Al despertar cada uno se fue a su habitación sin dirigirse la palabra o una última mirada. Ambos sabían que la burbuja se rompió. Era momento de regresar a la realidad.

Kawaki se instaló en la terraza para trabajar en su portátil y hacer algunas llamadas que había estado retrasando por bastante tiempo, pero de vez en cuando su mente le jugaba malas pasadas recordándole que a pocos metros se hallaba la misma mujer que horas atrás gemía en sus brazos.

Sarada llevaba toda la mañana encerrada en la sala de estar junto a su habitación con la música en alto intentando una y otra vez perfeccionar la coreografía. No había salido de allí, ni siquiera para desayunar.

Y eso a él le hizo pensar que tal vez así era todos los días. ¿Se saltaba el desayuno a menudo? ¿Se alimentaba lo suficiente? Ella vivía sola, no tenía nadie que evitara que se saltara las comidas.

—¡Estamos en casa! —gritó Himawari desde el recibidor.

La Uzumaki corrió a su encuentro en cuánto le vio aparecer por la puerta corrediza de la terraza y rodeó su torso con sus brazos delgados.

—¿Dónde está Sarada? —pregunta la joven entusiasmada— ¡Namida y yo le hemos comprado un montón de cosas!

—No lo sé. —mintió— Debe estar por ahí con su saco de pelos.

Hinata apareció de un momento para otro y lo envolvió en un abrazo cariñoso.

—Me alegra que estés bien, cielo. —acaricia su mejilla— Me preocupé tanto cuando Boruto nos dijo que tú y Sarada regresaron a casa con semejante tormenta.

—Llegamos a salvo, mamá. —responde escuetamente.

Al principio le costó acostumbrarse a la genuina preocupación que alguien expresaba por él. No estaba habituado a recibir cariño, y su tía Hinata fue la primera que se lo ofreció sin pedir nada a cambio.

Nunca le pidió que la llamara «madre» a pesar de que legalmente se había convertido en eso después de adoptarlo. Pero tampoco le sorprendió que al poco tiempo se descubrió llamándola «mamá». Tal vez porque ella sí se merecía el título.

—¿Y? —dice Himawari alzando ambas cejas— ¿Qué te pareció Sarada? ¿A qué es genial?

—No nos vimos mucho. —vuelve a mentir con descaro.

—Hima, deja a tu hermano... —se ríe Hinata— Sabes que no le gusta que intenten emparejarlo con alguien.

La ojiazul resopla resignada y se marchó de allí arrastrando a su prima. Tenían que convencer a Sarada de que fueran al centro comercial para comprar los obsequios de todos.

—¿Dónde está mi princesita? —gritó Itsuki con una sonrisa ridícula apareciendo en escena.

—¿Y el pequeño monstruo? —pregunta Daiki caminando detrás de él con tranquilidad.

Kawaki dejó caer los hombros para hacerles saber que no sabía. Y como si la hubiera invocado la silueta femenina de Sarada apareció por el pasillo usando un conjunto deportivo de licra en color gris y sus zapatillas de puntas atadas. Se veía preciosa con su coleta despeinada, su rostro sonrojado por el ejercicio y el ceño fruncido.

¿Alguna vez se veía menos... perfecta?

—Ahí estás, stellina. —sonrió Itachi metiendo sus manos dentro de los bolsillos de sus pantalones.

Pero ella no parecía nada contenta.

—¡Daiki! —grita enfurecida empujando a todo aquel que se atravesó en su camino.

El aludido la miró consternado y no alcanzó a reaccionar a tiempo antes de que su hermana lo derribara con un rápido movimiento con el antebrazo ejerciendo fuerza contra su cuello.

—Me han llamado de la compañía. —le mira mal— Un auto accidentalmente embistió a mi pareja de baile y le ha dejado paralizado de la cintura para abajo.

—¿Y yo qué tengo que ver?

—Eran dos hombres con acento ruso que se han escapado antes de llegar la ambulancia. Confiesa de una vez, bicho rastrero.

Daiki soltó una carcajada varonil.

—Me atrapaste, cielito. —sonrió de medio lado— Hice mis investigaciones y resultó ser un maldito enfermo con fetiches raros. No iba a dejar que pusiera sus manos sobre ti.

Ella achicó los ojos lanzando su puño contra él sin importarle que estuvieran siendo observados por un montón de personas. Daiki tiró de su coleta intentando quitársela de encima, pero le estaba resultando difícil así que pronto ambos rodaron en el suelo envueltos en lo que parecía una pelea de bar.

—La próxima vez traigan barro. —se burla Itachi recostándose en la pared.

Sakura se abrió paso entre todos con su esposo caminando con aburrimiento a sus espaldas.

—¡Niños! —gritó la matriarca Uchiha señalando a sus otros dos hijos— Tú y tú, sepárenlos ya.

—Pero déjalos que se desahoguen un poquito más. —dice Itsuki dejando caer los hombros— Déjalos que liberen la tensión acumulada.

—Ahora. —ordenó ella— No me hagas repetirlo.

Los dos se quejaron, pero finalmente Itachi le sacó a Sarada de encima e Itsuki retuvo a Daiki por si tenía planeado continuar la pelea.

—¡Parecen un par de críos! —les reprende la mujer— ¿Qué demonios les pasa?

—Daiki envió a uno de sus matones para asesinar a mi compañero de baile. —contesta la pelinegra de mala gana.

—Eso no es cierto. —reniega el aludido— Yo sólo le envié para romperle ambas piernas. Que haya quedado cuadrapléjico fue un error de cálculo.

—¡Hiciste lo mismo con mi compañero pasado! —lo apunta con el dedo— Eres un...

—Y voy a seguir haciéndolo hasta que decidas internarte en un convento. —responde con tranquilidad.

—¡Basta! —volvió a intervenir su madre— No puedo creer que tengan este tipo de actitudes.

—La próxima vez te corto las pelotas con un abrelatas, ¿me oyes? —advirtió Sarada— Estoy harta de tus celos absurdos.

Él dejó caer los hombros como restándole importancia y no dijo nada más antes de verla regresar enfurecida a su habitación. Boruto intentó ir tras ella, pero al ver al trío de chicas inseparables correr en su dirección se dijo que tenía que esperar un poco para hablar con ella.

Por otro lado, Kawaki no cabía de la impresión ante tal escena montada por los hermanos Uchiha, pero por las reacciones de los demás se dio cuenta de que probablemente era algo de lo más normal.

—¿No volverá a caminar? —preguntó Sasuke en un susurro sin que su esposa se diera cuenta.

—Creo que no. —contesta Daiki— ¿Por qué?

—Te me adelantaste. —frunce el ceño— Pero bien hecho.

¿Todo ese escándalo por alguien que sólo bailaba con ella? Quiso reírse en sus caras. Si supieran todo lo que le había hecho a la princesita Uchiha en sólo cuatro días de ausencia...

(...)

—¡Anda! ¡Vamos! —gritó Himawari tomando su brazo para instarla a salir de la habitación— Te ayudaremos a elegir los obsequios para todos.

—No tengo ganas de salir.

—Estuviste encerrada cuatro días, tienes que salir a que el viento te vuele el cabello. —se ríe Kaede— Además, nuestras madres estarán ocupadas el resto del día con los preparativos para la cena de hoy.

—Es noche buena, ¿lo olvidas? —dice Namida con incredulidad al ver la confusión en su rostro— Estás muy distraída.

Ella no iba a confesarles que tenía la cabeza hecha un lío por varias razones. Una de ellas era por lo que había estado haciendo esos últimos días.

—De acuerdo. —suspira dejándose arrastrar por ellas— Pero será rápido, ¿verdad?

—La tarde se te pasará en un parpadeo. —asegura Himawari— Será una tarde de chicas.

No tenía caso discutir, su madre se molestaría si no mostraba aunque fuera un poco de interés en las fiestas decembrinas a pesar de que le importaba una mierda.

No tuvo tiempo siquiera de avisar que saldría, simplemente se subió al auto de Kaede y cuarenta minutos después ya se encontraban en el aparcamiento del enorme centro comercial. El lugar estaba atascado de personas que al igual que ellas pensaban hacer las compras de último momento.

—Separémonos. —dijo Himawari— Namida y yo buscamos las cosas para los tíos y ustedes para los chicos, ¿vale?

Sarada suspiró antes de sacar una de sus tarjetas de crédito y se la dio a la Uzumaki.

—Al menos que sepan que yo lo compré. —deja caer los hombros.

Kaede enredó su brazo alrededor del suyo y comenzaron a caminar juntas entre la multitud de gente apurada que iba y venía.

—Y... —sonrió con entusiasmo arrastrándola a una tienda de alta costura— Cuéntame... ¿cómo la pasaste con Kawaki?

La pelinegra casi se atragantó con su propia saliva, pero intentó disimular tomando entre sus manos un par de camisas diferentes y alzándolas frente a ella.

—¿Qué te parece la marrón? A Shikadai le resalta por el color de sus ojos. —levanta una— Y a Shinki pensaba llevarle una amarilla.

Kaede se llevó una mano al mentón.

—Son lindas. —asiente la pelimorada— Creí que eras pésima para elegir, pero veo que puedes arreglártelas sola.

—A Boruto... —tragó fuerte— ¿Una gris?

—Sí, definitivamente. —confirma la hija de Konan— Hará que sus ojos destaquen también.

Eligió corbatas a juego, buscó algunas camisas más para Ryōgi y Ryoichi, una chaqueta para Mitsuki, colonias y billeteras para sus primos Ehō y Shouta,

—¿Y tus hermanos?

—No encontraré nada para ellos aquí.

Kaede la siguió en silencio al interior de varias tiendas diferentes durante las próximas dos horas hasta que finalmente la vio entrar en un local de baratijas y reliquias. Sarada ya tenía la mayoría de los obsequios. Incluso el de su padre y madre.

Y cuando se adelantó un poco para acercarse al mostrador para pagar, hubo un pequeño sonido que llamó su atención. Reconocer la musiquita proveniente de una caja musical redonda y con detalles dorados le hizo sonreír.

Definitivamente era la cosas más cursi y ridícula que podría ocurrírsele, y eso fue lo que la impulsó a agregarla a su lista de compras.

Una vez todo estuvo pagado y en bolsas, ambas salieron de la tienda en busca de las otras dos jovenes que acordaron esperarlas en el espacio de restaurantes.

—¿Sarada?—susurra tomándola desprevenida mientras caminaban por los pasillos de la plaza— ¿Kawaki dijo algo sobre mí?

—¿De ti? —dice consternada— No. ¿Por qué?

—¡Ahí están! —grita Himawari llamando su atención— Llevamos rato esperándolas. Tenía planeado comer aquí antes de llegar, pero mamá llamó pidiendo que regresemos.

—Todavía ni siquiera son las seis.

—Son vísperas de navidad, todo será un caos pronto. —explica Namida— Creo que lo mejor que podemos hacer es salir de las carreteras antes de que comiencen los accidentes.

Sarada resopló con cansancio. Lo único que le apetecía era tomar un vuelo de vuelta a Londres y no regresar nunca a este sitio. Se sentía abrumada, en especial en ésta fecha.

No creía poder soportar estar ahí por más tiempo.

Sólo... esperaba que no la hicieran llegar a su límite o habrá problemas.

(...)

Kawaki intentó ignorar a todo el mundo desde que la tranquilidad que sumió la casa durante los últimos cuatro días fue interrumpida abruptamente por una estampida de personas yendo y viniendo por todos lados.

Tomó una cerveza de la nevera mientras observaba a su hermano guardarse en el bolsillo de su pantalón una cajita de terciopelo color negro.

—¿Y eso? —pregunta alzando una ceja.

—Es el regalo para Sarada. —contesta Shikadai por él.

Sakura levantó la mirada desde su lugar para dedicarle una sonrisa y le guiña un ojo al rubio con complicidad.

—Le encantará. —comenta la matriarca Uchiha— Es perfecto.

Hinata, Karin, Tenten y Konan asintieron estando de acuerdo mientras seguían con su labor de ultimar los detalles para la cena.

—¿Qué es perfecto? —pregunta Sasuke de pie bajo el umbral de la puerta de la cocina.

El antiguo jefe de los Uchiha paseó una mirada escrutadora por todos los alimentos que yacían sobre la superficie central.

—El banquete, cariño. —respondió Sakura con una sonrisa elocuente.

Él achicó los ojos con sospecha, pero decidió dejarlo por la paz, presentía que no iba a gustarle la respuesta de todos modos. Se acercó sobre el hombro de su mujer y volvió a echarle una mirada a los alimentos.

—¿Qué se te ofrece, chismoso? —frunce el ceño— ¿Has venido a criticar?

Él hace un mohín que a su mujer le pareció irresistible y no perdió la oportunidad de abrazarse a su torso. Con el tiempo su marido se acostumbró a las muestras de afecto en público, por lo menos frente a su círculo cercano de amigos.

—No hay nueces, ¿verdad?

—No, cariño, nada de frutos secos. —sonríe con ternura.

Sasuke asintió y salió de allí rápidamente.

Ahí fue cuando Kawaki lo comprendió. Lo que dijo Sarada sobre su padre finalmente cobró sentido «Es un hombre de acciones, no de palabras». Él se estaba asegurando de que los alimentos no le provocaran alguna reacción alérgica a su hija. El que viniera él mismo a comprobarlo era un inconfundible acto de cariño.

Hace varios minutos las chicas llegaron de donde sea que fueron, y desde su lugar pudo observar a Sarada caminando detrás de las otras tres con un semblante estoico. Cruzó el vestíbulo sin saludar a nadie y pasó de largo sin dirigirle ni una sola mirada.

Sacó un cigarro de la cajetilla y estuvo a punto de encenderlo, pero entonces la matriarca Uchiha le tocó el hombro con suavidad.

—Cariño, ¿Podrías fumar en la terraza? —pidió la pelirrosa amablemente— Sarada no puede estar en contacto con el humo del tabaco o pueden agravarse sus síntomas alérgicos.

Él asintió sin decir nada y se retiró de allí en silencio con varios pensamientos en la cabeza. Esa era la razón por la que hace un par de días ella se había mantenido alejada de él mientras fumaba.

Aún sabiendo que podía afectarla no le pidió que apagara su cigarro, simplemente se quedó a cierta distancia y esperó a que terminara. Ella decía la verdad, no era un intento de velar por su salud, pero prefirió que pensara eso a revelar una vulnerabilidad suya.

Y ahora sentía la necesidad de buscar a esa maldita mujer para... no sabía para qué.

Su hermano había desaparecido de la cocina en algún momento de la conversación y eso le pareció sospechoso porque Sarada no estaba por ningún lado tampoco.

(...)

—Aquí estás. —dijo una voz masculina detrás de ella— Te estaba buscando.

Sarada se dio media vuelta para encontrarse con los zafiros brillantes de Boruto y le dedicó una sonrisa de labios apretados.

—Necesitaba un respiro. —resopla— No sé si pueda con todo ese circo de ahí dentro.

—Oh, vamos, no es tan malo. —se ríe el rubio— Al menos tu tío Shisui no se ha vestido de Santa Claus esta vez.

Ella soltó una risita y tuvo que estar de acuerdo con eso. Entonces, después de varios segundos, ella le vio sacar una pequeña cajita de terciopelo de uno de sus bolsillos y su corazón se detuvo.

No podía ser, ¿o sí?

—Quería darte mi regalo antes de la cena. —sonrió el Uzumaki acercándose un poco más a ella— Así tus hermanos no interrumpen el momento.

—Ellos no serían capaces de tal cosa. —dice con sarcasmo.

Él quita la tapa de la caja provocando que retuviera la respiración, pero al instante sintió una oleada de alivio al ver que no era lo que ella pensaba. En su lugar había un bonito brazalete de tiras delicadas de platino con un pequeño dije en forma de corazón y una piedra azul en el centro.

—Es del color de tus ojos. —sonrió ella— ¿Es eso una indirecta?

Boruto dejó caer sus hombros.

—Es una manera sutil de decir que mi mirada está sobre ti todo el tiempo. —susurra con nerviosismo— Es un zafiro. Lo vi y pensé... que sólo podía pertenecer a alguien.

Sarada se mordió el labio inferior.

—Y yo que sólo te compré una camisa. —negó apenada— Te dije que no me pusieras la vara tan alta, bobo.

—¿Te gustó?

—Es precioso. —asiente— ¿Me ayudas?

El rubio asiente con entusiasmo y toma su mano izquierda con delicadeza para después colocárselo y finalmente cerrar el broche. Se tomó unos segundos más para acariciar la piel pálida de su muñeca y tuvo que reprimir el impulso de dejar un beso allí.

¿En qué momento comenzó a verla como una mujer y no como su compañera de juegos? Desde que eran niños tenía un cariño especial por ella, cierta debilidad que no sentía con nadie más, pero aquel sentimiento maduró desde la última vez que la vio.

La vio tan cambiada, tan madura y más hermosa que nunca. Pero la Sarada que tenía en frente estaba en otra liga.

—Brilla mucho. —hace una mueca divertida— Aunque no más que yo.

Él se ríe ante eso último.

—No, no más que tú.

Sarada se removió bajo la intensidad de su mirada, y luego, para su sorpresa el rubio sacó de quien sabe dónde un pequeño muérdago y lo colgó frente a ambos.

—Ya sabes la tradición. —sonríe de medio lado— No tienes opción.

—Boruto...

La pelinegra tragó saliva. Su mente le decía que diera un paso atrás, que se alejara porque no era merecedora de los sentimientos que tenía por ella, en especial después de lo que hizo, pero su cuerpo no se movió. Se congeló por completo en el momento en el que sus manos tomaron su rostro y acercó su boca a la suya.

Y sin poder reaccionar a tiempo sus labios se unieron en un tierno beso que ella dudó en corresponder y que al final terminó cediendo porque quería intentar esclarecer sus propios sentimientos. Pero el resultado fue peor, porque sólo la terminó de confundir más.

Su pecho sintió la misma calidez de antes. Con Boruto se sentía querida de verdad. Pero ese cúmulo de sensaciones que la arrastraban al ojo del huracán y le hacía sentir al borde del abismo no estaba. Y le asustaba pensar que sólo podía sentirlo en los brazos de Kawaki.

—¡Niños! —reconoció la voz de su madre— Tengo una sorpresa para ustedes.

Ella se separó de golpe de sus labios y desvió la atención con nerviosismo hacia el interior de la casa. Su padre les dirigió una mirada que los puso nerviosos a ambos nada más entrar, pero no comentó nada al verlos caminar hacia el vestíbulo con los demás.

—¿Cuál sorpresa? —pregunta Itachi tirando del brazo de su hermana para que se sentara junto a él en el sofá.

Sakura no respondió, en su lugar se acercó al televisor y conectó una cámara fotográfica vieja al adaptador bajo la atenta mirada de todos en el vestíbulo.

—Ustedes. —dijo divertida— Esto es de la navidad de hace quince años.

—¡No hay manera! —masculla Daiki indignado— No te atrevas, mamá.

Pero ella le ignoró dándole al botón de play. De inmediato aparecieron los cuatro niños pelinegros en la pantalla. Todos con un intento de disfraz improvisado con sábanas, camisas viejas y gorros rasgados.

Kawaki reprimió una carcajada al ver a la niña guiar a sus hermanos mayores durante toda la presentación. Era más que evidente que fue idea suya y había arrastrado a los otros tres a hacer el ridículo con ella.

¿Qué se suponía que interpretaban? ¿A Hansel y Gretel?

Cuando terminaron los cuatro se formaron en una fila e hicieron una reverencia impecable. Todos excepto Sarada.

—¿No agradeces al público, bruja? —esa era la voz de Sasuke Uchiha.

—Yo no me agacho ante nadie, papá cabezota. —le saca la lengua la menor con altanería— El público debe agradecerme a mí por mostrarles mi talento.

Sí, su actitud no había cambiado ni con el pasar de los años. Seguía siendo una arrogante de mierda.

Ella alzó el mentón con una sonrisa de medio lado y corrió hacia una figura masculina que no supo quién era debido a que no enfocaban su rostro. El sujeto la recibió con los brazos abiertos y la niña parecía encantada.

—¿Te gustó? —la niña se cuelga de su cuello.

Él dijo que sí mientras acariciaba su mejilla. Su rostro seguía sin aparecer en pantalla aumentando su curiosidad por saber quién es.

—Kyomu. —susurra él tocando la punta de su nariz con una sonrisa.

—¿Qué es eso? —cuestiona la pequeña pelinegra observándolo confundida.

—Una palabra de origen japonés. —dice poniéndose de pie con ella en brazos— Significa "un sueño hecho realidad". Eso es lo que eres.

Sarada se recostó en su pecho, pero el rostro del hombre misterioso nunca apareció en pantalla.

Ahí fue cuando recordó lo que le dijo días atrás sobre un juego que tenía con alguien. ¿Se trataba de ese sujeto?

Aunque algunos de ellos sabían de quién se trataba, en su mayoría adultos como lo era Shisui, Ino, Hinata y Naruto, todavía había personas que desconocían su identidad. En especial los menores como Ehō y Himawari que a pesar de haber estado presentes cuando hizo su aparición no lo recordaban por lo pequeños que eran en aquel entonces.

De los jóvenes sólo Shouta y Boruto sabían quién era.

—¿Cómo hiciste para convencerlos? —se burla Mitsuki señalando a los tres hermanos.

Ella deja caer los hombros. Siempre conseguía lo que se proponía, no era sorpresa para nadie.

—Debías tener... ¿seis años? —pregunta Shikadai a la joven.

Sarada asiente, ligeramente perdida en sus pensamientos. Escuchar su voz después de tanto tiempo... había sido un duro golpe para su estado anímico. Y sus hermanos lo notaron al instante porque su humor cambió también al igual que el suyo.

—¡A cenar! —intervino Konan con entusiasmo— Todos al comedor. Vamos, vamos.

De pronto ya no le apetecía tanto estar allí.

Itachi se dio cuenta y por primera vez esperó que su hermana tuviera el suficiente autocontrol, aunque dudaba mucho que eso fuera posible porque la prudencia no era una de sus cualidades.

Sasuke se sentó en la cabecera de la mesa rectangular y su mujer en el otro extremo, aunque él hubiese preferido que se situara a su lado como lo hacía siempre. Itsuki a su izquierda y Daiki a su derecha mientras que el resto de sus hijos se acomodaron donde se les dio la gana.

Himawari había arrastrado a Sarada entre ella y su hermano Boruto, algo que la llenó de tensión más que antes por lo que acababa de suceder minutos atrás.

Kawaki estaba frente a ellos entre Shouta y Shinki, pero aunque quisiera evitarlo su mirada se desviaba de vez en cuando a la pelinegra disimuladamente. Él había dicho que no le importaba dejársela a su hermano en bandeja de plata, pero sintió cierto desazón al verlos besarse en la terraza.

Porque sí, les había visto, y ahora no podía quitarse esa imagen de la cabeza. En especial ahora que estaban sentados el uno junto al otro.

—Después de esto necesitamos ir de juerga. —dice Mitsuki llamando la atención de los más jóvenes— Necesito liberar algo de tensión, ya saben.

—Eso es asqueroso. —dijo Namida haciendo una mueca— Mínimo muestra algo de delicadeza.

—¿Qué? Somos adultos. —responde como si nada— Todos aquí follamos, ¿no?

Ryōgi se removió incómodo, no era agradable pensar en Kaede haciendo ese tipo de... cosas. No era tan malditamente celopata como los Uchiha con Sarada, pero seguía sin gustarle la idea de su hermana saliendo con cualquiera que pudiera lastimarla.

—A mí también me hace falta un polvo. —sacude la mano Shouta— Hace casi una semana que no tengo nada de nada.

Kawaki reparó de nueva cuenta en la pelinegra y la vio entretenida picando la comida con su tenedor, ni siquiera estaba prestando atención a la conversación. ¿Qué la tenía tan distraída?

—La última chica con la que me acosté estaba como un tren. —presumió Ryoichi— Un poco antipática, pero sabía lo que hacía.

—Una vez estuve con una acróbata... —le siguió Shouta creando expectación— Ella sí que era elástica.

No supo si fue el enojo que estaba sintiendo en esos momentos o simplemente quería herirla, pero cualquiera que fueran sus razones le impulsaron a hablar.

—Supongo que son mejores que las bailarinas. —declaró él sin perderse la reacción de la Uchiha— Al menos la que me tocó era frígida y se avergonzaba de sus pies.

—¿Sus pies eran feos? —pregunta Shikadai alzando una ceja extrañado.

—Puede.

Mentira tras mentira. Sarada era lo opuesto a alguien frígido, ella era puro fuego y lujuria. Y lo de sus pies... bueno, lo dijo porque quería herir su orgullo.

Por un momento casi pudo ver una grieta en su armadura. Era consciente de que estaba comportándose como un hijo de puta, pero no le importó, sólo quería desquitarse.

Pero... ¿desquitarse de qué? Ella no había hecho nada que no hubiesen acordado. El trato era olvidar lo que pasó y fingir que nunca existió nada entre ambos.

Supuso que le molestó el que se lo tomara al pie de la letra cuando él no pudiera sacársela de la cabeza.

Su imaginación le estaba jugando malas pasadas porque por un momento creyó ver sus ojos aguarse, pero al segundo siguiente no había nada más que desinterés.

—Sarada. —llamó Kaede— ¿No hay ningún chico con el que pasas el rato? Tus hermanos no pueden oírte ahora. Anda, suéltalo.

—No. —se encoge de hombros— No hay nadie que valga la pena mencionar.

Ella ni siquiera lo estaba viendo. Su mente estaba en otro sitio y no supo qué le molestó más, el que no mostrara interés absoluto en nada o que acababa de decir que no valía la pena mencionar lo bien follada que la dejó.

Por su parte, Sarada estaba a minutos de levantarse de la mesa e irse. No sólo por el comentario malintencionado de Kawaki, porque sí, le había lastimado que usara su propia inseguridad para herirla. Pero lo que de verdad le estaba haciendo querer salir de allí eran sus recuerdos.

(...)

«

Nueve años atrás.

—Hay algo que tengo que decirles. —exclama el hombre llamando su atención.

Sus sobrinos le miraron desde el suelo alfombrado donde se habían acomodado con cojines y mantas para ver películas en el vestíbulo mientras su hermano y su esposa le observaron desde el otro sofá.

Después de cenar y abrir los obsequios decidieron ver una película todos juntos a pesar de las quejas del Capo Siciliano.

—Voy a dejar el tratamiento. —soltó de golpe— Creo que... ha llegado la hora.

Sasuke irguió la espalda y Sakura abrió los ojos por la sorpresa.

—¿Te mejorarás, tío? —pregunta Daisuke con inocencia— ¿Por eso dejarás de ir al doctor?

La mirada en él les hizo entender que ese no era el motivo por el que lo dejaría.

—No, campeón. —sacudió la cabeza— Lo siento.

—¿Qué quieres decir? —interviene su hermano menor con el ceño fruncido— ¿Vas a rendirte?

—Estoy cansado, Sasuke. —soltó un suspiro tembloroso— Ya no tengo energía. Mis órganos están demasiado dañados y en algún momento voy a colapsar.

Todo se quedó en silencio por varios segundos.

—Sabías que esto pasaría. —continuó diciendo— No hay cura, sólo estuve posponiendo mi muerte.

—¿Te vas a morir? —exclama Daisuke horrorizado— ¿Nos vas a dejar?

—Es que estoy muy enfermo. —explicó con cautela— Y no hay una cura. No me gustaría dejarlos, tú y tus hermanos son lo que más quiero en la vida.

Sus tres sobrinos mayores no dijeron ni una palabra y sus rostros afligidos fueron suficiente para romperle el corazón. En cambio, su pequeña Sarada tenía el ceño fruncido y tuvo que reconocer que de todos era la que más le preocupaba porque la mitad de su vida sólo se trató de ellos dos contra el mundo.

Ella era consciente de que cada vez estaba más enfermo, de que su condición ya no era la misma ni mejorando su calidad de vida con las medicinas. Se había ido deteriorando con el pasar del tiempo. Sarada fue testigo de todo, pero la noticia le tomó desprevenida.

—No sé cuánto tiempo me queda. —dijo mirando a cada uno de ellos— Pero no quiero que mi muerte sea una excusa para no ser menos que exitosos.

—No quiero que te mueras. —dijo el pequeño Itachi con su mirada dispar aguada por las lágrimas.

—Verlos crecer es lo mejor que me pudo pasar. —le sonrió el mayor— Serás un estupendo piloto y ganarás cada carrera que se te presente.

El niño de casi catorce años se adelantó a abrazarlo y se quedaron así un buen rato hasta que se hizo a un lado para que los gemelos se acercaran.

—Ambos tomaron la decisión de seguir el mismo camino de sus padres. —tocó los hombros de los dos con cada mano— Sé que serán excelentes. Todo lo que hacen lo es y no tengo duda de que serán mejor que ellos llegado el momento.

—¿Lo crees de verdad? —pregunta Daiki.

—Sin duda. —les sonríe— Tienen la inteligencia de su madre y el temple de su padre. Pero hay algo que quiero que recuerden.

—¿Qué? —le mira Itsuki con curiosidad.

—Que la familia siempre va antes que los negocios. —les apunta con el dedo— Cuídense el uno al otro y también a sus hermanos.

Los gemelos asintieron con solemnidad, turnándose para abrazarle de la misma manera que lo hizo su otro hermano.

—Daisuke, ven aquí. —lo sentó sobre su regazo— Es una pena que no pueda estar aquí para verte ser un chico rebelde.

—¿Rebelde?

—Sí. —le guiña el ojo— Tú serás el encargado de sacarle canas verdes a tus padres. ¿Puedo encomendarte esa misión?

El pelirrosa le miró con inseguridad.

—Vale. —asiente finalmente.

Daisuke soltó una sarta de preguntas que Itachi respondió con paciencia y los minutos transcurrieron hasta que al levantar la mirada se encontró con la silueta de su sobrina dándole la espalda.

Sakura entendió lo que iba a hacer y le sacó a Daisuke de su regazo para permitirle que fuera con ella.

—Lobita. —llamó con suavidad.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —recrimina con los ojos enrojecidos— ¿Por qué no me dijiste que te ibas a dar por vencido?

Estaba siendo egoísta. Sabía que su tío estaba sufriendo, pero no quería que la dejara. No lograba visualizar los días sin él, sin los waffles para el desayuno las mañanas de domingo, los viernes de maratón de películas o los sábados de hacer la colada entre risas.

La casa en la que vivían ya de por si era demasiado grande para ellos. ¿Cómo se sentiría sin él? No. Se negaba a vivir una vida sin su tío Itachi.

—Sé que has notado el deterioro en mi salud los últimos meses, pero te niegas a aceptarlo.

Sí, había visto los pañuelos cubiertos de sangre que usaba en medio de sus ataques de tos y de varios detalles que evidenciaban su desmejora.

—¿Qué se supone que va a pasar? —frunce el ceño— ¿Tendré que observar como te marchitas?

Él se quedó en silencio.

—Porque eso es lo que va a pasar. Sabes que no voy a dejarte. —siguió diciendo— Enfrentaremos el final y no hay manera de que me convenzas de lo contrario.

—En realidad... planeaba irme y morir solo en algún sitio. —deja caer los hombros— Supongo que eso es mejor.

Estaba bromeando, ella lo sabía.

—Pero ahora estoy aquí. Con ustedes. —acarició su frente con los dedos— Y quiero que pasemos nuestra última navidad feliz.

»

(...)

—¿Sucede algo? —pregunta Boruto en voz baja— Conozco esa mirada.

—Estoy bien. —contesta escuetamente— Creo que me iré a dormir.

Para ese entonces su padre ya se había levantado de la mesa y se despidió con un simple «me voy a dormir» tan pronto terminó de cenar. Supuso que tampoco estaba de humor para celebraciones.

—¿Por qué tan temprano?

—Si continúo más tiempo aquí pueden terminar las cosas mal. —se excusó dándole un trago a su copa de vino.

—No creo que...

—¡Es hora de abrir los regalos! —escuchó decir a Himawari con entusiasmo.

Hubo un montón de lo mismo, suéteres, bolsos, zapatos, relojes, corbatas, camisas, vestidos, billeteras. No hubo ni un poco de imaginación.

A ella ni siquiera le dio tiempo de envolver sus obsequios, así que la mayoría venían en las bolsas de tienda.

Ino sacó una mascada de tonalidades azules del interior y le dedicó una mirada sorprendida.

—No esperaba un regalo tuyo, Sarada. —admitió con los ojos bien abiertos— Es muy bonita.

—Himawari la eligió. —contesta con sequedad— Yo no me habría tomado el tiempo de escogerte algo.

Todos en la mesa se quedaron en silencio. Eso había sido directo y sin anestesia.

—Oh. Gracias de todos modos.

¿Qué más podría decir?

Daiki de verdad esperó que alguien hiciera algo para acabar con la tensión que se formó en el comedor, pero contra todo pronóstico Shouta dejó caer la palma abierta sobre la mesa llamando la atención de su prima que le miró con aburrimiento.

—¿Cuál es tu maldito problema? —recriminó el ojiazul con el ceño fruncido.

—El mismo de siempre. —dice Sarada encogiéndose de hombros.

—Ya pasaron quince años. ¡Supéralo!

Más tensión.

—Es irónico que me digas eso cuando lo que sucedió te dejó esa cicatriz en la cara, Frankenstein. —la esquina de su boca se curveó— Mi mamá la perdonó, pero no pueden obligarme a hacer lo mismo.

—Sarada, basta. —pidió su madre en tono serio.

—A esto me refería cuando le dije a Sasuke que su manera de criarla estaba mal. —habló Ino mirando a su amiga— La dejó hacer lo que quiera y se ha convertido en alguien caprichosa e inmadura.

La pelinegra arqueó una de sus cejas mirándola con burla.

—Oh, ¿quieres hablar de inmadurez? —se jacta la Uchiha— ¿De verdad quieres ir por ese camino?

—Es suficiente, hija. —volvió a pedir Sakura.

—No, déjala que continúe, así acabamos con esto de una vez. —la encaró la rubia— ¿Qué vas a saber tú si sólo tienes veinte años? No sabes nada de la vida.

—¿Ahora quieres hablar de logros? —le señala con pereza con la mano que sostenía su copa de vino— ¿Qué vas a saber tú si el único logro de tu vida ha sido casarte con mi tío y darle hijos?

—Estás yendo demasiado lejos. —le advirtió Shouta— Y todo por alguien que ya no está.

Sakura golpeó la mesa con ambas manos y de nuevo hubo silencio, pero Sarada no perdió de vista la mirada acuosa de la rubia.

—¿Quieres que diga lo que pienso? Bien. —pone una sonrisa de medio lado— Ojalá hubieras sido tú. Al menos él tenía algo que ofrecerle al mundo, tú lo único que das es pena.

—Basta. —intervino Itsuki con la mirada clavada en su hermana— Creo que has dicho suficiente, Sarada.

La joven ni se inmutó, simplemente se encogió de hombros y mantuvo su semblante estoico. Kawaki apenas podía creer la magnitud de aquella discusión y que ella permaneciera de lo más calmada.

¿Qué mierda acababa de pasar?

—Me pidieron que dijera lo que pensaba y lo hice. —se toma lo que queda de vino de un trago y se pone de pie— No pueden satanizarme por eso. Y si lo hacen no me importa de todos modos, nunca me ha interesado su opinión.

Esa era una faceta que no conocía de la fastidiosa princesita Uchiha. Usaba las palabras como dagas y le importaba una mierda si había daños colaterales. Eso lejos de hacerle tener un mal concepto de ella, sólo consiguió excitarlo.

—Feliz navidad a todos. —dijo en tono sarcástico y se dio la vuelta para salir del comedor.

Y también era una pequeña hija de puta. Pero eso tampoco le disgustó porque demostraba que tenía los cojones bien puestos. Algo que no debía sorprenderle conociendo a sus hermanos mayores.

Los adultos se levantaron de la mesa uno a uno hasta que sólo quedaron los más jóvenes. Boruto no sabía si debería ir detrás de su mejor amiga, pero Itachi se dio cuenta de su disyuntiva y sacudió la cabeza como negativa.

—Déjala. —pidió él en voz baja— No está molesta, sólo necesita espacio, las fechas siguen afectándola.

—No es una excusa para hacer sentir mal a las personas. —le dice Shouta a su primo— Sarada nunca mide lo que dice. Abre la boca sin importarle a quién le hace daño. Tiene que dejar de ser tan cruel y engreída.

—Nadie limita a Sarada. —menciona Daiki con simpleza— Ya deberías saberlo, y el que sea así no es como que nos importe.

—Sigue sin ser correcto.

—¿Tienes más quejas? Entonces te sugiero que se las digas a alguien al que le interese. —contesta Itsuki poniéndose de pie— Ah, y es la última vez que te escucho levantarle la voz a mi hermana.

Por un momento Shouta abrió la boca para replicar, pero se detuvo en cuanto su primo mayor alzó la palma abierta y le señaló con un dedo.

—Lo estoy dejando pasar porque es una discusión familiar. —le hizo saber— Pero sabes bien que ofensas hacia mi hermana es algo que no permito ni dejo impunes.

Esa era la lealtad ciega en su máximo esplendor y pronto el jefe de la Yakuza recordó las palabras de Sarada sobre el significado de su tatuaje.

«Somos como una manada. Con todo lo que eso conlleva.»

«Ellos matarían por mí, y yo mataría por ellos.»

Tal vez... hablaba más en serio de lo que pensó en aquel primer momento.

Cuando todos los Uchiha se retiraron de la mesa hubo un nuevo silencio que se le antojó incómodo. Todos se miraban el uno al otro, pero el que parecía tener todas las respuestas era el que menos parecía querer hablar.

—Todavía estás a tiempo de buscar una esposa menos... complicada. —comentó Shikadai hacia su mejor amigo— Y no me mal entiendas, quiero a Sarada, pero todo a su alrededor es... problemático.

—¿Por quién estaban peleando? —pregunta Shinki y el pelinegro a su lado agradeció que finalmente alguien hacía la pregunta que él no se iba a rebajar a hacer.

—Por Kakashi. —responde Mitsuki— El abuelo de Sarada.

—Creí que su abuelo se llamaba Arkady y vivía en San Petersburgo. —dice Namida con una ceja alzada.

Shikadai sacudió la cabeza.

—Era el mentor de la tía Sakura, pero prácticamente la crió, así que ella lo consideraba su padre y ellos como su abuelo. —explica el Nara— Según tengo entendido murió hace quince años en un atentado contra los Uchiha.

—Eso no explica porqué Sarada culpa a la tía Ino. —comenta Himawari consternada— ¿Qué sucedió, hermano?

Todos miraron a Boruto y él se puso más serio que antes.

—Tu estabas ahí, pero no lo recuerdas porque eras más pequeña. —suspira el rubio— Estábamos refugiándonos de la mafia rumana en una cabaña de Bali, se suponía que no debíamos tener contacto con la familia y la tía Ino hizo una llamada que reveló nuestra posición.

Estaba concentrado en sus pensamientos y los demás aguardaron en silencio para que continuara.

—Recuerdo la persecución, un tiroteo en la carretera, luego huimos por el bosque... —frunce el ceño— El tío Sasuke se quedó atrás para cuidar nuestras espaldas y por unas horas creímos que murió... tía Sakura nos escondió en la casa de una amiga suya, pero volvieron a encontrarnos.

—¿Shouta consiguió su cicatriz ese día? —pregunta Ryoichi inclinándose hacia adelante.

—Sí. Se le ocurrió salir a explorar la parte trasera de la casa y el enemigo nos encontró. Le lanzaron un cuchillo. —continúa diciendo— El abuelo de Sarada apareció para salvarnos y murió protegiendo a Itachi.

Las piezas del rompecabezas iban encajando poco a poco y con cada nuevo dato descubierto Kawaki comprendió algunas de las cosas que Sarada le dijo anteriormente.

«Mi infancia estuvo llena de cosas que no eran aptas para un niño.»

Y joder, tenía razón, a pesar de que él creció con un padre violento jamás estuvo en medio de persecuciones o situaciones peligrosas de ese tipo hasta el día que murieron sus padres.

¿Qué tantas cosas había detrás de la personalidad engreída de esa mujer?

(...)

No le sorprendió encontrarse a su padre sentado en la salita que había en el balcón de su habitación. Tenía un libro en las manos y su ropa de dormir puesta conformada por un pantalón cómodo y una camisa de manga larga. Ambas prendas de un sobrio color gris.

Él la sintió acercarse en cuanto atravesó la puerta y le miró de reojo sin bajar el libro frente a él.

—Creí oír gritos. —alza una ceja— ¿Has sido tú?

—Yo no necesitó gritar para generar caos.

Sasuke sonrió de medio lado y no se atrevió a contradecirla porque sabía que tenía toda la razón.

—¿Qué has hecho esta vez?

—¿Y por qué siempre piensas que soy yo la responsable? —dice enfurruñada sentándose en el brazo del sofá.

—Porque eres mi hija, y los Uchiha siempre somos el centro de atención. —dice como si fuera obvio— Y también porque heredaste de tu madre la tendencia de estar siempre en el ojo del huracán.

Ella frunció los labios indignada, pero tampoco hizo nada por negar dicha afirmación.

—Quiero irme. —susurró en voz baja— No puedo seguir aquí.

—Lo sé.

No necesitaban tener una conversación larga y tediosa. La conexión padre e hija era lo suficientemente fuerte para comprenderse sin tantas palabras.

—Le dije a tu madre que nada bueno iba a salir de esta reunión.

—He decidido que me voy.

Su padre compartía su sentir, pero el amor por su madre era más grande que cualquier otra cosa y la apoyaría en cualquier decisión por más estúpida que fuese porque su lugar era donde ella estuviera.

—Me preguntaba cuánto tardarías en venir a decírmelo. —resopla Sasuke— Y por eso envié tu regalo de navidad a Londres.

—¿Qué?

—Tu madre creyó que era un error porque aguantarías hasta Año Nuevo, pero creo que gané la apuesta.

—Iré a casa cuando termine la temporada. —prometió— Y tendrás que llevarme por un helado, papá cabezota.

Sasuke sonrió con nostalgia e intentó fingir que los recuerdos de años atrás en los que su pequeña hija se esmeraba por hacerle la vida imposible no le hacían feliz.

—El avión está disponible para llevarte cuando estés lista. —le hizo saber— Supongo que no querrás esperar a irte por la mañana.

Ella sacudió la cabeza y se puso de pie. Quería irse lo antes posible, empacar le tomaría menos de una hora porque no trajo la gran cosa.

—Despídeme de mamá. —pone los ojos en blanco— Seguro debe estar consolando a la tía Ino e intentando convencerla de que no quise hacerla sentir mal y que mi pésimo comportamiento se debe a la predisposición de expresar mi propio dolor hiriendo a las personas.

—¿Y no es así?

—Puede, pero también quería hacerla sentir mal. —fue su turno de sonreír de medio lado.

Sasuke reprimió una carcajada y le guiñó un ojo antes de verla salir de la habitación.

Esa es mi chica, pensó.