N/A: Bueno, espero no me haya extrañado mucho la comu. Como todos los domingos, acá les traigo el nuevo capítulo para vuestro disfrute. Nuevamente (y como siempre) agradezco a mi prometida por la revisión.

Una cosa que quiero aclarar: Si ven que faltan oraciones o signos de puntuación, lo más seguro es que sea por el editor de la página. En efecto, FF es como un rancho que se cae a pedazos.

Esta semana vuelvo a la carrera (solo tuve un mes de vacaciones, qué le vamos a hacer), pero tengo una batería de episodios más o menos competente para mantener el ritmo de un capítulo por semana. De todas formas, considerando que no me lee ni mi abuela (que en paz descanse), tampoco es tan importante cumplir a rajatabla.

Sin más dilación, disfruten:


Capítulo 7:


Perspectiva: Belias

La batalla se desarrolla a las afueras del castillo. Nos superan tres a uno; solo pude reunir a mil efectivos. Empero, en cuanto empieza la batalla, ganamos mucha ventaja gracias a que la magia de Abbeas, quien opera en la seguridad de nuestras espaldas, destruye cualquier edificio y usa sus grandes escombros como proyectiles. Nuestras falanges encaran al enemigo fervorosamente, dándonos la postura ofensiva desde el primer choque. Mis demonios con las mejores armaduras y lanzas se arrojan conmigo a luchar contra la falange de Grosser. Entre el fervor de la batalla, encuentro al general y centro mis estocadas en él. Las otras falanges a nuestro alrededor comienzan a ganar terreno y fuerzan la retirada de los rebeldes, para unirse a la batalla contra Grosser por sus laterales. La fuerza de Abbeas incrementa cada vez más; estallidos de magma emergen bajo los pies del enemigo. En cuestión de veinte minutos, las fuerzas de Grosser huyen despavoridas, pero una gran pared de roca volcánica emerge para cortarles el paso.

"¡Avancen!", ordeno para su horror. Incapaces de hacer otra cosa, Grosser y su falange de élite dan su última pelea antes de caer con su general.


Perspectiva: Abbeas

Se oyen vítores de mi nuevo ejército por doquier. Los pocos rebeldes ya no son suficientes para un segundo intento de derrocarme.

«Ahora soy el dueño del inframundo», me felicito a mí mismo conforme Belias y los suyos se inclinan ante mí.

—Abbeas, hay una cosa que debes arreglar —Belias camina conmigo hacia el interior del castillo—. La nigromancia de tu padre mantenía vivos a casi todos los esqueletos. Ahora vas a tener que aprender a hacer lo mismo.

Entramos en la biblioteca de papá con el fin de buscar su grimorio de nigromancia. Pasamos horas dando vueltas y revolviendo las estanterías, pero no hallamos nada. Sin embargo, cuando me siento sobre el escritorio de papá, encuentro un discreto cajón bajo el mismo. Al abrirlo extraigo ese libro encuadernado en cuero, con rostros deformes que sobresalen como almas petrificadas en él.

—Aquí está el maldito —suspiro aliviado de tenerlo al fin.

Abro en la primera página y una nota de papel me recibe: "Querida Willow: Si ves esto es porque te atreviste a fisgonear en el libro más importante de mi colección, lo que constituye una ofensa digna de la ejecución pública. Ya que estás aquí, revisa la página doscientos cuarenta y siete sobre cómo armar pulseritas artesanales con esos huesitos que están en los oídos de los mewmanos. Besos: -Dom."

Es increíble y frustrante cómo esa plebeya se ganó su amor paternal desde el momento en que la vio. A día de hoy no sé ni por qué la mandé a traer. Supongo que anhelaba una victoria después de haber perdido a Morgana, y qué mejor que sacarle al príncipe de un viejo reino enemigo su amor y felicidad. Al final, solo quería hacerle sentir a alguien más el dolor que ella dejó en mí.

—Qué suerte —Belias trae consigo un libro color negro que exalta mi corazón—. Bueno, ¿Cuánto tiempo te tomará aprenderlo?

—Ese libro —lo señalo—... no te imaginas lo que llevo buscándolo.

Él se encoge de hombros y me lo entrega. Aquí está el grimorio de Nattereri, que contiene (entre muchos hechizos), los que se usan para ejercer dominio sobre las víctimas de amarre.

—¡Con esto podré recuperar a Morgana hoy mismo!

—Abbeas, no hay tiempo para esto —intenta sacarme el girmorio, pero me alejo.

—Estudiaré ambas cosas, gran imbécil —me atrevo a maltratarlo, dado que ahora soy su rey—. Ve a organizar las tropas, necesitamos reconstruir las legiones.

Claramente se ve tentado a golpearme, pero sólo se limita a reverenciar y volver a sus actividades.

«¡Finalmente!», pienso extasiado, «¡Voy a reclamar mi propiedad!»

Abro el libro y me quedo embobado con la portada…

"No…"

Comienzo a ojear las páginas con desesperación.

"No… ¡NO!"

Golpeo el escritorio con impotencia. El maldito grimorio está encriptado con una magia que no viene de Morgana, sino de la mismísima señora Nattereri.

«Está bien… tarde o temprano lo descifraré».


Perspectiva: Glossaryck

Han pasado ocho meses desde la conquista del reino Johansen y el ascenso del rey Abbeas. La república está en su mejor momento; todo el mundo puede comer, las minas están trabajando mejor que nunca y hasta los nuevos ciudadanos del reino conquistado comienzan a regocijarse ante su nuevo gobierno.

—Veo que César te mantiene bien comido —Omnitraxus vuelve a visitarme por un hechizo de ventana.

—Son como vacaciones —respondo con la boca llena—, no tengo que hacer nada porque César ya tiene todo resuelto.

—¿Y no lo ayudas ni siquiera con el libro de hechizos?

Niego con la cabeza y en total desinterés.

—¿Y ahora son compañeros de cuarto?

—No —termino de tragar—, yo me voy cuando él viene a dormir.

Unas pisadas nos interrumpen y Omnitraxus se despide antes de que César entre a la habitación. Me saluda con un simple ladeo de cabeza y se sienta en su escritorio.

—Siempre te veo sentado —carcajeo—, en la biblioteca y aquí.

Él toma la carta que Soupina le escribió y la lee de nuevo como es rutina en cada lunes. A veces la lee a primera hora, a veces antes de irse a dormir, pero nunca falta.

—Mamá dejó tres cartas para las personas que más le importaban —murmura sin quitar la vista de su lectura.

Aunque su pérdida me provocó alguna emoción, esto no deja de ser un trabajo para mí. Además, no podía hacer nada por ella, dado que no debo interferir directamente en las vidas de los mortales.

—Solo dijo que me amaba mucho y que debía ser el mejor líder para nuestro pueblo… que "hiciera las cosas mejor que ella".

Emito un "mhm" con la mirada perdida en el vacío de un rincón.

—¿Qué te puso a ti?

—Me agradeció y poco más —me encojo de hombros.

Nos dedicamos una ligera sonrisa y pasamos otro minuto en silencio.

—Voy a seguir conquistando —me confiesa, como si quisiera acarrear la responsabilidad desde el vamos—. El día que anexamos a los Johansen, el maldito de Abbeas tomó el control del inframundo. Ya son ocho meses desde eso, así que a estas alturas debe estar trabajando en sus legiones también.

—No voy a decirte lo que está mal, César. Si eso quieres hacer, hazlo.


Perspectiva: Morgana

Hob prefirió cambiar la espada por los números; él es el cuestor de la república y a quien debo entregar los gastos mensuales de la ciudadela y los pueblos aledaños.

—La cantera de hierro sufrió un asalto anoche y perdimos semanas de trabajo —me confiesa con una mano en la frente, sin haber dejado su escritorio en toda la noche—. No creo que vaya a alcanzar para el equipo militar.

Me cruzo de brazos pensando en una solución:

—César lleva tiempo negociando con un grupo de monstruos —zapateo el suelo con el alto y grueso tacón de mi bota—. Quizá éste sea un buen momento para asimilar a los septarianos.

Él se ve disconforme, de seguro por los innumerables prejuicios que nos han impuesto contra ellos.

—Háblalo con él y que busque alguna solución —me entrega un folio con los datos recopilados del asalto—, porque esto no puede seguir así. El gasto de hierro en armamento es una obscenidad y no tenemos más minas.

Nos reverenciamos mutuamente y me dirijo al castillo, no sin antes cosechar algo del calor popular en las calles. Todos en el reino Butterfly saben que "Morgana la Pretora" es la mano derecha del "César".

«Veo que te has vuelto una perrita engreída». Esa voz resuena en mi mente junto con una intensa jaqueca. Entro en pánico al reconocer qué está pasando.

"¡¿Abbeas?! ¡¿C-cómo-"

«Cállate y escucha, mascota». Su influencia taladra mis sesos dolorosamente: «Fue muy difícil descifrar la encriptación del manuscrito, pero sólo retrasó lo inevitable. Una mente como la mía no puede ser detenida».

El dolor es tan fuerte que me arrodillo; algunas personas intentan acercarse, pero los detengo. Maldigo una y otra vez el día en el que me entregué a este demonio calvo.


Perspectiva: César

Continúo encerrado con Glossaryck en la habitación de mamá. Él ha posado su atención en el atlas de Mewni que uso para idear mis próximos movimientos.

—Resuelto el problema de la comida —el azul rasca su frondosa barba—, lo siguiente sería resolver el problema del hierro, ¿o me equivoco?

—Efectivamente —señalo al suroeste del mapa—: las cuevas de la Montaña Mohosa están repletas de metales. El reino Jaggy es la segunda potencia metalúrgica en Mewni gracias a ellas.

Con el uso de monedas, le voy mostrando por dónde pasarán mis ejércitos:

—El castillo está protegido al este por el río Jaggy y al sur por el bosque de la probable picazón, que deben atravesar para llegar a sus minas. En el río hay un puente por donde pasan sus caravanas; por ahí pasaremos nosotros.

—Pero ellos tienen armas muy avanzadas —me cuestiona—, ¿cómo vas a mantener el asedio?

—No lo haré —sonrío tenuemente—. El rey no permitirá que pasemos el puente, pero eso es parte del plan.

Con otras dos monedas, señalo dos puntos alejados de este plan, al noreste de Mewni:

—Por otra parte, los monstruos están luchando entre sí por una disputa racial. Todos odian a los septarianos excepto yo.

—Es difícil atacar a un enemigo que no tiene tierra…

—La Coalición de Monstruos opera desde aquí —apunto a un gran monte rodeado por el Bosque de la Muerte Segura—. El objetivo será impedirles el paso para que Morgana los liquide.

Coloco la última moneda en la costa oeste:

—Cuando acabemos con eso, haré que los septarianos construyan un pueblo aquí. Tendré más control sobre las caravanas que van hacia el reino Picaraña y también proyección hacia el mar para vigilar al reino Waterfolk.

—¿Y el reino Pony Head?

—Cuando tenga los metales —con mi dedo trazo todo el camino que haremos—, ayudaré al príncipe Dacius a desterrar a su hermano. Le daremos armaduras y alimento a cambio de que se anexe a la república.

Por algún motivo, Glossaryck contempla la puerta de la habitación con pánico.

—Será mejor que te deje solo por unas horas, campeón —enuncia justo antes de desvanecerse ante mí.

El motivo se vislumbra de inmediato cuando Morgana irrumpe temblorosa en mi apocento:

—César —se desploma en un jadeo—, te necesito…

Me apresuro a socorrerla. Cargo su cuerpo adolorido y la recuesto sobre mi cama.

—¿Qué te pasa?

—Abbeas aprendió a usar la maldición —pronuncia entre dientes—, me está deshaciendo la cabeza, ¡es un dolor insoportable!

—Morgana —recojo el guantelete de mi escritorio—, ¡dime cómo ayudarte y lo haré!

Ella gime de dolor, pero se niega rotundamente.

—¡No puedo perderte a ti también! —sostengo su mano con firmeza— ¡Haré lo que sea!

—No se puede romper —aceza—, pero puedo ser reclamada por alguien más… cambiar de amo…

—¿Qué tengo que hacer?

—César —Veo dolor en sus ojos, pero también hay un lóbrego brío en sus labios—, tienes que acostarte conmigo…

Quedo petrificado en ese instante. Jamás pensé que algo así fuera a suceder. Morgana, la legendaria bruja traidora, cuya edad solo es un poco menor que la de mi difunta madre, me está pidiendo intimar.

—Yo… no puedo —siento el sudor recorriendo mi frente—... Morgana, dime que hay otra forma.

—Lo siento, en serio —solloza y toma mi mano—, sé que amas a Willow, sé que no me ves con los mismos ojos. Pero si no me haces tuya, Abbeas también me arrancará de ti.

En un instante soy capturado por mi aliada; sus piernas se enredan en mis caderas y sus uñas se clavan en mis mejillas cubiertas de rubor. Veo la desesperación en ella, pero no tengo el valor para hacer esto.

—Por favor, César, solo será una vez…

Estoy a punto de hablar, pero me fuerza un beso tan adulto y apasionado que no puedo controlar el momento en el que nuestras lenguas se encuentran. Ni siquiera Willow me había dado un beso así.

—Róbame de él, César —me suplica con más desesperación—, quítale su posesión más preciada, así como él te quitó la tuya.

Tengo grabado en la memoria el bello rostro de Willow, la razón por la que estoy sacrificando tanto. Mi sueño es tenerla de nuevo en mis brazos, pero esta mujer doce años mayor que yo está explotando una hombría que no existía cuando mi prometida estaba conmigo.

—Está bien… —junto nuestras frentes y comienzo a desvestirla—… Abbeas no volverá a tomar nada más de mí.

—Tú serás quien tome algo valioso de él esta vez —muerde sus suaves labios con un deseo que ya no se molesta en ocultar—. Hazlo, César, hazme tu reina.

Volvemos a besarnos de manera frenética. Mi tacto para quitar sus prendas se contrapone a su impaciencia, que la orilla a desgarrar mi camisa. El rostro de Willow se esconde en una espesa neblina y termino cediendo a mis instintos.


Perspectiva: Seth

Sobek, mi maestro, está ganando tiempo contra la horda de monstruos. Sus antorchas y tridentes se clavaron en cientos de hermanos septarianos y ahora están siendo quemados vivos en una hoguera para que no se regeneren.

"Somos quinientos, tú solo eres uno", carcajea ese maldito kappa de pico torcido.

Intento unirme a la pelea, pero él me patea contra una roca. Varios monstruos se abalanzan sobre él, pero con espada y cuchillo en mano comienza a orquestar una verdadera carnicería. Un conjoinicano lucha con dos hachas contra él, pero de un rápido blandir el maestro le cercena ambas cabezas. Docenas de faunos de enorme robustez intentan estocarlo con lanzas y tridentes, pero él resiste y tajea todo lo que se le cruza. Varias lanzas traspasan su escamosa piel, pero sólo ruge y astilla las armas enemigas con su espada en un rugido reptiloide.

"¡Arqueros!", comanda ese kappa, y más de cien flechas se disparan hacia nosotros. Me escondo como puedo tras la roca y de milagro no me da ninguna, pero el maestro ha sido acribillado.

Un silencio sepulcrar inunda el Bosque de la Muerte Segura. Cuando el kappa se acerca para arrojar aceite y prender fuego al maestro, éste se recupera y le corta el pico, haciendo que aulle de dolor y caiga malherido. Los poderosos hombres rana irrumpen en dos bandas y lo rodean.

"¡Corre!", me grita justo antes de ser empapado en aceite. Uno de los monstruos arroja una antorcha y el calor del fuego llega hasta mí. Mientras huyo, puedo escuchar cómo el maestro chilla de dolor e ira junto con los quejidos de sus enemigos, que caen uno tras otro antes de matarlo.

Lloro de impotencia porque no pude hacer nada.

«Juro que nunca más volveré a huir…»


Perspectiva: Abbeas

En estos meses he podido reconstruir una buena parte de las levas de esqueletos. Empero, la mayor parte de mi esfuerzo se centró en el grimorio de Nattereri. No sólo puedo introducirme en la mente de Morgana, sino que también puedo generarle dolor. Llevo tres horas inserto en esta tarea desde que hice el primer contacto con ella, y creo poder ejercer mi control a través de la bola de cristal.

"Revela lo que está oculto", comando al delicado artefacto, y éste llena su interior de un espeso vapor.

"No…"

Puedo oír sus gemidos y ver cómo sus pálidas manos entierran sus uñas como cuchillas de obsidiana en una espalda mewmana.

"Imposible…"

Los jadeos de César acrecentan hasta que para en seco. De repente, la magia que me da propiedad sobre Morgana se rompe. Mi amada, la mujer que obsesionó mi corazón y alma, ha cambiado su lealtad para ser propiedad de otro hombre.

Arranco en cólera y comienzo a destruir toda la biblioteca: "¡RAMERA!", grito entre lágrimas; nada me importa, ni siquiera los manuscritos más antiguos que los reinos de la superficie. "¡MALDITA!"


Perspectiva: Belias

Mi amante me llamó porque se escuchan estruendos en la biblioteca del castillo. Mis demonios esperan afuera con las lanzas al frente, pero yo les indico descansar. Frente a mí, la espalda de un Abbeas hiperventilado me recibe en silencio.

—¡¿Pero qué pasa aquí, Abbeas?! —camino entre el desorden hasta dar con él.

El rey se voltea lleno de lágrimas e ira:

—Se acostó con él —se arrodilla pegando un alarido— ¡SE ACOSTÓ Con EL MALDITO DE CÉSAR!

Extiendo mis brazos para contenerlo en un abrazo. Él descarga una ola de llanto sobre mi armadura: «Mocoso imbécil», pienso.

—¡Yo la amaba, Belias, LA AMABA! —sigue gritando—¡ERA TODO PARA MÍ!

—¡Basta! —lo acerco aún más a mi pecho— ¡No hay nada que puedas hacer! Morgana solo era un capricho, tienes al reino más poderoso del mundo a tus pies.

El rey se ve débil, resignado. Lo aparto para darle una buena cachetada.

—¡Deja de llorar, maldita sea! No es el fin del mundo, hay muchas mujeres en Mewni.

—¡NO! —de repente me agarra del cuello y acerca su rostro desafiante— Hay muchas, pero ninguna como ella…

Me suelta y se aleja para recostarse sobre el suelo de folios triturados a mano:

—Lárgate y deja mi soledad intacta…

—Si tanto te duele —me cruzo de brazos—, cóbrate con Daffodil.

Abbeas se levanta de golpe y hace una mueca de sorpresa, como si le hubiera hecho descubrir un nuevo continente.

—Willow… es cierto, ya lleva más de un año aquí… —su mirada se pierde en el destrozo que hizo y me vuelve a ver para preguntar— ¿Sigue aquí?

—Está de cautiva, sí.

Él abandona la biblioteca dando pasos rápidos y desesperados, a lo que me dedico a seguirlo por todo el castillo.

«Este loco va a hacer cualquier atrocidad».


Perspectiva: Gerard

"¡Mañana será un gran día!" Los rayos del atardecer bañan los campos de la república. "¡Acaben rápido con ese alambrado!"

Hemos construido graneros, pozos de agua y dividido las tierras de las familias. Algunas familias se están atreviendo a traer animales a sus granjas, dado que ahora sus parcelas están cercadas y el ganado no se irá a ninguna parte. De hecho, cuando uno camina por la ruta principal de grava, ya puede ver algunos cabracerdos pastando en tierras de paisanos. En esta granja hacia el este vive una familia de quince personas, madre, padre y trece hijos. Algún día estos muchachos formarán parte de la legión.

"¡Ayuda!", escucho la voz de un jovencito que venía atravesando el Bosque de la Muerte Segura. Cuando está lo bastante cerca, reconozco a ese muchacho que nos ayudó en el asedio al reino Johansen.

"¡Septariano!", grita un soldado y alerta a los demás, pero un gesto de mi mano es suficiente para que bajen sus pilas. Me inclino para recibir al niño de brazos abiertos, quien se entrega jadeante y lloroso.

—¿Qué pasó, chico? —pregunto asombrado por sus emociones tan vívidas.

—¡La coalición! —enuncia con la voz quebrada— ¡El maestro Sobek se sacrificó para que pueda escapar!

Él no aguanta más y se echa a llorar en mi regazo sin poder soltarme. Dos legionarios se acercan para apartarlo, pero niego con la cabeza y se limitan a espectar.

—Muchacho —acaricio su cabeza como lo hacía su maestro—, tú eras Seth, ¿verdad?

Él me mira con esos ojos reptilianos llenos de estrellas, claramente no esperaba que lo recordase.

—Descuida, la república se hará cargo de esa escoria. —El joven me sonríe; no veo venganza, sino esperanza en él— Gracias a ustedes dos pudimos derribar ese portón. Si tu maestro ya no está, yo mismo me encargaré de continuar tu educación.

Seth asiente emocionado, pero otra vez se echa a llorar.

—Mi señor —un soldado me increpa cabizbajo—, ¿cree usted que el César estará contento con tener a un monstruo en su corte?

—Me importa poco y nada —refunfuño—. Además, él está todo el día intercambiando cartas con los septarianos. Quienes estuvimos en el asedio del reino Johansen lo atestiguamos con nuestros propios ojos cuando este joven derribó el portón de la empalizada.

Me llevo a Seth de la mano para regresar a la ciudadela. Podrá verse robusto por ser de una raza tan poderosa, pero está claro que el chico no pasará los diez años de edad. No obstante, está en la mejor edad para volverse un soldado.


Perspectiva: César

Morgana se viste conmigo tras haber estado juntos toda la tarde. Mis responsabilidades me llaman esta noche, y ella debe venir conmigo; el reino Jaggy amanecerá con una legión Butterfly en su castillo, que se alza indefenso pues sus ancestros creían que la naturaleza era la única muralla que necesitaban.

—¿Seguro de que es mejor hacerlo ahora? —me cuestiona la bruja.

Contemplo por la ventana del castillo cómo Tancrede dirige a más de seis mil hombres a las afueras de la ciudadela. Una verdadera legión lista para luchar hasta morir por su patria.

—Contigo disparando a distancia, diría que estamos sobrados —pronuncio con indiferencia—. Incluso si no capturamos el puente a la primera…

—Gerard y los refuerzos —asiente y acaricia mis hombros por detrás—. De acuerdo, ¿Estás listo?

Asiento, aunque me aparto para que deje de tocarme así. Percibo que le ha irritado la distancia que puse entre ambos, pero es mejor así.


Perspectiva: Draig

Llevo unas cuantas horas espiando las afueras de la ciudadela Butterfly desde un árbol. Tantos años de entrenamiento dan sus frutos, dado que no me siento cansado en lo más mínimo. Caída la medianoche, mis ojos se abren de par en par cuando una hecatombe de soldados marcha en línea recta por el gran portón y adaptan sus formas al ancho del camino de grava.

«Son… miles», pienso, «debe ser una legión, como las del reino Lucitor».

Habiendo salido todos los soldados, un oficial carga otro de esos estandartes, exactamente igual al que levantaba ese "cónsul" en la batalla antes del asedio del castillo Johansen. Me dejo caer al suelo para tocar el césped con mis palmas y comienzo a transmitir a los druidas por nuestra magia de comunicación:

«¡Los Butterfly están movilizando una legión!»

Una vez enviada la noticia a través de las plantas, siento que esas pequeñas partículas de magia, tan imperceptibles como el polen, llegan hasta mí con un mensaje muy diferente:

«Hijo», siento el aura de mi padre: «Tienes que volver a la aldea… Astrid…»

La ansiedad se apodera de mí en cuanto percibo su nombre fluyendo por mis palmas. Escucho con impotencia cómo la legión del César ha empezado su marcha rumbo al oeste, pero no puedo hacer nada. Transmuto a mi forma de dragón y zurco los cielos rumbo a casa, donde mi esposa muy seguramente habrá experimentado un nuevo problema con el embarazo.