El reflector le ilumina, exponiéndole a decenas de miradas como una lupa enfocando una pequeña hormiga.
«Pirouette»
Aquel escenario parecía gigante y oscuro, con la única luz siguiéndole mientras se deslizaba al compás de la melodía del violín que poco a poco va tornándose más violenta.
«Renversé»
Patalea e intenta resistirse cuando unos brazos le levantan por la cintura y le arrastran hacia el borde de la tarima envolviéndose en una disputa de movimientos acalorados.
«Grand Jete En Tournant»
La melodía de fondo alcanza su punto más alto cuando se mantiene en el centro con un sutil giro que finaliza la actuación.
«Fouettés»
El reflector se apaga sumiendo el lugar en la oscuridad, pero a los pocos segundos las luces se encienden y los aplausos ensordecedores cortan el silencio sepulcral en el que estaba sumido el ambiente.
Podía escuchar los vítores, sabiendo que era el blanco de la mayoría de los elogios. Pero se mantuvo impasible, con la mirada puesta en un punto fijo de la pared frontal.
No dirigió sonrisas amables, ni imitó la reverencia de sus compañeros para agradecer a los espectadores. Ella nunca agachaba la cabeza ante nadie.
—¡Buen trabajo! —escuchó decir a sus espaldas— ¡Han tenido una actuación magnífica!
En cambio, su mirada se paseó por las butacas de la primera fila en busca de algo en específico y una pequeña e imperceptible sonrisa se formó en su rostro al encontrarse a las únicas personas que esperaba ver.
Se dio la media vuelta atravesando el telón que separaba el escenario de los bastidores y se adentró a su camerino sin cruzar palabra con nadie en el camino.
A los pocos minutos alguien tocó a su puerta y no dudó en abrirla sabiendo lo que iba a encontrarse. La mirada glauca de su madre observándola con adoración y el orgullo en los ojos oscuros de su padre intentando camuflarlo bajo su semblante estoico aparecieron en su campo de visión.
—¡Estuviste estupenda, cielo! —dijo la mujer envolviéndola con sus brazos— ¡Has estado perfecta!
—Pensé que no vendrían. —admitió la joven dejándose abrazar por su madre.
—Fue un viaje express. —le guiñó un ojo la mujer— Ya sabes cómo es tu padre, no le gusta estar mucho tiempo fuera de casa.
—Es un ermitaño, querrás decir. —se burla ella— Si sigue así se volverá un anciano gordo y feo.
—¿Feo? Eso lo dudo. —interviene el hombre— Y dejen de hablar de mí como si no estuviera aquí.
—Relájate, mi amor, ya casi llega tu turno de abrazarla. —se ríe la pelirrosa separándose de su hija no sin antes poner los ojos en blanco— No le gusta que nadie acapare tu atención, ¿te das cuenta?
La joven sonríe de medio lado, un gesto que había heredado de su padre.
—Yo también te eché de menos, papá cabezota. —le sonríe radiantemente— ¿Cómo de mucho extrañaste a tu bruja?
—¿Quién dijo que te extrañé? —gruñe él— Tenerte fuera del radar es un alivio.
Aún así la envolvió con sus grandes brazos y besó la cima de su cabeza sin importar que acabara de contradecirse con sus acciones.
Su brujita ya no era una niña a la que podía cargar con un sólo brazo sobre sus hombros. Ella ya era toda una adulta.
A los once años recién cumplidos los convenció para dejarla ir a la universidad de Oxford en la que sorprendentemente fue admitida. Una niña prodigio siempre era bienvenida si su matriculación contribuía a darle una imagen más humana a la institución. Y desde luego que tenerla tomando cursos de economía, finanzas y matemáticas puras fue algo de lo que se alardeó en los periódicos y artículos de revistas.
Esa curiosidad irreprimible de saber más y más cosas la había sacado de su madre sin duda.
Su tío Itachi la acompañó durante ese tiempo lejos de su familia. Así que en esos dos años se trató de ellos dos haciéndose compañía en una residencia en Kensington.
Estuvieron juntos hasta que sucedió lo inevitable: el tiempo se les agotó. Fue un año bastante duro para la familia principal de los Uchiha.
Y después de eso, a los catorce años, Sarada fue aceptada en la Academia Bolshói de Ballet en Moscú. Fue una completa ventaja que el ruso fuera su idioma materno porque le facilitó las cosas durante los siguientes cinco años en los que recibió una educación completa en el país que vio nacer a su madre.
A todos les sorprendió su repentina decisión de abandonar todo para lo que se había estado entrenando y cambiarlo por el ballet de un momento para otro, aún así nadie la cuestionó.
Sarada tenía talento. Desde niña era evidente que sobresaldría entre los demás hiciera lo que hiciera.
Así que no fue una sorpresa que a sus dieciocho años tuviera su primera gira con el Teatro Bolshói y ahora con veinte se haya convertido en la bailarina principal del Royal Ballet de Londres.
—¿Cómo está Daisuke? —pregunta la joven con entusiasmo— El fin de semana pasado tuve una presentación en Cannes y no pude ir a su fiesta de cumpleaños.
—Él están bien, ha comenzado a asistir con tu padre a la empresa. —responde Sakura dejando caer los hombros— Se ha empeñado en involucrarse en la producción de vino
—Tiene quince años. —alza ambas cejas— Debería disfrutar más su adolescencia.
—Creo que no eres la más indicada para hablar. —frunció el ceño el hombre— Nos abandonaste en cuanto tuviste oportunidad.
—Fue diferente. —pone los ojos en blanco— Y ambos lo saben.
Su hermanito menor era un niño de paz. Creció en una época en la que no tenían más enemigos. Nunca tuvo que huir o estar en medio de un fuego cruzado, ni tampoco vio a la gente que amaba morir frente a sus ojos.
Sabía pelear, sí. Pero su entrenamiento no se enfocó en aprender a asesinar de la manera más efectiva para protegerse. Mientras ellos como hermanos mayores aprendieron a ir a la ofensiva, a Daisuke se le enseñó a mantenerse a la defensiva.
Esa era la principal razón por la que sus padres les habían dado la libertad de moverse por el mundo para seguir sus sueños. Porque ambos sabían que podían cuidarse en cualquier lugar.
Pero Daisuke...
—Estará bien, hija. —la tranquilizó su madre— Es muy inteligente para su edad.
Aunque en los últimos quince años vivieron en paz, no quería decir que esa tranquilidad duraría para siempre. En el mundo en el que vivían siempre había una posibilidad de que alguien quisiera hacerles daño.
Por lo menos ella siempre estaba preparada para el peligro. Sus padres le enseñaron a vivir en estado de alerta continua y era algo que no pudo quitarse ni con el pasar de los años.
—Sigo creyendo que mereces un descanso, cariño. —dijo Sakura acariciando su brazo— ¿Cuándo inicia la nueva temporada?
—A mediados de Febrero. —suspira— Tengo vacaciones hasta pasado Año Nuevo y debo regresar a finalizar la temporada de invierno en Londres que termina a mediados de Enero.
—Entonces tienes un mes de vacaciones. —sonríe encantada dando palmaditas— Pues ya está, pasarás unas semanas con nosotros en Italia hasta el inicio de la nueva temporada.
Sarada estaba a punto de negarse, pero no tenía cara para hacerlo. Desde que tenía memoria estuvo brincando de un lado para otro, alejada de las personas que amaba. Solía pasar al menos tres semanas en casa durante los periodos vacacionales y en ocasiones viajaba un fin de semana al mes a Italia, pero la mayor parte del año residía en Londres.
—Podemos esperar a que termines. —propuso su padre al instante— El avión está disponible para viajar en cuanto estés lista.
Ella negó.
—Tengo asuntos que debo resolver aún. —contesta en un suspiro— Supongo que los alcanzaré en casa en algunos días.
—Oh, no, cielo, recuerda que iremos a la reunión familiar anual. —menciona la pelirrosa— Este año la cena navideña será en Aspen.
—Sabes que odio la Navidad y no soporto estar en la casa de Aspen. —dijo tajantemente— No puedes obligarme a ir.
—Hija, ya han pasado muchos años... —menciona con ese tono dulce al que nadie podía negarle nada— Es la primera vez que todos estarán ahí después de tanto tiempo.
Sarada quiso golpearse la frente contra la pared al escucharla. Cada año, su madre y sus amigas fijaban un periodo de dos semanas al año donde se reunía cada miembro de la familia en alguna de sus propiedades durante las festividades navideñas. La pasada fue en Alkmaar, en una de las propiedades del tío Gaara.
Por supuesto que ella no fue. Y el pasado tampoco. Ni el anterior a ése. Ni el otro. No iba desde los trece años a las reuniones familiares.
—¿Pasar dos semanas en una casa rodeada de imbéciles? —alza una ceja— No creo que eso sea un descanso de ninguna manera.
Sakura se rió por lo bajo. Su hija definitivamente era la versión femenina de su padre.
—Será divertido. —le acaricia la mejilla con ternura— Pueden ir a esquiar.
—Tengo una mejor idea. —sonríe— ¿Por qué no mejor me salto la parte en la que me alegro de ver a todos y sólo llego para la cena de navidad?
—Es lo mismo que yo dije. —deja caer los hombros el Uchiha— Pero tu madre sigue con eso de la importancia de la unión familiar y toda esa mierda.
La ojiverde golpeó a su marido en el brazo y achicó los ojos hacia él para que cerrara la boca.
—Nada de saltarte nada. —la apuntó con el dedo primero a ella y luego a su esposo— Y tú, cállate o resígnate a dormir en el suelo lo que resta del invierno.
—De verdad no tengo ánimos... —intentó refutar la pelinegra.
—Hace siete años que no asistes a las reuniones, hija. —frunció el ceño la mujer— Tiene mucho tiempo que no están todos juntos, a los chicos les encantará verte.
—Me basta con que me envíes fotografías y ya. —resopla— ¿Por qué te empeñas tanto en que vaya? Las veces anteriores no he podido por las clases, luego estuvo la gira y ahora siendo bailarina principal apenas tengo tiempo de respirar. Lo único que quiero es descansar.
La mujer la tomó de los hombros y miró a su hija con seriedad.
—Boruto asumirá el cargo de su tío Menma. —confesó finalmente— ¿No te interesa desearle suerte o algo? Yo que sé, ustedes eran inseparables cuando eran niños.
—Le enviaré un texto.
—¡Sarada! —reprendió la pelirrosa— Irás a Aspen a pasar unas vacaciones en familia y después ya veremos.
Buscó ayuda en su padre, pero el Uchiha fingió demencia. Cuando su esposa se ponía en ese plan era mejor no discutir con ella o siquiera intervenir en las discusiones.
Y contrario a lo que todo el mundo pensaba, él seguía sin poder negarle algo a su mujer aún después de veinticinco años de matrimonio.
—Bien. —bufó Sarada resignada— ¿Cuándo tengo que estar allí?
—La próxima semana. —comenta su madre poniéndose de mejor humor ahora que se había salido con la suya— Oh, y ya que estás aquí en París podrías alcanzar a Itachi en Mónaco para que viajen juntos. Les enviaremos un avión.
—Como usted diga, mi general. —se llevó la mano a la frente para saludarla como soldado.
Sakura se acercó a ella para besarle ambas mejillas y volvió a abrazarla tan fuerte que Sarada creyó que le rompería los huesos.
—Ouch.
—Mamá está orgullosa de ti. —dijo con la voz quebradiza— Eres una mujercita hermosa y talentosa.
—Me estás aplastando. —se queja— ¿Acaso quieres romperme las costillas?
—Te quiero, ¿vale? —la ignora— Te veo la siguiente semana.
—Está bien. —suspira apartándose de su madre— Saluda a Hoshi de mi parte. Apenas tenga oportunidad iré a buscarle.
Sakura retrocedió para darle a su esposo la oportunidad de despedirse de su hija.
—¿Te hace falta algo? —preguntó el Uchiha removiéndose incómodo— ¿Una casa nueva? ¿Otro auto?
—Estoy bien, papá. —responde ella con diversión— La casa de Londres es demasiado grande para mí de todos modos.
—Si necesitas algo tienes la tarjeta negra a tu nombre. —le recuerda— No tiene límite, lo sabes.
—Sabes que me pagan por bailar, ¿no? —se ríe ella— Más de lo que puedo gastar de todos modos.
—Nunca está de más. —deja caer los hombros— ¿Irás con nosotros a Italia después de Aspen?
Sarada dejó salir todo el aire de los pulmones y afirmó con la cabeza.
—Sólo si me prometes un entrenamiento decente. —contesta ella— Desde que te superé hace años no me sigues el paso, anciano.
—Quisieras, bruja.
Los mayores salieron del camerino con una sonrisa radiante y se encontraron en el pasillo con las dos jovencitas amigas de su hija. Cada una con un ramo de flores en mano.
—¡Hola, señores Uchiha! —saludó una morenita alegre de cabellera castaña oscura y mirada ámbar.
—Chōchō. —saludó Sakura con un abrazo— Gracias por apoyar a nuestra hija.
—Viajamos desde Londres en tren. —sonríe con entusiasmo— No podíamos perdernos la presentación.
—La próxima vez llámenme y les envío tickets de avión. —sacude la mano restándole importancia— Lo que sea por las amigas de Sarada.
—Es muy amable de su parte, señora Uchiha. —respondió la otra jovencita de piel clara y un largo cabello rubio con un flequillo que enmarcaba sus ojos azules aceitunados.
—Yodo, ¿cómo va el libro? —pregunta la pelirrosa acariciando su brazo.
—Estancado. —suspira la rubia— No me ha llegado mucha inspiración.
Sakura miró a su hija alzando las cejas con picardía y regresó su atención a las dos chicas.
—Creo que unas vacaciones en Italia son la inspiración que necesitas. —menciona encantada— Hemos venido para convencer a Sarada de visitarnos durante su período de descanso, sería genial si pudieran acompañarnos también.
—¿De verdad? —pregunta la de ojos ámbar— ¡Estaríamos encantadas!
—Nos vemos, entonces. —se despide de ellas con una sonrisa— Vámonos, cielo.
—¿Terminaste? —resopla fastidiado— Con la edad te pones más pesada.
—Oh, cierra el pico.
Siguieron discutiendo hasta que desaparecieron por el pasillo y se perdieron entre la multitud de gente la cual no dudó en acercarse en cuanto vieron a la pelinegra fuera de su camerino.
—Ha sido una actuación magistral. —dijo una de las mujeres— Pienso que puedes ser la bailarina de la década, incluso del siglo.
—Eso es verdad, hace mucho que no veía un talento como el tuyo. —concordó un sujeto con un timbre de voz tan agudo que a la pelinegra le pareció molesto— ¿Se ha planteado la idea de regresar a Rusia algún día?
Durante diez minutos seguidos escuchó todo tipo de elogios sobre su técnica impecable y su belleza distintiva. Ella recibió cada uno de los halagos con una sonrisa mal fingida y se excusó con su agotamiento físico para zafarse de todos los aduladores que se amotinaron a su alrededor.
Una vez dentro del camerino, Chōchō se dejó caer en el sofá alargado de la pequeña salita y Yodo se situó detrás de ella en el tocador para proceder a quitarle las horquillas del cabello de manera casi maternal.
—Tu papá es el hombre más guapo que he visto en mi vida, lo juro. —suspiró la morena— ¿Cómo es que no conocemos a tus hermanos aún? Con esa genética suya no dudo ni un poco que sean especímenes perfectos.
—Estás hablando de mi padre, enferma mental. —contesta la pelinegra haciendo una mueca de asco— Por eso mismo no te los he presentado.
En ese momento agradeció que sus amigas no estuvieran muy informadas sobre el mundo del deporte o la habrían relacionado de inmediato con la celebridad que tenía su mismo apellido.
—No seas celosa, cariño. —se recuesta en el respaldo— ¿No te gustaría tenerme de cuñada?
—Oh, créeme, te estoy haciendo un favor. —se burla— No sabrías manejar ni al menor de mis hermanos.
Y cuánta verdad había en aquella afirmación. Pero ya comenzaba a resignarse a la idea de asistir a la estúpida reunión familiar además de pasar unas cuantas semanas en casa, y sus amigas parecían muy animadas por conocer un poco más de su mundo.
—Mañana temprano me voy a Mónaco. —anunció— Mis padres enviarán un avión que me lleve a la aburrida reunión anual de mi familia.
—No creí que tuvieran tanto dinero. —comenta Yodo ligeramente sorprendida— Es decir, siempre supe que lo tenían, pero no me imaginé qué tanto.
Sarada deja caer los hombros restándole importancia.
Realmente no tenía necesidad de trabajar. Podía pasarse la vida holgazaneando y jamás sería pobre. La familia Uchiha tenía dinero para ésta y un montón de generaciones futuras más.
—¿La invitación de tu madre era verdadera o lo dijo sólo por compromiso? —pregunta la rubia confundida.
—Si les parece bien. —responde recogiendo sus artículos personales del tocador— Pueden tomarse unas pequeñas vacaciones y alcanzarnos en la Villa de mi familia.
—¡No vas a tener que rogarme! —exclama la castaña— Por supuesto que aceptamos.
Sarada suspiró, poniéndose de pie y situándose detrás del biombo para quitarse el maillot de ballet y el resto del vestuario. Se pasó por encima una blusa sencilla, unos jeans desgastados y un abrigo oscuro.
—Como sea. —masculla tomando su bolso y los ramos de flores que trajeron sus amigas para ella— ¿Nos vamos?
—¿No te reunirás con el resto del elenco para despedirte? —pregunta Yodo confundida— Son vacaciones.
—No. —se limita a decir— De cualquier manera me odian.
—No te odian, eres la estrella de la compañía.
—Por eso lo hacen . —dice con desinterés— Pero me da igual.
Salió del camerino con sus dos amigas pisándole los talones y caminaron hasta la salida donde ya les esperaba un vehículo que las llevaría al hotel. Ser la prima bailarina tenía sus ventajas.
La rubia y la castaña subieron también al vehículo antes de ponerse en marcha y unirse al tráfico nocturno de las calles de París.
Chōchō y Yodo fueron sus vecinas cuando llegó a la ciudad y tuvo que vivir en un departamento el primer mes antes de que terminaran de acondicionar su casa. Ellas compartían el piso y asistían a la universidad pública de Londres. Recién terminaron sus estudios, la primera estudió gastronomía y la segunda literatura, ambas con veintidós años.
Tenían personalidades totalmente diferentes, mientras Chōchō era extrovertida y entusiasta, Yodo era más sensata y de carácter fuerte. Y ella... bueno, Sarada seguía siendo un misterio para sus amigas de vez en cuando.
Si fuera una persona diferente les habría pedido que se mudaran con ella para no estar sola cada día en una casa estúpidamente grande. Pero a ella le gustaba su privacidad, así que nunca se los pidió.
—Necesitas avisarle a tu padre que viajarás conmigo después de Año Nuevo. —le dijo a Chōchō mirándola por el retrovisor— No creo que le cause mucha gracia.
—Mi padre adora a tu madre. —dice la morena como si fuera obvio— Además, el tío Shikamaru también vive en Italia, así que no creo que haya problema.
Otra coincidencia del destino. Chōji, el padre de Chōchō, fue amigo de su madre en la juventud. Y aunque le seguía teniendo cierto aprecio, no terminaban de agradarle los orígenes de su familia. Muy apenas mantenía su amistad con los Nara y eso ya era mucho qué decir.
Al llegar al hotel en el que se estarían hospedando se despidió de ellas con un corto abrazo en el vestíbulo de la suite y se encerró en una de las habitaciones.
Todo estaba oscuro, lo único que iluminaba el lugar era la luz de la luna filtrándose por la enorme pared de cristal que le ofrecía una impresionante vista de la ciudad de París.
El lugar se sentía... solitario. Justo como ella.
El móvil en su bolsillo comenzó a sonar con un timbre distintivo que le hizo sonreír un poco y se puso cómoda en el enorme colchón de la cama con dosel.
—Ciao diavolina. —saludó una voz masculina en la otra línea.
«Hola, diablita»
—Ciao mostriciattolo.
«Hola, monstruito»
Ambos rieron al unísono y entonces ella dejó caer su cabeza sobre una de las almohadas mientras veía las luces de los edificios.
—Siento no poder estar ahí ésta noche. —dijo con pesadez— ¿Me imaginaste en primera fila?
—Junto a mamá y papá, sí. —se ríe— Vinieron a presionarme para que vaya a Aspen, que no te sorprenda si recibes su visita inesperada.
—Gracias por avisar, tal vez me esconda en Kamchatka. —se burla— Supongo que tengo más suerte que Itachi.
—Así es, me enviaron por él. —resopla— ¿Acaso parezco niñera o algo?
—Eres menor, en todo caso el niñero será él. —se mofa— Disfruta tu viaje a Mónaco, dicen que se encuentran buenos prospectos.
—Como si permitieran que encontrara un prospecto siquiera. —pone los ojos en blanco— Se han encargado de ahuyentar a todos los pretendientes posibles desde que tengo memoria.
Cuando su madre le cedió la jefatura de la Bratvá a Daiki, su hermano tuvo que mudarse a Rusia para atender los conflictos desde cerca, y convenientemente eligió Moscú para vivir. ¿Coincidencia? En absoluto.
El muy cabrón lo hizo para vigilarla durante su estancia en la academia de ballet. Así que cuando cumplió los dieciséis se mudó a la casa que él adquirió para ambos.
—¡Por supuesto, eres una bebé!
—¡Tengo veinte! —se queja— Y nunca he tenido un novio.
—Pues agradece. —responde Daiki restándole importancia— Nunca te casarás si los únicos hombres decentes que conoces son tus hermanos.
—Define la palabra decencia. —dice ella con ironía— Porque entre Itsuki y tú no reúnen los puntos requeridos para adjudicarse ese calificativo.
—Retráctate, jovencita. —la reprende fingiendo estar ofendido— Estás insultando al Boss de la Bratvá y al Capo de la Mafia Siciliana.
—Aún puedo patearles el trasero a ambos mientras bailo en puntas al mismo tiempo. —se burla ella— No estaría mal que lo recuerdes.
—Muy graciosa. —responde con sarcasmo— Nos tomaste desprevenidos.
—Sí, sí, lo que digas.
En ese último año y medio que ha estado viviendo en Londres lo ha echado de menos un montón, pero jamás lo admitiría en voz alta. Cuando no estaba en la academia o en el teatro pasaban un montón de tiempo juntos en los cuarteles de la Bratvá, aunque ella se mantenía al margen de los temas serios.
—Itsuki seguro también lamenta no haber ido a tu presentación de hoy. —dijo el hombre— Según tengo entendido tenía una reunión en Bulgaria para intentar establecer una nueva alianza.
—Me ha llamado antes de salir al escenario para desearme suerte. —susurra— Lo he notado algo... distraído.
—¿Hacemos complot para interrogarlo en Aspen? —propone con diversión— Yo lo derribo y tú lo atas.
—Eso suena como un buen plan.
—Entonces nos vemos ahí. —exclama más relajado— No llegues tarde, mio sole.
«Mi sol»
Y colgó.
Poco a poco sus párpados comenzaron a pesarle y cuando menos lo esperó ya se hallaba perdida en los brazos de Morfeo sin reparar en que seguía completamente vestida.
(...)
—Envíanos fotos de las vistas en Aspen. —la abrazó Chōchō en la puerta del hotel— Y espero mi regalo de navidad.
Sarada puso los ojos en blanco al escucharla y se dejó abrazar por Yodo también.
No le gustaban los abrazos, ni que invadan su espacio personal. Lo toleraba sólo cuando se trataba de su familia, pero cedía a veces con sus dos amigas porque entendía que ése era su manera de demostrarle su cariño. Aunque a ella le parecía innecesario.
—Intenta descansar esas piernas, ¿vale? —pidió la rubia— No eres un robot del ballet.
Así era como sus compañeros la llamaban en ocasiones. Robot. Porque hacía todos los movimientos a la perfección y con una técnica impecable. Nunca se equivocaba, y cuando lo hacía no demostraba frustración.
Lo que no entendían era que sólo se trataba de talento y disciplina. Cuando no estaba ensayando, se imaginaba bailando. Y lo hacía porque era la única manera de mantener su mente ocupada.
Una hora después estaba abordando el tren que la llevaría hasta Mónaco. Podría haber ido en avión y ahorrarse cuatro horas de viaje, pero la verdad era que no tenía prisa y necesitaba tiempo a solas para meditar sobre el desastre que era su vida últimamente.
Al llegar a la estación pidió un auto de sitio que la llevó a la dirección indicada y no le sorprendió en absoluto que la entrada del hotel de lujo estuviera rodeada de periodistas que apuntaron sus cámaras hacia ella en cuanto bajó del vehículo.
Uno de los empleados, al parecer el gerente, se apresuró a socorrerla en cuanto la vio rodeada y la escoltó dentro del edificio.
—Señorita Uchiha. —habló con timidez— Nos nos han informado de su llegada, de lo contrario habríamos enviado un auto por usted.
—No importa. —responde escuetamente— ¿Dónde está él?
—Último piso, suite royal. —indicó caminando delante de ella para presionar el botón del ascensor— La escoltaré yo mismo.
—Prefiero ir sola.
—¿Quiere que anuncie su llegada?
—No. —se limita a decir— Y pida que no nos molesten.
Las puertas metálicas se cerraron prácticamente en la cara del hombre y ella suspiró dentro del pequeño espacio con música de jazz sonando de fondo.
Una mujer de aspecto impecable con su cabellera rubia recogida en un moño, zapatillas altas y ropa formal la recibió en el último piso. Tenía un bloc de notas en la mano y una sonrisa de suficiencia en su rostro.
—No puedes estar aquí. —le dijo de un momento a otro— No está dando autógrafos o fotografías.
—Hazte a un lado. —respondió Sarada— No lo voy a repetir.
—Vete por dónde viniste si no quieres que llame a seguridad, niñita.
—Llámales y vemos a cual de las dos sacan del hotel. —alza una ceja pasando por su lado, pero la mujer la tomó del brazo con brusquedad.
—No. Puedes. Estar. Aquí. Mocosa.
La rubia la miró de arriba abajo, como intentando descifrar qué hacía la joven ahí.
—Te doy dos segundos para que me quites la mano de encima o vas a necesitar otras tetas falsas. —la fulminó con la mirada.
—¿Algún problema, señorita Uchiha? —llamó alguien por detrás. Era un botones.
Entonces la mujer la soltó de golpe al escuchar el apellido.
—Semejante alboroto sólo puede ser causado por mi hermanita. —dijo una voz masculina saliente de la habitación— Come sta la mia stellina?
«¿Cómo está mi estrellita?»
La atención de ambas mujeres se desvió al recién llegado y antes de que la rubia pudiera decir nada, Sarada se encontraba corriendo hacia el hombre y se lanzó sobre él aferrándose a su cuerpo con brazos y piernas.
—He venido por ti. —menciona ella— No volaré al infierno sola y tú serás mi acompañante.
Adoraba a todos sus hermanos, con cada uno tenía una conexión especial. Pero Itachi siempre fue su punto débil, con él nunca podría ser ni la mitad de hija de puta de lo que era con el resto de personas.
—Por cierto, felicidades. —dice entusiasmada— ¿Campeón mundial de Fórmula 1 por segunda vez consecutiva? ¡Eso es genial, Ita!
Él dejó que sus pies tocaran el suelo y pasó un brazo por sus hombros con cariño.
—Te he visto por televisión. —continúa diciendo— Has estado espectacular. Estoy orgullosa de ti.
—Yo soy el que está orgulloso. —frunce el ceño— Tu rostro está por todos los teatros de la ciudad.
—Soy guapa, ¿a qué si? —le sonríe con altivez— Me veo increíble en los cartelones.
Itachi se rió, besándole la cima de la cabeza con ternura mientras ella abría la puerta de la habitación. Sin embargo, se detuvo antes de entrar.
—¿Quién es ella? —señaló a la rubia de pie a mitad del pasillo.
—Creo que es la asistente de mi representante. —contesta— ¿Por qué?
—Porque le queda prohibida la entrada a éste hotel.
—No puede hacer eso... —intenta decir la rubia.
—Cuando el hotel pertenece a tu familia puedes hacer lo que se te venga en gana. —sonrió de medio lado— Así que sí, puedo prohibirte la entrada, y será mejor que no me retes o te saco yo misma.
Empujó a su hermano dentro de la habitación y le cerró la puerta en la cara a la mujer. Itachi se dejó caer en el sofá alargado del pequeño vestíbulo e inclinó ligeramente la cabeza para verla a ella detenidamente.
—Has sido un poco cruel. —dice como si nada. Ya estaba acostumbrado al mal carácter de su hermana.
—¿Cruel? —alza una ceja— Ha salido bien parada después de jalonearme.
—¿Te jaloneó? —se ríe colocando las manos detrás de su cabeza— Es bueno que te hayas contenido, estrellita, después de tanto grito esperaba ver a la pobre con la cara en el suelo.
Sarada le lanzó uno de los cojines que encontró en el otro sillón.
Su hermano siempre había sido muy dulce con ella. Ante los demás daba la imagen de piloto rudo y serio que no se abría con nadie por sus ínfulas de grandeza. Pero la verdad era que tenía un corazón de oro.
Su mirada de color dispar se detuvo de nueva cuenta sobre ella y Sarada se removió incómoda bajo su escrutinio.
—¿Te han dicho ya lo de Boruto? —pregunta él en tono cauteloso.
—Sí, mamá lo mencionó. —contesta con tranquilidad— ¿Por qué tanto alboroto? No hubo la misma reacción cuando Daiki tomó el mando de la Bratvá o cuando papá le cedió su puesto a Itsuki, ni siquiera hubo sorpresa cuando el tío Kisame le dio el control del Reino Unido a Ryōgi.
Itachi guardó silencio.
—Shinki también subió en la pirámide y ahora es el jefe de la Mocro Maffia de los Países Bajos. —continuó diciendo— ¿Qué tiene de especial lo de Boruto? Era algo que sucedería en cualquier momento.
—Tú. —la señala— ¿No recuerdas que repetías como un loro que serías su esposa cuando él se convirtiera en jefe? Supongo que eso tiene estresado a papá.
Ella puso los ojos en blanco.
—Era una niña de siete años. —se mofa— Ni siquiera sabía lo que decía.
—Oh, pero yo recuerdo que cuando se despidió de ti antes de ir a Oxford te robó tu primero beso. —se burla él— Tío Naruto tuvo que intervenir para que papá no le arrancara la cabeza a Boruto.
—¿Por eso mamá estaba tan pesada? —arquea una ceja— Ya ni siquiera lo recordaba.
—Supongo que todos tienen expectativas sobre ustedes. —deja caer los hombros— Se espera que terminen juntos desde siempre.
La última vez que se vieron fue hace poco más de un año cuando visitó la Villa durante las vacaciones de verano. Y es que al cumplir los quince años se mudó a Italia para ser aprendiz de su padre, sin embargo, a principios de año se fue a Dublín con su tío Menma.
Al parecer ya tenía el conocimiento necesario para asumir un papel más importante en la organización y esos últimos meses habían sido una prueba impuesta para evaluar su desempeño.
—Pues se quedarán con las ganas. —estira las piernas en el sofá— Porque no pienso atarme a él ni a nadie.
—¿Fobia al compromiso? —se burla él— Según el tío Naruto era una enfermedad que papá padeció en su juventud antes de conocer a mamá.
—Llámalo como quieras, no me importa. —contesta con sequedad— Pero no voy a casarme con ése idiota sólo para cumplir las expectativas de todos.
—Mejor para mí. —responde el pelinegro— Que no te interese nadie es un alivio para todos nosotros al fin y al cabo.
Ella se abstuvo de hacer un comentario sarcástico y cerró los ojos por un momento. Necesitaba un descanso con urgencia.
—¿Y si vamos al casino? —propuso su hermano con una sonrisa de medio lado.
—Sabes que tengo prohibido entrar a todos los casinos cercanos.
—Pues busquemos uno en el que no te conozcan.
Sarada abrió uno de sus ojos para observarlo y una sonrisa se dibujó en sus labios al ver la complicidad en su mirada.
—Bien. —dijo finalmente— ¿Por qué mierda no?
(...)
La cabaña magníficamente restaurada con estilo victoriano era lo suficientemente grande para albergar a todos los invitados que en ese momento se hallaban reunidos en la sala de estar en la espera de que la cena estuviera servida en el amplio comedor.
—No contesta. —masculla la mujer exasperada— Ninguno de los dos responde el maldito teléfono.
—Relájate, principessa. —dijo su marido desde su asiento— Llegarán en cualquier momento.
—¿De veras vendrán a pasar tiempo con nosotros los mortales? —comenta un joven de tez blanquecina y cabello de tonalidad celeste claro— Con eso de que se codean con las celebridades.
Mitsuki miró de reojo el semblante de seriedad que pocas veces veía en su mejor amigo y alzó una ceja.
Era la primera vez en años que todos estaban juntos bajo el mismo techo. En las reuniones anteriores algunos no aparecían y otros tantos sólo iban de pasada. Esta ocasión parecía ser diferente.
—¿Donde está tu hermano? —le preguntó al rubio sacándolo de sus pensamientos.
—Allá afuera. —señala la terraza con la cabeza— Mamá se puso firme en ésta ocasión y prácticamente lo obligó a venir también.
—¿Estás bien, Boruto? —susurra dándole un golpecito con el codo— Estás muy pensativo. Y no es como si fueras el más analítico de aquí, eso déjaselo a Shikadai.
—Estoy bien. —resopla— Sólo que preferiría no estar aquí.
—Será divertido, hombre, hace mucho que no pasamos el rato todos juntos. —le guiña un ojo— Hasta Sarada vendrá, algo que no pensé que tía Sakura conseguiría.
—Sí, también ella ha estado ocupada. —comenta el rubio— En Dublín hay cartelones con su imagen en las entradas de los teatros.
—¿Has ido a verla?
Él tragó saliva.
—Sí, una vez en Londres antes de mudarme con el tío Menma. —respondió escuetamente— Pero ella no lo sabe, así que no lo menciones.
Mitsuki le miró consternado, y ligeramente intrigado por aquella revelación. ¿Acaso el enamoramiento de Boruto siempre fue real y no sólo un juego de niños?
—¿Entonces? —insiste el Hōzuki— ¿Es tan buena como dicen?
—Es mejor. —sacude la cabeza— Pero tampoco le digas que dije eso.
Shikadai Nara se unió a la conversación y poco después Shouta, Shinki, Ryōgi y Ryoichi también.
Era un ambiente peculiar. Los mayores se encontraban en su propio círculo mientras los jóvenes cotilleaban entre sí.
A un par de metros una sonriente Himawari rodeaba a su prima Namida con un brazo y a Kaede con el otro. Hablaban genuinamente emocionadas de la temporada que pasarían juntas en una de las propiedades de los Uzumaki-Hyūga a principios del mes de marzo.
A pocos metros de ahí, en la terraza de la cabaña, los gemelos Uchiha yacían de pie a cada lado de Kawaki Uzumaki, quien parecía más interesado en la blanca nieve que cubría la falda de la montaña. Tenía los antebrazos apoyados sobre la baranda y su semblante parecía igual de serio que siempre.
—¿Quién te llamó? —pregunta Daiki a su hermano.
—Uno de nuestros hombres en Mónaco. —resopla— Al parecer nuestra hermanita tuvo unos días entretenidos en el casino de los Fontaine.
—¿Se metió en problemas?
—Nada que no pueda resolver. —masculla Itsuki poniendo los ojos en blanco— Le sacó dos millones de euros a un tipo que no sabe perder.
—¿No entiende que está fichada en todos los casinos del país? —responde el otro con una sonrisa irónica— Es una... ya ni siquiera sé cómo llamarla.
—Le he devuelto el dinero y listo. —asiente— El asunto está zanjado.
—¿Y sí van a venir? ¿O debo avisarle a mamá que no llegarán para la cena?
Kawaki no los estaba escuchando, sus pensamientos lo mantenían distraído. Lo único que logró captar en toda la conversación fueron pocas palabras. Hermanita. Dos millones. Casino.
¿La niña de papá se había metido en problemas? Para nadie era un secreto que Sarada era la niña consentida de su padre. Sasuke Uchiha amaba a todos sus hijos por igual, pero su única chica era su debilidad.
Ya ni siquiera la recordaba. La última ocasión que la vio era una chiquilla de diez que seguía siendo igual de fastidiosa que la primera vez que la vio. Meses después Boruto regresó un día a casa medio deprimido porque su mejor amiga ahora se había ido al otro extremo del continente.
Pero Boruto habló sobre ella hasta que tuvo la edad suficiente para fijarse en otras chicas. Y aún así seguía mencionándola cada que tenía oportunidad.
—Oh, ya llegaron. —exclamó Daiki señalando a la tía Karin abriendo la puerta.
No pudo evitar girarse para verla, la curiosidad le picó por un momento, en especial después de que todos ahí parecieron emocionados por su llegada.
Apenas podía verle entre todas las personas que rápidamente se levantaron para saludar a los recién llegados, pero oyó con claridad el aullido de su hermana menor mientras se hacía camino para llegar hasta ella.
—¡Sarada! —grita Himawari lanzándose sobre la joven pelinegra— Te eché mucho de menos.
—Y yo a ti, nene.
Bueno, al menos su voz no era chillona, en realidad tenía un maldito timbre sensual que no pudo ignorar aunque quisiera.
Sin embargo, lo único que le interesó fue la reacción de su hermano y casi quiso reírse en su cara. Boruto no podía disimular el brillo que apareció en sus ojos al verla. Y eso no hizo más que aumentar su curiosidad.
Himawari la soltó finalmente para que la recién llegada terminara de saludar al resto de los mayores. Y minutos después se detuvo en el lugar donde se encontraba su mejor amigo de la infancia.
—Hola, extraño. —escuchó que le dijo ella con voz suave.
—Hola, extraña.
Boruto atrapó el cuerpo de la chica entre sus brazos y ella le correspondió. Parecían unidos. ¿Qué tanto podían serlo?
Se armó un escándalo a su alrededor donde el resto de los chicos esperaron su turno para saludarla y hablar un poco con ella.
—Te desapareciste por mucho tiempo. —dijo el rubio a modo de reclamo.
—No recuerdo haber recibido una llamada tuya. —contraatacó ella— Vivo en Londres, no en la Antártida, bien pudiste visitarme.
—Y yo vivía en tu casa. —alza una ceja— A la cual no volviste en los últimos meses que me quedé allí, por cierto.
—¿Vas a llorar? —se burla— Porque puedo discutir toda la noche, pero no me apetece gastar mi saliva en estupideces.
Tenía carácter. Lo reconocía. Pero aún no podía verle la cara para terminar de completar el cuadro.
—Si llegaste con ganas de pelea será mejor que te mantengas donde estás. —dijo Itsuki a un lado suyo— No sé si pueda manejar tu mal humor ahora.
—Fratello! —giró su rostro en su dirección y pronto se halló caminando hacia ellos.
Itsuki la levantó en brazos apenas la tuvo a poca distancia y dio vueltas con ella en el aire.
—¿Cómo estás, solecito? —la dejó sobre sus pies y le tomó el rostro para inspeccionarla— Más bella que la última vez que te vi.
—Dime algo que no sepa. —respondió ella con altivez— Te eché mucho de menos.
—¿Te llegaron las flores?
—Estaban preciosas. —asiente— ¿No te cansas de enviar un arreglo después de cada presentación? Son demasiadas funciones.
—Estoy dejando una vara muy alta para tu futuro esposo. —contesta como si nada— Así no te impresionan tan fácil.
Ella sonrió enternecida y lo abrazó una vez más antes de rodear el torso de Daiki con sus delgados brazos.
—¿Y a mí por qué me recibes con tanta sequedad? —se queja él— ¿No hay ni un beso para tu hermano favorito?
—Mi hermano favorito está en el vestíbulo siendo alabado por su actuación en la pista de carreras. —le saca la lengua.
—Auch, eso dolió. —se toca el pecho— ¿Qué hay de todas las veces que te recogí en la academia de ballet y te llevé por un helado? Mocosa malagradecida.
—Está bien, tú eres mi segundo favorito. —le sonríe con burla.
—Piénsatelo mejor. —dice Itsuki en voz baja— Tal vez a mamá le gustaría saber tus hazañas de estos días en Mónaco.
—Bueno, el tercero. —le dice a Daiki con fingida lástima— Lo siento, pero mi pellejo va primero.
Mientras los observaba reírse después de aquella discusión tan absurda, Kawaki se dio el lujo de mirarla con detenimiento. Llevaba puestos unos jeans oscuros que hacía ver más largas sus piernas y un abrigo negro que cubría la mayor parte de su cuerpo. Era más alta que el promedio, tal vez media metro con setenta y pocos centímetros, pero aún así parecía pequeña en comparación suyo.
—Te falta saludar a alguien. —le señaló el mayor de los tres— Dime que recuerdas a Kawaki.
Entonces ella gira su rostro para encararlo y él le vio sonreír con los ojos brillantes y... carajo. Ya podía comprender a Boruto.
No supo de dónde demonios salió la onda de calor que le recorrió el cuerpo cuando se encontró con la oscuridad de sus ojos.
Santa mierda. Verla era un placer visual.
De pronto la sonrisa de ella desapareció poco a poco y eso de alguna manera le molestó. ¿Por qué? No tenía idea, pero lo hizo.
—Oh, sí. —contesta ella— El mismo Kawaki que fingía que nadie existía. ¿Ya podemos dirigirnos a ti o debo saludar a la pared?
Él alzó una de sus cejas oscuras secretamente asombrado por su lengua afilada. Algo sorprendente para una chica que lucía como un pequeño ángel.
—Puedes abrazar el pilar. —respondió de la misma manera— Sólo intenta no astillarte.
—Tu humor mejoró también, ya no eres un niño arisco. —se acerca un poco más a él— ¿Ahora puedes soportar el contacto físico con alguien?
Fastidiar a las personas era algo que resultaba fácil para ella la mayoría del tiempo, pero en esta ocasión se sentía como si estuviera caminando sobre la cuerda floja. Como algo peligroso.
En especial ahora que el acero de sus ojos se clavó en los suyos y casi se le olvida cómo respirar.
No recordaba que fuera tan atractivo. En realidad, nunca lo observó demasiado, en aquel entonces para ella sólo era el niño que su padrino Naruto adoptó después de la fatídica muerte de sus padres a manos de los mismos hombres que acabaron con el Clan Hyūga casi por completo.
También era uno de los recuerdos que prefería dejar en un cajón olvidado.
—Soporto más que bien el contacto físico. —susurró en su oído— ¿Quieres comprobarlo?
Las mejillas de ella se ruborizaron un poco al entender el mensaje implícito, pero intentó disimular para no alertar a sus hermanos que no escuchaban su pequeña disputa.
—¿Qué? —masculla arqueando una ceja— ¿Se te quitó lo insolente?
—Nunca. —sonrió la joven de medio lado— Me gusta ir al límite.
—Pues deberías tener cuidado. —el gris de sus ojos se oscureció— A veces ir al límite tiene sus consecuencias.
—Pues que así sea.
¿Lo estaba retando? Maldita sea, ¿de donde había salido esa chiquilla con los cojones tan grandes para insultarlo y después retarlo en menos de cinco minutos?
Era el jefe de la Yakuza, ella no era nadie más que la hermana de uno de sus socios, ni siquiera Himawari se atrevía a molestarlo más de lo necesario. ¿Entonces por qué le permitía salirse con la suya así de fácil? No podía explicarlo.
Quizás era que lo tomó con la guardia baja. Sí, eso debía ser.
—¡La cena está servida! —gritó la tía Ino desde el pasillo— Todos al comedor.
Sarada le dio la espalda y entró a la casa sin echarle una última mirada, quitándose su abrigo de camino al vestíbulo y dándole una visión privilegiada de su cuerpo. Tenía una silueta esbelta y definida, hombros delgados, cintura estrecha y piernas largas.
No era tan voluptuosa. Tenía más bien el cuerpo de una modelo de pasarela, con porte elegante y delicado.
Y aún cuando tenía un montón de problemas justo ahora en los que debía ponerse a pensar, lo único en lo que podía concentrarse era en la curva de su trasero respingón.
—Ni se te ocurra. —dijeron a su lado— Conozco esa mirada y no creerás que pienso permitir que incluyas a mi hermanita en tu lista de conquistas.
Ése era Itsuki.
—No pensaba hacerlo.
—Más te vale. —palmeó su hombro— Porque no podrías manejarla de todos modos.
—¿Eso es un reto?
—En absoluto. —se ríe— Eres mi amigo, así que tómalo como un consejo.
No sabía a lo que se refería, ni tampoco tenía ganas de averiguarlo.
Por supuesto que no quería a Sarada Uchiha como una de sus conquistas, pero tal vez tenerla cerca serviría para molestar a su hermano, ¿verdad?
