La Revolución de Mestionora

La Enfermedad de Myne

El invierno llegó de manera irremediable, recordándole aquel lema de una familia existente en una de las tantas sagas de fantasía que alguna vez leyó. Winter is coming, como dirían los personajes de la casa Stark en Canción de Hielo y Fuego… bueno, pues el invierno ya estaba ahí, sin caminantes blancos por suerte.

Desde el verano hasta ese momento sus conocimientos sobre el mundo en que ahora vivía se habían ampliado mucho.

Nació en la zona más pobre de la ciudad principal del ducado de Ehrenfest en un reino llamado Yurgensmith. La gente común, los plebeyos, hacían todo tipo de trabajos un poco acordes a la época medieval en la Tierra. Herreros, carpinteros, curtidores, ebanistas, cocineros, cocheros, comerciantes, soldados, tejedores, modistos…

La moneda no tenía un nombre propio, pero existían los cobres chicos, medianos y grandes, las platas chicas, las platas grandes, los oros pequeños y los oros grandes… y ella había juntado bastantes de todas gracias a los conocimientos que estaba poniendo en práctica para producir cosas que la gente necesitara o pudiera usar a un precio más accesible que lo ya existente.

Existían nobles, por supuesto, que vivían en su propio barrio o ciudad. De ahí que al lugar en que ella vivía se le denominara "ciudad baja" y el nexo entre ambos sectores era el Templo.

Si bien existían los libros, no existía el papel. En ese lugar, al menos, nadie había descubierto que podían producir hojas apropiadas para la escritura utilizando madera de los árboles, así que seguían utilizando pergamino y tablillas de madera, lo cual era muy costoso. De ahí que los libros fueran exclusivos de los nobles… o casi, ella poseía uno que compró en el mercado la semana siguiente a su traumático encuentro con ese horrible árbol carnívoro llamado trombe.

Ese libro, ese único libro sobre botánica le hizo recordar la felicidad inmensa y adictiva de la lectura.

Era su mayor tesoro.

Lo leía para relajarse cada vez que tenía tiempo libre y de paso aprendía sobre las propiedades, nombres y formas de diversas plantas. Cada vez que lo leía se lamentaba por no comprarlo en cuanto tuvo dinero suficiente porque el libro mencionaba con claridad al maldito trombe que intentó tragarla.

No tenía idea de quien lo dejó en la ciudad baja, lo cierto es que se alegraba de haberlo comprado porque de ese modo tenía algo con que entretenerse durante su estadía en cama durante el invierno y podía asegurarle a su familia que jamás tocaría otra planta peligrosa en lo que le quedaba de existencia.

Por otro lado, no importaba cuanto se esforzara en ejercitarse. O cuanto mejorara la comida que ingería. O que ahora supiera como preparar algunos ungüentos y cataplasmas a base de plantas para prevenir la fiebre, esta siempre terminaba por llegar y dejarla postrada en cama. Peor aún. El frío demostró ser su peor enemigo en esta etapa de su vida y la realidad era que el invierno en Ehrenfest era abrumador.

Nieve y ventiscas se aseguraron de dejarlos a todos encerrados por más de un mes. Su familia se habría quedado sin un modo de calentarse si ella y Lutz no hubieran conseguido cada uno un ladrillo para colocar en la estufa por un rato en las mañanas y luego por las noches para ahorrar leña, un truco que aprendió con los años en su vida anterior.

—Solo espero que la Orden de Caballeros se apresure a derribar al Señor del Invierno —comentó su padre durante el día más frío de aquel crudo invierno. Tan frío, que el cielo gris plagado de nubes y nieve no permitía que pasara mucha luz solar.

—¿La Orden de Caballeros? ¿Ellos son los que me salvaron del trombe? —preguntó ella todavía en la cama, con un paño húmedo en su frente y su amado libro recostado junto a ella, cerrado para evitar leer con tan poca luz y arruinar su vista.

—¡Oh, deja que te cuente, Myne! Te lo diré todo sobre los caballeros, ¡son tan fantásticos que yo quería ser uno cuando tenía tu edad!

—¿En serio, papá?

—¡En serio!

Era más que fantasioso lo que su padre decía, tan increíble y emocionante, que era casi como leer a Tolkien otra vez.

Valerosos hombres en monturas aladas, capaces de enfrentar temibles bestias gigantes y someterlas para traer la primavera y las bendiciones de los dioses.

Ese día, Myne aprendió que vivía en un mundo politeísta y se sintió a gusto. No parecía muy distinta de su antigua religión o la de Tetsuo, aunque en este lugar parecían menos creyentes que en su antiguo mundo, y eso era decir mucho.

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—¡Mamá! ¿Podemos traer más parúes?

Ese día en la mañana, luego de que la orden de caballeros venciera al Señor del Invierno y trajeran consigo la primavera…

'Claro, claro. La primavera llega si matas una enorme bestia que provoca tormentas montado en tu montura alada con el resto de tus compañeros. ¡Por supuesto!' pensó con sarcasmo 'Shuu amaría toda su parafernalia para explicar los fenómenos naturales… y Akane no tardaría en romantizarla.'

… un milagro tuvo lugar frente a sus ojos.

Su familia y sus vecinos, todos se pararon muy temprano y partieron rumbo al bosque con carretas, carretillas y grandes telas, usando cada cual toda la ropa de que disponía, para llegar hasta un enorme claro en el bosque donde antes no había nada y ahora estaba llena de árboles de cristal con frutos que parecían grandes pelotas de hielo… o globos transparentes llenos de agua y colgando de manera precaria de los árboles.

Con todo el frío que hacía, sus padres no la dejaron subir a ninguno de los árboles, pero le explicaron el proceso de recolección. Debías calentar bien tus manos una vez subida en la rama, retirarte con cuidado tus guantes y calentar ahí donde fruto y árbol se unían. El resultado era simple. El fruto se soltaba y era necesario atraparlo con cuidado para que no se desparramara como una sandía cuando impactara contra el piso.

Cuando volvieron a casa con los cuatro frutos que sus padres y su hermana lograron recolectar, su madre cortó con cuidado la extraña fruta y la probó.

Era dulce. La cosa más dulce y agradable que hubiera comido en dos vidas. Una pena que seguía prefiriendo el chocolate, el cual no parecía existir en este mundo… ¿quizás solo necesitaban encontrar la fruta correcta y aprender el modo de procesamiento adecuado? Porque si ella podía hacer struddle de manzana con esa fruta llamada pomme…

—Tendremos que esperar hasta el próximo día soleado para traer más parúes, Myne.

—¿Y eso cuándo será?

–No tenemos manera de saberlo, Myne –respondió su padre–. Podría ser la próxima semana, el próximo mes o incluso el año próximo, siempre que no haya terminado Tierra alta.

No tenía idea de que cara estaba poniendo, pero su familia entera estaba riendo mucho por ello.

Se llevó las manos a la cara y se palpó, dándose cuenta de que puso la misma expresión que sus hijos y sus nietos cuando les decían algo que los dejaba perplejos… ¡la misma!

—Myne, los árboles de parúe solo bajan del cielo con los primeros rayos del sol después del mal clima de invierno —le explicó su padre—, y ahora que los caballeros han hecho su trabajo aniquilando al señor del invierno y nosotros hemos recolectado los parúes, tendremos que esperar a que el clima invernal nos traiga más árboles.

—¡Oh! —suspiró con desencanto—. Entiendo.

Estaba más que resignada. De todos modos, el malestar no le duró mucho, siempre podría caer una fuerte nevada en unos cuantos días y despejarse uno o dos días después, igual que en Japón, lo cual significaría más de esas sabrosas y misteriosas frutas. Antes de que media campanada hubiera pasado, ya se encontraba haciendo hotcakes de parúe e invitando a comer a Lutz y su familia.

—¡Esto está buenísimo! —gritó Sasha, uno de los hermanos mayores de Lutz sin dejar de comer—. ¡Sabe mejor que los parúes en sí!

—Y llena más —completó Ralph antes de mirar a Tuuri y dejarla tomar otro pequeño hotcake de parúe para luego tomar otro él mismo.

Myne no podía estar más feliz. No tenía idea de cuanto tiempo duraban esas frutas deliciosas, pero si estaba más que segura de que nadie moriría de hambre ese invierno… y de que podría empezar a experimentar con otros sabores de hotcakes en cuando la dejaran salir al bosque a recolectar bayas y moras.

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Era primavera cuando le pasó de repente. Por suerte se encontraba en la compañía Gilberta y no sola con Lutz en su taller o recolectando materias primas en el bosque para su papel y sus aceites esenciales.

El calor pareció estallar dentro de la caja imaginaria y ella se desmayó al ser incapaz de contenerlo.

Era demasiado.

Era mucho más de lo que había contenido nunca… salvo por aquella vez que ahora le parecía tan lejana, esa cuando su consciencia y las memorias de su vida anterior emergieron por completo.

Sabía que estaban llamándola, gritándole incluso, pero no podía comprender las palabras ni saber quien las decía. Era como si intentaran que los escuchara mientras ella se quedaba en el fondo de una alberca… una alberca de fuego o dentro de un horno gigante porque el calor parecía que la iba a partir y luego a deshacer. Era demasiado dolor. Era demasiado grande para poder meterlo como acostumbraba en su caja. Intentó enrollar el calor, pero este se negaba con terquedad a ser manipulado por ella y regresar a la caja hipotética.

Alguien puso algo fresco en su muñeca y poco a poco el calor comenzó a dimitir, permitiéndole enrollarlo y guardarlo de nuevo en la caja sobre la que imaginó que se sentaba para no dejarlo escapar. Hasta ese momento pudo abrir los ojos y mirar a su alrededor.

Quizás por la reciente fiebre o por el esfuerzo de guardar todo ese calor era que su mente parecía nublada todavía.

Las voces y los sonidos comenzaron a hacerse más nítidos con rapidez y pronto logró encontrar sentido a los sonidos de los demás… y a darse cuenta de que no conocía el lugar en el que estaba acostada… o que la habían colocado sobre una superficie algo dura, cubierta por algún tipo de tela algodonosa y gruesa que trataba de hacer más confortable el mueble bajo su espalda.

—¡Myne! ¿Estás bien? —se apresuró a decir Lutz en cuanto se dio cuenta de que lo estaba mirando.

—Si, gracias. Me siento un poco mejor…

Una mano grande y pálida se posó en su frente, limitando su visibilidad antes de liberarla y dejarla ver que el señor Benno acababa de tomarle la temperatura.

—Todavía tienes un poco de fiebre. Descansa, ya te regañaré por sacarnos un susto mortal hace un rato.

Miró a su alrededor. Estaba en lo que parecía una oficina más grande que la del señor Benno y a ella la tenían recostada en una especie de sofá bastante elegante de tela brillosa… una pena que no se hubieran inventado todavía los resortes para colocar en cojines porque el sofá era muy bonito pero muy incómodo.

Un movimiento sobre su frente llamó su atención, haciéndola más consciente de la sensación de frescura que salía del paño húmedo con que acababan de cubrir su frente. Pronto descubrió que el señor Mark era el responsable de ello.

Cuando estuvo mejor le ofrecieron té y galletas. Entonces le presentaron al jefe del gremio de comerciantes, el señor Gustav.

—Myne, ¿sabes de qué estás enferma?

Sus dos socios eran los únicos que estaban ahí ahora, además de ella y el jefe. Myne dejó su taza en la mesa y negó despacio, sintiendo la misma atmósfera sofocante y oscura que cuando el médico le diagnosticó neumonía a Tetsuo.

—Comprendo. ¿Te desmayas seguido?

—No… la verdad es que, tenía más de un año desde mi último desmayo repentino. He tenido fiebre de vez en cuando a lo largo del año, es cierto, pero, me encuentro mucho mejor de salud que antes.

Lutz la miró con seriedad y luego al jefe del gremio.

—Mi socia dice la verdad. Antes nunca salía de su casa porque siempre estaba enferma o en cama. Ahora es una persona más saludable. El frío la hace enfermar más de lo normal, pero no se había desmayado desde que recuerdo.

—Comprendo.

El jefe del gremio soltó un sonoro suspiro cargado de cansancio y luego miró con atención algo en el brazo de Myne, más exactamente, algo en su muñeca.

La niña se revisó, notando entonces una bonita pulsera que antes no estaba ahí, llena de piedras coloridas, traslúcidas y pequeñas… con fracturas aquí y allá.

'¿De dónde ha salido eso?'

Con la curiosidad a flor de piel, Myne levantó su mano para examinar la joyería en su muñeca con más atención. El diseño era simple y las piedras, todas de un tono amarillento y algo traslucido como el ámbar, estaban cuarteadas aquí y allá.

—Myne, tienes el devorador.

Dejó de mirar la pulsera para levantar el rostro, tratando de recordar donde había escuchado antes ese término. Devorador debía ser el nombre de una enfermedad como el cáncer o el sida… y la verdad es que no le gustaba nada como sonaba a pesar de no tener ni idea de en qué consistía la famosa enfermedad, además de estarle provocando fiebres a su pobre y atrofiado cuerpo. El recuerdo del Lord Comandante haciéndole preguntas y examinándola parpadeó un momento en su mente y se dio cuenta de que era lo que el joven intentaba preguntarle aquella vez.

—¿Devorador?

No lo había notado antes, pero el señor Benno pareció tensarse ante la mención de su enfermedad, captando su atención un par de segundos antes de mirar al jefe Gustav, sintiéndose incómoda de pronto.

—Así es. Se le llama devorador porque es un calor que devora a los niños desde el interior mismo. Se usan herramientas mágicas como esa para controlarlo.

Myne miró la pulsera con renovado interés. Lo que tenía entonces, tenía una cura… aunque era extraño que se curara con joyería…

'¿No acaba de llamarlo herramienta mágica? Shuu y Akane estarían más allá de la excitación en este momento… y Tetsuo no pararía de hacer todo tipo de preguntas, comentarios sarcásticos y mirarme como a un conejillo de indias.'

Tuvo que darle un sorbo a su té para sacudirse el recuerdo de su vieja familia del hombro y en cambio, poner atención al hombre que parecía tener todas las respuestas, considerando cual de todas sus preguntas hacer primero.

—Le agradezco mucho por esta… herramienta mágica. Se la pagaré, puede estar seguro y…

—No. Esta va por cuenta de la casa. Mi querida nieta tiene lo mismo que tú y debe ser de la misma edad. ¿Cuántos años me dijeron que tiene?

—Seis —respondió Lutz—, pero cumplirá siete en el verano.

El jefe del gremio asintió, susurrando algo como "la misma edad" y luego miró a todos los presentes.

—Benno, sé que la señorita Myne es tu protegida, sin embargo, me gustaría que hablaras con sus padres y le permitas visitarme en mi casa.

—¡¿Qué?! ¿Qué quieres hacer con mi socia en tu casa, viejo verde?

—¡Más respeto, jovencito! ¡Quiero que hable con alguien que está en la misma posición que ella!

—¡Pero…!

—¡Benno!

Los dos hombres se miraban con furia y algo más. Si bien, Myne se sentía agradecida de que un adulto responsable saltara en su auxilio, también era cierto que le preocupaba bastante que Benno se estuviera peleando con su jefe… o algo así… en especial cuando parecía que los dos tenían una larga y terrible historia juntos, incómoda y todo de la que, estaba segura, no dejarían que se enterara.

Miró a Mark entonces y este le sonrió apenas. Ella se calmó. Mark le daría el chisme con todos los detalles, pero sería después, justo ahora tenía asuntos más urgentes a mano.

—Señor Benno, le agradezco mucho que se preocupe por mí y alce la voz cuando lo cree conveniente, sin embargo… me gustaría saber un poco más respecto a mi enfermedad.

—Sabia decisión —dijo el jefe del gremio mirándola con algo de respeto para luego mirar a Benno con una pequeña sonrisa triunfal.

Myne siguió la mirada del jefe del gremio en el exacto momento en que el señor Benno ponía los ojos en blanco y se daba vuelta para calmarse, antes de mirarla con el ceño fruncido y la mandíbula tensa.

Estaba molesto. El trueno del señor Benno iba a caer sobre de ella apenas volvieran a la compañía Gilberta sin piedad alguna, de eso estaba segura, lo cual la hizo experimentar un escalofrío de miedo por su futuro inmediato.

Se sacudió la sensación como pudo y volvió a poner su atención en el hombre que parecía un abuelo severo y enojado con todos.

—Bien. Habla con tus padres entonces, Myne. Te estaré esperando en mi casa dentro de tres días a la tercera campanada. Tengo entendido que vives en la zona del sur. Es mucho para que una niña tan frágil camine sola, así que te mandaré un carruaje. Sé puntual.

.

El día llegó.

Benno no había sido el único en soltarle el trueno encima con todo lo que ello implicaba, su padre también le regañó con una voz potente y furiosa cargada de frustración y un poquito de alivio al final. Podía comprenderlo. ¿Quién querría que su pequeña y enfermiza hija de casi siete años se fuera a la casa de un extraño… o de un viejo del cual desconfiabas por completo, bajo la cuestionable promesa de presentarle a alguien con el mismo padecimiento?

Aún así, su madre y Tuuri le ayudaron a preparar algunos dulces caseros y una horquilla para la niña a la que iba a conocer. Según la información que Benno juntó para ella, le presentarían a la nieta del jefe del gremio, la más pequeña de la familia y a la que casi nadie conocía.

La pequeña de coletas rosas resultó llamarse Freida y era una niña encantadora y agradable con muy buenos modales. Costaba creer que tuviera casi siete ella también. Ambas eran pequeñas… bueno, Myne era más pequeña que Freida en estatura y de complexión más delgada y frágil, pero también se veía de algún modo más saludable y vivaz que la pequeña pelirosada.

Ambas compartieron el desayuno y los dulces con el jefe del gremio. Ambos le explicaron el asunto con las herramientas mágicas. Eran herramientas rotas para niños que confeccionaban los nobles y que les vendían a precios altísimos cuando estaban por romperse o ya no las necesitaban porque eran muy difíciles de crear. Al parecer todos los nobles o sus niños padecían del mismo calor… o eso fue lo que ella entendió.

Según le dijeron, los nobles podían hacer herramientas milagrosas y "mágicas" que tenían muchísimos usos. Ellos podrían salvar a todos los niños con devorador que hubiera si al menos les interesara verlos como algo más que meros peones… Benno no sería un viudo sin casar y tendría una adorable esposa devorador si hubieran notado antes que el calor la haría estallar. Era un milagro que la chica hubiera alcanzado la mayoría de edad antes de morir… un milagro desgarrador que le robó a Benno toda intención de casarse y lo hizo centrarse en la tienda y el comercio.

Un poco más tarde, Freida y ella compartieron la cena en la habitación de la pequeña nieta del jefe del gremio porque la estaban preparando para mudarse al barrio noble… y fue ahí donde el temible futuro hizo su aparición.

—Myne, debe quedarte como un año de vida, más o menos —le informó la niña con la mirada perdida y triste antes de mirarla a los ojos.

A diferencia de su marido, ella solo había vivido siete años en ese mundo. En ese cuerpo. En esa vida. Era normal que la noticia de que le quedaba a lo mucho un año le sobrecogiera el corazón. Sus aportes todavía no eran suficientes. Los niños del barrio pobre y al parecer de la mayor parte de la ciudad eran iletrados… igual que la mayor parte de los adultos.

La comida era mala incluso en la casa de un rico mercader como el jefe del gremio.

La ciudad baja apestaba a mierda y podredumbre incluso en la zona norte.

Tenía tanto que ofrecer a las vidas de todas esas personas… y solo un año para entregarlo todo…

—Por supuesto, si firmas un contrato con un noble, podrías vivir más tiempo.

Eso llamó su atención. En ese momento se dio cuenta de que Freida era una negociante bastante hábil que sabía lo que hacía al decirle estas cosas y en ese orden. Primero le provocó un shock. Luego le vendió esperanza. Ahora pasaría a darle el costo de su milagro.

—¿Firmar un contrato de qué tipo?

La niña frente a ella suspiró, poniendo una sonrisa triste luego de tomar su último traguito de té para apoyar los codos en la mesa y su barbilla en los dorsos de sus manos.

—Sumisión o concubinato.

El miedo la carcomió de pronto.

Básicamente, si quería sobrevivir el tiempo suficiente para aprovechar todos sus conocimientos y mejorar la vida de los plebeyos tenía que venderse a un noble… venderse de manera bastante literal. Podía ser una esclava sexual o una esclava de otro tipo… incluso ambas si no tenía cuidado.

—¡Me niego! —respondió de inmediato.

—Myne… tienes al menos hasta tu bautizo para pensarlo. Yo he firmado un contrato de concubinato con un noble.

Sus ojos se abrieron mucho antes de ver a la pequeña niña. Una concubina de siete años… ¡Era aberrante lo viera como lo viera! ¡Ambas eran niñas pequeñas en cuerpos más pequeños de lo usual! ¿Y su abuelo lo había permitido? ¿Qué tipo de maldito bastardo pervertido…?

—No es tan malo como piensas, Myne. Cuando cumpla quince me mudaré a su casa. Tendré un ala para mí sola porque su terreno no es tan grande como para darme una casa apartada. Le daré hijos y cuidaré de los hijos que él tenga con su esposa… o esposas. Si me desenvuelvo bien, atenderé a su esposa. Por desgracia, como no tengo padres nobles o un anillo, no puede atar sus estrellas conmigo para hacerme una esposa respetable, pero estoy bien con eso.

—¿Hasta que cumplas quince, entonces?

La otra niña asintió con una sonrisa suave que poco hacía para enmascarar su resignación.

—Si. Por supuesto para eso todavía falta mucho tiempo y yo podría morir, así que, para asegurarse de que llegue a la edad adecuada mi prometido me provee con herramientas para mantener el devorador a raya. A cambio, mi abuelo le da una parte de las ganancias de nuestras empresas.

Era de verdad terrible.

Su abuelo le estaba pagando a un noble para que le dieran herramientas que mantuvieran sana a Freida… solo porque ya se la habían vendido como amante, niñera y posible sirvienta y vientre… si ese era el futuro, apestaba más de lo esperado.

—Temo que no podré firmar ningún contrato de concubinato entonces, Freida. Mi padre es soldado y mi madre tintorera. Yo tengo un taller que todavía no produce tanto como para tentar a ningún noble.

—¿Entonces… irás por un contrato de sumisión?

Lo consideró un momento. El mero nombre del contrato provocó que su mente volara a sus libros de historia y a los incontables relatos de ficción y no ficción donde se relataban los sinsabores aberrantes de los esclavos de África o los de Mesoamérica.

Sumisión… ella no había sido sumisa ni siquiera con Tetsuo, por el contrario, su matrimonio fue algo así como un equipo de apoyo para ambos… uno inundado de amor y no planeaba conformarse con menos que eso, aunque cada vez parecía más un sueño infantil e irreal que algo que pudiera experimentar otra vez.

—No creo que pueda firmar un contrato de sumisión tampoco, Freida. Tiendo a quedar postrada en cama por días cuando no me cuido lo suficiente o me sobre esfuerzo… en especial en invierno. Además, imagino que un contrato de sumisión me dejaría sin mi taller, por no hablar de cualquier cosa que quisiera adquirir a futuro. Un libro. Ropa. Una mejor vivienda para mis padres… Sospecho que sumisión es igual a servidumbre sin derechos… eso terminaría matándome por agotamiento antes de que el devorador termine conmigo, así que no. Gracias. Buscaré otra opción.

—Myne, no hay otras opciones. Es venderte o morir.

La esperanza en los ojos de la otra niña no se debía a un futuro brillante si no a la esperanza de un futuro tolerable, pero futuro a fin de cuentas.

—Entiendo. En este momento no tengo más que dos opciones… así que forjaré la tercera con mis propias manos. Muchas gracias, Freida. ¿Crees que pueda volver a mi casa ahora? Mis padres se preocuparán mucho si no regreso… por no hablar de mis socios.

—¿Socios?

Tuvo que sonreír. Quizás tenía la soga apretándose con lentitud alrededor de su cuello, pero también tenía fé en que encontraría una forma de mantenerse sin ayuda de los nobles. Tetsuo investigaba demasiado dentro y fuera de casa, algo tenía que haberle aprendido a ese hombre.

—Si, Lutz y el señor Benno son mis socios. Me reprocharán si no regreso para decirles que tú y tu abuelo han sido muy amables… y que necesito encontrar una tercera opción si quiero llegar a mi futuro soñado.

—Entiendo. De verdad esperaba que pudieras pasar la noche aquí conmigo y probar la vida de un noble. Concubina o no, así es como van a tratarme cuando me mude al barrio noble.

—Quizás pueda venir de visita en otra ocasión. Puede que te haga mi socia si se me ocurre alguna otra empresa.

Los ojos de la niña brillaron con renovado interés y más fuerza de la que mostrara momentos atrás. Resignada o no, esa chica quería una oportunidad de demostrar que podía ofrecer algo más que servicios de habitación y crianza.

—¡No lo olvides, por favor! ¡Me encantaría recibirte de nuevo y ser tu socia yo también, Myne!

—Lo prometo, Freida.

El carruaje fue preparado y ella volvió a su casa. Tenía mucho en que pensar y mucho que informar a sus padres y a sus socios, además de que se sentía asqueada por la realidad y molesta porque fuera una niña de su edad quien intentara convencerla de volverse un mero objeto con valor monetario. Le llevó toda lanoche llegar a la conclusión de que Freida no tenía la culpa, no era responsable de aquel sistema inhumano y que, de hecho, debió irse de un modo menos cargado de fastidio y más considerado para con ella y sus sirvientas, después de todo, la pulsera que le obsequiaron le había salvado la vida.

Era casi de madrugada cuando abrió los ojos, incapaz de quedarse más tiempo en cama simulando dormir.

No se daría por vencida con facilidad. Investigaría la pulsera, la cual le pagaría al jefe del gremio de un modo o de otro, prepararía algunos postres para disculparse con Freida por su mala actitud y luego… luego se saldría con la suya como había estado haciendo con cada pequeña cosa a su alrededor el último año.

.

Sus padres y sus socios estaban horrorizados… y también decididos.

No tenía idea de como empezar a investigar el brazalete que estaba rompiéndose en su muñeca, así que apenas tuvo tiempo comenzó a plantear la posibilidad de en qué comercios pedir ayuda para investigar.

Los materiales parecían metal y piedras preciosas, pero algo le decía que no lo eran. No tardó mucho en usar sus contactos de los otros gremios para que la ayudaran a descubrir que era lo que tenía ahora atado a su muñeca.

—Parece oro, pero no lo es. Debe ser metal mágico.

—¿Metal mágico?

'Bueno, si hay rocas que se vuelven animales voladores de feria… supongo que no se puede hacer nada al respecto.'

—¿Y sabe donde puedo conseguir más de este metal mágico y misterioso?

Su herrero de confianza la miró como si acabara de decir una idiotez. Dos segundos después, todos los que la escucharon estaban riendo a pierna suelta. Por supuesto no tardó en mirar a Lutz, quien parecía tan conmocionado como ella. ¿Qué era lo gracioso en todo eso?

—Señorita Myne, temo que el metal mágico es creado por los nobles. No es algo que pueda minar o encontrar en el río o tirado por ahí en la calle.

'¡Y dale con los malditos nobles! ¿Es que tienen que acapararlo todo?'

—Entiendo, muchas gracias —se despidió antes de preguntar si sabían donde podía conseguir a un experto en joyas.

Era una suerte que el señor Mark decidiera acompañarla también en su investigación. Hubo alguien capaz de cargarla y continuar caminando cuando sus piernas no pudieron más y sus pulmones comenzaron a consumirse envueltos en el calor del esfuerzo.

Para cuando llegaron a la joyería a la que los mandaron los herreros había recuperado el aliento de nuevo y se sentía fresca. Seguro que la caminata de hoy le iba a pasar factura al día siguiente.

—Buenas tardes, quisiera hablar con el valuador, por favor.

Al principio los empleados la miraron con algo de desprecio y desconfianza, tomándola un poco más en cuenta luego de mirar a Mark y que él les hiciera un gesto de hacer lo que estaba diciéndoles.

Estaba segura de que su edad y su estatura, que le impedía alcanzar del todo la parte más alta del mostrador, eran parte de lo que evitaba que la tomaran en serio en un inicio en todos lados. Menos mal que eso siempre terminaba por cambiar. Ya ni siquiera se molestaba, más bien intentaba pensar en como se sentiría ella si un niño como de cuatro o cinco años se hubiera presentado ante ella siendo Urano, la mujer adulta y madre de dos, para luego comenzar a actuar y hacer peticiones como un adulto cualquiera.

Bizarro. Ese era el resultado de su imagen visual. Al menos no la despreciaban por su género.

El valuador salió entonces, mirándola a ella, luego a Mark y después a ella de nuevo. Solo tuvo que retirarse la pulsera para ofrecerla y que la atención el hombre se dirigiera al objeto en sus manos.

—Me gustaría averiguar qué tipo de joyas engarzaron en esto, señor. Le pagaré por ello.

El hombre miró a todos lados antes de hacer algunas señas a los empleados y luego tomar la pulsera y un objeto entre un monóculo y uno de esos como microscopios pequeños que usaban en su mundo para verificar que los diamantes fueran reales y legales.

—Estas no son joyas, niña, son piedras mágicas.

—¿Mágicas?

Pensó en hacer una broma al respecto, ella no era Tetsuo para burlarse de la supuesta ignorancia de la gente… aunque tampoco era una otaku sin remedio como Shuu y Akane que estarían cada vez más fascinados con eso… y de hecho, luego de ver contratos ardiendo en llamas al firmarlos, caballeros volando en monturas de carrusel y árboles de cristal que aparecen y desaparecen en la nieve, tenía que estar más abierta a la posibilidad.

—Si. Te daré una dirección donde pueden revisarlas mejor… se la daré a tu padre para que la lea y…

—Sé leer, escribir y hacer cuentas mejor que muchos adultos, señor. Y el señor Mark no es mi padre, es mi escolta. Gracias.

De nuevo, el valuador miró primero a Mark, quien asintió a todo, y luego a ella, soltando un suspiro cansado antes de entregarle una pequeña tablilla con algo escrito.

Myne leyó la dirección en voz alta con perfecta dicción y luego miró al tasador, el cual parecía impresionado ahora. Mark la tocó en el hombro y ella le entregó la tablilla, sorprendiéndose cuando Mark sacó una daga de lo más afilada con la que comenzó a raspar la tablilla con cuidado hasta sacar una fina lámina un tanto traslúcida con la tinta en ella, devolviendo la pequeña tablilla al valuador antes de salir.

—Permítame cargarla, señorita Myne. Está un poco retirado.

Suspiró antes de levantar los brazos para permitir que Mark la sentara en uno de sus brazos y comenzar su camino a la nueva tienda. Era bochornoso que tuvieran que seguirla cargando como a un bebé, pero su cuerpo no tenía suficiente resistencia para estar caminando todo el día de un lado a otro bajo el sol y en verdad no quería quedarse en cama con fiebre al día siguiente.

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—Parece joyería mágica de la que usan los nobles –comentó la mujer detrás del mostrador, mirándola con desconfianza para luego mirar a Mark, relajando sus facciones y sonriendo incluso–, aunque es de calidad muy cercana a la calidad media… no va a tardar mucho en deshacerse en polvo de oro. No dejes de venir a vendérmelo cuando eso suceda.

—¿Polvo de oro? ¿¡Bwuh?!

La mujer en la tienda de piedras fey soltó una risita ligera, estirando la mano para revolverle el cabello y acercándole la pulsera llena de grietas por todos lados para mostrarle.

—Cuando los nobles saturan piedras fey o estas joyas mágicas, se convierten en polvo dorado. En ocasiones algunos niños me traen piedras fey basura para vender y en lugar de entregarme piedras me entregan polvo dorado. Los nobles suelen pagar mucho dinero por ese polvo, a decir verdad.

—¿En serio?

La mujer atrás del mostrador sonrió sin dejar de asentir despacio, haciéndola pensar. Myne repasó toda la información conseguida hasta ahora sobre su enfermedad y la joya mágica y extraña que tenía consigo y que parecía, en efecto, a punto de romperse.

—¿Sabe si se pueden hacer de estos con piedras fey?

—No tengo idea, niña. Eso es cosa de los nobles, no de nosotros los plebeyos. Aunque es posible que usen algunas piedras fey para hacerlas, de lo contrario no me explico que ambas cosas se desmoronen cuando expiran.

Eso sonaba muy interesante en realidad.

Myne lo consideró un momento antes de mirar a Lutz y al señor Mark.

—¿Ustedes saben que son estas piedras fey?

—¡Por supuesto! —exclamaron ambos.

Lutz sonrió entonces, deteniendo sus manos a medio camino de levantarlas para apoyar su nuca contra ellas, enderezándose como si recordara que traía todavía puesto el uniforme de aprendiz de la compañía Gilberta.

—Esas piedras son lo que obtienes si no tienes cuidado al destazar algunos animales del bosque y los matas, como los shumils.

—¿En verdad?

Ambos asintieron y Myne volteó de pronto al mostrador, recordando que la mujer explicó que en ese lugar vendían y compraban esas piedras.

—Disculpe, ¿podría mostrarme una piedra fey?

—¡Por supuesto!

La mujer tomó algo de debajo del mostrador y lo puso en su mano. Myne la observó entonces. Se trataba de lo que parecía una pequeña piedra de río de color negra que giró en su mano un momento, apretándola dentro de su puño para constatar la sensación fría que sentía antes de abrir su mano y notar que la piedra parecía ahora de un ligero tono ámbar… y que ya no estaba tan opaca como cuando se la dieron. Era casi como si se estuviera transformando en una de esas piedras cada vez más traslúcidas que llevaba en la muñeca… esas que parecían piedras de vidrio ahora.

Myne miró al mostrador y luego apretó de nuevo la piedra, notando que de pronto ya no se sentía tan fría. Cuando abrió la mano se encontró con que la piedra era más amarilla y traslúcida ahora. ¿Qué estaba pasando?

—Ahm, señorita, ¿es normal que pase esto por sostener una piedra fey?

La mujer observó la piedra, sorprendiéndose un momento antes de mirarla y pedirle que por favor se vaciara los bolsillos, sacudiera su vestido y le mostrar las palmas.

—¡Oh, por todos los dioses! Parece que incrementaste la calidad de esta piedra… aunque el color es extraño.

'¿Incrementé su… calidad? ¿qué es lo que está pasando aquí?'

Mirando de la mujer en el mostrador a la piedra, Myne devolvió el objeto y agradeció, despidiéndose y prometiendo volver para venderle el polvo de oro cuando su pulsera se deshiciera, deteniéndose en el umbral cuando Mark, en lugar de seguirlos, sacó una pequeña bolsa de cuero y entregó un oro pequeño a la tenderá, quién dijo que ella no había visto nada raro. Luego se fueron.

—¿Myne, estás bien? —preguntó Lutz luego de que avanzaran algunas cuadras en completo silencio, sin que ella dejara de examinar sus manos o la joya alrededor de ella.

—Si, solo… ¿Señor Mark, le importaría llevarnos a la puerta norte, por favor? Quisiera hablar con mi padre.

—¡Por supuesto, señorita Myne! ¿Logró descubrir algo?

Ella solo sonrió y asintió, cerrando sus manos antes de mirar a Mark y Lutz con algo similar a la esperanza en su corazón.

—Creo que encontré mi tercera opción. Por cierto, gracias por protegerme.

Mark solo sonrió y Lutz los miró de uno a otro confundido.

Si podía venderse a los nobles, era posible que los nobles pudieran tomarla por la fuerza si sabían de ella. ¿Cuántos documentos e historias no leyó en su vida anterior sobre gente con poder raptando gente sin importancia para convertirlos en esclavos? Entre menos supieran de ella, mejor.

.

Un poco más tarde, su padre volvió a casa con un par de piedras fey que consiguió tras matar un par de shumils y se las entregó, quejándose un poco por el desperdicio de no poder consumir la carne del animal por no eviscerarlo y cortarlo de manera adecuada.

La pequeña solo lo ignoró, retirándose la pulsera y tomando una de las piedras en su mano.

'¿Cómo debería hacer esto? ¿Estará bien si solo aprieto mi puño? Bueno, el calor parece meterse en la piedra, entonces… quizás si imagino que saco un poco de la caja y lo hago correr por mi brazo hasta mi mano… debería imaginar entonces que lo estoy empujando a la piedra.'

Una sensación arenosa la descolocó de pronto. Cuando abrió la mano, en lugar de una piedra fey se encontró con un pequeño montón de arena dorada y brillante.

Su familia miró también, sorprendidos todos antes de mirarla a ella.

—Está bien. La mujer de la tienda dijo que me compraría el polvo de oro de la pulsera… ¿Puedo intentar de nuevo?

Su madre se apresuró a colocar un pedazo de tela vieja y descolorida bajo su mano para que pudiera dejar ahí el polvo. Su padre le tendió la otra piedra y Myne se concentró en seleccionar una pequeña cantidad de calor del que estaba dentro de la caja, sonriendo esta vez cuando, luego de empujar, no encontró un montón de polvo sino una piedra que acababa de pasar del negro al amarillo claro y traslúcido, como si se tratara de una piedra de vidrio o algo así.

—¡Oh, dioses! ¡Creo que lo logré!

Myne miró a su familia con una enorme sonrisa. Podría quedarse en casa con ellos. Podría utilizar esas piedras fey para empujar el calor en ellas cuando fuera demasiado para almacenarlo en su caja hipotética y eso era fabuloso. Tal vez no era una cura, pero podría controlar su enfermedad.