Capítulo 31:
Esperanza [ VII ]
Yuya se detuvo en seco en medio del pasillo, sus pasos, ligeros hasta entonces, se volvieron pesados como si la realidad misma lo retuviera.
Los vítores que resonaban desde el campo de duelo parecían lejanos, amortiguados, como si el eco de la multitud perteneciera a otro mundo.
La voz de su alter ego había sido invocada una vez más, pero su mente estaba atrapada en otra cuestión.
Algo mucho más apremiante.
"¿Por qué está aquí?"
La pregunta revoloteaba en su mente como un espectro inquieto.
Parpadeó varias veces, con incredulidad dibujada en su rostro, intentando convencer a sus propios ojos de que lo que acababa de ver no era más que una ilusión.
"¿Estoy soñando?"
Llevó una mano temblorosa a su mejilla y, sin vacilar, se pellizcó.
La punzada de dolor, aunque tenue, fue suficiente para devolverlo a la tierra.
Un quejido suave escapó de sus labios, sellando su respuesta.
No.
No estaba soñando.
Pero entonces, ¿por qué?
Su corazón pareció tamborilear con un ritmo incierto mientras daba un paso, luego otro, siguiendo la estela de quien creía haber visto.
La figura que se deslizaba en las sombras, tan familiar, tan imposible.
Antes de que pudiera avanzar más, una mano se posó suavemente sobre su hombro.
Yuya dio un respingo, sus pensamientos fragmentados dispersándose como hojas al viento.
Giró la cabeza y se encontró con el rostro del referí, quien lo miraba con evidente preocupación.
—¡Señorita Yumi! —Exclamó el hombre, su voz cargada de urgencia—. ¡La están llamando en el campo de duelo! Tiene que venir de inmediato. —
La interrupción lo dejó desconcertado por un momento.
La expresión de Yuya pasó de sorpresa a incomodidad mientras intentaba recomponer su fachada.
Su alter ego debía ser impecable, incluso en situaciones como esta.
—¿Eh? Ah, sí... lo siento, es que... —Murmuró, intentando recuperar su compostura.
El referí, ajeno a sus verdaderos pensamientos, ladeó la cabeza con una mezcla de preocupación y adoración. —¿Está bien, señorita Yumi? Si lo desea, puedo cancelar su último combate. —
Yuya negó con suavidad, pero no pudo evitar que una sonrisa amarga se formara en sus labios.
La dualidad de su existencia le resultaba abrumadora en ocasiones, pero debía cumplir su papel.
De repente, su mirada adquirió un brillo más travieso, y su tono, renovado entusiasmo.
—¿Y perderme todo ese dinero? ¿Estás loco? —Exclamó con teatralidad, cruzándose de brazos.
El referí, que ya estaba lo suficientemente embelesado con la sonrisa de "Yumi", desvió la mirada, su rostro enrojeciendo.
Y fingió una seguridad que no poseía mientras se rascaba la nuca, tratando de mantener la compostura.
—Bueno... si la señorita está cansada, podría excusarla sin problema. Incluso... incluso podría confiscar el dinero para evitar inconvenientes. —
La oferta fue tentadora por un instante, pero Yuya no podía permitirse ceder.
Aunque el referí lo veía como una rosa llena de espinas, no dejaba de ser una rosa ficticia.
Una mentira bien construida.
—Olvídalo. —Su tono se tornó más severo mientras lo pasaba de largo con aire despreocupado—. ¿Piensas que es buena idea? El dueño de este lugar te matará si se entera. —
—No lo hará. —El hombre intentó sonar confiado, inflando el pecho—. Tengo una buena relación con él. —
Yuya soltó una risa seca, casi burlona, antes de detenerse y mirarlo por encima del hombro.
Su mirada estaba cargada de una mezcla de burla y advertencia.
—Claro, pero cuando tu cuerpo esté flotando en el mar, no esperes que llore en tu funeral. —
El comentario cortó las ilusiones del referí como un cuchillo.
Yuya no esperó respuesta.
Dio media vuelta y se dirigió al campo de duelo, sus pasos resonando con determinación.
—Como sea. Haz de mi entrada la mejor de todas. —Ordenó sin mirar atrás.
El referí, como si estuviera embrujado por una fuerza más allá de su entendimiento, asintió torpemente antes de echar a correr para cumplir con su tarea.
Y cuando el nombre de "Yumi" fue anunciado a viva voz, las gradas estallaron en vítores.
El público, embelesado por la teatralidad del alter ego de Yuya, lo recibía como si fuera una estrella en el firmamento.
Yuya respiró hondo antes de cruzar la entrada.
Su rostro lucía una sonrisa brillante, pero en su interior, solo había una pregunta quemándole el alma.
"Solo quiero asegurarme de que no sea él."
Y así, bajo la luz cegadora del escenario, Yuya se adentró al campo de duelo con la gracia de quien oculta un propósito más allá del espectáculo.
Y mientras el estruendo del duelo resonaba en el fondo, un hombre encapuchado se deslizaba entre las sombras del lugar clandestino.
Su andar era ligero, casi etéreo, como si la gravedad misma apenas se atreviera a retenerlo.
La capucha negra cubría su rostro, un disfraz perfecto para un visitante no invitado. Sin embargo, sus movimientos eran precisos, casi calculados, como si este no fuera el primer sitio de este tipo que invadía.
Las cámaras instaladas en las esquinas no reaccionaron. Los guardias no miraron hacia su dirección.
Una leve vibración en el aire era lo único que delataba que Hoshiyomi había empleado un encantamiento mínimo para volverse insignificante a los ojos de los demás.
No invisible, solo ignorado, un susurro en medio de un tumulto de voces.
La oficina central, era su objetivo, un recinto apartado y protegido con puertas de acero reforzado.
Pero para alguien como Hoshiyomi, un astraliano por defecto de nacimiento, las barreras humanas no eran más que un inconveniente menor.
Sacó un anillo de plata de su bolsillo y lo deslizó en su dedo.
Un destello dorado iluminó brevemente la cerradura antes de que el clic sutil indicara que esta había cedido.
El interior era opulento y perturbador a partes iguales.
Los cuadros que adornaban las paredes no eran simples decoraciones, sino grotescas representaciones de mitos antiguos.
Uno de ellos, en particular, captó su atención: el Dios Urano devorando a uno de sus hijos, un retrato de traición y poder que parecía resonar en lo más profundo de su ser.
Sin embargo, Hoshiyomi no se dejó distraer.
Sus pasos lo llevaron hacia una caja de madera lacada, oculta tras el cuadro.
Con movimientos ágiles y certeros, retiró la pintura, deslizándola con cuidado hasta revelar su verdadero objetivo.
Se arrodilló frente a la caja, la abrió sin dificultad, y por fin, la tenue luz de una lámpara cercana iluminó los documentos que contenía.
Su cabello, blanco como la nieve sin mancillar, resbaló como seda al aire, enmarcando un rostro donde brillaban unos ojos heterocromos: uno rojo como el rubí, el otro dorado como el amanecer.
—Solo buscaré y me iré... —Murmuró, como si con esas palabras pudiera contener el aura que lo rodeaba, una mezcla de calma y peligro latente.
Sus manos expertas recorrieron los papeles con velocidad, descartando nombres y datos que no le interesaban.
—Derek White, Daily Friz, Yumi Matsumoto... —
Recitó apenas en un susurro, mientras leía los expedientes de los duelistas ilegales registrados en aquel lugar.
Cada nombre era un peso muerto para él, información irrelevante que arrojaba a un lado antes de continuar.
Pagarés, contratos, pasaportes falsos, y contactos de personas influyentes pasaban entre sus dedos como si fueran meros recuerdos efímeros.
Hasta que, entre las hojas, un nombre familiar llamó su atención.
Una ligera pausa.
Sus labios se curvaron en una mueca que no era del todo una sonrisa.
—Incluso en estos lugares apareces... —Murmuró con desdén, dejando caer el documento sobre el resto de los papeles sin pensarlo dos veces.
Aquello no era lo que buscaba.
Para Hoshiyomi, encontrar a uno de sus tíos en estos registros no era una revelación.
Era algo esperado, casi insignificante.
Finalmente, dejó escapar un suspiro.
Nada.
No había encontrado el nombre que lo había llevado hasta ese lugar.
Cerró la caja con la misma precisión con la que la había abierto y la devolvió a su escondite tras el cuadro.
Una vez más, el rostro cruel de Urano dominó la escena, como un guardián eterno de los secretos que allí se almacenaban.
Colocándose la capucha nuevamente, Hoshiyomi ajustó el dobladillo de su chaqueta negra.
Su presencia debía ser impecable, como si nunca hubiera estado allí.
Se dirigió hacia la puerta, deteniéndose un instante para afinar el oído.
Los pasillos parecían vacíos, el lugar sumido en un extraño silencio que solo era interrumpido por los lejanos vítores del duelo.
Giró el pomo con suavidad, dejando la oficina con la misma elegancia con la que había entrado.
Cada paso que daba estaba medido, carente de ansiedad o prisa.
Sabía que cualquier signo de nerviosismo sería su ruina.
La clave era moverse como si él fuera el dueño de aquel sitio. Y durante un buen tramo, su plan parecía funcionar.
Pero entonces, una voz resonó detrás de él, deteniéndolo en seco.
—¿Quién eres tú? ¿Ya has pagado tu comisión? —
La voz resonó con una gravedad que parecía llenar el aire.
Frente a Hoshiyomi, un hombre que parecía esculpido en piedra lo escrutaba con ojos calculadores, como si bastara una sola palabra para descubrir cualquier mentira.
Hoshiyomi tragó saliva, pero su exterior permaneció impasible.
Había aprendido a soportar el peso de miradas como esa; después de todo, era la única forma de sobrevivir.
Giró lentamente sobre sus talones, cuidando cada movimiento, evitando cualquier gesto que pudiera parecer hostil o sospechoso.
Su mirada se mantuvo baja, bajo el refugio que ofrecía su capucha, mientras su voz surgía con un tono mesurado, mezclando incertidumbre y una calma deliberada.
—Lo lamento. Es mi primera vez aquí, y no supe dónde debía depositar mi comisión. —
El guardia lo miró durante unos instantes que parecieron más largos de lo que eran.
Su ceño se frunció levemente, pero no dijo nada al principio.
Después de un momento, bufó, como si el encapuchado fuera solo otro extraño más en un lugar donde lo extraño era norma.
—¿Un nuevo? —Preguntó, su tono lleno de una curiosidad vaga pero cargada de desconfianza.
Sus ojos lo examinaron de nuevo, pero al no encontrar nada alarmante, sacó una tableta de su cinturón.
La encendió con un movimiento rápido, y la pantalla mostró un listado de cuentas electrónicas con un brillo metálico y frío.
—Es aquí —Dijo con impaciencia—. Esta es para usuarios recurrentes, y esta otra para duelistas. ¿Qué eres tú? —
Hoshiyomi tomó una ligera respiración, apenas perceptible.
—Usuario recurrente. —
—¿No eres duelista? —
—No. —
La pregunta lo hizo tensarse por dentro, pero no dejó que eso se reflejara en su exterior.
Mantuvo la calma, aunque la respuesta había salido más firme de lo que pretendía.
—Qué raro. Tienes pinta de serlo —Murmuró el guardia, inclinándose hacia él, evaluándolo con una mirada que casi parecía hurgar en su alma.
Hoshiyomi inclinó apenas la cabeza, sin negar ni afirmar el comentario.
No había necesidad de alimentar la conversación.
Con un movimiento mecánico, alzó su muñeca, donde una delgada pulsera negra capturó la luz tenue.
La acercó a la tableta, y esta emitió un suave pitido al confirmar la transacción.
—Listo —Dijo, su tono neutro, cuidando no mostrar ni más ni menos emoción de lo necesario.
El guardia revisó la pantalla y asintió. Guardó la tableta en su cinturón y señaló hacia un pasillo más adelante.
—Deberías ir al campo de duelo. Está por terminar. La Rosa Negra está jugando ahora mismo, y le está dando una paliza al idiota que la retó. —
Por un momento, Hoshiyomi sintió cómo su mente buscaba una salida.
Un duelo significaba ruido, miradas, distracciones, todo lo que no necesitaba.
Pero sabía que cualquier vacilación excesiva podría levantar sospechas, y eso complicaría aún más las cosas.
—¿Eh? Sí. Gracias. —
Asintió con la cabeza y comenzó a caminar hacia donde el guardia había indicado.
Sus pasos eran controlados, sus hombros relajados, pero cada fibra de su ser estaba alerta.
Bajo la capucha, sus labios se apretaron ligeramente.
Había pasado la primera prueba, pero no podía permitirse bajar la guardia.
Mientras avanzaba, el eco de un duelo resonaba a lo lejos, mezclándose con el murmullo tenue del lugar.
Hoshiyomi se obligó a enfocarse, a mantener cada pensamiento alineado con su propósito.
Preocupado, sí, pero no paralizado.
Sus nervios de acero lo mantenían en pie, un recordatorio constante de que lo importante no era aparentar ser perfecto, sino pasar desapercibido lo suficiente como para no ser cuestionado.
No tenía tiempo para distracciones, ni para errores.
Este era solo el primer paso.
El siguiente requeriría algo más que nervios; requeriría precisión y, sobre todo, la capacidad de aparentar que nada estaba fuera de lugar, aunque por dentro, cada latido de su corazón le recordara lo que estaba en juego.
Los gritos resonaban cada vez más cerca, un estruendo ensordecedor que, a pesar de incomodarle por sus sentidos agudizados, apenas le hizo fruncir el ceño.
Con la misma calma ensayada que lo había acompañado desde que pisó aquel lugar, Hoshiyomi avanzó hacia las gradas más próximas y se dejó caer en un asiento vacío, como si no le importara en absoluto el caos a su alrededor.
El campo de duelo parecía más brillante de lo necesario, una luz extraña que le recordaba a un relámpago atrapado en una botella.
Las descargas eléctricas que uno de los duelistas sufría parecían bañar todo en un resplandor peculiar, casi hipnótico.
Un grito desgarrador se alzó por encima del rugido del público, y Hoshiyomi, incapaz de evitarlo, hizo un leve gesto de cubrirse los oídos.
Sin embargo...
Cuando alzó la vista hacia la figura que dominaba el duelo, se encontró con una visión que le dejó momentáneamente embelesado.
Allí estaba ella: la Rosa Negra.
Vestida con un traje ajustado que parecía confeccionado para destacar tanto su elegancia como su poder, su cabello rojo como el fuego, y verde como la más vibrante naturaleza, se movía con cada uno de sus pasos.
Sus movimientos eran hipnóticos, una mezcla de precisión y gracia que casi le parecieron una danza.
La intensidad de su mirada y la determinación en su postura emanaban un aura que combinaba peligro y belleza en igual medida.
Pero lo que realmente atrapó a Hoshiyomi fue algo más sutil.
Había un gesto, un movimiento en la forma en que la Rosa Negra alzaba su brazo para invocar a su monstruo, que encendió un recuerdo en su mente.
Algo sobre la manera en que inclinaba ligeramente la cabeza antes de atacar, el delicado pero firme giro de su muñeca.
Era tan familiar que el pensamiento cruzó su mente antes de que pudiera detenerlo:
"¿Podría ser...?"
El anhelo en su pecho se mezcló con una chispa de esperanza inesperada.
¿Era posible que él estuviera aquí, escondido tras ese disfraz?
La idea era absurda, pero no podía evitar aferrarse a ella por un instante más, permitiéndose imaginar que esa Rosa Negra podía ser la persona que tanto buscaba.
Y entonces, la realidad lo golpeó con la sutileza de un martillo.
Un grito estridente lo sacó de su ensueño, seguido de una voz conocida que le devolvió de lleno al mundo que lo rodeaba:
—¡Vamos, Yumi! ¡Quema a ese tipo! ¡Eso le enseñará a no burlarse de ti! —
"¿Uh?"
Hoshiyomi alzó una ceja, su expresión una mezcla de sorpresa y disgusto.
Giró la cabeza hacia la fuente del grito, y allí lo vio: un hombre de cabello en punta, color naranja brillante, con ojos de un verde esmeralda tan intenso que parecían brillar bajo las luces del campo.
Había algo desquiciado en la forma en que su sonrisa se curvaba, una chispa peligrosa que le recordaba de inmediato a cierta figura paternal que ambos preferían no mencionar.
—¿Tokiyomi? —Murmuró, más para sí mismo que para ser escuchado.
Pero lo fue.
El aludido dejó de animar a la Rosa Negra para mirar hacia él con igual incredulidad.
Y en un gesto digno de una comedia absurda, bajó los brazos y señaló a Hoshiyomi como si acabara de encontrar a un fantasma.
—¿Hoshiyomi? —
El reconocimiento fue mutuo, y en un abrir y cerrar de ojos, ambos estaban de pie, arrastrándose mutuamente hacia el pasillo más cercano, como si el mismísimo demonio los estuviera persiguiendo.
—¡¿Qué haces aquí?! —Espetaron al unísono, sus voces resonando en perfecta sincronía.
Hoshiyomi, algo más nervioso, pasó una mano por su cabello en un gesto de cansancio antes de lanzarse con la primera pregunta:
—Tokiyomi, ¿qué haces aquí? —
El otro, todavía con los brazos cruzados y esa sonrisa que bordeaba la locura, respondió con un ceño fruncido:
—Yo podría hacer la misma pregunta. ¿Qué hace un niño de papi en un lugar como este? Déjame adivinar, ¿tu papá te envió? —
—¿Qué estupidez dices? —Hoshiyomi chasqueó la lengua, lanzándole una mirada molesta—. Claro que no. Estoy aquí por un encargo personal. —
—¿Así le llamas a tus últimas voluntades antes de caer en las garras del destino? —
Hoshiyomi entendió el comentario con un trasfondo más oscuro de lo necesario y respondió con un golpe ligero en la cabeza de Tokiyomi.
—No es asunto tuyo. Pero volviendo al tema, ¿qué haces tú aquí? Que yo sepa, mi tía te tiene prohibido visitar lugares como este. Especialmente los que no están bajo su control. —
Tokiyomi se tensó, desviando la mirada con evidente incomodidad.
—¿De qué hablas? Este sitio es parte de nuestros dominios. —
—¿En serio? —Hoshiyomi arqueó una ceja, su tono impregnado de sarcasmo.
—Por supuesto. —
—Entonces, ¿por qué tuve que pagar la comisión del bajo mundo para entrar? —
El silencio que siguió fue casi cómico.
Tokiyomi abrió la boca para responder, pero nada salió.
Sabía muy bien que los lugares bajo el control de su madre rechazaban automáticamente cualquier pago que él, como su hijo o Hoshiyomi como su sobrino, desearan hacer, y que este no lo hubiera hecho significaba que Hoshiyomi tenía razón.
—No se lo digas —Rogó Tokiyomi finalmente, con una expresión que rayaba entre la súplica y el pánico.
Hoshiyomi suspiró, viendo la oportunidad perfecta para sacar ventaja.
—Si tú no dices que estuve aquí, yo tampoco diré nada. —
—Hecho. —
El trato quedó cerrado con una rapidez casi insultante, y ambos se alejaron en direcciones opuestas, como si el encuentro jamás hubiera ocurrido.
Sin embargo, antes de que Hoshiyomi pudiera siquiera analizar lo que acababa de pasar, una alarma resonó en todo el recinto, seguida de un anuncio mecánico y ominoso:
"Intruso. Intruso. Intruso."
Hoshiyomi se detuvo, mirando hacia el techo mientras su mente procesaba la situación. Finalmente, suspiró, murmurando para sí mismo con una mezcla de irritación y resignación:
—No puede ser... —
Luego, como si todo sucediera en cámara lenta, los presentes en el sitio comenzaron a dispersarse como animales despavoridos, un frenesí que quebró el momento con una fuerza inesperada.
El duelo se detuvo de golpe y, aunque el árbitro había entregado la maleta llena de dinero a la ganadora, no hubo gritos de júbilo.
La alarma que sonaba era suficiente para que los más veteranos supieran de inmediato lo que estaba pasando.
—¡La policía llega! —
Gritaron desde algún lado, y mientras el caos se desataba, Hoshiyomi, astuto como siempre, se apartó con rapidez para evitar ser aplastado por la marea humana.
Su mirada, sin embargo, fue atraída hacia la Rosa Negra, quien, rodeada por fanáticos ansiosos y tontos, parecía estar a punto de ser atrapada por la ola de admiración y desesperación.
Pero...
En un movimiento que pareció ser natural, Hoshiyomi se adelantó, y sin pensarlo dos veces, sus palabras salieron con la seguridad de un hombre que ha vivido en los rincones más oscuros del bajo mundo:
—¿Realmente van a capturar a una dama? Incluso en el bajo mundo, sabemos que las mujeres fuertes no se tocan. —
Acercándose a ella, hizo un gesto para intentar apartar a los hombres que intentaban protegerla, pero lo que ocurrió a continuación lo dejó sin palabras.
La Rosa Negra, en un parpadeo, dejó atrás la imagen de la mujer que todos pensaban que era.
Al intentar huir con la maleta llena de dinero, los fanáticos que creyeron estar protegiéndola, se lanzaron en una absurda defensa ante lo que creían sería un inminente ataque policial.
Pero lo que ocurrió fue aún más desconcertante.
En un abrir y cerrar de ojos, la "dama" se deshizo de ellos con una fuerza abrumadora, desarmando a todos con la velocidad de un espectro y dejando a los hombres caídos en el suelo, inconscientes y murmurando incoherencias llenas de elogios.
—A veces, son más un lastre que una fuente de ingresos —Musitó, como si el caos que acababa de desatar fuera una rutina más de su día.
Y mientras limpiaba sus manos con la delicadeza de quien se ha acostumbrado a la violencia, se preparaba para desaparecer de la escena.
Sin embargo, justo en ese instante, se encontró con el encapuchado que había llamado su atención desde el principio.
Por un breve momento, el aire entre ellos se volvió denso, una corriente invisible que los conectó sin palabras, aunque ninguno de los dos pudiera explicarlo.
La mirada de Hoshiyomi se cruzó con la de la Rosa Negra, y, por un instante fugaz, algo en su interior le hizo sentir que conocía a esa persona, que había algo en ella que no podía ignorar.
Pero, como siempre, Hoshiyomi desechó ese pensamiento con rapidez.
Lo importante era lo que había en frente de él, no lo que su corazón o mente podrían querer pensar.
Y entonces, sin vacilar, Hoshiyomi tomó la mano de aquella figura vestida de negro, con la firmeza de quien no teme al peligro, y la arrastró tras él entre la marea de gritos y caos.
—¡Vamos! —Dijo con voz baja pero urgente, señalando con un rápido gesto la posible salida.
La Rosa Negra vaciló por un instante, desconcertada por la intrepidez de aquel desconocido, pero asintió y lo siguió, con pasos ligeros y llenos de desconfianza.
—¿Sabes lo que haces? —Preguntó, sus ojos afilados como navajas observando cada movimiento.
Hoshiyomi no respondió.
Y en un movimiento súbito, la giró hacia él, su mano aún aferrada a la suya, y la condujo hacia un rincón oscuro y estrecho, oculto entre las gradas.
El cambio de ritmo fue tan brusco que apenas pudo reaccionar antes de sentirse aprisionado entre el frío de las paredes y el calor de aquel hombre de capucha.
—¡Oye! ¿Qué estás...? —Intentó protestar Yuya, pero el extraño, rápido como una sombra, colocó una mano sobre su boca.
—Silencio —Murmuró, su voz apenas un susurro que rozó la piel de Yuya.
Su otra mano se aferró con firmeza a su cintura, acercándolo más a él, eliminando cualquier espacio entre sus cuerpos.
El corazón de Yuya se desbocó.
No sabía si era por la cercanía, la indignación o el peligro latente, pero su respiración se tornó errática.
El aroma del hombre lo envolvió: una mezcla de cuero, madera y un toque metálico, tan extraña como familiar.
Desde donde estaban, Yuya apenas podía ver las luces de las linternas que danzaban entre las sombras. Voces autoritarias rompían el aire, acercándose con cada segundo que pasaba.
"¡La policía llegó!" Pensó, el pánico subiendo como una ola imparable.
Su mente corría con velocidad, calculando las consecuencias.
Si lo descubrían allí, todo su mundo se desmoronaría. Su verdadera identidad, su vida cuidadosamente construida, se harían añicos.
No podía permitirse ese lujo.
No ahora.
Intentó moverse, escapar del agarre de aquel extraño, pero las manos de Hoshiyomi lo sujetaron con más fuerza.
—No te muevas —Advirtió en un tono bajo, su voz casi un gruñido, resonando en el oído de Yuya con una gravedad que le heló la sangre.
La cercanía era asfixiante.
Yuya podía sentir cada respiración del hombre contra su cuello, el calor de su cuerpo irradiando en contraste con el frío opresivo del rincón donde estaban ocultos.
Intentó apartar la mirada, enfocar su atención en el peligro que los acechaba, pero su mente no dejaba de registrar cada detalle del hombre que lo mantenía cautivo.
El rostro bajo la capucha estaba velado por sombras. Solo podía distinguir la curva de su mandíbula, el destello tenue de unos labios firmemente cerrados y un mechón rebelde que escapaba del tejido oscuro.
Pero había algo más, algo en la forma en que sus manos lo sujetaban, en la manera en que su cuerpo lo protegía instintivamente del mundo exterior, que lo desconcertaba.
"¿Quién es este hombre?" Pensó Yuya, pero no pudo detenerse a cuestionarlo.
Las luces pasaron cerca, y los pasos de los oficiales resonaron peligrosamente cerca del lugar donde se escondían.
El tiempo pareció alargarse.
Cada segundo era una eternidad, y el pulso de Yuya martilleaba con fuerza en sus oídos. Intentó apartar la mirada, ignorar la incomodidad de estar atrapado, pero entonces algo cambió.
En un giro casi imperceptible, el extraño levantó la cabeza ligeramente, buscando un mejor ángulo para vigilar a los oficiales.
Fue apenas un movimiento, pero bastó para que la luz que se filtraba entre las gradas iluminara parcialmente su rostro.
Yuya sintió como si el aire abandonara sus pulmones de golpe.
Sus ojos se fijaron en aquel fragmento de rostro descubierto: el contorno de unos pómulos altos, una palidez sana que surcaba la piel de forma armoniosa, la forma familiar de aquella boca...
Su corazón se detuvo por un momento antes de comenzar a latir desbocado.
No podía ser.
No aquí.
No ahora.
"¿Hoshiyomi?"
El nombre cruzó su mente como un rayo, trayendo consigo una oleada de emociones confusas: incredulidad, temor, y algo que no podía nombrar pero que lo hacía estremecer.
¿Qué hacía él allí?
¿Cómo podía ser que el hombre que había idealizado como alguien inalcanzable por la suciedad estuviera ahora tan cerca, cubierto de sombras y envuelto en misterio?
No tuvo tiempo de procesar más.
La cercanía de los oficiales lo obligó a contener el aliento, su mirada desviándose hacia las luces que danzaban a lo lejos.
Yuya no podía creer lo que estaba ocurriendo.
Su corazón seguía golpeando con violencia en su pecho, y su mente, aunque dispersa, intentaba procesar todo.
Pero antes de que pudiera siquiera ordenar sus pensamientos, una voz grave resonó sobre ellos, silenciando cualquier atisbo de lógica en su interior.
—¡Busquen hasta debajo de las piedras! Esos malditos son capaces de esconderse hasta en una grieta. —
El mando del oficial fue seguido de un murmullo de afirmación por parte de los demás hombres.
El espacio donde se escondían no era generoso.
Yuya apenas cabía, pero Hoshiyomi lo había arrastrado con firmeza, encajándolos en aquel refugio estrecho entre las sombras.
El calor de sus cuerpos se mezclaba con la presión del peligro, y cada movimiento, por más pequeño que fuera, provocaba un roce. Algo que en un principio le había provocado repulsión, al saber la identidad del hombre a sus espaldas le hizo reconsiderarlo.
Yuya intentó apartarse apenas un poco, pero la pared fría delante de él lo mantenía atrapado.
Su espalda chocaba contra el pecho de Hoshiyomi, fuerte y firme, y cada vez que este respiraba, el aliento cálido de sus exhalaciones rozaba el cuello de Yuya, erizándole la piel.
Las manos de Hoshiyomi estaban apoyadas a los costados de Yuya, como un escudo protector, pero en su intento de acomodarse, sus caderas se rozaron, arrancándole a Yuya un pequeño jadeo que no pudo evitar.
Fue vergonzoso, impulsivo, no obstante ni Yuya ni Hoshiyomi tuvieron tiempo para considerarlo.
El sonido de las botas pesadas sobre el suelo hizo que Yuya contuviera el aliento.
Las linternas comenzaron a barrer cada rincón, rasgando la penumbra como espadas de luz, desnudando cada sombra, cada fragmento de oscuridad que los ocultaba.
A su alrededor, el campo de duelo brillaba tenuemente, proyectando destellos fantasmales en tonos lúgubres, como si el escenario mismo disfrutara del peligro que se cernía sobre ellos.
—¿Por qué tenían que hacer un retén sorpresa justo en mi día libre? —Gruñó el oficial con un chasquido molesto, pero no dejó de inspeccionar.
Sus pasos resonaban como un tambor en el vacío de aquel lugar, un eco que parecía rebotar directamente contra los nervios de Yuya. Quién sentía el peso de cada acercamiento, como si el suelo temblara bajo sus pies.
"¡Está cada vez más cerca!" Pensó con creciente ansiedad.
El instinto lo hizo moverse, apenas un leve intento de ajustarse, de liberar algo de la tensión acumulada en su cuerpo.
Pero en ese momento, Hoshiyomi, consciente del peligro que se cernía sobre ellos, apretó su agarre.
Su mano firme le transmitió un mensaje claro, y luego, inclinó la cabeza hacia él, sus labios apenas a centímetros de su oído.
—Tranquila. —
Aquella palabra, simple pero cargada de certeza, atravesó la tormenta de pensamientos de Yuya como un faro en medio de la oscuridad.
Y contra toda lógica, logró calmarse. Su respiración, aunque aún agitada, se estabilizó lo suficiente como para no delatarse. Y con los ojos cerrados, se aferró a esa sensación.
Aunque Yuya sintió un calor subiendo por su cuello, extendiéndose hasta sus mejillas.
¿Por qué aquella palabra, dicha en ese tono, lo hacía sentir tan extraño?
Intentó enfocarse en otra cosa, pero el espacio reducido y la cercanía lo hacían casi imposible.
Apenas podía moverse sin que alguna parte de su cuerpo tocara a Hoshiyomi.
"¡Mierda!" Maldijo internamente para luego forzarse a pensar algo más, algo que si podría darle un poco de consuelo.
Y entonces...
Rezó silenciosamente a todos los dioses que conocía —y a algunos que inventó en ese momento—, esperando que el oficial pasara de largo.
La luz de la linterna se acercó, acariciando peligrosamente el borde de la sombra donde estaban ocultos.
"Está cada vez más cerca..." Pensó Yuya, apretando los labios para no emitir sonido alguno. Pero entonces, sintió el leve roce de los dedos de Hoshiyomi contra su cintura.
Al principio creyó que era un accidente, pero cuando el movimiento se repitió, un escalofrío le recorrió el cuerpo.
¿Lo estaba haciendo a propósito?
No, claro que no, pensó, sacudiendo la cabeza para ahuyentar esas ideas.
Seguramente se estaba ajustando para no perder el equilibrio en aquel escondite estrecho.
Sin embargo, el calor de aquella mano, apenas perceptible, lo mantenía inquieto.
Su mente, ya de por sí alterada por la situación, comenzó a divagar, y cuanto más trataba de no pensar en ello, más consciente se volvía de cada punto de contacto entre ambos.
Sus piernas estaban entrelazadas, sus hombros encajados perfectamente, y sus respiraciones, aunque opuestas, seguían un ritmo sincronizado.
—¿Qué demonios...? —Gruñó el oficial, deteniéndose justo al lado de ellos.
Yuya sintió que su corazón se detenía.
La sangre pareció helarse en sus venas mientras contenía el aliento, temiendo que cualquier movimiento, incluso el más pequeño, lo delatara.
Pero en lugar de enfrentarlos, el hombre se giró bruscamente y comenzó a alejarse.
—Aquí no hay nada. —Su voz resonó con indiferencia. Luego, elevó el tono para dirigirse a sus hombres. —¡Revisen las instalaciones internas! —
El eco de su orden fue seguido por un murmullo de afirmación, y uno a uno, los oficiales comenzaron a abandonar el campo junto a los hombres inconscientes que encontraron regados en el suelo.
Yuya apenas podía creerlo.
Mantuvo los ojos cerrados hasta que la última voz desapareció en la distancia y solo quedó el pesado silencio. Fue entonces cuando permitió que el aire atrapado en sus pulmones escapara en un suspiro tembloroso.
Cuando intentó moverse, la incomodidad de la posición lo hizo empujar involuntariamente contra Hoshiyomi, que dejó escapar un pequeño gruñido, bajo pero audible.
—Lo siento —Susurró Yuya rápidamente, su rostro completamente rojo.
Ambos permanecieron inmóviles por un momento más, como si el peligro aún los rondara.
Finalmente, Hoshiyomi aflojó su agarre, pero no se apartó del todo. El calor de su cuerpo aún se sentía sobre el de Yuya, un recordatorio constante de la intensidad del momento.
—Estás temblando. —Su voz, ahora más baja, menos tensa, pareció deslizarse entre las sombras que los rodeaban.
Yuya se apartó lo suficiente como para mirarlo, y en ese instante, ambos se percataron de algo que no habían tenido tiempo de considerar ampliamente: la proximidad en la que se encontraban, los rastros de cada respiración compartida, los latidos aún desbocados que parecían sincronizarse.
La tensión no había desaparecido, simplemente había cambiado de forma, transformándose en una corriente silenciosa que los mantenía anclados al momento.
—Deberíamos... Irnos —Murmuró Yuya, rompiendo el hechizo.
Hoshiyomi asintió, pero antes de moverse, su mirada se cruzó con la de Yuya, y por un segundo, todo quedó suspendido.
Había algo en aquellos ojos, algo que ninguno de los dos pudo ignorar, pero el peligro aún acechaba, y el momento pasó tan rápido como llegó.
El aire denso del escondite parecía haberse quedado impregnado en sus cuerpos mientras Hoshiyomi lo ayudaba a salir de aquella estrechez.
Sus movimientos eran rápidos pero calculados, la tensión aún colgando en el ambiente.
Yuya sintió un extraño vacío al separarse de su protector improvisado, pero no tuvo tiempo de reflexionar sobre ello.
—Tenemos que movernos —Determinó Hoshiyomi con firmeza, su voz un murmullo urgente que cortó el silencio de la madrugada.
Yuya asintió sin decir palabra, permitiendo que el hombre lo guiara hacia la salida del campo de duelo subterráneo.
El lugar, con sus luces macabras y las sombras de los rincones que parecían cobrar vida, se había transformado en una trampa mortal.
El hedor del sudor y la sangre aún impregnaba el aire, y los murmullos de los espectadores que habían huido dejaban un eco inquietante.
Pero Hoshiyomi no se detuvo.
Y pronto dieron con su única forma de salir: una puerta de metal oxidada y llena de garabatos que apenas podían distinguir entre la penumbra.
Hoshiyomi fue el primero en llegar, empujándola con fuerza.
El golpe metálico resonó como un grito en la quietud, haciendo que Yuya diera un respingo.
No obstante, antes de que el sonido pudiera traicionar su posición, Hoshiyomi levantó una mano con rapidez.
Un leve destello, apenas visible, apagó la vibración del metal con la precisión de un hechizo.
Yuya miró con asombro, pero la urgencia del momento no le permitió detenerse a preguntar. Algo en la postura de Hoshiyomi, en la determinación de su mirada, lo hizo confiar, incluso cuando no entendía lo que ocurría.
—Vamos —Murmuró Hoshiyomi, y antes de que Yuya pudiera reaccionar, tomó su mano.
El contacto fue inesperado.
Los dedos de Hoshiyomi eran cálidos, firmes, y transmitían una seguridad que Yuya no sabía que necesitaba. Sin embargo, el toque también llevaba una chispa de algo más, algo que hizo que el corazón de Yuya se acelerara nuevamente, esta vez por una razón distinta.
Yuya entonces, siguió sus pasos apresurados, sintiendo cómo el aire frío de la madrugada reemplazaba el calor opresivo del subsuelo.
Salieron a la ciudad, y de inmediato el panorama de Heartland se desplegó ante ellos como un lienzo nocturno.
Las luces de neón bailaban en la distancia, mientras los reflejos de los rascacielos jugaban con las sombras de los callejones.
El contraste entre el caos que dejaban atrás y la calma aparente de las calles era abrumador. Pero no se detuvieron.
Hoshiyomi, aún con la mano de Yuya en la suya, lo guió por callejones y pasadizos, cada vez más lejos del peligro.
En algún momento, Yuya comenzó a notar pequeños detalles: la forma en que Hoshiyomi nunca soltaba su mano, incluso cuando el camino se volvía incierto; cómo miraba hacia atrás cada cierto tiempo para asegurarse de que lo seguía; y cómo su propia respiración, agitada pero viva, se sincronizaba con la de él.
Fue algo... Curioso, pero eso solo logro que Yuya se sintiera más y más seguro. Cómo si de pronto hubiera conseguido un aliado en medio de aquella infinita oscuridad que representaba su vida.
Y mientras Yuya se perdía por un momento en sus comparaciones, de reojo, Hoshiyomi no pudo evitar contemplar tambien a su inesperada compañera, la Rosa Negra.
Había algo en ella que lo inquietaba, más allá de su reputación como una mujer fuerte y valiente.
Cada movimiento suyo, cada expresión fugaz en su rostro, despertaba un eco en su mente: Yuya.
"No puede ser", Pensó, apretando ligeramente los labios.
Yuya era frágil, tímido, alguien que nunca se adentraría en un mundo como este.
Pero, al mismo tiempo, había algo en esta mujer que lo hacía recordar al hombre que buscaba incansablemente.
—¿Pasa algo? —Preguntó Yuya al notar su mirada.
Hoshiyomi negó con la cabeza, desviando la vista hacia el camino.
Pero las dudas persistían, un susurro constante que no podía ignorar.
Finalmente, se detuvieron a descansar con respiraciones agitadas bajo un arco cubierto de enredaderas, donde las luces de la ciudad parecían suavizar su intensidad.
Allí, Yuya levantó la vista hacia el cielo.
El amanecer comenzaba a teñir el horizonte con tonos dorados y rosados, mezclándose con las luces de Heartland en un espectáculo etéreo.
Por un instante, el peso de su huida se desvaneció.
Yuya observó la luz romper la oscuridad y no pudo evitar reflexionar.
Pensó en su vida, en cómo siempre había luchado, incluso en los momentos más desesperados.
—La luz siempre brilla al final... —Susurró, más para sí mismo que para Hoshiyomi.
El hombre lo observó en silencio, notando la melancolía en su voz.
A pesar de las dudas que lo asaltaban, no pudo evitar sentirse fascinado por aquella mujer que parecía tan fuerte y, al mismo tiempo, tan vulnerable.
—Es mejor seguir avanzando. —Hoshiyomi rompió el momento, tomando nuevamente su mano.
Yuya asintió, y juntos retomaron el camino, perdiéndose entre las calles de una Heartland que, con su magia y su esplendor, parecía cómplice de su huida.
Y aunque ninguno lo dijo, ambos sintieron que algo había cambiado en esa madrugada, una chispa de complicidad nacida entre el peligro y el amanecer.
