Advertencia de escenas sensibles.
Trató de acostumbrarse a la oscuridad dentro de la habitación, pero había tan poca luz que apenas podía distinguir su propia anatomía. Sus brazos clamaban por un descanso, pero hasta ella sabía que era inútil intentar liberarse, sólo terminaría lastimándose más.
Yacía suspendida a medio metro sobre el suelo, con las muñecas doloridas por los grilletes que la obligaban a sostener el peso de su propio cuerpo cubierto por la camiseta sin mangas blanca que traía puesta antes del ataque y que apenas cubría la parte superior de sus muslos. En la parte baja no contaba con nada que la cubriese a excepción de su ropa interior y eso la hizo sentir doblemente expuesta.
Entonces distinguió la figura masculina de alguien moverse entre las sombras y lo siguiente que sintió fueron los chorros de agua a presión apuntado dolorosamente por todo el cuerpo y extremidades.
Ella tomó bocanadas de aire para reponerse del asalto y su ceño se frunció al no poder verle debido a la oscuridad.
Una pequeña y tenue luz se encendió dentro de la habitación, era tan luminosa como una luciérnaga, pero sirvió para finalmente ponerle un rostro a la voz.
—Llámame Tsurushi. —la mira con unos ojos verdes claros y tenebrosos— Es una lástima que el jefe no permita tácticas de tortura más placenteras, de lo contrario nos divertiríamos un montón.
Se obligó a grabarse cada facción de su rostro, su expresión perversa y la manera en la que su mirada brillaba ante la idea de tenerla a su merced.
—Es tu oportunidad de hablar, princesa. —dice, pasándose una mano por su cabellera rubia peinada hacia atrás— Kagura espera que hables por las buenas.
—Tienes a la persona equivocada. —contesta ella con una sonrisa de medio lado— No van a obtener nada de mí.
—Eso ya lo veremos.
—Si tu jefe investigó bien, sabe que no estoy al tanto de los negocios de mi familia. —frunce el ceño— Si querían información, debieron traer a alguien más.
Él reprimió una nueva sonrisa y dio un paso más cerca, lo suficiente para que ella pudiera ver el objeto que sostenía en su mano derecha. Era metálico y alargado, le tomó dos segundos identificarla como una picana eléctrica.
—¿Qué es lo que en verdad quiere?
—Él sólo quiere venganza. —responde en un tono sombrío— Y la conseguirá a través de ti.
A pesar de su clara desventaja, ella no bajó la mirada en ningún momento. Alzó el mentón con orgullo y apenas se quejó al recibir la primera descarga eléctrica sobre su cuerpo húmedo.
Aún así no gritó, ni pidió clemencia.
(...)
¿Cuánto había pasado desde que la enclaustraron en esa habitación diminuta? Podían ser horas, o tal vez un par de días.
En algún momento luego de su colapso la llevaron a una habitación diferente, pero igual de oscura. Era un sitio tan pequeño que podría apostar que sus medidas eran pensadas para causar claustrofobia.
Sus manos y pies tenían grilletes que la obligaban a permanecer en el suelo pegada a la pared, por no hablar del collar metálico que rodeaba su cuello imposibilitando cualquier movimiento aunque fuese para estirarse. Se sentía como un animal.
Tenía cardenales violáceos por todo el cuerpo y ligeras quemaduras circulares en el costado y espalda donde la picana hizo presión contra su piel.
Ella sabía que nadie vendría a rescatarla porque se encargó de dejarle claro a su familia que no volvería en un tiempo y que no se pondría en contacto. Todos creerían que estaba sana y salva acompañada de Torune.
No sospecharían que en esos momentos estaría en un agujero oscuro siendo torturada sin descanso.
Sus lágrimas se deslizaron una tras otra por sus mejillas, y no por su situación actual, sino porque hasta ahora estaba teniendo tiempo de procesar los acontecimientos recientes.
Las imágenes de Hoshi mutilado sobre la alfombra central del vestíbulo, Shino desangrándose en el piso de la cocina y Torune siendo acribillado sin piedad frente a sus ojos.
Ya no tendría la compañía de su amigo fiel, ni los mimos del más joven de los Aburame y tampoco los consejos invaluables de uno de los mejores mentores que pudo tener. Lo tuvo todo y ahora se quedó sin nada.
Se sentía... vacía. Y furiosa.
(...)
—Hablemos sobre ubicaciones. —exige Tsurushi caminando alrededor de la silla donde la tenían atada de pies y manos— Puedes no saber acerca de sus rutas, pero tienes que saber si tienen casas de seguridad. ¿Dónde? ¿En qué ciudades al sur de Italia?
Ella no respondió, lo que le valió un puñetazo que podría haberle roto el pómulo, pero en su lugar sólo dejó un corte.
Su cuerpo estaba en una especie de modo automático, no lograba conciliar el sueño por más de diez minutos seguidos y su cuerpo se mantenía en modo de supervivencia por puro instinto.
Tenía la sensación de que terminaría perdiendo el conocimiento en cualquier momento. Estaba exhausta, adolorida y hambrienta. Un par de ocasiones le llevaron a su celda trozos de pan quemado que ella no tocó, sabía que lo hacían con el propósito de hacerla flaquear, no había que ser muy inteligentes para concluir que buscaban doblegarla.
Pero ni eso mermó sus ganas de mantenerse firme a pesar de su evidente mal estado.
—Contesta, zorra.
—No lo sé, ¿Kagura tiene casas de seguridad al oeste de Turquía? —pregunta la joven ladeando su rostro amoratado— ¿Esmirna? ¿Balikesir?
Esta vez se ganó un tirón brusco del cabello que le provocó ardor en el cuero cabelludo.
—¿Crees que estamos bromeando aquí? —gruñe en su cara— ¿Tanto quieres que te maten?
—No lo sé, tú dime. —sonríe con ironía— ¿Vas a matarme? ¿O sólo estás jugando?
La bofetada que le cruzó la cara fue brutal, tanto que sintió la sangre en su boca.
—Si esperas que suplique, te recomiendo que tomes asiento. —dijo la joven con altanería, escupiéndole en la cara— Eres un matón patético.
—Pocas mujeres pasan por aquí. —contesta el rubio encogiéndose de hombros— Pero no te preocupes, me pondré más creativo.
Esa noche, la ataron boca arriba con las extremidades extendidas sobre una plancha metálica. Le pusieron un paño húmedo en el rostro y vertieron litro tras litro de agua sobre su boca y nariz generándole la sensación de ahogamiento.
Fue así por varias horas, sometiéndola a lo mismo una y otra vez, dándole tiempo para recomponerse y creer que la tortura terminó sólo para iniciar de nuevo y destruir sus esperanzas.
(...)
Despertó en el mismo lugar que antes, encadenada y sucia. Dormía, comía y defecaba en los mismos dos metros cuadrados sin poder moverse de su sitio.
La puerta angosta de la habitación chirrió al abrirse y por ella apareció Tsurushi con una bandeja metálica en las manos. Al principio creyó que traía algún instrumento nuevo de tortura, pero sobre la superficie sólo había un plato de comida y un vaso de agua.
Su estómago gruñó por el hambre al ver alimento a pesar del estado deplorable. Era una mezcla de consistencia repugnante, pero por la escasa luz en la habitación no fue capaz de ver el contenido como desearía.
Se resistía a probar bocado, prefería morir de inanición a seguir allí más tiempo. El cuerpo humano podía resistir sin comida varias semanas, pero sin agua sólo aguantaría unos pocos días, sólo debía tener paciencia y esperar su muerte.
—Hablemos. —sonríe el hombre rubio trayendo consigo una silla de madera que tuvo que colocar en el pasillo por el poco espacio del interior.
Incluso afuera era oscuro, así que dedujo que debían encontrarse en un sótano o una base subterránea, la segunda opción era la que más temía porque de ser así iba a ser más difícil escapar.
Ella no contestó, en cambio se quedó sentada en su sitio sin perder de vista cada movimiento del hombre frente suyo.
—¿Dónde está Kagura? —pregunta, aclarándose la garganta— ¿Por qué no viene a darme la cara?
—Tiene cosas más importantes por hacer. —responde Tsurushi como si nada— Yo estoy a cargo de ti.
—Oh. —alza ambas cejas— Entonces eres su perro faldero.
El hombre ladea su rostro y le ofrece una sonrisa irónica.
—Nunca sabes cuándo callarte, ¿cierto? —la apunta con el dedo índice— Algún día van a matarte por esa lengua suelta.
—¿Todavía crees que me importa morir aquí? —contesta ella encogiéndose de hombros— Asumí mi muerte desde el primer día.
—Excepto que no morirás. —dice sacudiendo la cabeza— Tu sufrimiento es un mejor castigo para Sasuke Uchiha. Imagina lo que sentirá cuando sepa que no pudo proteger a la niña de sus ojos. Lo destrozará, deseará no estar vivo para ver lo que quedará de ti.
Sarada frunció el ceño y tiró de los grilletes en sus manos, reprimiendo un gemido cuando se clavaron dolorosamente en sus muñecas. No debía mostrarle su talón de Aquiles, pero la mención del nombre de su padre en sus asquerosos labios la sacó de sus casillas.
—Al principio pensamos en ir tras él, ya sabes. —continúa el rubio para provocarla— Pero creo que le dolerá más lo que podamos hacerle a su familia, en especial a su única hija.
Se puso de pie y levantó la bandeja que dejó anteriormente en el suelo.
—No voy a dejar que te mates de hambre, princesa. —toma la cuchara y la llena de comida— Ni siquiera he comenzado contigo.
Tomó con brusquedad el rostro de la chica y la obligó a abrir la boca. Ella se retorció lo más que pudo, pero sus extremidades encadenadas limitaron sus movimientos y cuando menos esperó ya estaba acorralada contra la pared sin poder liberarse de su agarre.
El metal de los grilletes se encajó en la delicada piel y sus labios terminaron entreabriéndose para tomar aire cuando sintió que el collar que le rodeaba el cuello casi la asfixió por la brusquedad con la que se movió.
Tsurushi deslizó la cucharada dentro de su boca y la forzó a cerrarla con la mano mientras la otra pellizcó su nariz, así no tendría otra opción más que tragar. Repitió el proceso una y otra vez hasta que no quedó nada en el plato.
El sabor metálico de la sangre inundó su paladar y todo sus sentidos se pusieron alerta, la mezcla inconsistente de texturas y olor repugnante hizo que se obligara a sí misma a tragar sin masticar. Pataleó, intentó aruñarle la cara y las manos, pero no consiguió apartarlo.
—Eso es, princesa, hasta el último bocado. —susurra con una sonrisa burlona, alejándose una vez terminado su propósito— Buena chica.
Con los limitados movimientos que tenia, Sarada se limpió las comisuras de la boca y al observar la palma de su mano se dio cuenta de que efectivamente eran residuos de sangre.
—Oh, ¿Qué sucede? —parpadea con inocencia— ¿No te gustó el sazón del chef?
Ella no respondió, pero miles de ideas pasaron por su cabeza en esos momentos. Sin embargo, la realidad era peor que cualquier hipótesis.
—La próxima vez pediré que cocinen mejor la carne. —sonríe con malicia— Pero como comprenderás, los restos humanos difícilmente tendrán un buen sabor.
La joven se quedó sin aire en sus pulmones al oírlo.
—No te asustes. —añade él— Piensa que ahora hay una parte de tus amiguitos dentro de ti. Sus corazones ahora son uno solo.
Las arcadas la sacudieron violentamente mientras era observada por un Tsurushi sosegado y complacido.
—Torune Aburame fue un traidor. —se agachó en cuclillas frente a ella— Se dejó llevar por los sentimientos y fue desleal con los suyos.
El pecho le ardía y las lágrimas quemaban en sus ojos. En ese momento se juró una sola cosa: iba a matarlo, costara lo que le costara.
—Menos mal que ahora están donde pertenecen. —ladea el rostro con diversión y señaló el lugar donde momentos atrás ella devolvió el estómago— En el suelo, como el desperdicio que fueron.
Sarada tiró de los grilletes con tanta fuerza que le hicieron cortes en la piel, pero ni eso la detuvo, aunque sus intentos de alcanzarlo fueran infructuosos.
—Tranquila, princesita. —se pone de pie— O la próxima vez tendrás un estofado de lengua, si es que aún es viable. Ya sabes, la descomposición de un cuerpo es rápida.
Y se fue, dejándola a oscuras de nuevo.
Ella se hizo un ovillo contra la pared y se abandonó al llanto con sollozos desgarradores.
Ya tenía el corazón roto, pero acababan de destrozarle el alma.
(...)
Tsurushi se aparecía cada cierto tiempo para su dosis diaria de tortura, y como prometió, su creatividad crecía con el pasar de los días.
Fue así como comprobó que no era la única prisionera, algunas veces podía oír alaridos de dolor en la sala contigua a la habitación donde solían encadenarla contra la pared con su cuerpo suspendido a varios centímetros del suelo.
Ya no tenía la fuerza para intentar defenderse, estaba débil, exhausta y resignada a ser humillada una y otra vez.
—Qué bonitas piernas. —habló uno de los hombres que minutos atrás entró en la habitación— Y tienes un rostro precioso, como el de un ángel.
Se tragó el nudo que se formó en su garganta al sentir la mano áspera recorriendo la piel desnuda de sus muslos.
No podía hacer nada, sus extremidades empotradas a la pared en forma de crucifixión le impedían siquiera moverse. La rabia e impotencia calaban en su pecho y las lágrimas se juntaron en sus ojos amenazando con desbordarse.
—Recuerda que no puedes pasarte de la raya. —le advierte otro de los intrusos— Tsurushi dejó en claro que está fuera de los límites.
—Aún hay maneras de divertirnos sin tener que follarla. —aclara uno más, en total eran cuatro sujetos— Además, todos aquí han fantaseado con la zorra Uchiha.
La mano del tercer hombre se deslizó por la parte interna de sus muslos hasta llegar a la unión entre sus piernas únicamente cubierta por su ropa interior.
Y luego otra más vagando por su abdomen, subiendo con premura por el valle de sus pechos para finalmente capturar uno por encima de la camiseta sin mangas.
Pronto sintió los cuatro pares de manos recorriendo cada centímetro de piel expuesta y apretó los dientes, obligándose a cerrar la boca para no emitir ningún sonido. No iba a gritar, no iba a suplicar.
—Estás muy buena, maldita sea. —dijo el cuarto hombre con una sonrisa— Pagaría lo que fuera por enterrarte mi polla.
Escuchó el ruido de las cremalleras al bajarse y luego los inconfundibles gruñidos masculinos al auto-complacerse frente a ella sin el más mínimo pudor.
—Vamos a obsequiarte un recuerdito, guapa. —entreabre los labios, acortando la poca distancia y posando una de sus manos en el borde de su camiseta.
Ella se removió como pudo, pero ni eso impidió que le levantara la prenda a la altura de sus pechos, dejándolos a la vista para la perversión de los cuatro. Y luego vino la peor parte: cada uno se turnó para vaciar su carga sobre la pálida piel recientemente expuesta.
Una vez satisfechos, se marcharon entre risas.
Nunca antes se había sentido tan humillada, tan sucia.
Y rota.
(...)
Pudo escuchar a uno de los sujetos que merodeaban el pasillo de la pequeña ratonera donde volvieron a enclaustrarla. Al parecer, llevaba nueve semanas en cautiverio.
Nueve semanas era mucho. Sesenta y tres días sin ver la luz del sol, sesenta y tres días de tormento. Ni siquiera era capaz de imaginarse su apariencia descuidada.
Y entonces, una realidad la golpeó tan fuerte que la dejó sin aire por unos segundos.
Intentó buscar explicaciones lógicas, su mente maquinando a mil kilómetros por hora, pero todos los caminos llevaban a lo mismo. ¿Podría ser la pérdida de peso abrupta? ¿El estrés al que estaba siendo sometida?
De otra manera, no encontraba una razón que explicara la ausencia de su período durante las nueve semanas que llevaba allí.
Quería creer que se estaba equivocando, pero en el fondo sabía la respuesta.
¿Acaso...? ¿Existía la posibilidad?
Se llevó una mano temblorosa al vientre plano y sollozó durante una hora sin parar, incapaz de creerse que precisamente estuviera sucediendo esto en una situación tan lamentable. Cientos de preguntas se le vinieron a la mente y con ello miles de pensamientos intrusivos también.
Tsurushi interrumpió sus cavilaciones al abrir la puerta de golpe. Parecía de buen humor y aprendió a la mala que eso no significaban precisamente buenas noticias para ella.
—Muy bien, princesa. —le ofreció una de sus típicas sonrisas burlonas— He decidido que ha llegado el momento de que te ganes el derecho a vivir.
Él supo leer la confusión en sus facciones, pero no dijo ni una palabra más. Entonces le golpeó en la cabeza con la suficiente fuerza para aturdirla y a los pocos segundos perdió el conocimiento.
La noqueó.
Por eso la siguiente vez que abrió los ojos no conseguía identificar el lugar en el que se encontró. Era algo parecido a una fosa de paredes lisas y antorchas en la parte superior que iluminaban el espacio lo suficiente para ver el fondo.
Tenía al menos cinco metros de profundidad y en la parte superior había una baranda que rodeaba la orilla para permitirles asomarse hacia abajo. Ahí es donde yacía ahora el mismo hombre que llevaba atormentándola durante semanas y en ese momento la observaba complacido.
Una pequeña multitud de hombres se amontonaban a su alrededor, podía ver la perversión y sed de violencia en cada una de sus miradas. Y hasta ese momento se percató de la presencia de alguien más en la fosa, esa era la razón por la que gritaban con entusiasmo.
El hombre frente a ella era una masa de músculos que le sacaba al menos una cabeza de altura y al menos setenta kilos más. Por su apariencia descuidada dedujo que también era un prisionero, pero se veía en perfectas condiciones a comparación de ella.
—Por lo que vi el día de tu captura, sé que sabes dar una buena pelea. —exclama Tsurushi— Y bueno, digamos que nos hace falta espacio en los calabozos, así que... el que gana vive.
Sarada retrocedió un paso por mero instinto. No podía permitirse una pelea, no teniendo dudas sobre su estado.
—¿Kagura está de acuerdo con arriesgar a su prisionera estrella? —enarca una ceja— Creí que me necesitaba para su venganza.
—Él no lo sabrá. —se encoge de hombros— Por alguna razón se rehúsa a venir, ni siquiera escucha los informes sobre tu estadía en este lugar.
La Uchiha frunce el ceño al oír su respuesta. ¿No se suponía que su anhelada venganza se llevaría a cabo a través de ella? ¿Entonces por qué ahora el desinterés? ¿Encontró la manera de llegar a su familia?
Sabía que era una posibilidad remota. Su padre no lo permitiría jamás. Si él supiera que estaba allí... no habría poder humano que le impidiera llegar a ella. Pero esta vez tendría que arreglárselas sola, nadie iba a rescatarla.
—Te diré algo. —la apunta con el dedo— Si ganas este combate, te daré una sorpresa.
Apenas le dio tiempo de reaccionar cuando el hombre envió una patada contra ella. En el último segundo alcanzó a cubrirse el abdomen, pero recibió el impacto de lleno en las costillas. El dolor agudo debió hacerla doblarse, pero el grandulón no le dio descanso.
Sarada sabía que no debía alargar el combate, no con su cuerpo estando así de de débil. Justo ahora no era tan rápida como solía serlo y sumado a eso tenía que protegerse de un mal golpe.
—Defiéndete o te matará. —advierte Tsurushi en voz alta— No voy a mover un dedo por ti.
Se las arregló para ponerse de pie en el último segundo y con movimientos premeditados punzó con la fuerza y penetración suficiente en los puntos vulnerables: Sieu Hsueh, eso lo aprendió de Hanzō.
Si él estuviera allí, probablemente inflaría el pecho de orgullo al ver que no perdió el toque.
Tsurushi, que observaba por encima de la fosa, frunció el ceño al verla caer de bruces en el suelo y pocos segundos después el grandullón se desmoronó a su lado. ¿Qué mierda acababa de hacerle? No la vio golpearlo.
La puerta de metal situada a pocos metros de ellos se abrió y tres de sus hombres entraron para sacar a la joven a rastras. Ella intentó resistirse, pero no tenía la fuerza suficiente para zafarse, así que ellos aprovecharon para volver a colocarle los grilletes.
Mientras tanto, el tercer subordinado se agachó junto al cuerpo del contrincante y sacudió la cabeza.
—Está muerto. —levantó la mirada hacia el hombre que estaba al mando— ¿Alguien vio lo que hizo?
—Apenas lo tocó. —habló uno de los que se encuentra junto a él.
El rubio gruñe consternado y salió de allí, nada sucedió como lo tenía planeado. Se suponía que dejaría que le dieran una paliza e intervendría antes de que la mataran, ese prisionero no tuvo ni una sola derrota desde que fue capturado y descubrió que ponerlos a pelear entre sí por un poco de comida solía ser una actividad entretenida para sus hombres.
Caminó por el pasillo oscuro de la base subterránea y apareció en el momento justo para verla siendo arrastrada al interior del calabozo más recóndito del lugar. Los dos hombres que la inmovilizaban se las arreglaron para hacerla entrar en la pequeña puerta de una jaula de metal sin ningún tipo de delicadeza.
—Quiero saber qué hiciste. —se puso en cuclillas para observarla— ¿Cómo lo mataste?
Ella se removió con incomodidad, el reducido espacio ni siquiera le permitiría estirar sus piernas por completo y la idea de ponerse de pie era imposible, ya que incluso sentada, su cabeza casi alcanzaba el techo metálico de la jaula.
—¿No vas a hablar? —exige él, golpeando los barrotes con la mano— ¿Cómo lo hiciste?
Sarada se encogió de hombros, sujetándose el costado de su cuerpo donde recibió la patada del hombre. ¿Podría haberle roto una costilla? No le sorprendería, últimamente todo le salía mal.
Tsurushi alargó la mano para tomar su rostro con brusquedad y obligarle a mirarlo. La joven no respondió ante su arranque de furia y se limitó a observarlo con estoicismo.
—Muy bien. —la soltó finalmente y se puso de pie— Si no vas a hablar, te daré una razón para no hacerlo de verdad.
Le tomó unos pocos minutos irse y regresar con un artefacto metálico en las manos. Uno de los hombres que la trajo hasta allí volvió a abrir la puerta y tiró de su pierna para sacarla, no sin antes soltarle un golpe en la cabeza que la aturdió lo suficiente para dejarse extraer de la jaula de nuevo y permitirles hacer de las suyas.
Ella ya había visto ese tipo de artefacto antes, era un instrumento llamado scold bridle, inventado dos siglos atrás con el único propósito de hacer pasar humillación a las mujeres en público.
Era una especie de jaula de hierro que sujetaba la cabeza y tenía un trozo de metal que sostenía la lengua arriba del paladar. La pieza metálica tenía púas que producían dolor e incomodidad, y que por supuesto limitaban el movimiento de la lengua.
—¿Querías guardar silencio? Ahora no tendrás de otra que callar. —sonríe Tsurushi— Te deseo suerte durante nuestras sesiones matutinas con la picana, si emites cualquier sonido te mutilarás la boca.
De no haberle puesto aquella cosa, le habría escupido en la cara. Nunca había odiado tanto a alguien en su vida.
—Oh, y por cierto, dije que te tenía una sorpresa. —exclama con un tono burlesco— Digamos que tendrás un compañero de celda.
Entonces señaló la esquina más alejada del lugar y hasta ese momento reparó en la figura masculina de aspecto desmejorado. Era un joven, probablemente unos pocos años mayor, tenía la cabellera oscura grasienta y sus ojos negros cubiertos por unas gafas con el cristal izquierdo roto.
Al menos no lucía como la mierda, sus vestimentas estaban un poco mugrientas y tenía unos cuantos moretones en el rostro, pero nada alarmante.
—Conózcanse, tienen mucho en común, ambos son prisioneros de la mafia turca. —se mofa encaminándose a la salida— Pero no hablen tanto, en especial tú, princesa.
Y salió por la puerta dejándolos en un absoluto silencio. Ninguno de los dos dijo nada, pero Sarada se tomó el tiempo de analizar la situación de su nuevo compañero.
Él no estaba atado, no tenía grilletes en pies y manos como ella, ni tampoco yacía enclaustrado en una jaula diminuta.
—¿Qué les hiciste? —se aclaró la voz el muchacho— Nunca había visto tanta crueldad con un prisionero.
Sarada se encogió de hombros, no podría responderle aunque quisiera y eso fue lo más frustrante.
—Soy Denki Kaminarimon. —se presenta con timidez— Supongo que no sabré tu nombre hasta que te quiten esa cosa.
La azabache se limitó a asentir, buscando una mejor posición para aligerar el peso en su costado. Joder, le dolía como los mil demonios.
—Llevo cuatro semanas aquí. —menciona soltando un suspiro— ¿Y tú?
Ella levantó nueve dedos.
—Oh, pero sí que se les ha ido la mano contigo... —se tragó el nudo en la garganta, la chica tenía un estado deplorable, al instante sintió pena por ella.
Cada parte de su cuerpo estaba repleto de hematomas, rasguños y sangre seca. Le estremecía el imaginarse las atrocidades que pudieron haberle hecho en tanto tiempo.
—Me han mantenido en este sitio durante las cuatro semanas, de vez en cuando me traen comida, aunque no tan seguido como quisiera.
El chico se arrastró hacia la jaula y se recostó en la pared más cercana. Era bueno tener compañía después de un mes sin tener contacto con nadie.
—¿Cuántos años tienes?
Sarada levantó dos dedos de una mano y sólo uno en la otra.
—¿Veintiuno? ¡Eres muy joven! —exclama asombrado— Yo tengo veintisiete.
No recibió respuesta alguna, pero por la atención que le ponía al hablar supo que no lo estaba ignorando.
—¿Tú sabes la razón por la que estás aquí? —pregunta y ella asiente— A mí me secuestraron para obligar a mi padre a trabajar con ellos, pero saben que no lo hará si me matan, por eso no me tratan mal.
Sarada no podía decir lo mismo, pero no sabía cómo explicárselo por medio de señas, así que se limitó a encogerse de hombros.
—No represento un peligro, tal vez por eso no me tienen atado. —continúa diciendo— En realidad, la violencia nunca ha sido lo mío, soy más a lo que llaman un ratón de biblioteca.
De nuevo, la azabache sólo asiente con un débil movimiento de cabeza.
—Vivo en Hong Kong, es una ciudad espectacular. —sonríe con añoranza, sujetando sus piernas contra su pecho— Si algún día salimos de aquí, te llevaré a conocer los mejores lugares...
Su voz la tranquilizó al punto de arrullarla, quizá porque era la primera vez en esas nueve semanas que podía dormitar con alguien velando su sueño.
Se llevó una mano al vientre con un movimiento involuntario. Estaría bien, ambos lo estarían, ¿verdad? Porque de manera inconsciente ya estaba aceptando la idea de que no estaría sola nunca más.
(...)
Cayó sobre el suelo de la fosa una vez más, era la tercera vez que se enfrentaba a alguien en lo que iba de esa semana y su cuerpo lo resentía.
¿Cuántos días habían pasado desde que Denki y ella compartían calabozo? ¿Veintiocho? Sí, más o menos.
La semana después de que se conocieron, Tsurushi la liberó de la scold bridle, pero aún la mantenía encadenada y enjaulada. Los únicos momentos en los que estaba fuera de su cautiverio eran cuando la llevaban a la sala de tortura o a la fosa.
En esos veintiocho días se enfrentó más de quince veces con otros prisioneros y en todos los combates salió victoriosa. Nadie se explicaba la manera en la que lograba liquidar a sus oponentes sin usar la fuerza bruta a la que estaban acostumbrados a ver, pero al final cumplía su objetivo de protegerse a sí misma.
A ella y su pequeño. Porque se lo imaginaba siendo niño. Hasta ese momento notó el ligero cambio en su cuerpo, su vientre ya no estaba tan plano y podía notar la ligera curvatura cada que pasaba su mano por allí.
Era comprensible que nadie lo notara por la evidente delgadez, e incluso a ella le angustiaba, porque sus cuentas le decían que ya pasaban de la semana dieciséis.
Volvieron a ponerle los grilletes cuando el público que observaba la pelea estalló en gritos y la sacaron de allí para llevarla de regreso a su celda. Denki la miró con preocupación en cuanto la vio entrar y esperó a que los guardias terminaran de encerrarla en la jaula e irse para poder acercarse.
—¿Estás bien, Sarada? —pregunta el joven alargando la mano para tocarle la frente— Estás ardiendo en fiebre.
—Estoy bien, sólo cansada y adolorida. —susurra recostándose en los barrotes— El tipo de hoy me tomó por sorpresa...
Denki sacudió la cabeza al verla más pálida de lo normal, pero decidió quedarse en silencio para no seguirla abrumando.
Todavía le sorprendía su resistencia, él no habría soportado siquiera un tercio de todo lo que le infligían. Pero ella ya parecía habituada al dolor.
Aún así, permaneció junto a la jaula y la vigiló hasta que se quedó dormida. Sólo entonces se permitió cerrar los ojos también, sin embargo, un par de horas después le despertó un quejido.
Ella estaba empapada en sudor con el rostro contorsionándose por el dolor.
—¿Sarada? —la llamó— ¿Qué te sucede?
La joven abrió los ojos y sacudió la cabeza, sentía una punzada aguda en su vientre bajo, tan fuerte que la hizo retorcerse. El lugar estaba sumido en la oscuridad y apenas podía verla dentro de la jaula, pero cuando escuchó el alarido de dolor hizo lo posible por buscarla detrás de los barrotes.
La Uchiha sintió humedad entre sus piernas y se llenó de pánico.
—No... —sollozó con desesperación, tanteando a ciegas bajo ella sólo para encontrarse empapada sobre un charco.
—¿Qué pasa?
Por un momento pensó que se orinó dormida, pero el líquido bajo ella tenía más espesor que el agua. Era sangre, su sangre.
—Estoy... teniendo un aborto. —la voz se le quebró— Estoy perdiendo a mi bebé.
De pronto sintió como si le estuvieran arrancando lo que queda de su corazón y escupiéndolo al suelo.
No podía perderlo, no cuando era el único rayo de luz en ese agujero oscuro que la mantenía cuerda. Al principio, la idea de ser madre le pareció una locura, pero algo en su interior se removió al imaginarse sosteniéndolo en brazos.
Denki trastabilló al ponerse de pie y corrió hacia la puerta, comenzando a aporrearla con ambas manos mientras gritaba por ayuda. Dos hombres que vigilaban la zona se acercaron ante semejante escándalo y tras varios minutos de espera abrieron la puerta.
Tsurushi apareció en el preciso momento en que la sacaban de la jaula y uno de ellos la tomó en brazos. Se veía pálida y a punto de perder el conocimiento.
—¿Qué sucedió aquí? —pregunta al chico— ¿Por qué está desangrándose?
—Está embarazada. —dijo en un susurro temeroso y preocupado— Lo está perdiendo.
El rubio sacudió la cabeza, consternado.
—Lo que faltaba. —gruñe de mal humor— Llamen al médico, esperemos que pueda mantenerla viva.
Para Sarada todo pasó en cámara rápida, hubo un jaleo dentro de la base, alguien la llevó a una nueva habitación iluminada por luces blancas y la dejó sobre una camilla solitaria en el centro.
A ratos perdía el conocimiento, a ratos el dolor la hacía abrir los ojos con el sudor recorriéndole la frente.
Entonces, una hora después, un hombre de edad avanzada entró con un maletín en la mano izquierda y un batín blanco colgado en el antebrazo derecho. Él la miró con lastima al examinar las heridas superficiales, pero su semblante se desencajó al ver su ropa interior completamente empapada de sangre.
Sarada gimió de dolor, pero permitió que el hombre pasara una bata hospitalaria sobre su cabeza para evitar que siguiera tan expuesta. Al menos eso la cubriría lo suficiente.
Tsurushi permaneció en el pasillo junto a dos hombres más por órdenes del médico y luego de quedarse a solas le pidió que se recostara.
—Pobre muchacha... —sacudió la cabeza— ¿Qué te han hecho?
Parecía estar hablando consigo mismo, asqueado de la crueldad que habían tenido con ella, no había centímetro en su piel sin rastros de violencia. La jovencita apenas se mantenía despierta por el agotamiento y el dolor.
—Estoy... embarazada. —balbucea ella con lágrimas en los ojos— Por favor...
Era la primera vez que su tono era de súplica, pero no abogaba por ella, sino por su bebé.
Él abrió los ojos sorprendido y sacudió la cabeza con reprobación. ¿Cómo podían ser tan inhumanos? Durante los años que ha sido obligado a trabajar para la mafia no vio un caso así nunca, en primer lugar porque usualmente no secuestraban mujeres.
Le hizo un chequeo rápido, además de las heridas superficiales, raspones y contusiones, parecía tener dos costillas rotas y la hemorragia en su entrepierna que no se detenía. Era lo que más le preocupaba.
—Necesito revisarte, querida. —pidió con suavidad— ¿Me permites?
Sarada asiente con la cabeza débilmente y permitió que le retirara la ropa interior empapada de sangre. Sin embargo, lo que vio en los ojos del hombre hizo que las lágrimas se desbordaran una tras otra por sus mejillas.
Ni siquiera hubo necesidad de que lo dijera en voz alta.
—Lo siento tanto, cariño.
Se cubrió el rostro con el antebrazo y un alarido salió de sus labios. El cuerpo le temblaba como una débil hoja de papel y su pecho subía y bajaba debido a su respiración errática.
Lo perdió. Había perdido a su bebé.
Le tomó tiempo procesar la idea de que sería mamá, y cuando al fin aceptó su destino felizmente, se lo arrebataron.
El médico le dio unos minutos para asimilarlo, pero cada sollozo removía una fibra sensible en él.
—Tengo... —se aclara la garganta— Tengo que practicarte un curetaje para extraer... lo que queda.
Sarada se limpió el rostro con el dorso de la mano y vuelve a asentir, incapaz de pronunciar una sola palabra.
Si le hubiesen dicho que alguna vez experimentaría un dolor tan profundo como ese, no lo habría creído. Pero ahí estaba, sintiendo como se rompía algo en su interior que no sabía que tenía.
—Escucha, linda, no tengo una especialidad en ginecología ni jamás he hecho este procedimiento. —le mira a los ojos— Tendré que trabajar con lo que tengo aquí, que no es ni de cerca lo que se necesita.
—Sólo... hágalo. —logró pronunciar ella— Ya no importa, en todo caso.
Él le dio un apretón en la mano y le ofreció una pequeña sonrisa.
—Te pondré anestesia. —le hizo saber, preparando la jeringuilla— No tienes porqué sufrir, no por esto. Cuando despiertes todo se habrá acabado.
—Gracias.
El hombre se situó junto a ella, sin soltar su mano, esperando a que se sumiera en un sueño profundo.
—¿Qué fue? —pregunta en un hilo de voz, comenzando a sentir los párpados pesados— Quiero saberlo.
—Un varoncito. —susurra él en respuesta— Y por el tamaño, debía tener entre quince y diecisiete semanas.
Finalmente ella se permitió cerrar los ojos y se dejó llevar por la oscuridad.
Lo sabía, era un niño.
(...)
La siguiente vez que despertó, se hallaba a oscuras y de nueva cuenta encadenada a los barrotes de su jaula. Como si nada hubiera pasado, como si no acabaran de quitarle una parte de su alma.
Se sentía vacía, rota.
El pasar de los días era tortuosamente lento. Denki estuvo allí, a la distancia, aguardando con paciencia por una palabra. Algo que le indicara que estaba bien, pero ella estaba cansada de todo.
Dejó de comer, incluso cuando la bandeja que deslizaban bajo la puerta estaba repleta de comida apetitosa. Ya no eran simples trozos de pan húmedo y agua.
—No has probado un bocado en días, Sarada. —susurra Denki angustiado— No puedes seguir así.
Ella no contestó.
—No vas rendirte ahora, ¿verdad? —alcanza su mano a través de los barrotes— ¿Acaso no quieres salir de aquí?
De nuevo silencio.
Entonces Denki notó la temperatura de su piel y la halló ardiendo en fiebre de nuevo, pero ella no parecía inmutarse. Se apresuró a pedir ayuda, sabiendo que los hombres tenían órdenes estrictas de no dejarla morir y esta vez reunió toda la valentía que tenía guardada para insistir en que lo dejaran acompañarla a la habitación que fingía como enfermería provisional.
—Vas a estar bien, Sarada. —no soltó su mano en ningún momento.
—Lo sé. —asiente, mirándolo de reojo— Nadie va a salvarlos de mí cuando salga.
Denki estuvo a punto de preguntar a lo que se refería, pero en ese instante la puerta se abrió con brusquedad y por ella aparecieron dos figuras. Tsurushi fue el primero en reaccionar, mirando enfurecido hacia la jovencita sobre la camilla y Denki no comprendió el porqué sentía repudio por alguien que nunca le hizo nada.
—Esta perra no hace más que dar problemas. —gruñe, apresando su antebrazo con la intención de sacarla de la camilla.
La Uchiha estaba demasiado débil para resistirse, así que fue fácil para el rubio zarandearla como una muñeca de trapo.
—Suéltala, Tsurushi. —ordenó de inmediato el segundo hombre que entró— Creó que has hecho suficiente.
—Fueron órdenes de Kagura.
—No te equivoques. —niega con la cabeza, mirándolo mal— Se suponía que la mantendrías bajo vigilancia y con cuidados especiales, comprende que no es cualquier prisionera.
Sarada entreabrió los ojos y enfocó los rasgos del nuevo personaje desconocido. Tenía una tez mortalmente pálida, unos vibrantes ojos azul claro y una cabellera oscura que rozaba sus hombros.
—Y en cambio, decidiste torturarla por cuenta propia en busca de información que no necesitamos. —frunce el ceño— Mírala, está casi agonizando.
—Hice lo que creí necesario. —se excusa el rubio— Kagura lo entenderá. Es la hija de nuestro peor enemigo.
—Bien. —se encoge de hombros— Entonces no tendrás problema en explicárselo tú mismo cuando venga.
—Vamos, Shizuma, no seas aguafiestas. —le palmea el hombro— No es para tanto.
Pero el pelinegro retiró su mano con brusquedad y se acercó para acomodar mejor a la chica sobre la camilla. Y por un momento, al ver su mal estado, se permitió sentir un poco de compasión.
—Llama al médico. —le exige a Tsurushi— Que sea rápido.
Denki observó en silencio la interacción de los dos hombres, percibiendo de inmediato que el llamado Shizuma tenía mayor poder jerárquico que el propio Tsurushi.
—¿Qué es lo que le sucede? ¿Tú lo sabes?
Al principio creyó que no le hablaba a él, pero su mirada insistente sobre su persona le hizo ponerse rígido en su sitio.
—Hace... una semana el médico la atendió. —balbucea con nerviosismo— Tuvo un aborto espontáneo.
—¿Estaba embarazada?
El joven asiente y el hombre maldijo en voz baja. Por supuesto que no estaba de acuerdo en llevarla a ella en primer lugar. Un hijo no tendría porque pagar por los pecados de su padre.
Pero Kagura no pensaba así, y Tsurushi tampoco, después de todo Sasuke Uchiha asesinó al padre de ambos. Ellos no eran hermanos de sangre, pero Yagura crió al segundo como si fuera parte de la familia.
—Temo que pudo haber una complicación en la recuperación. —comenta el de gafas— No estamos en el lugar más higiénico del mundo y apuesto a que el médico no tenía equipo de última generación a la mano para tratarla.
Shizuma ignoró el tono de reproche, parece que de un momento a otro el enclenque olvidó su calidad de prisionero.
Unos pocos minutos después, el mismo hombre de la última vez se abrió paso en la habitación y no perdió tiempo en acercarse a la chica. Detrás de él, Tsurushi aguardaba de mal humor con los brazos cruzados a la altura de su pecho.
—Creo que la chica merece al menos un poco de privacidad. —exclamó el hombre mayor mirando directamente a los dos más cercanos a la puerta y señala al muchacho con la cabeza— Él puede quedarse, un rostro amigable le hará bien.
Tsurushi estuvo a punto de protestar, pero Shizuma lo silenció con una mirada dura y lo empujó con el hombro al pasar. Los dos finalmente salieron y cerraron la puerta.
—Me estás quitando autoridad frente a mis subordinados. —acusa el rubio caminando por el pasillo detrás del mayor— ¿Quién mierda te crees que eres? El que manda en este lugar soy yo.
—Y yo vengo a asegurarme que sigas con lo que se te encomendó, pero veo que te pasaste las órdenes de Kagura por el arco del triunfo. —sacó su móvil y envió un texto rápido— Si esa chica muere, no importará que seas el huérfano del que su padre tuvo caridad, él te matará.
—Los dos queremos lo mismo. —frunce el ceño— Nuestro principal objetivo es que Sasuke Uchiha sufra antes de morir.
—Díselo tú cuando venga. —se encoge de hombros— Está en camino.
Subieron por las escaleras viejas que conducían al exterior y salieron del lugar que fungía como una casa de seguridad en medio de un extenso boscaje en una zona montañosa y con un sólo camino para llegar hasta allí.
Mientras tanto, el médico le hizo un chequeo a la jovencita y sacudió la cabeza, a este paso no duraría mucho. Sacó varias jeringuillas de su portafolios después de ponerle una intravenosa e inyectó analgésicos para aliviar su dolor, antibióticos para contrarrestar cualquier tipo de infección, y además agregó un cóctel vitamínico.
—Escucha, querida. —sujeta su mano y saca un juego de llaves del interior de su bata— Vas a llevarte mi auto y saldrás de aquí lo más rápido que puedas.
Sarada parpadeó confundida, creyó estar escuchando mal.
—No puedo ayudarte mucho con los guardias del pasillo, pero supongo que los dos podrán hacerse cargo, ¿verdad?
Denki abrió la boca sorprendido. ¿Les estaba dando una oportunidad para escapar?
—No vi mucha vigilancia al entrar. —les hizo saber– En el pasillo deben haber unos tres hombres.
—Pero aunque pudiéramos deshacernos de ellos, ¿Cómo saldremos? —pregunta Denki— Ni siquiera sabemos dónde estamos.
—Es una casa desértica, con nada a kilómetros a la redonda. —informa el anciano— Estamos a las afueras de Mardin. Tendrán que conducir dos kilómetros por el camino de terracería hasta salir a la carretera que los llevará a la ciudad.
—¿En qué dirección? —pregunta Sarada— ¿Cuanto tiempo tendremos que conducir?
La Uchiha se puso de pie, estirando sus piernas por primera vez en días. De pronto se sintió revitalizada, quizás era producto de los analgésicos que no le hacían sentir ni una pizca de dolor, pero sabía que el efecto desaparecía en algún momento.
—Harán veinte minutos hasta el hotel más cercano. —menciona el hombre— Pero yo no recomendaría que hicieran alguna llamada por ahora, manténganse escondidos hasta que sea seguro salir y pedir ayuda.
—No servirá de mucho acudir a la policía. —concluye Sarada de inmediato— Deben estar en la nómina de Kagura.
El médico asiente apenado y se apresura a buscar algo más en su maletín. Entonces puso frente a ella un par de bisturíes con mango metálico y alargado.
—Esto puede servirte. —se los ofreció, mordiéndose el labio inferior— Lo siento, no puedo hacer nada más por ustedes.
—Con esto es suficiente. —la joven aprieta su mano— No olvido que está poniendo su vida en riesgo también.
—Váyanse ahora. —sacude la cabeza— Les deseo suerte.
Sarada cogió a Denki de la mano y le miró con una determinación que él nunca le había visto antes desde que la conoció. Era como si tuviera delante a otra persona.
—Quédate detrás de mí y corre cuando yo lo haga. —ordenó, sin dejar lugar a preguntas— Saldremos de aquí, ¿me oíste?
El chico asiente, preparándose mentalmente para la carrera más peligrosa de su vida. Sin embargo, por alguna razón confiaba en ella como si la conociera de siempre.
Sarada abrió la puerta con sigilo y en su campo de visión aparecieron las primeras dos figuras masculinas, el par de hombres hablaban entre sí, estaban distraídos. Por eso no se dieron cuenta cuando ella corrió a sus espaldas y se impulsó con ayuda de la pared para saltar encima del primero y deslizar la hoja del bisturí por su garganta.
El segundo intentó buscar su arma con movimientos torpes, pero seguía tan pasmado que no esquivó a tiempo el golpe directo sobre su rostro que lo noqueó por un momento y le permitió a la joven repetir la acción con el bisturí.
—Guau. —exclamó asombrado— ¿Cómo...
Pero ella no le dio tiempo de terminar la pregunta porque se echó a correr a lo largo del pasillo y tomó por sorpresa a los dos que vigilaban las escaleras. En cuestión de segundos, los dos hombres yacían desangrándose en el suelo también.
Y ahí Denki supo el porqué de los grilletes y la jaula aún estando encerrada en un calabozo.
Subieron por las escaleras hasta encontrarse con otro pasillo largo y la joven se abrió paso con violencia. No supo de dónde estaba sacando tanta fuerza, tal vez era la adrenalina y la ira reprimidas, pero lo que fuera le permitía cortar gargantas y partir cuellos.
El médico no se equivocó, era una casa, tenía salas de estar, un comedor y una cocina. Todo era de lo más normal. Nadie se imaginaría las atrocidades que sucedían abajo, los calabozos y salas de tortura que construyeron especialmente para sus prisioneros.
Desde una ventana lateral, Denki pudo ver que fuera de la casa yacían en el pórtico hablando acaloradamente mientras una decena de hombres merodeaban la zona.
—¿Ese será el auto? —pregunta en voz baja, señalando un sedán oscuro de gama media— Espero que sí.
El vehículo estaba alejado de los demás y relativamente cerca de ellos, estaría a su alcance con una carrera corta, al parecer esa fue la intención del hombre en primer lugar.
—Correremos hasta allí, te subieras en el asiento trasero y agacharás la cabeza. —le advierte— Nadie debe saber que vas en el auto.
—¿Por qué?
—Tú sólo hazme caso.
Denki asiente y esperó la señal de la chica para salir por la ventana y echarse a correr como alma que lleva el diablo hacia el sedán. Sarada era consciente de que pronto se darían cuenta, así que en cuanto se subió en el asiento del conductor supo que no debía dudar.
Encendió el motor llamando la atención de uno de los subordinados de Kagura que de inmediato alertó a Tsurushi y Shizuma. Ella no lo pensó dos veces, piso el acelerador a fondo y arrolló al sujeto que se le atravesó en un intento de detenerla.
Buscó con la mirada el camino de terracería que le dijo el médico y lo encontró frente a la entrada principal de la casa.
Nadie estaba preparado para una persecución, por lo que en cuanto la vieron detrás del volante no supieron cómo reaccionar. Fue Tsurushi el que finalmente pegó un grito que los sacó del trance y les ordenó que no la dejaran escapar.
Para ese momento ella ya se hallaba atravesando el pórtico a toda velocidad, esquivando por poco a dos SUV que tenían la intención de adentrarse a la propiedad.
—¿Lo hicimos? —grita Denki recostado a lo largo del asiento trasero— ¿Salimos de allí?
—Sí. —contesta ella, aumentando la velocidad sin importarle la uniformidad del camino.
Echó un vistazo por el retrovisor y le alarmó la prontitud con la que se acercaban. Y después, la lluvia de disparos que supo que llegaría finalmente se hizo presente. Comenzó a zigzaguear para evitar la mayor cantidad de proyectiles, pero el auto no estaba blindado y el vidrio trasero estalló en miles de pedazos.
Así continuaron por varios minutos, ellos acercándose cada vez más y ella rogando por ver el inicio de la carretera.
Tenían detrás al menos cinco SUV pisándole los talones y un auto que dejaría de funcionar en poco tiempo si continuaban de esa manera.
—¡Allí está! —señaló Denki el final de camino de terracería con ilusión.
—¡Agáchate! —grita Sarada, girando el volante con un movimiento brusco y sintiendo el cambio de los neumáticos sobre el asfalto.
La carretera llena de curvas peligrosas y las gotas de lluvia que cayeron sobre el parabrisas les dieron la bienvenida.
Volvió a pisar el acelerador y el auto salió disparado a una velocidad vertiginosa. Sabía que estaba en desventaja, el sedán no tenía tanta potencia como los vehículos que les perseguían y que con el diluvio que se soltó de un momento a otro el suelo se tornó resbalosa.
Sólo debían aguantar quince minutos más hasta entrar a la ciudad y perderse entre el tráfico. Y entonces, sucedió lo peor. Lograron darle a uno de los neumáticos traseros y por poco pierde el control del auto.
—Denki. —grita la Uchiha a través del sonido de la lluvia y los disparos— Escúchame atentamente.
—No lo lograremos, ¿verdad?
—Yo no, pero tú sí. —lo mira por el retrovisor— Vas a saltar del auto en la siguiente curva.
—¿Qué? —frunce el ceño— No, iremos juntos.
—Escóndete algunas semanas en la ciudad, hasta que sea seguro irte sin que te estén buscando. —dice en voz alta— Viaja por tren o autobús, no se te ocurra presentarte en aeropuertos ni acudir a hospitales o centrales de policía.
Denki la miró con desesperación, faltaba poco para la siguiente curva.
—Ponte a salvo hasta que puedas establecer contacto con tu padre, él te sacará de Turquía. —continúa diciendo— Sé que eres inteligente, saldrás de esto.
—¿Y tú?
Ella tragó saliva.
—Si no me comunico contigo en un mes a partir de ahora, llama a mi padre. —pidió con la voz rota— Dile que lo siento, pero que debe dejar de buscarme.
—No voy a decirle eso. —sacude la cabeza— ¿Recuerdas que aún tengo que mostrarte mi ciudad?
Esta vez, Sarada no respondió, sólo le ofreció una pequeña sonrisa.
—Reduciré la velocidad en treinta segundos y tendrás que saltar. —señala la puerta— Escóndete entre los árboles y espera unas horas antes de salir de nuevo a la carretera.
Él asiente, pero no se le ve muy convencido de seguir su plan, incluso pudo ver en su mirada que estaba a punto de negarse.
—¡Ahora! —gritó pisando el freno con brusquedad— ¡Vete!
Los neumáticos chirriaron contra el pavimento y el pelinegro abrió la puerta para después saltar fuera del camino. Se arrastró al interior del bosque y se mantuvo pecho tierra hasta que vio la caravana de vehículos perseguir el sedán tras pocos segundos.
Sarada volvió a mirar por el retrovisor, al parecer nadie se dio cuenta de su plan porque las cinco SUV seguían allí detrás, acercándose peligrosamente.
La lluvia caía con fuerza apabullante y ver la carretera cada vez se volvía más difícil.
Luego, un golpe en la parte trasera la sorprendió, al parecer intentaban sacarla del camino para que se detuviese. Un golpe, luego otro, se estaban esforzando por hacerle saber que no había escapatoria.
Tal vez era cierto, pero prefería morir antes de regresar a ese agujero oscuro sin saber cuándo volvería a ver la luz del día.
No les daría la oportunidad de lastimar a su padre a través de ella, sea cual sea el plan que tengan. No iba a ser parte de eso.
La curva delante suyo era más cerrada todavía que la anterior, ellos esperaban que redujera el paso para no salir derrapando fuera, pero al contrario, ella aceleró.
Un segundo neumático tronó y ella giró el volante con brusquedad para permanecer en el camino, pero la fuerza centrífuga y el suelo resbaloso hicieron lo suyo.
Ella cerró los ojos.
No tuvo miedo, ni suplicó a una fuerza divina que la mantuviera con vida. Sólo se dejó ir.
Escuchó un ruido ensordecedor y luego nada.
Todo se oscureció.
(...)
Voces lejanas. El pitido de monitor de signos vitales. El dolor en todo el cuerpo.
Y de nuevo oscuridad.
—¿Cuándo va a despertar?
No reconoció la voz, pero se trataba de un hombre.
—En cualquier momento. —esa era otra voz, dedujo que se trataba de un médico— Sufrió una contusión fuerte en la cabeza, pero sólo es cuestión de tiempo...
¿Qué había de sus piernas? ¿Tenía alguna fractura? Debía regresar a Londres para las últimas fechas de la temporada y no podría hacerlo con una pierna rota.
Se obligó a abrir los ojos a pesar de que sus párpados pesaban horrores. Lo primero que vio fue el techo blanco de la habitación y la molesta luz que entraba por el ventanal junto a la camilla donde se hallaba recostada.
—¿Puedes... cerrar las persianas? —pide aclarándose la garganta.
Los dos hombres bajo el umbral de la puerta se volvieron hacia ella y la joven por fin asoció la voz con un rostro de rasgos varoniles y atractivos. Los ojos magentas se conectaron con los suyos a través de la habitación y la miraron de una manera que no supo explicar.
—¿Tuve un accidente? —parpadea confundida— ¿El tren se descarriló o qué fue lo que sucedió?
El hombre rubio se acerca con cautela, haciéndose un espacio junto a ella en la camilla.
—¿De qué tren hablas?
—El que tomé de París a Mónaco. —dice con obviedad— ¿Dónde está Itachi? ¿Le avisaron que estoy aquí? Debe estarme esperando en el hotel...
¿Cuánto tiempo ha estado inconsciente? Esperaba que no más de algunas horas o tendrían problemas por no llegar a tiempo a la estúpida reunión familiar en Aspen.
—¿Y tú quién eres? —frunce el ceño al percatarse de la insistente mirada del hombre, que para variar estaba invadiendo su espacio personal— ¿Por qué estás aquí?
Una pequeña sonrisa tiró de la esquina de sus labios, haciéndolo lucir más atractivo de lo que ya era, y lo observó atentamente tomar su pequeña mano en una de las suyas sólo para que ella pudiera verle deslizar la brillante sortija en su dedo anular.
—Estoy justo donde debo estar. —acaricia el dorso de su mano con el pulgar— Alguien debe de cuidar de ti, futura esposa.
