Odiaba estar rodeada de tanta gente. Y le disgustaba ser el centro de atención cuando no estaba sobre un escenario con sus zapatillas de puntas lista para bailar.

Intentó hacer caso omiso a esa sensación de rechazo. Se trataba de su familia, debía ser capaz de hacer una excepción, ¿verdad?

La primera en envolverla en un abrazo fue su madre, que aunque le había visto una semana atrás, no pudo evitar alegrarse de verla como si hubiesen pasado meses. Su padre le sonrió de medio lado, tocándole la punta de la nariz y luego discretamente acarició su frente con los dedos: ese era su lenguaje de amor.

Himawari apartó a todo el mundo que se le atravesó en el camino y la achuchó con entusiasmo. Era unos pocos centímetros más baja que ella y su cabello estaba corto a la altura de sus hombros. Físicamente se parecía un montón a su madre, pero tenía los ojos y la sonrisa de su papá.

Luego apareció Kaede y se unió al abrazo, que aunque era mayor que ella por casi cinco años, siempre hubo una conexión genuina de amistad. Ella era más bajita incluso que la Uzumaki, y tenía la cabellera violácea larga hasta la cintura.

Namida, por otra parte, tenía el cabello atado en dos coletas castañas y los ojos marrones brillantes de emoción. De todas era la de personalidad más dulce.

Luego se acercó su hermano menor. Tenía quince años, pero la genética de los Uchiha demostró que siempre hacía lo suyo. Daisuke era un chico de sonrisa arrogante y mirada coqueta, sus ojos verdes eran idénticos a los de su madre y mantenía el cabello rosáceo oscuro en una melena corta.

—Estás muy guapo. —le sonrió— Lamento lo de tu fiesta de cumpleaños, estaré en la siguiente, lo prometo.

—No quiero que vayas, mis amigos no dejan de mirarte cada que vas a casa. —frunce el ceño— Podemos hacer algo juntos después.

Sarada se ríe ante su comentario y despeinó su cabello con ternura. A Daisuke nunca podría negarle nada, era el bebé de la familia y por lo tanto todos se desvivían por él.

—¿Te apetece viajar conmigo a Barcelona a finales de Agosto? —le guiña un ojo— Podemos ver juntos la carrera de Ita.

—¿De veras?

—Por supuesto. —dice con un entusiasmo que sólo pocos habían visto en ella— Y te presentaré una que otra celebridad, ya sabes.

—¡Eres la mejor hermana del mundo!

Le pellizcó la mejilla y lo envolvió en un abrazo cariñoso. De alguna manera le agradaba que se mantuviera alejado de los asuntos de la familia. Daisuke parecía más interesado en los viñedos y la empresa petrolera. Su padre lo aceptó sin objeciones, al igual que cuando Itachi decidió ser piloto de la F1 o el día que ella les comunicó que fue aceptada en la academia de ballet.

Su madre tenía razón. Ellos podían ser o dedicarse a lo que quisieran y aún así los amarían por igual.

Abrazó a sus tías Temari, Karin y Matsuri, pero fue Konan la que se demoró más tiempo con ella. Incluso creyó ver a la tía Tenten limpiarse una lágrima rápidamente antes de que lo notara y la tía Hinata no pudo evitar demostrar lo feliz que estaba de verla.

—Estás bellísima, cariño. —dijo la matriarca Uzumaki— Cada día te pareces más a tu mamá.

Todo el mundo se lo decía, pero ella no creía que fuera verdad. Tal vez sus rasgos los sacó de su madre, pero eran totalmente distintas.

Terminó de saludar a todos los adultos y finalmente llegó al sofá donde yacían hablando los chicos con los que creció.

Sus ojos buscaron instintivamente la mirada color zafiro y cuando lo hizo se dio cuenta de que él ya la estaba viendo.

—Hola, extraño.

—Hola, extraña. —respondió con una sonrisa radiante y la atrajo contra su pecho.

Estaba... diferente. Era preciosa. Cada pequeño detalle era perfecto en ella. Desde sus ojos oscuros, sus pestañas largas y rizadas, la nariz pequeña y respingona, los pómulos altos, los labios llenos y tenuemente enrojecidos, la sonrisa de dientes alineados y la piel pálida sin ningún tipo de imperfección.

Era un sueño.

—¿Vas a soltarla alguna vez? —dijo la voz de Mitsuki a sus espaldas— Faltan muchos por saludarla.

—También te eché de menos, idiota. —se ríe la pelinegra y dejó que la abrazase.

—Creciste. —contesta el de cabello celeste— Pero sigues siendo una enana.

—Púdrete. —le golpea el hombro mientras se separaba de él.

El siguiente en recibirla fue Shikadai. Él también había crecido mucho, casi tanto como Boruto, y su cabello oscuro ahora estaba lo suficientemente largo para ser atado en una coleta alta igual que el tío Shikamaru.

Ryōgi la saludó con un par de besos en la mejilla y le guiñó un ojo antes de irse a saludar a Itachi. De todos ellos, era al que más veía, cenaban juntos al menos una vez al mes debido a que él tenía su residencia en Camden, a menos de una hora de distancia en auto de su casa.

Shinki se acercó detrás a la espera de que Ryoichi terminara de abrazarla también y ella se detuvo a ver al holandés. Sus ojos verdes seguían pareciéndole de lo más majos. Todo él, en realidad, estaba bastante guapo también.

—De ti sí que quiero un abrazo de oso. —sonrió burlona— ¿Cuándo vuelves a Londres?

Y lo dijo para molestarlo, porque sabía que Shinki no era muy efusivo. Aún así permitió que la pelinegra se aferrara a su torso.

—Eres una fastidiosa. —se quejó él— Ojalá te hubiera enterrado una avalancha de camino.

Shinki bien podía ser uno de sus mejores amigos. No era un imbécil como la mayoría de los hombres de su edad y no la trataba con delicadeza tampoco. Cuando viajaba a Londres para alguna reunión de negocios con Ryōgi se tomaba el tiempo para visitarla en el teatro o invitarla por una copa.

—Si eso pasa llorarías por mí, no lo niegues. —le pinchó— Me quieres tanto que no podrías vivir si yo dejara este mundo.

El castaño puso los ojos en blanco y le cedió espacio a los primos de la chica. Ehō y Shouta.

El primero tendría unos dieciocho casi recién cumplidos y era toda una belleza masculina. El único Uchiha rubio en toda la historia tenía los rasgos Yamanaka bien marcados.

Y luego estaba Shouta, el primo insufrible que dejó de serlo cuando adquirió esa cicatriz que le cruzaba la mejilla por debajo de su ojo y llegaba a la parte superior de la nariz. Tenía que admitirlo, eso le daba una apariencia de chico rudo que le sentaba bien.

—A ustedes los vi el mes pasado. —achica los ojos— Así que no esperen un saludo tan caluroso.

Shouta le sonrió, envolviendo su cuerpo y besándole la mejilla para fastidiarla.

—Estuviste fenomenal en tu presentación en Niza. —halagó— Eres impresionante.

—Dime algo que no sepa. —masculla con su poca humildad— Soy espectacular.

—Y un grano en el culo para toda la familia también. —se burla Ehō— Estás demasiado incomunicada. ¿Sabes el mal humor que se carga el tío Sasuke cuando no le tomas la llamada?

—Soy una chica ocupada, ¿qué puedo decir?

El grupo de chicos le habían rodeado y ahora conversaban con ella de cualquier estupidez que se les ocurriese. Y tuvo que acumular toda la paciencia del mundo cuando Boruto hizo sus comentarios de reclamo respecto a su constante falta de comunicación con la familia.

Pero entonces su atención se desvió hacia la terraza y sonrió al encontrarse con la mirada de su hermano mayor.

—Si llegaste con ganas de pelea será mejor que te mantengas donde estás. —lo escuchó decir— No sé si pueda manejar tu mal humor ahora.

—Fratello!

Daiki también estaban allí. Les había echado tanto de menos a los dos. Se sentía tan contenta de verlos que ni siquiera notó que había alguien más con ellos hasta que se lo hicieron saber.

Y entonces lo vio.

Desprendía una energía masculina oscura que la hizo retener la respiración inconscientemente. Sus ojos grises la observaban con un destello de curiosidad que desapareció en cuestión de segundos y ahora le miraban con desinterés.

Decir que era guapo sería un eufemismo. Probablemente era uno de los hombres más atractivos y malditamente sexis que había visto en su vida.

¿Ése era Kawaki Uzumaki? ¿En qué momento se convirtió en un peligro potencial para los corazones de las mujeres?

Lo recordaba como el niño arisco que rechazaba todo tipo de contacto físico e intentos de acercamiento sentimental. Y su impertinencia le dio el empujón que le hacía falta para decirlo en voz alta.

Momentos después se maldijo a ella y a su boca floja, porque él le había dicho algo que le dejó sin palabras inicialmente y la hizo sonrojarse.

Joder.

Aquel enfrentamiento la dejó casi sin aliento, y de no haber sido por el grito de la tía Ino que informó que la cena estaba lista probablemente se habría lanzado contra sus labios para cerrarle la boca.

¿Por qué? Ni idea. Sólo... le entraron ganas de hacerlo.

Así como estaba de consternada se sentó en la mesa con toda su familia y amigos, Boruto a su lado derecho, Itachi a su izquierda y Kawaki de frente. Intentó ignorar la mirada insistente de este último y se enfocó en el plato frente a ella.

La cena transcurrió lenta y tortuosa para su mala suerte. Toda la atención estaba volcada en ella y eso la hizo sentir como un animal de exhibición en el zoológico.

—¿Qué has estado haciendo todos estos años, querida? —pregunta su tía Ino.

Tan entrometida como siempre. No pudieron llevarse bien desde que era una niña, y aunque su madre la había perdonado del todo, ella no podía.

—Combatiendo la hambruna mundial, seguramente. —respondió con sarcasmo— Porque soy tan generosa y humanista.

—¡Sarada! —reprendió su madre.

—¿Qué? —deja caer los hombros— Si ya sabe para qué pregunta.

La pelirrosa se pellizcó el puente de la nariz. De repente la reunión familiar no le pareció la mejor idea.

Por su lado, Kawaki la observaba de frente y se dio cuenta de varias cosas. La primera era que Boruto no perdió la oportunidad de sentarse junto a ella, la segunda era que se veía tan tensa como la cuerda de un arco y la tercera... bueno, que a todos les parecía normal que fuera así de insolente comprobándole que no sólo era una etapa de rebeldía.

—¿Cuál es la siguiente parada de tu gira, tesoro? —pregunta la madre de Mitsuki con una sonrisa tensa para cambiar el tema.

—Sydney en febrero y finaliza en Tokio a mediados de marzo... —responde revolviendo la pasta con su tenedor— E inicia una nueva temporada en Irlanda a principios de Octubre.

—¡Eso es increíble! —exclama Tenten con una pequeña sonrisa.

—No me sorprende. —halaga la tía Konan— Desde pequeña se ha notado tu talento.

—Ajá. —respondió ella con aburrimiento— Gracias.

No lograba descifrarla. Un momento era alegre y juguetona con sus hermanos, después era desafiante con él, y al minuto siguiente se comportaba como si nadie en el mundo la mereciera.

¿Cuál de todas sus personalidades era la real?

—¿Qué tal Londres? —pregunta Boruto en voz baja.

—Llueve mucho. —se limita a decir— ¿Qué tal Dublín?

—Demasiada cerveza. —bromea— Puedes visitarme cuando quieras.

—Hay fechas para Dublín, tal vez te vea allí. —deja caer los hombros— ¿Me darías asilo? Odio quedarme en un hotel.

—Siempre puedo comprarte un departamento. —se aclara la garganta un Sasuke Uchiha con semblante escéptico.

Por supuesto que no le agradaba la idea de que su hija durmiera en la casa de un hombre. Menos si demostraba el interés que su ahijado tenía por ella. No era estúpido, ya imaginaba sus intenciones.

—No puedes comprarme un apartamento en cada ciudad que visito en la gira, papá. —resopla ella— No estoy más de dos semanas en un sitio.

—No me molestaría darle asilo. —comenta Boruto mirándola de reojo— Mi departamento es grande.

—Apuesto a que sí. —se burla Mitsuki provocando las risas de los más jóvenes.

Sarada se mantenía removiendo las trufas en su plato, ignorando a todos a su alrededor. Agradecía que por un momento el tema de conversación se haya volcado hacia otra persona que no fuera ella.

Su batería social era casi inexistente y ya comenzaba a llegar a su límite. Parecía que su padre pensaba lo mismo, porque en cuanto terminó de cenar decidió retirarse a su habitación. Su madre lo siguió minutos después y poco a poco los adultos se marcharon también.

—¿Quieres salir? —le preguntó Boruto en voz baja— Pareces... aturdida.

—Sácame de aquí. —pidió casi en tono de súplica— Si tengo que pasar cinco minutos más en esta mesa voy a estrangular a alguien.

—No lo dudo. —sonríe.

Ella se levantó tras él, aprovechando que todos estaban distraídos y rápidamente se escabulleron hasta la puerta principal.

A Sarada aquello le recordó los tiempos en los que eran niños y buscaban la manera de salirse con la suya.

—Tu abrigo. —dice él sosteniendo la prenda en alto— Casi lo olvidas.

—Oh, gracias. —contesta ligeramente consternada por su propia distracción.

Se lo colocó bajo la atenta mirada del Uzumaki y le dedicó una pequeña sonrisa. ¿Cuándo había crecido tanto?

Le sacaba una cabeza entera, su cuerpo ya no era tan menudo como el de la última vez que lo vio hace cerca del año y medio, ahora era todo un hombre. Uno muy atractivo.

Y sus ojos, esos llenos de luz que siempre le habían parecido tan expresivos y brillantes estaban mirándola con un sentimiento difícil de digerir y ella intentó ignorar el cosquilleo en su vientre.

Boruto le había dado su primer beso, uno inexperto y lleno de inocencia. Pero también le dio su segundo y tercero, aunque por supuesto eso nadie además de ellos dos lo sabían.

Y quizá... si no les hubiesen interrumpido la última vez que se vieron podrían haber cruzado una línea que hubiese marcado un cambio en su amistad.

—¿Quieres... dar un paseo?

—¿Un paseo? —abre la boca fingiendo asombro— Oh, señor Uzumaki, eso es una propuesta totalmente indecente.

El rubio se rió, metiéndose las manos dentro de su abrigo para reprimir las ganas de entrelazar sus dedos con los de ella.

—Te eché de menos. —dijo él cuando se alejaron un poco de la casa— Puedo contar con los dedos de una mano las veces que te he visto desde que te mudaste a Londres.

—Necesitaba un cambio de aires después de lo de... ya sabes. —tragó saliva— Lo único que quería era alejarme.

—Y mudarte sola a otro continente fue la solución. —dice con ironía— Lejos de tu familia, de tus amigos...

—No estaba sola. —alza una ceja— Tenía al abuelo Arkady, Daiki me alcanzó allá poco después y el resto de mi familia me visitaba todo el tiempo.

Hubo un momento de silencio.

—Pero eventualmente regresaste a Inglaterra. —murmura en un tono que identificó como reproche— Preferiste regresar allí antes que volver a tu casa.

—Me ofrecieron ser solista en una de las mejores compañías de ballet del mundo. —dice como si fuera obvio— Y en menos de un año me convertí en la prima bailarina. Creo que tomé la mejor decisión.

—Ambos sabemos que si no querías regresar, aunque la misma reina de Inglaterra te lo hubiese pedido, no te habría convencido de quedarte allí.

—Aprendí a superarlo.

Mentira. Seguía viviendo en esa ciudad, en la misma casa, para flagelarse a si misma. Pero nadie tenía porqué saberlo.

—Mientes. —dijo él con ironía— Puedes mentirle a los demás, pero no a mí.

Antes de que pudiera contestar algo sintió un golpe en la cabeza y luego frío. Boruto le había lanzado una bola de nieve.

—Oh, no, no lo hiciste. —achicó los ojos y él sonrió.

A Sarada se le escapó una risa de júbilo cuando se abalanzó contra ella y la levantó en su hombro sólo para dejarla caer sobre la abultada nieve que amortiguó su caída.

Ella amoldó una pequeña bola y la lanzó contra su rostro con una sonrisa burlona. Después de eso, se olvidó de todo lo que le rodeaba y ambos se enfrascaron en una guerra de bolas de nieve igual que cuando eran unos críos.

Y de pronto no eran adultos, ambos tenían seis años y se perseguían sobre la blanca nieve de Kamchatka para ver quién se rendía primero.

No entendió porque tenía tantas dudas respecto a lo que sentía por Boruto y por un momento la incomodidad de lo que pasó la última vez que se vieron se diluyó por completo. ¡Se trataba de su mejor amigo! Nada podría ser tan malo para destruir lo que tenían.

Mientras tanto, Kawaki los observaba desde la terraza, dándole una calada a su cigarrillo recargado sobre la barandilla y la escena se le antojó ridícula. Se suponía que estaban lo suficientemente grandes para hacer ese tipo de cosas, ¿no?

—Ahí está mi hermanita. —dijo Daiki apareciendo a su lado— Ya me imaginaba que estaba con ese idiota, ambos desaparecieron sospechosamente.

—¿Tienes algo contra mi hermano? —alzó una ceja.

—En absoluto. —se ríe— Creo que es el único además de nosotros capaz de manejar su mal carácter por más de una hora.

Los ojos grises centellearon mientras les miraba continuar jugando sobre la nieve como niños. Ella ya no parecía igual de hostil a como lo estaba durante la cena. Y justo eso era lo que lo intrigaba tanto.

Dudaba que se tratase de una personalidad caprichosa de una niña mimada. Cuando se trataba de los Uchiha siempre había algo de trasfondo.

—¿Debería preocuparme que los espíes como un acosador?

—Yo sólo vine a fumar. —deja caer los hombros con desinterés.

Y no estaba mintiendo. Había salido a la terraza con esa intención, pero de ninguna manera iba admitir que verlos juguetear en la nieve acaparó su atención desde que aparecieron en su campo de visión.

Boruto se veía muy diferente cuando estaba con la Uchiha. Le habría comprado esa actitud infantil cuando tenía nueve o diez años, pero desde que inició con la preparación para ascender a jefe de familia a los quince se volvió más serio y reservado.

Entonces... ¿Por qué se comportaba de esa manera? ¿Podría acaso... estar enamorado?

Él que iba a saber de esa clase de sentimientos. Nunca se había enamorado para poder afirmarlo y no le interesaba tampoco.

(...)

—¡Cuéntanos! ¡Cuéntanos! —chilló Namida— Anda, no seas aguafiestas.

No supo en qué momento se había dejado convencer por Himawari de pasar un rato en su cuarto con todas las chicas. Ella tenía su propia habitación, bien podía despedirse e irse a dormir tranquilamente, pero sabía que la Uzumaki armaría un escándalo si se marchaba.

—No salgo con nadie. —respondió ella— Nunca he tenido un novio y no me interesa tenerlo por ahora.

—¿Por qué? —se queja Wasabi, la hermana menor de Shinki— ¡Estás guapísima! Debes tener una fila interminable de pretendientes.

—¿Ninguno es digno de Sarada Uchiha? —pregunta Kaede con una sonrisa— ¿O por qué te niegas a sucumbir al amor?

Sarada se encogió de hombros como si no supiera qué responder. La verdad era que varias veces tuvo la oportunidad. Se había enrollado con algunos chicos, pero nunca llegó al final.

La mayoría de los hombres que se acercaban con alguna intención honorable eran espantados por su padre o hermanos, así que llegó un punto en el que decidió dejar de perder el tiempo y se concentró en el ballet.

Tal vez nunca conseguiría enamorarse. Y eso estaba bien para ella.

¿Creía en el amor? Definitivamente. Sólo habría que echarle una mirada a sus padres para saber que cuando encontrabas a la persona indicada tu vida podría cambiar. Para ella, la mejor representación del amor eran ellos dos.

Incluso después de veinticinco años juntos ellos se seguían amando como el primer día. Su padre no podría vivir sin su madre, y ese sentimiento era bien correspondido.

Una vez deseó tener algo como eso. Un amor inextinguible que sobreviviera a las peores tempestades. Pero ahora... no estaba segura si eso era para ella.

Tal vez nació para estar sola. No le sorprendería que así fuera.

—Lo que sucede es que Sarada está destinada a ser mi hermana. —se jactó Himawari— Se casará con mi hermano y me dará un montón de sobrinos hermosos.

—Sí, no creo que eso suceda. —se burla la pelinegra— Boruto y yo no podríamos tener una relación de ese tipo. Somos como hermanos.

«Lo hermanos no se besan», pensó mortificada.

—Pero no lo son. —le corrigió la Uzumaki— Y se quieren más de lo que ambos admiten. Por lo menos mi hermano se muere por ti.

—Eso no es verdad.

—¿No lo viste babear en cuanto te vio? —se burla Kaede— Es obvio que le gustas, y no precisamente como una hermana.

—Aún así, no creo que yo sea capaz de verlo de esa manera...

Otra vez se estaba mintiendo. Boruto era el único que quizás podría despertar en ella sentimientos desconocidos y ella lo sabía.

—No te atrevas a negar que es muy guapo, y no lo digo sólo porque sea mi primo. —dice Namida— La mitad de las chicas de mi instituto están vueltas locas por él.

—Y la otra mitad por Kawaki. —se burla Himawari— Es decir, lo comprendo, tiene esa vibra de chico malo...

—¡Pues yo sí que podría besar a Kawaki! —se ríe Kaede— Es un bombonazo.

Pero Sarada ya no estaba escuchándolas porque en ese momento el recuerdo del acero de sus ojos escrutándole durante toda la cena le hizo tener un pequeño sobresalto.

—Lo siento, chicas, tengo que retirarme. —se disculpa poniéndose de pie un poco acalorada por aquel pensamiento— Prometí ayudar a mi hermano con algunas cosas.

—¿A cuál de todos? —alza una ceja Namida.

—A Itsuki. —resopla— Si no me toma mucho tiempo prometo regresar.

Sus tres amigas se quejaron, pero finalmente la dejaron marchar.

Fue así como decidió adentrarse a su habitación para cambiarse de ropa por su pijama de short y una blusa ligera de tirantes con una bata de seda del mismo color por encima. Todas las prendas eran negras. Como la mayoría de su guardarropa.

—¡Hasta que apareces! —dice su hermano mayor sentado en el taburete de la cocina con el portátil frente a él— Comenzaba a volverme loco.

No estaba solo. Shinki, Boruto y Kawaki estaban ahí además de él.

Éste último no perdió detalle de lo bien que se veía incluso en pijama. Sus piernas eran kilométricas y tenía la piel tan pálida como la porcelana. Sus hombros eran delgados al igual que su cuello y por un momento pensó en cómo se vería su mano alrededor de el.

Sacudió la cabeza para despejar la mente de esos malditos pensamientos que no lo dejaban tranquilo e intentó concentrarse en la taza de café que tenía en su mano izquierda.

—Himawari apenas me dejó escapar. —resopla sentándose en el taburete alto a su lado— Dame eso, bruto.

Intentó ignorar las demás presencias en el lugar y se enfocó en los documentos que tenía abiertos en la pantalla del portátil.

—¿Qué es todo esto? —frunció el ceño— ¿Quién es el inepto que lleva las cuentas del casino?

—Yo. —hace un puchero— Pero sabes desde siempre que el orden no es lo mío.

Sarada suspiró, comenzando a teclear con rapidez.

—Sigues siendo un inepto, no me importa que seas mi hermano. —pone los ojos en blanco— ¡Estos balances son un desastre!

—El puesto sería tuyo si lo quisieras. —se queja alzando las manos.

—Y yo te dije que contrates a alguien que quiera y sepa lo que hace. —lo reprende al instante— Puedes ser bueno dando órdenes a tus matones, pero eres pésimo para esto.

—¿Puedes arreglarlo o no? —suspira aceptando el regaño.

—Por supuesto, ¿quién te crees que soy? —sonríe con arrogancia.

—Oh, te adoro. —toma su cabeza y la besa en la frente— Eres lo mejor de lo mejor.

—Te debo una por lo de Mónaco, ¿no? —responde ella poniendo los ojos en blanco.

—¿Cómo sabes que fui yo el que solucionó el problema?

—No me persiguieron. —deja caer los hombros— Así que supuse que alguien ya se había encargado. Esperaba que fueras tú y no papá el que lo hubiese descubierto.

Hubo una época en sus vacaciones cuando tenía dieciséis en la que recorrió todos los casinos de Francia con el único propósito de probar sus habilidades en el poker. El resultado: quedó vetada de la mayoría de casinos en el país.

Itsuki tomó una taza vacía del estante para servirle café y lo deslizó con cuidado en la superficie frente a ella. Sarada ni siquiera lo miró, sólo la toma del asa y le dio un gran sorbo.

No podía vivir sin la cafeína.

—¿No le pones azúcar? —pregunta Shinki alzando una de sus cejas.

—Siempre lo bebe sin azúcar. —dijeron Boruto e Itsuki al mismo tiempo.

Kawaki vio de reojo a su hermano con extrañeza. Él no recordaba esa clase de detalles nunca, a veces hasta olvidaba los días de cumpleaños, pero sorprendentemente se acordaba de ése tipo de detalles irrelevantes relacionados con esa chica.

Otra cosa que le sorprendió era que su socio aceptó el regaño de la chica como lo más normal del mundo. Itsuki, un hombre al que no le había visto temer a nada, ¿aceptaba ser reprendido por su hermana menor? Le parecía ridículo, o patético, mejor dicho.

¿Qué tenia de especial Sarada Uchiha para ser la excepción a toda regla?

La joven levantó la mirada de la pantalla y se fijó directamente en el ojiazul con las mejillas ligeramente sonrojadas. De pronto las palabras de Himawari no dejaron de repetirse en su cabeza.

«Por lo menos mi hermano se muere por ti»

¿Ella también gustaba de él o sólo era el cariño que le tenía por haber crecido juntos?

Jooooooder. ¿En qué lío se había metido al venir aquí?

—Mamá me dijo que pasarás una temporada con nosotros en Italia. —mencionó su hermano a su lado— ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?

—Tengo que regresar a Londres a terminar la temporada tras pasar año nuevo. —menciona despejando su cabeza de ese tipo de pensamientos— Así que... estaré ahí hasta mediados de enero y regreso a los ensayos a principios de febrero para finalizar la temporada en Sydney y Tokio.

—Eso es genial. —dijo Itsuki— Así puedes ayudarme en Izanagi e Izanami.

—No es buena idea y lo sabes. —responde en voz baja— No debo involucrarme.

—Creo que eres capaz de mantenerte al margen y ayudarme al mismo tiempo.

—No lo sé, Itsuki...

Estaban hablando en susurros. Creían que nadie podía escucharles, y eso era casi cierto. Casi.

Kawaki había podido escuchar todo debido a que se había movido para sacar una cerveza de la nevera y alzó una de sus cejas consternado por lo que acababa de escuchar.

¿A qué se refería? ¿Por qué era que ella debía mantenerse al margen?

Echó un vistazo sobre el hombro de la chica y observó con ligero asombro que no había parado de teclear en todo el rato. Realmente parecía saber lo que hacía.

¿No se supone que era sólo una bailarina de ballet?

—¿Qué miras? —exclamó ella después de pillarlo mirándola a través del reflejo de la pantalla.

—Me sorprende que sepas sumar. —deja caer los hombros— Creí que las matemáticas y el arte no se llevaban.

—Y a mí me sorprende que sepas entablar una conversación. —alza una ceja— Creí que socializar era una palabra que no entraba en tu vocabulario.

Touché.

Kawaki se rió genuinamente. Hace un montón que no lo hacía, ni siquiera podía recordar la última vez que lo hizo.

—Los números suelen ser más fáciles que la convivencia con otras personas. —susurra la pelinegra en un suspiro sin esperar una respuesta a cambio.

Nadie además de ellos dos podía oír lo que estaban diciendo. Itsuki estaba sumido en una conversación con Shinki y a pesar de que Boruto tenía la mirada puesta en ellos dos no le era posible escuchar lo que decían desde su lugar.

—Eres toda una caja de sorpresas, Sarada Uchiha. —dice en voz baja pasando por su lado— ¿O eres una caja de Pandora?

—Quién sabe. —susurró ella encogiéndose de hombros.

Él le dio una última mirada que le robó el aliento y desapareció por el pasillo dejándola con el corazón latiendo desbocado contra su pecho.

Debía estar jugando con ella, ¿verdad? Era ilógico que surgiera una conexión entre ellos cuando tenían un par de horas de haberse reencontrado después de años en los que simplemente ignoraron sus existencias.

¿Podía ser sólo atracción física? Lo más probable. Kawaki era el tipo de hombre al que no se le puede ignorar, su mera presencia era imponente y apostaba lo que fuera a que se robaba miradas apenas pusiera un pie en alguna habitación. Era imposible que pasara desapercibido.

—Deberías descansar. —escuchó la voz de Boruto sacándola de sus pensamientos.

Estaba tan distraída que ni siquiera se dio cuenta de que se había acercado a ella después de que Kawaki salió de la cocina.

—Estoy bien. —niega ella con la cabeza— Pero tú sí que te ves horrible, deberías ir a dormir.

—Me quedaré hasta que termines. —dice el rubio, ignorando la mirada insistente de Itsuki sobre él.

—En realidad... me llevaré esto a mi habitación. —levantó el portátil— Me pondré cómoda en mi cama y terminaré con esto antes de dormir.

—Ya la oíste. —habló su hermano mayor dirigiéndose al ojiazul— Puedes irte, yo la acompaño a su habitación, no quiero que se pierda en el camino.

Sarada puso los ojos en blanco y se levantó con el portátil en las manos dispuesta a salir de la cocina.

Sabía que sus hermanos... la cuidaban. Aunque era una manera agradable de decir que eran unos imbeciles celopatas que disfrutaban de torturar a los chicos que se atrevían a intentar algo con ella.

Escuchó a Shinki riéndose por lo bajo, pero prefirió no darse la vuelta para observarles, simplemente se perdió por los pasillos de la enorme casa y se adentró en su habitación.

Pasada la media noche alguien tocó su puerta y cuando concedió el paso se sorprendió de ver a su madre bajo el umbral. Creyó que ya se encontraba dormida.

—Hola, cariño, vi luz por debajo de tu puerta. —sonrió la mujer cerrando tras ella— ¿Qué haces despierta tan tarde todavía?

—Arreglando el desastre de Itsuki. —deja caer los hombros— ¿Qué haces tú despierta? ¿Cómo es que papá te dejó escapar?

Sakura se ríe metiéndose con ella en la cama y la pelinegra apagó el portátil para dedicarle toda su atención.

—Él me envió. —pone los ojos en blanco— Está preocupado, pero jamás lo admite, ya lo sabes.

—El cielo va a caerse cuando se atreva a venir aquí por si mismo. —resopla con fastidio— ¿Qué es lo que le preocupa ahora?

La mayor pone una expresión de ternura y rodea el cuerpo de su hija con sus brazos como si fuera una niña nuevamente.

—No seas tan dura con él. —acaricia su cabello— Eres la luz de sus ojos. Siempre va a preocuparse por ti por más estúpida que sea la situación.

—Lo sé. —suspira dejándose mimar por su madre— Es el mejor papá, pero no se lo digas o se pondrá insoportable.

Ambas se rieron un poco y entonces hubo un largo silencio que a la matriarca Uchiha le preocupó, pero sabía que cuando se trataba de su hija tenía que ser cautelosa. Tenía la misma incapacidad para expresar sus sentimientos que su progenitor. Hasta en eso eran iguales.

—¿Qué sucede?

—¿Hay algo mal conmigo, mamma? —preguntó de pronto para su sorpresa.

—¿De qué hablas, cielo?

La pelinegra pareció arrepentirse por un momento, pero al final termino escupiendo lo que tenía atorado en el pecho.

—No creo ser capaz de estar aquí por mucho tiempo. —dijo en un hilo de voz— La casa está demasiado llena de recuerdos.

—Lo sé. —dice frotando su espalda con suaves círculos— Para tu padre también está siendo difícil.

—¿Entonces por qué elegiste este lugar? —frunce el ceño— La reunión podía hacerse en cualquier otro sitio. ¿Por qué precisamente aquí?

Hubo un silencio que le pareció casi insoportable en donde ninguna de las dos habló. Sakura se tomó varios segundos para analizar la reacción de su hija y soltó un suspiro prolongado.

—Porque te has quedado estancada, Sarada. —se aleja para mirarla a los ojos— Es momento de avanzar. Y para eso tienes que aprender a dejar ir.

—No sé cómo. —exclama con frustración— Y tampoco sé si quiero dejarlo ir.

—Puedes comenzar intentando dejar entrar a los que te quieren aquí. —señala su corazón— Creo que hay alguien en especial que podría ayudarte a romper tu caparazón.

—¿Quién?

—Tiene hoyuelos y bonitos ojos azules. —sonríe con picardía— Creo que le gustas mucho.

—No lo sé, mamá...

—Tómate tu tiempo, cielo, no hay prisa. —le guiña un ojo— Puede ser que te falte besar varios sapos hasta encontrar al indicado.

Boruto despertaba un cosquilleo en ella. Un extraño sentimiento de paz en medio de su tormenta, quizás así debía sentirse el amor. Pero no se lo preguntaría a su madre, eso era demasiado para su orgullo.

¿Podría entonces... darle una oportunidad a lo que sea que pudiera surgir entre ellos? ¿Lograría su amor reprimir la oscuridad que yacía en su corazón y su alma?

—Cambiando de tema, hay algo que quiero decirte desde que llegaste. —menciona su madre con una diminuta sonrisa— Era una sorpresa para ti y esperaba que la descubrieras mañana, pero ya que estás despierta...

—¿De qué hablas?

—Te echaba tanto de menos que no tuvimos otra opción que traerlo con nosotros. —dice ella saliendo de la cama— Pedimos que adaptaran el cobertizo para él, aunque supongo que sólo lo usará para dormir porque el resto del día se la pasará pegado a ti.

A Sarada le brillaron los ojos al comprender las palabras de su madre y se levantó de la cama de un salto bajo la mirada divertida de la pelirrosa.

—Ponte un suéter antes de salir, querida, hace frío afuera.

La menor se colocó el mismo abrigo con el que llegó y salió a toda prisa sin escuchar ni una palabra más. Su corazón latió rápidamente en su pecho al acercarse al cobertizo y al abrir la puerta se encontró con unos ojos amarillos que le hicieron suspirar de puro anhelo.

—¡Hoshi!