrió los ojos.

El sueño había terminado.

Pero, para su asombro, frente a él estaba el joven que había aparecido en su visión, la figura que había comenzado a perseguirlo incluso en sus pensamientos.

¿Quieres ir a ver a Hoshiyomi? —Susurró una voz que resonaba como la de Astral, aunque ahora parecía teñida de un matiz más oscuro, casi demoníaco.

Yuya tembló. Las palabras lo atravesaron como un cuchillo, dejando en el aire un interrogante tan grande como el vacío que acababa de abandonar.


Hoshiyomi permanecía hundido en su propia espiral de culpa, el eco de sus errores resonando como un tambor que no cesaba de golpear. Sus dedos se deslizaron por su largo y sedoso cabello, enredándose como si buscara arrancar no solo los hilos dorados, sino también la carga que los acompañaba.

Sabía perfectamente lo que había hecho.

Sabía que devolverle a Yuya los recuerdos de una vida pasada sería condenarlo a un sufrimiento sin igual.

Y aun así, lo hizo.

"Lo que haya que pagar se pagará", había declarado con una seguridad casi heroica. Pero esa misma seguridad se disolvía ahora en su pecho, que dolía con cada jadeo, con cada pensamiento que lo devolvía a la imagen de Yuya sufriendo.

—Esto es mucho peor que olvidar —Murmuró, su voz apenas un susurro que el silencio devoró.

Se dejó caer lánguidamente sobre el sofá de su oficina, su mirada fija en el candelabro que colgaba del techo. Diamantes reales destellaban a la luz como si intentaran burlarse de él. Su mejor amigo siempre lo comparó con ese candelabro: brillante por fuera, pero oscuro por dentro.

En otro tiempo, esas palabras le habían provocado una risa genuina. Ahora, eran una daga que perforaba su orgullo y exponía su miseria.

—Tal vez tenía razón —Musitó, dejando escapar una amarga sonrisa mientras los destellos del candelabro le recordaban que, por cada paso que daba, solo lograba iluminar su propia oscuridad.

Era irónico. Hoshiyomi, el hombre que lo había perdido todo, ahora tenía el descaro de intentar recuperarlo sin importar a quién lastimara en el proceso. Quería traer de vuelta todo lo que se le había arrebatado. Pero, más que nada, quería a Yuya.

Lo quería de regreso. Quería que volviera a abrazarlo, a susurrarle palabras reconfortantes, a disipar la tormenta con su mera presencia. Quería sus besos, sus caricias y perderse en su aroma. Quería su sonrisa, esa que parecía ser la única llave para abrir las puertas de su alma.

Pero, ¿no era cruel? Esa misma sonrisa que tanto anhelaba era la que ahora había destrozado. Todo por su egoísmo, todo por su obsesión.

—Soy patético, ¿verdad? —Preguntó al aire con una sonrisa torcida, esperando que el silencio confirmara lo que ya sabía.

El frío de la habitación se le colaba hasta los huesos, como si el universo mismo intentara recordarle el alcance de sus pecados. Sin embargo, justo cuando estaba dispuesto a sumergirse aún más en su autocompasión, una voz lo sacudió como un rayo.

—¡Hoshiyomi! —

La puerta se abrió de golpe, revelando a Yuya, con lágrimas corriendo por sus mejillas y una determinación que parecía irrompible.

—¿Yuya? —

Por un momento, Hoshiyomi no pudo reaccionar. Su sorpresa aumentó al ver a su padre en el marco de la puerta, como un testigo silencioso de la tormenta que se desataría. Y entonces lo comprendió.

"Cumpliste tu promesa, ¿verdad?", pensó, sintiendo una mezcla de alivio y terror.

—Yuya, ¿estás...? —

Quiso preguntar algo trivial, algo que le permitiera evitar el juicio que sentía inevitable. Pero Yuya lo interrumpió con una furia que no había esperado.

—¿Es verdad que existen otros mundos? ¿Que yo nací antes de las cuatro dimensiones? —

Las palabras golpearon a Hoshiyomi como un martillo, dejándolo sin aliento. Por un momento, pensó en mentir, en desviar la conversación, pero Yuya no se lo permitió. Lo acorraló con un torrente de palabras y emociones, su enojo tan palpable como el aire que ambos respiraban.

—¡Por favor, Hoshiyomi! —suplicó Yuya, su voz cargada de desesperación—. ¡Déjame saber la verdad! —

—No... No sé de qué hablas —intentó Hoshiyomi, aunque su voz temblaba bajo el peso de la culpa. —

—¡Hoshiyomi! —

El grito de Yuya lo atravesó, y cerró los ojos con fuerza, como si pudiera escapar de la realidad. No quería ceder, no quería arrastrar a Yuya más allá del umbral de la ignorancia. Pero entonces lo recordó: esas palabras crueles y certeras de su padre.

"Puede ser que seas alguien terrorífico, Hoshiyomi, un hombre de palabra y acciones profundas. Pero tienes un grave problema: tu fortaleza depende de la sonrisa de una persona."

Era verdad.

Siempre había sido verdad.

Y esa sonrisa, la única luz en su mundo sombrío, era la misma que ahora intentaba proteger... aunque lo único que lograba era destruirla.

Y entonces, con un suspiro tembloroso, se rindió.

"Lo que suceda después", pensó con amargura, "dependerá completamente de Yuya."

Dando un paso hacia adelante, lo envolvió en un abrazo repentino, su voz resonando suavemente junto al oído de Yuya.

—Tú ganas... —Susurró, cerrando los ojos mientras lo apretaba con fuerza—. Te diré toda la verdad. —