Todo pintaba para ser una buena noche, o eso gritaba Himawari mientras la arrastraba a la pista de baile junto a las otras dos chicas que le animaron a moverse al compás de la música.

El pub era exclusivo, sabía que no cualquier tipo de persona lograba colarse en aquel lugar, pero no por eso debía bajar la guardia.

Ella nunca lo hacía.

Y por un momento quiso estar en otro lugar, ya fuera en el club con el resto de su familia o de vuelta en Londres.

—No pienses, sólo disfruta. —la animó Kaede con una sonrisa— Hay un montón de tipos guapos que no te quitan la mirada de encima, aprovecha que tus hermanos no están por aquí.

En eso tenía razón, si sus queridos hermanitos se encontraran a su alrededor seguramente nadie se acercaría a ella en un radio de un kilómetro.

—Baila conmigo. —le guiña un ojo— ¿Sabes lo excitante que es para los hombres ver a dos chicas sexis restregando sus cuerpos?

Sarada estuvo a punto de negarse, pero la de cabellera violácea le tomó las manos y la acercó a ella comenzando a balancear sus caderas contra las suyas en un movimiento provocativo.

Los ojos de Kaede se dirigieron a la parte superior del pub mientras intentaba incesantemente atraer la atención de Kawaki sobre ellas. Cosa que consiguió en el preciso instante en que la pelinegra se movió sutilmente para seguirle la corriente y eso la llenó de adrenalina.

Él las estaba viendo.

—Somos sensuales, Sarada. —le recordó ella— Suéltate y sólo déjate llevar.

La hija de Konan se enamoró del jefe de la Yakuza desde la primera vez que lo vio cuando los Uzumaki lo presentaron como su hijo. Él tenía la misma edad que ella por aquel entonces, ambos con once años mientras los pequeños Boruto y Sarada tenían siete apenas.

Mientras tanto, el Uzumaki mayor observaba con aburrimiento el lugar desde el cubículo privado en la parte superior del pub, con las manos extendidas sobre el respaldo del sofá alargado y un trago de whisky en la mano.

Su hermana estaba con su prima Namida cerca de la barra y se recordó que tenía que mantener un ojo sobre ellas todo el tiempo debido a lo chifladas que podían llegar a ser con alcohol en su sistema.

Sin embargo, su mirada no se detuvo en ellas por mucho tiempo porque pronto se hallaba buscando algo más. O a alguien.

Y su boca se secó al encontrar finalmente lo que por instinto estaba buscando. Ahí estaba ella, en medio de la pista acompañada de la hija de Konan restregando sensualmente sus cuerpos al compás de la música que se oía en los altavoces.

La señorita piernas perfectas y tetas apetitosas sacudía las caderas de una manera demencial, sus movimientos eran tan eróticos que por un momento se obligó a tragar saliva, pero parecía que ella no se daba cuenta del efecto que causaba a su alrededor porque cada maldito hombre bajo ese techo tenía los ojos puestos en ella.

Y por alguna razón desconocida eso le disgustaba, pero todavía no podía averiguar porqué.

Sabía que su hermano al lado suyo irradiaba furia porque la amaba, pero ¿y él? ¿Por qué le molestaba tanto que posaran sus ojos sobre ella cuando ni siquiera era su amiga? No eran nada.

—Si siguen así van a terminar por vomitar todo el lugar. —dice Shikadai haciendo una mueca de asco— Y yo no voy a arriesgar los interiores de mi auto, lo siento.

—Ah, no, vienen contigo se van contigo. —se burla Mitsuki— La única que no aplica a la regla es Sarada, pero supongo que Boruto está más que dispuesto a hacerse cargo de ella.

Las voces de sus acompañantes pasaron a ser ruidos de fondo porque sólo podía concentrarse en ella, en su espalda desnuda y la molesta tela del vestido que terminaba sólo un poco por encima de la curva de su trasero.

Vio a la otra chica decirle algo en el oído y entonces ella levantó la mirada hasta donde se encontraban ellos. Sus ojos finalmente se conectaron y no pudo evitar sostener el contacto visual esperando que ella lo rompiera primero, pero no lo hizo contra todo pronóstico, demostrándole que tenía más cojones que la mayoría que se atrevían a mirarlo directamente.

Entonces levantó su trago en su dirección y se lo terminó de golpe.

Maldita sea, no debería desearla, pero lo hacía.

Sarada sintió un calor en su vientre bajo al sentir que sus miradas se atraían como imanes aún dentro de un lugar abarrotado de gente y la respiración se le agitó cuando lo vio tragar el whisky de un sorbo sin perder detalle de la manera en la que sus caderas se movían en la pista.

Se veía como un rey sentado en su trono mirando a sus súbditos desde las alturas. Pero un rey de las tinieblas.

La letra Obssesion de Beds and Beats sonaba a todo volumen y las luces azules del techo iluminaban sus rostro femenino como una especie de ninfa en medio de un salón de perversiones. Y por un segundo le entraron ganas de saltar la baranda e ir por ella para poder follársela sin sentido.

Habrían continuado con su lucha de miradas de no ser por la voz de Himawari atrayendo la atención de ambas chicas a un par de metros.

Una rubia alta discutía con la Uzumaki y agitaba las manos frente a ella con histeria. A pesar de que la ojiazul no se dejó intimidar por ella, pronto la discusión comenzó a tornarse acalorada.

—Ha sido un accidente. —intenta mediar Namida— No fue su intención hacerte derramar tu trago.

—Cierra la boca, maldita perra. —le gritó la desconocida apuntándola con sus uñas imposiblemente largas.

Oh, y Sarada no era de las que se quedaban de brazos cruzados, sus amigas la conocían y por eso los ojos de Namida se abrieron con terror al verla acercarse desde la periferia.

Que la pelinegra interviniera en una discusión nunca terminaba bien.

—¿Qué sucede? —preguntó la pelinegra colocándose frente a ellas en ademán protector.

—Oh, vaya, otra chiquilla estúpida ha venido como refuerzo. —se burla la mujer— Toma a tus perras y salgan de aquí.

La Uchiha alzó una ceja, mirando de arriba a abajo con gesto despectivo a la escandalosa y a las otras dos tipejas detrás suyo.

—¿No me escuchaste? —gritó la rubia— ¿O acaso quieres que les saquemos de aquí?

—Sarada, tranquila. —dijo Himawari acariciando su brazo— Está bien, subamos con los chicos.

—Yo no me muevo de aquí. —respondió la Uchiha— Que me saquen si pueden, lo espero con ansias.

Himawari sabía a dónde conduciría la situación y esperó a que alguno de los chicos se hubiese dado cuenta e interviniera a tiempo antes de que el problema explotase en sus caras.

—Deja de mirarme así. —exclama la rubia— ¿Te crees mejor que nosotras? Se nota que no eres de por aquí.

—Déjame encargarme de ella, le voy a arrancar cada cabello de su cabecita. —dijo una castaña detrás de la otra— Odio a las perras turistas.

Sarada les miró con aburrimiento. Normalmente no intervenía en problemas que no le conciernen, pero se trataba de sus amigas, las chicas con las que creció y a las que podía considerar parte de su familia.

—No hagamos esto más grande. —pidió Kaede— Dejemos esto por la paz y...

Todo pasó muy rápido, la castaña que amenazó con atacar salió detrás de la rubia y lanzó un golpe hacia adelante con toda la intención de iniciar la pelea. Sarada reaccionó a tiempo y se hizo a un lado, pero un zarpazo de la rubia alcanzó la mejilla de Himawari.

—Ay no. —escucharon decir a Namida por detrás.

Todo iba a terminar mal.

A ninguna de las tres les sorprendió ver el pie enfundado en las botas altas golpear directo en el rostro de la castaña al mismo tiempo que una mano empujaba la cabeza de la tercera chica contra la barra mientras la mano libre tomaba una botella de vidrio al vuelo y la estrelló directo en la cabeza de la rubia.

El lugar se volvió un caos al ver la sangre salpicando el suelo y los gritos horrorizados de las personas cercanas desató una ola de empujones.

—¿Qué carajo? —dijo una voz a sus espaldas.

Pero en lo único que pudo concentrarse fue en el dolor punzante que la llevó a cojear al intentar darse la vuelta. Había pateado a la chica con su pie lastimado.

—Sácala de aquí. —pidió Himawari a su hermano— Llévatela, nosotros nos encargamos.

Esperó encontrarse con la mirada zafiro de Boruto, pero nada la preparó para enfrentarse a los ojos grises de Kawaki observándola con seriedad.

—¿Qué esperas? —volvió a decir la ojiazul— Llévatela antes de que cause más problemas.

Sarada puso los ojos en blanco e iba a intentar oponerse, sin embargo, no contó con que Kawaki la arrastraría a la fuerza hacia la salida.

—¡Hey! —gritó molesta— ¿Qué haces, imbécil?

—¿Eres ciega o qué? —respondió encarándola de mal humor— Nos vamos de aquí.

Él se detuvo un momento al verla cojear y soltó un resoplido al percatarse de que se trataba del pie que se lastimó esa tarde.

Lo siguiente ni Sarada lo vio venir. Kawaki se agachó frente a ella y la levantó sobre su hombro como si no pesara nada en absoluto. No debería sorprenderle, debía medir cerca de los dos metros, tal vez un par de centímetros menos, y tenía un cuerpo atlético, era obvio que sus sesenta kilos no eran nada para él.

—¡Bájame! —chilló indignada— Te juro que te voy a...

Una bofetada en el culo la hizo detener los golpes en su espalda y su cuerpo se paralizó.

—Quédate quieta o voy a dejarte caer, no me importa si te rompes la cabeza.

—¡Vuelve a tocarme el trasero y te arranco las manos!

Otra bofetada, esta vez en el otro glúteo.

—Cállate o lo siguiente que haga será follar tu fantástico culo en mi auto. —advirtió— Y no estoy bromeando.

Eso definitivamente la dejó sin habla y al mismo tiempo la hizo sentir un hormigueo en cada centímetro de piel de todo su cuerpo.

Atravesaron la puerta de salida del pub y luego el aparcamiento a toda velocidad hasta que se detuvo frente a su auto y abrió la puerta con una mano para después meterla en el asiento de copiloto con poca delicadeza.

—Eres un capullo, eso es lo que eres. —dijo una vez que ambos estuvieron dentro del auto— ¿Qué te costaba tratarme con más delicadeza?

—¿La misma delicadeza con la que le rompiste la botella en la cabeza a esa chica?

—No se va a morir por unos pocos vidrios. —puso los ojos en blanco— Y a las otras ni siquiera las golpeé tan fuerte.

—Sólo casi las matas. —menciona sin dejar de mirar la carretera.

—No las quería muertas, de lo contrario lo estarían. —deja caer los hombros— No iba a dejar que tocaran a Hima.

Se cruzó de brazos y se hundió en la comodidad de los asientos de piel. Entonces reparó en lo increíble que era su auto negro de interiores rojos, era un clásico, tal vez del año setenta. Lo sabía porque a Itsuki le volvían loco los coleccionables.

No sabía mucho de autos, pero estaba segura de que debía valer una pequeña fortuna. Ella era más del tipo de motocicletas, aunque manejar una en Londres con tanta lluvia solía ser peligroso, pero no cambiaria su preciosa Icon Sheene color negro que era apta incluso para carreras.

—Sabes pelear, eso me ha quedado claro. —la mira de reojo— No debería sorprenderme conociendo a tus hermanos.

—Oh, y eso que no me has visto pateándoles el trasero. —contesta con una sonrisa de medio lado— Pero no se los recuerdes o herirás su orgullo masculino.

Él sonrió de medio lado al escucharle, pero no dijo nada más y ella tampoco. El silencio se apoderó del ambiente los siguientes diez minutos de camino, por lo menos hasta que ella se atrevió a mirarlo de soslayo y se encontró con el semblante concentrado de perfil varonil y atractivo. Maldita sea, era absurdamente guapo.

—¿Adónde vamos?

—¿Dónde más? —preguntó en tono mordaz— A la casa.

—Pues apresúrate. —dijo mirando por la ventana— Porque parece que se acerca una tormenta.

—Ya me di cuenta. —contesta de mala gana— Y no hables, me irrita tu voz.

Mentira. La polla se le ponía dura sólo de escucharle, por eso quería que cerrara el pico de una buena vez y le facilitara las cosas.

—Y a mí me irrita tu mal genio. —responde ella— Ni siquiera sé porqué estoy aquí contigo.

—¿Preferías que fuera mi hermano? —dice en tono jocoso.

—En este momento preferiría a cualquier persona que no seas tú.

—Pues ya somos dos. —espeta apretando el volante entre sus manos— Maldita sea, podría asfixiarte ahora mismo para que te calles, y créeme, no hay denotación sexual en esto.

—Lo mismo digo.

Sarada frunció el ceño. ¿Cómo era posible que terminara en esa situación? Ni siquiera se soportaban y ahora debía aguantar media hora de camino a solas con él.

Se acomodó en el asiento de manera que hubo la mayor distancia entre ellos a pesar de lo reducido que era el interior del auto y los siguientes treinta minutos se concentró en la nieve cayendo fuera cada vez con más intensidad.

Era una suerte que estuvieran llegando a la casa porque tan pronto como atravesaron el camino empedrado que conducía a la entrada principal el torrencial de nieve cayó con fuerza y supo entonces que inhabilitaría la carretera.

De alguna manera terminarían encerrados en esa casa. Solos. Durante un tiempo indeterminado. Y no supo definir si eso sería algo malo o no.

—Espero que los demás estén bien. —dijo rompiendo el silencio— No parece que se detendrá pronto.

Ya habían aparcado en el amplio garaje techado el cual estaba prácticamente vacío y ambos dedujeron que nadie más había llegado.

—Las tormentas de nieve pueden durar días.

Él no contestó, en su lugar se bajó del vehículo y lo rodeó por el frente para abrirle la puerta. Eso ella no lo esperaba, pensó que la dejaría hablando sola así sin más, pero se llevó otra sorpresa al verle agacharse para sacarla en brazos del auto.

—Puedo ir sola.

—Nunca dejas que nadie te ayude, ¿verdad? —dice ignorando sus palabras y sosteniéndola firmemente contra su pecho.

Tendría que conformarse con eso. No volvería a tocarla, eso era lo mejor.

Era tan liviana y su cuerpo delgado se amoldaba extrañamente entre sus brazos. Encajaba bien contra él.

—Mis padres me educaron para ser alguien autónomo.

Él reprimió una risa al escucharla y al parecer la pelinegra lo notó.

—¿Qué? —lo golpea en el brazo— No me gusta depender de nadie.

—Eso es bueno, supongo. —deja caer los hombros— Pero hay una tormenta y más de diez metros entre el garaje y la puerta principal, con tu pie inservible sólo lograrás quedar sepultada bajo la nieve.

Ella frunció el ceño y sus labios formaron un mohín que le pareció de lo más adorable.

Espera. ¿Desde cuándo algo le parecía adorable a él?

—De acuerdo, caballero de la armadura dorada, lléveme hasta mis aposentos y después prepáreme una taza de té. —se burla ella con cinismo— Y luego podría darme un masaje en los pies, si no es mucha molestia.

Él puso los ojos en blanco, pero aún así avanzó entre la ventisca intentando cubrir con su cuerpo a la chica y se dijo que lo hacía únicamente porque iba prácticamente con un vestido que la dejaba muy expuesta al frío.

En realidad, intentó no concentrarse en el pequeño vestido que llevaba puesto y que le quedaba jodidamente bien.

Tan pronto atravesó el umbral de la puerta la dejó caer con más brusquedad de la necesaria en uno de los sofás y ella se quejó.

—¿Conoces la palabra mangurrián? —dijo sonriendo falsamente— Eso es lo que eres.

—¿Qué? —alzó una ceja— ¿Cómo me has dicho?

—Que eres asilvestrado. —se ríe— Tosco y bruto.

—Y tú eres irritante.

—Oh, que pienses eso me quitará el sueño ésta noche, pobre de mí.

Él no sabía si estrangularla por su insolencia, ignorarla o besar esos labios que le parecían cada vez más apetitosos. El deseo que tenía por ella era casi doloroso y eso jamás le había pasado antes.

—Necesitamos leña para la chimenea. —dice ella poniéndose de pie— Mi tío almacenó un poco en el cobertizo hace años, pero como nadie había venido debe seguir ahí.

—¿Tu tío Shisui?

—Mi tío Itachi. —miró distraídamente hacia el ventanal del vestíbulo mientras veía la nieve caer fuera.

Apenas fue consciente de lo que dijo en el último minuto y su reacción inmediata fue abrazarse a si misma como un mecanismo de defensa. ¿Cómo es que su mente y su boca la traicionaron de esa manera? Se suponía que nadie debía de saber sobre su tío.

—No sabía que tenían otro tío.

—Está muerto ahora, qué más da. —respondió secamente— Voy por la leña.

—Ya voy yo.

Ella no contestó. Seguía ligeramente aturdida por su descuido. Apenas conocía a ese hombre y de buenas a primeras se le aflojaba la boca. ¿Qué demonios?

Quizás... estaba más nostálgica de lo normal y eso le afectó. Debía ser eso, las épocas decembrinas seguían afectándola. Y el que estuvieran en la misma casa donde tuvo la última navidad memorable no ayudaba.

Se acomodó en el sofá alargado del vestíbulo y se quitó con cuidado las botas sólo para confirmar que la bandita que se había puesto estaba llena de sangre. Soltó un suspiro y caminó descalza hasta el baño más cercano para sacar el botiquín de emergencias y se dispuso a limpiar nuevamente la herida.

—Tenías razón. —escuchó la voz tras ella acercándose— Hay suficiente leña para unos pocos días.

Colocó algunos leños dentro de la chimenea y la rapidez con la que les prendió fuego sorprendió a la joven. Normalmente la mayoría podría pasarse un par de horas encendiéndola, pero él no, y eso la molestó porque ahora no tendría algo con lo cual molestarlo cuando sintiera que dejara de ser un poco menos idiota.

Mientras tanto, ella se apresuró a esconder los pies bajo la mesita de noche, pero no lo suficientemente rápido porque el pelinegro se dio cuenta de que estaba ocultándolos a propósito.

—¿Qué te sucede? —frunce el ceño— ¿La herida es más grave de lo que pensabas?

—No, puedo con ello. —sacude la cabeza e intentó ponerse de pie para salir de allí tan pronto fuera posible— Estaré en mi habitación.

Kawaki la tomó del brazo para detenerla y ella forcejeó un poco antes de levantar la mirada con el entrecejo fruncido.

—Muéstrame.

No era una petición, él lo dijo casi como si fuera una orden. Ella no estaba acostumbrada a que le ordenasen nada.

—No.

—No me gusta pedir las cosas dos veces. —reafirma el agarre— Es por las buenas o por las malas. Y tú ya escogiste.

Colocó sus manos bajo sus axilas y la levantó sin el mínimo esfuerzo para después dejarla caer de nueva cuenta en el sofá.

—¡Suéltame! —intenta manotear en un intento desesperado por liberarse— Estúpido troglodita.

—Quédate quieta, maldita loca. —gruñó de mala gana— Voy a revisarte el pie.

Ella se retorció en sus brazos, pero en un mal movimiento sus rostros quedaron tan cerca que sus labios por poco se rozaban. Un pequeño movimiento. Un centímetro y estarían unidos.

Sarada se mantuvo inmóvil con el corazón golpeando en su pecho y la respiración atascada. Joder, de cerca era todavía más guapo.

—¿Vas a dejar que eche un vistazo?

Su cerebro no estaba procesando muy bien, las palabras ni siquiera le salían y estaba segura de que no podría formular una frase completa de cualquier manera.

—¿Cuál es tu bendito problema? —resopla él— ¿Por qué te rehúsas a mostrarme?

Las mejillas de ella se ruborizaron por la vergüenza y desvió la mirada hacia cualquier parte que no fuera el rostro del espécimen perfecto que tenía en frente.

—Mis pies suelen estar... amoratados o con ampollas. —balbucea apenada— Estoy habituada, pero sigue sin ser bonito de ver.

Por primera vez desde que la conoció vio en ella un resquicio de humanidad. No estaba comportándose como la joven insoportable que siempre tenía un comentario ácido de listilla.

—No me importa si eres pie grande. —dice él dando un paso atrás— Estás herida y yo no pienso pagar los platos rotos porque el dolor te tiene de mal humor.

—Vaya, gracias. —pone los ojos en blanco— Ya me parecía raro que te preocuparas tanto por alguien que no seas tú.

Él se alejó por unos segundos para tomar el botiquín que ella había dejado cerca.

—Puedo hacerlo sola, en serio.

Pero Kawaki la ignoró. Con total determinación se agachó en cuclillas para estar a la altura de su pie izquierdo y cuando lo tomó en sus manos sintió un cosquilleo en los dedos al entrar en contacto con su piel.

Era suave. Se preguntó entonces si era así en todo su cuerpo.

Escuchó un suspiro y supuso que ella sintió lo mismo, ése maldito rayo de electricidad recorriendo sus cuerpos apenas al tocarse. Mierda. No sabía si podría sobrevivir a una noche entera estando a solas sin hacerle todas las cosas que quería.

Sorprendentemente no se encontró con nada de lo que ella había mencionado antes. Esperaba una atrocidad que lo dejase sin palabras, de verdad que lo ansiaba porque eso abría la posibilidad de que le bajara el lívido. Pero contrario a eso y contra todo pronóstico tenía de frente unos pies pequeños y delgados un poco maltratados, pero nada del otro mundo, incluso le pareció una estupidez que intentara ocultarlos porque ahora sólo podía imaginar la manera en la que podrían arquearse a mitad de un orgasmo.

—No son horribles. —se aclaró la garganta— No deberías avergonzarte de ellos.

—No lo hago. —dijo con una vocecita que logró ponérsela dura en tiempo récord.

Limpió la herida con cautela y le colocó una nueva bandita con cuidado de no lastimarla. Entonces su pulgar rozó su tobillo y un nuevo suspiro escapó de los labios de Sarada.

—No me mires así. —masculla él.

—¿Mirarte cómo?

Su cuerpo reaccionó al sentir su aliento contra la parte interna de sus pantorrillas y la piel se le erizó. Sí, también sentía la corriente eléctrica.

Kawaki se levantó bajo la atenta mirada oscura de la chica y ella hizo lo mismo con la intención de echarse a correr por el pasillo y encerrarse en su habitación antes de que hiciera una locura de la que luego podría arrepentirse porque en lo único que podía pensar era en besarlo hasta que le faltara el aliento.

Ella tragó saliva, pero su cuerpo no le respondía por más que quisiera irse y al final se quedó allí ante las fauces de un depredador. Él era tan alto que incluso con su metro setenta y dos se sentía pequeña en comparación suyo. ¿Podía ser posible que alcanzara los dos metros? Debía serlo, y si no, seguro que estaba cerca.

Ambos se quedaron quietos uno frente al otro. Sus torsos se rozaban debido a la reducida distancia que había entre el sofá y la mesita de centro y Sarada sintió que toda la respiración se le quedó atascada en el pecho cuando sus miradas volvieron a encontrarse.

Él le vio humedeciendo sus labios y...

—A la mierda. —gruñó.

Tomó su rostro entre sus manos y unió sus bocas en un beso que les fundió el cerebro a los dos. Eran los jodidos labios más suaves que había probado en su vida y maldijo a la mujer que en ese momento tenía las manos aferrándose a su camisa a la altura de su pecho porque comprobó que hasta en eso era perfecta.

Sarada sintió que las piernas podrían fallarle en cualquier momento y se sostuvo con fuerza de sus brazos para evitar caerse por la intensidad del beso. Su boca encajaba tan bien contra la suya y los movimientos provocadores de su lengua le sacaron varios suspiros.

Él la levantó en el aire y logró que le rodeara la cintura con sus largas piernas desnudas a las que no pudo evitar acariciar deleitándose con la suavidad de su piel.

—No podemos hacer esto... —jadeó ella con la poca cordura que le quedaba.

—No deberíamos. —concordó él— Pero no me importa.

Se dejó caer en el sofá con ella sentada a horcajadas sobre él, con sus torsos pegados y sus bocas a milímetros. Sarada se echó un poco hacia atrás para admirar los ojos grises del hombre bajo ella y casi soltó un gemido al ver el deseo apabullante en su mirada.

¿La suya también transmitía lo mismo?

Ni siquiera le dio tiempo de pensar en otra cosa cuando las grandes manos de él se posaron en su espalda desnuda y le acariciaron con suavidad hasta empujarla todavía más contra su pecho.

—Te odio. —bramó ella con la voz ligeramente enronquecida y terminó por juntar sus labios una vez más.

Esta vez ambos se dejaron llevar aún sabiendo que caminaban sobre una línea peligrosa. Una de las manos de Kawaki voló hasta su nuca y la acercó más a su boca para obligarla a profundizar el beso.

Joder. Besarla comenzaba a volverse adictivo.

Sus dedos tocaron la piel suave de su espalda provocándole un escalofrío y disfrutó de sentirla estremecerse contra él, se amoldaba tan bien a su cuerpo que le provocaban ganas de arrancarle el puto vestido de un tirón y hacerla suya de una vez.

—También te odio. —respondió con un gruñido.

Odiaba la manera en la que jadeaba contra su boca y el ligero temblor de su cuerpo cada que su lengua acariciaba la suya. También odiaba que respondiera su agresividad con la misma intensidad y que no se dejara intimidar por él.

Ella se removió en su regazo y ese pequeño movimiento la hizo sentir el bulto de sus pantalones. Y joder... su tamaño no debía ser normal.

—Kawaki. —jadeó cuando la tomó por las caderas y la restregó contra su erección.

Oírla diciendo su nombre con ese tono agitado fue casi más de lo que podría soportar. Tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no tumbarla sobre la alfombra y follársela de una buena vez para saciar las ganas que tenía de ella.

Su mano alcanzó uno de los tirantes y lo bajó por su hombro con delicadeza e hizo lo mismo con el otro liberando sus pechos frente a él. Sarada no hizo nada por impedirlo, ni siquiera cuando sus pezones se endurecieron por el frío y la excitación.

El pelinegro no dejó de mirarla a los ojos antes de tomar uno de sus bonitos senos de puntas rosadas y ella gimió sacudiendo sus caderas provocándole un gruñido a él.

—Tus pechos caben perfectamente en mi mano. —susurró contra sus labios— ¿Tu coño enfundaría mi polla igual de bien?

Ella tragó saliva cuando su otra mano estrujó su trasero y juró que la humedad en su entrepierna podría empaparlo también a él y delatar lo excitaba que estaba.

Estuvo a punto de asentir a su pregunta, enviar al caño toda lógica y decirle que la llevara a la cama para comprobarlo, pero entonces... el móvil de él sonó dentro del bolsillo de su pantalón.

Kawaki no tenía intención de contestar. De ninguna jodida manera iba a permitir que les interrumpieran, pero el molesto aparato no paraba de sonar.

Lo sacó de su bolsillo con la intención de apagarlo, pero al hacerlo ambos vieron el nombre que aparecía en la pantalla y se congelaron en su sitio, temiendo a que si se movían un centímetro serían descubiertos.

—Dime que Sarada está contigo. —dijo la voz de su hermano menor en cuanto presionó el botón para contestar.

—Sí.

Sabía que si no le contestaba llamaría una y otra vez hasta que respondiera.

—¿Lograron llegar a casa? —pregunta con preocupación.

—Sí. —se aclaró la garganta— Llegamos antes de que empeorara la tormenta.

—No he podido comunicarme con nuestros padres, pero supongo que están a salvo en el club. —dijo rápidamente— Nosotros nos vimos obligados a resguardarnos en un hostal cerca del pub.

Sarada se quedó quieta con las manos hechas puño sobre su pecho y contuvo la respiración. Podía oír la voz de Boruto y no pudo evitar sentirse como la peor persona en el mundo.

Hace unas pocas horas estaba escuchando su confesión de amor y ahora se encontraba sobre el regazo de su hermano mientras se toqueteaban por todas partes.

Estaba siendo una completa zorra.

—No sabemos cuándo puedan despejar las carreteras. —siguió diciendo Boruto— Lo más seguro es que tarden varios días.

—¿Y qué quieres que yo haga? —pregunta Kawaki con impaciencia— No voy a ponerme a quitar la nieve del camino a cubetazos.

—Sólo quería comprobar que ambos estuvieran bien. —contesta con un bufido— Cuida de ella, ¿vale?

—¿De quién?

—No te hagas el imbécil. —dice exasperado— Sólo... cuídala, es cabezota y no sabe freír ni un espárrago.

El Uzumaki mayor alzó una de sus cejas y miró a la pelinegra fruncir el ceño indignada aún sobre su regazo.

—Sí, yo la cuido. —dice con sarcasmo— No dejaré que la princesa ponga un pie fuera de la cama, si eso te tranquiliza.

—Deja de bromear.

—¿Quién bromea?

—Como sea, llamaré de vez en cuando...

Pero la línea se cortó. Kawaki miró extrañado el móvil y se dio cuenta de que se había quedado sin señal. Y casi enseguida las luces de toda la casa se apagaron al mismo tiempo.

Entonces Sarada se levantó de un tirón con semblante sombrío y se apresuró a acomodarse la ropa. Había captado el cinismo en cada una de las palabras de ese hombre frente a ella y le sorprendió lo insensible que podía ser ante la situación.

—¿Qué? —alza una ceja contrariado.

—Se fue la electricidad. —balbuceó ella— Yo... iré a buscar unas velas, creo qué hay algunas en la cocina y otras más en el sótano.

—Espera...

Ella le ignoró y se dio la vuelta con los pensamientos revueltos para después apresurarse a perderse por el pasillo. Estaba segura de que si se giraba a verlo una vez más era capaz de lanzarse sobre él, pero no podía hacerle eso a Boruto.

No podía desear a su hermano poco después de escucharlo diciéndole que la ama. Eso era incorrecto e inmoral, ¿verdad?