Él no hablaba con las chicas con las que se acostaba.
Él no repetía nunca un polvo.
Él nunca daba sexo oral.
Él no le insistía a una mujer para follar.
Pero había hecho todas esas cosas por esa chica que justo ahora se retorcía de placer entre sus brazos y decía su nombre en suaves suspiros. No salieron de la habitación el resto del día y en la noche tuvieron una cena ligera para luego regresar a la cama.
Sarada Uchiha resultó ser una bomba sexual. No se cohibía en ningún momento y le seguía el ritmo a pesar de su inexperiencia.
Comenzaba a considerarla peligrosa, pero no quería admitir que follar con ella le gustaba más de lo que debería.
La mañana del segundo día ambos se despertaron temprano, pero cedieron de nuevo a la lujuria y el resultado fue un polvo mañanero. Kawaki se dijo que esa era la única ventaja de despertar con una mujer en la cama.
—¿Eso es...? —pregunta ella señalando la pequeña cicatriz lineal a la altura de su pecho, cerca de su corazón.
Ella jamás podría callar su curiosidad. Era su naturaleza, pero también era la principal causa de que se metiera en problemas.
—No hablo de eso.
La Uchiha se arrastró un poco más cerca de él y deslizó su dedo por el largo de la cicatriz.
—Fue del día que tus padres murieron, ¿verdad? —suelta sin anestesia— Creí que morirías también, pero el cuchillo no entró con mucha profundidad.
—El tacto no es tu fuerte por lo que veo.
—No me importa. —deja caer los hombros— ¿Duró mucho tiempo en cicatrizar?
—Casi un mes. —contesta finalmente— ¿Tú cómo sabes que fue con un cuchillo?
—Porque yo estaba ahí. —le confesó en un susurro— Pero no diré una palabra más al respecto porque podrías obsesionarte conmigo.
Él alzó una ceja con incredulidad tomándose su broma como algo serio.
—No le robaré la mujer a mi hermano.
Golpe bajo, y ella lo atrapó al vuelo. La pelinegra borró la sonrisa que tenía en su rostro y se levantó de la cama con lentitud con la culpa latente en su pecho. Tenía razón, esto que hacían estaba mal, pero por algún motivo no podía resistirse a ese maldito hombre.
—Estaré en el vestíbulo. —menciona mientras recogía su camisón del suelo y se lo pasaba por encima de la cabeza.
En este punto se dio cuenta de que lo mejor que podían hacer era mantener las cosas superficiales.
Era mediodía y no tenía nada que pudiera hacer además de tirarse sobre su cama a dormir. Sin embargo, se obligó a arrastrar los pies al vestíbulo después de encontrar entre sus cosas uno de sus libros favoritos para luego sentarse en el sofá con Hoshi a sus pies.
El ejemplar que tenía en sus manos era una primera edición de El fantasma de la ópera y estaba segurísima de que podría leerlo un millar de veces y aún así lo seguiría disfrutando igual.
A su lado, el amplio ventanal le permitió observar la blanca nieve que continuaba cayendo con menor intensidad que antes y de pronto se remontó a aquella noche donde todo era risas y alegría.
(...)
«
Nueve años atrás.
—¡Deja de lanzarme uvas o te las meteré por el trasero! —gritó la pelinegra de doce años a un Daiki de casi dieciséis.
—¿Con esa boquita sucia piensas besar a Boruto cuando lo veas? —se burla el adolescente— Si sigues con ese carácter se terminará casando con otra.
—Me importa una mierda si se casa con la reina de Inglaterra. —escupe achicando los ojos— Aunque... tal vez lo bese sólo para molestarte.
—¡Basta, niños! —les reprende Sakura apareciendo de un momento para otro con una bandeja de galletas caseras— O no les dejaré comer ni una de estas. Akemi me ha pasado la receta.
—¿Y desde cuando las preparas tú, mamma? —pregunta Itsuki levantando ambas cejas— Tus habilidades culinarias siguen siendo muy limitadas.
—¿También te quieres unir al grupo de los que se quedan sin galletas?
Su primogénito levantó las manos en señal de inocencia y se acomodó en una de las sillas vacías alrededor de la mesa. No estaban comiendo en el enorme comedor, sino en la isla de la cocina. Era más pequeña y cabían los ocho perfectamente.
—Daisuke y yo podemos dividirnos sus raciones. —dijo Itachi observando a sus hermanos con una sonrisa de suficiencia— ¿Verdad?
—¡Sí! —chilló el pequeño pelirrosa de seis años saltando en su silla— ¡Más galletas para nosotros!
—Ni lo sueñes, enano. —contesta Daiki.
Sasuke les miró con un semblante relajado y detalló la mesa que su esposa preparó para ellos. Había velas y las decoraciones navideñas adornaban cada rincón de la casa dándole un toque hogareño a todo el lugar. Lo único que contrastaba era la comida rápida que su esposa compró de último momento. Ensaladas de fruta, pollo frito, pizza y sodas.
—No me juzguen, no podría cocinar un banquete yo sola. —se queja la pelirrosa— Agradezcan que encontré un restaurante abierto justo esta noche.
—Nadie dijo nada. —se burla su esposo y lo golpeó en el hombro haciendo un puchero.
Le hubiera gustado preparar ella misma un montón de platillos gourmet con una variedad extensa de postres, pero seguía sin ser un as en la cocina.
—No hay nada de frutos secos, ¿verdad? —sonrió el Uchiha mayor llamando la atención de todos en la mesa— No queremos repetir el evento del cumpleaños de mi hermanito hace cinco años.
—Nada de frutos secos. —aseguró Sakura con otra sonrisa radiante.
Sarada dejó un espacio libre para que su tío se sentara en el taburete junto a ella y él así lo hizo revolviendo la cabellera de Daisuke al pasar por su lado.
—¿Cuándo tienes exámenes finales, tesoro? —le preguntó su madre— Estoy tan emocionada de que puedas regresar a casa.
—En Mayo. —contesta restándole importancia— Pero no me preocupan mucho.
Lo que la tenía con el alma en un hilo era que la salud de su tío se había visto mermada los últimos meses. Las ojeras marcadas, la piel amarillenta, la dificultad para respirar en ocasiones.
Incluso sus tíos Torune y Shino los visitaban más a menudo, supuso que lo hacían para asegurarse de que todo iba bien. Algunas veces alguno de ellos se turnaban para llevarla a la escuela cuando el tío Itachi lucía muy cansado para conducir.
—¿Ya pensaste en lo que quieres hacer después? —pregunta Sasuke alzando una ceja.
—Puedes venir conmigo al casino, es divertido. —dice Itsuki dándole un bocado a su rebanada de pizza— Aunque no te dejaría jugar, se supone que la casa nunca pierde.
—No lo sé, tal vez después. —se encoge de hombros— Quería ir a Okinawa para visitar a sensei Hanzō.
—¿Es así de cool como mamá dice? —cuestiona Daiki— ¿O es un viejo amargado?
—Es un viejo amargado. —confirma Sarada— Pero es cool.
Era todo menos una cena formal de navidad, pero que estuviesen juntos era todo lo que necesitaban para pasarlo fenomenal. Sakura no podía evitar sonreír al verlos pasarse entre ellos los bowls de comida y los condimentos.
—La semana pasada Sarada y yo hemos ido a ver una obra. —miró a su sobrina de reojo— Era muy buena, ¿cómo era que se llamaba?
—El fantasma de la ópera, tío. —se ríe un poco— Dijiste que se acababa de convertir en tu obra favorita.
—Oh, sí, ha sido espectacular. —asiente muy seguro— Aunque me distrajo la idea de imaginarte a ti sobre el escenario.
—¿Como actriz?
—Como bailarina. —le sonríe con complicidad— ¿No has pensado que tu verdadera vocación es el ballet?
—Entonces todo el entrenamiento que he tenido sería una pérdida de tiempo.
—¿Y a quien le importa? —sacude una mano— No sabrás si no lo intentas. Cúmpleme el capricho de verte aplicar para una academia de ballet y después vemos lo que sigue.
Por una milésima de segundo ella vio los ojos de su tío aguándose un poco, como sabiendo que estaba pidiéndole una última cosa antes de dejar ese mundo.
—¿En Londres? —pregunta la pelinegra con una ceja alzada.
—¿Y qué tal Rusia? —propone él— Allí nació el ballet, ¿no?
Lo que Sarada no sabía era que Itachi estaba acomodando las cosas para que no se aislara de su familia cuando él ya no estuviera a su lado.
—¡Un brindis por la futura bailarina! —dice guiñándole un ojo a su sobrina y alzó su lata de soda.
Todos rieron alrededor de la mesa y chocaron sus latas contra la suya.
—¿Ya podemos abrir los regalos? —interrumpió Daisuke y de nuevo estallaron en carcajadas.
Oh, ninguno sabía que sería la última vez que tuvieran un momento como aquel.
»
(...)
Dos horas después, Kawaki salió de su habitación con un pantalón de pijama y el torso descubierto. No tenía sentido cambiarse de ropa si estarían encerrados en la casa.
Antes de entrar al vestíbulo se quedó de pie bajo el umbral con semblante consternado. Sarada estaba ahí, recostada en el sillón con un libro en manos y unas gafas de lectura cubriendo sus ojos. Lejos de verse como un ratón de biblioteca se veía como una maldita secretaria sexy.
Tenía las piernas extendidas en el sofá y estaba sumamente concentrada en el libro, tanto que ni siquiera había notado que él estaba ahí observándola. Y eso le permitió detallarla.
Su ceño estaba ligeramente fruncido y sus labios formaban un pequeño puchero de concentración. Se veía jodidamente preciosa.
Había visto mujeres hermosas antes. Pero ninguna como Sarada Uchiha, que incluso con gafas y prendas cero provocativas lucía atractiva y sensual.
—¿Qué haces? —pregunta cruzándose de brazos con el cuerpo ligeramente apoyado en el marco de la puerta.
—Esquiando. —contesta sin mirarlo.
—Muy graciosa.
Ella levantó los ojos de la página de su libro y le miró expectante.
—¿Se te ofrece algo?
—¿Tienes hambre? —cuestiona acercándose al sofá.
—No. —responde con sinceridad— Estoy bien.
—Comes muy poco.
—¿Y eso te importa por qué...? —alza una ceja— Deja las preocupaciones para alguien que de verdad le interese.
Levantó sus pies para sentarse en el sofá junto a ella y esta vez los coloca sobre su regazo. Sarada lo miró como si le hubieran salido dos cabezas, pero no dijo nada.
—¿Qué lees?
La Uchiha todavía parecía consternada por su repentina amabilidad, pero prefirió tomar la salida fácil y sacar la bandera blanca.
—El fantasma de la ópera. —responde la joven— Lo he leído más de una decena de veces.
Por su gesto ella intuyó que él no conocía la historia, pero no estaba dispuesto a admitirlo, así que se inclinó hacia él con una sonrisa y abrió su libro en la página donde lo había dejado.
—«¿Sensación? ¿Sentimiento? ¿Había en aquello algo en que se mezclaba lo físico y lo moral? El pecho le dolía como si se lo hubiesen abierto para sacarle el corazón. Sentía allí un vacío atroz, un vacío real que no podía calmarse hasta que pudiera colocar allí el corazón de ella. —recitó con voz suave— Son estos fenómenos de una psicología particular que, según parece, no pueden ser comprendidos sino por aquellos a quienes el amor ha asestado ese golpe que en el lenguaje corriente se llama el flechazo.»
Kawaki la escuchó en silencio, secretamente maravillado con lo melodiosa que resultaba ser su voz y la manera en que sus labios rosados se movían mientras hablaba.
—Demasiado romántico, incluso para ti. —dice haciendo una mueca— Es de lo más cursi que he oído.
—En realidad, no es una historia de romance. —contesta ella cerrando el libro de golpe y ofreciéndoselo— Te lo regalo. No lo odiarás del todo.
—¿Cuenta como regalo de navidad? —arquea una ceja— Porque si es así, acabas de confirmar que eres pésima para dar obsequios.
Ella se rió.
—Oh, no. —le guiña el ojo— Tengo planeado comprarte el regalo más cursi que te han dado en tu vida sólo para cerrarte la boca.
—Imposible. —niega él— Ese premio se lo ha llevado Himawari hace diez años el día que me regaló una carta escrita con su puño y letra.
—¡Qué patán eres! —lo empuja riéndose— ¡Es tu hermana! Deberías agradecer que te quiera tanto.
—No te veo escribirle cartas a tus hermanos.
—Eso no quiere decir que no los amo. —se encoge de hombros— Lo hago. Más que nada en el mundo.
Vio la sinceridad brillando en sus ojos oscuros y se dio cuenta de que no mentía.
—Si te pregunto algo, ¿responderás? —pregunta con el ceño fruncido— ¿O evadirás el tema como siempre?
—Un secreto por un secreto. —propone ella— No es justo que sólo sea yo la que quede expuesta.
—Sólo si contestas con sinceridad.
Sarada pone los ojos en blanco.
—Dispara.
Él se pensó bien la pregunta que iba a hacerle, pero había varias que le venían a la mente y no podía decidirse por una sola. Así que decidió empezar por la más inofensiva.
—¿Qué significa tu tatuaje?
Ella suspira al escucharle. Eso había sido bastante predecible.
—Es algo entre hermanos. —dice con simpleza— Los cinco tenemos uno.
—¿Todos se tatuaron un lobo?
Sarada asiente.
—Somos como una manada. Con todo lo que eso conlleva.
Él aceptó aquella declaración. No se veía que estuviera mintiendo y sus palabras tenían mucho sentido.
—¿Y eso qué significa?
—Que ellos matarían por mí. —hace una pausa— Y yo mataría por ellos.
La Uchiha supo que no se lo había tomado en serio por la sonrisa de medio lado que tiraba de sus labios. Lo que él no entendía es que estaba hablando de manera literal.
—Para nosotros la familia es primero. —explica con una sonrisa tímida— Así nos criaron nuestros padres.
—Es difícil imaginar a Sasuke Uchiha siendo un buen padre. —arquea una ceja— Sé que lo es, tus hermanos lo elogian todo el tiempo, pero aún así es difícil creer que pueda ser un padre cariñoso.
—Y no lo es. —se ríe la pelinegra— Tiene una manera muy peculiar de demostrar su amor.
—¿Y cuál es?
—Sólo debes prestar atención. —ladea su rostro— Es un hombre de acciones, no de palabras.
Kawaki estrechó los ojos al ver la manera en la que sus ojos brillaron al hablar de su padre y por un momento sintió envidia. ¿Qué se necesitaba hacer para que esos ojos oscuros resplandecieran por alguien?
—¿Cómo eran tus padres? —pregunta ella, sin importarle que estuviera siendo indiscreta— Hablo de los verdaderos.
Nadie le había preguntado nunca sobre ellos. Ni siquiera Boruto, pero de pronto viene esa chica sin ningún tipo de consideración y le suelta una pregunta de esa magnitud.
—Mi padre era un alcohólico violento obsesionado con el poder y mi madre una mujer débil de voluntad. —contesta con sequedad mientras su mirada se clavaba en las llamaradas de fuego provenientes de la chimenea— La vida con los Uzumaki-Hyūga fue muy diferente a lo que pasé en mis primeros once años de vida.
No fue necesario que lo dijera con todas las palabras, pero Sarada supo leer entre líneas. El padre de Kawaki lo golpeaba y su madre jamás lo defendió.
Ella era imprudente, pero sabía cuando debía dejar de preguntar. Se quitó las gafas y las dejó a un lado bajo la atenta mirada del hombre.
—Mi infancia estuvo llena de cosas que no eran aptas para un niño. —se ganó sobre su regazo a horcajadas— Pero nunca me faltó el cuidado y amor de mis padres.
—No necesito tu condescendencia.
—Los Uchiha no sentimos condescendencia o consideración. —lo mira a los ojos— Sólo sentimos respeto. Y tú te has ganado el mío.
—¿Por ser un huérfano violentado? —se burla alzando una de sus cejas oscuras.
—No. —sacude la cabeza— Por superarlo y seguir adelante. Muchos no lo hacen.
Se quedaron viendo a los ojos por varios segundos y entonces Sarada tomó las manos masculinas entre las suyas y las colocó sobre sus caderas.
—Cierra los ojos. —le pidió en un susurro.
Él quiso negarse, pero la mirada afilada de ella lo hizo obedecer resignado. Tenía poco de conocerla, pero ya sabía que siempre encontraba la manera de salirse con la suya.
De pronto sintió los labios de ella detrás de su oreja, trazando un camino de besos hasta su mentón mientras sus manos se deslizaron por su torso desnudo hasta la altura de sus pectorales.
—Estás acostumbrado a tener el control. —susurra contra su boca— ¿Lo compartirás conmigo?
—No lo sé.
No le gustaba sentirse a merced de alguien, pero maldita sea, se estaba excitando de sólo imaginarla haciendo con él lo que le diera la gana.
—Te di mi virginidad. —rozó sus labios— Creo que al menos merezco el beneficio de la duda.
Ella sacudió sus caderas contra su entrepierna y lo vio tragar saliva.
—Dilo. —besó la comisura de su boca— Necesito escucharlo.
—Haz lo que quieras. —dijo con la voz enronquecida.
Sarada sonrió, tomando su cabello en un puño y fusionando sus labios en un beso demandante que él no dudó en corresponder con la misma intensidad.
Ella lo estaba besando con lascivia y maestría, tanto que comenzaba a costarle mantener los ojos cerrados. En algún punto la pelinegra se separó con la respiración agitada y comenzó a trazar un camino de besos desde el mentón hasta la base de su garganta y se detuvo allí, sacando la lengua para lamer su manzana de Adán.
Sus manos se deslizaron por sus brazos tinturados y pronto dejó suaves caricias por su torso hasta llegar a su pecho. El muy maldito estaba como quería.
Entonces hizo lo que él no esperaba. Besó su cicatriz.
—¿Qué haces? —frunció el ceño el pelinegro.
—Cállate o me detengo.
Arremolinó la lengua alrededor de su tetilla izquierda y le sintió quedarse sin aliento bajo la palma de su mano. Ya podía sentir el bulto a través de sus pantalones de tela ligera y se presionó contra él para estimularlo.
Hizo lo mismo con su otro pezón hasta que su respiración comenzó a tornarse errática y reinició el camino de besos por su torso. Tuvo que levantarse de su regazo para continuar bajando y le separó las piernas para meterse entre ellas con las rodillas en el suelo.
—¿Te gustarían mis labios alrededor de tu polla? —dijo con una voz provocativa que le hizo sentirse poderosa.
Él no contestó, estaba demasiado concentrado en mantenerse quieto. Sarada tomó el dobladillo de sus pantalones y los bajó lo suficiente para que su majestuoso miembro se irguiera en toda su gloria.
Ahora que lo veía de cerca le parecía todavía más grande. ¿De verdad todo eso cabía dentro de ella? Ni siquiera estaba segura de que pudiera caber en su boca.
—Dilo, Kawaki. —pidió con voz ronca— Pídemelo y lo tendrás.
—Quiero tu boca. —exclamó finalmente— Ahora, no pienso rogarte.
—Eso sonó como una orden. —se detuvo— Y yo soy mala siguiendo órdenes.
—Chúpame la polla, por favor. —dijo con un tono de lo más falso.
Sarada puso los ojos en blanco, pero sus dedos aletearon sobre su longitud y su sola cercanía fue suficiente para hacerlo estremecerse.
Inició con un vaivén de su mano, arriba y abajo, cada vez con movimientos más firmes. Entonces tocó la punta con sus labios y el cuerpo del hombre se tensó bajo su tacto. Podía verlo intentando mantener la compostura y una sonrisa tiró de la esquina de su boca.
—Abre los ojos. —accedió ella— Quiero que me veas mientras te la chupo.
¿Dónde mierda había estado esa mujer toda su vida? Maldita sea, era alucinante.
Deslizó la lengua por su longitud y abrió los labios lo suficiente para meterse la punta. Sus ojos oscuros no dejaron de observar los grises que la miraban desde arriba y el deseo que se reflejaron en ellos fue suficiente para animarla a tomar todo lo que pudo en su boca.
Cada vez era más osada y Kawaki supo que no tardaría en correrse si continuaba de esa manera. Era la mejor mamada que le habían dado en su vida, y el que lo hiciera mirándolo a los ojos aumentaba el erotismo de la situación.
—Detente. —pidió— Nena...
Pero no obedeció. Continuó con su trabajo con una mirada divertida, quería verlo rendirse ante ella, volverlo loco de placer. Y estaba a punto de conseguirlo... hasta que él la obligó a alejarse y volvió a jalarla hacia su regazo con una mano en su nuca y la otra alrededor de su cintura.
—Eres odiosa. —gruñó contra su boca— Mimada.
—Y caprichosa. —sonríe ella— Pero me importa un bledo.
Kawaki le sacó la bata de un tirón dejándola únicamente con su camisón.
—Móntame.
Sarada se levantó un poco con las manos sobre sus anchos hombros y abrió un poco más sus piernas sobre él. El Uzumaki se sorprendió al darse cuenta de que no llevaba bragas y su entrepierna estaba más que húmeda.
—Hazlo con cuidado. —dice ubicando la punta en su entrada— En esta posición lo sentirás más profundo.
La pelinegra se inclinó contra su pecho mientras él colaba las manos debajo de su camisón para masajearle el trasero. Ella siseó de placer y sus piernas le temblaron a medida que fue hundiéndose en su interior y de nuevo apareció el pequeño ardor en su entrepierna.
—¿Duele?
—Sí. —suspira— Un poco.
—Relájate. —dijo en un susurro— Dolerá al principio, sólo es en lo que te acostumbras.
Él colocó una mano sobre su vientre y la otra en la espalda baja, haciendo círculos con su pelvis para estirar su interior y abrir sus espacios todavía vírgenes.
—Te falta un poco, nena, puedes hacerlo.
Ella tragó saliva, gimiendo y echando la cabeza hacia atrás cuando la tuvo entera dentro. Joder.
Se mantuvieron quietos por poco tiempo, hasta que la misma Sarada comenzó con el vaivén de sus caderas. Al principio lento y suave, acostumbrándose a sentirse llena, pero conforme el placer iba creciendo exponencialmente sus movimientos se aceleraron.
—Kawaki... —gimió aferrándose a sus hombros con las uñas— Oh, maldita sea.
Las manos masculinas apretujaron su trasero y la ayudaron con los empellones firmes y profundos mientras sus bocas se unieron en un beso frenético. Los sonidos lascivos de sus pieles chocando entre si era lo único que se escuchaba en la habitación y Sarada agradeció que Hoshi estuviese en algún otro lugar de la casa porque no quería traumatizarlo de esa manera.
El orgasmo llegaría en cualquier momento, ambos casi podían tocarlo con las puntas de los dedos.
—No voy a correrme en otro lado que no sea en tu interior. —le dijo al oído— Quiero verte llena de mí.
Sarada gimió contra su cuello y permitió que intercambiara las posiciones. Ahora ella tenía la espalda contra el mullido sofá y Kawaki sostenía sus piernas en el hueco de sus codos sin parar de embestirla una y otra vez.
—¡Kawaki! —gritó al sentirlo hundiéndose todavía más profundo que antes— ¡Por favor!
—Mírate. —masculla estirando sus pliegues con los dedos para que pudiera ver lo que sucedía allí abajo— Tú lo dudabas, pero tu coño me está recibiendo tan bien.
Ella apenas era capaz de hilar un pensamiento coherente, en especial cuando su pulgar acarició el clítoris hinchado provocándole un temblor en todo el cuerpo.
El ya conocido torrente de sensaciones estalló, pero ésta vez con una fuerza devastadora y pronto se sintió más húmeda de lo normal. Tuvo una eyaculación femenina.
—Sarada. —gruñó su nombre contra su cuello y su mandíbula se tensó al correrse dentro.
Kawaki se retiró con cuidado y sus ojos captaron su propio semen mezclado con sus fluidos. Una sonrisa de puro orgullo apareció en su rostro e ignoró la vocecita molesta que intentaba recordarle que acababa de romper más de sus tantas reglas otra vez.
—Quédate así. —le dijo en tono bajo.
Se levantó al baño y cuando regresó le vio con un pedazo de papel en la mano con el que no dudó en limpiar su entrepierna con movimientos suaves.
Kawaki no sabía qué decir ni cómo actuar, nunca había estado en esa posición. Siempre se iba después de terminar, quedarse a pasar el rato con la chica en turno estaba fuera de sus límites autoimpuestos.
—Ahora sí tengo hambre. —se ríe ella, cambiando de tema al ver la incomodidad de él— ¿Preparas la comida mientras me doy una ducha rápida?
—¿Crees que soy tu sirviente?
—Comida a cambio de sexo, creo que es un trato justo. —se acomoda la ropa con una sonrisa burlona y se calza las pantuflas antes de ponerse de pie.
Sus piernas aún estaban demasiado temblorosas por el reciente orgasmo y al intentar dar un paso tuvo que agarrarse de su brazo para mantener el equilibrio. Eso hizo que el pelinegro sonriera de medio lado.
—¿Estás bien, bambi? —se burló en su oído— Puedo llevarte en brazos si no puedes caminar.
—Imbécil. —lo empujó pasando por su lado aparentando que no sentía ningún pinchazo en la entrepierna— Cuando vuelva quiero un banquete en el comedor.
—Puede que se me caigan por accidente las nueces en la comida. —dice con sarcasmo— Yo que tú no me confiaba.
Ella se fue por el pasillo mientras alzaba la mano sobre su cabeza mostrándole el dedo medio.
Sarada Uchiha seguía demostrándole que era... peculiar. De muchas maneras que podrían interpretarse como malas, pero nada de su comportamiento irreverente lograba contrarrestar el factor llamativo que hacía que todo el mundo la voltease a ver al momento de entrar en cualquier habitación.
Ella era de las que atraía miradas nada más por aparecer, se dio cuenta de eso aquella noche en el pub donde toda la atención se volcó sobre ella apenas puso un pie en el lugar.
Media hora después, escuchó los pequeños pasos en el pasillo y al levantar la vista se encontró con sus ojos curiosos vagando por la isla de la cocina donde yacía la comida. Su cabello lacio y húmedo caía por sus hombros, su rostro inmaculado se veía humectado y debajo de sus ojos tenía una especie de parches color dorado que cubrían la zona de las ojeras.
—¿Qué es eso? —pregunta señalando su rostro.
—Parches antiojeras. —contesta como si nada, subiéndose a uno de los taburetes— ¿Qué pensabas? Soy guapa, pero también debo tener mis cuidados.
¿Modestia? Ella no la conocía. Era consciente de su belleza y le gustaba jactarse de ello cada vez que pudiese.
Y para aquellos que dijeron alguna vez que en eso era idéntica a su padre quería decirles algo: No se equivocaron.
Se subió de un salto en la isla de la cocina y picoteó las fresas que había en el tazón sin importarle que él la mirase como si le hubieran salido dos cabezas.
—Existen las sillas.
—No me importa. —le ignora siguiendo con lo suyo— Me gustan las fresas.
—No te pregunté. —responde él en tono mordaz.
¿Por qué le estaba dando tantos detalles? No debería. No eran familia, ni amigos.
—No te decía a ti, se lo decía a mi amigo imaginario. —dice con ironía— El que justo ahora me está diciendo que debería patearte el trasero.
—A parte de odiosa, lunática. —pone los ojos en blanco— ¿Por qué no pensaron en internarte en un psiquiátrico?
—Lo hicieron. —dijo cambiando su tono a uno más serio— Fue... una experiencia aterradora.
Él detuvo lo que estaba haciendo para girarse a verla y el ambiente se llenó de tensión.
—¿En serio?
—Sí. —contesta ella desviando la mirada— Pero no estuve allí mucho tiempo. Me echaron en cuanto intenté degollar a la paciente de al lado con una cuchilla de afeitar que encontré en el basurero.
—Estás bromeando ¿verdad?
La seriedad se esfumó de un momento a otro y una sonrisa burlona tiró de sus labios.
—Debiste ver tu cara. —lo señaló con el dedo— Te has quedado trabado.
—Jodida loca. —resopla con el ceño fruncido— ¿Cómo es que alguien te soporta?
Ella deja caer los hombros.
—Lo mismo digo. —contesta ella metiéndose otra fresa a la boca— ¿Tienes amigos? Quiero decir... alguien que no haya venido a este intento de reunión familiar.
—¿A ti qué te importa?
—Por tu actitud... —se lleva la mano al mentón, ignorándole por completo— Eras el matón de tu colegio, ¿verdad? Tienes la pinta de chico problemático y patán que se metía en problemas.
—Y tú la de la chica insoportable que se creía superior al resto y le gustaba pistear a los demás sólo por ser bonita. —gruñe de mala gana— ¿O me equivoco?
Ella sonrió, bajando de la encimera de un salto y rozando su cadera intencionalmente contra su cuerpo al pasar por su lado para sacar un vino tinto de la nevera.
—Ahí te equivocas, chico malo. —comenta ella sirviendo vino en dos copas— Porque yo nunca fui a la escuela.
Él arqueó una de sus cejas oscuras, sirviendo la pasta en los platos y dejando uno frente a ella. Sarada se subió a un taburete alto y apoyó su mentón en la palma de su mano.
—¿Me estás diciendo que la princesa Uchiha nunca fue a un internado de élite o un colegio prestigioso?
—Exacto. —ladeó la cabeza— Pero agradezco que pienses que soy bonita. Aunque es algo que ya sabía.
—Púdrete.
Ella ocultó su sonrisa detrás de la copa y le dio un trago a su vino.
—Desde los tres años recibí clases en casa. —habla mirando la nieve caer por la ventana— Y a los once fui a Oxford, así que no, nunca fui la abeja reina de ningún sitio porque la primera vez que fui parte de un entorno escolar normal no tenía la edad para hacerme amiga de nadie.
—¿A los once años en la universidad? —pregunta intentando ocultar su curiosidad— ¿No eras demasiado joven?
Ella deja caer los hombros.
—¿Y? —pregunta desviando la atención— ¿Yo me equivoqué?
—No. —reprime una sonrisa— Casi me expulsan el último año de bachiller porque le pateé el culo a un profesor.
—No sé porqué no me sorprende. —se ríe ella y Kawaki no pudo evitar mirarla. Su risa era... dulce.
Fuera seguía nevando, con menos intensidad que antes, pero al final sí que les terminaría complicando el trabajo de limpiar los caminos. Por un momento Sarada se perdió en la blanca nieve cayendo fuera y un suspiro tembloroso salió de sus labios. No podía evitar pensar que nueve años atrás las cosas fueron tan diferentes de como eran ahora.
Y de pronto se vio a ella y sus hermanos años atrás deslizándose por la nieve en un trineo y a su tío Itachi observándoles desde la terraza con una taza con chocolate caliente en la mano y una sonrisa en el rostro.
—¿Sucede algo? —pregunta él intentando no sonar demasiado interesado por su repentino silencio.
—Yí rì sān qiū.
Kawaki la mira sin entender.
—Es una frase china, significa «un día, tres otoños». —dijo en un hilo de voz— Es... la sensación de anhelar a alguien tan intensamente que un día sin esa persona pueden sentirse como tres años.
Ella sigue observando por la ventana de la cocina con una sonrisa de labios apretados.
—¿Qué tienes tú con las palabras raras?
—Es un juego que tenía con alguien que conocía. —le resta importancia— Palabras poco usuales con significados interesantes.
Inconscientemente continuó buscando palabras raras con definiciones complejas. Era un hábito que no se quitó ni con el pasar de los años.
No quiso responder ni una cosa más, dejó su plato a medio comer, se terminó su copa de vino de golpe y se fue de allí dejándolo solo en la cocina. A los pocos minutos escuchó la misma melodía de la otra vez y supuso que de nuevo estaba bailando.
Esa mujer era estúpidamente irritante, tanto que incluso le revolvía las ideas. No podía terminar de descifrarla.
Antes sólo era una chiquilla malcriada a la que le gustaba irritar e incomodar a las personas, pero ahora... ¿Clases privadas en casa? ¿Oxford a los once? La chica era más de lo que dejaba ver y a él no le gustaba no tener todas las respuestas.
Sin embargo, ¿A él qué demonios le importaba? No era nada suyo. Era una chica más a la que se follaba y ya, no debería tomarse demasiadas libertades porque pronto eso que tenían se acabaría.
Y si ella pensaba que iría detrás suyo para intentar consolarle o subirle el ánimo se estaba equivocando. No era esa clase de hombre, eso podía dejárselo a Boruto, no a él.
Así que se obligó a poner un pie delante del otro hasta llegar al vestíbulo y se dejó caer en el sofá. Sí, ese en el que horas atrás se la había follado y que ahora se sentía extrañamente vacío sin ella estando en la otra esquina leyendo su libro o simplemente existiendo.
Y hablando del libro... ahí estaba, sobre la mesita de centro donde él lo había dejado después de que ella se lo regalase. Así que en poco tiempo se halló inmerso en la lectura, devorando página tras página, hora tras hora. No tenía nada qué hacer de todas formas, la señal seguía siendo pésima tras la nueva nevada y las llamadas no salían.
Era corto, por eso no le extrañó que lo hubiese terminado cuando el ocaso resplandecía en el horizonte.
—¿Te gustó? —pregunta la suave voz de Sarada a sus espaldas.
Estaba recostada en el marco de la puerta con los brazos cruzados con una sonrisa de medio lado y las mejillas sonrojadas por el ejercicio físico.
—No está mal.
—Hago el papel de Christine para la compañía de ballet. —dice ella reprimiendo una sonrisa— Los protagónicos me quedan perfectos siempre.
—¿Alguna vez eres menos engreída?
—Se le llama seguridad.—dice con cinismo— A los hombres suele molestarles eso en una mujer.
—Cuando alardeas de ello se convierte en arrogancia.
—Tal vez. —le resta importancia— ¿Adivina cuánto me importa?
Debería molestarle que le hablara de esa manera. Nadie en sus cinco sentidos le contestaba así y salía vivo para contarlo, pero lejos de enojarse, le excitaba. Era como si prendiera una mecha en él y le invitara a intentar domarla.
—Estaré en mi habitación. —dice ella dándose la vuelta para irse— No me eches de menos.
—Más quisieras. —contesta él poniendo los ojos en blanco.
—Más quisiera no, así no estaría preocupada de que me asaltes en medio de la ducha. —dice en tono burlón— Que dicho sea de paso, no me molestaría tampoco.
—¿No acabas de darte una ducha?
Ella dejó caer los hombros.
—Me gusta estar mojada.
Sabía que estaba comportándose como una maldita zorra necesitada, pero... eso era lo que él causaba en ella cada que lo tenía cerca. Era inevitable. La atracción entre ellos era tan fuerte que ni siquiera el hecho de que no se soportasen menguaba un poco el deseo.
Se metió dentro del cuarto de baño con los pensamientos más revueltos que nunca. Se suponía que lo que hacían era sólo sexo, ¿verdad? Entonces... ¿Por qué se sentía más como una aventura de tiempo completo?
El que estuvieran encerrados bajo el mismo techo seguro que era un factor. Debía ser eso. En otras circunstancias Kawaki habría desaparecido minutos después de tirársela y no lo hubiera vuelto a ver. Y ella... quizás estaría encerrada en el estudio ensayando su coreografía siguiendo con su vida como si nada hubiese pasado.
Estaba tan distraída que ni siquiera se dio cuenta de cuando la puerta se abrió y por ella apareció Kawaki con su fantástico torso descubierto y una toalla rodeando sus caderas.
—No te emociones, es para ahorrar agua. —sonríe de medio lado y ella lo imitó.
—Ajá. —contesta haciéndose a un lado para dejarlo entrar.
Tan pronto como ambos estuvieron debajo del chorro de agua, él le tomó por el cuello con brusquedad y la empujó contra los azulejos acorralándola con su cuerpo desnudo.
—¿Qué demonios estamos haciendo? —gruñe contra sus labios.
—No tengo ni puta idea. —susurró mirándolo a los ojos.
Su boca se fusionó con la suya con movimientos expertos y la levantó con facilidad haciendo que sus piernas se enredasen en sus caderas. Quería... no sabía ni qué demonios quería, pero se resistía a detenerse.
Sarada rodeó su cuello con sus brazos y gimió contra sus labios al sentir la excitación masculina moliéndose contra sus pliegues.
—No habrá juegos previos esta vez. —murmura en su oído— Te voy a follar ahora.
—Y yo no te lo voy a impedir.
Él sonrió, adentrándose en ella de golpe y provocándole un gemido que hizo eco en la habitación.
Joder, comenzaba a creer que no se cansaría de esto nunca.
