Capítulo 23:
Determinación, Apoyo y una Rosa
El conocimiento es poder.
Esa frase, pronunciada alguna vez con sencillez por alguien cercano, resonaba ahora en el corazón de Yuya como un eco implacable. Antes, aquellas palabras no eran más que un susurro entre tantas enseñanzas, pero en este momento, con la realidad pesándole como una losa, comprendía la profundidad de su significado.
Cada dimensión devastada, cada sonrisa perdida, dibujaban cicatrices invisibles en su mente. El sufrimiento de aquellos a quienes no podía alcanzar le hacía sentir como una sombra impotente, un espectador atrapado entre su deseo de actuar y la crudeza de sus limitaciones.
¿Cómo podía él, un duelista de entretenimiento, llevar esperanza a un mundo hecho pedazos? La idea de cruzar dimensiones con la promesa de devolver risas parecía noble, pero ¿era realista? ¿Podía siquiera pensar en ello cuando apenas podía sostenerse frente a la avalancha de responsabilidades que el destino había dejado caer sobre sus hombros?
Yuto había pintado con palabras el panorama desolador de Heartland. Una ciudad que, antes vibrante, se había reducido a un lugar donde robar era un acto de supervivencia, y la desesperación empujaba a algunos a cometer atrocidades para proteger lo poco que les quedaba. Yuya había escuchado en silencio, su pecho ardiendo con emociones que no sabía cómo procesar. ¿Era compasión? ¿Rabia? ¿Vergüenza? Quizás todas y ninguna a la vez.
Yuto lo había mirado con intensidad, confiándole su dolor y su sed de venganza como si fueran la única moneda de cambio entre ellos. Pero Yuya no podía compartir ese sentimiento.
Venganza.
Aquella palabra lo repelía, como un veneno que manchaba todo lo que tocaba. Sin embargo, el peso de las palabras de Yuto, de su sufrimiento, no podía ser ignorado.
"Si fui elegido, si ellos creen en mí... entonces no puedo darles la espalda. No aún."
Yuya cerró los ojos, dejando que su mente volviera al pasado. A su padre. A las enseñanzas que lo habían moldeado. Su propósito seguía difuso, pero su promesa era clara.
—Peleare y haré a todos sonreír. Los ayudaré realmente a retomar sus vidas. —
Sus palabras habían sido un susurro al viento, pronunciadas mientras salía del edificio junto a Hoshiyomi. Y aunque su enigmático aliado las había escuchado, no hizo comentario alguno, dejando que Yuya guardara aquel momento como un tesoro personal.
Pero la realidad pronto volvió a golpearlo.
En el campo de duelo creado por la visión sólida, Yuya estaba siendo brutalmente derrotado por Astral.
—¡Vamos, Yuya! ¡No es tan difícil si lo intentas! —Gritó Astral desde un costado del campo, su voz cargada de impaciencia.
Yuya jadeaba, sus piernas temblando mientras intentaba mantenerse de pie. Su mente repasaba frenéticamente las instrucciones de invocación XYZ, pero todo parecía desmoronarse frente a la presión.
—¡Imposible! —Se quejó, sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos mientras esquivaba por poco el ataque de un monstruo. Su cuerpo reaccionaba instintivamente, pero su corazón pesaba como el plomo.
El monstruo enemigo rugió, lanzándose hacia él con fuerza. Yuya rodó fuera de la plataforma justo a tiempo, sintiendo el golpe de aire que casi lo arrastra.
"¿Así se siente ser débil? No... no puedo quedarme así."
Había pasado una semana desde que Hoshiyomi le había revelado sus planes.
En ese tiempo, Yuya había aprendido que su preciada invocación péndulo no sería suficiente.
Si quería ser fuerte, si realmente deseaba proteger a otros, necesitaba adaptarse, evolucionar. Pero, por ahora, esas palabras parecían lejanas, como un sueño que no podía alcanzar.
—¡Vamos! —Insistió Astral. —¡El material está en el extra deck! ¡Deja de buscar donde no debes! —
—¡Lo sé! —Gritó Yuya, su voz quebrada mientras intentaba reponerse. Pero sus cartas le parecían ajenas, extrañas. Su mundo giraba en torno a la familiaridad del péndulo, y ahora se sentía como si caminara a ciegas en terreno desconocido.
El ataque final lo alcanzó, y los puntos de vida de Yuya cayeron en picada. El rugido del monstruo y la explosión holográfica resonaron, pero lo que más dolió fue el silencio posterior, lleno de expectación y decepción.
En la cabina de control, Yuto observaba el duelo junto a Tokiyomi.
—No es fácil, ¿verdad? —Comentó Tokiyomi, su voz tranquila pero con una ligera nota de burla.
—No lo es —Respondió Yuto, su mirada fija en Yuya, quien se levantaba lentamente. Había algo en su obstinación, en la forma en que se limpiaba el sudor y los escombros, que resonaba en él.
—Tal vez deberías ayudarlo más en la teoría —Sugirió Tokiyomi.
—Mañana lo haré —Dijo Yuto finalmente, viendo cómo Yuya volvía a ponerse de pie, a pesar del peso del fracaso. Porque, aunque cayera una y otra vez, ese chico no sabía rendirse.
Y eso, quizás, era lo que más necesitaban en un mundo como este.
—Bien. —La voz de Tokiyomi resonó con una mezcla de satisfacción y serenidad, mientras su mano encendía el micrófono de la cabina. Su mirada escudriñaba el campo de duelo, donde Yuya aún se tambaleaba, pero no caía. —Ya han pasado un par de horas desde que comenzaron. ¿No creen que sería prudente tomar un descanso? —
Yuya, quien sentía el retumbar de su propio corazón como un tambor de guerra, negó de inmediato. Sus piernas flaqueaban, pero su espíritu ardía con una obstinación feroz. Levantó su disco de duelo con la misma resolución con la que había jurado no rendirse jamás.
—¡No! Quiero dominar la invocación XYZ antes de descansar. No tengo tanto tiempo. —
El eco de sus palabras, cargado de urgencia y convicción, resonó en el aire, haciéndolo vibrar como las cuerdas tensas de un violín.
—Bien dicho. —
Murmuró Astral, su voz tan cálida como el amanecer después de una larga noche. Sin embargo, contrario a la determinación de Yuya, bajó su propio disco de duelo y avanzó hacia él, con la serenidad de alguien que sabe cuándo es necesario detener el caos para evitar que devore a quienes lo enfrentan.
Una sonrisa, ligera pero cargada de comprensión, se dibujó en su rostro.
—Aprecio tu ímpetu, Yuya, pero Tokiyomi tiene razón. Un entrenamiento efectivo no se mide por la cantidad de horas, sino por la calidad del aprendizaje. Empujarte más allá de tus límites no te hará más fuerte, solo más vulnerable. Necesitas saber cuándo parar, y ahora es ese momento. —
Yuya frunció el ceño, queriendo protestar, pero las palabras de Astral, cargadas de lógica y una inesperada ternura, penetraron sus murallas de orgullo.
—Pero… —Balbuceó, sin embargo, sabía que insistir sería inútil, e incluso grosero, tratándose de alguien como Astral.
Finalmente, bajó su disco de duelo con un suspiro. —Está bien. —
El destello de aprobación en los ojos de Astral fue suficiente para apaciguar el malestar de Yuya.
—Bien. Ahora, ve a la enfermería. Necesitamos asegurarnos de que estás en buen estado. —
Yuya bajó la mirada hacia su propio cuerpo, apenas siendo consciente del estado desastroso en el que se encontraba: ropa desgarrada, una delgada capa de sudor cubriendo su piel y un temblor en sus manos que ya no podía ocultar. Comparado con la impecable presencia de Astral, sentía vergüenza.
—Iré ahora. —Anunció con rapidez, sus mejillas teñidas de un carmesí brillante, antes de huir del campo de duelo casi a tropezones.
Astral observó su figura desaparecer, dejando tras de sí una estela de esfuerzo y determinación. Pero su atención pronto se desvió hacia la cabina de control, donde Tokiyomi y Yuto habían seguido la escena en silencio.
Una chispa de desafío iluminó su mirada. Señalando hacia ellos, declaró con un tono que no admitía objeción: —¡Yuto! ¿Qué te parece si ahora tú practicas un poco? —
El aire en la cabina pareció congelarse por un instante.
Yuto sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si el mismo destino le susurrara advertencias al oído.
Sabía del poder de Astral, lo había presenciado en carne propia cuando lo rescató de las bodegas, pero enfrentarlo… ¿ahora? Cuando apenas podía sostenerse en pie, parecía una idea que bordeaba la locura.
Con una sonrisa nerviosa, intentó desviar la atención: —¿Y si mejor tomamos un té? Muero de hambre. —
Tokiyomi, incapaz de contenerse, soltó una carcajada que reverberó en la cabina.
Había algo encantador en la dinámica entre ellos, una pequeña chispa de normalidad que iluminaba la penumbra de sus días.
Sin embargo, antes de que pudieran salir hacia uno de los comedores privados, una nueva figura irrumpió en escena.
Cabello rosa que danzaba con cada movimiento, una sonrisa que parecía tallada por la misma brisa, y unos ojos esmeralda que ardían con una determinación abrasadora.
Cada paso de aquel recién llegado anunciaba no solo su presencia, sino la promesa de una tormenta que nadie podía ignorar.
—Astral —Dijo con una voz tan dulce como el veneno más mortal, deteniéndose frente al campo de duelo—, ¿Me concederías el honor de un duelo? —
El silencio cayó como una manta pesada.
Tokiyomi levantó una ceja, intrigado, mientras Yuto observaba con una mezcla de incredulidad y anticipación.
Astral, por su parte, dejó que una lenta sonrisa cruzara su rostro, evaluando al recién llegado con ojos que brillaban como estrellas.
—¿Un duelo, dices? Muy bien. Espero que estés listo para lo que estás pidiendo. —
Y así, la tensión se elevó una vez más, como un crescendo que amenazaba con romper el aire, mientras los engranajes del destino continuaban girando, arrastrando a todos hacia un camino desconocido.
Mientras las luces de neón y las pantallas vibraban con la energía de un duelo magistral en los campos de las Industrias Arckumo, un silencio más pesado reinaba en la enfermería. Yuya yacía sobre una de las camillas, el frío del metal bajo su espalda contrarrestando el calor punzante que sentía en cada rincón de su cuerpo.
El doctor, un hombre de mediana edad con arrugas que hablaban de años de experiencia y cansancio, se movía con precisión. Sin embargo, su voz era todo menos apacible.
—¡Niño! ¿Acaso no sabes que rendirse también es una opción válida? —Tronó mientras preparaba el material de curación—. ¿Cómo se te ocurre seguir cuando apenas puedes sostenerte? ¡Esto no es una pelea a muerte! —
Aunque el tono parecía cargado de enojo, había algo más profundo entre las palabras: una preocupación genuina, casi paternal. Yuya, sorprendido por la intensidad del regaño, no pudo evitar sentir un leve calor en el pecho.
—Lo siento... —Susurró, bajando la mirada, con la esperanza de apaciguar al hombre que se movía de un lado a otro con energía.
El doctor bufó, como si aquella disculpa no fuera suficiente para mitigar su frustración.
—Estos jóvenes de hoy... Siempre creyendo que son invencibles. —Se inclinó hacia Yuya, sus movimientos firmes pero cuidadosos mientras comenzaba a limpiar las heridas con desinfectante—. Todo en la vida tiene un límite, y si no aprenden eso ahora, lo harán por las malas. —
Yuya apretó los labios al sentir el escozor del alcohol quemando su piel. Su cuerpo, agotado y adolorido, respondía con un dolor que parecía multiplicarse con cada roce del algodón. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, traicionando su intento de mantenerse fuerte.
—Niño... —La voz del doctor se suavizó, aunque mantenía un deje de severidad—. Sé que lo intentas, pero debes cuidar de ti mismo. Dijiste que eras uno de los patrocinados por las Industrias Arckumo, ¿verdad? Para ellos, la imagen lo es todo. No querrás andar por ahí con la cara y las rodillas hechas trizas, ¿o sí? —
Yuya apartó la mirada, sintiéndose pequeño bajo aquella mirada crítica.
—Bueno... —Murmuró, aunque su tono apenas era audible.
El doctor continuó, ahora preparando un suero. Su presencia llenaba la sala, y sus movimientos firmes parecían dictar que no habría más discusiones.
—Te excediste bastante. —Señaló con firmeza, mientras ajustaba la aguja.
Yuya observó con algo de aprensión el brillo del metal, pero no dijo nada.
Cuando la aguja perforó suavemente su piel, desvió la vista, dejando que el dolor se mezclara con el agotamiento.
—El catéter se quedará ahí hasta que el suero termine. —Anunció el doctor, concentrado en ajustar las gotas que caían rítmicamente.
—¿Estoy muy mal? —Preguntó Yuya, su voz quebrada por el cansancio.
El doctor suspiró, sus ojos reflejando tanto preocupación como resignación.
—No es que estés muy mal, pero hay señales de deficiencia de vitaminas. Dime, ¿has comido bien estos días? —
La pregunta golpeó a Yuya como un recordatorio incómodo. Sus pensamientos volvieron a las últimas jornadas, al desayuno olvidado en la prisa, al almuerzo reemplazado por una bola de arroz y un jugo apresurado. Era casi vergonzoso admitirlo.
—Ah... —Murmuró, evitando la mirada del médico.
El doctor no necesitaba escuchar más. Su experiencia hablaba por sí sola. Con otro suspiro, dejó el bolígrafo sobre la tableta que sostenía.
—Niño, necesitas cuidar de ti mismo. Nadie más lo hará si no lo haces tú. —Su voz era baja, casi un susurro, pero las palabras calaban profundo.
Yuya se encogió de hombros, incapaz de formular una respuesta. Sabía que el hombre tenía razón, pero las horas interminables de estudio y entrenamiento hacían que el tiempo se sintiera como un enemigo implacable.
—Está bien. —Concluyó el doctor, moviéndose hacia el estante para escribir algunas indicaciones en la tableta—. Te voy a dejar unas instrucciones. Es mejor seguirlas ahora que sufrir las consecuencias más adelante. ¿Entendido? —
—Sí... —El sonido apenas escapó de los labios de Yuya, derrotado.
El doctor lo observó un instante más, su expresión suavizándose con algo que podría llamarse confianza. Terminó de escribir y salió de la enfermería sin más palabras, dejando tras de sí el eco de sus pasos.
Yuya, que no sospecho nada de la salida de mayor, cerró los ojos por un momento, dejando que el silencio envolviera sus pensamientos. Sabía que debía cuidarse, pero con cada segundo que pasaba, sentía que el mundo exigía más de él, y él no sabía cómo sostenerse.
Quizás… solo necesitaba un momento para respirar.
La atmósfera en la enfermería se había serenado con la salida del doctor.
El silencio era apenas interrumpido por el goteo rítmico del suero, y Yuya, todavía con las mejillas ligeramente sonrojadas, había caído en un profundo estado de introspección. Sus dedos jugueteaban con la manta sobre la camilla, mientras en su mente se repetían los movimientos del duelo.
—Si el material está en el Extra Deck, entonces se necesita hacer las invocaciones normales antes, para abrir paso a la invocación XYZ... —Murmuraba para sí mismo, como si recitarlo en voz baja pudiera ayudarle a perfeccionarlo.
Estaba tan absorto que no escuchó el eco de los pasos firmes y elegantes que se acercaban, ni sintió la presencia que irradiaba un calor familiar.
Hoshiyomi llegó como una brisa suave, pero invasiva, inclinándose para rozar con un beso la mejilla sonrojada de Yuya.
El contacto fue un instante fugaz, pero suficiente para que Yuya se sobresaltara, llevándose una mano a la mejilla.
Al voltear, sus ojos carmesí se encontraron con los de Hoshiyomi, azules como un mar profundo, pero cálidos como un cielo veraniego.
—H-Hoshiyomi... —Susurró, el tono de alarma en su voz contrastando con la sonrisa que empezaba a formarse en sus labios.
—Lamento no haber podido verte durante el entrenamiento. —La voz de Hoshiyomi era suave, con una cadencia que envolvía, pero detrás de la calma se percibía una firmeza característica, casi peligrosa.
Yuya parpadeó un par de veces, como si necesitara procesar el momento. Luego, finalmente, dejó escapar una risa nerviosa.
—¿Qué haces aquí? ¿No tenías trabajo? —
Hoshiyomi esbozó una sonrisa traviesa mientras se acomodaba en la orilla de la camilla, con la despreocupación de un niño que sabe que el mundo entero podría detenerse si él lo pidiera.
—Terminé antes de lo previsto. —Señaló el techo con un gesto casual, haciendo alusión a los pisos superiores donde las decisiones importantes se tomaban. —Y apenas tuve tiempo libre, vine a verte. Supe que estuviste entrenando con mi... Astral. ¿Cómo te fue? —
Yuya bajó la mirada, su sonrisa desvaneciéndose un poco. Con un suspiro, confesó:
—Me destrozó. No tuve oportunidad alguna. —
Hoshiyomi asintió, como si la respuesta ya la supiera. Su semblante permaneció cálido, pero había algo oscuro brillando en el fondo de su mirada, una sombra de celos que no permitía salir a la superficie.
—Eso suena como él. —Su tono era cómplice, casi burlón, pero sin malicia.
Yuya frunció ligeramente el ceño, como si recordara el cansancio y la frustración de su fracaso.
—Lo siento. Sé que no estoy a su nivel, pero... voy a seguir intentando. Una y otra vez, hasta que lo logre. —
Hoshiyomi inclinó la cabeza, observando con detenimiento cada detalle del rostro de Yuya: la determinación en sus ojos, el temblor en sus labios por la fatiga, y las mejillas enrojecidas por el esfuerzo.
Sin pensarlo demasiado, sus manos atraparon con delicadeza ese rostro que tanto adoraba.
—Yuya, no tienes que disculparte. Es normal no dominar algo nuevo al primer intento. No te exijas tanto. —
El menor intentó replicar, pero Hoshiyomi acercó su frente a la de él, obligándolo a callar.
—Olvida a Astral por un momento. Él no es tu punto de referencia. Tú tienes tu propio ritmo, y eso está bien. Lo que no está bien es que llegues al límite de tu cuerpo y termines aquí otra vez. —
Yuya bajó la mirada, mordiéndose el labio. El peso de las palabras de Hoshiyomi era como un bálsamo y un regaño al mismo tiempo.
—Sé que estás dando todo de ti, y estoy orgulloso. Pero también tienes que aprender a cuidarte. No estás solo en esto, Yuya. La guerra no recae solo sobre tus hombros. Me tienes a mí, a Arckumo, a todos nosotros. —
El silencio que siguió fue denso, pero no incómodo. Yuya alzó la mirada, encontrándose de nuevo con esos ojos que parecían prometerle que nunca más estaría solo. Su pecho se llenó de una calidez abrumadora, pero también tranquilizadora.
—Gracias... —Musitó al fin, su voz rota pero sincera.
Hoshiyomi, que no podía resistir el rubor en el rostro de Yuya, volvió a inclinarse, esta vez dejando un beso en la comisura de sus labios.
—No tienes que agradecer. Yo me encargaré de todo. —
Yuya quiso decir algo más, pero la puerta se abrió de golpe. Tokiyomi irrumpió en la enfermería, su respiración agitada y su rostro pálido.
—¡Hoshiyomi! ¡Es una emergencia! ¡Dos dragones se están enfrentando! —
Hoshiyomi que se molestó al principio, apenas dejo que las palabras se acentara en su mente, se levantó de inmediato, su expresión endureciéndose, aunque no soltó la mano de Yuya hasta el último segundo.
—Quédate aquí. Esto no te incumbe... aún. —
Y antes de que Yuya pudiera protestar, Hoshiyomi salió, dejando un rastro de perfume y promesas en el aire.
Y a un Yuya, rojo como un tomate.
—¿Pero que acaba de pasar? —
¿Y eso fue todo lo que ocurrió en ese instante? Para nada.
Yuya había esperado mucho, menos lo que llegó a ocurrir.
