Todavía no salía el sol cuando sus ojos se abrieron. Parpadeó ligeramente somnolienta y miró el reloj sobre la mesita de noche para darse cuenta de que apenas eran las cuatro de la mañana, sólo había dormido un par de horas.
Y sin embargo, se hallaba sola en la cama. El lado de Kawaki estaba vacío y frío, señal de que hacía tiempo que se fue.
Un sonido distorsionado proveniente de la sala de estar llamó su atención y se levantó un tanto confundida. ¿Era música? Parecía una pieza de piano.
Enrolló su cuerpo con la sábana blanca para cubrir su desnudez y salió de la habitación, procurando no hacer ningún tipo de ruido al caminar por el pasillo.
La imagen de Kawaki sentado frente al pianoforte con un semblante afligido mientras sus dedos se movían magistralmente sobre las teclas del piano en una melodía nostálgica se quedaría grabada a fuego en su mente.
Reconoció los acordes de Gymnopédie no. 1 de Satie y sonrió con los labios apretados al verlo tan concentrado en lo que estaba haciendo que no la notó bajo el umbral del vestíbulo.
Él vestía únicamente un pantalón de pijama permitiendo que la luz de la luna que entraba por el ventanal bañara su torso desnudo. Se veía como un ángel oscuro y triste.
Su puño se apretó alrededor de la sábana que la envolvía hasta el suelo y sus pies descalzos avanzaron los escasos metros que la separaban de él en cuanto escuchó las últimas notas de la melodía.
—¿No podías dormir? —pregunta en un suave susurro que le hizo levantar el rostro de golpe.
Él la ignoró y en su lugar le dedicó una mirada dura.
—Regresa a la cama, Sarada.
La manera en la que dijo su nombre causó cierta inquietud en ella y se quedó inmóvil en su sitio sin dejar de verlo.
—Desperté y no estabas. —explica mordiéndose el labio inferior— ¿Ocurre algo?
—No tengo sueño.
Afuera aún se podía ver la oscuridad de la madrugada y podía sentir el descenso de la temperatura en el ambiente aunque sabía que no era posible porque la calefacción yacía encendida al igual que la fogata cerca de ellos.
—Me voy a Japón tan pronto como aterricemos en Londres. —soltó sin mirarla— Alguien te llevará a tu casa desde la pista, no debes preocuparte por eso.
Ella parpadeó confundida y retrocedió un paso al comprender el trasfondo de aquellas palabras.
—Esto debe terminar. —su tono tan frío como un témpano de hielo— No volveremos a cruzar la línea como lo hicimos anoche.
—¿De qué hablas?
—Sabes a lo que me refiero. —dijo con dureza— Eso no va conmigo, nunca seré esa persona que sostenga la mano de alguien en el hospital y ofrezca consuelo.
—Pero lo hiciste.
—¡Exacto! —exclama con molestia— No debería haberlo hecho y no lo volveré a hacer.
Antes de los alocados sucesos de horas atrás había decidido decirle lo que sentía. Alena la había convencido de confesar sus sentimientos y arriesgarse a un futuro incierto. Podía ganar todo, o perderlo todo.
—Ambos sabemos que esto ya no se trata sólo de folladas casuales, Kawaki.
—¿Eso crees? —sonríe con cinismo— ¿Entonces de qué se trata?
Ella se abrazó a sí misma en busca de todo el valor que se requería para pronunciar las siguientes palabras, sentía que podría ahogarse si no se lo decía.
—Estoy enamorad...
—No te atrevas a terminar esa oración. —la interrumpe en un rugido que tronó en el silencio del lugar— No hay un tú y yo, nunca lo habrá, no te hagas falsas ilusiones.
De pronto ella se quedó sin aire en sus pulmones, como si le hubiesen sacado la respiración con un golpe certero en la boca del estómago.
—¿Y cómo le explico a mi corazón que no debo quererte? —su voz sonó débil, quebrada— ¿Cómo me obligo a no sentir nada cuando estoy sintiendo de todo?
—Calla. —levanta la mano para silenciarla, cosa que consigue— No sigas con esto, no vas a joderme.
Sarada retrocedió un par de pasos más cuando él se puso de pie y se acercó a ella refregándose el cabello con una mano, lleno de frustración.
—Te dije que no confundieras las cosas, compórtate como la adulta que se supone que eres y cumple con tu parte del trato. —espeta sin ningún tipo de tacto— Esto siempre se trató de sexo. No hay nada más aquí, eso fue lo que acordamos.
—No te creo.
—Escucha, sí, me gustas. —sacude la cabeza— Pero no voy por allí enamorándome de las chicas con las que follo. De ser así les habría propuesto matrimonio a las tres prostitutas que me cogí antes de ir a Londres a buscarte.
Un nudo insoportable se formó en la garganta de la pelinegra al igual que un enorme agujero se abrió en la en su pecho, como un hoyo negro que se tragaba toda su vitalidad dejándola debilitada. ¿Él... se había acostado con tres mujeres antes de...
—¿Qué pensabas? ¿Que ibas a ser la única? —alza ambas cejas con incredulidad— Nunca hubo una cláusula que exigiera exclusividad.
—¿Te acostaste con otra horas antes de venir y hacerlo conmigo?
Él no respondió, pero no hubo necesidad de que lo hiciera porque Sarada interpretó su silencio como afirmación.
—¿De verdad lo nuestro nunca significó nada para ti? —sus labios se apretaron en una fina línea— Entiendo que al principio fuera así, pero... ¿ni siquiera ahora después de todo?
—No busco una relación, mucho menos contigo. —declaró mirándola a los ojos— ¿Crees que si quisiera una novia mi primera opción sería la chica que mi hermano quiere?
Sus palabras iban reduciéndola de a poco, tanto que ni siquiera ella podía reconocerse a sí misma. ¿Dónde había quedado la Sarada imbatible que saltaba ante la menor provocación? ¿Dónde estaba su ferocidad?
En el suelo, a un lado de su dignidad, ella le había dado el poder de destruirla y lo estaba haciendo, pero no podía culparlo. ¿Cómo iba a hacerlo si él se lo advirtió desde el principio? Se culpaba a ella misma por ser tan estúpida como para bajar la guardia.
—No intentes hacerme quedar como el villano del cuento. —frunce el ceño— Ambos acordamos esto y lo sabes.
Ella se mordió el interior de la mejilla tan fuerte que percibió el sabor metálico de la sangre en su boca. Ahí estaba, de nuevo él tenía razón, los dos acordaron mantener una relación estrictamente sexual.
Pero ella se involucró de más. Nadie era culpable, nadie más que ella misma.
—Tienes razón. —dijo en un hilo de voz con labios temblorosos— La que se equivocó fui yo.
Se dio la vuelta para dirigirse a la habitación, pero antes se detuvo bajo el umbral del vestíbulo para mirarlo sobre su hombro y ofrecerle, una pequeña, pero forzada sonrisa.
—Dormiré un rato antes de irnos. —le hizo saber— Ve con Maxim a firmar el contrato, cuando regreses estaré lista para partir.
No esperó su respuesta, simplemente se fue de allí antes de que viera las lágrimas que retenía en sus ojos y que se desbordaron en cuanto se encerró en la habitación.
Se hizo un ovillo en la cama y escondió la cabeza debajo de la almohada mientras dejaba que el llanto fluyera. ¿Así se sentía un corazón roto? Era como si tuviera un agujero en el centro de su pecho y le impidiera respirar.
Prefería una anafilaxis, ya estaba acostumbrada y sabía que una dosis de epinefrina era el tratamiento más eficaz. Pero... ¿qué podía componer un corazón roto? Exacto, nada.
No supo cuánto tiempo había pasado desde que se deshizo en sollozos silenciosos bajo las sábanas, pero concluyó que habían sido algunas horas porque la débil luz del sol entraba por el ventanal iluminando su cuerpo en medio del colchón.
Entonces oyó el ruido de la puerta principal cerrarse y supuso que Kawaki se había ido finalmente para reunirse con Maxim.
Decidió entonces que era momento de levantarse para empacar las pocas cosas que había traído para el viaje, la mayoría ropa que él le compró antes de venir. Aunque primero debía darse una ducha rápida.
Al pararse frente al espejo le espantó su aspecto desaliñado. Tenía el rostro hinchado y los ojos irritados por tanto llorar, también sus labios estaban resecos y la nariz enrojecida. Era un desastre de niveles catastróficos.
Se metió debajo de la regadera en un intento de que el agua se llevara su dolor, pero no funcionó tampoco. Y en medio de aquella nube de pensamientos amargos tomó otra decisión más impulsiva.
Se colgó su bolso sobre el hombro con los pocos artículos personales que había traído ella y buscó un trozo de papel para escribir una sencilla nota que dejó en la mesita central del vestíbulo. Después salió de la suite, deteniendo a una mujer del personal de limpieza al mismo tiempo que presionaba el botón del ascensor.
—¿Puede hacerme un favor? Si ve al huésped de la suite, dígale que estoy bien y que decidí marcharme por mi cuenta. —pidió con una sonrisa de labios apretados antes de entrar.
No iba a esperar a que él regresara, no tenía el valor de verlo a los ojos. Acababa de rechazarla, al menos debía entender que necesitaba tiempo para poder volver a mirarlo a la cara.
Las puertas metálicas se cerraron finalmente y apoyó la espalda contra la pared del ascensor detrás de ella. Entonces los recuerdos acudieron a su mente e intentó por todos los medios mantenerse calmada, pero no logró retener un par de lágrimas que se derramaron por sus mejillas y que se limpió de inmediato con el dorso de su mano.
—¿Cómo pudiste ser tan estúpida, Sarada Uchiha? —se dijo a sí misma con el ceño fruncido.
Lo único que quería en esos momentos era meterse dejando de las sábanas en su propia cama y no salir de allí hasta que el dolor se detuviera.
Debía verse patética. Era una chica llorando sola en un maldito elevador.
Y para su mala suerte las puertas metálicas volvieron a abrirse dos pisos más abajo y se encontró a la última persona que hubiese esperado ver.
—No parece estar teniendo un buen día, señorita bragas de encaje. —exclamó el hombre rubio situándose a su lado— Espero que se encuentre bien después de lo de anoche.
—Estoy bien, no es que sea de su incumbencia de todos modos.
—Oh, pero lo es. —asiente educadamente ofreciéndole un pañuelo que sacó del interior de su saco— No es que me sea indiferente ver a una chica bonita llorando. ¿No debería estar descansando?
Sarada no podía sentirse más avergonzada y aceptó el pañuelo para limpiarse la humedad debajo de sus ojos. ¿Acaso podía esto ser más humillante?
—Me siento bien.
—¿Es así? —enarca una de sus cejas— Te llevaron en ambulancia hace unas horas, ¿cómo permite tu novio que estés de pie tan pronto?
—Sólo fue una reacción alérgica, me dieron el alta rápido. —frunce los labios— Y no es que te importe tampoco, pero no es mi novio.
—Oh. —se mete las manos en los bolsillos de su pantalón— ¿Y por eso huyes de él?
—No estoy huyendo. —replica con fastidio— ¿No tienes otra cosa que hacer además de molestar chicas en el elevador?
—No. —se encoge de hombros— El torneo terminó, hemos ganado, así que me estoy yendo de aquí en media hora.
—Pues somos dos.
La chica se cruzó de brazos dispuesta a quedarse en silencio el resto del viaje en el ascensor, pero entonces él se giró lo suficiente para verla de frente y no sólo de reojo como antes.
—¿Quieres que compartamos vuelo? —pregunta restándole importancia, como si estuviese proponiendo algo de lo más casual.
—¿Cómo quieres que compartamos vuelo si ni siquiera sabes a dónde voy? —gruñe hastiada— Es absurdo.
—El avión es mío, vuela a donde yo ordeno. —vuelve a encogerse de hombros— Así que, ¿adónde debería pedir que sea el próximo destino?
—Sabes que tus intentos de flirteo no están funcionando, ¿verdad?
—Pero no estoy intentando flirtear. —sonríe— Soy encantador por naturaleza.
—Ya. —pone los ojos en blanco— ¿A dónde se supone que viajas tú?
—A Gales. —menciona cruzándose de brazos y ella parpadeó con estupefacción— ¿Qué?
—Yo voy a Londres.
La sonrisa de él se hizo más amplia al escucharla.
—Entonces ya está, te llevo yo. —zanjó sin darle la oportunidad de negarse porque las puertas del ascensor se abrieron en el lobby— Ambos vamos al Reino Unido, ¿qué excusa me vas a poner ahora?
Ella se mordió el labio inferior a punto de decirle que no podía irse con él sencillamente porque era un desconocido. No acostumbraba hacer cosas tan estúpidas e imprudentes como subirse a un avión con un hombre al que acababa de conocer, pero... quería salir de allí lo antes posible y la única manera de irse era usando el tren y después tomar un vuelo a Londres.
—¿Prometes no ser un psicópata o un asesino en serie? —estrecha los ojos— Mis padres me matarían si supieran que estoy considerando aceptar ir contigo.
—Llegarás a tu casa sana y salva, te lo aseguro. —suelta una carcajada ronca y varonil que terminó sacándole una sonrisa a ella.
—Ni siquiera sé tú nombre. —sacude la cabeza— Y tú no sabes el mío.
—Eso puede arreglarse fácil. —dice alargando su mano para tomar la suya con delicadeza y se agachó para poner sus labios sobre ella— Mi nombre es Kagura.
—Sarada Uchiha. —respondió ella zafándose de su agarre intentando disimular su incomodidad con una sonrisa de labios apretados.
Dio un paso atrás para tomar su distancia y se cruzó de brazos bajo la atenta mirada magenta que no la perdía de vista en ningún momento.
—Si acepto ir contigo, tienes que prometer que se acabarán los coqueteos. —estrecha los ojos— Imagina que soy tu hermana menor o algo.
—Jamás podría verte como mi hermana. —dice soltando una carcajada— En primera porque soy hijo único y en segunda porque eres demasiado guapa para no verte de manera sexual.
—Pues entonces bloquea tus pensamientos pervertidos. —frunce los labios— No voy a acostarme contigo.
—Mensaje captado, pajarito. —le guiña un ojo— ¿Vendrás conmigo? Así me muestras el truco que haces en el blackjack.
Ella abrió los ojos sorprendida.
—No sé de lo que me estás hablando.
—Un jugador reconoce a otro jugador. —sacude la cabeza con diversión— ¿Vamos?
Sarada miró a su alrededor. La planta baja estaba completamente desierta, no había nadie a excepción de la mujer detrás del mostrador de la recepción, supuso que era demasiado temprano.
No había señales de Kawaki por ningún lado y esperaba que no se apareciera de repente porque no sabría cómo reaccionar. Se sentía patética.
—De acuerdo. —accede al fin, dejando que el hombre la guiase al interior de la parte trasera del auto que los llevaría a la pista.
Kagura se sentó al lado suyo sin dejar de observarla con evidente curiosidad.
—¿De verdad sólo eres una bailarina de ballet? —pregunta con sospecha— Me da la sensación de que eres más que eso.
—¿Qué impresión te doy? —se recuesta en el respaldo del asiento de cuero— Soy toda oídos.
—No pareces ser una chica de familia humilde que amasó una fortuna sólo por bailar. —apunta sagazmente— Y puede sonar clasista lo que estoy a punto de decir, pero no cualquiera puede permitirse unas vacaciones en este lugar y tú no tienes la pinta de ser sólo una acompañante.
—¿Y qué más?
—Llevas ropa de marcas de lujo silencioso, tal vez porque no te gusta alardear sobre lo costoso que es tu atuendo, pero te gusta vestir bien. —señala su abrigo largo, botas altas y enterizo térmico— No me atrevería a decirte que eres una chica mimada, pero tampoco aseguraría que no lo eres.
Sarada disimuló la sorpresa que le causó su habilidad para sacar conclusiones rápidas a base de puras observaciones. Era bueno, hasta ella tuvo que admitirlo.
—Mi familia tiene dinero. —se encoge de hombros— Pero en algo te equivocaste, sí estoy aquí como acompañante secreta.
—¿Tu familia no sabe que estás aquí?
—No. —niega con la cabeza— Y nadie debe enterarse que estuve aquí. Todos piensan que estoy en Londres.
—Tu secreto está a salvo conmigo. —dice llevando la mano a su pecho a la altura de su corazón— Supongo que fue una escapada romántica que no salió bien a juzgar por la manera en la que te encontré, ¿me equivocó?
—No, no te equivocas. —desvió la mirada hacia el camino cubierto de nieve en las orillas— Pero no quiero hablar al respecto.
—De acuerdo. —aceptó de inmediato— Entonces dime, ¿Qué impresión te doy yo?
La Uchiha se tomó un momento para detallarlo de pies a cabeza. Traía puesto un traje de diseñador gris y una una camisa de cuello alto, aún así podía distinguirse el buen estado físico de su cuerpo, sus hombros anchos y piernas largas de muslos poderosos. Era muy guapo, no podía negar ese hecho.
—Tienes pinta de ser el típico snob que juega Polo como hobby y vive de la fortuna de sus padres. —contraatacó ella, ganándose una nueva risa masculina— Aunque tal vez la actitud de patán te consiga muchas chicas, eso puedo concedértelo.
—Auch. —fingió estar ofendido, pero el brillo juguetón de sus ojos no desaparece en ningún momento.
—En realidad eres un hombre de negocios, ¿no? Te gusta observar y analizar al que sea que se te ponga en frente. —estrecha los ojos— ¿Debería preocuparme de estar en un auto contigo?
—Joder, haz algo por mí y compórtate como una chica hueca para que pueda superar mi fascinación por ti. —dice reprimiendo las ganas de sonreír, aunque en su mente lo estaba diciendo muy, muy en serio— Eres una listilla, ¿no es así?
—Un jugador reconoce a otro jugador, ¿lo olvidas? —le devuelve sus mismas palabras con astucia.
Él le guiña un ojo.
—Estaremos en Londres en dos horas como mucho. —comenta luego de arribar a la pista— ¿Me agradecerás el aventón con una taza de té?
—Voy a considerarlo. —estrecha los ojos— Supongo que tienes dos horas para convencerme.
Y aunque conversar con él le hubiese servido de distracción, nada más sentarse junto a la ventanilla del avión los recuerdos volvieron a invadir su mente, y entonces supo que erradicar cualquier sentimiento que tenía por Kawaki le tomaría más tiempo de lo que creyó en un principio.
(...)
Gritó su nombre varias veces al entrar a la suite, pero no hubo respuesta. En cambio, lo recibió un silencio sepulcral y una soledad absoluta.
No había nadie. La cama estaba perfectamente arreglada y en contraste el vestidor seguía justo como lo había dejado a excepción de que la ropa femenina que le compró para el viaje estaba allí a medio empacar y por un momento creyó que se encontraba en el cuarto de baño dándose una ducha, pero al abrir la siguiente puerta se dio cuenta de que también estaba vacío.
—¿Sarada? —volvió a llamar a mitad del pasillo y entonces vio el trozo de papel en la mesita del vestíbulo.
«Fue divertido,
gracias.
S »
Se había marchado. Así como así, sin dramas ni despedidas, nuevamente recordándole que Sarada Uchiha no era la clase de mujer que armaba escándalos o rogaba por la atención de alguien porque siempre se ponía como prioridad, era una de las cosas que admiraba de ella.
Sabía que la lastimó, vio la mirada decepcionada y el encantador brillo de sus ojos oscuros que siempre le gustó desapareciendo en el momento en el que le dijo que lo que sea que tuvieron nunca significó nada.
Eso había sido lo mejor, tenía que cortar de tajo con todo o de otra manera hubiese terminado amarrado de los cojones.
Lo que sucedió la noche anterior no debía repetirse. Verla desvanecerse en sus brazos fue aterrador y esa fue prueba suficiente para darse cuenta de que efectivamente ya no se trataba sólo de folladas casuales como le dijo ella esa mañana.
Y también fue prueba de que no quería volver a sentir esa sensación. Nunca.
El ruido de alguien tocando la puerta le hizo ponerse alerta. ¿Podía tratarse de ella? ¿Y si por alguna razón había decidido regresar?
—Buen día, señor. —saludó una mujer bajita de tez pálida y ojos marrones— Le he visto entrar hace un momento, le había estado esperando para darle un mensaje de la señorita que lo acompañaba.
—¿La vio irse?
—Sí, la bonita joven de cabello oscuro que salió de esta misma habitación. —asiente con una sonrisa— Dijo que estaba bien y que decidió marcharse por su cuenta.
Pero eso era algo que ya sabía. Sarada era testaruda e impulsiva, no dudó que se hubiese marchado desde que vio la nota que le dejó.
—¿Hace cuánto fue esto? —pregunta él.
—Hace como tres horas, señor.
La mujer se despidió con un asentimiento de cabeza y lo dejó solo a mitad del pasillo con una interrogante en la cabeza. ¿Ya habría llegado a Suiza? No había manera de salir de allí en un vuelo comercial sin tenerlo anticipado antes, la única opción que se le ocurría era que tuvo que viajar en tren y esperar en el aeropuerto más cercano un asiento libre en el siguiente avión a Londres.
¿Por qué era tan terca? Él le dijo que la llevaría.
Entonces hizo lo que no tenía pensado volver a hacer. Sacó su móvil y marcó el número correcto antes de llevárselo a la oreja.
—¿Qué quieres? —responden en la otra línea— Creí que ya habíamos hablado de esto.
—Necesito pedirte un favor. —murmura para su pesar.
Escucha el resoplido del otro lado y pone los ojos en blanco.
—Sólo quiero que compruebes que llega a casa en las próximas horas. —pide— ¿Puedes hacerlo o no, Ryōgi?
—No tengo que comprobar nada, ella ya está en su casa. —contesta su amigo para su sorpresa— Mis hombres me informaron que ha llegado hace media hora.
No podía ser que llegara tan pronto, ¿o sí? Era prácticamente imposible a menos que no hubiese tomado el tren y luego un avión comercial.
—Te advertí que te mantuvieras alejado de ella, ¿y qué fue lo primero que hiciste? —lo reprende en un gruñido— Tan pronto saliste de mi casa fuiste a buscarla y te la llevaste a no sé donde.
—No estoy para tus gilipolleces. —masculla hastiado— Confórmate con saber que se terminó y tomamos caminos separados.
—Eso de caminos separados no les durará mucho. —se burla su amigo— Recuerda que el evento que organizan los Uchiha es en dos semanas y la reunión con Itsuki en ocho días.
Maldita sea, lo había olvidado.
—No representa ningún problema. —contesta tras un par de segundos en silencio— Se lo ha tomado con más madurez de lo que pensé.
—Si tú lo dices.
Habría esperado un berrinche, una bofetada tal vez, en cambio ella se forzó a sonreírle aún cuando hizo añicos sus ilusiones.
No podía olvidar su mirada volviéndose ligeramente más opaca ni la manera en la que trató de ocultar las lágrimas en sus ojos.
Sabía que se comportó como el hijo de puta más grande del planeta, pero era lo mejor. Sarada olvidaría pronto lo que sucedió entre ambos y terminaría de comprender que él no podía ofrecerle más.
(...)
—¿Ellos son tu familia? —pregunta el hombre sosteniendo uno de los portarretratos de la mesita de centro— Todos son una jodida copia.
Ella puso los ojos en blanco, todo el mundo le decía lo mismo, tenían mucho parecido entre sí.
—Me preocuparía que no fuera así. —le dio un sorbo a su té— ¿Por qué vas a Gales?
—Trabajo. —se encoge de hombros— Estoy en el negocio de inmuebles.
—¿Tienes muchas propiedades? —arquea una ceja— ¿O sólo estás alardeando?
—Generalmente compro, renuevo y vendo. —explica él terminándose lo último que quedaba en su taza— Pero también conservo algunas para mí.
Lo vio recorrer con la mirada el amplio vestíbulo de su casa y estrechó los ojos al darse cuenta de que lo estaba analizando.
—Tiene un estilo casi clínico. —comenta el rubio— Apenas se nota que alguien vive aquí, demasiado decepcionante para una casa con estilo victoriano, tiene mucho potencial que estás desperdiciando.
—No solía ser así. —admite en un susurro— Antes era más hogareña, te lo aseguro.
—¿Y qué sucedió?
—La persona que la hacía sentir como un hogar no está más. —frunce un poco el ceño— ¿Qué más da? Casi no estoy por aquí, paso la mayor parte del tiempo fuera por los ensayos y las giras.
—Lamento oírlo. —se inclina un poco hacia ella— Yo también estoy solo casi siempre.
El ambiente cambió a uno tenso y fue entonces que él se puso de pie.
—No quisiera dejarte, pero ya debo irme, Gales espera. —comenta en tono apacible— Aunque tal vez pueda regresar la siguiente semana para invitarte a cenar.
Sarada lo guió hacia la salida y sacudió la cabeza un tanto apenada.
—Volaré a Italia para visitar a mi familia. —soltó una risita suave— No regresaré hasta la segunda semana de febrero, pero te agradezco que me hayas traído a casa.
—No es nada, pajarito. —le guiña el ojo con coquetería y se encaminó al auto que lo esperaba en la acera contraria— La próxima vez que nos veamos será en nuestra boda.
—¿De verdad? —le siguió el juego con un bufido— ¿Pero cómo voy a ser tu esposa si ni siquiera sé tu nombre completo? ¿Cuál es tu apellido de todos modos?
—Ese no será ningún problema. —dice con socarronería— Lo sabrás pronto porque también se convertirá en el tuyo.
—Oh. —parpadea con fingida sorpresa— Comenzaré a buscar vestidos, entonces.
Él le sonrió antes de meterse en la parte trasera del auto y ella se despidió agitando su mano con delicadeza desde el portón hasta que vio desaparecer el auto al final de la calle.
¿Había sido imprudente meter a un desconocido a su casa? Sí, totalmente. Pero acababa de irse y de inmediato sintió la misma soledad de horas atrás.
La presencia de Kagura había servido de distracción porque estaba demasiado ocupada tratando de esquivar sus coqueteos como para pensar en su estúpido corazón roto.
Hoshi la recibió apenas abrió la puerta del jardín trasero y la tumbó de espaldas sobre el césped sin dejar de lamerle el rostro. Su compañero perruno la olfateó con entusiasmo, sin embargo, ella se aferró a él con fuerza y lágrimas en los ojos.
—¿Me echaste de menos? —le acarició el pelaje grisáceo con ternura— Yo sí, todo el tiempo.
Y de pronto un sonido estrangulado salió de su garganta de manera involuntaria. ¿Por qué no podía reprimir el llanto? Ya había olvidado la última vez que lloró así y ahora no tenía la capacidad de detenerlo.
Las lágrimas salían una tras otra acompañadas de sollozos débiles. Hoshi aulló en tono de lamento y acurrucó su hocico sobre su hombro sin tener la mínima intención de abandonarla. Era como si estuviera tratando de consolarla.
Los minutos se volvieron horas y Hoshi se mantuvo ahí, recostado en el césped a su lado hasta que ella reunió el ánimo suficiente para levantarse y enclaustrarse en su habitación bajo las sábanas y en la comodidad de su cama.
Perdió el apetito y las energías para salir de casa, lo único que le deseaba era permanecer hecha un ovillo en su recámara sin que nadie la molestase. Pero no tenía tanta suerte porque su móvil no dejaba de sonar sobre la mesita de noche.
Eran Yodo y Chōchō, ambas explotándole el teléfono con llamadas desde que les envió un mensaje de texto para informarles que iba de vuelta a su casa.
Y tras un par de horas escuchó la puerta principal abrirse y luego los gritos escandalosos de sus amigas en el vestíbulo. Ella soltó un suspiro y se cubrió la cabeza con la frazada, debía pedirles sus llaves pronto.
—¿Sarada? —llamó Yodo tocando la puerta de su habitación— ¿Estás ahí, cariño?
Se abrió paso al interior al no escuchar respuesta y se detuvo bajo el umbral al verla cubierta sobre la cama.
—¿Qué sucedió? —pregunta haciéndose un campo a su lado en el borde del colchón— ¿Estás bien?
—Sí. —contesta en un hilo de voz.
—¿Debo cortarle las bolas? —escuchó a Chōchō bajo el umbral de la puerta— ¿Qué te ha hecho? Tu jamás dejas que algo te afecte lo suficiente para hacerte enterrar el rostro bajo la almohada.
La Uchiha se quitó la frazada de a poco y les permitió ver sus ojos irritados y la nariz enrojecida de tanto llorar. La morena de mirada ámbar frunció el ceño con molestia y se acercó a la cama para hacerse lugar detrás suyo.
—Te ha hecho daño. —gruñe con furia— Se ha aprovechado de tu inexperiencia en asuntos románticos, es un hijo de...
—La culpa es mía. —responde la pelinegra un poco ronca— Fui yo la que cometió el error de confundir las cosas.
—¿Y cómo ibas a saberlo? —dice la rubia acariciando su mejilla— Eres muy inteligente, cielo, pero los temas románticos no son tu fuerte.
Sus dos amigas siempre la habían tratado con dulzura a pesar de su carácter impertinente y cuidaban de ella como si fuera su hermana pequeña. A veces se les olvidaba que sólo era dos años menor.
Solía pensar que Yodo se preocupaba por ella igual que una madre y Chōchō intentaba corromperla como una hermana mayor. Era una combinación rara, pero las quería de todos modos.
—¿Qué fue lo que pasó? —pregunta Yodo con cautela.
Ahora ambas se habían metido bajo las cobijas con ella dejándola en el centro.
—Me enamoré. —confiesa abochornada, cubriéndose el rostro con las manos para evitar mirar sus reacciones— Y se lo dije, tal vez no debí hacerlo...
—¿Y qué te respondió? —cuestiona esta vez Chōchō— Dime que te rechazó amablemente, por favor.
—Me dijo que no iba por ahí enamorándose de quien se follaba. —dice con voz temblorosa— De lo contrario se le habría confesado a tres mujeres con las que se acostó antes de venir a buscarme a mí.
La Akimichi echaba chispas por los ojos e intentó por todos los medios serenarse para no lanzar llamas por la boca. Ese hombre era un grandísimo hijo de puta, ¿Cómo podía ser tan imbécil?
—Ya está. —sacudió la cabeza— Nunca significó nada para él, me lo ha dicho, por eso hemos terminado si es que puede llamarse así a algo que nunca empezó.
Yodo no quería decir te lo dije porque sólo empeoraría la situación, pero era algo que ya se esperaba, aunque por un momento dudó por la manera en la que él la veía.
Creyó que no le era indiferente del todo y que al final algo podría surgir de allí, pero supuso que no fue suficiente para él. De otra manera no la habría lastimado de esa forma.
—Hoy tendremos noche de chicas con un montón de helado y comida chatarra. —propuso Chōchō— Y no te atrevas a negarte.
Sarada soltó un resoplido y afirmó con la cabeza con reticencia. Incluso Hoshi parecía feliz de que las dos chicas estuvieran allí, de pronto ya no era tan malhumorado como lo recordaban, tal vez se debía a que vio a su dueña un poco más animada con la presencia de ambas.
Chōchō pidió una pizza a domicilio y bajó a la cocina en busca de una botella de vino, un tarro grande de helado y papas fritas. Para cuando regresó encontró a las dos jóvenes esperándola en la cama con la televisión encendida en busca de una película interesante.
—Por cierto, Sarada. —le dio un codazo en el costado— Cuéntanos la historia desde el principio.
La Uchiha suspiró ante sus ansias de cotilleo y terminó relatándoles los hechos desde que llegó a Aspen. Chōchō quería los detalles jugosos y los picantes.
—Boruto es tu mejor amigo de la infancia, ¿cierto? —interviene Yodo— ¿Y es... hermano de Kawaki?
—Sí. —asiente con paciencia— En realidad son primos, pero los padres de Boruto lo adoptaron cuando los padres de Kawaki murieron, él tenía unos once cuando eso sucedió.
—¿Pero no te habías enrollado con Boruto cuando eran más jóvenes? —parpadea la morena con incredulidad— Nos has dicho que era la experiencia más cercana a lo sexual que habías tenido hasta hace un mes.
Las mejillas de Sarada se ruborizaron un poco y volvió a asentir. Maldijo el juego de la botella al que jugaron el año anterior cuando tenían tragos encima, en algún punto de la noche y en estado de ebriedad les había confesado ese pequeño desliz.
—¡Oh, chica, eres mi maldita ídola! —chilla la Akimichi sacudiéndola por los hombros— Si no puedes con un hermano, quédate con el otro.
—No podría jugar con los sentimientos de Boruto jamás. —sacude la cabeza con el ceño fruncido— Lo quiero demasiado como para hacerle algo así.
—Él está enamorado de ti, ¿no podrías darle una oportunidad? —pregunta la castaña— Dicen que un clavo saca a otro clavo, puedes intentarlo y si no funciona...
—Si no funciona lo habré lastimado por nada. —niega con firmeza— No puedo hacerlo, no soy tan hija de puta.
—¿Y qué piensas hacer cuando te proponga matrimonio? —interroga la rubia— Según lo que te dijo el innombrable, Boruto planea hacerlo en cualquier momento.
Su mirada oscura se perdió en algún punto de la habitación y permaneció quieta sumida en sus pensamientos. ¿Cómo le diría que no podía corresponder su amor?
—En otras circunstancias podría haber considerado aceptar. —susurra mordiéndose el interior de la mejilla— Pero no ahora. No cuando no puedo dejar de pensar en su hermano, él no merece algo así...
Hace poco todavía pensaba que Boruto sería el hombre con el que podría compartir una vida, era al que veía como su futuro esposo y padre de sus posibles hijos. Nunca hubo otra opción, cuando pensaba en matrimonio era su rostro el que venía a su mente.
Hasta que Kawaki se metió bajo su piel de una manera tan atroz que le parecía imposible sacarlo de allí.
—¿Y qué harás cuando tengas que verlo la siguiente semana? —exclama Chōchō— Porque van a encontrarse para la fiesta que dará tu familia, ¿verdad?
—Supongo que... fingir que nada pasó. —se encoge de hombros— Es lo que ambos acordamos.
Yodo se agacha para besarle la cabeza con dulzura y se acurruca contra ella de un lado mientras Chōchō lo hace del otro.
—Al menos no estarás sola. —dice la de ojos ámbar recostando su cabeza en su hombro— Será más fácil para ti si hay personas alrededor.
Eso era lo que ella esperaba, pero algo en su interior le decía que no importaba que hubiesen cientos de personas en la misma habitación porque su mirada siempre lo buscaría a él.
Así de jodida era su situación.
(...)
Siete días. Una semana.
Y al menos durante el noventa porciento de esos diez mil ochenta minutos no podía concentrarse en lo que era verdaderamente importante. Debería estar concentrado en los disturbios de los clubes nocturnos clandestinos que últimamente se presentaban en Kobe, Osaka y Kyoto.
Su atención debía estar en resolver la situación. En cambio, sus pensamientos se desviaban a lo que no tendría porqué importarle.
Su vuelo a Italia salía en un par de horas y en lugar de prepararse para pasar a casa a buscar a su hermana, estaba allí, en las oficinas de su empresa recibiendo un trabajo manual.
—¿Podrías concentrarte en lo que estamos haciendo? —dice la mujer en tono de reclamo— ¿Estás intentando pensar en un hecho histórico para no correrte o por qué creo que no está funcionando ninguno de mis trucos?
Esa era Ada. Una joven de figura alta y esbelta, con una silueta pecaminosa y de curvas muy pronunciadas. Su cabellera larga tinturada de azul con mechones rosáceos la hacía lucir más llamativa y los ojos azules claros que le miraban en ese momento desde su posición de rodillas entre sus piernas podrían ser la debilidad de cualquier hombre.
—Tal vez estás perdiendo tu encanto.
—¡Más quisieras! —chilló poniéndole más empeño, pero nada funcionaba.
Y eso comenzó a frustrar a Kawaki porque durante toda esa semana tuvo innumerables oportunidades de liberar un poco de tensión, pero nada era suficiente para hacerlo llegar al final.
Era como si tuviera un maldito bloqueo.
—Vale, pasemos al platillo principal, eso siempre funciona. —sonríe con picardía, poniéndose de pie mientras dejaba caer su vestido corto al suelo sólo para confirmar que no llevaba nada debajo.
—En el cajón hay preservativos. —señaló su escritorio.
—Ya te dije que no es necesario, eres el único hombre con el que me acuesto. —pone los ojos en blanco— Además, uso la píldora, no hay peligro.
—Prefiero evitar el riesgo. —vuelve a señalar el cajón— Es eso o puedes largarte por donde viniste.
La mujer hace un mohín disgustado y alcanza una envoltura del lugar que le indicó.
—Quiero sentirte piel a piel. —pidió haciendo un puchero— Va a gustarte tanto que me pedirás que no lo usemos nunca más, te lo aseguro, confía en mí.
Él la ignora deliberadamente y a ella no le queda otra opción que desistir. ¿Cuándo iba a ser el día que lo convenciera? Llevaban acostándose más de dos años, podría decirse que eran amantes recurrentes y ni así lograba que confiara ni un poco en ella.
Tan pronto como lo tuvo puesto se subió sobre su regazo e inició con un vaivén lento y apasionado, aferrándose a sus brazos para mantener el equilibrio teniendo especial cuidado en no tocarle el torso, aprendió por las malas a no acercarse más de lo necesario a su cicatriz en el pecho.
Por su lado, Kawaki no podía concebir el hecho de que no estuviera ni cerca de correrse a pesar del empeño que ponía al cabalgarlo. Ada era un polvo seguro y placentero, no le exigía más de lo que podía darle y siempre estaba disponible para él.
No se haría el imbécil, desde hace tiempo sabía que la mujer mantenía sentimientos por él, pero tenía las cosas claras y no le pedía flores y corazones.
¿Por qué Sarada no podía ser como Ada? Podían follarse cuando quisiesen sin dramas, incluso estaba dispuesto a viajar a Londres cada que tuviera oportunidad, estuvo a punto de proponérselo minutos antes de que terminaran en el hospital.
A su mente vino la imagen de Sarada Uchiha frente a él en su última noche juntos, la manera en la que sus ojos brillaban mientras daba un paso atrás para dejar caer su vestido dejando su cuerpo desnudo a la vista.
—Ya casi... ya... —jadea ella en su oído con el cuerpo tembloroso.
La mirada oscura colmada de anhelo enganchada a la suya, los labios llenos, entreabiertos y enrojecidos susurrando su nombre entre suspiros, las pequeñas manos dejando marcas en su espalda y su cuerpo tembloroso arqueándose contra él.
Joder, el alivio fue instantáneo. Finalmente pudo correrse, pero de nuevo ahí estaba esa sensación de frustración.
—¿Lo ves? Te lo dije. —sonrió encantada retirándose de su regazo— Soy la única capaz de sacarte el estrés.
—Ajá.
La peliazul se alejó un poco para colocarse su ropa, pero algo llamó su atención cuando miró el siguiente cajón entreabierto debajo de aquel del que sacó el preservativo. El objeto brillante le llenó de curiosidad y terminó metiendo la mano para sacarlo aprovechando la distracción de Kawaki que había ido al baño de la oficina para desechar el condón usado.
—¿Qué es esto? —alza una ceja, abriendo el broche dorado con sus dedos.
La musiquita melancólica sonó en la habitación y al levantar la mirada hacia el Uzumaki lo encontró caminando hacia ella con el ceño fruncido y terminando por arrebatarle la cajita con un manotazo para devolverla a su sitio.
—¿Fue un regalo? —se cruza de brazos— ¿De quién? ¿Tu hermana? ¿Tu madre?
—No es de tu incumbencia.
—No, no fueron ellas. —estrecha los ojos— Alguien mas te lo dio.
—Deja de meterte en mis asuntos.
—¿Por qué te molesta tanto? —cuestiona con incredulidad— No te habrías puesto tan a la defensiva si no tuviera importancia.
Él volvió a ignorarla, concentrándose en su móvil para enviarle un texto a su hermana para que estuviese lista para partir.
—Tú nunca conservas obsequios. —señala el cajón con el dedo— Te he dado un montón y al final del día terminan en la basura.
Por eso había dejado de regalarle cosas. Él resopla con fastidio y termina botando el pequeño objeto en la papelera junto a su escritorio.
—¿Contenta?
—Lo estaré cuando me digas el nombre de la perra esa que...
—Esta conversación no me está sirviendo. —dice con estoicismo— No me gustan las escenas de celos, ni los reclamos, lo sabes de sobra.
—¿Estás aceptando que fue una mujer? —la voz de Ada salió más débil de lo que parecía— ¿Por eso te has estado comportando tan raro? Es eso, ¿verdad? Has conocido a alguien mientras estabas fuera.
Comenzaba a aburrirse de su dramatismo. Había guardado la caja musical allí porque... no sabía la razón, pero desde luego no era un objeto indispensable y no le importaba si terminaba hecho añicos. Eso quería pensar.
—¿Quién es? —insiste en saber— ¡Y no me mientas! Me debes eso al menos.
—No te debo nada.
—Estamos juntos desde hace dos años. —jadea indignada— Al menos merezco la verdad.
—Follar de vez en cuando no significa que estemos juntos, Ada. —resopla hastiado— La pasamos bien, es todo, no tengo que darte explicaciones de nada.
—Pero no lo estás negando. —retrocede un paso— Estás justificándote, pero no estás negando que ha sido una mujer.
Llevaba enamorada de él desde el momento en el que se conocieron debido a los negocios que mantiene con su padre. Ella era hija de un jefe de clan y su padre, sorprendentemente, estaba de acuerdo en que calentara su cama siempre que lo requiriese.
A ella eso no la molestó porque siempre ha gustado de él, pero últimamente se le estaba presionando para persuadirlo de poner un anillo en su dedo.
—Ya tengo que irme. —espeta el pelinegro volviendo a evadir el tema— Estaré fuera un par de semanas.
Pensar en volver a verla le ponía los pelos de punta. ¿Cómo iba a mantenerse alejado si su deseo por ella estaba más latente que nunca? Jamás se apaciguó a pesar de sus esfuerzos por mantenerlo a raya.
Y entonces pensó que si quería permanecer lejos debía asegurarse de tener algo que le impidiese acercarse.
—En realidad, Ada... —se detuvo antes de dar un paso más hacia la salida— ¿Quieres acompañarme?
