—¿Ese es el nuevo compañero de Sarada? —escuchó la vocecita de Namida hablando con su hermana— Es muy guapo.

Boruto alzó una de sus cejas rubias y miró con curiosidad sobre el hombro de su prima. Kawaki disimuló su curiosidad mejor que él, pero aún así no pudo evitar mirar de soslayo.

Era una fotografía tipo selfie. El sujeto la había captado distraída mientras caminaba a su lado con el borde del vaso de café rozando sus labios y la nariz enrojecida por el frío. Deslizó hacia un lado y en la siguiente fotografía ella miraba directo a la cámara y sonreía ligeramente.

Estaba preciosa. Llevaba unos joggers negros holgados, un top corto a juego y un abrigo largo. No mostraba mucha piel, pero aún así había algo en ella que la hacía lucir sensual. Himawari siempre recalcaba que era un icono de la moda, toda una fashionista.

—Parece que se llevan bien. —sonrió la Uzumaki alzando ambas cejas— ¿Será que se gustan?

Daiki apareció de un momento a otro junto con Ryōgi y éste último sonrió al escuchar sobre lo que hablaban.

—Pues mis hombres me han informado que no se han separado desde que Sarada llegó a Londres. —comenta el pelinaranja— Tal vez hay algo más que compañerismo.

Daiki frunció el ceño arrebatándole el móvil a la Uzumaki para mirar mejor la fotografía.

—Mi hermana no se fijaría en un enclenque como ese. —masculla con el ceño fruncido— No me aguantaría ni un golpe.

—¿De quién hablan? —pregunta Itsuki uniéndose a la conversación.

—De nuestra hermanita. —pone los ojos en blanco— Que al parecer quiere quedarse sin otra pareja de baile.

—Déjala en paz. —resopla el primogénito— Itachi me ha llamado esta mañana. Está con ella ahora y pide expresamente que te mantengas alejado de éste nuevo chico, al parecer le hace bien a Sarada convivir con gente normal.

—Pero ella no es normal.

—Nada de accidentes que involucren autos o asaltos fuera del teatro. —advirtió palmeando su hombro— Si ella necesita normalidad, es lo que tendrá.

Daiki resopló.

—Como sea. —masculla— De cualquier modo es demasiado pronto para tenerlo en la mira después de lo que le pasó al último.

—Pues yo creo que hacen buena pareja. —comenta Himawari empujando a Daiki para que le devolviera su móvil— No me sorprendería si lo lleva a Italia después de terminar la temporada.

—A la casa no entra. —dijo Itsuki frunciendo el ceño, provocando una sonrisa en su gemelo.

—¿No era que necesitaba normalidad? —se burla Daiki.

—Dije normalidad, no un novio.

Kaede puso los ojos en blanco detrás de su hermano y lo hizo a un lado para dejarse caer en el sofá junto a la castaña y la ojiazul.

—Está bien que Sarada quiera disfrutar su juventud. —dice la pelimorada alzando una ceja y señala a los gemelos Uchiha— Tiene veinte años, no sean hipócritas al querer privarla de lo que ustedes bien que gozaron.

Nadie dijo nada ante aquello, pero tampoco fueron conscientes de que alguien ya se estaba escabullendo por el pasillo hacia su habitación. El único en darse cuenta fue Boruto, que tan hastiado como estaba por el rumbo que estaba tomando la conversación, se percató de la salida de su hermano.

—¿Dónde vas? —pregunta el rubio alcanzándolo antes de entrar en su habitación.

—No voy a quedarme aquí más tiempo. Tengo cosas que hacer. —respondió con sequedad— Despídeme de mamá y papá.

—¿Tiene algo que ver con... ya sabes? —frunce el ceño— Deberías hablarlo con papá primero.

—Soy el líder ahora, yo tomo las decisiones.

—Aún así, no es justo para ti.

—A mí me da igual, nada va a cambiar de cualquier manera.

Boruto no estaba de acuerdo, pero prefirió guardarse sus comentarios porque conocía a su hermano lo suficiente para saber que ignoraría su opinión.

Lo que de verdad quería Kawaki era salir de allí de una buena vez. Era irritante el que en los últimos dos días había regresado al maldito prostíbulo con la intención de sacarse de encima el bloqueo sexual que estaba teniendo, pero el resultado fue el mismo. Para correrse tuvo que recurrir a sus recuerdos.

Y decir que estaba frustrado era el eufemismo del siglo.

Pero ya se las cobraría.

(...)

Les tomó varias tardes de ensayos encontrar la manera de compaginar en el escenario, pero para ello tuvieron que convivir la mayor parte del tiempo. Almorzaban juntos, comían juntos.

El hecho de que Hōki se amoldara a la exigencia de Sarada ayudó mucho y no descansaron hasta que pudiera seguirle el paso.

En algún otro momento eso le habría parecido un fastidio, pero había descubierto que la convivencia con el castaño era soportable. No le hacía preguntas incómodas y no esperaba amabilidad excesiva de su parte.

Itachi pasó ese tiempo con ella en Londres y la mayor parte del día cuando no la estaba viendo ensayar se mantuvieron encerrados en su casa debido a la ola de reporteros que se aparcaron en la otra acera a la espera de algo que pudiera ser una nota jugosa.

Al final ella lo echó de su casa porque no tenía la tranquilidad que acostumbraba. Adoraba a su hermano, pero su vida era igual o más caótica que la suya.

—¿Y... dónde pasarás Año Nuevo? —pregunta el castaño después de que dieron por terminado el último ensayo antes de la presentación que tenían esa noche— ¿Llevarás a tu hermano a la celebración?

El Royal Opera House no tardaba en abrir sus puertas para el público y ellos ya deberían estar alistándose.

—Itachi se fue por la mañana a Singapur. —menciona con aburrimiento— Tiene que prepararse para su próxima carrera.

Se detuvieron en el pasillo, cada uno frente a la puerta de su camerino.

—Nunca pensé que fuera tan amable. Se ve tan serio en las entrevistas... —balbucea el castaño caminando junto a ella— Se parece a ti en eso.

—¿A mí?

—Cuando conoces a la persona detrás de la fama resulta ser más de lo que demuestra. —la mira a los ojos— Tu también eres reconocida en el mundo artístico, Sarada, tu hermano no es la única estrella de tu familia.

La pelinegra no respondió. ¿Hōki creía que se sentía mal por el éxito de su hermano? ¿Que se sentía opacada por él o algo por el estilo? Pff.

—Itachi es el mejor de los Uchiha, de eso no tengo duda. —se ríe por lo bajo— Él hace lo que le gusta y es el mejor en ello, en cambio, yo hago esto porque no quiero hacer la otra cosa en la que soy la mejor.

—¿De qué hablas?

—Yo me entiendo. —sacude la cabeza— ¿Llevarás a tus amigos a la celebración?

—Sí, se quedarán después de la presentación.

Ella asintió sin querer extender mucho la platica y se despidió rápidamente antes de entrar. Al ser la prima bailarina tenía el camerino mas grande, su propio tocador y un biombo que cubría del suelo al techo donde podía cambiarse de vestuario.

A los pocos minutos entró su maquillista, una chica bajita con la que nunca cruzó más de diez palabras. Era toda una profesional, le tomó poco menos de una hora maquillarla y hacerle un peinado semirecogido con un lazo blanco en la parte trasera donde las tiras caían sobre las ondas oscuras. El maquillaje era sencillo y la hacía lucir como la jovencita inocente que claramente no era.

El vestuario complementaba su aspecto virginal. Era completamente blanco, de seda y en el corset llevaba pedrería fina en el escote redondo. Hizo todo su ritual, vendajes, punteras, medias, zapatillas.

Y al final, apenas pudo reconocerse en el espejo. Se veía... como la mismísima representación de la castidad.

Hōki tragó saliva al verla aparecer detrás del escenario. Al ser el estreno era la primera vez que la veía con el vestuario completo y la caracterización. Era... no tenía palabras para describir lo que era.

—¿Listos? —preguntó el director con seriedad— Tu entrada es en dos minutos, Sarada.

Sus compañeros ya llevaban avanzado el primer acto, los bailarines se deslizaron a lo largo del escenario con gracia y el público parecía demostrar interés.

El fantasma de la Ópera había comenzado.

(...)

—¡Es tu culpa que vayamos tan tarde! —gritó la chica con el ceño fruncido— ¡Corre! No quiero perderme ni un minuto de la primera presentación de Hōki como personaje principal.

Pero Renga no la estaba escuchando porque a unos pocos metros de ellos, justo en la entrada del teatro, apareció un auto que casi lo hizo caer de rodillas. Era de un brillante y llamativo rojo.

—Un Ferrari 275 GTB de 1964. —balbuceó deteniéndose en su lugar— Pellízcame porque creo que estoy soñando.

—¡No seas ridículo y camina! —lo empuja Hako— Ya vamos tarde.

Pero ella también se detuvo abruptamente al igual que varias personas que pasaban por el lugar al ver bajar a un hombre igual o más impresionante que el vehículo.

Su altura era imponente y su atractivo físico no pasaba desapercibido por ninguna mujer, incluso Hako no podía dejar de mirarlo, era casi hipnótico lo guapo que es.

Llevaba puesto un traje elegante que se amoldaba a su atlético cuerpo con una camisa oscura que tenía los primeros dos botones desabrochados. El hombre del valet parking casi se tropieza con sus propios pies al recibir las llaves del auto y se alejó con una sonrisa enorme. No todos los días se tiene el placer de conducir una maravilla como esa aunque fueran dos manzanas.

Renga notó que su amiga también se había quedado absorta ante tal escena y fue el que actuó tirando de su brazo para seguir su camino dentro. El hombre también entró, pero a los pocos metros de haber atravesado las puertas un sujeto apareció frente a él, parecía haberlo estado esperando.

—Su palco está por aquí, señor. —exclamó el tipo señalando un camino diferente al que tomaron ellos y él lo siguió sin mediar palabra.

Hako soltó un suspiro de alivio cuando estuvieron en sus asientos y se dieron cuenta de que la función recién comenzaba.

—¿Quién crees que sea ese hombre? —preguntó con curiosidad— Parecía ser importante.

—La ciudad está llena de ricachones, Hako. —comenta Renga— Su auto debe costar lo que vale el complejo entero de departamentos donde vivimos.

—No seas exagerado.

—No miento. —se ríe por lo bajo— Es un clásico, debe valer al menos cuatro millones de dólares.

A Hako se le quedó atorada la respiración. ¿Cuatro millones de dólares en un auto? Era absurdo. Debía ser asquerosamente rico si podía costear algo así.

En ese momento las luces del escenario se apagaron y el reflector apuntó al centro de la tarima donde de un momento a otro apareció la joven pelinegra.

—¡Ahí está Sarada! —sonrió la joven— ¡Se ve bellísima!

La suave melodía de fondo subió de volumen gradualmente y la mujer sobre el escenario se movió con una delicadeza y gracilidad que parecía estar caminando sobre nubes. Verla bailar era hipnotizante, tanto que el teatro entero se quedó en silencio embelesado por su actuación.

Su belleza etérea y la suavidad de sus movimientos le daban el aspecto de una criatura fuera de este mundo.

No hubo diálogos, pero aún así fue fascinante. O al menos eso fue lo que el estallido de aplausos del público al finalizar dio a entender.

Sarada hizo lo que mejor sabía hacer. Cautivar con su encantadora presencia, y al igual que siempre, se despidió sin hacer una reverencia.

(...)

—¡Estuviste asombrosa! —exclamó Hōki levantándola en brazos y dando vueltas con ella en el aire.

Sarada puso los ojos en blanco al ver las miradas de sorpresa de sus compañeros al observar la familiaridad con la que el castaño la trataba.

Para ellos era raro que entablaran una amistad debido a que era algo que nunca había hecho antes. La Uchiha nunca se relacionaba de más con sus compañeros de trabajo, muy apenas saludaba al resto del elenco.

—¿Es verdad que irás a la fiesta? —pregunta una de las bailarinas— No creí... que Hōki te convencería.

—No tenía otros planes.

—Claro... —sonrió la chica— Nos vemos allí, supongo.

Sarada no contestó, en cambio se vio rodeada por un montón de personas que no dejaban de obsequiarle ramos de flores y elogios. El castaño se ofreció a ayudarla cuando eran demasiados para que pudiera llevarlos.

Entraron juntos al camerino y no fue sorpresa encontrarse con un montón de arreglos más en el suelo y en el tocador.

—¿Siempre es así? —cuestiona él, asombrado por la cantidad de flores de todo tipo.

—Sí.

Sin embargo, hubo algo que llamó su atención sobre el tocador. Era una sola flor.

Una camelia roja.

El corazón le comenzó a latir tan fuerte que se preguntó si Hōki podría escucharlo. No podía... no podía ser él, ¿verdad?

Pero su teoría se confirmó al ver la pequeña nota que había debajo.

«Gran artista como era, descubrió que, sencillamente, aquella dulce y suave criatura había llevado aquella noche al escenario de la Opera algo más que su arte, es decir, su corazón.»

No había firmado al final, pero tampoco dudaba de que era él. Escribió una frase de El fantasma de la Ópera, al igual que hizo ella cuando dejó el regalo de navidad en su armario.

Pero... ¿Qué demonios? No podía estar aquí, ¿verdad? No se atrevería a viajar hasta allí después de cómo terminaron las cosas. O eso pensaba.

—¿Un admirador misterioso? —sonríe Hōki mirando sobre su hombro.

—No lo sé, me mandan muchas flores todo el tiempo.

Pero nunca sus favoritas, pensó.

—Lo tendré en cuenta. —se ríe por lo bajo— Anda, cámbiate, voy por los chicos y nos iremos todos juntos.

De pronto ya no tenía muchas ganas de ir a la dichosa celebración, pero tampoco le apetecía quedarse encerrada en su casa pensando en la jugarreta de Kawaki.

Porque seguro lo había hecho para molestarla.

¿Qué demonios le ocurría? Esto no formaba parte del trato. Le seguía pareciendo absurdo que le enviara una flor desde otro maldito continente sólo para fastidiarla.

Aún así... por alguna razón no podía botarla o donarla como el resto. Guardó la nota en su bolso y se cambió lo más rápido que pudo, menos mal el maquillaje que traía puesto no estaba tan cargado y era neutro, así se ahorraba el tener que rehacerlo.

Se soltó la cabellera oscura e intentó peinarla lo mejor que pudo, pero las ondas seguían allí después de quitar las horquillas.

Se colocó unas botas altas negras, un vestido de cuello halter ajustado del mismo color y que dejaba su espalda al descubierto. Sabía que haría frío, fuera estaba nevando, pero en algunas ocasiones el sacrificio vale la pena. Se veía espectacular.

Complementó su atuendo con accesorios y cambió su labial por uno carmín. Y además, volvió a colocarse el brazalete que Boruto le regaló en navidad en la mano izquierda. Lo usaba todo el tiempo.

Minutos después tocaron a la puerta de su camerino y escuchó la voz cantarina de Hako del otro lado. Supuso que no tenía otra opción que soportar su excesiva alegría el resto de la velada.

No le caía mal, era amable y entusiasta, pero no estaba acostumbrada a tratar con personas tan alegres a excepción de Himawari y Kaede. Aunque Chōchō también entraba en esa categoría.

Abrió la puerta con resignación y salió del camerino con la flor roja en su mano. El castaño la miró con una ceja alzada, pero no mencionó nada al respecto.

—Estuviste sensacional, Sarada. —halagó Hako colgándose de su brazo a pesar de que la pelinegra le miraba como si le hubiesen salido dos cabezas.

Acababa de conocerla hace cuatro días, ¿Por qué se tomaba ese tipo de libertades que ni siquiera le permitía a sus amigas en ocasiones?

Soltó un suspiro y dejó que la chica la arrastrara al estacionamiento exclusivo para los miembros del elenco donde se encontró con varios más de sus compañeros que no dudaron en mostrar su sorpresa al verla integrarse a la celebración.

Se metió en el Rolls-Royce antes de arrepentirse de ir con ellos y quedarse en su casa a ver un maratón de películas.

Coloca con cuidado la camelia en el tablero del auto y no dejó de mirarla hasta que Hōki tocó suavemente su brazo para hacerle saber que todos estaban dentro y a la espera para irse.

Condujo detrás de un viejo sedán de alguno de sus compañeros de elenco, pero todo el camino hasta el lugar donde se llevaría a cabo la celebración le fue imposible no pensar en ese imbécil que seguía atormentándola incluso estando del otro lado del mundo.

Estaba enojada. No. Furiosa. Se suponía que después de lo que tuvieron no volverían a cruzarse en los caminos del otro y él estaba incumpliendo su parte del trato.

Ya de por si era difícil no recordar la manera en que se derritió en sus brazos y le dio el placer que no creyó sentir nunca.

Estúpido Kawaki.

—¿Estás bien? —pregunta Hōki nada más llegar al edificio.

La fiesta privada sería en un rooftop en el centro de la ciudad con las mejores vistas de Londres. No había paredes, sólo ventanales enormes que daban la ilusión de estar flotando en el aire. Las calles estaban nevadas y en el exterior se sentía un frío de los mil demonios, pero el interior del lugar era cálido, no sabía si por la calefacción o porque estaba abarrotado de personas.

Se situaron en una de las mesas altas cerca de la barra y los dos hombres se ofrecieron a traer una ronda de tragos para los cuatro.

—Sarada... —susurró la joven peliazul junto a ella— Sé que no tenemos mucho tiempo de conocernos y que probablemente esté fuera de lugar que te pregunte esto, pero... ¿tienes novio?

La Uchiha arqueó una de sus cejas oscuras.

—No me gustan las chicas.

—¡No lo digo por mí! —chilla avergonzada— Es sólo que...

Hako se mordió el labio y su voz murió antes de terminar lo que iba a decir. Estaba preguntando por Hōki. Su mejor amigo parecía estar comenzando a tener sentimientos más profundos por la pelinegra y no quería que saliera lastimado.

—No tengo novio. —responde tajante— Nunca he tenido uno.

—¿Por qué? —pregunta esta vez con curiosidad.

—Tengo un padre y cuatro hermanos celopatas. ¿Necesitas más explicaciones?

La peliazul iba a decir algo más, pero los chicos aparecieron en el último momento y no le quedó de otra que cerrar la boca. Hōki deslizó uno de los tragos frente a la pelinegra.

—¿Gin-tonic? —sonrió el castaño— Pedí que te pusieran frutos rojos.

—Gracias. —contesta ella con suavidad— Aunque el ginebra es engañoso.

—Pocos de estos y terminaré sacándote de aquí en brazos, preciosa. —se ríe Renga— Así que tómalo con calma.

Sarada puso los ojos en blanco, pero asintió antes de darle el primer trago a su copa.

Había luces azules neones en el lugar y la música estaba en un volumen adecuado para poder escuchar lo que se decían por encima de todo el ruido.

—Me dijiste que tenías cuatro hermanos. —comienza a decir Hako— ¿A qué se dedican?

—Itsuki, el mayor de mis hermanos está a cargo de la cadena de casinos e hipódromos de mi familia. Él vive en Italia. —contesta con tranquilidad— Daiki, su gemelo, está en Rusia y maneja los negocios de mi familia materna. Yo vivía con él cuando seguía en la compañía de Ballet del Bolshoi de Moscú

—Eso es... increíble, supongo. —dice Renga fingiendo no estar impresionado por lo que estaba oyendo.

—A Itachi ya lo conocen, no necesito decir lo que hace. —sonríe al recordar a su hermano— Y Daisuke sólo tiene quince años, pero muestra preferencias por los viñedos y la producción de vino.

Las chicas de la mesa de al lado, bailarinas también, cuchicheaban entre ellas mirando un punto en específico mientras soltaban risitas coquetas.

Y no eran las únicas, Hako notó que otras dos mujeres que caminaban cerca de ellos hacían lo mismo, así que dirigió la mirada hacia el sitio al que observaban y se encontró con el mismo sujeto que vieron afuera del teatro.

—Mira. —golpeó a Renga con el codo— Ahí está el tipo que es dueño del auto por el que casi te meas en los pantalones.

Estaba a escasos cinco metros sentado en un sofá alargado dándole la espalda al ventanal mientras sostenía su trago en la mano izquierda y el brazo derecho recostado en el respaldo.

Hako no podía sacarle la mirada de encima, ahora comprendía la razón por la que todas las mujeres tonteaban a su alrededor con la intención de llamar su atención. Era el hombre más guapo que había visto en su vida.

—¿Por qué nos está mirando? —traga saliva al darse cuenta de que sus ojos estaban clavados en su mesa.

Renga siguió el camino de su mirada y se tensó.

—No creo que nos esté viendo a nosotros. —contesta el chico— Creo que la está viendo a ella.

Señaló con discreción a Sarada al otro lado de la mesa. Ella se veía distraída agitando el contenido de su copa con la pajilla, pero hablaba tranquilamente con Hōki y le sonreía de vez en cuando por alguna tontería que el castaño decía a propósito para hacerla reír.

Es decir, no les sorprendía que tuviera su vista fija en ella, Sarada era el tipo de mujer que no pasaba desapercibida nunca. Su belleza resaltaba aún en ese lugar abarrotado de gente, y si hablaban de manera estricta, ése sujeto no era el único que seguía cada movimiento de ella.

Sin embargo, ese hombre era diferente al resto porque su mirada desprendía enojo.

En algún punto el ojiazul deslizó la mano sobre el respaldo de la silla de la pelinegra, pero la Uchiha no mencionó nada al respecto porque se hallaba perdida en sus pensamientos.

—Tienes... eh... —balbucea Hōki levantando su mano hacia su mentón y limpió con su pulgar una mancha de labial que se había corrido en la comisura de su boca— Listo. Vuelves a estar perfecta.

Sarada parpadeó con incredulidad ante su acción y reprimió el impulso de alejarse de él. Tanta cercanía le incomodaba, usualmente no dejaba que los hombres invadieran a ese grado su espacio personal si no eran de su entera confianza.

Hōki era un gran chico, pero lo conocía hace días.

—¿Qué demonios? —chilló Hako por lo bajo— ¿Por qué viene hacia aquí?

Renga volvió a pegarle en el costado para que guardara silencio porque el sujeto estaba atravesado el salón y caminaba en su dirección con el ceño fruncido y su imponente altura abriéndose paso entre el mar de personas.

Ahora que lo tenían de cerca, Hako comprobó que era todavía más atractivo, sus ojos grises y rasgos varoniles la dejaron sin aliento al igual que su altura, debía medir cerca de los dos metros. Las chicas de al lado pensaban lo mismo por la manera en la que una de ellas intentaba abanicarse con la mano.

Por alguna razón Sarada sintió un escalofrío que le hizo quedarse inmóvil en su sitio, pero no pasaron desapercibidas las miradas sobre su persona. O mejor dicho, sobre alguien a sus espaldas.

—¿Se le ofrece algo? —preguntó Hōki con amabilidad.

Él le ignoró.

—¿No vas a presentarme, bambi?

Sarada juró que su corazón podría salirse de su pecho en ese momento y el nerviosismo se disparó en todo su sistema impidiéndole reaccionar.

Pero de un momento a otro todo tipo de sentimiento fue sustituido por la furia. Se dio la vuelta para enfrentarlo bajo la atenta mirada de los tres jóvenes en la misma mesa y sus compañeras bailarinas a pocos metros.

—¿Qué mierda haces aquí? —dijo con incredulidad.

¿Así que estaba enojada? Pues él lo estaba al doble.

—Vámonos de este lugar y con todo gusto te lo explico. —le dedicó una mirada afilada y sin el menor reparo empujó la mano de Hōki del respaldo de su asiento.

—No voy contigo a ningún lado. —se puso de pie— Lárgate de aquí.

—Tus rabietas no funcionan conmigo, nena, eso déjalo para tus hermanos. —ladeó el rostro— Ahora salgamos y hablemos en otro lugar.

—¿Hablar? —se ríe ella— Tú y yo no tenemos nada de qué hablar.

—No voy a decir nada delante de desconocidos. —miró de reojo a sus acompañantes— Te llevo a tu casa.

Se acercó a ella lo suficiente para que sus torsos casi se rozaran y aprovechó para verla de cerca de nueva cuenta después de varios días sin tenerla así.

Joder. ¿Nunca se veía menos hermosa? Toda ella se veía espectacular. El vestido se amoldaba a su cuerpo y el escote en su espalda lo estaba volviendo loco. Quería tocarla. Necesitaba hacerlo.

Ella se cruza de brazos y a él le tomó todo su autocontrol no voltear a ver esas tetas preciosas que tanto le gustaban. Finalmente se agachó para acercarse a su oído.

—Te espero junto al elevador. —advirtió— No creo que quieras hacer una escena y obligarme a sacarte en brazos como la última vez.

No estaba bromeando y ella lo sabía. Pero... ¿Cómo demonios se atrevía a amenazarla?

Él pasó por su lado hacia la salida, deslizando la yema de sus dedos por la parte baja de su espalda a propósito y provocando que reprimiera un suspiro.

Y eso era lo peor. Que aún cuando quería destrozarle la garganta y arrancarle los ojos, también le apetecía tomar su rostro y besarlo.

—Tengo que irme, lo siento. —se disculpa ella colgándose su bolso.

—¿Lo conoces? —pregunta Hako boqueando por la impresión.

—Algo así.

No iba a dar más explicaciones, simplemente se despidió con un gesto de mano y caminó hacia la salida donde él la estaba esperando.

Los tres amigos vieron la manera en la que el hombre de ojos grises colocaba la mano en la espalda baja de la chica con cierta familiaridad que un simple conocido no habría hecho y la guió al interior del ascensor que abría sus puertas en ese momento.

Una vez que estuvieron solos dentro del reducido espacio de paredes metálicas Sarada se volvió hacia él con los brazos cruzados.

—¿Qué demonios haces aquí? —frunce el ceño— ¿No deberías estar en Aspen con los demás?

Él no contestó y eso la hizo enfurecer más que antes. Las puertas del ascensor se abrieron en el estacionamiento subterráneo y Kawaki la guió hasta su auto.

—Traje el mío.

—Lo sé. —le arrebata el bolso aprovechando su distracción y saca las llaves de uno de los compartimentos— Uno de mis hombres se lo llevará.

Sarada abrió y cerró la boca ante su última acción. Se estaba comportando como un estúpido cavernícola y ella como una idiota incapaz de reaccionar. De ser otra persona su rostro ya estaría estampado en el suelo, pero... la cercanía de ese hombre le nublaba el juicio y eso era algo que no podía permitirse.

—Súbete. —señaló la puerta abierta de copiloto con la cabeza.

—No.

—¿Por qué todo tiene que ser tan malditamente difícil contigo?

—Y yo no entiendo qué sigues haciendo delante de mí si eso es lo que de verdad piensas. —dice indignada— Estaba perfectamente bien con mis amigos allá arriba.

¿Desde cuándo eran sus amigos? Ni puta idea. Lo dijo por el calor del momento, pero en realidad no podía decir que le desagradaran del todo.

—Ya, claro. —pone los ojos en blanco— Estabas de lo más cómoda con ese imbécil manoseándote.

La Uchiha se congeló en su sitio. ¿Esto era una escena de celos? No, seguro sólo era su orgullo herido.

Decidió contar mentalmente hasta diez antes de contestar. Otra cosa que al parecer sólo él causaba, porque normalmente en medio de las discusiones ella era la que se mantenía serena e insensible a los insultos, pero Kawaki la sacaba de sus cabales.

—Súbete. —repitió— No me obligues a meterte yo mismo.

Lo que merecía era un guantazo por su patanería. Nadie la trataba así, siempre era ella la que disponía de las personas.

—Sabes que puedo asesinarte sin dejar rastros, ¿verdad?

—Sí. —la encaró reduciendo la distancia de sus rostros— Y esa es otra maldita cosa que quiero que me expliques. ¿Por qué no me dijiste que fuiste tú la que impidió que me mataran hace años?

De acuerdo, eso no se lo esperaba. No estaba acostumbrada a que le exigiesen explicaciones. Ella hacía y decía lo que se le daba la gana y nadie se atrevía a contradecirla además de sus hermanos. O su padre, aunque él la mayoría del tiempo cedía a sus peticiones.

Así que contra todo pronóstico se dio la vuelta y se metió en el auto rojo de él con los brazos cruzados.

Kawaki se pellizcó el puente de la nariz con irritación y finalmente se subió detrás del volante con el ceño fruncido.

—¿Por qué te fuiste sin despedirte? —pregunta sin mirarla— Hinawari se decepcionó cuando no te vio por la mañana.

—¿Himawari o tú?

—No tienes tanta suerte. —puso los ojos en blanco.

—¿Entonces qué haces aquí?

—Tengo negocios que atender.

No era del todo mentira, sí había tenido una reunión antes de la función, pero esa no era la razón principal de su viaje.

—Supongamos que es cierto. —se cruza de brazos— ¿Y qué haces siguiéndome?

—Necesito explicaciones.

—Cosa que no voy a darte porque significa hablar de cosas que no quiero hablar con nadie. —aclara con una sonrisa fingida— ¿Podemos acabar con esto ya?

—No.

—Como quieras. —deja caer los hombros— Si te gusta perder el tiempo es problema tuyo.

Se recostó en el respaldo del asiento y no volvió a hablar en todo el camino a su casa. Ni siquiera preguntó cómo es que supo dónde vivía porque tampoco quería saber la respuesta. Así eran los jefes de familia, conseguían lo que querían cuando lo querían. Sólo faltaba recordar como fue su padre o ver a sus hermanos en la actualidad.

Abrió el portón con el control remoto que guardaba en su bolso y tan pronto como se estacionó frente a la entrada se bajó del auto sin esperarle. No podía juzgarla por su mal carácter, él tenía la culpa en primer lugar por aparecerse de manera inesperada exigiendo explicaciones que no pensaba darle.

No le gustaba hablar sobre ese día. Aquella masacre dejó una marca en ella imposible de borrar incluso después de quince años. Y también fue el motivo de que cualquier resquicio de inocencia que le quedaba desapareciera con sólo tener siete años.

Entró a su casa quitándose las botas altas y caminó descalza hasta la cocina para servirse un vaso con agua que casi terminó de un trago y al regresar al vestíbulo se encontró con Kawaki en medio de la sala de estar observando con curiosidad las fotografías de la mesita de centro.

Lo que le terminó de fastidiar era que se detuviera más tiempo del necesario en la imagen de ella con su tío.

—¿Quién es? —pregunta alzando una ceja— Nunca lo he visto en algún evento familiar.

—No lo has visto porque está muerto. —le arrebató el portarretratos y lo dejó en su lugar.

Kawaki la tomó del brazo y tiró de ella para acercarla a su cuerpo. La pelinegra frunció el ceño e intentó liberarse de su agarre sin éxito.

—¿Qué es lo que quieres? —sacude la cabeza— No creo que hayas venido hasta aquí para preguntarme algo de lo que ya pasaron quince años.

Él se quedó callado, detallando cada milímetro de su rostro intentando buscar algún defecto que disminuyera el deseo que sentía por ella. Pero no encontró nada. Y ese fue el detonante de la furia que lo llevó a tomar su rostro con brusquedad y estampar sus labios contra los suyos en un beso demandante que les robó el aliento a ambos.

Sarada estuvo a punto de dejarse llevar, pero aún quedaba algo de cordura en ella, así que terminó por empujarle con todas sus fuerzas y propinarle una bofetada que resonó en la habitación.

—¿No era que soy muy frígida? —frunce el ceño— ¿Por qué no te buscas a una chica que te dé lo que necesites?

—¿Esa fue la razón por la que te marchaste al día siguiente? —arquea una ceja— ¿Te afectó tanto lo que dije?

—¿Piensas que me marché por ti? —se ríe ella— Ni siquiera figurabas dentro de mi lista de motivos para irme de allí.

¿Lucha de egos? Por supuesto. Ni siquiera debían estar en la misma habitación, pero para su mala suerte existía una tensión sexual que los atraía como un par de imanes a pesar de que juntos eran como una bomba de tiempo.

—Me cogiste bien, de hecho mi primera vez lejos de ser una pesadilla ha sido fantástica, he de admitir. —se miró las uñas con desinterés— Somos compatibles en la cama, eso también es verdad, pero si piensas que puedes influir en mí lo suficiente para hacerme huir de un lugar estás muy equivocado.

Su espalda se enderezó y la mirada oscura brillaba de diversión.

—Aunque sí que has sido un idiota. —se encoge de hombros— Casi me haces arrepentirme de darte mi virginidad. Tal vez debí guardarla para Boruto, yo que sé, al menos él no me habría insultado después.

Kawaki frunció el ceño. ¿Acababa de decir que hubiese preferido follarse a su hermano?

—Creo que él me habría tomado con amor. —se puso de puntillas para estar más cerca de su rostro— Lo habría hecho especial.

Él se tensó, pero aún cuando la ira burbujeaba en su interior, la excitación se hizo presente también.

—Y tal vez habría dicho que me ama al terminar dentro de mí.

Ella deslizó sus manos por su pecho con sensualidad.

—¿Te arrepientes de que el primero no hubiese sido mi hermano?

—Dije casi. —susurró contra sus labios— Porque entre más le doy vueltas, sólo puedo pensar en ti estirando mis espacios vírgenes.

—Eres la persona con menos filtro entre el cerebro y la boca que he conocido en mi vida.

Maldita sea, esa mujer iba a matarlo. Era un peligro constante para su cordura porque su sinceridad brutal era desconcertante y al mismo tiempo refrescante.

Sarada sonrió.

—¿Vas a follarme ahora o te harás el interesante por más rato? —echa la cabeza hacia atrás para mirarle mejor— Deja de fingir que has venido para hablar.

Kawaki le devolvió la sonrisa, levantando su cuerpo con un sólo brazo y ella enrolló sus piernas desnudas alrededor de su cintura.

Entonces volvió a besarla y le supo a gloria. Joder. Sus labios eran fantásticos. Toda ella era alucinante.

Ella le abrió la camisa de golpe y los botones salieron disparados por todos lados mientras que él le sacó el vestido negro por la cabeza de un tirón y lo lanzó lejos de su vista. Caminó con ella hacia las escaleras de la casa sin despegar sus labios de los suyos y ni siquiera supo cómo consiguió llegar al segundo piso sin tropezarse.

—Habitación del fondo. —dijo ella contra sus labios.

Sabía que lo que estaba haciendo iba en contra de lo que se propuso en primer lugar. Se suponía que no volvería a ceder al deseo que sentía por ese hombre, pero apenas lo tuvo en frente algo se desconectó en su cerebro. Era como si sus neuronas dejasen de funcionar.

Kawaki la dejó sobre la cama, echándose hacia atrás un momento para contemplar su cuerpo desnudo encima de las sábanas blancas.

Era... no había un calificativo que pudiera describir la belleza de Sarada Uchiha.

Entonces ella se mordió el labio inferior, sintiendo su piel ardiendo bajo su mirada e hizo lo que sólo una descarada habría hecho. Abrió las piernas para él dejando a la vista su pequeño coño.

Ahora fue el turno de él de tragar saliva.

No supo qué fue lo que impulsó a Sarada a deslizar las manos por su cuerpo, pero cuando menos lo pensó sus dedos estaban a centímetros de su entrepierna. La respiración se le agitó al tocar sus pliegues con las yemas de los dedos y sus piernas temblaron.

La idea de tocarse ella misma mientras él la observaba era más excitante de lo que creyó. Y parecía que Kawaki también lo estaba disfrutando porque se quitó el resto de sus prendas sin dejar de mirar el punto donde sus piernas se unían y se acarició la polla con movimientos lentos.

Se estaba masturbando con su imagen de labios entreabiertos, respiración agitada y coño chorreante.

Ella gimió al introducirse dos dedos en su hendidura y no se perdió la reacción del hombre frente a ella que aceleró el vaivén de su mano.

—¿Quieres prenderte de aquí? —habló con voz suave relamiéndose los labios.

—Quiero. Y lo voy a hacer. —la miró a los ojos— Voy a cogerte tanto que no podrás levantarte de la cama mañana.

Una sonrisa tiró de la esquina de su boca y usó sus dedos para abrir los pliegues de su coño en una invitación.

Joder. ¿En qué momento se había convertido en ese demonio sexual al que no podía resistirse? Ni siquiera necesitó hacer mucho para ponerlo duro. Su polla estaba completamente erecta desde que la vio en el rooftop con ese vestido negro que se amoldaba a sus curvas.

Y juró que la escena frente a sus ojos podría hacerlo correrse sin necesidad de tocarla.

Su mano se enredó alrededor de su tobillo y tiró de ella al borde de la cama aprovechando su agarre para abrirle más las piernas. Sarada le mira desde abajo con los labios entreabiertos, arqueando su espalda cuando su miembro rozó sutilmente sus pliegues.

—Eres jodidamente hermosa. —murmura él con el ceño fruncido.

Y eso le molestaba, porque maldita sea, que fuera la mujer más preciosa que hubiese visto no ayudaba a la obsesión que estaba adquiriendo por estar cerca de ella.

Alineó su erección en su entrada y empujó todo el camino hasta la empuñadura. Ella se retorció al sentirse completamente llena y sus manos se aferraron a las sábanas.

—Mierda, casi olvido lo apretada que estás. —gruñe el pelinegro— Tu coño me está estrangulando la polla.

Estar dentro de ella era una exquisitez. Era tan bueno que podría correrse sin moverse ni un centímetro, pero necesitaba más de ella. Quería oírla gemir su nombre. Descubrió que oír su voz llamándolo era otra de las cosas a las que no podía resistirse.

—Kawaki... —jadea con la voz enronquecida por la lujuria.

Él se inclinó contra ella colocando sus piernas sobre sus hombros y empujó más fuerte que antes, más profundo. Sarada se aferró a sus brazos en un intento de resistir sus embates, pero todo su cuerpo parecía derretirse bajo su toque.

Estaba siendo brusco, implacable. Sus embestidas eran rápidas y duras, como si realmente quisiera romperla.

—Voy a llenarte de mí. —dijo contra sus labios— Necesito ver tu coño chorreante de mi semen.

Una de sus manos rodeó su garganta y la otra se escabulló entre sus cuerpos para estimular su clítoris con el pulgar. Sarada ya ni siquiera podía pensar con claridad.

—Por favor... —gimió ella sintiendo que su final estaba cerca— Kawaki... más...

Eso terminó por volverlo loco. Estrelló sus labios contra los suyos y la devoró como si su boca fuera el aire que necesitaba para seguir viviendo.

—Nadie más va a tocarte. —bramó nublado por el deseo— Nadie. Nunca.

Los sonidos lascivos de sus pieles chocando y las respiraciones agitadas eran lo único que podía oírse dentro de la habitación.

—¡Joder! —gritó ella cuando la explosión en su cuerpo arrasó con todos sus sentidos hasta el punto de dejarla casi inconsciente.

Fue el orgasmo más crudo que había tenido. Y Kawaki seguía embistiéndola alargando la ola de sensaciones que bien podrían partirla en miles de pedazos.

Un par de estocadas después, él escondió el rostro en su cuello y se corrió en su interior con un gruñido bajo que la hizo suspirar. Sentir esa calidez alrededor de sus paredes vaginales era... más placentero de lo que alguna vez admitiría.

Entonces, para su sorpresa, luces de colores estallaron en el cielo detrás del ventanal de la habitación y Sarada se rió por lo bajo.

—Feliz año nuevo. —dijo mirándole a los ojos— Admite que viniste aquí para iniciar con buen pie.

Kawaki puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír. Era la primera vez que le veía hacerlo sin fingir o sin tener ningún tipo de intención escondida. Estaba sonriendo para ella. Sólo eso.

—Creí que no eras cursi. —alza una ceja, rodando con ella hasta dejarla sobre él con el mentón apoyándose en su pecho— Rayando en lo sensiblero.

—Y yo creí que no le enviabas flores a las chicas.

—Sólo envié una. —chasquea la lengua— No cuenta siquiera como un ramo.

Sarada resopló, pero no quiso debatir al respecto. Aprendió que a Kawaki no se le puede presionar mucho. El primer paso era que admitiera haber sido él y acababa de confesarlo,.

—¿Qué es lo que haces aquí? —preguntó levantándose un poco para mirarle— Sin mentir. Yo no miento, espero lo mismo.

—Lo de la reunión de negocios no era mentira. —contesta él— No me sorprendió que se llevara a cabo en un territorio neutral, pero ha sido pura coincidencia que fuera precisamente aquí.

—¿Coincidencia?

—Sí, porque yo ya estaba camino a Londres. —frunció el ceño— No preguntes porqué. Ni yo lo sé.

Se fijó en sus ojos oscuros que brillaban con curiosidad y se dijo que no deberían estar haciendo esto. No deberían recostarse después del sexo y hablar como si fueran una pareja de verdad, porque no lo eran, nunca lo serían.

—¿Entonces? —se levanta un poco para mirarle— ¿Cruzaste el mundo sólo por sexo? Vaya, debo haber dejado muy buena impresión.

—Cállate.

¿Es que nunca cerraba la boca? Joder. Le exasperaba al mismo nivel que lo excitaba. Eso no debería ser posible.

—¿Eso nos convierte en amigos sexuales?

—No somos amigos. —aclara él de inmediato— Somos dos adultos que tienen sexo, es todo.

Ella asintió al escucharlo, cosa que lo sorprendió porque esperaba que la chica iniciara una nueva discusión. Algo que creyó era su especialidad.

—Vale. —contesta ella afirmando con la cabeza— Entonces las preguntas no tienen cabida en esto. Ni yo te pregunto sobre tu infancia, ni tú me preguntas de la mía.

—¿Eso qué tiene que ver?

—Que esas cosas las reservo para mis amigos. —sonríe con descaro, alzándose un poco para besarle los labios— Lo siento, no entras en esa categoría.

—¿Y Boruto sí?

—Él no hace preguntas porque sabe todo. Al menos la mayor parte. —se encoge de hombros— Y no porque se lo haya contado, sino porque nos conocemos desde antes de nacer.

Kawaki por poco había olvidado que ellos sólo se llevaban pocos días de diferencia y sus madres eran las mejores amigas que compartían todo, hasta un embarazo. Por supuesto que se conocían antes de nacer.

—No me digas que estás celoso. —se burla ella— ¿De tu hermano?

—No me gusta estar a ciegas. Punto. —contradice— Y contigo es así todo el tiempo.

—Y eso te frustra porque sueles controlar todo y eres de los que necesita conocer la historia para tener el panorama completo. —sacude la cabeza con diversión— Sí, tienes la personalidad que se necesita para liderar una organización, no para conquistar chicas.

Que lo leyera de manera tan precisa lo molestó porque todo lo que dijo era verdad. Lo que empeoraba el hecho de que él no pudiera hacer lo mismo con ella.

—¿Quién dijo que intento conquistarte?

Sarada puso los ojos en blanco.

—Sí, sí, sólo quieres sexo. —sacude la mano— Hasta para eso debes tener tu encanto.

—Funcionó contigo. —alza una de sus cejas oscuras.

—Ya, pero... nunca fui buena tomando decisiones acertadas. —se ríe por lo bajo— Nado contra la corriente, guapo, tal vez eso me atrajo a ti.

—No entiendo.

—Nunca hago lo que se espera de mí. —responde con desinterés— No me gusta que intenten influir sobre mí, así tenga que hacer lo opuesto de lo que esperan.

Sarada era un espécimen raro. Único, podría decirse. ¿Qué joven en su sano juicio decide vivir lejos de su familia como una chica normal cuando su familia podía ofrecerle el mundo entero si lo pidiese?

Conocía muchas chicas que permanecían en casa, gastando el dinero de sus padres en cosas innecesarias y pasando la mayor parte de sus días saliendo de juerga con amigas. Al menos eso era lo que creyó que era Sarada antes de volver a reencontrarse.

Siempre fue mimada e irritante desde que tenía uso de memoria por lo que no le hubiese sorprendido que esa personalidad se mantuviese así o empeorara con la adolescencia.

Pero se había equivocado. Sí, seguía siendo mimada e irritante, pero tenía muchas otras facetas que le causaban curiosidad aún en contra de su voluntad.

—Entonces... si tu hermano promete tu mano en matrimonio, ¿aceptarías? —cuestiona disfrazando su interés con un semblante estoico.

—No lo sé. —vuelve a encogerse de hombros— Si es guapo puedo pensármelo.

Él bufó hastiado.

—No seas amargado. —le golpea el hombro— Lo digo en serio, no lo sé, tendría que ver lo que está en juego.

—¿Algo como un cese de guerra?

—Entonces tal vez lo haría. —contesta con tranquilidad— Me ahorraría la parte del noviazgo y me salto a las mieles dulces del matrimonio.

—Nunca sé cuando hablas en serio. —frunce el ceño con molestia— ¿Por qué tienes que ser tan...

—¿Tan guapa? —sonríe ella— ¿Inteligente? ¿Una diosa sexual?

—¿Diosa sexual?

—Sí. —le guiña el ojo— No tienes que fingir que no te encanta follarme. Tú sólo te delatas.

Se removió un poco sobre él únicamente para confirmar que su polla estaba dura de nuevo y restregándose contra su trasero. Estaba listo para un nuevo asalto.

—¿Te gustaría que me encargara de esto? —sonríe alcanzándolo con la mano.

—Sí.

Comenzó con movimientos suaves arriba y abajo sacándole un jadeo masculino.

—¿Qué es lo que quieres?

—Quiero tu boca. —gruñó— Chúpame la polla.

Sarada sonríe con cierta picardía y se acomodó entre sus piernas para darle lo que quería. Era un imbécil, pero había viajado hasta Londres a buscarla, se merecía un premio.

Cuando su cálida lengua dio el primer lametón, Kawaki pudo jurar que podría correrse en ese mismo instante viéndola a los ojos.

¿Qué tenía Sarada Uchiha que podía llevarlo al borde del abismo con una sola mirada?

Joder, no lo entendía, y a esas alturas ya no sabe si quiere averiguarlo.