La casa estaba en silencio.
Su antes querida soledad ahora se sentía vacía.
Los crujidos y temblores del viento que soplaba a través de la hierba verde de los campos y llegaba hasta las paredes de la casita sonaban como pasos. Crookshanks dio un zarpazo a la túnica que aún colgaba de un gancho, su presencia como un fantasma.
Habían pasado dos días en un silencio casi absoluto.
No había oído ni una palabra de Malfoy, ni había intentado comunicarse con él. Su estómago era un intrincado trenzado de ira, horror, culpa, remordimiento y añoranza, cada hilo tan fuertemente enrollado contra el otro, imposible de separar.
El miedo en su cara cuando vio a los Appleby en el periódico fue suficiente para validar su conexión con ellos. Había estado tan decidida a que necesitaba ayudarle que se había permitido ser ciega a sus acciones pasadas.
Cuando él se marchó, ella entró en la biblioteca y empezó a registrar el escritorio y las estanterías. Sacó todos los artículos de prensa que tenía a mano, febril en su búsqueda de información.
Artículos sobre su arresto, su madre, incluso sobre Lucius, los apiló todos sobre su escritorio. Poco a poco, se obligó a leerlos todos.
Draco Malfoy, el Mortífago más joven, arrestado.
Parecía tan joven en la foto. Los ojos se disparaban frenéticamente a cada flash de una cámara y los rastros de lágrimas captaban la luz.
Draco Malfoy condenado a arresto domiciliario indefinido.
En esta ocasión parecía enfadado. Su mueca era pronunciada mientras miraba alternativamente a la cámara y a los funcionarios del Ministerio que no aparecían en la foto.
Sentencia reducida debido a un acto de última hora: ¿La valiente decisión de una madre o la manipulación de un criminal?
Narcissa posó tan regia como siempre, su rostro no revelaba ningún rasgo de emoción.
Lucius Abraxas Malfoy declarado culpable de todos los cargos. El Beso se llevará a cabo el 20 de febrero.
En la fotografía, Lucius enseñó los dientes y se abalanzó sobre la cámara, sin que las ataduras de la silla lo detuvieran.
El hijo del Mortífago condenado, Draco Lucius Malfoy, se enfrenta a acusaciones de crímenes de guerra.
Malfoy tiró de sus ataduras con miedo. La foto había sido tomada bien avanzada su condena de arresto domiciliario, en una audiencia pública para decidir si continuaba su aislamiento o si lo llevaban a Azkaban.
El Mortífago más joven, Draco Malfoy, será llevado a Azkaban por presuntos crímenes de guerra. Se seguirá deliberando sobre la sentencia final.
Parecía más mayor en esta, aunque la fecha era solo semanas después de la foto anterior. La vívida emoción de las tres primeras fotos de periódico en movimiento se había apagado. No había pelea en la foto, solo unos ojos grises enfocando al frente. Le recordaba mucho a la portada que la había arrastrado a todo este calvario. Se hablaba muy poco de los crímenes cometidos, solo se aludía a ellos.
Cosas como abuso, secuestro, asesinato.
Pero también reflejaba su experiencia. En los juicios y en las entrevistas, sus historias de actuar bajo amenaza de tortura y muerte para él, su familia. Mencionó el miedo con el que vivía a diario mientras Voldemort y sus peligrosos seguidores habitaban la mansión Malfoy.
Los relatos de un asesino a sangre fría y de una niña coaccionada pintaban un panorama turbio. Hermione siempre había supuesto que la verdad estaba en algún punto intermedio.
Los recuerdos de los presuntos actos no se consideraron concluyentes, ya que muchos de los testigos habían sufrido torturas y otras lesiones, por lo que, según el Wizengamot, sus recuerdos estaban "alterados".
En un artículo del Quisquilloso, Luna afirmaba que había recibido pan y agua de Malfoy durante su captura, una vez incluso una manta. Si la bruja no hubiera estado de viaje para el periódico en Nueva Guinea, Hermione habría ido a visitarla para sonsacarle cualquier información que razonablemente pudiera exigirle.
Sentía que la cabeza se le iba a partir en dos mientras leía los artículos una y otra vez. Habían pasado dos días y seguía sin entender qué sentía ni qué creer.
El Flu sonó cuando se inclinó sobre los papeles una vez más y se le revolvió el estómago.
—¿Hermione? —La voz de Theo la hizo tensarse por un momento.
Se levantó y se dirigió al salón, con las tripas revueltas.
—Theo. Estás aquí.
—Hola, Hermione. Espero que no te importe que haya venido.
Ella asintió, pero se cruzó de brazos, protegiéndose de lo que no estaba segura de querer discutir.
—Creo que deberíamos hablar.
Ella no dijo nada, siguió mirándole a los ojos verdes.
—Muy bien, voy a sentarme. —Descendió lentamente en el sofá. Una vez sentado, se frotó las manos arriba y abajo de los pantalones nerviosamente—. Creo que probablemente sabes por qué estoy aquí.
—Tengo una o dos suposiciones. —No estaba de humor para ser amable o servicial.
—Sí. Bien. Um... ¿cómo has estado?
—¿Desde que descubrí que la persona con la que me casé podría haber torturado y matado a una mujer y parece que me miente? No muy bien.
—Es justo. —Se estremeció.
—Yo diría que sí. —Sus palabras se sintieron afiladas en su lengua, y se deleitó en ello. Se sentía como una salida para todas las emociones que se habían estado gestando dentro de ella—. ¿Y él? —Se mordió la mejilla con fuerza. No había querido preguntar, no había querido aceptar que una parte infinitesimal de ella había estado preocupada.
—Fatal. —Se frotó la cara con las manos.
—Bien. —Se le revolvió el estómago.
Theo la miró y ella vio que la ira florecía en su cara.
—Eso no es justo.
—¿De verdad? No estoy segura de cómo. —Se burló.
—Podrías haber investigado su pasado en cualquier momento. De hecho, supuse que lo habías hecho. Eres Hermione Granger, la reina de los empollones, y no hiciste los deberes antes de esta gran decisión y ahora estás enfadada por ello. Podrías haberme pedido cualquier información sobre Draco y te la habría contado encantado. No querías saberlo.
—¿Y tú habrías sido tan comunicativo? Porque Malfoy no parecía querer confesar nada cuando le pregunté si conocía a los Appleby. —Ella le miró dubitativa.
—Sí, no quería admitir el momento más terrible de su vida.
—¿De su vida? Qué risa, al menos le queda una vida. Cora no puede decir lo mismo.
Theo se levantó de repente, sobresaltando a Hermione.
—No tienes ni idea de cuál era la situación. Ninguna. No te equivoques, un pedazo de Draco murió esa noche.
—¿Qué significa eso?
—Viste ese artículo y te apresuraste a aceptarlo. Otro Mortífago matando y mutilando, ¿para qué? ¿Diversión? Tú no estabas allí. No viste cómo esa guerra lo carcomía, solo le sacaba pedazos. Algunos no tuvimos el lujo de nacer en el lado bueno. Algunos tuvimos que aprender que lo que hacíamos, lo que habíamos nacido para creer, estaba mal. Quizá no esté bien, pero es difícil aceptar que las personas que te querían y te criaron te empujaron por un camino que solo contenía dolor y odio. —La fulminó con la mirada.
—¿Estás diciendo que el Profeta estaba equivocado?
Resopló.
—No creo que tú de todas las personas creas ciegamente en el Profeta.
—¿Qué más tenía para continuar? No respondía a ninguna de mis preguntas cuando se las hacía. ¿Debería perdonarlo por decir cosas horribles y mentirme?
El exterior de Theo se resquebrajó ante su pregunta y sus hombros se hundieron.
—No. Claro que no. Solo espero que le escuches, eso es todo.
Una vez más, cruzó los brazos sobre el pecho en un transparente intento de indiferencia.
—No le veo aquí para disculparse.
Frunció ligeramente el ceño.
—Le dijiste que se fuera. Es tu casa. No va a aparecer aquí si tú no lo quieres. Está intentando respetar tus deseos.
—No es como si pudiera permanecer lejos. Tiene que vivir conmigo un año o lo mandarán de vuelta a Azkaban.
—Sabe cuáles son los requisitos. Aun así, no volverá a menos que sea decisión tuya. —Theo la miró con ojos suplicantes.
—¿Así que se arriesgaría a ir a Azkaban para demostrar algo? —No le parecía muy creíble.
—Prefiere ir a Azkaban que hacerte sentir incómoda o insegura en tu propia casa. Recuerda, él conoce ese sentimiento íntimamente.
Las palabras de Theo fueron como un puñetazo en sus entrañas. Siguió mirándola un momento.
—Bueno, me voy a ir. Draco se pondría furioso si supiera que estoy aquí. No quiero dejarlo solo mucho tiempo. Ayer cometí ese error y lo encontré borracho en una fuente con el labio ensangrentado tras tropezar con sus grandes pies.
—¿Tan mal ha estado? —Ella le miró volver la vista de la chimenea.
—Solo lo he visto con el corazón roto una vez y fue después de lo de Pansy en quinto año. Eso fue un juego de niños comparado con esto.
—No estoy segura de que seamos así. Antes creía... es solo que aún hay muchos secretos entre nosotros.
Le dedicó una pequeña sonrisa que no le llegó a los ojos.
—Claro. Por supuesto, lo siento.
Con una pequeña inclinación de cabeza, se marchó y ella volvió a quedarse sola.
—
Hermione no podía dormir. Aunque sentía el agotamiento en cada célula de su cuerpo, su cerebro no se apagaba. Como un carrusel sin fin, giraba en círculos desde la cara de enfado de la señora Appleby hasta la dulce sonrisa de Malfoy mientras le enseñaba los dulces, pasando por la imagen de Cora Jones el día de su boda y Theo mirándola con odio en su salón.
Que Malfoy dijera que ella ansiaba compañía y al mismo tiempo la rechazaba no estaba mal. Siempre había sospechado que se aislaba por miedo a que alguien reconociera sus partes oscuras y feas. ¿Era eso lo que estaba haciendo ahora? Los límites entre la autoconservación y el autoaislamiento se difuminaban en su estado de insomnio.
Hacía dos días que no dormía. Estaba agotada. Agotada de estar sola, agotada de tener miedo de no estar sola, agotada de cuestionarse cada decisión que tomaba.
Sinceramente, se sentía borracha. La falta de sueño le hacía dar vueltas a la cabeza y sus miembros vibraban ligeramente. No había podido mantener los ojos cerrados mucho tiempo desde la noche en que se había dormido a su lado.
Había dormido muy bien con Malfoy las dos veces que había sucedido. Sus sueños habían sido preciosos o felizmente inexistentes. La forma en que él la había metido suavemente en la cama ahora también le parecía un sueño, cada movimiento preciso y cuidadoso. Le recordaba a la forma en que sostenía un libro raro. Como si tocarla con demasiada fuerza fuera a estropear las páginas de su piel.
Intentó cerrar los ojos, rogando a su cerebro que se apagara y le permitiera el refugio de unas horas de silencio, pero no lo consiguió. La frente le latía con fuerza y el mareo de la falta de sueño le estaba hincando el diente. Hermione sintió el impulso de llorar, pero la idea de que la presión empeorara detrás de sus ojos la hizo clavar las uñas en las palmas de las manos para detener el flujo antes de que comenzara.
Se rindió dos horas después. Agarró su varita, pensó en la primera vez que había entrado en la silenciosa biblioteca de Hogwarts y se había dado cuenta de que realmente era una bruja, y con ese recuerdo, lanzó su Patronus.
—Draco, por favor, ven a casa. Necesito ayuda. —Dirigió a su nutria a la mansión Nott y luego arrojó su varita a la mesilla de noche. No podía pensar con claridad, no podía moverse más allá del muro de agotamiento contra el que estaba presionada.
Pasaron minutos, tal vez horas, no podía saberlo, aparte de que la luz de la mañana aún no había atravesado sus ventanas.
Sonó el Flu, seguido de pasos pesados que recorrían la casa. Un momento después, la puerta se abrió de golpe, chocando contra la pared.
—¡Hermione! ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —La voz de Malfoy retumbó, haciéndola estremecerse ligeramente.
—Demasiado alto. —Su gemido pareció hacer que sus hombros se hundieran.
—Oh, gracias a Merlín. —Le oyó acercarse—. ¿Qué pasa?
—No puedo dormir. No he dormido en dos días. Mi cabeza está palpitando, y no puedo... apagar nada de eso. Mi estúpido cerebro no se apaga. —Sus palabras eran frenéticas. Podía sentir la frustración burbujeando. Sus manos, que habían estado frotándose la cara, se deslizaron hacia su pelo, tirando de las raíces para aliviar parte de la presión de su cráneo—. Solo necesito dormir. Eso es, solo dormir. —Cada palabra era más fuerte y más apresurada, arrastrando las palabras.
—Oye, cálmate, cálmate. —Por fin le miró. Realmente estaba allí. Sus ojos eran grandes, buscando sobre su forma que estaba medio oculta por sus sábanas. No parecía saber cómo responder a la situación que se le presentaba mientras se detenía en el umbral de la puerta—. ¿Me llamaste porque no podías dormir?
—Por favor, Draco. —Su voz sonaba aguada y delgada, como si hubiera sido arrastrada por las olas de su cansancio.
Dudó un momento más, con la cara indescifrable, antes de asentir levemente. Sin más conversación, se dirigió en silencio hacia el lado desocupado y se deslizó bajo las sábanas. El hundimiento del colchón relajó a Hermione casi de inmediato. Estaba demasiado cansada para preguntarse por qué sus sentidos le susurraban segurasegurasegura mientras él se acurrucaba detrás de ella. No se tocaban, pero sus terminaciones nerviosas captaban el contorno que se disponía protectoramente a su alrededor.
—Shh, duérmete, Hermione. Estoy aquí. —Las palabras susurradas se sintieron como un bálsamo contra su conciencia fatigada. Antes de que se diera cuenta, estaba cayendo en un dichoso olvido.
—
Se despertó sintiendo una sensación cálida.
Los recuerdos de la noche anterior la invadieron como un maleficio que la hizo apretar los ojos. Había enviado un Patronus en su delirio, pidiéndole a Malfoy que volviera con ella.
Y él lo había hecho. Había aparecido rápidamente o, al menos, ella estaba bastante segura de que había sido rápidamente.
Dispuesta a moverse con la mayor suavidad posible, rodó hasta quedar frente a su marido.
Se había acercado mucho más a ella, casi pegado a su espalda. El calor de su cuerpo le irradiaba hasta los huesos. Las ojeras parecían pronunciadas, como si tampoco hubiera dormido bien. Le crecía vello desaliñado a lo largo de la mandíbula y tenía el labio inferior hinchado alrededor de la piel desgarrada de una fisura. No había dejado que Theo se la curara.
Pasó el corte y siguió bajando. Dormía con una camisa blanca abotonada y pantalones negros. La camisa estaba rota y le faltaban dos botones. Si tenía que adivinar, llevaba la misma ropa con la que se había marchado, aunque estaba bastante deteriorada. No olía en absoluto y, aunque las coderas parecían rotas, no había suciedad. Hermione supuso que Theo lo había golpeado con un Fregotego después del incidente de la fuente.
Tenía las piernas recogidas en el pecho y miró hacia los pies. No recordaba que se hubiera quitado los zapatos, pero solo tenía los calcetines negros. Se preguntó si una vez más había sido ella la causante de que fuera a buscarla sin el calzado adecuado. Se le oprimió el pecho.
Theo tenía razón. Se veía fatal.
Eso la hizo sentirse aún más en conflicto. ¿Cómo conciliaba su pasado con el hombre que venía a buscarla por la noche, que ahora dormía como un niño a su lado?
Fue sacada de sus pensamientos cuando él se movió. Sus ojos sombríos se abrieron. Miró hacia el techo, captando las estrellas y sus párpados se abrieron de par en par. Una mano salió disparada, agarrando el codo de Hermione como para comprobar que era real, para impedir que desapareciera si no lo era.
Se miraron fijamente, con la respiración sincronizada al inhalar uno y exhalar el otro, hasta que Hermione se sintió mareada.
—Has vuelto a casa, —susurró.
—Tú me lo pediste. —Su voz era uniforme.
Inhaló profundamente. No estaba segura de perdonarle, pero al sentir el calor de sus largos dedos imprimirse en su piel y ver el miedo en sus ojos, estaba dispuesta a escuchar.
—Lo siento. No debería haberte echado cuando obviamente necesitábamos hablar. Siempre he tenido la creencia de que no tuviste elección en tus acciones en la guerra, pero cuando me enfrenté a la realidad, a las personas reales que se vieron afectadas, no supe cómo reaccionar. Lo siento. Pero necesito que me cuentes lo que pasó. —Él frunció los labios, pero ella perseveró—. Necesito saberlo. Merezco saber la verdad.
Bajó la mirada hacia donde estaban conectados y frotó suavemente el pulgar contra su piel.
—Muy bien.
—¿Qué le pasó a Cora?
Él se estremeció al oír el nombre y su pulgar presionó con más fuerza. Se preguntó si la piel estaría sensible más tarde.
Él no respondió de inmediato, y ella estaba a punto de preguntar una vez más cuando él abrió la boca, todavía mirándose los dedos.
—Mi tía Bellatrix me entrenó durante la guerra. Aunque murió, yo había fallado en mi tarea de matar a Dumbledore. El Señor Tenebroso se enfadó, pero eso no era nada comparado con Bella. Me dijo que era una decepción para toda la estirpe Malfoy y Black, que era débil y que debía aprender a ser un sirviente como Dios manda. Así que empezó mis rigurosas lecciones.
Soltó una carcajada sin humor.
—A pesar de ser el Mortífago más joven, no tengo un talento especial para las maldiciones Oscuras, y mucho menos para las Imperdonables. El núcleo de mi varita ni siquiera servía para eso. El pelo de unicornio rara vez acepta la magia oscura. La querida tía Bella disfrutaba rompiéndonos a la varita y a mí. Entrenamos sin parar. Aprendiendo cosas que atormentarían tus sueños. Comenzó con animales. ¿Sabes que los gritos de los conejos suenan como el llanto de los bebés?
Sus palabras habían cobrado fuerza.
—Me puse enfermo la primera vez que lancé un Cruciatus a un conejo. Se retorció tanto que se rompió el lomo. Me vomité encima allí mismo y mi tía me regañó por ello. Dijo que, si no podía con los animales pequeños, nunca podría con las verdaderas alimañas que perseguíamos. —Sus ojos revolotearon hacia ella antes de apartar la mirada—. Sabía que traían rehenes. Los oía gritar durante los interrogatorios, pero aún no los había presenciado. Mi madre convenció a mi tía para que me dejara fuera hasta que me hiciera más fuerte, pero al final eso dejó de funcionar. Yo estaba allí cuando trajeron a Cora y a su marido. Él se desparticionó al intentar aparecerse y sangraba mucho por la pierna. Ella suplicó a alguien que lo curara, pero nadie quiso hacerlo. Los llevaron a la mazmorra y no los volví a ver hasta que se llevaron su cuerpo. Murió de una infección. ¿Te lo imaginas? Teníamos un arsenal de pociones que podrían haberle curado casi al instante, pero ¿por qué malgastar recursos en animales que esperaban ser sacrificados?
Sintió que se clavaba las uñas en la palma de la mano, pero no le interrumpió. No estaba segura de haber podido con la forma en que las feas palabras salían con fuerza de su boca.
—Lloraba y gritaba tan fuerte que podía oírla en toda la mansión. Recuerdo que deseaba que parara. Sabía que solo atraía más atención hacia ella, pero no lo hacía. Gritó durante horas. De repente me llamaron para que me reuniera con mi tía y supe lo que estaba a punto de ocurrir. Estaba tirada en el suelo. Sucia, casi muerta de hambre y maltratada. Casi no la reconocí.
Su mano apretó dolorosamente la muñeca de ella.
—Solo había lanzado el Cruciatus unas pocas veces sobre una persona antes. Nunca muy fuerte, lo que fue una decepción constante para Bellatrix. —Su voz empezó a temblar—. Ella me ordenó que lo hiciera. Lo intenté y la bruja apenas se movió. Bellatrix decidió que necesitaba motivación. Le lanzaba un hechizo cortante por cada intento que yo hiciera y que no obtuviera lo que ella consideraba una respuesta adecuada. Ella sabía que yo no tenía estómago para la sangre o la tortura. Sabía que, si podía lanzarle un buen Cruciatius, dejaría de cortarla. Concentré todo mi odio por mi hogar, mi vida, mi papel en aquella maldita guerra y finalmente pude lanzar un Cruciatus completo. Se inclinó con tanta fuerza sobre el suelo que me aterrorizó que se partiera la columna como el conejo. Terminé unos segundos después. Bella estaba tan excitada que ni se dio cuenta.
Había empezado a temblar y Hermione sintió que se le revolvía el estómago.
—Greyback apareció unos instantes después, atraído por la sangre. —El estómago de Hermione se hundió, el frío ardor del horror llenándole el pecho—. Estaba herida y agotada y no tenía información sobre La Orden. No había sido miembro, solo una bruja que intentaba huir con su marido muggle. Greyback le preguntó si podía jugar con ella. Le lamió la sangre de la mejilla.
Se estremeció, la repulsión evidente en su voz.
—Sabía cómo le gustaba jugar a Greyback. Oí los gritos en el bosquecillo de árboles junto a los jardines por la noche. Bellatrix le dijo que podía quedársela, pero que tenía que hablar con él de una próxima incursión. Me dijo que vigilara a la bruja, como si pudiera haberse movido o hecho algo. Cuando se fueron a consultar a Rowle, la bruja se me quedó mirando.
Ahora temblaba con más fuerza, le castañeteaban los dientes como si el frío le hubiera consumido.
—Tenía unos enormes ojos marrones. Intenté ignorar su mirada suplicante. Oí pasos, levanté la varita y, sin darme cuenta, lancé la maldición asesina por primera y última vez. No sabía si funcionaría. Solo la había lanzado con éxito sobre animales, pero de algún modo funcionó. Necesitas intención con la Maldición Asesina o de lo contrario no hará nada. No sé por qué lo hice. No la conocía. La gente era torturada y asesinada a diario y yo no había intentado impedirlo. Todo lo que podía pensar es que no quería que ella fuera despedazada por Greyback. Cuando Bella y el lobo volvieron, él estaba lívido. Intentó embestirme, pero Bella lo detuvo con bastante saña. Estaba tan extasiada que me besó la mejilla y sonrió de esa manera maníaca suya.
Miró hacia la cara de Hermione.
—Debería habértelo dicho. Me preguntaste por los Appleby y su hija y me quedé paralizado. Sabía que me dejarías. ¿Cómo ibas a quedarte? Soy un asesino. No podría haberla matado a menos que quisiera, a menos que lo dijera en serio.
La última frase salió en un jadeo.
—Te engañé y te atrapé. Lo sé. Lo he sabido todo este tiempo y aun así lo hice, aun así me casé contigo, aun así te toqué porque soy un cobarde. Soy un monstruo. —Se estremeció, una lágrima recorrió su cara—. No, no soy un monstruo. Soy un Malfoy. Lo llevo en la sangre.
Se le crispó la cara y empezó a sollozar. Le sujetó la mano como si fuera lo último que les unía.
Mordiéndose el labio, Hermione intentó contener las lágrimas, pero de todos modos se deslizaron por sus mejillas. Ella retiró suavemente la mano y él gimió, estirándola, pero sin permitir que su piel tocara la de ella. Lloró aún más por la pérdida de conexión. Ella se sentó y se desplazó hasta apoyarse en el cabecero de la cama. Se había rodeado con los brazos y estaba tumbado de lado, sollozando.
Ella tiró de su cabeza hacia su regazo, sintiendo su pelo hacerle cosquillas en la piel desnuda de sus piernas. Él intentó agarrarse a sus rodillas, a sus pantorrillas, a sus pantalones cortos de dormir, a cualquier cosa con tal de volver a estar unido a ella mientras temblaba. Ella le pasó los dedos por el pelo corto y le frotó la espalda, intentando calmarlo, para demostrarle que seguía allí.
Su jadeo empezó a disminuir mientras ella le susurraba que respirara. Finalmente, se recostó contra sus piernas húmedas con calma, un ligero traqueteo con cada respiración agitada. Ella habló cuando por fin pareció calmarse.
—Funcionó porque querías que muriera, pero no porque la quisieras muerta. Ella no iba a sobrevivir. No podías salvarla, pero tenías el poder de detener su sufrimiento y lo hiciste.
—No fui valiente. Ni siquiera me planteé intentar sacarla.
—A veces la valentía es hacer algo horrible pero necesario.
—Siempre haces lo valiente. Lo que salva a la gente. —Ella sintió sus palabras susurradas contra su piel.
Dudó un momento.
—Oblivié a mis padres. —Él no se movió ni dijo nada, pero ella sintió su respiración entrecortada por un momento—. Antes de huir. Sabía que serían objetivos y que estarían completamente indefensos. Ni siquiera les había dicho que se avecinaba una guerra. Así que me fui a casa y pasé dos semanas empapándome de cada interacción mientras me preparaba y planeaba. Me borré de cada foto, de cada momento, de todo. Puse patas arriba toda su vida, les quité a su hija y les di una nueva vida en Australia. Ya habían mencionado antes que querían ir de viaje. Pensé que al menos podría darles ese pedacito de ellos mismos.
—¿Dónde están ahora? —No se volvió para hacer su pregunta.
—En Australia. Volví... después de la guerra. Fui a su consulta, lista para revertirlo todo. Estaba muy emocionada, pero luego los vi. Eran felices. Su clínica dental estaba prosperando. Mi padre estaba bronceado y mi madre se había dejado el pelo más largo que nunca. Fueron obligados por el encanto a cambiar su nombre de Granger a Wilkins. Monica y Wendell Wilkins, expatriados británicos disfrutando del sol y el surf de Australia.
—Eres su hija.
—Nunca confiarían en mí. Les arrebaté su vida, su identidad. Incluso Harry y Ron estaban horrorizados. Apenas podían mirarme a los ojos cuando se lo conté. Mis padres verían un monstruo. —Estaba susurrando.
—No les quitaste la vida, los salvaste. Potter y Weasley se permitieron el lujo de juzgar porque no era una decisión que tuvieran que tomar. Es fácil señalar con el dedo cuando no son tus seres queridos los que están en peligro.
Hermione se secó apresuradamente las lágrimas que habían resbalado por su mejilla. Era la primera vez que alguien decía algo remotamente parecido a consolarla. Normalmente, la gente la miraba con horror, escandalizada por la decisión que había tomado, sobre todo a una edad tan temprana.
—Gracias. Ha sido muy amable. —Luchó para que sus labios no se torcieran hacia abajo.
—No intento ser amable. Solo intento ser más sincero. —Hizo una pausa—. ¿Crees que volverás a intentar acercarte a ellos?
Sacudió la cabeza antes de recordar que él aún no estaba mirando hacia ella.
—No estoy segura. Ha pasado tanto tiempo que no sé qué sería más cruel. No pueden echar de menos lo que no recuerdan.
—Pero tú recuerdas. —Su voz era tan baja que ella casi no le oyó.
—Es una carga que debo soportar.
—Seguro que te echan de menos. Quizá no recuerden del todo lo que echan de menos, pero está ahí, en algún lugar de sus almas. —Se quedó pensativo.
Hermione no quería seguir hablando de esto. Se sentía como si hubiera arrancado la costra de una herida que estaba cicatrizando e incluso la brisa de sus palabras le escocía.
—¿Llevas la misma ropa con la que te fuiste? —Su pregunta pareció distraerle lo suficiente y él giró la cabeza para mirarla, con las mejillas sonrojadas—. ¿Y llegaste sin zapatos anoche?
Desvió la mirada.
—Recibí tu mensaje y me entró el pánico. Pensé que si me llamabas era seguramente por una emergencia.
—¿No pensabas volver? ¿Incluso sabiendo que te enviarían a Azkaban? —Seguía sin creerse del todo lo que Theo le había contado.
—Me dijiste que me fuera. Es tu casa. Es donde te sientes segura. Quería asegurarme de que mantuvieras eso.
—¿Por qué te importa?
No respondió. Sus ojos, plateados, brillantes y desprevenidos, se clavaron en los de ella. No se movieron, no vacilaron, solo se clavaron silenciosamente en los de ella. No dijo nada. Ella se sintió cruda y diseccionada bajo su mirada.
Ella se agachó y le acarició la mandíbula con los dedos. Él cerró los ojos brevemente al contacto y luego los volvió a abrir.
—¿Puedo volver a casa, por favor? —Su pregunta fue tranquila y vacilante.
¿Era también su casa? Ambos se habían referido a ella como tal. Hermione pensó en el omnipresente vacío que parecía haber afectado a toda la casa desde que él se había marchado.
—Basta de mentiras. —Le mantuvo la cara inmóvil, intentando transmitir su seriedad en el tacto—. No puedo hacer esto si sigues mintiéndome.
Su labio dio un tic casi imperceptible que desapareció un instante después.
—No más mentiras. —Su acuerdo fue firme y seguro.
Se inclinó lentamente y dejó que sus labios rozaran los de él, con el áspero comienzo de la barba arañando la sensible piel de su barbilla.
El beso fue casto. Si se sintió decepcionado, no lo demostró. En lugar de eso, suspiró contra sus labios y se apartó para mirarla a la cara, siguiendo la forma de su pelo, alborotado por el sueño, hasta las pecas que bailaban en su nariz y su boca, donde se detuvieron un momento más.
—Lo siento, por todo. —Le frotó la mejilla con su áspero pulgar—. Por lo que dije, por cómo actué. Fue injusto. Me sentí atrapado y en vez de hablar contigo, me enfurecí. —El pulgar detuvo su suave movimiento—. Estoy intentando olvidar toda una vida de tonterías. No es una excusa ni tu responsabilidad guiarme a través de ello. Estoy trabajando en ello. Te lo prometo.
La disculpa fue una sorpresa.
Había aprendido desde muy joven a no esperar disculpas inmediatas de los hombres de su vida. Harry y Ron eran muy rencorosos. Al final acababan por aceptarlo, pero no sin que el otro le riñera un poco.
—Tenías razón, —susurró—. Sobre que tenía un pie fuera de la puerta. Después de la guerra, después de perder a Fred, de casi perder a Harry, a mis padres... —se interrumpió un momento—. No sabía si quería dejar entrar a alguien nuevo. No estaba segura de poder arriesgarme a perder a otra persona. Nunca pensé que tendría que hacerlo. Había asumido que acabaría con Ron, pero nunca... no te esperaba.
—Hermione…
—No, déjame terminar. Por favor.
Inhaló.
—Siempre he confiado en ser perfecta. En la escuela, en mi trabajo, he tenido que luchar el doble para que me tomen en serio en el mundo mágico. La verdad, tengo miedo. Siempre tengo miedo. Tengo miedo de fracasar, de decepcionar a la gente, de perder a la gente y tengo miedo de que la gente reconozca lo asustada que estoy. Así que te alejé. Porque si no te acercabas, no verías lo imperfecta que es la Chica Dorada. No sé lo que estoy haciendo. No tengo todas las respuestas.
La habitación estaba en silencio. Los segundos pasaban y Hermione sentía que le ardían las mejillas.
Finalmente, habló.
—No me casé con la Chica Dorada. Me casé con Hermione Granger. No necesito que seas perfecta. Solo necesito que seas tú, conmigo.
Le entraron ganas de llorar al oír esas palabras.
No estaba segura de si era su mirada desprevenida, la presión de su piel contra la de ella o que por fin había descansado, pero solo pudo asentir como respuesta.
Le dedicó una sonrisa torcida antes de estirar las extremidades por encima de él.
—Es el mejor descanso que he tenido en varios días.
—¿La mansión Nott no proporcionó el lujo esperado de un compañero heredero?
Soltó una carcajada.
—Tippi se esforzó al máximo, pero imaginar mi inminente divorcio hizo que la estancia fuera un poco deslucida. Theo estaba completamente exasperado conmigo. Puede que me bebiera un whisky muy caro y que fuera una amenaza en los jardines.
Ella frunció el ceño, mirando el corte en su labio.
—¿Todavía tienes el ungüento?
—Lo dejé aquí, pero ahora me aplicaré un poco. —Sonrió tímidamente. Se levantó de la cama arrastrando los pies y salió de la habitación, dejando la puerta abierta.
Hermione estiró sus propias extremidades y caminó para salpicarse la cara y cepillarse los dientes, luego se dirigió hacia la cocina. Oyó la puerta del lavabo cerrarse en el pasillo mientras preparaba el té y empezaba a preparar el desayuno. Ya era mediodía, pero apenas había comido desde su pelea.
Cuando Malfoy entró en la cocina, estaba duchado y afeitado, llevaba un chándal gris y una camiseta blanca de algodón. Parecía más fresco y más parecido a sí mismo que una hora antes. Se detuvo junto a la mesa, casi dudando en sentarse. Sus manos jugueteaban con el dobladillo de la camiseta. Permaneció así hasta que Hermione sirvió la comida. Se sentó y empezó a picotear de su plato después de un rápido agradecimiento.
Hermione estaba terminándose los huevos a grandes bocados, cuando él se aclaró la garganta. Al levantar la vista, vio la aprensión en su cara teñida de rosa. Lo miró extrañada, sin entender de dónde venía ese aire de nerviosismo.
—No quiero que pienses que hago esto para enmendar mi comportamiento o para congraciarme contigo.
Ella ladeó la cabeza interrogante. Él respiró hondo y se llevó las manos al bolsillo. Sus largos dedos sacaron algo que centelleaba. Respiró hondo de nuevo y dejó el objeto sobre la mesa, junto a ella.
Era un anillo.
Un anillo precioso.
Un anillo precioso de diamantes.
Hermione se quedó mirando el gran diamante ovalado. No sabía nada de talla ni de calidad, pero sabía que el diamante era grande. Estaba encajado en unas garras de oro que sujetaban la piedra a un anillo de oro. La cinta era de oro trenzado, y en el tejido brillaban pequeños diamantes.
—Conseguí esto cuando visité mis bóvedas.
Siguió mirándolo fijamente.
—Pensé que, ya que estamos casados, deberías tener un anillo. —Su dedo tamborileó nerviosamente contra la mesa—. Se apoderaron de bastantes reliquias, pero aún quedaban algunas piezas. No es el anillo más extravagante, pero de todos modos no pensé que lo quisieras. Si no te gusta, podemos elegir otro. Por supuesto, eso es si quieres un anillo. No tienes que llevar un anillo. No se trata de reclamar mi derecho sobre ti ni nada de eso. Solo quiero que tengas la opción, —divagó mientras seguía dándose golpecitos con los dedos.
Al ver que ella seguía sin moverse, alcanzó el anillo.
—Lo siento, he sido un presuntuoso al pensar que querrías un recordatorio de todo este calvario. —Se dispuso a meterse la pieza en el bolsillo, pero Hermione alargó la mano para detenerlo. Se congeló bajo su contacto.
Sin decir palabra, extendió la mano izquierda hacia él, con los dedos separados. Él se quedó mirando su mano. Levantó la vista para mirarla a la cara y exhaló nerviosamente antes de coger lentamente el anillo. El diamante captó la luz del atardecer, creando un arco iris en la cocina. Sus manos temblaban suavemente, recordándole a ella cuando habían intercambiado votos en un estrecho despacho de Azkaban. Le puso el anillo en el dedo, deslizándolo suavemente por el nudillo. El metal se calentó antes de cambiar de tamaño para ajustarse perfectamente a ella.
De algún modo, el metal que rodeaba su dedo le parecía más significativo que la casi imperceptible cadena que envolvía su muñeca y su mano. El brillo del oro y los diamantes se reflejaba en su piel.
—¿Deberíamos dejar de llamarnos por nuestros apellidos? —Ella lo miró y captó su sonrisa infantil.
—No estoy seguro de poder dejar de llamarte Granger.
—Ni siquiera es mi apellido, técnicamente.
—Siempre serás Granger para mí.
Sintió que el calor le subía por el cuello.
—¿Eso significa que debo seguir llamándote Malfoy entonces?
Sacudió ligeramente la cabeza.
—Me gusta bastante que me llames Draco. Ese nombre es solo mío.
—Draco. —Su nombre le resultaba extraño en la lengua. Como si hubiera lanzado un hechizo con el nombre, sus pupilas se dilataron y su boca se abrió ligeramente.
—Quiero salir. —Las palabras salieron de su boca con tanta fuerza que ella casi se estremece—. Quiero decir contigo. Fuera. En algún lugar muggle. No soy exigente.
—¿Quieres salir fuera conmigo? —Su pregunta le hizo ponerse rojo.
—Me gustaría pasar una noche fuera contigo.
—¿Fuera? ¿Como una cita?
Se revolvió en la silla.
—No tiene por qué ser algo tan formal o serio. Aunque solo sea salir a tomar algo a un pub. Hace tiempo que no salimos juntos como gente normal. Me gustaría pasar tiempo contigo en el que yo no sea Draco Malfoy, el mago más odiado de Gran Bretaña, y tú no seas Hermione Granger, heroína de guerra. Quiero ser solo Draco y tú puedes ser solo Granger. Solo nosotros. Solo nosotros.
—Eso estaría bien. ¿Vamos esta noche?
—Tú eres la que tiene trabajo. Mi horario es muy abierto. Ventajas de ser heredero. —Sonrió.
Puso los ojos en blanco.
—Creo que puedo incluirte. —Se lo pensó un momento—. ¿En algún lugar por aquí?
—Ben mencionó un pub en Londres que le gusta. Pensé que tal vez podríamos arriesgarnos. —La esperanza en su cara empujó a Hermione a estar de acuerdo.
Se excusó para prepararse, necesitaba unos momentos para serenarse.
De todos los momentos que habían cambiado la dinámica de su relación, esta conversación era la única que Hermione no podía explicar, no podía razonar consigo misma.
Hermione ya no podía negarlo.
A pesar de todas las prevenciones, dudas y resistencia general que había opuesto a sí misma y a los demás, tuvo que admitir que sentía algo más que lástima o curiosidad por su marido.
Sentía algo por Malfoy y no sabía dónde la dejaba eso.
Salió de su habitación, con el corazón latiéndole más deprisa mientras se dirigía hacia él. El sol estaba bajando en el cielo, arrojando luz alrededor de la casa. Hermione lo encontró, como era de esperar, leyendo en el sofá, con la rodilla rebotando.
Al oír sus pasos, levantó la cabeza.
—Estás preciosa.
Sintió un cosquilleo que le subía por la espina dorsal cuando se pasó el anillo por el dedo por detrás de la espalda.
—¿A dónde vamos esta noche?
Cerró el libro y se levantó. También se había puesto unos pantalones gris claro y una camisa blanca.
—The White Queen. Está en Hampstead.
—Podemos aparecernos.
—Eso sería lo ideal, a menos que también tengas una Capa de Invisibilidad.
Hermione respiró hondo cuando salieron de la casa, respirando el aire caliente y el olor a hierba. Cerró los ojos cuando una brisa fresca abrió la rebeca que llevaba sobre el vestido blanco. Pequeñas flores recorrían la tela, cuyo azul era menos vibrante con la luz menguante. Cuando se volvió para mirarle, él la miraba fijamente, con la comisura de los labios ligeramente levantada.
—¿Qué?
Sacudió la cabeza, con la luz del sol reflejándose en su pelo rubio.
—Nada. Vamos. —La cogió de la mano y tiró suavemente de ella para cruzar la puerta.
— ¿Listo? —Se volvió para mirarla, con la mano aun fuertemente agarrada a la suya.
—Sí. Vamos. —Asegurándose de no soltarse de él, los apareció detrás de una pequeña panadería que había visitado varias veces. Intentó separar su mano de la de él, pero sus dedos se apretaron y él empezó a caminar con ella a su lado hasta que estuvieron en la calle.
—No creo que esté muy lejos de aquí. Ben dijo que estaba cerca de Heath Street y Church Row, así que deberíamos encontrarlo si seguimos caminando. —Miró las señales cercanas y se dio cuenta de que los había aparecido a unas pocas manzanas de distancia.
Convencida de que no iban a vagar en la oscuridad, dejó que la guiara por la acera. La mano de él estaba caliente en su palma y sintió el pulgar de él rozando el anillo de ella. Esa tensión familiar que parecía aumentar cuando estaba cerca de él crecía sin cesar al sentir el roce de la tela de su camisa con su piel.
Cuando ella no estaba segura de poder soportar otro roce, él los detuvo frente a un pub. Letras doradas en escritura inglesa antigua rezaban The White Queen. Le soltó la mano mientras tiraba de la pesada puerta de madera y le hizo un gesto para que entrara. La taberna estaba llena de reservados de cuero verde oliva y la barra era de madera de color oscuro con ventanas de cristal. Los clientes se sentaban en la barra y en los reservados. El sonido de las conversaciones y el tintineo de las copas resonaban en la sala iluminada por la noche.
—Elige dónde te gustaría sentarte. Puedo ir a por bebidas. ¿Qué te apetece?
—Um, ¿vino blanco?
Asintió y se volvió hacia el bar.
—Espera, ¿no necesitas dinero? —Ella empezó a meter la mano en su pequeño bolso, pero él le hizo un gesto para que no lo hiciera.
—No hace falta. Yo me encargo. —Se marchó, dejando a Hermione preocupada por si dejaba un montón de galeones encima de la barra.
Miró nerviosa a su alrededor antes de meterse en una cabina cercana. El tapizado verde estaba frío contra su espalda. Un momento después, Draco regresó con una pinta y un vaso de vino blanco frío. Acercó suavemente su silla y se sentó, deslizando su vaso hacia ella.
—No puedo verificar lo buena que será esa cosecha, pero es alcohólica.
Tomó el vaso y bebió un sorbo. Estaba fresco y ligeramente dulce. Después de que él bebiera un largo trago de su propio vaso, ella le preguntó lo qué le rondaba por la cabeza.
—¿Pagaste con dinero muggle?
Puso los ojos en blanco.
—No, cambié un pequeño huevo Firebelly ucraniano por estos.
—No me imagino dónde escondías eso, —replicó ella, fingiendo registrar su cuerpo y ganándose un leve sonrojo mientras él daba un sorbo a su cerveza.
Se detuvo un momento antes de lamerse los restos de los labios.
—Me aseguré de cambiar una cantidad en Gringotts. Vivimos muy cerca de un pueblo muggle. Pensé que sería bueno tenerlo disponible. —Su respuesta fue suave y lógica.
Sintió que la tensión de sus hombros se relajaba ligeramente.
—Por supuesto, fue una decisión inteligente.
—¿Estamos un poco susceptibles, Granger? ¿Tienes miedo de que rompa el Estatuto Internacional del Secreto Mágico por una cerveza y un vino baratos?
—Por lo que sé, bien podrías.
—Ya he estado con muggles y he vivido para contarlo. —Resopló.
—¿En serio? ¿Cuándo? —Ladeó la cabeza.
Su pregunta le hizo detenerse una vez más. Su dedo golpeó la madera de la mesa antes de levantar el vaso.
—Aquí y allá. Incluso para un Sangre pura adinerado es casi imposible no cruzarse con muggles en algún momento. Visité los viñedos de los Zabini y el pequeño pueblo cercano era muggle, así que pasamos una o dos noches en un pequeño establecimiento de allí.
Hermione enarcó una ceja.
—Qué escandaloso. Me pregunto qué pensarán los Sagrados Veintiocho de que uno de los suyos se mezcle con muggles.
—Lo que no saben no puede hacerles daño. —Una mirada extraña recorrió sus facciones durante un fugaz instante antes de que se apoderara de él una sonrisa de autodesprecio—. Ya no es que piensen mucho en mí. Resulta que pueden pasar por alto el genocidio, pero la mala prensa es ir demasiado lejos. De todas formas, que les vaya bien. —Acercó su vaso al de ella y bebió un buen trago.
Hermione al menos podía estar de acuerdo con esa afirmación. El vino no era terrible y ayudaba a templar sus nervios. Siguieron bebiendo y hablando de temas más seguros como las nuevas reformas de Pansy en su piso y sus asignaturas favoritas del colegio. Después de otro trago, estaban riendo y disfrutando de la compañía del otro.
—Pociones, claramente. Fue una de las clases que realmente valió la pena.
—¡Solo te gustó que te dieran un trato especial!
—Claro que me gustaba el trato especial, es lo que me gusta. De todas formas, no es que recibiera ningún trato especial de Slughorn. Ese hombre apenas me miraba y mucho menos elogiaba mis casi perfectos brebajes. Nadie podía eclipsar al Elegido. —La miró fijamente.
—No me hagas hablar de esa clase. Ese maldito libro era la perdición de mi existencia. —Hermione gimió.
—¿Qué libro?
Apretó rápidamente los labios, sin saber qué responder.
—¡Eh! ¡Rubito!
Hermione miró a un hombre mayor con la cara arrugada y el pelo rubio arenoso y canoso. Tenía las mejillas sonrosadas y les sonreía jovialmente.
—¡Hace un rato que no te veo!
Draco levantó una ceja mirando al hombre.
—Lo siento, ¿nos conocemos?
—¡Soy el viejo Leonard! Me alegro de verte por aquí. Aunque quizá no desde que The King está fuera de servicio. No tengo ni idea de lo que ha pasado allí, lo han bloqueado todo, no dejan entrar ni a un alma. —El hombre se echó a reír.
Hermione sintió que se le fruncía la cara de confusión. Era obvio que el hombre sentía que conocía a Draco.
—Lo siento, Leonard, debes haberme confundido con otra persona. —Draco sonrió de buena gana—. Me han dicho que tengo cara de famoso. Quizá te recuerde a alguien, pero por desgracia no nos conocemos. ¿Puedo invitarte a una pinta para presentarte como es debido?
Los ojos del hombre brillaron mientras asentía con entusiasmo.
—Cierto, cierto, debe ser eso. Mis ojos ya no son lo que eran. —Sonrió a Hermione—. Perdón por molestar. Felicidades por sus nupcias. Que pasen buena noche.
Draco condujo al hombre a la barra, donde charlaron hasta que el camarero le entregó al caballero mayor un vaso rebosante. Draco le dio una palmada en el hombro y emprendió el camino de vuelta.
—Bueno, eso fue raro.
Draco hizo un gesto con la mano.
—Parecía un poco borracho. Tal vez sea una estratagema para conseguir bebidas gratis, pero no dudaría de que el pobre tonto realmente se pierde en su propio vaso con bastante regularidad.
La explicación tenía sentido, pero algo le llamó la atención.
—Me pregunto cómo supo que estábamos recién casados. Nunca lo mencionamos.
Las cejas de Draco se fruncieron un momento antes de alisarse.
—Probablemente has visto cómo te he estado mirando toda la noche. Ese vestido te sienta muy bien.
La miró con aprecio antes de apoyar la barbilla en la mano.
—Además, aunque sea uno de los anillos más modestos de mis bóvedas, sigue siendo bastante llamativo, sobre todo con tus delicados dedos. Probablemente fue un golpe de suerte.
Mientras hablaba, su mano libre empezó a recorrer el brazo expuesto de ella en dirección a los dedos. La piel de Hermione se erizó ante su contacto. Apretó los muslos por la repentina pesadez que sintió entre las piernas ante las palabras coquetas y el simple contacto. Era increíblemente desarmante.
—¿Te apetece otra copa o salir de aquí? —Sus ojos se habían oscurecido, y las suaves lámparas del pub hacían brillar su pelo y acentuaban las sombras de su afilado rostro.
Hermione sintió que el corazón le daba un vuelco.
—Creo que estoy bien saciada.
Sin más discusión, se levantó y llevó sus vasos vacíos a la barra antes de dejar algunos billetes encima.
Hermione lo esperó en la puerta. Le puso la mano caliente en la espalda antes de abrir la puerta. Ella esperaba que él la condujera una vez más por la acera, pero sintió que se desviaba por un callejón lateral.
—Draco... —Antes de que pudiera terminar la frase, sintió que él la empujaba contra la pared de ladrillo. Apretó su cuerpo contra el de ella y su boca empezó a chuparle la sensible piel del cuello. Todo aquello la pilló desprevenida, pero gimió cuando él le pellizcó suavemente la clavícula.
—Llevo toda la noche deseando hacer esto. —Su aliento acarició su piel, provocándole escalofríos en la espalda y en el cuero cabelludo—. Quiero probar algo.
Ella no tenía capacidad para las palabras, pero sintió que su cabeza se movía arriba y abajo mientras él la sacudía con las caderas. Lo sintió subir lentamente la tela de su vestido por los costados de sus muslos. Una vez que la tela rodeó sus caderas, sintió el aire caliente contra su carne. De repente, recordó que estaban en un lugar muy público.
—Draco no podemos... —Sus palabras fueron más bien un jadeo mientras él la frotaba por encima de las bragas—. La gente... la gente podría ver... —se interrumpió mientras él deslizaba los dedos en sus pliegues húmedos, rodeando el punto que sabía que la deshacía.
—Este callejón apenas se usa; nadie nos verá. —Parecía bastante desierto. Ninguna luz iluminaba el oscuro pasillo exterior—. Podemos parar si quieres, pero no nos pillarán. —La punta de su dedo se hundió dentro de ella, retorciéndose ligeramente.
Ella sintió que sus manos se aferraban a los brazos de él mientras gemía en voz alta.
—¿Quieres que pare? —Él detuvo su delicadeza, permitiéndole recobrar la compostura. Su aliento olía a trigo y alcohol cuando chocó contra su cara. Sabía que debía decir que no, pero la presión volvió a surgir cuando él la miró fijamente. Sentía que el aire entre ellos podía estallar en cualquier momento y sabía que ella tenía la cerilla.
—No.
No necesitó nada más antes de arrodillarse ante ella. Aún tenía el vestido recogido en una mano y utilizó la otra, aún resbaladiza, para bajarle las bragas. Ella dejó que se las bajara hasta los pies antes de guardárselas en el bolsillo. Cuando estuvo desnuda ante él, le pasó la nariz por la cara interna del muslo.
—Nunca he hecho esto antes, así que por favor dime si lo estoy haciendo mal.
Fue la única advertencia que le dio antes de que ella sintiera su lengua acariciando sus pliegues. Ella agitó las caderas, sorprendida, y él la sujetó con ambas manos contra su boca. Sin preámbulos, empezó a chupar y lamer, concentrando su atención en su manojo de nervios. Ella gimió con fuerza, intentando equilibrarse contra el áspero ladrillo de su espalda.
Draco se echó hacia atrás y la luz de la luna se reflejó en el brillo de la humedad que le cubría la barbilla.
—Nadie puede vernos, pero pueden oírnos. No me importa ni un poco, pero puede que tú pienses de otra manera.
A continuación, dejó caer el vestido a su alrededor. Ella sintió cómo le separaba los labios antes de soplar aire frío contra su clítoris. Se mordió la lengua para no gritar. Él siguió chupando y mordisqueando antes de introducirle un dedo largo. Mientras enroscaba el dedo, empezó a imitar con la lengua los movimientos que le había hecho antes, moviéndola en círculos alrededor de su capullo. Como una esponja, había absorbido cada movimiento de ella y exploraba con curiosidad su cuerpo con un fervor que ella nunca había experimentado. Su entusiasmo por aprender lo que le gustaba, por darle placer, la sorprendía a cada paso.
Ella había empezado a mecerse lentamente contra él mientras la presión de su cuerpo aumentaba cada vez más. Él le había echado una pierna por encima de los hombros, ayudándola a sostener su peso. Una y otra vez, él enroscaba el dedo en un movimiento atrayente, golpeando un punto deliciosamente sensible en su interior que hacía temblar sus piernas.
Con una profunda succión contra su clítoris y una firme presión en ese punto interior, la cuerda se rompió y ella gimió con fuerza. La mano que no había estado conectada a ella se disparó hacia arriba, amortiguando sus gritos mientras se corría a su alrededor.
La dejó cabalgar las olas de placer sobre él. Incluso cuando terminó, siguió lamiéndola hasta que su sensibilidad fue casi dolorosa. Le arregló la ropa y se levantó antes de dejarle un beso abrasador en los labios que sabía y olía a ella.
—Ahora podemos irnos a casa. —Sonrió y le peinó unos rizos en la nuca. El ladrillo había creado algunos enganches que él alisó.
—Pero tú... —miró fijamente sus pantalones ajustados—. Tampoco llegaste la última vez.
Le acarició el pelo con la barbilla antes de sacarla del callejón.
—No es una competición. Aunque si lo fuera, creo que yo iría en cabeza. —Sonrió antes de que su cara se suavizara—. Lo hice porque quise y estoy encantado de que tú también quisieras. Me conformo con irme a casa esta noche.
La sostuvo de la mano una vez más mientras caminaban por las calles iluminadas. Podría haberlos hecho aparecer desde el callejón, lo que habría sido la opción más inteligente. En algún lugar de su mente recordó la advertencia de Hannah sobre los recientes ataques, pero en el resplandor de su clímax, con el peso de la mano de Draco entre las suyas, quiso alargar el momento todo lo posible.
Cuando por fin llegaron a casa, ella vio cómo él daba de comer a Crookshanks y luego apagaba las luces de la pequeña casita, la rutina nocturna le parecía tan cómoda a él como a ella.
Mientras estaba tumbada en la cama, rodeada por los brazos de él, se dio cuenta brevemente de que no había comprobado sus protecciones ni su bolso de cuentas antes de meterse bajo el edredón.
Por primera vez en mucho tiempo, Hermione se sintió contenta de estar donde estaba y ser quien era.
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Nota de la autora:
¡Sí! ¡Oficialmente en el tercio final de la historia!
Para todos los que estáis preocupados de que no sea HEA, no os preocupéis, lo es. La historia está casi completamente terminada :) Empecé a escribir en febrero. Solo actualizo a medida que se terminan de editar.
Rompeprop y noxhunter, ¡sois las mejores betas!
Esto fue escrito en mi iPhone mientras conducíamos a una boda. La princesa pasajera ataca de nuevo. Proceded con precaución.
No soy dueña de una mierda
