N/A: Bueno, acá nos volvemos a encontrar. Espero les esté gustando el fic, porque llevo tres capítulos más escritos y sería todo un enredo hacer cambios abruptos a estas alturas :skull:
Le agradezco de nuevo a mi tremenda elfa por leer el capítulo; el único problema es que lo hicimos en una llamada de WPP y no recuerdo si me corrigió algo :,) 'tamos en problemas, gente. Igual, yo creo que mi redacción ha mejorado mucho desde mi último proyecto.
Por favor, disfruten (y dejen un comentario aunque sea insultándome en húngaro, que me hace ilusión):
Capítulo 2:
Perspectiva: Dominetórix
Estoy tomando un sabroso jugo de granada en espera de que mi hijo se presente al salón del trono.
«Cómo le gusta hacerme esperar este muchacho», me quejo internamente.
Los pesados pies de Abbeas anuncian su llegada; una vez frente a mí, hace una reverencia protocolaria:
—Mi señor, padre querido…
—Sí, sí, lo que sea —interrumpo sus tonterías—, ¿me trajiste la seda del reino Picaraña?
Él exhala un gruñido y asiente.
—¡Qué bueno! —aplaudo emocionado—, ¡por fin vamos a poder tener carpetitas para el comedor real!
Asimismo, el general Tharvion arriba con sus soldados, una carretilla y una esclava:
—Amo, bendito se-
—¡¿Otro más?! —me levanto hastiado para ver qué me trajeron— ¿Qué "donó" esta vez la hija de Moe?
Los soldados me acercan la gran carretilla con el maíz y las hermosas pieles con las que mandaré a hacer alfombras para el baño.
—Y también trajimos el pedido de su hijo —con un chasquido, el general ordena presentar esta mewmana frente a mí—: la prometida del príncipe César.
Un esbirro la toma de sus mejillas y fuerza su mirada avergonzada a enfocar mi rostro cadavérico.
—¿Qué sabes hacer, niña? —pregunto entrelazando mis falanges.
—S-soy… paje de la reina…
—¡Genial!, ¡sirvienta nueva! —continúo celebrando.
Mi hijo intenta decir algo, pero no le doy la oportunidad; tomo a la chica del brazo y la llevo directo a mi habitación. Puedo escuchar algún intento de protesta, pero nada puede hacer una plebeya contra el rey más poderoso de Mewni. La tiro a la cama en cuanto entramos con una sonrisa dibujada en mi calavera:
—¡E-espere! ¡No! —implora como una presa acorralada.
—Ahora… por fin, voy a hacérselo a una mewmana… —ella se cubre aterrorizada y hecha un manojo de lágrimas, solo para sentir cómo me siento junto a ella.
—¡Mi señor, se lo suplico! ¡No lo haga, soy vir-
—¡Te voy a hacer la carta astral!
—Q-q-qu-... ¿En serio?
—¡Sí! —asiento sonriente y me siento a su lado en la cama—, es que quiero ver si somos compatibles para una amistad. A ver, nena, primero me tienes que decir tu fecha de nacimiento…
Perspectiva: Abbeas
«Maldito anciano», maldigo en mi mente, a sabiendas de que mis planes para esta noche se han frustrado (por ahora). Me dispongo a dejar el salón del trono entre tanto que los guardias lo van cerrando a mis espaldas; Tharvion lleva su gordura verdosa hasta mi lado, con esa sonrisa tan asquerosa.
—Mala suerte, príncipe —carcajea.
Trato de ignorarlo, pero él insiste en fastidiar:
—Lo bueno es que tu collarcito sonó mientras estábamos en el reino —me golpea el pecho con la joya carmesí para que la recobre—. Envié a un par de hombres a revisar, pero…
—¡¿Y no te quedaste a buscarla, imbécil?! —lo estampo contra la pared contigua.
—¡Oeeeh! ¡Tranquilo! —balbucea—. F-fue muy difícil conseguir a la paje, hasta tuve que tener un duelo con el príncipe.
Lo suelto ante su aclaración; no puedo evitar imaginar lo placentero que habrá sido someter al heredero del reino Butterfly.
—Yo me encargo —murmuro con la voz algo ronca, dedicándole una mirada risueña al collar—. Pero eso sí, voy a requerir de tus servicios para esta captura.
Tharvion asiente con un suspiro de alivio y se retira en dirección opuesta a la mía. Me encierro en mi habitación y pongo mis frías manos sobre una bola de cristal, cuyas existencias hoy día son extraordinariamente escasas debido a la extinción de las brujas en Mewni. La joya que encabeza este collar contiene la valiosa sangre de esta gran bruja, Morgana la Traidora.
"Revélame lo que está escondido", le ordeno al artefacto brujil.
Una suerte de susurros taladran mis oídos en desarmonía; el gas que yace tranquilo dentro del cristal se retuerce y puedo dilucidar una tenue silueta encapuchada.
"Sí… ahí estás"; su ubicación es difusa, pero con algo de esfuerzo puedo confirmar que está vagueando en ese reino. "Pronto nos volveremos a ver…"
Perspectiva: César
Con el Aquilifer y Morgana de mi lado, le pido a un grupo de herreros con deudas que atiendan a mis peticiones:
—Necesito seis decenas de esta espada, escudo, casco y armadura…
Los herreros se miran asombrados y tras unos segundos de silencio se echan a reír.
—Príncipe, no puede estar hablando en serio —carcajea uno de los maestros—. Por favor, mire tan solo la complejidad de esa "Lorica segeme-no-sé-qué"; una herrería tardaría mínimo tres días en fabricar un molde, ni hablar de hacerla por templado.
—¡Así es! —añade otro de estos viejos roñosos—, y ese "scutum" de su libro es hecho con madera, y aunque no somos carpinteros, sabemos que fabricarlo también llevaría varios días.
Arqueo una ceja ante las negativas que recibo. La pálida mano de Morgana, sin embargo, me tranquiliza y aconseja:
—Sé proactivo con ellos —susurra a mi oído—, que hagan las hojas e improvisen lo demás.
Asiento ligeramente y me dirijo a los herreros de nuevo:
—La parte metálica de las espadas será su trabajo entonces. Eso lo pueden hacer en moldes o martillar diez por cada forja. —Los viejos se ven hasta ofendidos, pero sus murmullos cesan ante mi voz— Con respecto a las armaduras…, reciclen las que ya forjaron, adáptenlas como puedan al diseño de mi libro.
Ninguno se atreve a darme una negativa. También reúno a todos los carpinteros deudores de mi lista y hacemos lo mismo. Mientras vamos caminando, Morgana insiste en cubrirse con esos harapos.
—¿A dónde vamos? —murmura temerosa de recorrer las calles de la ciudadela— ¿Por qué me paseas?
—Solo nos queda una cosa —respondo seco—: el ejército.
Llegamos a nuestras mazmorras, donde los peores criminales esperan la ejecución (o la inanición, en su defecto). Cuando voy a disponer de un pedernal para encender la primera antorcha, Morgana las enciende todas con un chasquido.
"¡Preciosa!", le grita un reo, "¡ven, déjame salir, belleza!"
"¡Te agarro hasta de esa mecha blanca!", se carcajea otro.
Todos los reos comienzan a gritar y babosearla. Los garrotes son de hierro y están conectados entre celdas, así que mi compañera conjura una magia que electrifica levemente a los reos tan tontos como para tener las manos pegadas al metal.
—Soy el príncipe César Butterfly —enuncio con la frente en alto, caminando de un lado a otro—; he venido a ofrecerles el perdón a cambio de que me sigan.
Todos guardan silencio, como si tuvieran una mente de colmena. Incluso las miradas hacia la figura de Morgana se terminan para centrarse en la mía.
"¿Por qué deberíamos aceptar?", se oye una voz entre las celdas.
—¿No es obvio? —me encojo de hombros—: no solo serán libres, sino que trabajarán para mí… serán mis soldados.
Los murmullos vuelven a gobernar el lugar, así que aplaudo un par de veces para retornar la atención a mí:
—Mañana volveremos con el equipo que usarán en batalla. —Damos media vuelta y dispongo mi brazo sobre el hombro de Morgana para mostrar que la protejo— Duerman bien, hagan su parte mañana y serán libres, o pueden quedarse aquí y pudrirse en vida.
Perspectiva: Soupina
Pese a la reciente tragedia, no puedo escaquearme de mi labor en el comedor público. Esta noche nos visitan algunos trotamundos, incluso una pequeña compañía de mercenarios que con algo de vergüenza se acercaron a comer. Veo el hambre todos los días en Mewni y por ello me comprometo a que todos en mi reino puedan tener al menos una sopa caliente al día. Ojalá pudiera también alimentar a mis villas, pero no puedo dejar la capital; ellos son quienes deben venir para cenar.
—Mi señora, ¿me concede? —La sonrisa nerviosa de un demonio mercenario me saca de mis pensamientos.
—Claro, ten —relleno su plato con mi varita de cucharón.
Él contempla la sopa con ojos brillantes y camina a mi lado en vez de ir a una mesa o salir:
—Creí que me echaría por ser nativo del Inframundo —murmura.
—Yo no discrimino a nadie —le sonrío y sigo llenando platos.
Él se mantiene un rato más, como si quisiera arriesgarse a decir o hacer algo.
—Mi señora, en la madrugada de anoche me encontré con las tropas de los Lucitor —confiesa, y aunque quisiera pedirle que se calle, algo me hace dejarle seguir—: como nos consideraron paisanos, el general nos reveló que el príncipe tiene muchas ganas de invadir la superficie, incluso más que su padre.
La imagen de Willow siendo llevada se imprime de nuevo en mi mente.
—Todos la queremos, reina Soupina —palmea mi espalda sin miedo al castigo—, así como hay un montón de gente alrededor de Mewni que también la quiere. Le puedo asegurar que las espadas son lo que sobran para usted, incluyendo las nuestras.
Le dedico una tenue sonrisa; algún calor en mi corazón aflora, sabiendo que al menos queda una pizca de bondad en Mewni. Empero, aunque me gustaría que tuviera razón, jamás me atrevería a decir que gente extraña a mi reino se uniría para defendernos; las cosas no funcionan así en este mundo, mucho menos si el enemigo es el reino Lucitor.
«¿Qué pasará…?», me pregunto; «¿Volveremos a ver a Willow…?»
Perspectiva: César
—No puedo creer que duermas aquí, príncipe —murmura la bruja, que no halla comodidad sobre la pila de libros que preparé para ella a modo de cama.
Me encojo de hombros, aún con toda mi atención en las páginas del Aquilifer. Hay una sección entera dedicada expresamente a las formaciones militares, que serán de vital importancia para mañana.
—¿Y tú no vas a dormir?
—Tengo que entender esta parte del libro para mañana, así que no —le respondo tajante.
Ella suspira y parece resignarse, pero al cabo de unos minutos siento sus manos frías y con olor dulzón tomando mis hombros por detrás:
—Príncipe, ¿cuánto tiempo llevas estudiando ese libro polvoriento?
—Desde que soy niño —replico aún inmerso en mi lectura—; era el libro favorito de mi padre.
—Es mucho más importante ir descansado a la batalla que repasar un montón de conceptos que ya habías aprendido en primer lugar. —Sus uñas esmaltadas en negro pellizcan la punta de la vela sobre mi candelabro y quedamos sumidos casi en la oscuridad total— Ya fue suficiente por hoy, César.
Me resigno y recuesto mi espalda cansada en mi pila de libros a una buena distancia de la suya. Sea o no un príncipe, nadie con dos dedos de frente le llevaría la contraria a una bruja como ella; después de todo, Morgana es la legendaria traidora que ayudó a erradicar a todas las suyas.
…
Paso una hora mirando a la oscuridad. No es la dureza de los libros bajo mi espalda lo que me tiene inquieto, sino el hecho de que esta noche habremos de librar una batalla con todo en contra.
«Padre…» Cierto es que él ni siquiera pudo llegar hasta donde yo estoy; haberse guiado por el Aquilifer solo provocó el temor en los demás reinos, y eso le costó la vida a manos de un asesino. No obstante, siempre escuché que sus ideas eran revolucionarias para Mewni, y eso alimenta mi deseo de seguir con su legado. «Padre, mañana le haré honor a tu nombre.»
Perspectiva: Tharvion
Arribo a los portones de las murallas del reino Butterfly con doscientos hombres a mis espaldas, de los cuales tristemente más de cien son solo esqueletos.
—¿Otra vez tú? —me recibe ese mariscal de piel morena con el mismo desprecio que ayer— ¿Ahora qué quieren los Lucitor de nosotros?
—En el nombre de su majestad Dominetórix, venimos a buscar y capturar a Morgana la Traidora —enuncio con la cabeza en alto.
El humano hace una mueca de sorpresa, tarda unos segundos en procesar mis palabras, y ordena que se abran las puertas:
—Para el anochecer los quiero fuera de aquí.
—Lo que la reina disponga, mariscal —le sonrío antes de ingresar con el ejército.
El sol de la mañana asciende y el mediodía anuncia su llegada con algo de calor. Empero, el estilo oscuro de esa cualquiera es aún más fácil de identificar con tanta luz a nuestro alrededor.
"¡No se separen!", ordeno a los ciento cincuenta demonios en las últimas filas, bien cubiertos por mis esqueletos. Algo aquí no está bien… los mercados están vacíos, los pocos civiles que quedaban se meten a prepo en sus casas… es como si vieran algo que nosotros no.
Perspectiva: Morgana
"Carajo, esqueletos", murmuro junto a César. Nuestros sesenta soldados están armados con esos enormes escudos y espaditas de ese presuntuoso libro. Aún así, si los soldados saben hacer su trabajo, no podría ser tan difícil abrirse paso por la ola de esqueletos pobremente sostenidos por magia nigromante.
—¿Creen que podremos ganar esto? —pregunta uno de los reos que conforman nuestro pequeño ejército.
—Totalmente —asiente el príncipe con la más pura decisión en sus ojos.
Sonrío ante su enorme voto de fe, que incluye su propia vida como garantía. Las ilusiones están listas desde hace tiempo y en cuanto los soldados marchan en fila, lo que ven los muñecos de Tharvion y sus demonios es una hecatombe de cientos de soldados viniendo por todos los frentes.
"¡CARGUEN!", comanda César, que me escolta hasta un lateral lejano y seguro, pero luego se arroja a la batalla con una espada corta como la de sus reos, pero sin ningún blindaje. Las ilusiones reflejan los movimientos de nuestra tropa, así que los esqueletos no saben con certeza a qué apuñalar.
Perspectiva: César
Nuestras espadas se abren paso como si estuviéramos cortando ramas en el bosque. Al principio los reos luchan como pueden, pero durante el fervor de la batalla voy dándoles la forma de una medialuna: cuarenta soldados divididos en dos bloques de veinte, uno en cada lateral, y un bloque de resistencia atrás con los veinte hombres restantes.
"¡Sigan así!", continúo luchando sin ninguna protección, lo que ensalza aún más el fervor de estos hombres; "¡estamos ganando!"
Debido a esta nueva formación, la ilusión de Morgana se distorsiona y rompe. No obstante, somos tan eficaces que la inferioridad numérica no cambia nada. Morgana parece estar recitando algún rezo en su lugar, lo que me hace cuestionar si quizá nos está conjurando más fuerza o algo así. Rápidamente los esqueletos son reducidos a las puertas, pero el general Tharvion se escabulle entre ellos.
"¡Maldita bruja!", alcanzo a oír de él; se ha colado entre las filas para arremeter contra ella. Me desvío tan rápido como puedo para interceptarlo, y es con un hechizo de la bruja que soy teleportado frente a ella y, pese al mareo de tan abrupto movimiento, consigo atajar el hachazo con mi espada corta.
"Nos volvemos a ver, príncipe", gruñe con una sádica sonrisa. Esta vez estoy decidido y no caigo como en el duelo de ayer; sus hachazos son contundentes, pero de alguna forma mi escudo aguanta. Morgana parece no poder conjurar nada más, lo que me desespera aún más por ganar. En un intercambio de barridos, el hacha de Tharvion astilla la hoja de mi espada. Algunos reos se percatan, pero no pueden salir de la formación porque los demonios entraron con sus lanzas y los empujan.
Perspectiva: Gerard
Justo cuando el maldito de Tharvion iba a rematarlo, blando mi espada de forma que rompo el mango de su hacha. Él se ve sorprendido, por lo que no se defiende cuando lo tumbo de una patada. Me siento sobre él procurando inmovilizar sus brazos y le propino todos los puñetazos que le había guardado. Cuando la sangre del demonio baña mis guantes, ordeno a mis soldados sobre la muralla que arrojen las ollas con agua fría. Aunque ésto pareciera inofensivo, el agua es algo extraño en el reino Lucitor, por lo que la sensación incomoda severamente a sus demonios. Me gustaría decir que salvamos el día, pero lo cierto es que los nuevos "amigos" del príncipe ya tenían todo controlado.
"¡Ven aquí, bruja!", me incorporo y cazo a la famosa Morgana del brazo.
"¡Suélteme, entrometido!", masculla entre forcejeos.
El príncipe intenta blandir su espada contra mí, a lo que pateo su rodilla para que se arrodille, capturo su brazo armado y camino con ambos a mis lados como si estuviera llevando a dos mocosos con su maestra:
"¡Están en graves problemas!", encolerizo, "¡no te haces una idea de cómo se va a poner tu madre, César!"
Perspectiva: Soupina
En cuanto tengo a mi hijo frente a mi trono, me levanto y le propino una cachetada tan fuerte que hace voltear su rostro:
—¡¿En qué estabas pensando, imbécil?!
—¡No lo toques, vieja zorra! —la bruja intenta patearme, pero Gerard la mantiene a rajatabla.
César intenta proteger a esta mujer a toda costa; el solo hecho de imaginar que mi hijo podría estar intimando conn una mujer como ella, que será solo unos años menor que yo, me provoca una vomitiva repulsión.
—Tenemos a Tharvion —enuncia mi mariscal—; lo usaremos para que Dominetórix perdone este ataque.
—Hijo, ¿cómo pudiste? —me dirijo a él con lágrimas de decepción— En el reino a duras penas hay para comer, ¡y tú intentas hundirnos en una guerra!
—¡Pero puedo ganarla, madre! —vocifera en respuesta, haciéndome dar media vuelta, dado que no puedo hacerle cambiar de idea, justo como fue con su padre— ¡Morgana y yo pudimos vencer a un ejército!
—Solo eran esqueletos y unos lanceros —Gerard intenta bajar sus humos—; las legiones de demonios son mucho más grandes y mortíferas.
—César armó a esos hombres en una noche, y-
—Tú cierra la boca, bruja —le dedico una mirada de absoluto desprecio—. Gerard, llévala al calabozo.
César de alguna forma se libra del férreo agarre de mi máximo oficial:
—¡No voy a permitir que se la entregues a los Lucitor!
—A los druidas será entonces —levanto mi mano y Gerard se retira con la bruja—. El resto, escolten a mi hijo a su habitación.
Dos soldados que respaldan al mariscal sostienen a César de ambos brazos y lo sacan a regañadientes de mi sala del trono. Tomo asiento angustiada; cuando el rey Lucitor sepa lo que pasó, seguramente sitiará la capital del reino.
«… Tenemos a Tharvion», aquel dato vuelve a mi mente. Escruto mi varita pensativa y alzo la mirada hacia la salida de mi salón: «Tendré que visitar el calabozo.»
Perspectiva: ?
La noche cae, pero nuestro fervor sigue tan vivo como el fuego de esta fogata.
"¡Fue increíble!", "¡Una masacre!", se oyen vítores por doquier. Miro a mi alrededor; armas hechas pobremente y blindajes endebles pudieron doblegar al ejército más poderoso. Rasco mi barba, que hace poco empezó a quedar canosa como mi cabellera.
—¡Amigos! ¡Compañeros! —me levanto de una roca y voy al centro del campamento—: El príncipe nos dio esta nueva vida, confió en nosotros y le cumplimos.
"¡Nos volvió soldados!"
"¡Apaleamos a esos sucios demonios!", se siguen escuchando mociones a nuestro favor.
—Aún así, el príncipe está sometido a los designios de la reina. También está su amiga, la brujita; debe estar muerta o encadenada.
Las risas y conversaciones cesan inmediatamente; no hay alma que ignore a César.
—Necesitamos ayudarlo, ver cómo está. ¿Quiénes aquí tienen experiencia escabulléndose por la ciudadela?
Algunos hombres se levantan decididos. Asiento, dándome el poder de dirigir por ser el más viejo del grupo:
—Ustedes deben ir al castillo, hablen con el príncipe; tenemos que sacar a esos dos del aprieto en el que puedan estar.
"¿Y nosotros?"
—Nosotros debemos custodiar el terreno —asevero justo cuando algunos aullidos se oyen a lo lejos—; si un ejército más grande llegase a marchar de camino al reino Butterfly, debemos aventajar al príncipe avisando con tiempo.
Los vítores regresan. Ya no somos reos; no hay un solo matón, ratero ni estafador en este campamento. Los sesenta somos hombres nuevos: los soldados del príncipe César.
