Eiji logró contactarse con Max luego de meses desde que había abandonado Manhattan. Esos meses se transformaron en años que le costaron esfuerzo para volver.
Por fin se había graduado de la universidad y aunque no había encontrado un muy buen trabajo que lo sustentara adecuadamente fue suficiente para lograr ahorrar lo necesario y volver a la tierra de las oportunidades, aunque, al lince de Nueva York le habría hecho gracia esa expresión.
Contactar a Max Glenreed no fue sencillo, principalmente porque en dos años las cosas pueden cambiar bastante. Sin embargo, comunicándose mediante misivas Eiji pudo tener la certeza de que Ash estaba vivo y estaba con él. Eso era todo lo que le importaba si hablaba sinceramente. Todo comenzaría siendo una sorpresa para Ash, puesto que se pondría muy contento al ver de nuevo al japonés después de tanto tiempo.
Tenía muchas ganas de contarle el porqué de su ausencia durante tanto tiempo sin necesidad de redactar una carta o algo de por medio. Solo quería hablar sinceramente como en los viejos tiempos. Sin embargo, las cosas a veces no marchaban como lo esperaba.
Estaba entusiasmado por su anhelado encuentro, sin embargo, algo en su corazón te decía que quizá había algo que Max no le había comunicado. Siempre fue bueno con sus corazonadas e incluso ahora no podía hacerlas de lado. Cabía la posibilidad de que Max, quien era lo más cercano a un padre para Ash, se hubiera tomado la molestia de contar una historia no del todo cierta y eso le hizo a Eiji querer ver a su amigo lo antes posible.
¿Qué tanto había sucedido desde que se subió a ese avión aquel 20 de diciembre?, ¿cuánto se perdió? Su mente y espíritu le dieron una alerta que debía escuchar. Sobre todo porque parecía que Max sonaba demasiado tranquilo en su redacción. Era un sabio eligiendo las palabras, dotes de su carrera como periodista, sin embargo, no se escapaba de los agudos sentidos de Eiji Okumura.
El japonés estaba en el aeropuerto de Tokio a tan solo una hora de que saliera su vuelo. Para calmar su corazón o avivar la ardiente llama en él, desdobló la última carta que Max le envió y la leyó por enésima vez. Era concisa y precisa.
"Aslan estará extremadamente feliz de volver a verte, Eiji. Nos encontramos en la dirección que te indico al final. Espero que tu viaje sea cómodo y que goces de buena salud".
Era extraño pensar que el joven americano mencionado en la carta no mandara a decir nada, y ese pensamiento abatió a Eiji Okumura, porque de por sí nunca recibió cartas suyas desde su partida, a excepción de las menciones que Max podía haberle dado semanas atrás.
Eiji chasqueó la lengua pensativo y no tuvo más tiempo de cavilar sobre ello porque la voz de la aerolínea indicó que era hora de abordar. Sin embargo, en el avión tuvo mucho qué pensar.
El chico japonés pisó suelo americano muy avanzada la noche en el horario local.
Luego del cansado vuelo esperó ver por fin a aquella persona tan importante para él, pero para su sorpresa, no fue la imagen que tenía en mente lo que encontró.
Eiji permaneció atento entre las personas pululando, pero no veía a nadie que conociera. ¿Es que acaso no había nadie esperándolo? Quería pensar que quizá Ash había cambiado tanto que ahora no lo reconocía.
Siempre era su mente queriendo salvarse a sí misma.
Pasaron unos diez minutos en los que todo lo que pudo hacer fue esperar. Cuando apenas la ansiedad estaba comenzando a devorárselo vivo, vislumbró al hombre entre el gentío. Era Max Glenreed que se aproximaba a toda prisa abriéndose paso desesperadamente. Eiji se habría asustado terriblemente de no ser porque Max tenía una sonrisa dibujada en el rostro. Teniéndolo frente a frente las palabras se le fueron; no tenía ni la más minúscula idea de qué decir.
—¡Eiji! Mírate nada más. ¡Cómo has crecido! Estás más alto que la última vez. ¡Bienvenido de vuelta a Nueva York! —Hablaba jadeante, con la frente llena de sudor y las manos temblorosas—. Disculpa la tardanza… Ocurrieron unas cosas que tuve que atender, pero… ¡En fin!, ¡qué gusto volver a verte, muchacho!
Max abrió los brazos grande para que Eiji se envolviera entre ellos. ¡Cierto que la cultura occidental era así de cálida!
No le quedó de otra y aceptó aquel abrazo de oso. Sin embargo, mientras dejaba que el hombre lo estrujara con afecto y le palpara la espalda paternalmente, se preguntaba con ferocidad: «¿Dónde está Ash?, por qué no vino a recibirme?, ¿por qué Max se encuentra tan agitado?»
El ruido hizo eco en su mente.
Pronto Eiji se dio cuenta de que no había pronunciado palabra alguna y no quería ser maleducado, por lo que al separarse del contacto físico, con la mejor sonrisa que pudo esbozar apenas dijo:
—También me da mucho gusto verte, Max. ¿Cómo están Michael y Jessica?
Sí, esa fue una cuestión que puso pensativo al hombre, porque naturalmente esperaba que fuese por Ash por quien preguntara. Ello estaba fuera de sus especulaciones sin lugar a dudas.
—Ellos están bien. Gracias por preguntar, Eiji.
Se vieron fijamente sin agregar nada en segundos que parecieron largos minutos. Max meneó la cabeza sin dar lugar a comentarios ambivalentes y tomó las maletas del joven.
—Para quedarte mucho tiempo traes contigo poco equipaje —comentó dándole la espalda a Eiji mientras de dirigían al estacionamiento.
—Ya tendré tiempo de hacerme con bienes si consigo un trabajo a la redonda.
—Así que ya tienes tu plan y todo —dijo con media sonrisa.
—O quizá improvisaré sobre la marcha.
—Eso no va contigo, chico.
Por primera vez desde su llegada Eiji sonrió. La situación comenzaba a molestar un poco a Max, porque incluso cuando ya estaban en el auto, el japonés no hacia ningún comentario referente a su preciado amigo.
Debían ponerse al día, pero no había una forma simple de hacerlo.
—Eiji… —comenzó diciendo el hombre con ambas manos en el volante y la vista fija en la carretera—, te quedarás en casa con los tres. Arreglamos una habitación para ti, así que no habrá problema si quieres quedarte despierto hasta tarde. Sé que acostumbrarte al horario de esta ciudad va a ser difícil, seguro que los primeros días estarás vivaracho mientras los demás dormimos y viceversa.
—¡Qué considerado! Muchas gracias, Max —dijo con sinceridad. En efecto, no tenía nada de sueño pese a la tardía hora.
—¿Tienes hambre?
—Comí algo en el avión, aunque…
—¿Te parece si cenamos todos juntos al llegar? Michael estaba ansioso de hablar contigo, te recuerda con cariño.
—Me encantaría. —Sonrió.
Efímero silencio.
—¿Cómo está todo con la escuela?
—Fui capaz de graduarme de la universidad a finales del año pasado, así que…
—Felicidades.
—Gracias. —Pese a estar sentado en el asiento de copiloto hizo una leve inclinación de cabeza que reemplazó a la reverencia que buscaba ofrecer.
—¿Sabes? Hablas muy bien el inglés. Mucho mejor de lo que lo hacías la última vez que viniste a los Estados Unidos.
—Estuve estudiando mucho —admitió con un imperceptible sonrojo—. Practicando, sobre todo.
La conversación de camino a casa de la familia Glenreed fue banal, vacía, cotidiana. No parecía que llevaran sin verse poco más de dos años, sino que daba la sensación de que la más longeva separación había sido de una o dos semanas.
Llovía débilmente. Apenas una leve llovizna que azotaba el parabrisas. El sonido ligero del agua cayendo constantemente mantuvo en calma todo momento de silencio que podría interponerse entre los dos.
Se sumergieron en el tráfico al adentrarse en la gran ciudad.
Las gotas de agua escurriendo por la ventana no permitieron que Eiji observara correctamente a la bulliciosa ciudad de Nueva York. Las luces de la calle por la noche, los vidrios empañados y su astigmatismo no le dejaron apreciar gran cosa.
El hombre tenía algo de sueño, sin embargo, a pesar del cansancio que podría suponer un vuelo de quince horas, a Eiji se le veía más fresco de lo esperado. Tan tranquilo como siempre, con la mirada perdida desbordando sus habituales sentimientos melancólicos.
Max estaba cansado. No solamente porque su físico así lo dictaba, sino porque su corazón protector no podía soportarlo más.
—Eiji… —Dejó que el silencio se abriera campo unos segundos. Cuando hubo captado la mirada curiosa del muchacho, siguió hablando con calma—. ¿No vas a preguntar por Ash?
Eiji abrió los ojos muy grande. Carraspeó antes de darse cuenta y devolvió la vista fija a la carretera. Lo habían tomado por sorpresa.
—Supongo que… habré hecho algo para que esté molesto conmigo… —dijo con un hilo de voz. Mantuvo la mirada en su regazo como un niño asustado.
—¿Qué? No, Eiji, no. Para nada…
—Lo siento. No quería que fuera lo primero que dijera cuando apenas te viera, Max. Me siento agradecido por tu apoyo; por haber respondido a mis cartas y por ofrecerte a darme asilo. Lo aprecio de verdad.
—Sabes que no es ningún problema. Pero, retomando lo anterior, ¿no piensas preguntarme nada al respecto? Desde ahora te digo que Aslan no está molesto contigo, no señor. Todo lo contrario… ¡él está de verdad feliz por verte! Ha estado ansioso desde que supo que volverías.
—¿Acaso él… no tiene alguna clase de resentimiento? Nunca recibí ninguna carta suya salvo lo que tú escribías sobre él, Max. Entre párrafos mencionabas que me enviaba sus saludos, que quería verme de nuevo y deseaba hablarme… Pero nada más. ¿Pasó algo?
Max tomó aire.
—Verás… Cuando partiste de América las cosas no se quedaron tranquilas por mucho tiempo. Había más ajetreo del que parecía. Esa tarde…
El hombre se tomó el tiempo de resumir los sucesos para Eiji en su ausencia.
Por razones que ni el mismo Max conocía muy bien, Ash había sido hallado en la biblioteca pública dormido. Más bien desmayado, casi al borde de la muerte. Y luego de ello había sido trasladado al hospital porque el pobre muchacho tenía una herida causada por un arma blanca en el abdomen, en donde por gracia divina o simple suerte no fue dañado ningún órgano vital. Sin embargo, su recuperación no fue tan pronta como la gente que lo apreciaba hubiera querido y estuvo postrado en cama varios meses sin poder salir del hospital.
—Aunque las cosas salieron bien desde entonces… —terminó diciendo Max, aunque el timbre de su voz daba mucho qué pensar.
Ash salió sano del hospital. Estaba a salvo y desde entonces Max se encargó de protegerlo bajo su ala. Poco a poco el muchacho fue alejándose del mundo peligroso que le rodeaba hasta que pudo formar lazos fuertes con el mundo que parecía mostrarle una cara más tranquila. A veces mencionaba a Eiji. Otras veces no. Ash había aprendido a vivir con sus penas, aunque de vez en cuando las pesadillas de asaltaran, o al menos esa era la percepción que Max tenia de él.
Emitiendo las partes que podían ser dolorosas, el hombre le habló de Ash a Eiji: que había abandonado las calles y se había acoplado a una vida un poco más domestica junto a él, Jessica y Michael. También que con ayuda de buenos contactos pudo hacer que Ash ingresara a la universidad sin muchos problemas provocados por la preparatoria. Y que había adoptado un gato.
Resumiéndolo, todo había marchado muy bien con Ash desde que Eiji se había marchado y su vida pareció seguir de la mejor manera posible en comparación con su desafortunada rutina. Hasta que…
Hasta que…
—Eiji. ¿Te parece si arreglo el encuentro con Aslan mañana? Ha estado muy ocupado con sus propios asuntos, por eso no pudo venir. Me gustaría que…
—Max.
—Uh, ¿qué pasa, Eiji?
—¿Desde cuándo…?
—¿Sí?
Hubo un breve instante de silencio.
—No, nada. —Meneó la cabeza débilmente de lado a lado—. Hablemos durante la cena cómodamente, ¿sí? Me encantaría platicar con Jessica también. Incluso podría hacerlo mañana con tiempo… No me agrada ver que estás muriendo de sueño. Es casi de madrugada.
—En Japón acababas de salir de la cama, ¿cierto?
—Sí. —Soltó una risita.
Y prontamente llegaron a la casa de la familia.
Recibieron a Eiji con una cena deliciosa al estilo japonés para hacerlo sentir en casa. La sazón de la comida japonesa no era tan deliciosa en América como en su propia tierra de origen, pero eso era algo que lo tenía sin cuidado.
Jessica a los ojos de Eiji se miraba tan joven y hermosa como siempre, cosa que le hizo saber educadamente, y ella muy feliz lo recibió literal y metafóricamente con los brazos abiertos. El aroma dulce de su perfume lo impregnó.
El pequeño Michael estaba ya dormido, bien arropado en la cama, pues ya era demasiado tarde como para que un infante siguiera despierto a tales horas. Al amanecer se pondría contento cuando viera a Eiji. Ya tendrían tiempo de jugar y platicar de cuantas cosas desearía. Sí, el niño no era tan chiquito como la última vez, pero absolutamente conservaba la tierna inocencia de la infancia.
Esa madrugada Eiji se recostó en la cama que le prepararon. Estaba limpia y mullida. Y pese a la comodidad no pudo conciliar el sueño, porque no sabía nada del muchacho que apreciaba. Porque Ash y él seguían estando distanciados.
Porque Ash parecía no tener interés.
