EPÍLOGO

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La historia que Kardia contó…

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La realidad era que el frío aún no se había desbordado como se esperaba. Había tomado la diligencia hacia Bluegard antes de que el clima se volviese más duro, y aunque él era el Arconte de Acuario, uno de los maestros del hielo, también se vería en serios problemas para poder llegar hasta el reino de los guerreros azules, así que Dègel salió del Refugio de Atenea en un buen momento.

Las semanas que le tomarían llegar hasta allá serían breves. Ya había despachado la carta para Unity antes de salir, así que esperaba que la recibiera mientras estaba en marcha.

Estaba emocionado de poder volver al lugar de los hielos eternos, al castillo de Bluegard, enclavado como la cabecera del Reino del Norte, con su puente de piedra infinito, para poder llegar a las puertas del castillo, en cuyo costado estaba la cascada casi perpetuamente congelada.

Decían que ese larguísimo puente era una prueba para los reyes; según las viejas costumbres, el rey que estuviese por casarse tenía que llevar en brazos a la novia, a la futura reina, a través de ese largo puente. Eso demostraba que el rey era lo suficientemente fuerte y capaz no solo para sostener a su reina, también a todo su pueblo.

Era un lugar maravilloso Bluegard, el lugar donde había crecido junto a los príncipes. El lugar donde había conocido ese primer amor…

Sólo que ahora las cosas estaban de cabeza. Ahora Kardia y toda su ardiente persona habían puesto patas para arriba su templo, su tranquilidad, su vida.

Se había marchado enojado, confundido y con ganas de haber congelado a su parabatai, dejándolo como escultura en el templo de Acuario. Apretó la baranda del barco y perdió la vista en el mar frío y oscuro, no se podía ver gran cosa, simplemente la oscuridad del mar y del cielo, que curiosamente no dejaba ver las estrellas, estaba ligeramente nublado.

Se llevó los dedos a los labios, acarició la comisura, cerró los ojos, pudo sentir todavía quemándole la saliva del griego, los labios de su compañero mordiéndolo, su lengua explorando su boca, el temblor de su propio cuerpo, tragó saliva en seco, le costó trabajo pasarla, la nuez se movió desesperada en su cuello.

Se enojó una vez más, por no tener el autocontrol para dejar de sentirse tan perturbado por eso… por ese beso.

Kardia era tan odioso, tan terriblemente odioso…

El normando regresó a su camarote arrastrando los pies, derrotado, fastidiado, confundido, abrió la puerta y se recargó en ella una vez que entró, suspiró profundo.

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Días antes salir del Santuario…

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La correspondencia estaba amontonándose sobre la mesa, ahí cogiendo polvo simplemente, la realidad es que Dègel no era de los que se entretenían husmeando las cosas de los demás, mucho menos, su correspondencia.

Pero esa tarde, mientras quitaba de encima todas esas cartas para ponerlas en otro lado, una de ellas cayó, se deslizó de entre sus dedos y fue a dar a sus pies; era la única de esa montaña que estaba abierta.

Al caer, la hoja se salió del sobre, así que recogió ambas cosas, el sobre y la hoja, dejó las cartas cerradas y polvosas en el librero, luego con las manos libres abrió el sobre para meter la hoja, pero… no pudo evitarlo, algo le llamó la atención, algo en aquella caligrafía manuscrita perfecta había llamado poderosamente su atención.

Kardia tenía una letra curiosa que cuando se esforzaba era una letra aceptable, pero cuando no… era comunicación directa con los dioses, solamente ellos le entenderían.

No, esa letra no era de él.

Abrió la carta, empezó a leer… entonces le llamó la atención lo que leyó, estaba dirigida a "Helios".

"¿Quién carajos es Helios?", se preguntó en silencio.

La carta hablaba de la lápida de mármol que se había colocado en el cementerio para su padre, para el padre de Helios; decía que habían cambiado la lápida por una más bella, de mármol. Al final decía que ojalá pudiese verla con sus propios ojos y decirle si era un tributo adecuado a su memoria.

Firmaba Zakros Oraios.

—Zakros… —farfulló en un susurro el joven Arconte de Acuario.

Por supuesto que conocía a Zakros… por supuesto que sabía quién era, ¿cómo olvidarlo? ¿Cómo olvidar que no fue Unity el primero que lo besó, sino aquel hombre cubierto de oro?

Estaba tan embelesado en sus recuerdos que no se dio cuenta de que Kardia lo estaba observando, en la entrada de la estancia, cerca de donde estaba parado Dègel, petrificado. Vio lo que sostenía entre sus dedos, el corazón le palpitó, y no porque se sintiese ofendido al respecto, era más bien que… había descubierto algo de lo que no quería hablar y de lo que no quería dar explicaciones.

Se acercó a él y le quitó la hoja de entre los dedos, la dobló cuidadosamente y la guardó. Dègel estaba congelado ahí, descubierto en lo que había hecho, sintiéndose avergonzado.

—Yo… lo siento, no era mi intención husmear, es que… lo siento mucho… —balbuceó dispuesto a enfrentar la proverbial furia helena de Kardia.

Y fue la mirada triste de los ojos azules de Kardia lo que le hizo sentir peor. Nunca lo había visto con esa expresión en la mirada.

—Discúlpame, por favor…

—Ya, bueno, ¿y no vas a preguntar? —le soltó a bocajarro. El normando no se atrevió a articular palabra, aunque abrió los labios y pretendió moverlos, nada salió de ellos hasta después de un momento.

—¿Quién es Helios…? —Se atrevió a inquirir.

—Soy yo, yo soy Helios, ese era mi nombre: Helios Nikopolidis, mi nombre civil —dejó la carta encima de las otras—, dejé ese nombre atrás cuando llegué aquí. El nombre de la partida de nacimiento es ese…

—Pero ¿por qué? Bueno, si no quieres hablar de esto, no es necesario, mis disculpas, fue muy invasivo…

—A diferencia tuya, Dègel, yo no nací en una corte. A mí me dejaron abandonado en la plaza de Heraklion, estaba enfermo, como bien sabes, un pescador se apiadó de mi miserable existencia —tragó saliva antes de seguir hablando—, él me puso de nombre Helios, llevo su apellido.

Tuvo miedo de interrumpirlo con alguna de sus mil preguntas, pero no lo hizo, se mantuvo callado, como si los dioses le hubieran sellado los labios.

—Después conocí a Zakros, cuando era un niño. Me fui a vivir con él, también en Creta, a veces visitaba a mi padre para saber que estaba bien, fue Zakros quien me puso ese apodo "Kardia", ya sabes lo que significa…

—¿Por eso te quedaste con ese nombre?

—No. Un día las cosas en la isla se pusieron feas, la gente empezó a convertirse en no muertos, entre ellos, mi padre… no pude matarlo, salí corriendo, escapé… defraudé a Zakros, a mi padre… hui como un cobarde.

—Pero…

—Después de vagar por días, me metí a esa cueva —seguía hablando sin parar, como hipnotizado, como si al soltar todo lo que llevaba adentro, pudiera aminorar el dolor—, los escorpiones me picaron… tantas veces, sentí que moría, luego… me inyecté yo solo las quince agujas, si mi corazón era el problema, tal vez podía ligar eso a mi propia técnica y… simplemente lo hice…

Ahí tenía por fin la respuesta. Algo así ya había sospechado, desde aquel día en que se lo dejaron, porque justamente él había contado quince agujas ya cicatrizando y catorce nuevas, las que le hizo su maestro en la prueba por la armadura.

Eso sí, Kardia evitó contarle que esa decisión la había tomado porque pensó que, en combinación con el Misopethamenos que le había dado aquel viejo tiempo atrás, sus agujas le volverían más resistente.

—Cuando volví a casa con Zakros, él estaba furioso por lo que me había hecho a mí mismo. Ya sabes lo que pasó después… —suspiró profundamente—, ya no era digno de ser Helios, me había convertido en una decepción para todos, así que… dejé ese nombre atrás…

Dègel le puso una mano sobre el hombro, no sabía qué decir, no tenía idea de qué palabras darle, no estaba seguro de qué era lo socialmente respetable para decirle.

—No creo que seas una decepción, para nadie.

—En fin… voy a cambiarme y nos vamos al mercado, ¿vale? —contestó el griego zanjando el asunto.

Por primera vez entendía un poco más profundo el por qué Kardia era como era. En sus palabras, descubrió que el niño con el que había convivido todo ese tiempo tenía mucho más en su pasado, en su vida, de lo que él imaginaba. Logró comprender, un poco, del por qué vivía siempre al límite… entendía un poco aquello que decía de arder la vida y enfrentar a un contrincante lo suficientemente poderoso…

Lo entendía… un poco…

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Fin de la primera parte.

Continuará…

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N. de la A.

En las notas iniciales a este relato anticipé que esta sería la primera parte de tres. Así que, en efecto, hemos llegado al final de este volumen uno. La historia continuará en la segunda parte donde las cosas seguirán enredándose y encaminándose hacía los preparativos de la Guerra Santa. Me resta agradecerles por seguir este relato, por sus palabras, por sus mensajes.

Siempre me es grato leerles y saber que al menos estas líneas son para ustedes el momento agradable del día.

¡Nos vemos en las Apaturias!

HS, 16 de febrero 2025.