El fin de semana siguiente el equipo de baseball tendría su primer partido contra otra escuela. La mayoría de los chicos estaban emocionados y nerviosos.
Helga fue a verlo junto con Joshua. Los dos portaban credenciales de "Prensa" que incluía sus nombres, fotografía y el logo de la escuela. Las habían hecho el día anterior entre bromas y las imprimieron solo para ver hasta dónde podían llegar. Helga no podía quejarse del resultado. Buena ubicación.
Entre los asistentes distinguió a Phoebe en un lugar preferencial. Luego miró al lugar donde estaba el equipo, divisando a Arnold junto a Gerald, detrás de ellos Stinky, los tres parecían estar bromeando. Medio sonrió, para luego tomar la cámara y fotografiarlos.
Buscaron una buena ubicación esperaron que empezara el partido. La chica sabía cómo escribía Joshua, lo había leído todo el año pasado. Sus relatos se limitaban a aspectos técnicos. Estaba decidida a ponerle algo de pasión solo por tirar un poco los hilos y también para demostrarle a Siobhan que Helga G. Pataki no era solo buena usando un diccionario.
Una vez que inició el partido, tomó notas rápidas, al tiempo que tomaba fotografías. El juego se intensificó poco a poco. La escuela rival era la 115, tercer lugar el torneo del año anterior, donde la 118 quedó en sexta posición. Así que claramente debían defender su honor. Pero poco a poco la 118 se impuso.
Helga odiaba no estar jugando ahí, pero al mismo tiempo disfrutaba con pasión ver a sus compañeros y amigos pateando el trasero del equipo rival. Tomó un montón de fotografías, mientras Joshua junto a ella solo se dedicaba a ver el juego, pero parecía concentrado. Le llamó la atención que no tomara notas. Tal vez ya que ella estaba ahí se había relajado y pensaba dejarle el trabajo. Decidió que eso lo discutirían más tarde.
Cuando el partido finalizó, el público visitante elevaba gritos de victoria. El equipo celebraba y Phoebe bajó a la cancha para abrazar a Gerald. Helga capturó ese momento. Luego le dijo a Joshua que fueran a tomar fotografías al equipo, así que los dos se acercaron y enseñando sus credenciales, pudieron acceder también a la cancha.
Phoebe la vio acercarse entre otras personas.
–¡Helga! ¡Dijiste que no podías acompañarme porque tenías trabajo que hacer!–Reclamó la chica.
La rubia se acercó y le enseñó la cámara y la credencial.
–En eso estoy–dijo con una sonrisa–. Es mi primer trabajo como parte del periódico escolar
–Pensé que lo habías descartado
–Pues decidí intentarlo–Miró a Gerald.–. Johanssen, como la estrella de partido ¿una foto para la portada?– Levantó la cámara.
El moreno sonrió y posó para la cámara abrazando a Phoebe, la chica sonrió avergonzada.
–No piensas publicar eso, ¿cierto?–dijo la asiática, acomodando sus lentes.
–¿Quién sabe? Si es la mejor fotografía, tal vez sí
–¡Helga!
–Felicidades por ganar su primer partido–dijo Joshua.
Gerald recibió varios abrazos de otros jugadores, hasta que llegó el cabeza de balón.
–Hola chicas–Miró la credencial de Helga.– ¿Te uniste al periódico escolar?
–En efecto
–Espero que esta vez escribas noticias reales
–Por favor, Arnoldo, solo le di al público lo que quería–Levantó la cámara.– ¿Una foto para el recuerdo?
–Está bien–el chico le sonrió y ella capturó la fotografía.
–Buen trabajo, Pataki–dijo el alto y musculoso chico, tras ella.
La chica de inmediato notó la incomodidad.
–Ah, cierto, él es Joshua, de cuarto año–Lo presentó Helga.–. Bueno, ya conoces a Gerald, ellos son Arnold y Phoebe, amigos de mi grado
–Un gusto–dijo él, dándoles la mano, luego miró a Helga–. Pataki, creo que tenemos lo necesario ¿nos vamos?
–Sí, vamos–Miró a sus amigos.–. Disfruten la celebración, nuestro trabajo recién comienza
La rubia se retiró junto al tipo alto y fornido. Definitivamente era la clase de chico que pasaba buena parte de su tiempo en el gimnasio. ¿Por qué estaba en el periódico escolar?
Arnold sacudió la cabeza y decidió volver a la realidad. No era asunto suyo, no lo conocía y definitivamente no podía ser del tipo de Helga... y aunque lo fuera... ella tenía novio... y aunque no lo tuviera, tampoco era asunto suyo, porque la rubia le atraía solo por algo físico-hormonal.
...~...
Joshua y Helga fueron a la escuela y entraron a la sala donde solían reunirse. El chico se sentó en una computadora y la encendió.
–No pienses que te prestaré mis notas–dijo Helga.
–¿Por qué las querría?–Quiso saber Joshua.
–Para escribir lo que sea que vayas a escribir–Respondió la rubia en un tono que implicaba "obviamente".
El chico movió el cuello de lado a lado un par de veces mientras la computadora mostraba el logo. Luego ingresó al sistema operativo, abrió un documento de texto, cruzó sus dedos estirando sus manos, luego las posicionó sobre el teclado y comenzó a escribir a una velocidad sorprendente, mirando la pantalla con concentración.
La chica se quedó pasmada mientras la "hoja" se llenaba con un relato del partido. Escueto, carente de pasión, pero completamente certero y concordante. Detalló lo ocurrido en cada entrada, de inicio a fin, cada jugada, cada carrera, cada falta, todo. Helga un par de veces miró su libreta para corroborar, pero cuando subía la vista ya había al menos tres o cuatro líneas más en la pantalla. Una hoja y media fue suficiente.
–¿Cómo hiciste eso?–Preguntó la chica.
–¿Hacer qué?
–Recordar todo el partido con tanto detalle
–Es mi talento–Sonrió.–. Cuando veo un partido se graba en mi cabeza, cuando tengo que escribir, lo veo como si estuviera en velocidad rápida y anoto todo lo importante
–Increíble–Lo miró.– ¿Qué clase de androide eres? ¿Un experimento de la CIA? ¿Un prototipo de la NASA? ¿Huiste de la KGB?
El chico dejó escapar una carcajada.
–No eres la primera persona que me dice algo así
–Y tu "don" ese, ¿sirve para las clases? Digo, puedes repasar una clase en tu cabeza durante un examen
–Así es como he llegado tan lejos
–Que envidia
–Estoy seguro de que tienes tus talentos
Se apartó de la computadora y le ofreció el espacio.
–Hagamos un trato. Vamos a los partidos, tú tomas fotografías, yo escribo los hechos y tú le pones corazón
–¿Por qué no lo haces tú?
–No sé hacerlo, no se me da bien la narrativa
–¿Y quién dice que yo puedo hacerlo?
–Leí tu ensayo y luego hablé con un par de maestros. Sé que estás en la clase avanzada. Dicen que eres buena
–Eso no debería ser de dominio público–Lo miró arqueando la ceja.
Joshua volvió a hacer un gesto ofreciéndole la silla frente a la computadora.
Helga se sentó y repasó lo que él había escrito. Abrió un segundo documento y procedió a convertir un conjunto de datos en una historia apasionada sobre un enfrentamiento épico entre los dos equipos. Le tomó bastante más tiempo que a él, pero en cuanto estuvo conforme, se lo enseñó. El chico asintió con una sonrisa.
–Admirable
–Lo sé–dijo ella, orgullosa.
Luego revisaron las fotografías. Helga envió al correo de su amiga la que le tomó abrazando a Gerald y luego la borró de la memoria de la cámara. Eligieron algunas del estadio, un par de la cancha durante el partido y otra de la celebración al final.
Cuando terminaron, Joshua le envió todos los archivos a Siobhan y Gracia.
El lunes por la mañana llegarían un poco más temprano para imprimir el periódico, consideraban esencial que tuviera la información del partido.
–Con eso estamos, Pataki–dijo el chico apagando la computadora.
Helga dejó su "credencial" de prensa sobre la mesa y tomó su bolso.
–Nos vemos la próxima semana–dijo ella saliendo de la sala.
Caminó hacia su casa. No quería soportar a Bob, pero había demasiadas tareas hogareñas por hacer y su madre necesitaba descansar.
...~...
El lunes cuando se distribuyeron las copias del periódico escolar, Gerald estaba encantado. En primera plana la foto del equipo rodeándolo y otra foto suya, destacándolo como la estrella del partido.
–¿Ya viste el periódico de esta semana?–dijo al encontrarse con Arnold frente a los casilleros.
–No ¿Qué hay de interesante?
–¡El partido del sábado!–El moreno agitó una hoja delante de su amigo, quien la tomó entusiasmado. Varias de las fotografías eran realmente interesantes.
En letras grandes el encabezado decía "Espectacular regreso de la 118".
En cursiva, después de la bajada, decía Por J y P.
Supuso que el apellido de Joshua debía ser con jota, porque la P tenía que ser por Pataki. ¿Por qué no firmaron con sus nombres?
Luego leyó el artículo tratando de no pensarlo mucho.
–Te hicieron quedar como un héroe–dijo Arnold con sinceridad–. Felicidades
–¡Ganamos nuestro primer partido!
–Sí–El rubio reía incómodo.–. Fue un buen fin de semana
Alguien de otro grado saludó a Gerald y lo felicitó por el juego.
–Gracias–Respondió el chico.
Arnold lo miró con una sonrisa.
–Definitivamente eres la estrella–dijo el rubio solo para molestar.
–¡Ey! Es un trabajo en equipo, no podría hacerlo sin los demás
–Gerald, acepta un poco de crédito, destacaste durante todo el juego, bateaste dos bolas fuera del campo y no fallaste ninguna ocasión
–Sí, creo que estaba en la zona el sábado
–Eso... o querías lucirte delante de Phoebe
–¿Qué puedo decir, viejo? El amor nos lleva a hacer cosas impresionantes
Ambos rieron.
Soy una persona impresionante
Las palabras resonaron en la mente de Arnold.
–Tal vez la próxima vez deberíamos invitar a Edith–Continuó bromeando Gerald, pero su amigo solo rodó los ojos.
Al entrar al salón Curly corrió a felicitarlos por el juego, enseñándoles una copia del periódico.
–Stinky nos contó todo sobre el partido–Comentó Sid entusiasmado.
–¿Ahora Gerald es famoso?– dijo Harold al ver las fotografías–. Estoy confundido
–Es famoso en la escuela–Explicó Nadine con una risita.
–Gerald hizo un home run con las bases llenas–Añadió Stinky.
–Obtuvimos buena ventaja con eso–dijo con orgullo el moreno.
Phoebe se acercó a saludar a su novio. Al mismo tiempo que Edith le preguntaba a Arnold sobre el partido, quien le contó lo que pudo sobre su participación. Hasta que la mirada que le lanzó su amigo logró incomodarlo un poco.
–Hacen una linda pareja, ¿no lo crees?–Comentó Sheena, sentada al fondo del salón.
–¿Quienes? ¿Arnold y Edith?–Contestó Eugene, junto a ella.–. Ahora que lo dices, creo que sí
Helga los escuchó y de forma automática levantó la vista. ¿Por qué tenía que hacerlo?
Sus ojos se encontraron con los del estúpido cabeza de balón por una fracción de segundo y ambos apartaron la mirada de inmediato.
Latidos.
«No... no... no...»
Un cuaderno frente a ella, un lápiz a mano y palabras que se agolpaban en su mente, exigiéndole escapar, repitiéndose como un mantra.
–¿No fue Edith la única que bailó con Arnold en su cumpleaños?–Continuó el pelirrojo.
Helga apretó los dientes. Ella había rechazado bailar con Arnold no porque no le apetecía, sino porque sabía que no podía bailar con él otra vez, no desde ese baile del Día de los inocentes. Sí, ella se lo buscó y él de alguna forma descubrió su mentira y planificó una excelente venganza. Pero además de no querer revivir la incómoda humillación que fue ser arrojada a la piscina, el verdadero problema era que, incluso si durante la fiesta ella todavía salía con Brainy, sabía que no podría manejar estar tan cerca de Arnold, oler su cabello, ver su sonrisa, tomar su mano... o que él sujetara su cintura.
Y no dejaba de torturarse, porque Brainy tenía razón, volvió a verlo como antes, con esa obsesión, con ese anhelo, con esa pasión absurda que no podía ahogar.
–Sí, creo que sí–dijo Sheena, interrumpiendo los pensamientos de Helga–. Aunque pensé que también bailaría con esa chica del club de boxeo...
–¿Cuál?–Quiso saber Eugene.
–Ya sabes, la amiga de Lila...
Helga miró a Lila de reojo y la pelirroja lo notó, devolviéndole la mirada con una sonrisa.
Sheena debían estar hablando de Jenny. Ella también era amiga de Helga, o algo así. Le gustaba hablar con ella y cuando les sobraba algo de tiempo en las prácticas a veces les enseñaba movimientos de judo. Entonces la rubia se dio cuenta que no sabía si realmente eran amigas o si solo se llevaban bien, pero como fuera, una parte de ella agradecía que Jenny no hubiera bailado con Arnold, porque quizá habría sido suficiente para considerarla una enemiga, como alguna vez consideró a Lila o como veía a la ridícula prima de Ruth.
–Iré a verlos la próxima vez que jueguen–Comentó Edith.–. Estaré animándote desde las gradas
La chica pestañeó lento, jugando con su cabello, sin dejar de mirar al chico con una sonrisa.
–Gracias–dijo Arnold, sonrojándose un poco.
Helga apretó el puño al notar el suave rubor en las mejillas del cabeza de balón.
La campana obligó a los estudiantes a ubicarse en sus puestos. La clase empezó y los minutos pasaron lentamente, mientras la rubia seguía batallando con el impulso de plasmar sus sentimientos en versos, tantos aquellos que intentó enterrar, como los nuevos celos que la carcomían.
No debía. No otra vez.
Tomar apuntes coherentes fue un esfuerzo y varias palabras sueltas terminaron tachadas.
Otra mañana eterna, preguntándose como soportaría almorzar con él, pero para su fortuna -y desgracia-, Edith convenció al chico de sentarse con ella y sus amigas.
Helga estaba tan furiosa como agradecida. Al menos los tortolitos junto a ella estaban tan distraídos por su mutua compañía, que ninguno notó o, si acaso lo hicieron, no fue tan importante para comentarlo.
La escena se siguió repitiendo a lo largo del día: Edith buscaba excusas para pasar tiempo con Arnold y él era incapaz de decirle que no. O tal vez simplemente no quería. Lo que significaba que había una posibilidad, por remota que fuera, de que ella le gustara. Y la sola idea volvía loca a Helga.
«No es mi maldito problema»
Se decía lo mismo una y otra vez, incluso en voz alta cuando estaba sola y los pensamientos sobre cómo deshacerse de Edith rondaban su cabeza.
Enviarla a otro país no sonaba tan mal, pero era poco práctico.
Tampoco podía acosarla como había hecho con Lila, ya no tenía a las otras chicas de la clase de su lado como en esa ocasión y si decidía arriesgarse y hacerlo por su cuenta, Arnold se enfadaría con ella.
Todo lo demás rayaba lo ilegal. Enviarla al hospital por un "accidente" incluso sonaba divertido, con una multitud de escenarios aparecían en su cabeza, que iban desde empujarla por alguna escalera hasta delante de un camión.
Sabía lo que Bliss le diría sobre esas fantasías, pero estaba segura de que todo estaría bien mientras no se arriesgara a pasar a la acción, por más tentador que fuera.
...~...
Durante el entrenamiento de esa tarde Helga estaba más distraída que nunca, tanto, que Lila logró golpearla un par de veces mientras practicaban y la rubia ni siquiera se inmutó. Esto no solo extrañó a la pelirroja, sino también a Patty. Las dos chicas, sin acordarlo, decidieron mantenerse pendientes.
–Tenemos que hablar, Helga–dijo cuando fueron a los camarines–. No te vas a escapar de esto
–¿Ahora qué hice?–Contestó la rubia.
–Tú sabrás
–¡Esto no es justo!
–Iré por algo de beber, más vale que sigas aquí cuando regrese.
–Sí, mamá–Contestó Helga, rodando los ojos, para luego ir a cambiarse.
Cuando salió de los camerinos, Patty estaba en la entrada y le ofreció un refresco.
–Así que te botaron ¿no?
Helga abrió mucho los ojos y parpadeó un par de veces.
–No sé de qué hablas, Patty–Contestó nerviosa, aunque aceptó la botella.
–¿Es por eso que estás así?–dijo Lila– ¿Estás saliendo con alguien?
Patty la miró con clara sorpresa.
–¿Qué haces aquí?–le dijo a Lila–. Creí que todas se habían ido
–No fue mi intención espiar... pero me quedé porque estaba preocupada
La rubia solo se encogió de hombros.
–No salgo con nadie–Contestó mirando a la pelirroja.–. Y no es asunto suyo si lo hago o dejo de hacerlo
–Aun así... –Murmuró Lila.–, ciertamente algo te pasa... hace un tiempo...
–Hace al menos un par de semanas–Puntualizó Patty.
Helga rodó los ojos.
–No me importa lo que creas saber, ni cómo llegaste a esa conclusión...
–Estabas saliendo con alguien en el verano. Evitaste todas las preguntas al respecto en la fiesta de Rhonda–Interrumpió la mayor, con aire satisfecho y ante el silencio de Helga, continuó.–. Y no voy a preguntar quién. Terminaron, pero sé que no estarías así si tú le hubieras terminado
Lila la observó.
–Si prefieren hablar a solas... –Murmuró, incómoda.
–Descuida. Sé que puedes guardar secretos–dijo Helga, encogiéndose de hombros–. Patty tiene razón... y no importa con quién salía... solo que me botó. Y ni siquiera estoy enfadada porque lo hiciera, más bien... sorprendida de que no lo hiciera antes... y al mismo tiempo, creí que jamás tendría el valor de hacerlo
–¿Duele?–dijo Patty.
–No lo sé... es... extraño... seguimos siendo amigos... o algo así
Lila la observó. Hacía semanas que Helga y Arnold pasaban de tener una gran tensión entre ellos a estar bien de nuevo. No tenía idea de cómo sacar el tema con ninguno. Suponía que a la rubia todavía en serio le gustaba Arnold y que el problema ciertamente era el coqueteo de Edith, pero si Helga no tenía el valor de invitarlo a salir, el chico era totalmente libre de mirar a alguien más, así que no tenía derecho a enfadarse... a menos...
A menos que hubieran salido en secreto...
La sola idea de imaginarlos saliendo, discutiendo, arreglándose y volviendo a discutir, le causaba tanto gracia como una ligera incomodidad. Ciertamente intuyó que era cuestión de tiempo para que Arnold se fijara en Helga. Ella tenía hermosos ojos, lindas pestañas, un largo cabello dorado, una figura atlética. Era inteligente, divertida y segura. Hacía bromas divertidas y no se dejaba intimidar. Podía ser amable y preocupada si en verdad le importaba. ¿Por qué no habría de gustarle?
Pero entonces recordó la conversación que tuvieron en el balcón. Helga no podía haber salido con Arnold en el verano. No si quería creer que fue sincera con ella y ciertamente necesitaba creerlo. Incluso si Helga seguía siendo un poco cínica con los demás, tenía que confiar en que esa amistad era real cuando estaban solas.
–¿Quieres hablar de eso?–dijo Patty.
–¿Qué eres? ¿Mi terapeuta?–Bromeó la rubia.
–Soy tu amiga–Contestó con seguridad.–. Y supongo que Lila también
–¡Por supuesto que sí!–Añadió la pelirroja con entusiasmo.–. Ciertamente no tienes que decirnos con quien salías, pero podemos escuchar cómo te sientes y ser un apoyo para ti
–No quiero hablar idioteces–Helga rodó los ojos y sonrió.–. Pero gracias por preocuparse... supongo. Y creo que no hace falta decirles que no pueden hablar de esto con nadie
–Claro que no–dijo Patty.
–Mis labios están sellados–dijo Lila con su sonrisa dulce.
Helga suspiró y las tres caminaron juntas, charlando de otras cosas, ya que Helga se negaba a volver a tocar el tema.
En casa, se preguntaba si acaso Phoebe no lo había notado o si simplemente estaba esperando que naciera de ella contarle qué era lo que le pasaba. Escribió una nota, como cuando se pelearon, pero luego de borrar y tachar un montón de borradores, decidió que no era algo que quisiera dejar por escrito. Tendría que encontrar algún momento para decírselo en persona. Bueno, ya lo resolvería, no era precisamente una primicia que fuera a afectar demasiado sus vidas.
...~...
Un par de días más tarde, Nadine le pidió a Arnold unos minutos para hablar antes que él y Gerald se fueran a su práctica.
–Te espero en las maquinitas, viejo–dijo el moreno.
Nadine intentó ser breve. Rhonda quería hacer una fiesta de disfraces con motivo de la Noche de Brujas. Desde el cumpleaños de Arnold le había dicho a todo el mundo que prepararan sus atuendos, pero tenía un gran problema: No logró convencer a sus padres de hacerla en casa, a menos que fuera exclusiva para las chicas de su nueva escuela y tal vez Nadine. Y aunque le gustaba su nueva escuela y se sentía cómoda en ese ambiente, extrañaba a sus amigos, así que le rogó a Nadine por su ayuda y ella recurrió a la única persona que siempre ayudaba a todo el mundo.
–¿Qué Rhonda quiere hacer su fiesta en La Casa de Huéspedes?–dijo Arnold luego de escuchar la historia de la fanática de los insectos.
–Sí, por favor, Arnold–Rogó la chica, juntando las manos.
–No lo sé
–No te lo pediría si no fuera importante, por favor, Arnold, Rhonda y yo contamos contigo
–Está bien, Nadine, preguntaré–Le sonrió con cierta incomodidad.
–Podemos ayudarte a decorar y luego a limpiar–Añadió Lila.
–¡Sí! Te ayudaremos–Se sumó Nadine.– ¿Verdad, Edith?
–Claro, ¿por qué no?–Respondió ella sonriéndole al rubio.
–Bueno, Nadine, te llamaré en la noche, no tenemos mucho tiempo.
–¡Gracias, Arnold!
El chico se despidió y corrió para alcanzar a su amigo. Ambos caminaron rápido hacia el parque.
–¿En qué problema te metiste ahora?–dijo el moreno en cuanto se alejaron.
Arnold supo que no estaba disimulando mucho su hartazgo.
–Rhonda quiere hacer su fiesta en mi casa–Explicó el rubio de inmediato.–. Y no sé si podremos hacerlo
–¿Bromeas? Apuesto que a tus abuelos les encantará la idea
–Lo sé
–¿Entonces por qué el desánimo?
–No sé si quiero ser anfitrión de otra fiesta
–Déjale ese problema a Rhonda, tú solo ofrécele el espacio y que ella se haga cargo
–No podría, es mi casa
–¡Amigo! Ella te está pidiendo un favor, así que tu sólo relájate
–No lo entenderías, Gerald–Suspiró.
–Tienes que dejar de ser tan bueno, Arnold
–¿Qué quieres decir?
–Si no quieres que hagan la fiesta, pudiste decirle que no
–Pero estaban tan entusiasmadas. Además, la mayoría de nuestros amigos ya debe tener su disfraz listo, no quisiera decepcionarlos
–¡Es Rhonda quien los va a decepcionar! Ella le dijo a todo el mundo que haría una fiesta sin siquiera tener dónde hacerla
–Ya no importa, Gerald, ya dije que lo intentaría, ahora depende de mis abuelos
...~...
–Claro que pueden hacer una fiesta–dijo el abuelo durante la cena.
–¡Yo ya tengo un disfraz!–dijo Ernie, para luego llevarse una cucharada de comida a la boca, con la misma cuchara apuntó al adolescente– ¡Y será el mejor de todos!
–¡No otra vez la bola de demolición!–Se quejó el señor Hyunh
–Señor y señora Kokoshka, ¿será mucho problema para ustedes?–dijo el chico.
–¿Darán un premio al mejor disfraz?–Preguntó Oskar.
–No lo sé
–Entonces no me interesa
–No habrá ningún problema, tus amigos son agradables–Añadió Suzie
–Gracias
Una nota del señor Smith llegó a la cocina y la abuela se la entregó al chico:
»Disfruta tu fiesta. No será molestia. Estaré fuera un par de semanas.«
Arnold buscó una cámara y sonrió, para luego volver la atención a su comida.
No era que no quisiera tener una fiesta, es que estaba cansado. Lidiar con la escuela, los entrenamientos, las exigencias, era demasiado. Disfrutaba el baseball, pero sentía que no progresaba al ritmo de los demás y el par de veces que tuvo que hacer flexiones como castigo dejaban claro que no estaba cumpliendo con lo que el entrenador esperaba, aunque no era el único. Y en cuanto a los estudios, en los exámenes no le fue mal, pero pudo irle mejor y eso le frustraba.
Después de cenar, llamó a su amiga desde el teléfono que estaba cerca de la entrada de la casa.
–Hola, Nadine, sí, sí. El sábado pueden llegar después de las cuatro, sí, claro y sí, pueden venir las nuevas amigas de Rhonda, mientras no sea toda la clase. Claro
Colgó con un largo suspiro. Abner lo miraba echado en un peldaño de la escalera. Le gruñó olisqueando su cabello.
–Lo sé, amigo, lo sé
El cerdo le gruñó otra vez.
–Es que no puedo
El cerdito le mordió parte del cabello y le dio un lengüetazo.
–Ya basta, Abner–Sonrió y miró las patas del animal llenas de barro.–. Creo que necesitamos un baño, vamos
Subió la escalera y su mascota lo siguió.
...~...
Las invitaciones a la fiesta corrieron por la clase al día siguiente, al parecer las chicas contaban con que Arnold les diría que sí. Eso por alguna razón lo molestó un poco, pero trató de ignorar ese sentimiento.
Varias personas le comentaron tanto a Nadine como a él que estarían en la fiesta y aunque sonreía, para el almuerzo ya no podía fingir entusiasmo y decidió que no tenía hambre, así que fue a encerrarse a la biblioteca. Ahí se quedó dibujando para distraerse.
Esa tarde, durante la sesión de estudio, le fue imposible ignorar la punzada en su estómago y tuvo que ir a comprar algo de comer.
Helga lo siguió.
Perfecto, lo que le faltaba.
–¿Desde cuándo tan amigo con la señorita Lloyd, cabeza de balón?–Comentó la rubia con cierto desprecio.
–¿Cuál es el problema, Helga?–Decidió responder.– ¿Acaso no puedo hacerle un favor a una amiga?
–Puedes hacer todos los favores que quieras, San Arnoldo, pero no pareces contento por este en particular
–Solo estoy cansado–Miró la máquina expendedora en el pasillo y luego de decidir qué quería, metió las monedas y marcó el número. Una bolsa de patatas fritas cayó casi sin hacer ruido.
Luego observó a la chica comprar un par de chocolates, de los cuales le ofreció uno.
–¿Por qué me das esto?–dijo confundido.
–Como dije, no pareces contento–dijo, sin mirarlo–. Y ya te dije una vez que las cosas dulces te alegran, aunque no quieras
–Gracias
Arnold aceptó la barrita, la abrió y le dio un par de mordiscos, tratando de no pensar en ese día, no de nuevo. ¿Qué demonios le pasaba a Helga? ¿Por qué tenía que recordarle eso? ¿Y si recordaba haberle dicho esas palabras, recordaba también la promesa? ¿No era él el único que todavía lo pensaba de vez en cuándo?
–Oye, Arnold–Musitó ella de pronto.
La observó, parecía querer decirle algo, lucía nerviosa y se rascaba el brazo como la había visto hacerlo otras veces, así que contuvo el aliento atento, esperando, pero en cuanto notó un ligero cambio en el semblante de la chica, supo que se había arrepentido y ahora llovería veneno sobre él, o, con un poco de suerte, solo sería ácido.
–Deberías preocuparte de ti de vez en cuándo
Bien, esto lo sorprendía.
–Los demás no morirán si los dejas un poco de lado–Continuó.
–¿Y quién los ayudaría? ¿Tú?–dijo él, medio en broma, recordando el caos que fue cuando ella dio consejos y él tuvo que terminar arreglando todo.
–Ellos mismos, para variar
El chico la observó. Esa no era la Helga de siempre, pero tampoco era la primera vez que actuaba así.
–Sabes como soy, pero gracias por el consejo
–Es gratis esta vez, disfrútalo, cabeza de balón
Helga se adelantó sin voltear ni un instante. Arnold se quedó atrás pensando de dónde había salido eso. Esa preocupación de su amiga no era nueva, pero se sentía extraña Y al mismo tiempo estaba seguro que ella intentó decirle algo distinto y cambió de parecer en el último momento. ¿Fue por eso que lo había acompañado? Estaba intrigado.
La alcanzó antes de llegar a la biblioteca.
–¿De qué te disfrazarás?–Preguntó con entusiasmo.
–¿Quién dice que me disfrazaré?–Respondió ella.
–¡Por favor! Tu disfraz de la novia fantasma fue grandioso
–Gracias, aunque ahora dudo que me quede
–No quise decir que deberías usarlo otra vez–dijo con una risita–, pero tengo curiosidad. ¿Vas a ir, cierto?
–¿Me estás invitando a la fiesta de Rhonda, cabeza de balón?
–Solo hice una pregunta, Helga, ¿no puedes responder con un sí o un no?
–Tampoco tú, al parecer–Sonrió.–. Pero tal vez vaya, quién sabe, no tengo planes este fin de semana
...~...
El sábado Nadine llamó a Arnold a las tres y treinta para avisarle que ella y Rhonda iban en camino. Lila y Edith también llegarían a ayudar. El chico apenas había llegado de la práctica junto a Gerald, por suerte los dos habían decidido ducharse en el centro comunitario, porque Oskar estaba acaparando el baño en el pasillo de la Casa de Huéspedes.
Dejaron sus bolsos deportivos en la habitación del chico y unos cinco minutos más tardes llegó una camioneta de una empresa de artículos para fiestas.
–¿Arnold Shortman?–Preguntó el conductor.
–Soy yo– dijo el rubio.
–Tenemos varias cajas para usted ¿Dónde quiere que las dejemos?
–En la azotea
–¿Hay ascensor?
–No
–Habrá un recargo por subirlas
–¿De cuánto es?–dijo el chico, buscando su billetera.
–¡Amigo, detente!–Gerald se acercó y le sostuvo el brazo, luego miró al hombre.–. Súmelo a la cuenta
–Pero Gerald
–Si Rhonda quiere su fiesta, que la pague, ella sabrá como arreglárselas
–Pero puede traerle problemas
–Eso no es asunto tuyo, amigo
–Pensé que habías venido para ayudarme
–Y eso hago–Volvió a mirar al hombre.– ¿Cuántas cajas son?
–Siete
–Vamos, creo que podemos subir un par de cajas para que puedan terminar rápido
El hombre de la empresa estaba con un asistente, ellos y los dos amigos bajaron las cosas de la camioneta y las subieron hasta la azotea. No eran tan pesadas, así que los chicos supusieron que la mayoría de los adornos serían de papel o algo así.
Antes de despedirse de los jóvenes, el que parecía el encargado le dejó a Arnold un par de documentos donde detallaban lo que habían entregado, le pidieron firmar y luego se marcharon. Mientras Arnold leía el detalle de los papeles, llegaron las chicas.
–¡Arnold!–Rhonda lo abrazó.– ¡No sabes lo agradecida que estoy de que poder hacer la fiesta en tu casa!
–Ni lo menciones, Rhonda–dijo él.
–¡Gerald! Pensé que llegarías más tarde–dijo la chica.
–A mí también me encanta verte–Respondió él, mirando el vestuario de la chica. Usaba tacones y tenía una manicure recién hecha.
El moreno medio sonrió, sabiendo que había acertado: ella no esperaba hacer ni el más mínimo esfuerzo para su famosa fiesta. Se llevaría una sorpresa, porque él estaba ahí para asegurarse de que Arnold no terminara haciendo todo el trabajo por ella.
–Las decoraciones están arriba–dijo el rubio con entusiasmo.
–Perfecto, vamos, Nadine
Los chicos saludaron a la muchacha que se había quedado en la puerta y los cuatro subieron. En cuanto Rhonda vio la azotea vacía, volteó a mirar a los chicos.
–Dijiste que las decoraciones ya habían llegado–dijo ella.
–Así es, están en esas cajas–Las señaló.
–¿Y qué esperas?
–Tienes tu espacio y tienes tus cosas–dijo Gerald antes que Arnold pudiera abrir la boca–, así que puedes empezar a decorar como quieras, nosotros estaremos estudiando–Sujetó a Arnold del brazo y lo arrastró al interior de la casa, escuchando como Rhonda ahogaba un gruñido de frustración.
En ese momento llegaron Lila y Edith. El abuelo las dejó subir directo a la azotea, así que se encontraron en la escalera.
–¡Buenas tardes, Arnold, Gerald!–dijo la pelirroja entusiasmada.
–Hola Lila–dijo Arnold, con una sonrisa–. Hola, Edith. Rhonda y Nadine están arriba.
–Entonces subiremos
Pasaron junto a los chicos. En cuanto Edith pasó junto al rubio, el chico sintió que ella lo tocaba, provocando un ligero cosquilleo en su mano. Volteó a mirarla, pero ella subió con indiferencia.
–¿Qué pasa, viejo?–Preguntó el moreno.
–No es nada, Gerald, debió ser mi imaginación. Vamos
Fueron a la habitación de Arnold y empezaron a repasar matemáticas.
Todavía tenían ciertas dificultades, porque ¿a quién se le ocurrió echar una sopa de letras en las matemáticas? Pero Gerald sabía que si le hubiera dicho que jugaran videojuegos o escucharan música y se relajaran, su amigo se sentiría culpable y terminaría subiendo de nuevo.
–Debería ir a ver si necesitan algo–dijo de pronto Arnold.
Y ahí estaba otra vez. Gerald rodó los ojos.
–Déjalas, si necesitan algo pedirán ayuda–dijo.
–Pero...
–Pero nada–Golpeó el cuaderno de su amigo repetidas veces con la goma al final del lápiz.–. Resuelve eso, quiero saber si nos da el mismo resultado
El rubio obedeció, con un suspiro y se enfocó en las ecuaciones. Un par de veces volvió a revisar los contenidos de su libro. Todavía no memorizaba las reglas y propiedades de lo que estaba estudiando.
Podían escuchar las voces de las chicas y aunque no sabían de qué hablaban, notaban que Rhonda daba instrucciones. En algún punto comenzaron a reír.
–¿Ves? Todo está bien–dijo Gerald.
–Tenías razón
–Siempre la tengo
A las seis las chicas tocaron la puerta de la habitación de Arnold.
–Hola, chicos–dijo Lila, Edith estaba tras ella y se asomó para mirar el cuarto.
–¿Necesitan ayuda con algo?–Preguntó Arnold.
–No, para nada. Gracias por preguntar–Sonrió.–. Iremos a casa por nuestros disfraces y volveremos a las ocho. La comida debería llegar un poco antes que nosotras ¿pueden recibirla?
–Sí, no hay problema
–Nos vemos más tarde–Miró a Gerald, que seguía concentrado en su cuaderno.–. Oh, y lamento haber interrumpido su sesión de estudio
–Descuida, Lila, ya casi terminamos–dijo Arnold con una sonrisa sincera–. Vamos, las dejaré en la entrada
Salió cerrando la puerta y siguió a las chicas por la escalera. Rhonda y Nadine estaban en el pasillo y los cinco bajaron en fila.
–De nuevo, gracias por prestarnos tu casa–dijo Rhonda. Parecía más tranquila que cuando llegó.– ¡Esta fiesta será perfecta!
–No hay de qué. Estoy ansioso por ver sus disfraces–Comentó Arnold.
–Y deberías, es el mejor disfraz que he tenido en años
–Yo también me esforcé en hacer un buen disfraz–dijo Nadine, luego miró a Edith– ¿Y tú qué te pondrás?
–Es una sorpresa–Contestó Edith, con una sonrisa.
Arnold abrió la puerta.
–Bueno, chicas, nos vemos en unas horas
Las cuatro se fueron y Arnold regresó a su habitación. Gerald estaba tirado en la cama.
–¿Ya se fueron?–Preguntó el moreno.
–Sí, volverán en dos horas
–Tenemos tiempo de sobra
Arnold se sentó junto a él.
–¿No irás por tu disfraz?
–Está en mi bolso deportivo–Gerald sonrió.
–¿Quieres seguir estudiando?
–¡Ni de chiste! Ya estoy harto de esto–El chico cerró el cuaderno y lo guardó en su mochila.–. Solo lo hice para que no fueras a trabajar gratis
–¡Gerald!
–Funcionó
Arnold lo miró con enfado, pero no podía culparlo.
–Entonces, ¿videojuegos?–dijo el rubio.
–¡Perfecto!
Los chicos se instalaron frente a la computadora para pasar el rato.
