Pasó el resto de la tarde practicando con Daisuke al tiro con arco y dándole un par de consejos para mejorar su puntería. No era malo, sólo inconsistente, clavaba dos y fallaba uno.

Incluso se habían saltado la cena, el tiempo juntos siempre volaba y para cuando se dieron cuenta ya eran cerca de medianoche, por eso no les sorprendió en absoluto que no hubiera nadie en los alrededores.

—Ya lo lograrás. —dijo ella abrazándose a su torso mientras caminaban el último tramo de jardín hacia la casa— Vas muy bien.

El pelirrosa resopló y rodeó los hombros de su hermana con su brazo.

—No intentes hacerme sentir mejor, soy pésimo.

—Por supuesto que no. —se ríe, dejando que la guiara al interior por la puerta trasera— Con un poco más de práctica lo harás a la perfección.

—Es algo que ustedes ya hacían a los seis. —pone los ojos en blanco— La comparación es patética.

La cocina estaba vacía, pero sobre la isla central había una bandeja con galletas caseras que supuso habían dejado allí con toda la intención de que ellos las encontrasen.

—Eran otros tiempos. —sacude la cabeza, sentándose en una de las sillas altas frente a la encimera.

Daisuke sacó el cartón de leche del frigorífico y lo vació en un recipiente para poder calentarla. Minutos después ambos yacían sentados uno al lado del otro bebiendo leche caliente y galletas con chispas de chocolate.

Hace mucho que no podían pasar tiempo de calidad juntos y era agradable poder hacerlo ahora sin gente escandalosa de por medio.

—¿Ya sabes lo que está sucediendo? —pregunta él con cautela, mirándola de reojo— Itsuki ordenó que se redoblara la seguridad en la villa como precaución.

—Sí. —dijo en un hilo de voz— Pero tú no tienes qué preocuparte por eso.

—Y ustedes sí, ¿verdad? —frunce el ceño— Siempre están excluyéndome, tú y el resto de nuestros hermanos me hacen a un lado cuando hablan de estos temas.

Ella dejó su galleta a medio comer en su plato y se giró sobre la silla para poder mirarlo de frente con un semblante serio.

—Eso es porque eres inocente. —toma su rostro con suavidad para obligarlo a mirarla— No tienes nada que ver en esto, tus manos están limpias.

—Pero soy un Uchiha.

—Por supuesto que lo eres. —le sonríe— Los genes no pueden ocultarse y los nuestros son bellísimos.

Ambos rieron y Sarada apenas podía creer que su hermano menor estuviera creciendo tan rápido, en poco tiempo sería más alto que ella. Sólo tenía quince y casi estaban a la par.

—No quiero que te compares constantemente con nosotros. —pidió en un susurro— Tú eres especial a tu manera, ¿de acuerdo? La inseguridad no es propia de los Uchiha.

—Es difícil hacerlo cuando todos aquí hablan sobre ustedes y cómo solían ser cuando eran niños. —suspira, removiéndose incómodo ante la mirada de su hermana– Los chicos los miran con admiración y los mayores como sus iguales, ¿entiendes?

Sarada no había reparado en ello y no es como si le importara tampoco, pero que su hermano lo notara y le hiciera sentir así removió una fibra sensible en su pecho.

—Escúchame, Daisuke. —soltó un suspiro— Nosotros nos desarrollamos en un ambiente hostil, no tuvimos otra opción, y eso es algo que ninguno de nosotros quiere para ti.

—¿Y qué sucederá cuando las cosas empeoren? —pregunta frunciendo el ceño— Porque sabes que sucederá.

—Todo estará bien...

—¿Cómo lo sabes? —inquiere ligeramente molesto— Ustedes tal vez puedan arreglárselas, pero yo...

Hizo una pausa para ver la reacción de su hermana.

—No tengo nada a mi favor, no soy un genio como Itsuki o tan astuto como Daiki. —continúa diciendo con pesadez— Tampoco soy así de talentoso como Itachi ni un prodigioso como tú.

Sarada se lanzó a sus brazos genuinamente conmovida y se aferró a su cuerpo con fuerza.

—Sin embargo, tú tienes el arma más peligrosa... —dijo con la voz quebradiza— Nuestro amor, Daisuke, eso no lo tiene cualquiera. Y ni siquiera tú tienes la mínima idea de lo que somos capaces de hacer con tal de protegerte.

Su hermano no se mancharía las manos nunca, ese era su propósito, y si tenía que bañarse en sangre para que a él no le cayera ninguna gota lo haría sin vacilar.

—Aunque... puedo dedicar unas horas al día para ayudarte con tu entrenamiento, ¿te gustaría? —se separa de él y le guiña un ojo— Después de todo, soy la mejor de los cuatro para enseñarte.

—¿De verdad?

—¿Me veo como alguien que bromea? —enarca una ceja y señala la bandeja— Lo haré, ahora termina de comer.

(...)

Se sentía el ser más patético del mundo al escuchar una conversación ajena, pero él no tuvo la culpa, justo pasaba por allí después de dejar a Ada en una de las habitaciones de invitados de la primera planta.

La peliazul se había quejado de tener que dormir en habitaciones separadas, pero la propia Hinata lo sugirió y a la chica no le quedó de otra que aceptar, lo último que quería era que la madre del Uzumaki se llevara una mala impresión de ella.

Los chicos estarían reunidos en el estudio de Itsuki, ahí era donde se dirigía en esos precisos momentos cuando escuchó voces provenientes de la cocina y decidió quedarse a escuchar cuando comprendió de quien se trataba.

Era raro oír a Sarada hablando en un tono tan suave y cariñoso, incluso creyó que lo estaba imaginando, pero no era así. Ella trataba a su hermano menor con una dulzura y comprensión que no le había visto nunca con nadie.

—Mañana he reservado el día para papá, no quiero que se ponga pesado. —escuchó que le dijo ella y casi pudo imaginarla poniendo los ojos en blanco— Pero estoy disponible para ti por la tarde, ¿vale? A menos que quieras unirte a nosotros en el gimnasio.

—¿Puedo?

—Siempre y cuando nos aguantes el paso, enano.

Una sonrisa tiró de la esquina de su labio y pensó que de verdad no había nada que ella no se tomara como una contienda. De verdad era el ser más competitivo que conoció en su vida.

Escuchar pasos acercándose por el pasillo lo alertó, pero no fue lo suficientemente rápido para irse de allí y cuando se dio la vuelta se encontró con la mirada azul de Ada observándolo con curiosidad.

—¿Qué haces aquí? —pregunta él— Acabo de dejarte en tu habitación y en menos de cinco minutos te cuelas en la oscuridad de nuevo.

—Quería ver si podía escabullirme en la tuya. —se muerde el labio inferior— ¿Qué haces aquí? ¿Estás escuchando tras la puerta?

—Eso es ridículo, por supuesto que no, devuélvete a tu habitación. —dijo en tono autoritario— Hablamos por la mañana.

—¿Estás seguro de que no quieres dormir conmigo? —propone con coquetería— Nadie se dará cuenta, todos ya se han ido a dormir.

—Estoy reuniéndome con el resto, pero me lo pienso al terminar, ahora vete. —señala el pasillo con la cabeza— Ya veo si te hago una visita más tarde.

Debería sentirse ofendida por ser tratada como una vil puta, pero estaba tan cegada por todo lo que él significaba y asintió con una sonrisa para emprender su camino de regreso a su habitación.

Se dio la vuelta para ver si él permanecía observándola marcharse, pero parpadeó desconcertada al no verlo por ninguna parte, era como si hubiese desaparecido.

Entonces, sabiendo que estaba arriesgándose de más, volvió por el pasillo hasta donde segundos antes le había dejado y se quedó allí de pie frente a la puerta abatible de la cocina, era sólo una entrada lateral así que nadie que estuviese dentro se percataría de su presencia.

¿Qué era lo que estaba haciendo Kawaki ahí parado sin hacer nada? Ella no escuchaba ningún ruido, todo era un absoluto silencio.

Comenzaba a creer que fue pura casualidad y pensó en regresar, pero justo cuando estaba a punto de irse oyó una risa suave y femenina del otro lado de la puerta. Su curiosidad era mayor que su raciocinio y antes de que se arrepintiese ya estaba abriendo una rendija para observar quien se hallaba dentro.

Su sorpresa fue encontrarse a la desagradable chica que la llamó zorra de turno horas atrás y su cabreo con ella recobró fuerza. Sin embargo, parecía estar viendo a alguien completamente diferente, la pelinegra reía y sus ojos brillaban con afecto hacia el chico frente a ella. Lucía despreocupada y encantadora, nada que ver con la odiosa muchacha que conoció más temprano.

—¿Nos estás espiando?

Estaba tan abstraída con la escena que no se dio cuenta de que la Uchiha la había visto asomándose de reojo y a pesar de que la cara casi se le caía de vergüenza al ser descubierta, ya estaba preparándose para un nuevo enfrentamiento.

—Iba de camino a la habitación que me asignaron y escuché ruido. —se excusa, poniéndose tensa al instante.

Sarada soltó un suspiro y un montón de pensamientos negativos vinieron a su cabeza, pero se dijo que aquella chica no tenía la culpa, probablemente ella también terminaría con un corazón roto.

—Ada, ¿verdad? —la detuvo antes de que se diera la vuelta para irse— Estaba enojada esta tarde y me desquité contigo, no es tu culpa.

Esperaba lo que fuera de aquella chica, pero no que aceptara su error. Aún sorprendida como estaba, dio un paso dentro de la cocina y se tomó un minuto para mirarla bien.

Era bonita, más que eso, tenía un rostro que parecía hecho de porcelana y unos rasgos estúpidamente estéticos, era casi insultante lo bella que era a comparación del resto de mujeres que había conocido. Tenía una cabellera larga y de una oscuridad que no había visto antes, en otras circunstancias habría creído que era teñido, pero varios miembros de su familia poseían la misma tonalidad negro azabache por lo que dedujo que era suerte genética.

—¿Estás disculpándote? —pregunta confundida— Porque tu disculpa ha sido pésima.

La pelinegra volvió a reír, parecía que se encontraba de buen humor porque no había señal de hostilidad.

—Es lo más cercano a una que obtendrás de mí. —se encoge de hombros.

—¿Perdón?

—Perdonada. —vuelve a sonreír y coloca algunas galletas encima de un plato limpio— Nos vemos para el desayuno.

Ada se quedó de piedra, todavía un poco incrédula por la manera en la que había manipulado la conversación a su conveniencia, pero no pudo hacer más que devolverle la sonrisa. Era una chica intrigante e imprevisible. Sí, eso era, pero asombrosamente... le cayó bien.

—Vete a la cama, enano. —le ordenó al pelirrosa— Le llevaré estas últimas galletas a Itsuki, seguro sigue despierto.

—A eso se le llama favoritismo.

—No, a eso le llamo una ofrenda de paz después de casi patearle el culo esta tarde. —le corrigió guiñando un ojo, bajándose del taburete y dispuesta a salir de la cocina.

La peliazul la vio irse sin poder evitar sentir genuina curiosidad y casi soltó un grito del susto cuando el joven pelirrosa le toca el hombro sacándola de su estupor.

—Disculpa a mi hermana, es así con la mayor parte del mundo, no es nada personal. —le sonríe con amabilidad— Suele desquitarse con el que se le atraviese cuando está molesta y lamentablemente estabas en el lugar y momento equivocado.

—Pues parece que vive molesta a juzgar por su actitud desde que llegó.

—Es... complicado. —se encoge de hombros— Pero una vez que la conoces no puedes evitar quererla.

—Es tu hermana, no creo que tengas una opinión muy imparcial.

—Si no me crees, entonces observa bien cómo se comportan los demás a su alrededor. —se ríe un poco y mete la mano dentro de los bolsillos de su pantalón— Que duermas bien.

Daisuke Uchiha era todo lo contrario a sus hermanos. No era alguien serio, sarcástico o presuntuoso, él solía ser alegre y amable con todos, era extrovertido y no le costaba expresar sus sentimientos.

Al parecer, no sólo había heredado los rasgos físicos de su madre, sino también un poco de su personalidad.

(...)

—Acéptalo, temiste por tu vida por unos pocos segundos. —se burla Mitsuki dándole un sorbo a su trago de vodka— No intentes negarlo.

—Cuando mi hermana se molesta es mejor tratarla con pinzas. —resopla el Uchiha negando con la cabeza— Tal vez debí hacerle caso y llamar a Yuino para acordar la boda.

Eso último llamó la atención de Kawaki que se había mantenido en silencio desde que se unió a los demás en el estudio unos minutos atrás.

—¿Cómo que hacerle caso? —pregunta Shikadai enarcando una ceja— ¿Ella ya sabe sobre la reunión con los búlgaros?

—El abuelo metió la pata. —puso los ojos en blanco— Sarada me propuso arreglar esta cagada acordando el matrimonio.

—¿Accedió? —parpadea Mitsuki desconcertado— ¿De verdad estaba dispuesta a casarse?

Boruto frunció un poco el ceño. ¿Su corazón estaba tan destrozado que era capaz de aceptar contraer nupcias con un desconocido?

—Sí. —sacude la cabeza— Le he dicho que no, pero conociéndola...

—Es capaz de presentarse en Bulgaria y proponérselo a Yuino ella misma. —se burla Shinki— Debes mantenerla bien vigilada si no quieres tener un cuñado pronto.

Esa era otra cosa que le preocupaba. Sarada era volátil y en cualquier momento podía hacer algo que les sorprendiera, no quería darle la razón a Shinki, pero sabía que era capaz de aquello.

—Díselo a tu padre. —sugiere el Nara— Es el único que puede controlarla.

—¿Eso crees? —se burla Itsuki— A veces creo que se repelen, son demasiado parecidos, ella se empeñará en hacer lo que mi padre prohíba sólo para llevarle la contra.

—Bueno, eso es cierto. —concuerda Shouta— El tío Sasuke puede prohibirle aceptar un matrimonio arreglado y al minuto siguiente ella estará buscando vestidos de novia con el único propósito de hacerlo rabiar.

Las risas que se desataron se vieron interrumpidas cuando la puerta del estudio se abrió y por ella entró la persona de la que habían estado hablando.

—Me zumban las orejas desde hace rato. —exclamó Sarada, caminando hacia el escritorio de su hermano y dejando delante de él las galletas— ¿Soy tan fabulosa que no pueden hablar de otra cosa que no sea de mí?

—Eres un dolor de cabeza, mejor dicho. —corrigió Itsuki, viendo a su hermana darle un manotazo a los dedos escurridizos de Mitsuki al intentar tomar una galleta.

—No son para ti. —chista al instante— Son para el insensato de mi hermano que seguro no ha salido de aquí a probar bocado.

—¿Estás preocupada por mi, sorellina? —sonríe con burla— ¿Qué hice para merecerte?

Sarada pone los ojos en blanco y se cruzó de brazos apoyando la cadera en el escritorio de mármol.

—No tientes a tu suerte. —resopla— Practicar con Daisuke me puso de buen humor, no lo arruines.

—¿Cómo le va al enano? —enarca una ceja— Hace varias semanas desde que no me doy una vuelta por el campo de tiro.

—Mañana nos acompañará a papá y a mí. —contesta ella con simpleza— ¿Quieres unirte? Puedo patearles el trasero a ambos con una mano atada a la espalda.

—Cuidado. —señaló Itsuki detrás suyo— El gran ego que cargas a cuestas pesa tanto que casi roza el suelo.

—Imposible. —sonríe la pelinegra de medio lado— Al suelo sólo caen las cosas patéticas, como tu culo el día que lo arrastré por todo el gimnasio.

Ambos se sonrieron con actitud cómplice y Sarada se agachó para besar su mejilla dispuesta a marcharse, estaba exhausta y necesitaba dormir.

—Me voy a la cama. —avisó estrechando los ojos— No tardes en hacer lo mismo.

—Eres incluso más mandona que mamá. —niega con una sonrisa.

—Entonces hazme un favor y consíguete una esposa, así me ahorras el tener que preocuparme por ti.

—Jamás.

Él agitó su mano hacia la puerta dando a entender que quería que se marchara y ella dio la vuelta sobre sus pies evitando mirar a cualquiera que se encontrara en la habitación. No quería cometer el error de mirar a Kawaki, debía estar burlándose de ella al ver la rabieta de esta tarde.

Sin embargo, al estar cerca de la puerta sintió el tacto de unos dedos sobre su mano y levantó la vista lo suficiente para encontrarse con los ojos azules de Boruto. El rubio sonríe y dice algo en un susurro que sólo ella puede escuchar.

Los demás sólo pudieron verla asentir antes de irse por la puerta.

—Más te vale que no estés planeando colarte en su habitación como hace un año. —advierte Itsuki una que vez se fue y los ojos de Boruto se abren por la sorpresa— ¿Acaso crees que no sé que saltaste por el balcón en calzoncillos?

—¿Qué?

—Que me haga el idiota no significa que lo sea. —le miró fijamente— Agradece que fui yo y no Daiki, a él no le hubiera importado que fueras casi de la familia.

El rubio se encogió de hombros, no era un cobarde para negarlo y ya había pasado más de un año desde aquello. Ahora Sarada no estaba disponible emocionalmente para una relación y tampoco quería presionarla. Le bastaba con ser los mejores amigos de siempre, no tenía prisa.

—¿Cómo es que nosotros no sabíamos de esto? —pregunta Mitsuki inclinándose hacia adelante con curiosidad— ¿Cuándo y qué pasó exactamente?

Boruto volvió a encogerse de hombros, no iba a revelar abiertamente que casi tenían sexo y que ambos iban un poco envalentonados por el alcohol. ¿No decían que un caballero no tenía memoria?

—Me voy.

Kawaki se levantó de su asiento de un tirón y se precipitó a la salida. No quería oír nada de lo que tuviera que decir, la rabia lo carcomía.

¿Su hermano la había visto desnuda? ¿La había tocado? ¿Acaso él no fue el primero en acariciarla de ese modo?

Subió las escaleras hecho una furia. ¿A él que demonios le importaba de todos modos? No eran nada. Pero tan sólo imaginarla debajo suyo, gimiendo y...

Sacudió la cabeza para sacarse ese pensamiento tormentoso de encima y se encerró en su habitación con un portazo. Le importaba una mierda si despertaba a alguien.

Se recuesta en medio de la cama con un brazo cubriendo su rostro y pensó que de nada le había servido traer a Ada hasta allí porque no era distracción suficiente. Ni siquiera le apetecía meterse en su cama porque ya no le provocaba el mismo deseo que meses atrás.

Eso es, pensó al instante. Ahora estaba encaprichado con Sarada y el deseo no desaparecería hasta quedar saciado de ella. Lo que le resultaba inquietante era el tiempo que había transcurrido y aún así persistía el ansia de tenerla.

Porque eso era, ¿no? Un simple capricho que terminaría cuando tomara lo suficiente para no necesitar más.

Horas completas pasaron desde que se recostó con la mirada clavada en el techo sin ser capaz de conciliar el sueño. Todavía sentía un ligero desazón al recordar lo que dijo Itsuki.

Ella nunca mencionó que tuvo un acercamiento de ese grado con su hermano. ¿Qué tan íntimo fue el encuentro y por qué no se lo dijo? Estaba seguro de que no llegaron demasiado lejos, pero aún así su propia imaginación lo atormentaba.

Si tan sólo supiera que su dilema se encontraba del otro lado del muro...

Mientras tanto, Sarada abrió los ojos por milésima vez en lo que iba de la madrugada, frustrada por no conseguir dormitar aunque fuese un rato a pesar de su evidente cansancio. Miró el reloj de su mesita de noche y sus ojos se abrieron un poco por la sorpresa al ver que ya eran cerca de las cinco de la mañana.

Entonces oyó el singular sonido de algo pequeñito estrellándose en la puerta de su balcón. Sabía que no era ninguna casualidad, Boruto le propuso escabullirse como años atrás, dijo que a primera hora, pero supuso que tampoco podía dormir y se había adelantado.

Arrastró sus pies descalzos hacia el balcón y al asomarse pudo distinguir la cabellera rubia y rebelde de su mejor amigo esperándola abajo.

—¿Estás lista? —pregunta en un susurro, esperando que nadie más lo escuchara.

—Espera y me cambio.

—Así estás bien, no importa. —sacude la mano— Date prisa antes de que alguien se dé cuenta.

Ella dudó un poco en hacerle caso. Llevaba puesto un camisón de seda blanco de tirantes finos y encaje en el escote, era bonito, pero en absoluto apropiado para un paseo por los alrededores.

Sin embargo, Boruto tenía razón, sus hermanos y su padre parecían tener un sexto sentido desarrollado para pillarla en cuanto planeara hacer de las suyas, así que simplemente tomó un cárdigan suave del mismo color que la cubriera del frío matutino.

Se calzó unas cómodas botas negras y no dudó en salir de nuevo dispuesta a bajar de un salto.

—Cierra los ojos, no quiero que veas mis bragas. —lo amenaza apuntándolo con el dedo— ¿Sabes qué? Date la vuelta.

—¿Quién va a atraparte, entonces?

—Puedo hacerlo sola. —arrugó la nariz— Ahora hazlo.

Él puso los ojos en blanco, pero obedeció, esperando de espaldas a la casa y alejándose un par de metros para darle espacio. Menos de un minuto después, ella ya estaba a su lado con una sonrisa presumida.

—¿Y? —enarca una ceja— ¿Adónde vamos?

—Ven conmigo.

Caminaron juntos hasta las caballerizas, y para su sorpresa, Boruto ya había ensillado dos caballos.

—Demos una vuelta por la playa. —se encoge de hombros— Hace tiempo que no lo hacemos.

—Papá va a matarte. —dice sonriendo, subiendo de un salto a uno de los caballos de pelaje oscuro.

—Dijiste que me salvarías. —bromeó, imitando su movimiento— ¿Vas a dejar que me asesine?

—Pregúntame en un par de horas.

Era extraño estar así con él después de todo lo que había pasado. La culpabilidad seguía allí, latente, sabiendo que cuando se enterara de su traición probablemente la odiaría.

Cabalgaron juntos hasta la orilla de la propiedad y se las arreglaron para escabullirse de los guardias que vigilaban la salida que desembocaba a la playa.

—¿De verdad pensaste en aceptar el matrimonio con el hijo de Yuino? —pregunta tras un largo silencio— ¿Qué pasa por tu cabeza?

—Me da igual. —se encoge de hombros— Es un mero trámite, ahorra un montón de drama y nos ganaría un aliado.

El Uzumaki parpadea con incredulidad, maldiciendo en su mente una y otra vez al hombre de identidad desconocida.

—¿Qué te hizo ese sujeto? —frunce el ceño— ¿Qué fue lo que te dijo para que dejes de tomarle importancia a tu futuro?

—¿Te sorprendería si te digo que fui yo la que se hizo ideas equivocadas? —dice sin perder de vista el vaivén del oleaje sobre la arena— Además, era algo imposible de cualquier forma.

—¿Imposible por qué?

—Porque estar juntos significa lastimar a alguien que ambos queremos. —confiesa en un susurro— Lo que hicimos está mal de muchas maneras.

—Y aún así te enamoraste de él.

—Sí. —hizo todo lo que pudo para tragarse el nudo que se formó en su garganta— Pero ya no importa.

—Por supuesto que importa. —contradice el rubio— Si el cariño que ambos tienen por esa tercera persona es recíproco, estoy convencido de que lo entenderá.

Sarada vuelve a sacudir la cabeza, esta vez la incrédula era ella, simplemente porque no podía imaginarse una escena donde lo que ocurrió se revelase y Boruto reaccione de buena manera.

—Es mejor así. —se encoge de hombros— Era un amor unilateral de todos modos, no hay nada qué hacer.

Intentó ignorar la mirada triste en sus ojos oscuros, ese siempre era su límite con ella. Sarada es dura la mayor parte del tiempo, pero su coraza no era del todo impenetrable y este era uno de esos momentos en los que mostraba su vulnerabilidad.

—Siempre puedes casarte conmigo. —dice en un intento de sacarle una sonrisa— Mejor malo por conocido que bueno por conocer, ¿no?

La Uchiha rió sin poder evitarlo y asiente.

—Si ambos seguimos solteros de aquí a un año, entonces nos casamos. —extendió su mano hacia ella— ¿Qué dices? ¿Tenemos un trato?

Esperaba un golpe, una palabrota tal vez, pero no que ella le estrechara la mano con firmeza.

—Sólo si estas dispuesto a ser un esposo trofeo. —reprime una sonrisa— La estrella del matrimonio seré yo.

—Un sacrificio que estoy dispuesto a aceptar. —le guiña un ojo, bajándose de su caballo para después ayudarla a hacer lo mismo.

Sarada pensó que si su corazón se recuperaba lo suficiente para ofrecérselo a él, no dudaría en hacerlo. Pero no estaba convencida de si alguna vez podría borrar a Kawaki de sus pensamientos por completo y Boruto no merecía un amor a medias. Ninguno de los dos lo merecía.

Un suspiro de gozo salió de sus labios cuando se quitó las botas que traía puestas para caminar descalza sobre la arena de la playa que aún estaba fría bajo sus pies.

—Ya casi amanece. —dice el rubio señalando el horizonte— ¿Ves ahí?

—Está a punto de salir el sol. —afirma ella con la cabeza.

Ambos se quedaron de pie, uno al lado del otro, con respiraciones calmadas y la mirada puesta en el mismo punto fijo.

—La otra noche... soñé con aquel día. —empieza a decir él— Los disparos, los gritos...

—¿Puedes ser más específico? —dice la azabache enarcando una ceja— Que yo recuerde, tuvimos varios días de esos.

—Cuando murió el tío Neji. —suspira, mirándola de soslayo— Creo que fue un día que marcó a todos.

—Dímelo a mí.

—No. —sacude la cabeza— Tu fuiste valiente aún cuando ninguno de nosotros lo fuimos.

—No fui capaz de...

—Nadie te culpa por la muerte de nadie. —frunce el ceño— ¿Por qué sigues cargando con eso? Sucedió y nada pudo evitarlo, ni siquiera tú.

Sarada se quedó en silencio y el rubio soltó un resoplido que llamó su atención de nuevo.

—¿Cómo está Torune?

—En Camboya, según tengo entendido aún sigue allí. —sonríe al recordar su última conversación— Parece un maldito vagabundo alcohólico.

—No me lo imagino.

—Créelo, la última vez que lo visité parecía que acababa de entrar a una taberna. —pone los ojos en blanco— Al menos no ha perdido los reflejos.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó extrañado.

—Porque atrapó al vuelo un cuchillo que le lancé a la cara. —se encoge de hombros— Sigo sin poder creer que es el mismo que me enseñó tácticas de espionaje.

Boruto sonrió, pasando un brazo sobre sus hombros y atrayéndola cerca suyo. Habían olvidado lo fácil que era comunicarse entre ellos, no había secretos ni necesidad de explicaciones.

—¿Y Shino?

—Está en algún lugar de Japón. —dijo riéndose por lo bajo— También visita al tío Torune de vez en cuando para vigilar que no se meta en problemas.

Hubo un silencio entre ellos, uno que resultó ser acogedor y que fue roto minutos después por la voz del rubio.

—La tía Hanabi me llamó el otro día. —menciona con cautela— Dijo que Genma aún tenía un lugar para ti si cambiabas de opinión, siguen sin rellenar el hueco que dejaste.

Después de su boda, Hanabi y Konohamaru decidieron unirse de manera permanente al escuadrón de mercenarios en Israel. La menor de las hermanas Hyūga tuvo que apañárselas para integrarse a un sitio nuevo con personas a las que no conocía y que además de eso se dedicaban a todo tipo de misiones especiales.

—¿Regresar a las torturas? —niega ella con el ceño fruncido— Joder, no, ya dejé todo eso atrás, no es algo a lo que quiera volver.

¿Podía ser el periodo más oscuro de su corta vida? Hasta el momento definitivamente sí, estaba tan descontrolada después de la muerte de su tío que no encontró otra manera de liberar el dolor sin dañar a los que más quería. ¿Cuál fue su solución? Dañar a los que no le interesaban un comino.

¿Perturbador? Sí. ¿Extremista? Sí. ¿Cruel e inhumano? Sí y sí.

Con trece años era la encargada extraer información a los sujetos que Genma le pedía en una pequeña habitación en el cuartel secreto de Israel. Y a los seis meses cuando resultó no ser suficiente le pidió a su padre encargarse de los deudores de los casinos o agitadores entre las filas de su organización. A veces torturaba, en ocasiones finalizaba el trabajo.

Hasta que un día Sasuke Uchiha apareció en la puerta de su habitación en la villa con la famosa caja en brazos. Sabía que su padre estaba preocupado por su comportamiento errático aunque nunca lo dijo en voz alta. Tal vez eso le dio el último empujón para cumplir la petición de su tío y terminó comprándole la mascota híbrida.

Hoshi fue un parteaguas en su vida, era el recordatorio de todo aquello que su tío quería en su vida y su manera de honrarlo fue dejar todo atrás e iniciar de cero en otro sitio: la academia de ballet en Rusia fue su escapatoria.

—Tampoco creo que regresar sea lo mejor para ti. —admite Boruto— Estás más tranquila lejos de todo esto.

—¿Y qué harás el próximo año cuando sea tu esposa? —bromea ella— ¿Dejarás de ser un gánster para mantenerme alejada de la mafia?

—En primer lugar, te pondré un grillete en el pie para que no huyas antes de la boda. —le sigue el juego— Y en segundo, no me importa que sigas siendo bailarina si es lo que de verdad quieres.

—Qué moderno, señor Uzumaki. —apoya la cabeza en su pecho— Creí que sería una esposa de aparador.

—Pensé que el esposo trofeo sería yo. —frunce el ceño— No me quites mi puesto, me gusta que me presuman.

Sarada rió, observando las tonalidades anaranjadas pintando el cielo frente a ellos y la brillante luz rojiza del sol iluminando sus rostros desde el horizonte.

Sentía... paz.

—¿Quieres regresar ya?

Ella sacudió la cabeza.

—Quedémonos un poco más. —pidió en un susurro, dejando que la llevara consigo sobre la arena.

—Todos se darán cuenta de que no estamos. —se ríe él— No habrá manera de pasar desapercibidos, ¿te das cuenta?

—No me importa.

Sólo quería estar ahí un rato más, donde su vida no era un caos y sintiera los estragos de un corazón roto.

(...)

No todos se habían despertado, al menos no la gran mayoría.

Sasuke e Itsuki hablaban entre ellos sentados en el vestíbulo, pero no eran los únicos allí, también estaban Shinki y Mitsuki con un recién llegado Ryōgi a mitad de la conversación con Kawaki y la sonriente Ada pegada a él como una lapa.

—¿No deberían haber bajado todos ya para el desayuno? —pregunta Mitsuki recostándose en el sofá— ¿Desde cuándo todos son tan holgazanes en la villa?

—Es el jet lag. —se excusa Shinki— No todos están acostumbrados al horario.

—No veo a Kawaki quejándose del jet lag. —contradice el Hōzuki señalando al aludido.

En ese momento se escucharon pasos en la escalera y luego una figura femenina apareció en el pasillo un poco desconcertada. Era Kaede, completamente arreglada, casi como para ir a una pasarela.

—¿Alguien ha visto a Sarada? —pregunta en voz alta— Fui a su habitación para pedirle prestados unos zapatos y no está por ninguna parte.

Eso último llamó la atención del antiguo capo y dirigió la mirada a su primogénito.

—A mí ni me veas, sabes que nadie puede controlar lo que hace tu hija. —pone los ojos en blanco— Puede que esté en el gimnasio.

Mitsuki se ríe ante aquello ganándose las miradas de todos encima.

—Al parecer sí estaba haciendo ejercicio, pero no creo que les guste su método. —señala el ventanal donde se apreciaban dos siluetas a lo lejos saliendo de las caballerizas.

Sarada caminaba descalza sobre el césped y reía tanto como hace tiempo no se le había visto hacerlo. Boruto estaba diciendo algo mientras sostenía las botas de ella en alto con una de sus manos y en respuesta ella soltó otra carcajada.

Nadie dijo nada hasta que ambos entraron por la puerta que colinda al jardín.

—¿Qué estaban haciendo? —pregunta Itsuki alzando una de sus cejas oscuras.

—Fuimos a dar un paseo a caballo por la orilla de la playa. —contesta Sarada como si nada— Por cierto, los hombres que vigilan los alrededores son unos ineptos. Cámbialos.

—¿Y qué demonios llevas puesto? —gruñe Sasuke— ¿Te subiste a un caballo usando sólo eso?

—No. —niega de inmediato— Me subí desnuda, recogí esto por el camino.

Sasuke tuvo que contar hasta diez en su mente buscando la paciencia que no tenía. Ada reprimió la carcajada que quiso salírsele al escuchar su respuesta, ahora le caía un poco mejor la chica.

—¿Puedes dejar de bromear antes de que le dé un infarto? —masculla Itsuki soltando un suspiro, a veces olvidaba que su hermana lo hacía sólo para molestarlo.

—¿Cuándo se fueron que no nos dimos cuenta? —cuestiona Mitsuki con los ojos brillantes de expectación, a él sólo le gustaba ver el mundo arder.

—¿Por qué? ¿Estás celoso de que no te incluimos? —contesta ella, pasando por su lado.

—Sarada. —dice Sasuke en tono de advertencia, pellizcándose la nariz con frustración.

La pelinegra atraviesa el vestíbulo con una sonrisa enorme en los labios y se agacha para darle un par de besos en la mejilla a su padre.

—Sólo fue un paseo, papá cabezota. —se ríe con incredulidad— ¿Te veo en el gimnasio?

Él asiente soltando un suspiro, pero su mirada se suavizó al verla tan relajada como una chica de su edad debería estar.

Kawaki no podía dejar de mirarla, se veía... radiante. Su cuerpo esbelto envuelto en aquel camisón de seda y su cabello desarreglado seguramente por el aire la hacían lucir irreal, casi como una pequeña hada del bosque.

Nunca la había visto así, fresca y jovial. Esa era una faceta que no conocía y que al parecer su hermano era capaz de sacar en ella.

—¿Qué le diste que la puso de tan buen humor? — susurra Mitsuki codeando el brazo de Boruto.

El rubio sacude la cabeza y una pequeña sonrisa tiró de la esquina de su labio al verla molestar a su padre. Esa era la Sarada que recordaba.

Ada no podía dejar de sonreír tampoco, pero al volverse a ver a Kawaki se encontró con la mirada dura que le dirigía a su hermano. Y luego estaba la manera en la que la veía a ella, a la chica Uchiha.

No, no podía ser ella, ¿o sí?

—Me doy una ducha rápida y regreso, ¿vale? —dice alejándose de ambos miembros de su familia para quitarle a Boruto sus botas de las manos y seguir su camino a las escaleras completamente descalza.

Sasuke Uchiha esperó a que su hija desapareciera en la planta de arriba para ponerse de pie y apurarse a otro sitio lejos de tanta estupidez juvenil. Esa chica iba a ser su final, había heredado de su madre la capacidad de sacarlo de quicio.

Sarada se adentró al cuarto de baño tan pronto entró en su habitación y se sacó las pocas prendas que traía encima con rapidez, envolviendo su cuerpo en una toalla mientras buscaba algo de ropa interior limpia para dejarla sobre la cama.

Escuchó que alguien tomó el picaporte de su puerta y suelta un suspiro de resignación. ¿Kaede no podía esperar a que terminara de ducharse para esculcar en su armario?

—Adelante, llévate los zapatos que quieras, sólo no dejes un desorden...

—Los tacones no me van, bambi. —dijo la voz masculina inconfundible de Kawaki a sus espaldas.

Ella parpadeó sorprendida y se giró tan rápido hacia la puerta que por un momento temió tropezar con sus propios pies.

—¿Qué haces aquí?

Se remueve con incomodidad, apretando la toalla contra su cuerpo y sintiéndose estúpidamente vulnerable al percibir su mirada recorriéndola de pies a cabeza.

Él no respondió, se limitó a observarla con una chispa de molestia en los ojos que ella supo interpretar de inmediato.

—No sé lo que pretendes. —resopla al ver que no tenía intención de hablar— Pero cierra la puerta al salir.

Intentó ignorar el hecho de que él no se moviera ni un centímetro y que en lugar de eso cerrara la puerta tras meterse de lleno en la habitación.

—¿Qué pretendo yo? —frunce el ceño, dando un par de pasos en su dirección— ¿Qué pretendes tú? ¿Tan rápido piensas meterte en la cama de mi hermano?

Sarada abrió y cerró la boca sin saber cómo responder su ataque verbal. Se veía molesto, no, parecía furioso.

—Lo que yo haga no es de tu incumbencia. —contesta ella, manteniéndose firme en su sitio a pesar de que el pelinegro comenzaba a acortar la distancia entre ellos.

—¿Y así decías estar enamorada de mí? —dice en tono burlón, todavía con esa mirada afilada en sus ojos— Qué rápido cambias de afecto, en ese caso puedes quedarte con tu falso amor.

Los ojos de la Uchiha se empañaron por las lágrimas, pero parpadeó repetidamente para ahuyentarlas. Se negaba a llorar frente a él, eso significaba darle más poder del que ya tenía sobre ella.

Kawaki terminó acorralándola contra la pared más cercana y levantó su mano para tocar la piel de su cuello expuesto, pero...

—No me toques. —susurra apretando los ojos con fuerza, cosa que lo desconcertó— Si aunque sea tienes un poco de decencia, entonces da un paso atrás y déjame ir.

Sus labios rojizos temblaban y la manera en la que su cuerpo se estremeció bajo su toque fue tan placentero que dudó en bajar la mano, pero al final lo hizo.

Era tan diferente a la Sarada indomable de momentos atrás que no le importaba retar a su padre, pero distaba todavía más de la relajada y sonriente que era con Boruto.

¿Por qué se mostraba tan reacia ante él? Le molestaba que mientras estuviera presente, ella sólo se mantenía a la defensiva, todo lo contrario a la manera en la que se comportaba con los demás.

—Intento... portarme como querías que lo hiciera, ¿no lo ves? —alza el mentón para mirarlo con altivez— Trato de ignorarte, pero no me lo estás poniendo fácil entrando a mi habitación sin permiso.

Kawaki frunció el ceño.

—¿Te metiste en su cama?

Escuchar eso fue como un golpe seco en el estómago que la dejó sin aire. ¿Qué demonios se creía? ¿Que ella iba por allí acostándose con todo el mundo?

—Sal de aquí. —señala la puerta con la cabeza— No estoy de humor para tus idioteces.

—Responde. —exige— ¿Te acostaste con él?

¿Qué otra cosa iban a hacer si no? Estuvieron solos a altas horas de la madrugada alejados del resto y regresaron de lo más sonrientes. Ella irradiaba felicidad.

—¿Por qué no contestas? ¿Acaso he acertado?

—¡Basta! —lo empuja por el pecho— No tienes el derecho de preguntarme nada, ni yo tengo la obligación de darte explicaciones.

—¿Te acostaste con mi hermano o no? —insiste estampando su mano en la pared a un lado de su cara, pero ella no se movió.

—Déjame en paz. —siseó ella sin un ápice de cobardía a pesar de lo cerca que estaban sus rostros— ¿Qué te importa de todos modos?

Mierda, quería tomarla y besarla hasta el cansancio. Seguía sorprendiéndole lo hermosa que era, incluso creyó que su belleza ascendía por los cielos cuando estaba enojada.

—¿Por qué sigues evadiendo la pregunta?

—¡Porque es absurda! —su respiración se volvió agitada— Si hubiese querido acostarme con Boruto lo habría hecho hace tiempo, no después de follarme a su hermano.

—¿Y qué es lo que te detiene? —su ceño se frunció más si era posible— Lo metiste a tu cama hace un año, ¿no? Omitiste decirme ese pequeño detalle.

—¿Quién te dijo...

—Dime, ¿dejaste que te tocara como yo lo hice? —la tomó por el mentón con brusquedad— ¿Dejaste que recorriera tu cuerpo desnudo con sus manos así como yo lo hice tantas veces? ¿Qué tanto faltó para dejar que te follara primero que yo?

El sonido de la bofetada hizo eco en el silencio de la habitación y Kawaki se dio cuenta de que la había cagado por completo cuando vio sus ojos aguarse frente suyo.

—Púdrete. —lo empuja para pasar por su lado— Aléjate de mí y no vuelvas a acercarte.

Él volvió a acorralarla con su enorme cuerpo y ella se retorció entre sus brazos intentando escabullirse, pero era inútil porque aunque tuviera la capacidad para librarse de su agarre con facilidad, no podía moverse, se había quedado paralizada y a su merced.

¿Por qué era tan masoquista?

—Sal de aquí. —repite señalando la puerta— Si buscas entretenimiento hay una chica dispuesta a dártelo ahí afuera, pero no vengas a joderme a mí.

—¿Detecto celos en tu respuesta?

Sí, estaba celosa, pero su orgullo era más grande que cualquier sentimiento que pudiera llegar a sentir. Tal vez ese era el mayor defecto de los Uchiha.

—¿Celos? —sonrió con altivez— ¿Por qué habría de tener celos de algo que cualquiera puede tener?

—No era lo que pensabas hace una semana.

—Sí, bueno, es una lástima que desde niña fui egoísta y no me gusta compartir. —se encoge de hombros— Si se lo tengo que prestar a alguien más, entonces ya no lo quiero.

Podía estar enamorada hasta el tuétano, pero no era estúpida. Ninguna mujer valía tan poco para recibir migajas de afecto y ningún hombre valía tanto para tener a varias mendigando por su amor.

Ella no aceptaba medias tintas.

Con un rápido movimiento él empujó su espalda contra la pared y encajó los dedos en su mentón para acercarse a su boca. Sus labios se fundieron en un beso violento que les sacó a ambos un gemido y ella tuvo que sostenerse de sus brazos para no caer por el temblor de sus piernas.

Kawaki no pudo resistirse a besarla, lo necesitaba, ansiaba sentir su lengua fregando la suya con la maestría de alguien que reconoce su sitio. Aquello sólo sirvió para comprobar que su deseo por ella sólo había ido en aumento con el pasar de los días. El sólo hecho de imaginarla dejándose tocar por alguien más era suficiente para sacarlo de quicio.

—No sigas. —pidió ella mirándolo a los ojos cuando se separaron con la respiración agitada.

Si continuaba besándola corría el riesgo de caer de nuevo ante él y era algo que no podía permitirse a estas alturas cuando ya le había hecho demasiado daño.

—Pondré a Ada en un avión de regreso a Tokio. —susurró contra sus labios— ¿Eso es lo que quieres? Pídelo y lo haré.

No quería que lo hiciera porque se lo estaba pidiendo, sino porque realmente no necesitaba de nadie más.

—Dilo con todas las palabras, bambi. —exigió con la voz ronca por el deseo— Quieres exclusividad, ¿cierto?

Una semana atrás no habría dudado en aceptar, era tan tonta que el que se hubiese acostado con tres mujeres antes de ir a Londres para buscarla le habría parecido insignificante.

Sin embargo, sabía que lo estaba haciendo por puro ego. No quería verla cerca de Boruto y eso tal vez lo estaba motivando a ofrecerle más de lo que en un principio accedió.

—El trato es el mismo, ahora añadiendo la cláusula de exclusividad. —propuso— Ni yo busco a otra, ni tú dejas que nadie se te acerque.

Esto ya rayaba en lo tóxico. Kawaki sonrió al verla titubear, parecía estar procesándolo, y contra todo pronóstico ella negó.

—Eso nos deja en el mismo punto muerto en el que estuvimos semanas atrás. —de nuevo el nudo en la garganta casi le impedía hablar— Ofreces menos de lo que estoy dispuesta a aceptar...

—Estoy ofreciéndote más de lo que he hecho nunca por nadie. —masculla desconcertado y hasta ella pudo ver la desesperación en su mirada— ¿Qué más quieres?

Sarada se mordió el labio inferior y entonces le miró con los ojos aguados por las lágrimas, pero todavía tenía la misma voluntad de no permitirse llorar frente a él.

—No. —lo corta de una— ¿Qué es lo que quieres tú de mí? Me pides que no sienta cosas por ti, pero haces de todo para que note que sigues aquí.

Sonaba agotada y él supo leer en su mirada que le costaba resistirse y al mismo tiempo se obligaba a no ceder.

—Esto inició siendo un juego del que ambos sacamos provecho. —balbucea la Uchiha con la voz quebradiza— Fue divertido al principio y la pasamos bien, pero dejó de ser así cuando comenzó a doler.

Él se quedó callado.

—Por eso te pido... —lo observa a los ojos y trastabilló un poco bajo su penetrante mirada— Que si para ti sigue siendo un juego, entonces me dejes ir. Suéltame para que yo pueda soltarte de una vez por todas.

Quizás sus lágrimas la hacían ver borroso, pero juró ver la duda brillando en sus ojos grises. Tras un largo silencio en el que no dejaron de mirarse, Sarada volvió a sentir una pared entre ellos levantándose.

—Es un juego. —confirma lo que ella ya sospechaba, nada había cambiado, y probablemente no lo haría nunca.

Sus labios formaron una sonrisa de labios apretados y se sujetó disimuladamente de la pared cuando él dio un paso atrás liberándola de su acorralamiento. De no haber buscado un soporte quizá ya habría caído al suelo.

—Gracias. —dijo en un hilo de voz, aferrándose al nudo de la toalla.

Se quedaron de pie, uno frente al otro, mirándose por lo que pareció una eternidad. Hasta que él se aclaró la garganta y retrocedió varios pasos más.

Ella por un momento creyó que se detendría para decir una última cosa antes de salir, pero no hubo nada, ni un gesto de despedida. Simplemente le dio la espalda y se fue de allí en completo silencio.

En ese momento ella se permitió soltar un suspiro tembloroso y las lágrimas fluyeron una tras otra. Se prometió que no lloraría frente a él y por poco fracasa en el intento.

En los últimos días había llorado más que en los siete años anteriores. ¿Quién iba a pensar que esa sería ella ahora? Todo un mar lágrimas por un simple corazón roto.

Si supiera que aún le quedaba más sufrimiento por delante y que ese sólo era el principio...