Ada todavía no podía creer lo que estaba viendo, sin duda un recuerdo para la posteridad. La parte delantera de la camisa oscura de Kawaki estaba manchada de vomito.
—Lo siento. —susurra la pelinegra haciendo una mueca parecida a un puchero.
La peliazul esperó la explosión, un grito, algo. Incluso temió por la pobre chica con la que Kawaki descargaría toda su furia. Pero para su sorpresa, él simplemente se pellizcó el puente de la nariz y rápidamente se apresura a sujetar el cabello de la chica cuando hizo un ademán de vomitar una vez más.
—Maldita sea, Sarada. —gruñó sosteniéndola por la cintura y la sintió temblar de frío.
—No me siento bien. —balbucea la Uchiha sujetándose de su brazo— ¿Por qué estás de cabeza?
—Tú estás de cabeza. —la corrigió él, ayudándola a enderezarse luego de terminar de vaciar su estómago en la acera.
Se quita el saco de su traje, que sorpresivamente se había salvado del vomito y se lo colocó sobre los hombros para ayudarla con el frío. Sarada se tambaleó hacia atrás en un intento de poner distancia entre ambos y por poco tropieza de no ser por la mano de él rodeando su cintura.
—Te llevaré a casa. —zanjó con el ceño fruncido— No está a discusión, ahora camina.
Apenas dio un par de pasos antes de que sus propios pies se enredaran entre sí y de nuevo estuvo a punto de caer de bruces. Los tacones resultaron ser una trampa mortal a estas instancias.
—Nunca conocí a una mujer tan fastidiosa. —se queja él, agachándose frente a ella para levantarla en brazos con más delicadeza de la esperada.
Tampoco era estúpido, no iba a arriesgarse a sujetarla como un costal de papas y que terminara por vomitarle encima de nuevo.
—Qué caballeroso de su parte, señor Uzumaki. —habló ella en voz alta arrastrando las palabras— Nadie creería que eres un maldito patán.
Él puso los ojos en blanco y emprendió su camino al auto con ella en brazos. Hasta ese momento se dio cuenta de que Ada también estaba allí, mirándoles desconcertada a unos pocos pasos de distancia y dispuesta a seguirlos al aparcamiento.
—Hola. —saludó Sarada tan pronto la vio— Me gusta tu vestido.
Ada le dirigió una mirada de ojos estrechos a Kawaki, pero enseguida le dedicó una sonrisa a la joven pelinegra.
—A mí me gusta el tuyo.
—Sí, pero ahora está sucio. —hizo un puchero gracioso— ¿A ti te gusta mi vestido manchado de vomito?
Él se hizo el que no escuchó, ganándose un golpe en el hombro de parte de la borrachita enfurruñada.
—¡Te estoy hablando!
—Sí. —resopla— Me gusta.
El Uzumaki apenas podía creer que Sarada estuviera siendo amable con alguien, en especial con Ada, pero a él lo insultaba o golpeaba cada dos por tres.
—¿Estás molesto por haberte vomitado encima? —le pregunta a él batiendo sus pestañas con inocencia.
—¿Tú que crees?
—Que te lo mereces, por idiota. —dice como si nada, acurrucándose en su pecho.
Ada abrió los ojos asombrada. No era normal que Kawaki tolerara tanto sin poner un grito en el cielo, y la chica no sólo le había vomitado encima, también le estaba molestando de lo más normal aún cuando él la llevaba en brazos a su auto.
¿Acaso estaba en un mundo subalterno donde ese hombre insensible se preocupaba por alguien que no fuera de su núcleo familiar?
—Tengo hambre. —se queja la pelinegra— ¿Me compras pizza?
—Es de madrugada, no hay ningún lugar abierto de pizza a estas horas. —dice exasperado— Si te callas, me detengo si veo un sitio con servicio.
Sarada hizo el ademán de cerrar la boca con un zíper y lanzar la llave del candado al suelo. Él volvió a torcer los ojos y la colocó sobre sus pies al llegar frente a la SUV en la que vino esa noche.
—¿Y si me compras un helado?
—No hay silencio, no hay comida. —responde abriendo la puerta de copiloto— Súbete ya.
—No hasta que me prometas que vas a comprarme comida.
Él no era un hombre conocido por su paciencia, pero estaba poniendo todo su empeño en no atarla de pies y manos para meterla en el asiento.
—Haré que uno de mis hombres te consiga comida si entras al auto. —se refriega el cabello con una mano— Ahora sube o te juro que te meto a la fuerza.
La Uchiha se cruzó de brazos y finalmente se metió en el asiento de copiloto totalmente enfurruñada. Kawaki suspiró, desabotonándose la camisa con asco y buscando en el maletero una de repuesto.
Ada lo observó medio abrochársela en silencio con un montón de preguntas en la mente. ¿Por qué estaba comportándose tan diferente?
—Sube también o te dejo aquí. —habló en voz alta sin mirarla— Mi paciencia está a punto de agotarse.
—¿Kawaki? —lo llamó una vocecita desde la ventana del auto— Pedirás que me compren helado también, ¿verdad?
Él suspiró. No sólo tenía que lidiar con la mirada afilada de Ada, también con una borrachita imprudente y habladora.
—Ya te dije que sí.
Pero cuando se giró a verla, la muy maldita ya se estaba quitando el vestido sucio en el asiento del copiloto con movimientos torpes. ¿Qué karma estaba pagando?
—Hace calor. —dijo abanicándose el rostro con la mano— ¿Ustedes lo sienten? ¡Desnudémonos todos!
—Joder. —gruñó por lo bajo, rebuscando en el maletero alguna otra cosa que pudiera ponerle encima.
Él no tenía problema en verla semidesnuda, la había visto un montón de veces, pero no creía que llevarla en ropa interior a su casa fuera lo más sensato teniendo en cuenta que algún miembro de su familia podría seguir despierto.
Para su suerte encontró otra camisa limpia y fue la que llevó consigo antes de cerrar el maletero.
—Te ayudo a ponérsela. —se ofreció Ada, haciendo un amago de bajarse del asiento trasero.
—Lo haré yo.
Los ojos de Sarada se iluminaron cuando su puerta se abrió y levantó los brazos hacia él como una niña pequeña.
—¿Llegamos?
—¿A qué hora me viste conducir? —enarca una ceja— Seguimos en el aparcamiento por tu culpa.
—¿Mi culpa? —lo manoteó cuando intentó tomarle el brazo para ponerle la camisa— ¡Es tu culpa por... por ser un hombre! ¡Uno muy estúpido!
Una sonrisa casi imperceptible tiró de la esquina de su labio y en un movimiento inconsciente terminó por acariciar su mentón con el pulgar. Maldita sea... ¿por qué incluso estando ebria y comportándose como un mapache rabioso lucía tan encantadora?
Reaccionó al ver sus labios temblando por el frío y se las arregló para ponerle la camisa a la fuerza tal cual como una muñeca de trapo aún cuando ella intentaba resistirse en ocasiones.
—¿Cuándo te quedarás quieta? —frunció el ceño— Eres un grano en el culo.
—Cuando me compres helado. —le saca la lengua y se inclina hacia el frente— Pero esta vez sin nueces, por favor, la última vez casi no la cuento.
—¿Y eso te parece gracioso?
Él la soltó de manera brusca y cerró la puerta de copiloto sin dejarla decir una palabra más. No le apetecía recordar aquella escena, en especial la imagen de ella desvanecida en sus brazos y su rostro perdiendo color.
Sarada se encoge de hombros, quitándose las botas con movimientos torpes y tirándolas debajo del asiento para mejor comodidad.
¿Qué era lo que le había molestado tanto como para entrar al vehículo tras un portazo segundos después? Él fue el que la abandonó en la habitación de hospital, ¿y ahora se enojaba por mencionar el incidente? No tenía mucho sentido.
El interior del vehículo se sumió en un silencio sepulcral al salir del aparcamiento y la Uchiha se hizo un ovillo en su asiento en un intento de guardar calor. Kawaki la miró de soslayo y se dio cuenta de que temblaba ligeramente, así que aún estando furioso con ella, movió la mano hacia el panel de la SUV para encender la calefacción.
La mayor parte del viaje ninguno habló. El Uzumaki se concentró en conducir, aunque de vez en cuando echaba una mirada hacia lo que estaba haciendo la pelinegra a la que le había parecido de lo más entretenido observar por la ventana el camino a su casa. Mientras que Ada no paró de analizar lo que sucedía, cada vez más convencida de que era ella la mujer misteriosa de Kawaki.
—Mira allí. —señala Sarada con ilusión— Esa era mi antigua academia de ballet.
El pelinegro miró con atención el edificio de arquitectura gótica, no era muy grande y tenía muchas ventanas con mosaicos de colores en el primer piso.
—Oh, y por allá está la heladería a la que me llevaba papá. —apunta con el dedo un par de calles después e hizo un puchero al ver las luces apagadas— Pero está cerrado.
—Tal vez otro día. —susurra él por lo bajo, ganándose una mirada de ojos brillantes.
—Te encantará el sabor a menta, es el favorito de papá, aunque no lo admita jamás. —comienza a hablar atropelladamente— A mi me gusta más la frambuesa y a mamá la cereza...
Parecía un pequeño loro, no paraba de hablar contándole cosas que solía hacer cuando era niña y sus ojos irradiaban alegría aun estando cristalinos por el efecto del alcohol. Era una borrachita parlanchina, pero no le molestaba, incluso no podía reprimir alguna que otra sonrisa al oírla arrastrar un poco las palabras.
De pronto ya no se hallaba enojado y Ada se tragó un gritillo cuando él de manera inconsciente deslizó la mano por su muslo hasta descansar en su rodilla en un acto tan natural como si lo hubiese hecho miles de veces.
Él jamás hizo alguna de esas cosas por ella, ni siquiera le prestaba la más mínima atención cada que hablaba. Y ni hablar de soportar una borrachera de su parte o el más mínimo insulto. En resumidas cuentas, sólo le ofrecía el tiempo suficiente para un orgasmo.
Veinte minutos después, entraron en la propiedad Uchiha luego de pasar por el riguroso anillo de seguridad y Kawaki soltó un audible suspiro al bajarse del vehículo para ayudar a la pelinegra. Ella seguía sin estar en condiciones aptas para ir por su propio pie y de nuevo tuvo que agacharse para llevarla en brazos.
—Oye, tengo una gran idea para tu siguiente tatuaje. —balbucea con una sonrisa— Unas bonitas camelias rojas.
—¿Flores? —sacude la cabeza— Es ridículo.
—¡Dicen que son las rosas de Japón! —lo golpea en el hombro haciendo un puchero— ¡Y son mis favoritas!
—Lo sé. —enarca una ceja— Pero no voy a tatuarme flores.
Ella se quedó en silencio unos segundos, mordiéndose el interior de la mejilla hasta que finalmente levantó su rostro para verlo.
—¿Sabías que mi perfume Chanel contiene camelias? —comenta como si nada— La flor carece de aroma, pero le aporta untuosidad.
Él parpadea incrédulo.
—¿También sabías que el aceite de camelia es rico en ácido oleico y vitaminas A, B, D y E? —dice atropelladamente— Tiene muchos más antioxidantes naturales que cualquier otro aceite derivado botánico.
—¿Cómo es que sacas datos tan raros aún estando ebria? —se mofa caminando con ella hacia la entrada de la casa.
—Mi mente bota información que he leído en algún punto de mi vida. —se encoge de hombros, apoyando la cabeza en su pecho— No es mi culpa ser espectacular.
Kawaki sacude la cabeza con una sonrisa de medio lado y ajusta su agarre para acercarla más si era posible.
—¿Y dónde debería tatuarme, cerebrito?
Ella sonríe, colando su mano debajo de su camisa provocando que todo su cuerpo se tensara, en especial al llegar a la altura de su pecho, justo encima de su cicatriz.
—Aquí. —dijo en voz baja para que sólo él la escuchase— Creo que es hora de borrar los malos recuerdos.
El Uzumaki se aclaró la garganta y no respondió, simplemente siguió caminando hasta entrar al interior de la casa donde los recibió una total oscuridad. Al parecer todos ya se hallaban dormidos, cosa que no esperaba en absoluto.
—La llevaré a su habitación. —anunció en voz baja— Vete a la cama.
—No puedes dejarla que duerma en ese estado. —se atrevió a hablar Ada— Puede vomitar mientras duerme y ahogarse sola.
—Me haré cargo.
La peliazul lo vio dispuesto a continuar por el pasillo con un nudo formándose en su garganta y los ojos picando por las lágrimas que se obligaba a retener.
Le había bastado una hora conviviendo con ellos dos juntos para darse cuenta de que Kawaki seguía siendo el mismo con todos. Excepto con la chica Uchiha.
—Te espero despierta. —le dijo antes de verlo desaparecer por las escaleras— Creo que necesitamos hablar.
No quiso preguntar nada sobre lo que ella quería hablar, pero se hacía una idea de lo que le esperaba, reclamos y más reclamos. Sin embargo, no quiso iniciar una discusión con ella frente a Sarada, en especial con la borrachera que se cargaba y lo volátil que podía llegar a ser, era capaz de despertar a todos en la casa y se volvería un completo caos.
—Espérame en tu habitación.
El Uzumaki chasqueó la lengua fastidiado y subió las escaleras con todo el sigilo que le fue posible con la lora habladora en brazos y que al final para su sorpresa terminó señalando la puerta de la habitación contigua a la suya.
—¿Jugamos una partida de ajedrez? —propone ella al atravesar el umbral de la puerta— Oh, ya sé, juguemos póquer.
—¿De verdad crees que apostaría en el póquer contra ti? No soy estúpido.
Ella hizo un puchero y hasta ese momento se percató de que se dirigían al cuarto de baño.
—¿Qué haces?
—Tomaremos una ducha.
—¿Qué? —chilló la joven retorciéndose contra su cuerpo— ¡No!
Kawaki se las arregló para sostenerla con firmeza y al mismo tiempo abrir la regadera para después meterse con ella dentro sin importarle que el agua fría calara en su piel.
—¡Está helada!
Al parecer era justo lo que necesitaba para que su mente se aclarara.
—Eres un idiota, Kawaki. —se ríe, sujetándose de sus brazos para no caerse cuando él la dejó sobre sus pies descalzos— ¡Voy a resfriarme!
—Cambiemos la temperatura, entonces. —sonrió él, abriendo la llave de la caliente— El agua fría era para que espabilaras.
—¡Pudiste avisarme!
—Habrías preferido lanzarte por el balcón. —pone los ojos en blanco— Agradéceme mañana por salvarte de la tragedia.
Ella hizo un mohín enfurruñado y de inmediato sintió la mirada grisácea recorriéndola de pies a cabeza provocando un ligero sonrojo en sus mejillas. Hasta ahora notó la escasa cantidad de ropa que tenía encima. Un conjunto de lencería oscura y una camisa de vestir blanca completamente empapada.
El chorro de agua fría sí sirvió para despertarla un poco, pero hasta ella sabía que era mala idea estar a solas con Kawaki en ese estado. No por lo que pudieran hacer, sino por lo que podía decir.
—Creo que son pequeñas.
—¿Qué?
—Mis tetas. —hace un puchero, acunando sus pechos con las manos— ¿Crees que debería operarme?
De todas las cosas que podía oírla decir, esa era la última. No había duda de que seguía ebria, estaba seguro que en sus cinco sentidos sería lo último que diría en voz alta.
—Estás siendo ridícula.
—Cualquier otro hombre diría que sí. —lo ignora y continúa estrujándose los pechos sobre el sostén de encaje.
¿Cómo podía pensar en cambiar algo de ella cuando él peleaba tanto consigo mismo para sacársela de la cabeza siendo tal y como es?
—Así estás bien. —fue lo único que pudo decir, colocando un mechón de cabello detrás de su oreja.
Vio el deseo en sus ojos, sabía lo que quería y aún así se mantuvo quieto a pesar de las ganas que tenía de estamparla contra los azulejos del baño y hacerla gemir su nombre.
—¿Esperas una invitación? —enarca una ceja— Estoy mojada y casi desnuda, no hay invitación más directa que esa.
—No voy a follarte por más que quiera hacerlo, bambi. —delineó su labio inferior con el pulgar— No soy de los que se aprovechan de chicas ebrias, no va conmigo.
—Lo hicimos en un baño público hace un par de horas, ¿Qué diferencia hay?
—Que no te habías bebido todo el alcohol de la barra. —la mira a los ojos— En estos momentos apenas puedes mantenerte en pie por ti misma.
Por supuesto que iba a rechazarla, debía verse patética pidiendo por sexo. ¿Por qué tenía que humillarse más de lo que ya lo había hecho? Estaba cavando su propia tumba al darle más razones para llamarla inmadura.
—Vale. —acepta dando un paso hacia atrás— Duchémonos, entonces.
Dejó caer la camisa blanca prestada y no dudó en deshacerse de la ropa interior, sin prestarle atención a la mirada interrogante del Uzumaki. Segundos después se dio cuenta de que no estaba bromeando, la vio vaciar un poco de jabón líquido en la palma de su mano y comenzar a frotarse el cuerpo con tranquilidad, como si no acabara de pedirle que se la tirara contra la pared del baño.
Ella le miró expectante señalando su ropa y tras un resoplido comenzó a desvestirse también. Tuvo que darle crédito por ignorar la potente erección que dejó a la vista después de quitarse la última prenda, confirmando que no aceptaría tomarla por su estado de ebriedad, no porque no quisiera hacerlo. Porque de verdad lo quería.
Sarada le dedicó una sonrisa de labios apretados y comenzó a enjabonar sus grandes brazos cubiertos de tinta, tomándose su tiempo con cada uno. Él apenas podía creer que le estuviera permitiendo lavarle el cuerpo.
—Las cosas no están bien aquí en casa. —dice en un hilo de voz— Todos me ocultan lo que pasa. Primero lo de los búlgaros y después lo de...
No pudo terminar de hablar. Seguía procesando la idea de que en algún futuro cercano perdería a su abuelo de la misma manera que perdió a su tío.
—¿Qué? ¿Qué otra cosa?
Ella quiso tragarse el nudo que se le formó en la garganta, pero le fue imposible, así como también un pequeño sollozo se escapó de entre sus labios.
—Mi abuelo está enfermo. —confesó en un susurro— Y rechazó cualquier tipo de tratamiento.
A su mente acudieron miles de recuerdos de los últimos días de su tío, la debilidad de sus movimientos, los ataques de tos sanguinolenta, las noches de fiebre y escalofríos. La ceguera.
—Todos en la familia lo sabían desde antes de Aspen excepto yo. —desvía la mirada— Y de no ser porque les he oído por error, tal vez pensaban decírmelo hasta que fuera el momento del funeral.
—Deben tener sus razones...
—¡No me importa! —las lágrimas derramándose por sus mejillas se entremezclaban con las gotas de agua que caían sobre sus rostros— ¡Yo también voy a perderlo!
Él tragó saliva al verla así, temblorosa y sollozante, jamás la había visto tan vulnerable. Ni siquiera durante su último día en St Moritz cuando vio su mirada decepcionada.
Entonces pensó que no le gustaba verla de esa manera. Ni por causa suya, ni por ninguna otra cosa.
—Ven aquí, bambi. —rodeó su cuerpo delgado con sus brazos y permitió que refugiara su rostro en su pecho.
Hasta ese momento ella se permitió deshacerse en sollozos y se aferró a su torso con fuerza. No le importaba verse como una niña pequeña en busca de consuelo, porque justo eso era lo que necesitaba.
Kawaki concluyó que recibir aquella noticia había sido el detonante que la hizo perder el control en el club. No estuvo bebiendo por mero capricho, ella bebió para olvidar por una noche.
Sintió los espasmos de su cuerpo con cada sollozo, pero no se movió ni un centímetro, si lo que necesitaba era llorar hasta quedarse sin lágrimas entonces él esperaría ahí. Inamovible.
Poco a poco su llanto cesó hasta convertirse en suaves suspiros y él alejó su rostro lo suficientemente para verla.
—Te ves fea cuando lloras. —dijo a modo de burla para quitarle hierro al asunto.
Ella frunció el ceño, separándose de él completamente indignada.
—Yo me veo bonita todo el tiempo. —contesta con altivez.
Los labios de Kawaki se curvaron en una sonrisa, de esas que tanto le gustaban a ella porque pocas veces conseguía que lo hiciera de esa manera tan sincera.
Entonces pensó que tal vez no debía precipitarse en tomar una decisión como la que estuvo dando vueltas en su cabeza la mayor parte del día.
—Déjame lavarte el cabello. —pidió ella echando shampoo en la palma de su mano— Prometo que será rápido y no se lo contaré a nadie.
Él puso los ojos en blanco y la tomó de la parte trasera de sus muslos para que enredara las piernas alrededor de su cintura y pudiera estar a la altura suficiente.
Casi lo hacía ver como un sacrificio cuando muy en el fondo disfrutaba de sus caricias y mimos. Lo que sí le estaba resultando ser una tortura era tenerla tan cerca, desnuda y mojada, pero sin poder hacer un movimiento al respecto como tanto deseaba.
Cerró los ojos a causa de la espuma y no pudo evitar sonreír cuando escuchó la risita de Sarada al masajear su cuero cabelludo con suavidad. Joder, sus manos eran mágicas, en menos de dos minutos se sentía más relajado que en la última semana.
Ella enjuagó su rostro para quitarle el exceso de jabón de la frente y cuando terminó se inclinó para dejar un pequeño beso en sus labios.
De pronto, los ojos volvieron a llenársele de lágrimas, pero esta vez se obligó a retenerlas.
—Te amo, Kawaki.
Su pecho sintió como si acabara de quitarse una pesada loza de encima al soltar aquella confesión. Sin embargo, a pesar de que ya se esperaba una reacción rígida como la de la última vez, nada la preparó para la mirada dura en los ojos grises.
Aún así, ella se forzó a sonreír con los labios apretados y a sacudir la cabeza como restándole importancia a sus sentimientos.
—Te amo. —repitió esta vez mirándole a los ojos— Pero está bien si tú no me amas.
Si quería sorprenderlo, definitivamente lo consiguió.
—Ya habrá alguien que lo haga. —acarició su mejilla con la punta de los dedos— A estas alturas ya no importa de todos modos.
¿A qué se debía aquella actitud tan desesperanzada? Incluso desinteresada.
—He decidido que voy a casarme con el hijo de Yuino. —suelta en un susurro— Tenerlos de aliados es mejor que como enemigos potenciales.
Él frunce el ceño, dejando que la joven toque el suelo con sus pies finalmente y tomara al menos un poco de distancia entre los dos.
—No puedes estar hablando en serio. —su tono salió más brusco de lo que tenía pensado.
—Mi familia necesita tranquilidad en estos momentos. —continúa diciendo— Y si casarme nos quita un problema de encima, entonces estoy dispuesta a hacerlo.
Ambos se quedaron en silencio por lo que pareció una eternidad cuando en realidad apenas pasaron pocos segundos.
—¿Te ofrecerás como ofrenda de paz? —escupe con sarcasmo— ¿Sacrificarás todo por un futuro incierto?
—¿Sacrificar todo? —parpadea repetidamente y suelta un suspiro cansado— Pero si no tengo nada qué perder.
La intensidad de su mirada grisácea era casi como si intentara ver a través de su alma en busca de un poco de sentido común.
—¿Tu padre lo permitiría?
—No necesito su permiso. —sacude la cabeza— Ni el suyo, ni el de nadie.
Hubo un silencio absoluto dentro de la habitación en el que lo único que se escuchaba era el sonido del agua cayendo sobre sus cabezas hasta tocar el suelo.
—A menos... —murmura con la mirada cargada de anhelo— A menos que tengas una razón válida que me detenga de hacerlo.
«Pídemelo, pídeme que no lo haga», rogó en su interior sin dejar de mirarlo a los ojos en una súplica silenciosa. «Pídeme que no me case con otro».
Él sabía lo que quería y aún así no pensaba pronunciar las palabras que ella deseaba oír.
—No tengo una razón. —responde sosteniéndole la mirada— Puedes hacer lo que te plazca. Te lo dije en Aspen y te lo repito ahora.
Sarada tragó duro en un intento de deshacer el nudo persistente en su garganta y su cabeza apenas asintió en afirmación.
—Eso creí. —susurra en voz baja— Sólo quería que lo reafirmaras.
Aunque... si él se lo hubiese pedido, la idea de casarse con alguien más estaría en el olvido en el primer momento que las palabras salieran de sus labios.
—De acuerdo... —parpadea ahuyentando las lágrimas y se aclara la garganta con la misma convicción de no llorar frente a él de nuevo— Me siento mejor, creo que puedo encargarme de mi misma a partir de ahora, pero gracias por traerme a casa.
Su tono formal lo desconcertó por un momento, pero no le sorprendió en absoluto que volviera a levantar el muro entre ellos.
—Siento haber vomitado tu camisa, te compraré una nueva.
—Déjalo así. —responde mientras sale de la regadera y se cubre las caderas con una de las toallas limpias— No me debes nada.
Sarada asiente y se gira para darle la espalda después de cerrar la puerta de cristal que terminó por separarlos. No quería verlo, no podía hacerlo sin pensar que de nuevo había caído ante el deseo y luego fue botada como un insecto insignificante.
Tras varios segundos escuchó la puerta de baño y cerrarse y poco después la de su habitación también. Supo que finalmente se había ido y entonces se permitió llorar una vez más.
¿Eso fue todo? ¿Ha terminado?
Al parecer sí. Y tal vez eso sería lo mejor.
(...)
La música seguía retumbando en las paredes del lugar mientras ella seguía moviéndose contra los cuerpos sudorosos de dos chicas que no conocía hasta esa noche y de vez en cuando coqueteaba con un sujeto en la barra que no paraba de invitarle tragos.
Estaba aprovechando la ausencia de sus vigilantes. Su hermano Boruto terminó yéndose con Kaede en cuanto escucharon que Kawaki se llevó a una Sarada ebria a casa. Eso le dejaba la libertad de comportarse como le diera la gana, no había nadie que la restringiera de hacer cosas divertidas.
—¿Crees que esté bien? —pregunta Namida mordiéndose el labio inferior— Me preocupa Sarada...
—Me sorprende que mi hermano se haya ofrecido a llevarla, pero sí, creo que estará bien. —contesta Himawari con los ojos cerrados, dejándose llevar por la música en medio de la pista.
—Deberíamos irnos también. —sugirió la castaña— Estoy agotada y un poco ebria. Le pediré a Mitsuki que nos lleve a casa.
Himawari levantó el pulgar para darle su aprobación y de pronto se encontraba sola en medio de desconocidos en la pista de baile. Y de pronto sintió la necesidad de buscarlo a él, aún teniendo la corazonada de que no debía hacerlo por alguna razón.
Pero el alcohol en su sistema terminó de darle el empujón que le faltaba para animarla a subir las escaleras hacia la zona privada del club donde debería de estar y al llegar al último escalón supo que su presentimiento no era errado.
Shikadai estaba allí con una pelirroja en su regazo, la mujer de curvas generosas sonreía mientras le susurraba algo al oído y las manos masculinas no dejaban de vagar por sus piernas desnudas.
La boca se le secó al ver semejante imagen. ¿Cómo podía ella estar sufriendo por un corazón roto cuando él parecía estar pasándola a lo grande?
Y para rematar, los ojos verdes del Nara se encontraron con los suyos por unos pocos segundos antes de que se diera la vuelta y escapara de allí como alma que lleva el diablo.
—¡Hima! —alcanzó a oír por encima de la música, pero ella decidió ignorarlo y volvió a mezclarse entre la gente de la pista de baile.
No quería oír excusas patéticas sobre no querer lastimarla y tenerle un cariño especial.
Se las arregló para abrirse camino hasta los sanitarios y nada más atravesar la puerta un pequeño sollozo se escapó de sus labios. Se abrazó a sí misma en un intento de consolarse, pero en esos momentos se sentía la persona más patética en la faz de la Tierra.
¿Por qué tuvo que enamorarse? ¿Por qué no pudo ser ella la que vio aquella relación como una distracción? Pero es que nunca hubo un acuerdo entre ellos, jamás se especificó que se trataba sólo de sexo, simplemente se dejaron llevar. ¿Cómo iba a saber que los sentimientos que se desarrollarían serían unilaterales? De haberlo sabido no habría comido el error de involucrarse con él.
—¿Debo preocuparme por un suicidio? —escucha una voz masculina a pocos pasos— ¿Eres tan dramática como para meter la cabeza en un inodoro y auto-ahogarte?
Los ojos verdes enmascarados por unas largas y bonitas pestañas no eran los mismos que esperaba ver, no supo si lo que sintió fue alivio o decepción porque él muy maldito ni siquiera hizo el intento de ir tras ella.
—Sabes que estás en el baño de hombres, ¿verdad?
Ella abrió y cerró la boca sin saber qué decir al mirar el símbolo masculino en la puerta de la entrada. Joder, ¿así o más patética?
—¿Por qué estás llorando? —enarca una de sus cejas oscuras— ¿Se te rompió una uña?
Himawari jadeó indignada y le sacó el dedo medio mientras fruncía el ceño.
—¿A ti qué te importa? —gruñe ofendida, enjuagándose las lágrimas con la mano.
Shinki sonrió con altivez, cruzándose de brazos mientras recostaba su espalda en la pared del frente para verla lavarse el rostro en el lavamanos con mayor comodidad.
—¿Lloras por ebria o por despecho? —inclina el rostro hacia un lado sin dejar de mirarla— Tuve demasiado de eso hoy.
—¿Ah, sí? —se gira ella para enfrentarlo— ¿Y quién fue la ilusa a la que le arruinaste la noche?
—¿Yo? —se señala con burla— Al que le arruinaron la noche fue a mí. Primero me entero de algo que no debía saber y luego me encuentro con una ebria loca y llorona en el baño de hombres.
Himawari hizo una mueca de indignación e hizo un amago de salir por la puerta, pero fue detenida por él en el último minuto.
—Compórtate, no me hagas sentirme obligado a cuidarte. —dijo con seriedad— Tus hermanos no están, alguien debe hacerse cargo de ti.
—Bueno, pues entonces finge que no me conoces. —se suelta de su agarre con brusquedad— No necesito una niñera.
De todos los amigos de su hermano, tal vez él era justo con el que menos interacción tenía. Lo veía en las reuniones familiares, pero siempre era tan distante y serio que nunca le pasó por la cabeza estar teniendo una discusión de ese tipo en el baño de un club nocturno.
Al final, el ojiverde la dejó ir tras varios segundos y ella al verse libre de inmediato se escabulló hasta la barra para pedir dos nuevos chupitos y bebérselos de golpe.
Si a Shikadai no le importaba liarse con cuanta tipeja se le pusiera en frente, ella podía hacer lo mismo, ¿no?
Un pelirrojo de ojos marrones risueños se acercó desde el otro extremo de la barra y extendió su mano hacia ella con galantería.
—¿Bailas? —le sonríe de medio lado, haciéndola girar sobre sus pies cuando su mano se deslizó sobre la suya.
La pelinegra dejó que la guiara entre la multitud y permitió que el sujeto pusiera sus manos en su cintura para después iniciar con el sugerente meneo de sus caderas femeninas. Se restregó con descaro contra el cuerpo del desconocido y dejó que sus dedos acariciaran límites peligrosos.
A estas alturas ya no le importaba nada, lo único que quería era divertirse un rato, aunque de vez en cuando su mirada se desviaba hacia aquel sitio en el que sabía que él debía estar. ¿Podría estar viéndola?
En el fondo, quería ver cuál era su reacción, deseaba ver si era realidad el que no le interesaba en absoluto o sí simplemente fingía. Pero no obtuvo señales de él en ningún momento y su mente comenzaba a nublársele poco a poco.
—¿Te gustaría que siguiéramos la fiesta en otro lado? —susurra el hombre en su oído— En un sitio más privado.
—Necesito irme de aquí. —sacudió la cabeza, internamente decepcionada por lo que acababa de hacer.
—Mi departamento está cerca. —le sonríe con coquetería— ¿Te apetece que continuemos allí?
—Quiero ir a casa. —dice intentando soltarse de su agarre, pero el pelirrojo envolvió un brazo alrededor de su cintura y ya la estaba arrastrando fuera de la pista.
Himawari se removió incómoda ante su contacto brusco y lo empujó con todas sus fuerzas sin esperar que el sujeto iba a soltarla de repente causando que perdiera el equilibrio y terminara cayendo de bruces en el suelo.
—Ven aquí, guapa, te ayudo. —le dijo él ofreciéndose a levantarla, pero ella lo manoteó para que se alejara.
Al parecer el sujeto no entendió la indirecta porque de nuevo insistió en levantarla a la fuerza.
—¡Te dije que no quiero ir contigo!
El pelirrojo frunció el ceño, dispuesto a responder con la misma agresividad cuando la ojiazul le gritó frente a varias personas. Sin embargo, de un momento para otro una figura imponente se atravesó en medio de ambos, dándole la espalda a la chica.
—Piérdete. —dijo en tono de advertencia con su tono grave.
Himawari tuvo que parpadear un par de veces para enfocar y por poco pierde el equilibrio al darse cuenta de quien era la persona que estaba frente a ella resguardándola con su cuerpo en ademán protector. Era Shinki.
—¿Te cansaste de dar problemas, muñeca? —levantó una ceja— Nos vamos a casa. No pienso discutir contigo.
Ella asiente, todavía un poco achispada y sorprendida, pero dejó que la tomara por el brazo para arrastrarla fuera del edificio.
—¿A quién intentabas poner celoso? —se burla mientras la obliga a seguirle el paso hasta el estacionamiento.
—¿De qué hablas? —gruñe al instante, enredándose con sus propias palabras— No era lo que estaba haciendo.
—Sí, sí, di lo que quieras. —pone los ojos en blanco— Era bastante obvio.
Pero ella no era de las que se dejaba perder en una discusión a pesar de no tener la razón.
—Bailé con un tipo porque quise, no porque quisiera poner celoso a nadie. —dice soltándose del agarre en su brazo al detenerse frente a un auto deportivo que supuso era de él.
—Ajá, fingiré que te creo, ahora sube. —señala la puerta abierta del Aston Martin negro— No quiero más problemas esta noche.
La Uzumaki miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca y entonces con un movimiento que él no pudo predecir se puso de puntillas para tomarlo por el cuello y atrapar sus labios en un candente beso que lo dejó pasmado.
La joven aprovechó su sorpresa para introducir su lengua dentro de su boca con sensualidad y cuando sintió que el cuerpo de él comenzaba a relajarse se separó de golpe.
—¿Ves? No hay nadie alrededor. —señala lo obvio— Hago lo que hago porque quiero, no para molestar a alguien.
Y se metió al auto dejándolo con la palabra en la boca.
Ahora era el turno de ella fingir que sentir unos labios nuevos no le resultó excitante y había despertado en ella una emoción nueva que no sintió antes, ni siquiera con Shikadai.
Por su lado, Shinki todavía no terminaba de procesar lo que acababa de suceder. ¿Qué carajos se creía esa mocosa para ir y besarlo así sin más?
No es que le hubiese desagradado el beso, en realidad la chica lo hacía jodidamente bien, pero no le gustaba que nadie se tomara ese tipo de libertades que ni siquiera le concedía a las chicas que se follaba.
Él no besaba. A nadie. Al menos no con las que tenía un simple lío de una noche.
Pero cuando entró al auto dispuesto a hacer su reclamo se encontró con la imagen más inesperada: Ella ya estaba dormida hecha un ovillo en el asiento y con el cabello cubriéndole la mayor parte del rostro.
—Genial. —resopla, poniendo el auto en marcha— Lo que me faltaba.
En una noche pasó de ser el confidente de Sarada a ser el niñero de Himawari. Simplemente fantástico.
(...)
Maldijo una y otra vez a mitad del pasillo después de cerrar la puerta de aquella habitación. Le había costado irse más de lo que pensó, varias veces en los escasos segundos que se tardó en salir estuvo a punto de darse la vuelta y tomarla en brazos.
Sin embargo, ignoró la voz dentro de su cabeza que le pedía a gritos que regresara y optó por obedecer a la razón e hizo lo que debió hacer desde que puso un pie en Italia. Alejarse de ella.
¿De verdad creía que sería capaz de impedir una boda? No era esa clase de hombre. Jamás existiría algo que lo motivara a pedirle a una mujer que no se case con alguien más. Si ella decidía casarse con otro, entonces tal vez ella es la que no valía la pena.
Finalmente se metió dentro de la habitación contigua con una mano refregándose el cabello húmedo. Para su mala suerte sólo un simple muro los separaba, hasta en eso el destino confabulaba en su contra.
—Has vuelto. —la voz femenina rompió el silencio del lugar— Por un momento pensé que pasarías la noche con ella.
Ada estaba sentada en el borde de la cama con un semblante lúgubre, abrazándose a sí misma mientras que en sus ojos irritados volvían a acumularse lágrimas. Pareció haber estado llorando por un largo rato.
—No tendría porqué pasar la noche con ella —dice pasando por su lado en busca del pantalón de pijama que no dudó en ponerse sin voltear a verla— Y creí haberte dicho a ti que me esperaras en tu habitación.
—No te habrías tomado el tiempo de bajar. —concluye ella, sabiendo que por la mañana buscaría cualquier excusa para librarse de la conversación— Por eso decidí esperarte aquí.
—No es momento...
—¿Y cuándo lo es? —frunce el ceño— Me has traído a este sitio para ser tu coartada y que nadie sospeche sobre lo que está sucediendo.
—¿Y qué está pasando según tú? —dice en tono sarcástico— Deja de decir tonterías y regresa a tu habitación, mañana hablamos.
Ella se puso de pie y acortó la poca distancia que había entre ellos. Entonces lo empujó con las manos sobre su pecho y las lágrimas brotaron de nuevo.
—Es ella, ¿verdad? —dijo en un hilo de voz— Es Sarada.
Kawaki no se movió ni un ápice a pesar de que ella continuaba con los débiles golpes contra su torso.
—No intentes negarlo. —solloza— ¡He visto la manera en que la miras!
—Eso es ridículo.
—¡No! ¡Ridículo es lo que estás haciendo tú fingiendo que no te importa! —lo señala con el dedo— Jamás has hecho por mí la mínima parte de lo que has hecho hoy por ella y estamos juntos desde hace dos años.
—Te lo he dicho, no confundas el ser una pareja y simplemente acostarse con alguien. Eso es lo que estuvimos haciendo, Ada, follamos y ya está. —suspira fastidiado— No te tomes atribuciones que no te corresponden.
—¿Y cuál es la diferencia con ella? —cuestiona consternada— ¿Por qué ella sí y yo no?
Kawaki se pellizca el puente de la nariz. De pronto comenzó a darle jaqueca.
—Es la hermana de dos de mis socios, no podía dejarla allí.
—Podrías haberla dejado a cargo de tu hermano. —sus labios se convierten en una fina línea— Él es el que está interesado en ella, ¿no?
Hubo un silencio que la peliazul interpretó al instante.
—¿Es por Boruto? —sus ojos se abrieron casi con realización— Te estás deteniendo por tu hermano, ¿no es así?
—Estás haciéndote ideas equivocadas, sólo fui amable...
—¡Ese es el problema! —hipó la chica— Tú no eres amable con nadie.
Él no supo qué responder ante aquello y en su lugar decidió darle la espalda para salir de nuevo de la habitación sin importarle no llevar nada que lo cubriese de la cintura para arriba.
—La he visto tocar tu cicatriz.
Eso hizo que se detuviera.
—No permites que nadie lo haga. —su voz se quebró de pronto— ¿Hasta cuándo vas a negar lo innegable?
De nuevo silencio. No estaba dispuesto a continuar con esa absurda discusión.
—¿La quieres? —pregunta ella en un susurro justo cuando su mano cayó sobre el picaporte.
El Uzumaki se detuvo un par de segundos sin abrir la puerta y finalmente miró sobre su hombro a la chica de ojos llorosos.
—No.
La respuesta fue firme, sin embargo, ella pareció no quedar muy convencida.
—Puedes engañar fácilmente a alguien que no te conoce, pero no a mí. —sacude la cabeza— Te pones furioso cuando te tocan hasta por encima de la ropa.
Dio un paso al frente, sin importarle que se estuviera viendo miserable y patética.
—¿Sabes cuánto tiempo esperé para que me vieras de esa manera? Que me permitieras entrar... —reprime un sollozo— Pero bastó menos de un mes para que alguien más lo consiguiera...
—Cállate, Ada.
—¡No! —vocifera ella— Te amo, Kawaki, y no debería importarme tu felicidad al lado de otra, pero lo hace.
Escuchar aquella frase proveniente de los labios de Ada no removió nada en su interior. No le provocó un subidón de adrenalina ni un hueco en el estómago. No le entró la urgencia de besarla hasta el cansancio y fundirse con ella como cuando Sarada se lo dijo minutos atrás.
Entonces él mismo se preguntó aquello en su interior. «¿La quieres?» «No lo sé», pensó.
—Debería estar mandándote al demonio y tomando el primer avión a Japón en este momento. —ladea el rostro con decepción— Y en lugar de eso... estoy a punto de animarte a que vayas por ella.
—No haré algo como eso.
—¿Por qué? —pregunta con incredulidad, sin dejar de observar su espalda cubierta de tatuajes.
Él se negó a responder. Tenía un lío en la cabeza en esos momentos, y el que Ada lo estuviera presionando para admitir algo de lo que ni él mismo estaba seguro empeoraba la situación. Aún así, sólo tenía una cosa clara y se dejaría guiar por eso.
—Que Boruto la quiera no es el único impedimento, ¿verdad?
Y de nuevo, Ada había dado en el blanco.
