Ginoza
La sala de música estaba vacía a esta hora, pero el sonido del piano rompía el silencio con una fluidez casi perezosa, como si quien tocara no estuviera realmente prestando atención a lo que hacía, sino dejando que las notas simplemente existieran en el aire. Reconocí la manera en que cada melodía se deslizaba sin estructura definida, sin la intención de crear algo en concreto, sino de llenar un espacio con sonido. Reconocí la forma en que las teclas eran presionadas con cierta delicadeza ausente, con la mecánica de alguien que toca sin pensar, sin importarle el resultado.
Reconocí que era Alice antes de siquiera verla.
Me quedé en la puerta por un instante, observándola. Su postura no era exactamente relajada, pero tampoco tensa. Tocaba con la cabeza ligeramente inclinada, su cabello cayéndole en mechones sueltos sobre los hombros, con la misma naturalidad con la que hacía todo en su vida, como si el mundo entero le perteneciera sin tener que pedir permiso. No hizo ningún gesto que indicara que había notado mi presencia, pero lo sabía. Alice siempre sabe.
Caminé hacia el piano sin decir nada. Me detuve a unos pasos, lo suficiente como para que pudiera verme si levantaba la mirada, pero no lo hizo.
—Al final volviste a Nitto —dije finalmente, rompiendo el silencio entre nosotros.
—Sí —respondió sin apartar la vista de las teclas.
Esperé a que dijera algo más, pero no lo hizo.
—¿Eso es todo?
Alice dejó escapar una exhalación baja, como si le aburriera la conversación antes de que siquiera empezara.
—¿Qué más quieres que diga, Gino?
Apreté la mandíbula.
—Desapareciste por semanas y ahora estás aquí como si nada.
—Estoy aquí, ¿no?
—No es lo mismo.
Alice sonrió, pero no había diversión en ella.
—Sabes, esperaba que Kougami fuera el primero en venir a decirme algo como esto.
—¿Decepcionada?
Alice finalmente levantó la vista del piano y me miró.
—No. Sorprendida.
Su expresión era difícil de leer. No estaba enojada, pero tampoco parecía del todo interesada en esta conversación.
—¿Por qué viniste, Gino?
No lo sé. No quiero saberlo, o no quiero admitirlo, pero Alice me mira como si ya conociera la respuesta y solo estuviera esperando a que yo lo dijera.
—Porque quiero que hablemos.
Alice giró un poco el cuerpo en el banco del piano y me observó con curiosidad.
—¿Hablar de qué?
—De lo que pasó.
—Oh.
Alice se cruzó de piernas, apoyando una mano sobre las teclas, apenas rozándolas, como si no pudiera quedarse completamente quieta.
—¿Quieres hablar de los besos?
No dijo nuestros besos. Solo los besos, como si fueran un tema trivial, como si fueran algo que podía ser discutido con la misma ligereza con la que habla sobre cualquier otra cosa.
—Sí.
—¿Por qué?
Fruncí el ceño, sintiendo que ya estábamos cayendo en uno de sus juegos, en una conversación donde Alice siempre lleva la delantera.
—Porque no fueron nada para ti, ¿verdad? —pregunté, sin poder evitar que mi voz sonara más áspera de lo que quería.
Alice me miró durante unos segundos y luego sonrió con suavidad.
—¿Eso es lo que crees?
Mi pecho se tensó. No respondí.
Alice inclinó la cabeza, sus ojos miel estudiándome con paciencia.
—No sé por qué te cuesta tanto admitirlo, Gino.
—¿Admitir qué?
—Que significaron algo.
No lo dijo con provocación. No lo dijo como una burla. Lo dijo como si fuera lo más obvio del mundo.
Cerré los ojos por un instante y dejé escapar una respiración lenta.
—Está bien, sí.
Alice sonrió apenas.
—Sí, ¿qué?
—Sí, significaron algo.
Alice no pareció sorprendida por mi respuesta, pero algo en su mirada cambió. Como si hubiera estado esperando que lo dijera, pero también como si ya supiera que no podía hacer otra cosa.
—Entonces, ¿qué vas a hacer con eso?
No lo sé.
Porque nada de esto estaba planeado, nada de esto debería haber pasado, nada de esto tiene sentido en mi cabeza.
Pero Alice no necesita que tenga sentido, ella nunca espera que todo esté perfectamente resuelto antes de tomar una decisión, ella solo está esperando a que yo deje de pelear contra algo que ya es inevitable.
Me incliné ligeramente, sin romper la conexión entre nuestras miradas.
—Voy a besarte.
Alice arqueó una ceja, pero no se apartó.
—¿Porque sientes que debes hacerlo o porque quieres hacerlo?
No pensé demasiado en la respuesta.
—Porque quiero hacerlo.
Alice no esperó más, no hizo un comentario sarcástico, no se burló, no intentó convertir esto en otro de sus juegos, solo se inclinó hacia mí al mismo tiempo que yo me inclinaba hacia ella, y cuando nuestros labios se encontraron, ya no quedaba nada más que decir.
Esta vez no fue impulsivo, no fue un error, no fue algo que pudiera justificar con un momento de debilidad.
Esta vez lo hice porque realmente quería hacerlo, porque Alice me había estado esperando todo este tiempo, y porque yo ya no podía seguir esperando más.
Kougami
El tiempo sigue avanzando y Alice sigue actuando como si yo no existiera.
La veo todos los días en Nitto. A veces en los pasillos, otras veces en los almuerzos, en la biblioteca, en los estudios de música, en los espacios donde siempre ha estado. Pero no me mira. No busca conversación. No interrumpe mis charlas con Ginoza con comentarios sarcásticos. No aparece de la nada para sentarse junto a mí como si fuera lo más normal del mundo. Alice Carter me ignora con la precisión de alguien que sabe exactamente lo que está haciendo.
Y no voy a perseguirla.
Paso los días como siempre, estudiando, entrenando, pasando tiempo con Ginoza. Es extraño que después de tanto tiempo nos llevemos bien, considerando que la competencia entre nosotros nunca ha desaparecido. Él quiere el primer puesto, yo no pienso dárselo fácilmente. Pero me cae bien. No puedo decir que somos amigos, al menos no amigos de la manera en la que Alice entiende la amistad, cuando ella se adueña de las relaciones y les pone nombres sin preguntar, pero nos soportamos, y eso es suficiente.
Alice, en cambio, ya ni siquiera es una variable en mi rutina. O al menos eso es lo que intento decirme… hasta que la veo hablando con Ginoza.
No parece haber tensión entre ellos, ni rastros de la pelea, ni rastro de la Alice que gritó en la mansión Carter diciendo que estaba harta de todo. Hablan como si nada hubiera pasado. No sé qué tanto han arreglado o si simplemente están pretendiendo que todo sigue igual, pero verla interactuar con él normalmente mientras sigue ignorándome a mí me recuerda que me importa lo que está haciendo, pero no me voy a dejar comandar por una chica.
No voy a ir detrás de ella, no voy a exigirle explicaciones. Técnicamente, el que la cagó fue Ginoza. Fue él quien la besó, quien después se hizo el desentendido, quien se alejó solo para volver a buscarla. Y ahora está teniendo lo que yo no tengo: su atención.
Pero Alice siempre cede, y esto es solo cuestión de tiempo.
El día es caluroso, el sol golpea con fuerza sobre la cancha de tenis y yo estoy esperando a Ginoza, apoyado contra la cerca, con la raqueta en la mano y la mente ocupada en cualquier otra cosa. Es un hábito jugar juntos cuando hay tiempo, aunque yo no sea un experto. Algo que empezamos sin darnos cuenta y que seguimos haciendo porque ninguno está dispuesto a dejar que el otro gane demasiado seguido.
Entonces la veo.
Alice camina hacia la cancha con su usual despreocupación, pero esta vez no hay distancia en su expresión. No hay la elegante indiferencia con la que me ha estado tratando en las últimas semanas. Se detiene frente a mí, con las manos en las caderas y una sonrisa ligera, como si todo el tiempo que pasó ignorándome nunca hubiera existido.
—Tú, Yo, partido.
Levanta una ceja y estira una mano hacia mí, esperando que le pase la segunda raqueta.
Sonrío de lado.
—¿Así que ahora me hablas?
—No exageres, Kou. Esto no es hablar, esto es retarte.
Le lanzo la raqueta sin decir nada más, y ella la atrapa con facilidad.
Alice nunca ha sido de las que hacen deporte en equipo, pero es rápida, más rápida de lo que debería ser, gracias al ballet. No sé si tiene técnica, pero seguro tiene reflejos. Yo no soy un experto en tenis, pero tengo fuerza y precisión. Es una combinación interesante.
Empezamos a jugar sin más introducciones. Alice se mueve con agilidad, aprovechando su tamaño y su velocidad para interceptar la pelota antes de que toque el suelo dos veces. Yo confío en mis golpes, en la potencia con la que la lanzo al otro lado de la cancha, en la forma en que ella tiene que reaccionar cada vez más rápido para seguir el ritmo.
El partido se convierte en una competencia sin palabras. Nos analizamos con cada jugada, con cada movimiento. Alice sonríe cuando devuelve un golpe que no esperaba que alcanzara. Yo me río entre dientes cuando la veo apretar los dientes con frustración tras fallar un punto.
—Eres pésimo en esto —dice Alice, sacudiendo la cabeza después de un intercambio particularmente intenso.
—Pésimo o no, voy a ganarte.
—Aún no ganas.
Sirvo de nuevo, sin molestia. Alice salta para alcanzar la pelota y la devuelve con un ángulo que casi me sorprende. Casi.
Seguimos así durante un rato, sin pausas, sin treguas. La competencia se convierte en algo más personal de lo que debería ser. Porque Alice siempre lo hace personal.
—Entonces, ¿ya se te pasó la rabia? —pregunto, sin perder el ritmo del juego.
Alice resopla.
—¿Quién dijo que estaba enojada?
—Tu silencio.
—¿Y te molestó?
No respondo. Golpeo la pelota con fuerza, Alice la intercepta, pero pierde el control en el siguiente movimiento.
—Entonces sí te molestó —dice, cruzándose de brazos.
Camina hasta la línea de fondo, con la raqueta apoyada en su hombro. No es un gesto desafiante, pero no es casualidad. Quiere que siga la conversación, quiere que reaccione.
—Punto para mí—digo, ajustando el agarre de mi raqueta—. Sigamos jugando.
—No hasta que admitas que extrañaste hablar conmigo.
Sonrío.
—Alice Carter necesita que le validen el ego. Qué sorpresa.
—Y Kougami Shinya necesita que lo persigan, pero no puede admitir que lo extraña cuando lo dejan solo. Qué sorpresa.
Su tono es ligero, pero el peso de la conversación está ahí, en el aire entre nosotros, en cada palabra no dicha durante las últimas semanas.
Nos miramos desde lados opuestos de la cancha. Alice no va a disculparse, y yo no lo necesito.
El partido sigue sin pausas, sin treguas, sin que ninguno de los dos baje la guardia. Cada golpe es más agresivo que el anterior, cada movimiento más rápido, más preciso. La pelota cruza la cancha con fuerza, rebotando entre nosotros como si cada punto fuera algo más que solo un juego. Alice no me deja ganar, y yo no tengo intención de hacerle las cosas fáciles.
El sol cae sobre nosotros con una intensidad sofocante, pero ninguno se detiene. Alice se mueve con una velocidad absurda, cada giro, cada salto, cada cambio de dirección se siente tan natural para ella como el ballet. Yo tengo fuerza, tengo potencia en mis golpes, pero Alice tiene algo más: agilidad, adaptabilidad, una maldita resistencia que no debería tener.
Y en medio de todo esto, seguimos discutiendo.
—Sigues jugando como si tuvieras que demostrarme algo —dice Alice después de devolver un golpe que casi la hace tropezar.
—No tengo que demostrarte nada —respondo, golpeando la pelota con fuerza.
—Entonces, ¿por qué sigues aquí?
Alice lanza la pregunta con la misma facilidad con la que devuelve la pelota. Como si no significara nada. Como si no fuera la primera vez en semanas que realmente me habla.
Me quedo en silencio por un segundo, pero no lo suficiente para que se note. No le voy a dar la satisfacción.
—Porque voy ganando.
Alice suelta una risa baja, burlona, justo antes de lanzar la pelota con un golpe rápido que me obliga a moverme más de la cuenta.
—Siempre tan modesto, Kou.
El partido sigue, la tensión no desaparece. Esto no es solo sobre ganar, no es solo sobre jugar, no es solo sobre tenis.
Esto es Alice volviendo sin pedir permiso.
Esto es Alice decidiendo que ya no me va a ignorar, pero sin decirlo en voz alta.
Esto es Alice obligándome a enfrentarla sin que ninguno de los dos tenga que admitir lo que realmente está pasando.
Nos quedamos atrapados en el intercambio, en el sonido de la pelota golpeando la raqueta una y otra vez, en la respiración acelerada, en la sensación de que ninguno de los dos va a ceder primero. Y entonces Alice pierde el punto.
La pelota rebota fuera de la cancha y Alice deja caer la raqueta con una exagerada expresión de derrota, como si el esfuerzo de todo el partido hubiera sido en vano. Se lleva una mano a la cadera, su respiración aún agitada, y me mira con algo que no es exactamente enojo, pero tampoco es aceptación.
—Bien. Ganaste.
Cruzo la cancha con la raqueta aún en la mano, sin apartar la mirada de ella. Está sudando, su cabello se pega a su frente, su pecho sube y baja con cada respiración pesada. Se ve agotada, pero no vencida. Nunca vencida.
—Lo dices como si no fuera obvio.
Alice rueda los ojos, pero sonríe de lado. La primera sonrisa real que me ha dirigido en semanas.
—No creas que esto significa que te perdoné.
No esperaba que lo hiciera.
Dejo caer la raqueta sobre mi hombro y la miro, esperando que diga algo más. Pero no lo hace. Solo se queda ahí, con los brazos cruzados, mirándome con esa mezcla de desafío y aceptación.
—Alice.
—Kou.
Nos quedamos en silencio por un momento, observándonos, midiendo lo que viene después. Pero no hay un después inmediato. Alice nunca te da las cosas fácilmente.
—¿Mañana, revancha? —pregunta finalmente, girándose hacia la salida.
—Siempre.
Alice recoge su raqueta y camina fuera de la cancha con la misma seguridad con la que llegó, sin apresurarse, sin mirar atrás. Pero esta vez no me ignora. Esta vez, sé que va a volver.
Ginoza
Alice volvió al comedor como si nunca se hubiera ido.
La vi entrar con su usual despreocupación, con la misma expresión de quien camina como si el mundo le perteneciera. No miró alrededor, no tanteó el ambiente, no midió las reacciones de nadie. Simplemente avanzó entre las mesas hasta la nuestra, dejó su bandeja sobre la superficie con un movimiento ligero y se sentó a mi lado como si hubiera estado allí todos los días.
No dijo nada al principio, solo tomó los palillos y empezó a comer con la misma naturalidad con la que se instala en la vida de las personas sin pedir permiso. Yo no dije nada tampoco. No había necesidad. Alice estaba aquí, y eso era suficiente.
Me di cuenta de que estaba cómodo con su presencia, más de lo que esperaba. Después de todo lo que pasó, después de la distancia, de la pelea, de las cosas que no dijimos, me sorprendió lo fácil que era simplemente estar junto a ella otra vez.
Pero entonces Alice miró a Kougami, con esa chispa de diversión en los ojos que siempre aparece cuando está a punto de desafiarlo.
—Espero que estés listo, Kou, porque esta tarde te voy a destrozar en la cancha de tenis.
Kougami apenas levantó la mirada de su bandeja antes de responder.
—¿Así que ahora crees que puedes ganarme?
—No creo, lo sé.
—Claro, Carter. Sigue soñando.
Alice sonrió y se inclinó un poco sobre la mesa, como si estuviera midiendo cuánto podía provocarlo antes de que realmente le prestara atención.
—Voy a humillarte y lo sabes.
Kougami resopló suavemente, sin tomárselo en serio.
—Veamos si puedes siquiera ganarme un set.
Alice rió y se llevó un bocado de comida a la boca, sin dejar de mirarlo. Era un intercambio sin peso aparente, un simple desafío, una conversación como tantas otras que han tenido. Pero algo en mí se sintió incómodo.
No había una razón concreta. No era como si Alice y Kougami no hubieran hablado así antes, no era como si esto fuera algo nuevo. Pero después de todo lo que pasó, después de que Alice y yo nos besamos otra vez, después de que pensé que tal vez había recuperado algo con ella, verlos interactuar así, con tanta naturalidad, con tanta confianza, me hizo sentir un peso en el estómago que no pude ignorar.
No dije nada. No era necesario. Alice se había sentado junto a mí, pero también había vuelto a hablar con él.
Yo comía con la mirada fija en mi bandeja, fingiendo que no me importaba lo que estaba ocurriendo frente a mí, que la manera en la que Alice y Kougami volvían a desafiarse mutuamente no me afectaba. Pero lo hacía. Lo hacía más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—Ah, pero claro, después de que humille a Kou en la cancha, quizás podamos jugar tú y yo, Gino.
Levanté la vista en el instante en que lo dijo.
Alice seguía sonriendo con la misma confianza descarada de siempre, pero ahora me estaba mirando directamente.
—Sé que eres realmente bueno en tenis. Mucho mejor que él —añadió con ligereza, como si solo estuviera diciendo un hecho evidente—. Así que podríamos hacer un partido decente, no como la exhibición patética que va a dar Kou.
Kougami resopló suavemente, sin molestarse en discutir.
Yo, en cambio, no supe qué responder de inmediato.
Porque Alice acababa de incluirme en su juego otra vez.
Porque después de todo lo que pasó, después de todo el tiempo que pasó sin hablarme, ahora estaba diciendo que quería jugar conmigo.
No sabía si lo decía solo para molestar a Kougami, si lo decía porque realmente quería hacerlo, si lo decía porque estaba buscando algo de mí.
Pero lo único que sabía era que la idea de jugar con ella, solo nosotros dos, sin espectadores, sin nadie más alrededor, me gustaba más de lo que debería.
Y eso, después de todo lo que ya había admitido sobre Alice, después de todo lo que ya sabía sobre lo que sentía por ella, solo hacía que esto fuera aún más difícil de manejar.
Kougami
El sol golpeaba fuerte contra la cancha mientras sostenía la raqueta con firmeza, observando a Alice del otro lado de la red. Era el segundo partido, el que realmente importaba.
Esta vez no era un reto espontáneo, no era solo Alice apareciendo de la nada para romper el silencio entre nosotros con una competencia improvisada. Esta vez ella había planeado esto.
Desde el primer saque, lo supe. Alice no estaba jugando igual que la última vez.
La primera vez que jugamos, el partido fue parejo. Ambos cometimos errores, ambos nos adaptamos sobre la marcha, ambos encontramos formas de aprovechar nuestras fortalezas. Alice tenía velocidad y reflejos, yo tenía potencia y estrategia. Pero ahora, Alice no estaba simplemente reaccionando.
Esta vez, Alice estaba controlando el partido. Apenas pasó media hora y ya lo sabía. Estaba acabado.
Su postura era completamente diferente. Cada movimiento tenía intención, cada golpe estaba calculado, cada desplazamiento era preciso. Antes, cuando jugamos la primera vez, había cometido errores, había fallado devoluciones, había demostrado dudas en su técnica.
Ahora no fallaba nada.
Golpeé la pelota con fuerza, tratando de empujarla hacia el fondo de la cancha, pero Alice ya estaba allí antes de que yo siquiera terminara el movimiento. No solo lo devolvió, sino que lo colocó con un efecto que me obligó a correr más de lo que esperaba.
Para cuando intenté recuperarme, ya había perdido otro punto y no podía ser casualidad.
No podía ser solo que Alice mejoró en cuestión de días.
Alice se movió con ligereza, caminando de vuelta a su posición con la misma calma de siempre, pero ahora lo entendí.
—Me dejaste ganar la última vez.
No fue una pregunta. Alice sonrió y se acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja.
—Tardaste en darte cuenta, Kou.
No respondí.
Ginoza, desde la línea de espectadores, exhaló con una mezcla de fastidio y resignación.
—Por supuesto que lo hizo —dijo sin molestarse en disimular su tono.
Alice giró la raqueta entre sus dedos, mirándome con ese brillo divertido en los ojos que siempre aparece cuando sabe que me ha ganado en algo.
—¿Realmente pensaste que no había jugado tenis antes?
No dije nada. Alice rió suavemente, inclinando la cabeza apenas.
—Kou, mi casa tiene una maldita cancha de tenis. ¿De verdad pensaste que nunca tuve clases?
Me tensé ligeramente, sintiendo cómo todo encajaba de golpe.
Por supuesto que Alice Carter había tenido clases de tenis, por supuesto que no era una amateur que jugaba por instinto.
—Eres una maldita tramposa.
Alice sonrió, moviéndose hasta la línea de saque con una facilidad que ya no tenía sentido subestimar.
—No es trampa si nunca te mentí.
Alice giró la raqueta entre sus dedos, con una sonrisa ligera en los labios, esa que siempre aparece cuando está disfrutando demasiado algo a mi costa. Me miró desde el otro lado de la red, con la cabeza inclinada apenas, como si estuviera esperando que terminara de procesarlo.
—No lo tomes tan personal, Kou —dijo, con su tono despreocupado de siempre—. Si no te dejaba ganar, habrías seguido ofendido conmigo. Así que fue necesario.
Sentí cómo mi mandíbula se tensaba antes de poder evitarlo.
—¿Ofendido?
Alice rió, sin siquiera intentar disimular lo mucho que le divertía esto.
—Sí. No estabas hablando conmigo, estabas esperando que yo me rindiera primero. Y bueno, en cierta forma, lo hice.
Apreté el agarre en la raqueta, sin dejar de mirarla. Lo había hecho a propósito. Todo. Desde la forma en la que me había ignorado por semanas, hasta la manera en la que había aparecido en la cancha, lanzándome un reto como si nada hubiera pasado. Me había dejado ganar, no porque quisiera, sino porque sabía que, si no lo hacía, yo habría seguido esperando.
—Eres insoportable.
—Lo sé —respondió con una sonrisa aún más grande.
Ginoza, desde el borde de la cancha, suspiró con una mezcla de fastidio y resignación, como si esta conversación estuviera resultando más agotadora que el propio partido.
Alice se acercó a la red, apoyando la raqueta contra su hombro.
—Pero admítelo, Kou. Si no lo hubiera hecho, todavía estarías esperando que yo fuera la primera en ceder.
La miré en silencio por un momento. Tenía razón y eso era lo que más me molestaba, pero no le iba a dar el gusto de admitirlo.
—Voy a ganarte esta vez.
Alice arqueó una ceja con diversión.
—Eso quiero verlo.
Alice tomó posición en la línea de fondo con una confianza descarada, como si ya supiera el resultado del partido antes de jugarlo. Y lo peor de todo era que probablemente lo sabía.
Ginoza seguía observándonos desde fuera de la cancha, con los brazos cruzados y esa expresión que oscilaba entre el fastidio y la resignación. No decía nada, pero podía sentir su juicio desde donde estaba. No le gustaba estar viendo esto. No le gustaba que Alice volviera a jugar conmigo como si nunca se hubiera ido.
Alice hizo rebotar la pelota un par de veces contra el suelo antes de lanzarla al aire y ejecutar un saque limpio, perfecto, con una velocidad y precisión que no había mostrado antes. No era una amateur jugando con reflejos rápidos y puro instinto. Esta vez estaba controlando todo.
El partido siguió con una intensidad que no había tenido la primera vez. Alice no cometía errores, no hacía movimientos innecesarios. Cada golpe suyo era quirúrgico, cada devolución tenía el peso exacto para hacerme correr más de la cuenta, para hacerme pensar un segundo más de lo necesario. Me estaba dominando.
El sol seguía cayendo fuerte sobre la cancha, el sudor resbalaba por mi frente, pero no me permití perder la concentración. No iba a darle la satisfacción de rendirme.
—No esperaba que fueras tan malo, Kou —dijo Alice entre puntos, con la respiración apenas alterada.
Apreté la mandíbula antes de responder.
—No esperaba que fueras una maldita farsante.
—¿Farsante?
Alice se rio suavemente, moviendo la raqueta con una facilidad insultante.
—Tú asumiste que era mala. Yo solo dejé que lo pensaras.
Golpeé la pelota con fuerza, intentando tomar el control del juego, pero Alice ya estaba ahí. Siempre estaba ahí.
El partido continuó sin pausa. Los puntos caían en su favor, uno tras otro, hasta que ya no hubo más que hacer. El partido terminó antes de que pudiera reaccionar.
Alice había ganado.
Dejó caer la raqueta sobre su hombro con una sonrisa satisfecha, observándome con esa mirada suya que decía que lo había disfrutado más de lo que debería.
—Bien jugado —dijo, con una inclinación burlona de la cabeza—. Pero te destrocé.
Me pasé una mano por la cara, exhalando lentamente.
—Eres una maldita.
—Lo sé.
Desde fuera de la cancha, Ginoza resopló con incredulidad, pero no dijo nada.
Alice caminó hasta la red, apoyándose en ella mientras me miraba directamente.
—¿Revancha?
La observé en silencio por un momento, midiendo la forma en que me estaba retando. Esto no era solo sobre el tenis. Esto nunca es solo sobre el tenis.
Sonreí de lado, ajustando mi agarre en la raqueta.
—Siempre.
Alice sonrió de vuelta y, por primera vez en semanas, su sonrisa fue completamente para mí.
Ginoza
Alice se apoyaba en la red con esa sonrisa de autosuficiencia que siempre aparecía cuando conseguía exactamente lo que quería. Kougami la observaba desde el otro lado, con la misma intensidad competitiva con la que enfrenta todo en su vida, sin importar si se trata de un examen, una pelea o, en este caso, un partido de tenis que acababa de perder.
Y ahora querían más.
Me enderecé y avancé unos pasos hacia la cancha, cruzando los brazos mientras los observaba.
—No puede haber revancha.
Alice giró la cabeza lentamente hacia mí, con una ceja arqueada y esa expresión suya de "¿Y tú desde cuándo decides esto?". Kougami también me miró, pero su reacción fue más de curiosidad que de molestia.
—¿No puede? —preguntó Alice, con diversión en su tono.
Apreté la mandíbula.
—Me prometiste que jugarías conmigo después de Kougami.
Alice ladeó la cabeza con una sonrisa burlona.
—Oh, ¿así que sí estabas prestando atención?
Ignoré el comentario.
—Además, no me cambié el uniforme para nada.
Alice rió, sacudiendo la cabeza con un gesto exagerado.
—No sabía que te importara tanto tu vestimenta, Gino.
—No me importa la vestimenta. Me importa que ahora quiero intentar vencerte.
El comentario pareció tomarla por sorpresa por un segundo, pero rápidamente su sonrisa se ensanchó.
—¿Intentar vencerme?
—Sí.
Alice entrecerró los ojos, evaluándome.
—¿Y qué te hace pensar que tienes más posibilidades que Kou?
Kougami chasqueó la lengua con fastidio, pero no dijo nada.
Me acerqué más a la red, manteniendo mi mirada en Alice sin ceder ni un centímetro.
—Voy a averiguarlo.
Por primera vez en todo el día, Alice me miró con algo parecido a interés genuino. No con burla, no con ironía, sino con la emoción de alguien que acaba de encontrar un nuevo desafío.
—De acuerdo, Gino —dijo finalmente, con un tono que sugería que esto le divertía más de lo que debería—. Vamos a averiguarlo.
Kougami soltó un resoplido y dejó caer su raqueta sobre su hombro, dándose la vuelta para salir de la cancha.
—Voy a disfrutar viendo esto.
Alice y yo nos quedamos mirándonos por un segundo más, la tensión en el aire cargada de algo que no tenía nada que ver con el tenis.
Alice sonrió de lado y caminó hasta la línea de fondo, girando la raqueta en su mano con la misma facilidad con la que solía jugar con las palabras. Yo solté un suspiro lento y ajusté mi agarre, sintiendo el peso del mango entre mis dedos. Esto iba a ser muy diferente de su partido con Kougami, porque yo sí sé jugar tenis.
Si Alice pensó que podía humillarme como lo hizo con él, entonces acababa de cometer su primer error.
La vi prepararse para el saque con la misma confianza con la que hace todo, pero esta vez no iba a dejar que dominara el ritmo. No soy como Kougami, que golpea con fuerza y deja que el partido se resuelva a puro instinto. Yo pienso cada movimiento.
Alice lanzó la pelota al aire y golpeó con precisión. Su saque fue rápido, bien colocado, pero estaba listo. Me moví con rapidez y devolví la pelota con un ángulo bajo, obligándola a moverse más de lo que esperaba. Alice llegó a tiempo, pero tuve suficiente espacio para planear mi próximo golpe.
El partido comenzó a subir de intensidad de inmediato.
Alice es rápida, tiene una resistencia absurda para alguien que no juega de forma competitiva y, lo peor de todo, aprende rápido. Lo vi en la manera en que cada punto que le sacaba no era por el mismo error. Se adaptaba, ajustaba su juego, corregía sin titubear.
Pero yo también.
Ella tenía velocidad, yo tenía estrategia. Ella jugaba con reflejos, yo con precisión.
El marcador se mantuvo ajustado durante toda la primera media hora. Ninguno cedía terreno. Cada vez que yo sacaba ventaja, Alice la recuperaba en la siguiente jugada. Cada vez que ella intentaba empujarme a jugar con su ritmo, yo lo desbarataba con un golpe calculado. Nos estábamos midiendo con cada punto, sin regalar nada.
A diferencia de su partido con Kougami, Alice no hablaba demasiado. No había burlas constantes, no había provocaciones con cada punto ganado. Estaba concentrada.
Y eso lo hacía más interesante.
Kougami, desde fuera de la cancha, observaba con los brazos cruzados. No decía nada, pero su mirada se movía entre los dos con una mezcla de interés y algo más que no supe descifrar. Alice y yo seguíamos jugando como si no hubiera nadie más ahí.
En un descanso corto entre sets, Alice se apoyó contra la red, respirando más agitada de lo que quería admitir. Yo tampoco estaba ileso. A diferencia de Kougami, que intentó usar la fuerza para ganarle, yo estaba jugando a su nivel, moviéndome más de lo que era cómodo, haciendo cálculos en cada jugada.
Alice me miró con una media sonrisa, con el sudor pegándole el cabello a la frente, con los ojos brillando de pura adrenalina.
—Tienes más resistencia de la que pensé.
—Tú también —respondí, con el mismo tono medido de siempre.
Alice inclinó la cabeza, evaluándome con una mirada intensa antes de volver a su lado de la cancha.
—Vamos, Gino. A ver si realmente puedes ganarme.
Alice volvió a su posición con la misma energía de siempre, girando la raqueta en su mano con una facilidad insultante, como si todo esto fuera un simple juego y no una competencia real. Pero era una competencia real. Y esta vez, yo no tenía intención de dejarla ganar.
El partido continuó con la misma intensidad. Cada punto ganado era una lucha. Cada jugada me obligaba a repensar mi estrategia en segundos. Alice seguía siendo rápida, liviana, precisa. Se movía con la naturalidad de alguien que entiende su propio cuerpo a la perfección. Pero yo era metódico, calculador, no dejaba espacios, no caía en provocaciones. Nos empujábamos al límite con cada golpe.
Desde fuera de la cancha, Kougami seguía mirando en silencio, con la raqueta aún sobre su hombro. No dijo nada, no hizo ningún comentario sarcástico. Solo observaba. Como si estuviera esperando ver quién de los dos cedería primero.
Pero nadie cedió.
El marcador se mantuvo ajustado. Uno de nosotros tomaba ventaja, el otro la recuperaba. Alice saltaba para alcanzar mis golpes largos, yo la obligaba a cambiar de ritmo con cada jugada. El partido se convirtió en algo más que solo un reto. Era una conversación sin palabras.
Y, por primera vez, no tenía idea de quién tenía el control.
Después de un punto particularmente difícil, Alice se detuvo en la línea de fondo, inclinando el cuerpo ligeramente con las manos en las rodillas. Respiraba con fuerza, pero sonreía. Yo también estaba agotado, pero no podía dejar de notar la forma en que su mirada se mantenía fija en mí, evaluándome, esperando.
—Eres mejor de lo que pensaba, Gino.
No respondí de inmediato. Me pasé una mano por la cara, sintiendo el sudor en la piel antes de volver a mirarla.
—Eso ya lo sabías.
Alice se rió suavemente, enderezándose otra vez.
—Sí. Pero me gusta ver cómo te esfuerzas.
Ignoré el comentario y volví a mi posición. No iba a darle el gusto de hacerme hablar más de lo necesario.
El partido continuó, pero al final, Alice ganó.
El último punto fue un golpe certero, un ángulo imposible que me obligó a estirarme más de lo que mi cuerpo pudo soportar. La pelota cruzó la línea y rebotó fuera de mi alcance. Se acabó.
Me quedé en mi posición por un segundo, con la raqueta apretada entre mis dedos, sintiendo el peso de la derrota como si significara algo más de lo que realmente era.
Alice, del otro lado de la red, dejó caer la raqueta sobre su hombro y me miró con una sonrisa satisfecha.
—Bien jugado, Gino. Pero, al final, sigo siendo mejor.
Apreté la mandíbula, pero no dije nada.
Alice se acercó a la red, todavía con esa sonrisa en los labios, todavía disfrutando demasiado de su victoria.
—No pareces tan molesto.
La miré, y por un instante, no supe qué responder. Porque la verdad era que no estaba molesto.
Me apoyé en la raqueta y solté un suspiro, observándola de cerca, con la adrenalina aun recorriéndome el cuerpo.
—No me molesta perder cuando el partido vale la pena.
Alice inclinó la cabeza, mirándome con algo parecido a curiosidad, como si no hubiera esperado esa respuesta.
Desde fuera de la cancha, Kougami exhaló con un leve resoplido y cruzó los brazos.
—Al menos alguien le da pelea.
Alice se rio suavemente, dándome una última mirada antes de girarse hacia la salida.
—Revancha cuando quieras, Gino.
La cancha de tenis se vació poco a poco mientras el sol bajaba, tiñendo el cielo de un naranja intenso que reflejaba el calor que aún sentía en mi piel después del partido. Alice había ganado, y aunque debería haberme molestado, no lo hizo. No de la forma en que normalmente me afectaría una derrota. Porque este partido no fue solo sobre tenis, y lo sabía.
Me pasé una mano por la cara, tratando de recomponerme mientras recogía mis cosas. Alice seguía de pie junto a la red, su raqueta apoyada contra su hombro, mirándome con esa media sonrisa satisfecha que decía que estaba disfrutando cada segundo de esto.
—¿Vas a quedarte ahí toda la noche o planeas moverte? —preguntó, con un tono ligero, como si todo esto fuera solo una broma para ella.
Rodé los ojos, pero no respondí. Ya sabía cómo funcionaba esto. Alice no va a dejar que me quede en silencio por mucho tiempo.
Se estiró perezosamente, su cabello todavía húmedo de sudor pegándose a su frente, antes de girarse para agarrar su bolso y colgarse la raqueta al hombro.
—Voy a casa.
Lo dijo con una naturalidad aplastante, como si fuera un hecho más del día, como si su regreso a Nitto nunca hubiera sido un problema, como si las semanas de distancia, de evitarnos, de hacer como si no existiéramos, no significaran nada.
Y antes de pensarlo, respondí sin dudar.
—Yo también. Vamos.
Alice no se giró de inmediato, pero noté cómo sus pasos disminuyeron apenas un segundo, antes de seguir caminando. No preguntó por qué, no hizo ningún comentario sarcástico, no me echó en cara que antes hubiera evitado verla. Simplemente siguió caminando.
Ajusté la correa de mi bolso y la alcancé, sin acelerar demasiado el paso, sin hacer que esto pareciera más de lo que era. No hablamos al principio, pero tampoco había una incomodidad tangible entre nosotros. Solo el sonido de nuestros pasos sobre la acera y el viento fresco de la tarde.
Esta era la primera vez que estábamos solos desde nuestra última conversación real.
Alice pateó una piedra del camino con la punta del zapato y finalmente habló.
—¿Sigues de mal humor por haber perdido?
Exhalé lentamente, sin mirarla.
—No estoy de mal humor.
—Suena como algo que diría alguien que está de mal humor.
Rodé los ojos, pero no mordí el anzuelo. Alice seguía esperando que reaccionara, que le diera algo con qué jugar.
—No esperaba menos de ti —dije finalmente, manteniendo mi tono neutro.
Alice giró la cabeza ligeramente para mirarme, con una ceja arqueada.
—¿Eso es un halago?
—No lo tomes demasiado en serio.
Ella sonrió de lado, pero no dijo nada más.
Seguimos caminando, y por primera vez en mucho tiempo, no sentí la necesidad de hablar. No porque no tuviera cosas que decir, sino porque Alice estaba aquí, caminando a mi lado, sin presionarme, sin exigirme nada, sin esperarlo todo de inmediato.
Y eso, de alguna manera, me bastaba.
No sé cuándo dejamos de discutir y simplemente empezamos a caminar juntos como si esto fuera lo más normal del mundo. Alice no mencionó lo que pasó antes, no hizo referencia a nuestros besos ni a lo que significaban, ni a lo que aún quedaba sin decir. Y yo tampoco. Porque no quería arruinar esto con palabras.
Cuando llegamos a la entrada de su casa, Alice se detuvo y miró la enorme puerta negra con el mismo aire despreocupado con el que miraba todo.
—Bueno, aquí es.
No hizo un esfuerzo por despedirse, no se giró de inmediato para entrar, solo se quedó ahí, observando la casa como si todavía estuviera decidiendo algo.
Me quedé de pie junto a ella, con las manos en los bolsillos, sin prisa por irme.
—Mañana quiero la revancha.
Alice sonrió.
—¿En serio?
Asentí.
—No voy a dejar que pienses que puedes vencerme sin consecuencias.
Alice se giró para mirarme directamente. Sus ojos miel brillaban con diversión, pero también con algo más. Algo que no supe identificar de inmediato.
—Bien, pero voy a jugar en serio.
No pude evitar sonreír levemente.
—Trato hecho.
Alice inclinó la cabeza apenas, observándome como si todavía estuviera midiendo algo en su mente.
No me aparté de su mirada, no esta vez. Y por primera vez en mucho tiempo, no sentí que tenía que estar en guardia con ella.
Solo nos quedamos así por un momento, sin decir nada más, antes de que finalmente Alice se diera la vuelta y caminara hacia la entrada.
Pero antes de entrar, se giró sobre su hombro y me miró una última vez.
—Buenas noches, Gino.
Mi pecho se tensó por un segundo. No dijo "nos vemos". Dijo "buenas noches."
Como si esto fuera el tipo de cosas que siempre hemos hecho, como si este momento no tuviera más peso del que yo quería darle.
—Buenas noches, Ari.
Alice sonrió, una sonrisa pequeña, pero real.
Y después se perdió dentro de la mansión Carter.
Yo me quedé ahí por un instante más, respirando hondo antes de girarme y seguir mi camino.
Kougami
Alice Carter es una maldita.
No solo me ganó en la cancha de tenis, no solo me humilló en el juego, no solo me dejó claro que me había dejado ganar la primera vez como si fuera un maldito niño al que había que darle una victoria para que no se enoje. También tuvo el descaro de irse con Ginoza de la cancha de tenis, sin siquiera voltear a saludarme, como si tuvieran su propio universo aparte.
Como si yo no hubiera sido el que la esperó.
Como si yo no hubiera sido el que la dejó en paz cuando ella decidió ignorarme.
Como si yo no hubiera sido el que nunca la evitó, el que nunca la presionó, el que nunca la obligó a hacer nada que no quisiera hacer. Y, aun así, Alice decide que ahora solo me vuelve a hablar para retarme y luego se va con Ginoza.
Apreté la mandíbula y solté un resoplido, sintiendo el peso de la raqueta aún en mi mano. No hay razón para que esto me moleste tanto.
No soy un idiota, sé que Alice y Ginoza tienen algo o al menos que algo pasó entre ellos, sé que se besaron, sé que Alice lo estuvo ignorando durante semanas y luego, de repente, volvió a hablarle como si nada. Sé que algo cambió entre ellos, pero todavía no sé qué significa.
Lo que sí sé es que Alice me desafió, jugó conmigo, me venció, y después me dejó atrás sin mirar atrás. Como si eso fuera suficiente, como si yo fuera suficiente solo para jugar, pero no para hablar. Como si la única razón por la que regresó a mi vida fue porque necesitaba una forma de hacer que todo pareciera normal otra vez.
Pero esto no es normal. Alice no es normal.
Si Alice realmente pensara que esto no significa nada, si realmente pensara que puede seguir adelante sin preocuparse por lo que dejamos en pausa, entonces no habría tardado tanto en volver.
Alice no puede simplemente ignorarme cuando le conviene. No puede decidir que ahora todo está arreglado con Ginoza y que yo solo voy a quedarme ahí, esperando que vuelva a mirarme.
Pero no voy a buscarla. No voy a preguntarle por qué mierda se fue con él y no conmigo.
Porque ella va a ceder, y cuando lo haga, quiero verla a los ojos y recordarle que yo nunca me fui.
Porque lo que Alice nunca ha entendido es que esperar no es perder.
Es saber que al final, ella va a volver.
La biblioteca estaba silenciosa, con la luz artificial reflejándose en las mesas de estudio, en las pantallas de las terminales, en las cubiertas de los libros apilados que nadie parecía tocar. Había unas pocas voces bajas en las esquinas, susurros que no llegaban a distraerme, el sonido apagado de páginas pasando y el zumbido de la climatización en el fondo. Estaba escribiendo notas, repasando apuntes sin demasiado esfuerzo, la mente en otra parte, funcionando más por inercia que por verdadera concentración. Hasta que Alice apareció.
No hizo ruido cuando se acercó. No lo hace cuando no quiere. Solo se sentó frente a mí, con la misma naturalidad con la que siempre ha invadido mi espacio sin pedir permiso, y dejó caer un libro sobre la mesa, con la misma facilidad con la que había vuelto a mi vida como si nada. Yo no levanté la vista de mis notas al principio, pero no por ignorarla, sino porque quería ver cuánto tiempo tardaba en hablar. No tardó mucho.
—Entonces, ¿te molestó?
Suspiré, cerré mi cuaderno y la miré. Alice me estaba estudiando, con esa sonrisa suya de quien sabe que está provocando algo, pero quiere que el otro lo admita primero.
—¿Qué debería haberme molestado?
Alice inclinó la cabeza, apoyando un codo en la mesa y descansando el mentón en su mano, como si realmente estuviera pensando en la mejor forma de explicarlo.
—Perder contra mí en tenis —dijo, y vi la chispa de burla en sus ojos—. No pareces del tipo que disfruta de ser humillado en público.
Apreté la mandíbula un segundo, antes de responder.
—¿Eso crees?
—Lo sé.
Alice giró el bolígrafo entre los dedos y me observó con paciencia, esperando mi reacción. Siempre está esperando reacciones. Siempre está midiendo, probando límites, empujando donde sabe que va a encontrar resistencia.
No me molestaba que me hubiera ganado. No me molestaba que hubiera fingido que no sabía jugar la primera vez. Me molestaba que hubiera vuelto y me hubiera ignorado hasta que ella quiso.
Cerré el cuaderno con más fuerza de la necesaria y me incliné hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—No es el partido lo que me molestó.
Alice no parpadeó.
—¿No?
—No.
Esperé a que dijera algo más, pero no lo hizo. Sabía que yo iba a llenar el espacio en blanco por mi cuenta.
—Me ignoraste durante varios días. Fingiste que no existía, te reconciliaste con Ginoza como si nada, volviste cuando quisiste y decidiste que todo estaba resuelto.
Alice entrecerró los ojos, pero su expresión no cambió demasiado.
—No fingí que no existías.
—No me hablaste.
—Y tú tampoco a mí.
Apreté la mandíbula. Había una diferencia entre no hablarle y ser ignorado con precisión quirúrgica.
—Sabes que no es lo mismo.
—Claro que no —Alice dejó el bolígrafo sobre el libro y se inclinó hacia adelante, como si estuviera igualando mi postura sin siquiera pensarlo—. Porque si hubieras querido hablarme, habrías venido a buscarme, pero no lo hiciste.
Me mantuve en silencio un segundo más, mirándola a los ojos, midiendo la intención detrás de sus palabras. Alice no se había ido esperando que alguien la trajera de vuelta. Se había ido para ver quién se movía primero.
—Tú fuiste la que decidió desaparecer.
—Y tú fuiste el que decidió esperar a que yo regresara.
No me aparté. No quería darle la satisfacción.
Alice dejó escapar una risa suave, baja, no burlona, pero con algo de ironía.
—No sé por qué esperaste tanto si sabías que iba a volver.
No lo respondí, porque era verdad.
Alice no es alguien que deja cosas a medias. No es alguien que se aleja sin asegurarse de que el mundo sepa que lo está haciendo. Si se hubiera ido de verdad, lo habría hecho con ruido.
Ella me miró por un momento más y luego dejó caer los hombros con algo de resignación.
—No te enojaste porque te gané. Te enojaste porque volví cuando quise, no cuando tú querías que volviera.
No respondí de inmediato. Porque era verdad otra vez.
Exhalé lentamente y me pasé una mano por la nuca, sintiendo la tensión en mis músculos mientras Alice seguía mirándome con esa expresión suya de quien ya sabe la respuesta, pero está esperando a que la digas en voz alta.
—Podrías haber hablado conmigo antes.
—Y podrías haber hablado conmigo antes —replicó Alice con una facilidad insultante—. Pero esperaste.
Nos quedamos en silencio otra vez, observándonos como si el que desviara la mirada primero estuviera perdiendo algo más que una discusión.
—¿Cómo está Ginoza?
Alice cambió de tema con la misma velocidad con la que siempre lo hace cuando decide que un tema ya está agotado.
—Igual.
Alice asintió lentamente, sin apartar la mirada de mí.
—Sigue queriendo vencerte en los exámenes, ¿no?
—Sí.
Alice sonrió de lado.
—Debería haber apostado por eso.
Cerré los ojos un segundo, antes de soltar una risa corta, sin humor.
—¿Y qué habrías ganado?
Alice apoyó la cabeza en su mano otra vez y sonrió con un gesto indescifrable.
—Lo mismo que siempre.
No pregunté a qué se refería. Porque ya lo sabía.
Alice nunca espera que alguien le dé lo que quiere. Ella siempre lo obtiene por sí misma.
El silencio se asentó entre nosotros, pero esta vez no era incómodo. Era el tipo de silencio que siempre tuvimos antes, antes de que todo se volviera tan jodidamente complicado.
—¿Quieres revancha? —pregunté, sin mirarla.
Alice sonrió.
—¿Necesitas otra derrota para calmar tu ego?
No respondí. No hacía falta.
Alice rió suavemente y recogió su bolígrafo.
—Está bien, Kou. Cuando quieras.
Y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que habíamos vuelto a ser nosotros.
