Miró la pantalla del móvil con el ceño fruncido y sintió una mano palmeando su espalda. Al mirar sobre su hombro se encontró con los ojos esmeraldas de Shikadai y detrás de él a un Mitsuki con los brazos cruzados.

—¿Qué sucedió? —pregunta el Hōzuki con una ceja alzada— ¿Están bien?

—Alcanzaron a llegar a la casa minutos antes de la tormenta. —informa Boruto en un suspiro— Nuestros padres tampoco llegaron.

—Entonces están solos. —concluyó el Nara— Se morirán de hambre si la comida depende de Sarada.

—Lo que debería preocuparnos es que se maten el uno al otro. —se burla Mitsuki— Sarada tiene mal genio y Kawaki nada de tolerancia.

—Ni siquiera se hablan. —dice Boruto— Ambos apenas sabían de la existencia del otro hasta ayer.

—¿Entonces qué es lo que te tiene tan inquieto? —cuestiona Shikadai dejándose caer sobre el sofá de la suite que compartirían los tres— Estar tan serio no es propio de ti.

El rubio suspiró con semblante abatido y se situó en el sofá frente a su amigo. Normalmente no hablaban de cosas tan profundas entre ellos, su mundo les obligaba a mantener sus emociones a raya para no evidenciar sus debilidades. Pero en esos instantes necesitaba desahogarse.

—Le he dicho que la quiero. —se pasa una mano por el pelo con frustración.

—¿Tu quieres que el tío Sasuke te entierre donde nadie pueda encontrarte? —se burla el peliazul— O que sus hermanos te descuarticen en el mejor de los casos.

—No mataría a su ahijado, ¿o sí? —traga saliva— La tía Sakura no lo dejaría.

—Todo depende. —dice Shikadai— ¿Qué dijo Sarada?

—Ahi está el detalle. —resopla— Tú y Himawari nos interrumpieron.

Si ellos no hubieran aparecido no la habría dejado irse hasta que le diera una respuesta. Necesitaba saber si ella sentía lo mismo o si no le era indiferente del todo

—Lo siento, hermano. —responde el Nara con ironía— No pensé que estuvieran teniendo una conversación de ese tipo en el aparcamiento de un club nocturno.

—De cualquier manera podrás aclarar las cosas con ella pronto. —agrega Mitsuki— Eso sólo si sus hermanos te lo permiten.

—¿Por qué tienen que ser tan sobreprotectores? —se queja el Uzumaki— No la dejan ni un momento a solas.

—Es la única hija, hermana, nieta, prima y sobrina en la familia Uchiha. —sigue diciendo el Hōzuki como si fuera obvio— Por supuesto que iban a sobreprotegerla.

—No estás ayudando en nada. —espeta el ojiverde poniendo los ojos en blanco— Se supone que debemos animarlo a no dejar que nada se interponga entre él y Sarada.

—Por eso yo decía... —deja caer los hombros.

Boruto echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.

—Sólo tengo que saber lo que ella siente. —suspira— Si me doy cuenta de que hay una oportunidad, por pequeña que sea...

—De acuerdo, Romeo. —se burla el Nara— Aguarda primero a que pase la tormenta y abran los caminos.

El rubio asintió. Lo único que le separaba ahora de la oportunidad de estar con la chica que siempre había querido era una tormenta de nieve.

O eso creía.

(...)

Sus manos casi temblaban cuando intentó abrir la gaveta de la cocina en la que recordaba haber visto algunas cuantas veladoras. Habían pasado cerca de ocho años desde que las vio, pero estaba casi segura de que seguían ahí.

Se acordaba de cada mínima cosa de aquel día. La decoración del árbol y los múltiples regalos bajo él, la cena de navidad, las velas encendidas sobre la mesa y las personas alrededor.

La última navidad que fue genuina y completamente feliz.

Suspiró de alivio al encontrarlas al fondo del cajón y las sacó todas con la intención de dejar un par en la cocina, unas más en el vestíbulo y repartir las últimas cuatro entre ella y Kawaki para sus respectivas habitaciones.

Sabía que tendría que enfrentarlo después de lo que sucedió, pero no estaba preparada para mirarlo a los ojos sin sentirse realmente avergonzada por haberse dejado llevar de esa manera.

Escuchó el sonido de pasos acercándose y no tuvo que darse la vuelta para comprobar que él estaba ahí.

—Las encontré. —dijo encendiendo una de ellas— Pondré algunas en el vestíbulo.

Dejó un par en cada esquina de la cocina para iluminar el espacio y se deslizó al lado contrario cuando él hizo un ademán de acercarse.

—¿Estás huyendo de mí? —alzó una ceja— Muy cobarde de tu parte.

Ella frunce el ceño.

—No huyo, sólo te ignoro.

Kawaki se acercó con las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón y ella retrocedió por puro instinto al sentirse acorralada entre su cuerpo y la amplia isla central. ¿Por qué no podía moverse? Era incapaz de poner un pie delante del otro para salir derrapando de allí sin mirar atrás sabiendo que eso era lo que debía hacer.

—¿Qué haces?

—Comprobando que te afecto de la misma manera que tú me afectas a mí. —ladeó su rostro— ¿Vas a negar lo obvio?

Dio un paso atrás chocando su cadera con la superficie de granito y se cruzó de brazos aparentando una tranquilidad que no tenía.

—No podemos hacer esto, así que aléjate. —frunce el ceño— Manténte a cinco metros de distancia si es posible.

—¿Tanto me temes? —alza una ceja.

—Lo que temo es lastimar a Boruto. —replicó ella— Que por si no recuerdas es tu hermano y parece que no te importa.

Kawaki aguardó en silencio. Por supuesto que le importaba su hermano, Boruto era la razón por la que en un principio se había resistido a caer con ella. Si él no estuviera en medio de la situación no hubiese dudado en seducirla desde el primer momento en el que la vio.

Su mirada recorrió su cuerpo de pies a cabeza hasta que se encontró con sus ojos oscuros que ahora brillaban bajo la tenue luz de las velas y el único pensamiento que pasó por su mente era lo jodidamente hermosa que era.

—Apodyopsis. —dice ella en un hilo de voz.

—¿Qué?

—Es una palabra con orígenes griegos. —explica alzando el mentón— Significa... desnudar a alguien con la mente.

Ella no entendía porqué se le salió una verborrea sin sentido justo en el preciso momento en el que no debería verse así de perturbada por su presencia.

—Dame un minuto y no será sólo con la mirada. —le sonrió pegándola a su pecho mientras una de sus manos le tomaba el mentón— Me importa un carajo el mundo en éste momento, lo único que necesito es follarte.

No debería dejarse llevar. Su mente lo repetía una y otra vez. Esa atracción entre ellos era peligrosa y varias personas podrían salir lastimadas si se permitieran ceder a la lujuria.

Porque sólo era eso, ¿verdad? Puro deseo.

—He dicho que no. —intenta empujarlo, pero no lo movió ni un centímetro.

Sarada estaba capacitada para liberarse de un agarre tan fácil de deshacer como ese, pero no podía y no lograba entender porqué.

Tenía el entrenamiento para asesinar hasta a los mercenarios más peligrosos. Podía pelear cuerpo a cuerpo contra alguien con el doble de su peso o podía acertarle a un objetivo en movimiento aún a dos kilómetros de distancia con un rifle de francotirador, pero parecía ser incapaz de zafarse de Kawaki Uzumaki.

—Quieres a mi hermano, lo entiendo. —apunta el pelinegro con el ceño fruncido— Pero a mí me deseas. Tu mirada te delata.

No estaba del todo errado. Quería a Boruto, seguía sin estar segura de qué tan profundo era su amor por él, pero esto que estaba sintiendo por ese hombre que la sostenía en brazos no lo había experimentado nunca. Era un deseo crudo, uno que le hacía arder la sangre como lava dentro de sus venas.

—¿Y eso dónde nos deja? —dice ella con sarcasmo— El que yo lo quiera y a ti te desee me convierte en una zorra y el que tú como su hermano desees a la mujer que quiere te hace un hijo de puta.

—Nunca tuve intención de negar lo que soy. —deja caer los hombros— No te equivoques, no pienso arrebatarte de sus brazos, sólo quiero follarte.

—Porque eso en tu mente retorcida es mejor que alejarnos el uno del otro. —ríe por la ironía de sus palabras— Lo correcto es tomar nuestras distancias.

—Lo correcto es no reprimirnos. —acerca sus labios a los suyos, tanto que sus alientos se mezclan entre si — Lo deseas tanto como yo.

En algún punto de su conversación él había rodeado su cintura con un brazo y con un simple tirón logró que sus torsos se juntaran hasta que la distancia entre ambos era prácticamente nula.

Podía sentir la poderosa erección contra su vientre y sus dedos cálidos acariciando la parte baja de su espalda sacándole un débil suspiro cuando la calidez de sus dedos entró en contacto con su piel desnuda.

—Si Boruto se entera nos odiará a los dos. —sacudió la cabeza— Es mi mejor amigo...

—Y es mi hermano. —añadió él— Soy el menos interesado en que lo sepa.

Ella se relamió los labios y al levantar la mirada se encontró con el acero de sus ojos que por poco hace que le tiemblen las piernas.

—Nadie tiene que saberlo. —sus labios a sólo milímetros de tocarse— Follamos y nos olvidamos que pasó. Mañana fingimos que nada sucedió y todo retoma su curso.

—Creo que puedes esperar lo suficiente para quitarte las ganas de coger con alguien más. —frunce el ceño— Nos ahorraríamos muchos problemas.

—Es cierto. —concuerda con ligero desazón— Es sólo sexo sin compromisos. Pero lo quiero contigo.

—No puedo...

Ella no podía asegurarlo. Jamás había tenido relaciones sexuales con nadie ¿y sumado a eso tenía que fingir que nada sucedió? ¿Qué le hacía pensar que podía lograrlo?

Había pasado por la misma situación con Boruto donde estuvieron a punto de acostarse y aún después de año y medio le costaba mirarlo a los ojos sin recordar lo que sucedió.

—Por mí puedes casarte con mi hermano mañana mismo y no tendría problema en ser el padrino. —gruñó— Pero antes necesito sacarte de mi sistema.

—Eres un cínico.

—Me han llamado cosas peores. —susurró contra sus labios— Y todas son ciertas.

Quería negarse, de verdad quería hacerlo, pero cuando su boca se fundió con la suya supo que no podría seguir resistiendo en la orilla del acantilado y terminaría por caer al abismo.

Las manos de él bajaron a su trasero y la levantó sin el menor problema hasta colocarla sobre la superficie de granito detrás de ella. Sarada gimió contra su boca cuando terminó por abrirle las piernas para colocarse entre ellas.

Sus pensamientos estaba tan nublados que ni siquiera hizo nada por detenerlo cuando empleó su fuerza para rasgar la tela de su vestido y se lo arrancó de un tirón dejándola completamente desnuda a excepción de sus bragas.

Los pezones se le endurecieron de inmediato y las largas piernas se enredaron alrededor de su cintura mientras sus dedos se enredaban en su corta cabellera oscura.

Su cuerpo ardía en llamas con cada roce de sus manos y su entrepierna estaba tan húmeda que probablemente su ropa interior estaría empapada.

Kawaki caminó con ella por el pasillo hasta su habitación y cerró la puerta con una patada. La recostó sobre la cama con más gentileza de lo que era usual en él y dio un paso atrás para contemplarla.

Pechos redondos y suaves, no de un tamaño exagerado, pero suficiente para hacerlo ansiar tenerlos en su boca. Su cintura era pequeña y su vientre completamente plano, se notaba que se ejercitaba, las piernas largas y torneadas eran prueba de ello.

Sarada se enderezó sobre la cama y levantó las manos para ayudarle a desabrochar los botones de su camisa, pero lo que se encontró estaba muy lejos de lo que esperaba ver. No sólo estaba sorprendida por su magnífico torso bien trabajado y las sensuales líneas marcadas que apuntaban a su pelvis, lo que verdaderamente atrajo su atención fue que sus brazos fuertes estaban cubiertos de tinta al igual que sus hombros y una parte de su pectoral derecho.

Él se agachó un poco para capturar sus boca de nuevo y antes de que sus labios volvieran a unirse vio que los tatuajes continuaban por toda su espalda. Maldita sea, era sexy, más de lo que se imaginó.

—No puedo esperar más. —le hizo saber él— Si pasa un minuto más sin estar dentro de ti voy a volverme loco.

Ella tragó saliva y su respiración se agitó cuando de un rápido movimiento le sacó las bragas de encaje negro de un tirón. Sus piernas se juntaron por mero instinto y él sonrió por lo bajo antes de abrírselas sin dejar de mirarla a los ojos.

Su pequeño coño era rosado y perfecto, tanto que prometió tomarse su tiempo más adelante para admirarlo más de cerca y devorarlo. Uno de sus dedos se deslizó entre sus pliegues y gruñó con satisfacción al comprobar que estaba preparada para recibirlo.

Al parecer la princesita Uchiha lo deseaba más de lo que quería admitir. Y él no estaba en una situación diferente porque nunca antes se había sentido tan desesperado por tener a alguien.

Se desabrochó el cinturón con una sola mano y se deshizo de sus pantalones tan rápido que le sorprendió su eficacia para desnudarse. Bajó su rostro al inicio de sus pechos y se metió un pezón en la boca mientras metía dos dedos de golpe dentro de ella arrancándole un gemido.

Sabía que se estaba comportando como un imbécil desesperado, pero el deseo que sentía por ella no era normal. Estaba en otro nivel.

Sarada no supo en qué momento se había quitado los calzoncillos también, pero lo supo al sentir su dureza deslizándose entre sus pliegues. Era largo y grueso, no tenía idea de cuánto porque la habitación estaba en penumbras, pero sospechaba que quizás era más grande de lo que podría soportar para ser su primera vez.

La mirada grisácea oscurecida por el deseo se clavó en sus ojos negros y se preparó para ver el placer pintando en ella. Se alineó en su entrada y empujó sólo un poco para jugar con su paciencia, pero lo que vio en su rostro no fue nada de lo que esperó.

—Estás muy estrecha. —se movió un poco más.

—Auch. —soltó en voz baja.

Sus ojos se llenaron de lágrimas por la repentina intromisión. Él frunció el ceño y se hizo hacia atrás para mirarla mejor.

—¿Eres virgen?

—Lo era, pero creo que ya lo arreglaste, ¿no?

—¿Cómo puedes ser tan borde incluso en esta situación? —dice con frustración— ¿Pensabas decírmelo en algún momento?

—Creí que no te importaba. —responde escuetamente— Sólo querías sexo, ¿no? Te lo estoy dando.

—¿Y creíste que no lo iba a notar? —se burla— Apenas te he metido la punta y estás lloriqueando.

¿Cómo que sólo la punta? Su rostro se desfiguró al darse cuenta de que era verdad, ni siquiera la mitad de su miembro estaba dentro y ella sentía que ya estaba rompiéndola.

—¡Pues perdóname por ser virgen! —lo empujó con las manos en el pecho, pero él no se movió— Yo no te pedí esto.

—Ya deja de moverte o vas a lastimarte más. —toma sus manos con una de las suyas y las aprisiona encima de su cabeza— Sólo creí que tenías más experiencia, es todo.

—¿Me veo cómo alguien que se va follando a la primera persona que se le atraviesa en el camino?

—Con el cuerpo que tienes, sí. —dijo mirándola a los ojos— Supongo que esto es una sorpresa.

—Oh, vaya gracias, eso va bien con el seudónimo de zorra que acabo de ganarme al acceder a esto. —frunciendo el ceño— Ahora quítate de encima y búscate a alguien con la experiencia que necesitas.

Intentó removerse debajo suyo, pero lo único que consiguió fue que se introdujera un poco más en su interior. Hizo una mueca de dolor y él la miró con seriedad.

—Te lo advertí. —la miró mal— Ahora cállate y quédate quieta, haré las cosas diferentes.

—¿Cómo que diferentes?

La mirada que le dedicó la hizo callar, algo que no sucedía muy seguido. Normalmente era ella la que lograba silenciar a las personas sólo con mirarles, no al revés.

—Es la primera vez que hago esto. —le dijo él— Y también es la única vez que lo haré.

Sería suave. Nunca se preocupaba por el placer de alguien además del suyo, pero lo intentaría. En realidad, nunca había estado con una virgen, así que era nuevo para él también.

—¿Confías en mí?

—¿Debería? —pregunta viéndolo con inseguridad.

—En esto sí. —le acarició la mejilla con su mano libre y ella suspiró cuando su boca se acercó a la suya— Voy a ir despacio.

Ella asintió sin dejar de mirarlo a los ojos grises que por un momento le parecieron un mar oscuro embravecido.

Unió sus labios finalmente y de nueva cuenta apareció esa electricidad que les recorría hasta la punta de los pies. Sarada sintió un aleteo en el estómago y sus piernas rápidamente se enredaron en su cintura.

Kawaki le soltó y ella rápidamente se aferró a sus hombros con la respiración agitada. Una de las manos masculinas se escabulló entre sus cuerpos y alcanzó el pequeño botón entre sus piernas que la hizo gemir en cuanto le brindó suaves caricias.

—Oh... —jadeó ella contra su boca.

Él sonrió y bajó por su cuello hasta alcanzar uno de sus pechos turgentes y se lo metió en la boca provocándole un espasmo.

Ella se estaba volviendo loca de placer, con su mano haciendo magia en su entrepierna y su pezón siendo torturado por su lengua.

—¿Vas a correrte? —la miró con una sonrisa de medio lado— Hazlo. Córrete alrededor de mi polla.

Tampoco podía olvidar que tenía la punta de su miembro en su interior y que lo más seguro era que estaba siendo extremadamente doloroso para él aguantarse las ganas de entrar de golpe.

Aumentó la rapidez en los movimientos de sus dedos y cambió su atención al otro pezón. Algo se acumuló en la parte baja de su vientre y lo sentía con tanta intensidad que no pudo evitar retorcerse bajo su cuerpo.

—¡Kawaki! —gimió cuando ese pequeño punto de tensión desató una explosión que le hizo temblar las piernas y arquear la espalda.

Fue algo tan.. placentero. Nunca había sentido nada parecido.

El Uzumaki sonrió de medio lado sosteniéndola por la espalda baja y con la otra mano agarrando su cadera. Extrañamente se sentía orgulloso de ser el primero en darle un orgasmo.

Sarada todavía no se recuperaba de su reciente placer cuando le sintió moverse y empujar dentro suyo con firmeza, esta vez superando los límites inexplorados de su cuerpo.

—¿Dolió? —preguntó con el ceño fruncido.

Ella asintió con la cabeza.

Los labios de Kawaki subieron por su mentón hasta su mejilla y borró el rastro de lágrimas con sus besos. La Uchiha abrió los ojos sorprendida por aquel gesto que le resultó sorprendentemente dulce y se dio cuenta de que la línea que dividía el dolor y el placer comenzaba a difuminarse.

Lo había logrado. Había podido albergarlo en su interior.

—Sólo falta un poco, ¿de acuerdo?

¿Un poco?, pensó exaltada. Creyó que la había metido completa.

—No creo que pueda tomarla toda. —sacudió la cabeza— Me arde ahí abajo.

—Puedes hacerlo. —asiente él— Entre más mojada estés mejor.

—¿Todos son así de grandes? —reniega— No creo que pueda abrirme más.

—Estás alimentando mi ego, preciosa. —le sonríe— Créeme, me aseguraré de que puedas tomarme hasta la empuñadura.

Ella tenía la respiración agitada y las piernas temblorosas, pero no iba a echarse para atrás, no cuando ya había llegado tan lejos.

—Hazlo. —dijo en un susurro.

Kawaki fundió su labios con los suyos en un beso que les dejó sin aliento y se echó hacia atrás sólo un segundo para después hundirse de golpe hasta el fondo.

—Joder... —siseó él. Su coño lo estaba aprisionando tan fuerte que tuvo que contenerse para no correrse ahí mismo.

Estar dentro suyo era mejor de lo que esperaba, realmente superó sus expectativas. La realidad era por mucho mejor a lo que se imaginó. Podía nombrar su coño como una de las maravillas del mundo.

Sarada se aferró a su cadera con sus piernas y sus uñas se enterraron en la piel de la amplia espalda masculina. Maldita sea, se sentía completamente llena y el dolor fue tan agudo como si de verdad la hubiesen partido en dos.

Pero fue un dolor que le pareció... efímero. Después de unos minutos seguía sintiendo cierto ardor, pero una sensación más placentera poco a poco lo iba menguando.

Kawaki tomó su rostro entre sus manos para asegurarse de que no estaba alucinando. Era tan bella que le parecía insultante para todas las mujeres del planeta.

—Voy a moverme. —dijo él con la mandíbula tensa— ¿Estás lista?

Ella asintió con las mejillas enrojecidas, los labios entreabiertos y el pecho subiendo y bajando al ritmo de su respiración agitada.

Inició con un vaivén lento y pausado que lo estaba volviendo loco. Su pequeño coño lo absorbía con fuerza dificultándole controlarse, pero los dulces gemidos que salían de sus labios llenos eran lo que verdaderamente lo estaba llevando al límite.

—¿Lo ves? Estás completamente empalada por mí. —susurró en su oído— Estás tomando toda mi polla como nadie lo ha hecho antes.

El roce de sus pechos, las tímidas caricias de sus manos y los besos provocativos en su mandíbula lo excitaron más de lo que pensó.

—Kawaki... —gimió contra sus labios.

—Dilo otra vez. —gruñó aumentando el ritmo de sus embestidas.

Ella arqueó su espalda restregándose más contra su cuerpo, recibiendo las placenteras acometidas. El Uzumaki sintió los músculos ondulando alrededor de su polla y supo que no tardaría mucho tiempo.

—Oh, Kawaki. —jadea aprisionando la piel de su espalda entre sus dedos y echó la cabeza hacia atrás.

¿Era posible que le estuviera llevando al cielo y al infierno al mismo tiempo? Porque eso era exactamente lo que sentía. Su respiración se entrecortó y cada parte de su cuerpo se entumió hasta que la explosión liberó un torrente de sensaciones nuevas que le hicieron casi desfallecer.

Él gruñó contra la piel de su cuello cuando su orgasmo desencadenó el suyo y se apretó más contra ella dejando que la calidez de su semilla fluyera en su interior.

Salió de ella con cuidado y se derrumbó a su lado en la cama, intentando hilar sus pensamientos y procesar lo que acababa de pasar. No sólo se acababa de coger a la mujer que su hermano amaba, lo hizo y no se arrepentía porque había sido el mejor polvo que había tenido en mucho tiempo a pesar de su inexperiencia.

Y eso no era todo. La lujuria lo encegueció tanto que olvidó colocarse un preservativo cuando él nunca lo hacía sin uno. Lo peor era que tampoco se arrepentía, porque así pudo sentirla piel a piel.

Aunque ahora debía llevarla al médico por un anticonceptivo de emergencia. Sarada adivinó lo que estaba pensando sin necesidad de preguntar.

—Uso la inyección. —le hizo saber en voz baja, ambos con la mirada en el techo— Está en mi contrato con la compañía. Prefieren evitar ese tipo de inconvenientes a mitad de las giras.

—Bien. —contesta él en un susurro— Una preocupación menos.

—¿Preocupación? —se ríe ella— Creí que no te interesaba nada, señor me-importa-un-carajo-el-mundo.

Él ladeó el rostro para mirarla y se encontró con la mirada cínica de la joven a su lado. Se había ido la Sarada vulnerable.

—¿Qué? —alza una ceja— ¿Creías que me iba a acurrucar en tu pecho en busca de mimos en la espalda y un último beso?

No supo qué responder. La mayoría de las mujeres con las que se había acostado esperaban aquello y le irritaba tener que aclarar que sólo era sexo sin compromiso. Pero ahora venía ella y se burlaba de esa manera incluso después de perder la virginidad y le pareció... casi insultante.

Ella se dio la vuelta y se acostó boca abajo con el rostro ladeado para mirarlo. Su cuerpo desnudo iluminado únicamente por la tenue luz de la luna entrando por el ventanal de la habitación. Entonces vio el tatuaje en la parte baja de su espalda, era de unos cuatro centímetros de diámetro. Las líneas delgadas de tinta negra trazaban la cabeza de un lobo con los ojos rojos, aún así no dejaba de tener un toque femenino que lo hacía lucir pequeño y delicado.

—¿Qué significa? —pregunta señalándolo con la cabeza.

Sarada miró de reojo su espalda baja y soltó un suspiro.

—Te lo digo si me dices lo que significan los tuyos. —apuntó sus brazos y espalda.

—Es un poco injusto considerando que sólo tienes uno y yo estoy repleto.

—Nada en esta vida es justo. —sonríe ella de medio lado— Tómalo o déjalo.

—Si te respondo, tú tendrás que contarme sobre ese tío Itachi del que al parecer nadie habla o conoce.

No esperó ver su mirada cambiar a una afilada y la sonrisa desapareció. El ambiente se llenó de tensión al instante.

—No, así está bien. —dijo ella girando su rostro hacia el lado contrario— Ya no me interesa saber, gracias.

Él frunció el ceño. Esa mujer era exasperante a niveles estratosféricos.

—Es una tradición de la Yakuza. —habló en voz baja— Como un rito de iniciación. Demuestra que tenemos un compromiso con el clan y que somos capaces de soportar bien el dolor.

Hubo un minuto de silencio y creyó que la chica prefería no hablar, o que en el mejor de los casos se había quedado dormida, pero entonces ella volvió a mirarlo y se arrastró un poco más cerca.

—¿Puedo verlos? —pregunta con ojos brillantes.

Kawaki no respondió y tampoco supo porqué se estaba dando la vuelta sobre su estómago para que pudiera ver los de su espalda. Ella se subió sobre él sin importarle si le molestaba su cercanía y sus dedos recorrieron con lentitud las líneas coloridas de sus tatuajes.

Lo primero que vio fueron los peces Koi, uno azul y otro negro, ambos sobre un fondo de oleaje donde aparentaban nadar de manera ascendente y más arriba un enorme dragón que acaparaba la mayor parte de la espalda. Tenía escamas rojizas, los colmillos en sus fauces abiertas eran largos y la mirada de pupilas elípticas amarillentas.

Sobre sus hombros y la parte trasera de sus brazos se veía el cuerpo alargado de una serpiente alrededor de la rama de un árbol.

—Ahora gírate. —pidió mordiéndose el labio inferior.

Él lo hizo, teniendo cuidado de no tirarla al darse la vuelta y sosteniéndola por las caderas para asegurarla sobre su regazo. Entonces pudo ver su mirada llena de curiosidad, sin ningún tipo de lascivia en ella a pesar de que ambos estuvieran desnudos.

Estaba enfocada en analizar cada uno de sus tatuajes, y a él no le importaba dejarla hacerlo mientras pudiera tener su cuerpo desnudo contra el suyo.

Sus dedos aletearon sobre su piel y no pareció sorprendida de ver las dos cabezas de serpiente sobresaliendo de sus hombros hasta su clavícula.

Después delineó con la punta de su dedo la cabeza del tigre que acaparaba todo su brazo derecho hasta un poco arriba de la muñeca. Y en el izquierdo se encontró con el alucinante diseño de un ave fénix extendiendo sus alas en medio de un torbellino de fuego.

—Guau. —susurró ella— Son impresionantes.

Él se levantó apoyándose con sus codos y la atrajo con una mano hacia su pecho.

—Yo soy impresionante. —dice con una sonrisa arrogante.

—Ciertamente... —deslizó su mano hacia abajo hasta alcanzar su erección— Tu polla es la impresionante aquí.

De nuevo el ambiente se llenó de tensión sexual y Sarada no hizo nada para evitar que sus bocas volvieran a fundirse al igual que sus cuerpos.

(...)

Se despertó por los rayos del sol entrando por el ventanal directo a su rostro y al intentar desperezarse se encontró con un peso adicional sobre su brazo.

La mujer que tenía en sus brazos se veía... alucinante. Que estuviera dormida todavía le permitía observar con detenimiento la belleza de su rostro relajado, las pestañas largas y negras cayendo como una cortina sobre sus mejillas, las pequeñas pecas espolvoreando su nariz y los labios sonrosados entreabiertos.

Estaba preciosa.

Que sus largas piernas estuvieran enredadas con las suyas y sus pechos presionando su torso no era de mucha ayuda tampoco para calmar la potente erección matutina.

Sin embargo, se dijo que ya había roto varias de sus reglas más importantes respectó a los líos de una noche.

Nada de polvos vainilla.

Nada de dormir juntos.

Nada de entablar una conversación mientras siguieran en la cama.

Nada de quedarse hasta que la chica despertara.

—¿Eres un acosador o algo? —pregunta ella aún con los ojos cerrados— ¿Por qué me observas tanto?

—Roncas. —se le ocurrió de último momento— Pareces un tractor.

—Más quisieras, bruto. —sonríe con la mirada adormilada y echó un vistazo a la ventana— Deben ser las ocho de la mañana.

Se levanta con tranquilidad y se sentó sobre la cama aún envuelta en la sábana y la cabellera larga revuelta.

—¿Cómo sabes la hora exacta?

—Por la posición del sol. —responde como si nada poniéndose de pie.

Sintió un ligero ardor en la entrepierna al dar los primeros pasos, pero supuso que era algo normal después de todo lo que hizo anoche.

—¿Adónde vas? —dice él todavía desde la cama.

—A mi habitación. —contesta como si fuera obvio— Es lo normal en estas situaciones, ¿no?

Kawaki alzó una ceja.

—¿Qué? —se ríe ella— No finjas que no ibas a pedirme que me fuera. Seguro pensabas en la manera de decírmelo sin que sonara tan mal para no herir mis sentimientos.

Ella se devuelve a la cama y dejó un último beso en sus labios.

—Tengo tres hermanos mayores, sé cómo funciona esto. —pone los ojos en blanco— Querías sólo sexo, lo tuviste. Ahora sigamos con nuestras vidas y dejemos esto como un error que no debió pasar.

—¿Un error que repetimos cuatro veces en la misma noche? —se jacta con una sonrisa de medio lado— Por mí está bien.

—Te toca el desayuno. —deja caer los hombros— Boruto no mentía. Hasta el agua se me quema.

Sacudió la mano como despedida y cerró la puerta después de salir. Una vez estuvo en su habitación se dejó caer sobre su propia cama con las manos cubriéndole el rostro.

¿Qué mierda había hecho?

Pocas personas le importaban realmente y Boruto era una de ellas, pero ni eso le impidió ceder ante el deseo que sentía por su hermano.

¿Qué tan mala y egoísta podía ser al no temer lastimarlo? Porque estaba segura de que lo destruiría si lo descubriese.

No dejó de darle vueltas una y otra vez mientras tomaba una ducha caliente. Se colocó un camisón de seda negro debajo de una bata satinada y metió sus pequeños pies dentro de unas cómodas pantuflas.

—Hoshi. —llamó en voz alta y su mascota la siguió por el pasillo hasta la cocina— ¿Has dormido bien? Debes estar hambriento, he sido una desconsiderada contigo.

Sacó de la nevera la cantidad de carne cruda y la dejó en un recipiente con agua fría para descongelarla. Ignoró olímpicamente al hombre sentado en uno de los taburetes altos y se agachó para acariciar la cabeza del animal.

—Te daré tu comida pronto, ¿vale? —le sonríe con afecto y se ganó un lametón en la mano— Sí, yo también te eché de menos.

—Así que puedes ser amable. —escuchó a sus espaldas— Un gracias por el desayuno no estaría mal.

—Te daré las gracias después de no morir envenenada o algo. —contesta de la misma manera, poniéndose de pie y tomando lugar en el taburete frente a él.

Vio una taza de café y un plato con huevos revueltos, tocino y un cuenco de fruta. Todo se veía apetitoso y tuvo que admitir que estaba hambrienta después de toda la energía extra que gastó por la noche, sin embargo...

—Se ve delicioso. —halagó tomando la taza de café y dándole un sorbo sin disimular su gesto de sorpresa al encontrarlo exactamente como lo bebía.

—Te gusta sin azúcar, ¿no?

—Sí. —dijo en un hilo de voz— ¿Cómo...?

—Tu hermano lo dijo la otra noche. —le resta importancia y señala su plato— Come.

Ella colocó una pequeña porción de huevos en su plato y picoteó alguna que otra fruta del tazón, pero no pasó desapercibido para Kawaki lo poco que comía.

—Mi dieta no me permite tantas calorías. —explica al ver la mirada interrogante— Pero los huevos revueltos me vienen bien.

—Las nueces aportan mucho hierro. —le hizo saber— ¿No te gustan o eres demasiado quisquillosa?

—Soy alérgica. —responde sin mirarlo— Así que si quieres matarme sólo debes esconderlas en la comida la próxima vez.

El comentario sarcástico que iba a hacer antes de escucharla decir aquello se le quedó atorado en la garganta. Ahora entendía porqué apartaba deliberadamente los trozos de nuez sobre la fruta y por un instante se sintió como un imbécil sin saber qué decir.

—No lo sabías, no importa. —deja caer los hombros— ¿Cómo ibas a saberlo si prácticamente nos ignoramos toda la vida?

—¿Boruto lo sabe? —alza una ceja.

—Por supuesto. —resopla— A los seis años mamá hizo una tarta para el cumpleaños de papá y me puse tan morada que mi padre salió despavorido conmigo en brazos.

El Uzumaki se cortaría una mano antes de pedirle que continuara con el resto de la historia, pero ella se apiadó un poco al ver la genuina curiosidad en su mirada.

—Logramos llegar al hospital más cercano y se hicieron cargo. —continúa con tranquilidad— Ahí supimos que era alérgica a las nueces, almendras y avellanas.

—¿No se dieron cuenta antes?

—Supongo que los síntomas nunca fueron tan graves como aquella vez. —contesta en un suspiro— Cuando Boruto lo supo bromeó todo el tiempo con poner nueces en mis postres.

—Es un imbécil, pero no lo haría.

—Lo sé. —sonríe por lo bajo— Se enojó cuando descubrí que antes de comer en algún lugar preguntaba en secreto si la comida tenía nueces.

Recordar aquello sólo aumentaba su culpa después de lo que hizo. No sabía cómo lo miraría a los ojos a partir de ahora.

—Como sea, a partir de entonces me veo obligada a cargar una inyección con epinefrina. —explica— Es un fastidio, pero te acostumbras con el tiempo.

Iba a añadir algo más, pero entonces su móvil sonó en alguna parte de la casa y recordó que había dejado su bolso en el vestíbulo. La tormenta terminó en algún punto de la noche y al parecer la señal había regresado.

—¿Hola?

—Qué bueno que contestas, cielo, estábamos preocupados por ti. —dijo la voz de su madre en la otra línea— Boruto nos dijo que tú y Kawaki lograron llegar a la cabaña antes de que se intensificara la tormenta.

—Sí, estamos bien, pero la señal se fue por completo. —dice regresando a la cocina— ¿Cuándo podrán regresar?

—Pasamos la noche en el club. —informó— Nos dijeron que tardaría en despejar las carreteras al menos un par de días a partir de hoy.

—¿Tanto?

—Estaremos a tiempo para la cena de nochebuena, no te preocupes. —responde con entusiasmo— También te dará tiempo de buscar un regalo para todos, porque supongo que no has comprado nada.

—Supones bien. —pone los ojos en blanco— Comprar regalos sigue sin ser lo mío.

—Lo resolveremos. —dice Sakura— Cuídense, cielo, y deja a Kawaki a cargo de la cocina.

—¿Tu también? —resopla— Boruto dijo lo mismo anoche.

—Sólo queremos que llegues viva a navidad, hija. —se ríe la mayor— Te llamaré después, ¿vale?

—De acuerdo. —se despide— Dile a papá que no se amargue o le saldrán arrugas.

Se escuchó una carcajada de fondo y supuso que alguna de sus tías estaba escuchando la conversación.

—Te queremos, cariño, adiós. —y colgó la llamada.

¿Dos días más a solas con ese hombre? Maldita sea, no sabía lo que podría salir de eso. Intentó distraerse de su presencia con otra cosa, y eso fue dejarle a Hoshi su comida en su respectivo tazón.

—No vendrán hasta en un par de días. —le hizo saber sin mirarlo— Tardarán en quitar la nieve de los caminos.

Él evaluó su reacción con detenimiento y su ceño se frunció. Se levantó de su asiento bajo la atenta mirada de la joven pelinegra y acorta la poca distancia qué hay entre ellos.

—¿Qué es lo que tanto te molesta? —la acorraló contra la isla central— ¿Estar atrapada aquí conmigo o no poder ver a mi hermanito?

—¿Cómo puedes ser tan cínico? —pregunta con incredulidad— Además, ¿a ti qué te importa? Lo que sucedió fue cosa de una noche y ya está.

Pero él no quería eso. Se suponía que debía sacarla de su sistema, pero comenzaba a creer que lo que sucedió no fue suficiente para arrancársela de la cabeza.

Lo único en lo que podía pensar era en ella gimiendo contra él, restregándose contra su cuerpo, marcándole la piel con la uñas en su espalda y empujando sus caderas con cada empellón contra su coño.

No podía dejar que se terminara. No hasta que la tensión sexual entre ellos desapareciera y lo dejara pensar con claridad.

—Ellos no vendrán aún. —bajó su rostro hasta emparejarlo con el suyo— Aprovechémoslo.

Sarada no podía creer lo que estaba oyendo. ¿No era él el que recalcaba que sólo necesitaba follarla y olvidarse de lo que sucedió al día siguiente?

—Lo de ayer fue el calor del momento. —intentó zafarse de su agarre— Pero si accedo a lo que me propones ahora... sería demasiado bajo.

—Son sólo dos días. —sujeta su mentón para obligarla a verlo— Da igual lo que hagamos, la ofensa ya está hecha.

Ella lo empujó con ambas manos en su pecho y logró hacerlo dar un paso atrás con semblante estoico.

—Boruto ha dicho que me ama antes de entrar al pub. —sus ojos negros tenían un tinte de desesperación— No puedo hacerle esto.

—Él puede quedarse con tu amor, eso a mí no me interesa. —dice con indiferencia, envolviendo su brazo alrededor de su cintura— Lo que yo quiero es tu cuerpo, tus gemidos...

Ella se quedó sin aliento, no sólo por sus palabras, también por su agarre posesivo y la mirada dura en sus ojos grises. No podía negar que su sólo toque le hacía temblar las piernas y hacer que su corazón retumbara en su pecho con fuerza.

Se quedó quieta en su lugar mientras sus habilidosos dedos deshacían el nudo de su bata y la abrían dejando a la vista su camisón.

Ni siquiera era una prenda provocativa, era sencilla y cómoda, pero en ella se veía jodidamente sensual.

—No puedes evitar esto. —susurró en su oído— Me deseas casi tanto como yo a ti.

La bata cayó al suelo junto a sus pies y se quedó sólo con el camisón de tirantes puesto. Los pezones ya endurecidos se remarcaban en la suave tela y estaba segura de que si viera en su ropa interior se encontraría con la humedad entre sus piernas.

—El trato es... —murmura contra su boca— Esto se acaba hasta que ellos regresen.

Ella tragó saliva. Debería decirle que no, que seguía estando mal, que lo que hicieron era despreciable y lo que planeaba era todavía peor.

—¿O acaso tienes miedo de enamorarte?

—No digas estupideces. —contesta con el ceño fruncido.

—Qué bien, porque me gusta follarte, pero no me interesan los líos amorosos. —le baja uno de los tirantes de su camisón— ¿Estamos en la misma página?

—Sí. —lo miró a los ojos— No me enamoraría de un imbécil como tú de todas formas.

—Eso está mejor. —sonríe de medio lado— Ahora déjame ver tu pequeño coño.

Levantó con facilidad su cuerpo y dejó su trasero sobre la dura superficie donde minutos antes habían terminado de comer para después abrirle las piernas.

—Eres malditamente caliente. —acarició la piel desnuda de sus muslos.

No lo detuvo de bajar el rostro a su entrepierna y gimió en voz alta cuando sintió sus tibios labios sobre la tela de las bragas.

—Y ya estás húmeda para mí. —le miró desde su posición— ¿Quieres que te coma el coño?

Dio un tirón de la esquina de su ropa interior y las rasgó con un sólo movimiento.

—¡Oye! —gruñe ella— A este paso me dejarás sin ropa.

—Si eso significa que caminarás desnuda por la casa no tengo problema.

Estuvo a punto de soltar un comentario sarcástico como siempre, pero entonces llegó el primer lametón entre sus pliegues y tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no gritar de placer.

Jamás le habían hecho sexo oral, pero dudaba que fuera así todo el tiempo. Kawaki parecía saber lo que hacía, se notaba en la manera en la que su lengua hacía movimientos circulares con maestría y se intercalaba con su pulgar frotando su clítoris.

—Kawaki... —gimió— No puedo... no...

Él metió de golpe dos de sus largos dedos en su interior logrando que su espalda se arqueara y sus caderas se agitaran contra su mano.

—Dámelo, nena. —pide él— Córrete en mi boca. Necesito probarte.

Sus piernas temblaron y su cuerpo se sacudió como si un rayo de electricidad hubiese atravesado cada célula de su cuerpo. Había llegado a la cúspide del placer en cuestión de segundos y Kawaki estuvo ahí para recibirlo.

Su pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración errática mientras sus manos soltaron finalmente el borde de la superficie donde se hallaba recostada.

—¿Quieres conocer tu sabor? —pregunta subiendo hasta su rostro.

—Sí. —susurra con la voz entrecortada.

Entonces él la besó fusionando sus bocas con fiereza. Su lengua acarició la suya con un movimiento sensual y la tomó por la nuca para profundizarlo.

Sarada juró que pudo ver estrellas en medio de la oscuridad de sus ojos cerrados y todos sus sentidos se nublaron. Sus labios sabían a ella, pero era la manera en la que la besaba lo que le estremecía.

—¿Crees poder soportarme dentro tuyo? —dijo él con la respiración agitada— No lo haré si sigues adolorida.

Ella creía que le dolería más que no se la metiera, porque estaba tan excitada que sería una tortura dejarlo a esas alturas. Y aunque su entrepierna aún resintiera su reciente actividad creía que podía soportar un poco de dolor a cambio del inmenso placer que le daría después.

—Creo que puedo manejarte. —envolvió sus piernas alrededor de sus caderas— Dame lo mejor que tienes, chico rudo.

Ya había roto demasiadas reglas con esa chica. ¿Qué más daba si rompía unas cuantas más? De igual manera no pensaba detenerse, no podría aunque quisiese.