Perdió la cuenta de la cantidad de veces que su hermana menor insistió en que dejara de buscarla. Nadie podría encontrarla a menos que ella así lo quisiera y le frustraba tener que darle la razón, porque le perdió el rastro desde que su avión aterrizó en el aeropuerto internacional de Sihanoukville.
De eso había pasado exactamente un mes y ningún miembro de su familia parecía sorprendido de su desaparición.
Pero por alguna razón él se sentía intranquilo, no sólo por el hecho de que nadie supiera detalles de su paradero, sino porque su ausencia comenzaba a sentirse dolorosa. Casi físicamente.
Durante el cumpleaños de Shinki a mediados de mayo, recibieron la primera noticia suya. Un simple texto.
Nada más, ni una llamada, ni un mensaje de voz. Sólo un texto con dos palabras. Feliz cumpleaños.
En junio se cumplieron setenta días desde que se fue y seguía sin haber información de ella o sus acompañantes. Era como si se la hubiese tragado la tierra, no hubo movimiento en sus cuentas de banco, ni manera de rastrear su móvil.
¿Cómo podía alguien desaparecer así sin más?
Para él fue como si se hubiera detenido el tiempo y se maldijo una y otra vez por permitir que la ausencia de alguien le afectara de esa manera.
No conciliaba el sueño por más de unas pocas horas, no podía pensar en otra cosa que no incluyera buscarla, pero cada uno de sus intentos eran infructuosos.
A principios de julio, todos comenzaban a preguntarse el porqué no había regresado ya. Las cosas en la villa se complicaron, para los Uchiha fue imposible mantener oculta la enfermedad de Fugaku Uchiha de su círculo cercano.
Y los atentados en Italia y sus alrededores iba en aumento en las últimas semanas. Al parecer, los Búlgaros finalmente decidieron un bando y no era el de los Uchiha.
Sin embargo, la experiencia pesaba y los consejos que Sasuke Uchiha le brindaba a su hijo mayor fueron suficientes para mantener al enemigo a raya.
De cualquier modo, todos se vieron obligados a reforzar la seguridad, tanto en las rutas, en sus propias casas y en sus negocios. Cada vez era más evidente que la guerra había comenzado, porque incluso los noticieros hablaban sobre ello cada día.
Y luego estaba el asunto de su compromiso. Ese que dejó en segundo plano con la excusa de atender asuntos más urgentes que su guerra con Las Tríadas. Tenían que lidiar primero con el peligro mayor, para después enfocarse en los asuntos internos.
Afortunadamente, Tanuki Shigaraki se mostró comprensivo y le ofreció su ayuda para futuras complicaciones. Su hija, era un caso a parte, ella parecía insistir en visitar la residencia Hyūga cada que tenía oportunidad de hacerlo e intentaba ganarse el afecto de su madre a toda costa.
—¿Has hablado con Boruto? —pregunta Ryōgi enarcando una ceja.
—No. —resopla recostándose en el respaldo de su silla giratoria— No me recibió en ninguna de las ocasiones que fui a Dublín.
—Era de esperarse. —se mofa el pelirrojo— Pero supongo que tendrás oportunidad de hablar con él durante el cumpleaños de tu tío Menma.
Kawaki ya lo había pensado antes y creyó que no era una mala idea del todo. La única complicación era el encuentro con los hermanos Uchiha y su padre.
Hasta ahora todos los asuntos de negocios fueron tratados por teléfono, tuvo que reconocerles que hubiesen dejado su aversión de lado cuando él habría esperado que se aparecieran en cualquier momento para dispararle como lo había hecho su padre. En especial Daiki, era el más imprevisible.
Su amistad pudo haber terminado, pero la alianza seguía en pie. Apenas.
—¿Has sabido algo de ella?
—No. —contesta el Uzumaki desviando la mirada— Desapareció por completo.
—¿Y qué piensas hacer cuando vuelva? —pregunta Ryōgi tomando un trago de su coñac— ¿Por fin la dejarás en paz y sentarás cabeza con tu prometida?
—No voy a casarme con ella.
—¿Sí? Pues explícaselo a la pobre chica que viene todos los días a que tu madre la enseñe a tejer suéteres para sus futuros hijos. —se burla el inglés— Creo que de verdad le gustas, por más sorprendente que parezca considerando que eres un hijo de puta.
—Hemos hablado una vez como mucho. —entorna los ojos— No me interesa conocerla tampoco.
—Estás ganándote el premio al imbécil del año, ¿lo sabes? —insulta Ryōgi— Déjate de juegos y resuelve tus mierdas.
Los labios de Kawaki se convirtieron en una fina línea, mirando a su mejor amigo con su seriedad habitual, pero esta vez había algo diferente en sus ojos.
—No hay otra mujer para mí. —susurra con la sinceridad brillando en su mirada— Es Sarada o no es nadie.
(...)
—¿Cómo voy a ser tu prometida si ni siquiera te conozco? —frunce el ceño, retirando su mano de entre las suyas con brusquedad— Aléjate de mí.
—El doctor dijo que tienes amnesia temporal por la contusión que sufriste. —la mira a los ojos— Vendrá a hacerte un chequeo más tarde, pero al parecer no hubo daño cerebral, ni hemorragias internas.
—¿De qué hablas? —se miró las manos desconcertada y movió los dedos de los pies para asegurarse de que todo iba bien.
—Tuviste un accidente de auto. —informó con voz suave— Manejabas bajo la lluvia.
Su semblante era de total confusión y entonces miró la fecha en el calendario digital de la mesita de noche en una esquina de la habitación de hospital y todo el aire se le escapó de golpe.
—¿Julio? —susurra, pasmada— Yo... no... ¿Cómo es que ha pasado medio año si lo último que recuerdo...
Ni siquiera eran las fiestas decembrinas. Sus padres fueron a su presentación en la Ópera Garnier de París y la visitaron en su camerino para advertirle sobre faltar a la reunión familiar en Aspen. Recordaba no querer ir, pero su madre la convenció de buscar a su hermano Itachi en Mónaco y viajar juntos.
¿Qué se supone que sucedió después?
—No recuerdo nada de los últimos seis meses. —niega consternada— ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?
—Dos semanas. —contesta el hombre a su lado— El accidente fue en Mardin, pero te trasladaron a Estambul para una atención más especializada.
—¿Qué se supone que hago en Turquía? —pregunta exaltada— Vivo en Londres.
—Ahora vives aquí, Sarada. Conmigo. —explica con cautela— Es reciente, apenas te mudaste, pero...
—¡Eso es imposible! —sacude la cabeza con desesperación— Ni siquiera recuerdo haberte conocido, ¿cómo voy a creer que acepté casarme y que además estamos viviendo juntos?
—Supongo que tendrá que confiar en mí, señorita bragas de encaje.
Al escucharlo sintió una punzada en la cabeza y después su mente le botó un recuerdo. Ella tirando una bolsa al suelo después de chocar con una figura masculina que resultó ser ese hombre que tenía frente a ella. Ambos se agacharon al mismo tiempo para recoger lo que se cayó y se vio a sí misma con las mejillas sonrojadas cuando levantó un conjunto de lencería de encaje.
—¿Estás bien? —pregunta tocando su mejilla con el pulgar— ¿Recordaste algo?
—Sí, creo... —balbucea desviando la mirada— Creo que recordé el momento exacto en el que nos conocimos.
—Ibas muy guapa. —le sonríe, guiñándole un ojo— Supongo que fue amor a primera vista.
Por alguna razón sus mejillas se calentaron debido a su comentario y evitó mirarlo a los ojos.
Al menos ahora confirmaba que sí lo conocía, pero seguía sin comprender... ¿Qué tan enamorada estuvo para aceptar casarse con él en menos de seis meses?
—Necesito hablar con mi familia. —pidió en un susurro— Deben estar buscándome.
Él niega.
—Tu familia no sabe que estás comprometida, ni siquiera saben que estamos saliendo.
Sarada abrió la boca y la cerró sin saber qué decir. Tenía sentido el que les ocultara cualquier tipo de relación romántica. Su madre y su abuela no eran el problema, sino los hombres de su familia.
—Pero... —traga saliva— ¿Dónde se supone que piensan que estoy?
—Terminaste la temporada en Tokio a mediados de marzo. —explica con calma, sacando su móvil para mostrarle algunas fotografías de ella sobre el escenario en la que parecía ser su última presentación— La compañía hará un cese de actividades por cambios en la dirección y reanudarán la gira en Dublín a principios de octubre, así que simplemente avisaste que te tomarías unas vacaciones lejos del caos.
Eso sonaba como algo que definitivamente era capaz de hacer.
—Escucha, pajarito... —coloca un mechón de cabello detrás de su oreja— Sé que estás confundida y quieres un montón de explicaciones...
Ella le miró perpleja sin saber qué responder, se sentía abrumada porque al pensar en los últimos meses todo era un vacío absoluto.
—Te diré lo que necesites saber, pero no me apartes. —pidió con un tono suplicante— Sólo déjame llevarte a casa.
Unió sus frentes con suavidad y ella cerró los ojos en un intento de tranquilizar su corazón latiendo desbocado. No lo conocía, ni siquiera sabía su nombre, pero algo en ese hombre alteraba todos sus sentidos.
—Está bien. —accedió con un hilo de voz y él le sonríe, depositando un beso en su cabeza para luego alejarse.
—Iré a traerte ropa limpia y a firmar el alta del hospital. —le hizo saber— Comeremos en casa, la comida de aquí puede ser nutritiva, pero es asquerosa.
Sarada le ofrece una sonrisita nerviosa y asiente, observándolo salir de la habitación después de despedirse de ella con un guiño.
Minutos después, entró una mujer con el uniforme del hospital y supuso que era una de los médicos que la trataron. Ella venía con el que parecía ser su expediente en las manos y un semblante condescendiente.
—Señorita Uchiha, ¿verdad? —confirma al ver a la joven finamente despierta— Mis colegas me han comunicado que por fin se va a casa.
—Sí, eh... mi... prometido fue a firmar el alta. —contesta ella, aún sin acostumbrarse a decir esa palabra con naturalidad— ¿Usted fue mi médico?
—Fui una de sus cirujanas. —habla con cautela— Yo atendí su afección ginecológica.
La azabache le miró sin entender y la mujer dio un par de pasos al frente con una mirada extraña. Entonces supo que algo no iba bien.
—A usted la admitieron en el hospital de Mardin por un accidente automovilístico, sí. —comienza a decir sin dejar de mirarla a los ojos— Pero al trasladarla le hicieron más estudios y se concluyó que hubo indicios de un aborto espontáneo y un legrado uterino asistido descuidadamente.
La confusión en su rostro era más que evidente. ¿Estuvo embarazada? La noticia le cayó como un balde de agua fría.
—Normalmente habría esperado a que se recuperase de su estado de amnesia para decírselo. —sus labios formaron una fina línea— Pero antes de irse debe saber que hubo consecuencias.
—¿Consecuencias? —se sentía como si acabaran de acertarle un gancho al hígado.
—No sólo hubo infección en el útero, también una perforación. —explica la especialista— Logramos repararlo, pero hubo una mala cicatrización después del legrado y se crearon adherencias en las paredes del útero.
La Uchiha la escuchó con atención, esperando el golpe final.
—A esta condición se le llama síndrome de Asherman. —aclaró al ver su estado desconcertado— Muchas veces provoca deformaciones en el órgano reproductivo y por lo tanto comprometen futuras gestaciones.
—¿No podré...
La mujer coloca una de sus manos sobre la suya.
—Un embarazo es poco viable. —termina por ella— No sólo porque la probabilidad de llegar a término sea baja, sino que también comprometería su salud.
Sarada permaneció en silencio, tratando de procesar toda la información que la mujer le arrojaba en las narices. ¿No podría ser madre? ¿Nunca?
—Aunado a eso, tiene un fuerte cuadro de anemia causado por la deficiencia de vitaminas y ácido fólico en su organismo. —afirma la mujer— Deberá llevar un tratamiento para regular sus nieves de glóbulos rojos.
Si antes estaba abrumada, ahora se sentía peor.
—Puede concebir, con dificultad, pero puede hacerlo. —le aclara al ver su expresión aturdida— Sin embargo, el porcentaje de que su cuerpo lo rechace es casi del 95%.
—¿Es irreversible?
—Retiré las adherencias esperando que el útero recupere su forma y tamaño, pero pueden ser recurrentes. —murmura apenada— Tendrá que hacerse revisiones continuamente y someterse a un tratamiento hormonal, pero aún así no podría asegurar...
Ella ya no la estaba escuchando porque sólo podía pensar la magnitud de aquella declaración. Jamás consideró la idea de ser madre, no tenía lo que necesitaba para hacerse cargo de un pequeño humano, apenas podía cuidar de sí misma y eso ahora lo ponía en duda con su situación actual.
Así que le estaban haciendo un favor, ¿verdad? No poder tener hijos debía ser un alivio. ¿Entonces por qué le entraron ganas de echarse a llorar de repente?
—Aún existen otros métodos en caso de que usted y su prometido quieran ser padres en un futuro. —comenta la ginecóloga— Podrían intentar con una inseminación artificial, alquilar un vientre o incluso la adopción.
De manera inconsciente negó con la cabeza y la mujer tocó su hombro como muestra de apoyo.
—¿Lleva un método anticonceptivo confiable? —pregunta sacándola de su trance— Lo necesitará al menos los primeros meses para prevenir... complicaciones.
—Uso la inyección trimestral, pero no recuerdo la última vez que me la puse.
La compañía de ballet lo hacía parte del contrato y hasta donde llegaban sus recuerdos se la colocaron en noviembre. Debió olvidar ponérsela el siguiente trimestre, o tal vez lo hizo intencionalmente, a estas alturas no estaba segura de nada.
—¿Desea que se la coloque antes de irse? —le mira con expectación— Debe entender que mi prioridad ahora es su salud, señorita Uchiha.
—Entiendo. —se tragó el nudo en la garganta y asiente— Gracias.
—De acuerdo, enseguida vuelvo con lo necesario.
Se sentía como si alguien más hubiera vivido los últimos seis meses de su vida y ahora le tocara a ella sufrir las consecuencias. ¿Qué se supone que debía hacer?
Justo ahora era un lienzo en blanco, lo que resultaba irónico, porque siempre se jactó de una memoria privilegiada y ahora no podía recuperar sus recuerdos.
Simplemente patético.
(...)
Se pasó una mano por su cabello rubio con frustración y miró con detenimiento el bolso de viaje que sostenía en la otra mientras observaba los dígitos cambiar conforme subía en el ascensor.
—¿Estás seguro de lo que estás haciendo? —pregunta el hombre a su lado— Aún puedes cambiar de opinión.
—La decisión está tomada, Shizuma. —dijo sin mirarlo— No deberías estar cuestionándome.
—Cuestionar tus decisiones es mi trabajo. —frunce el ceño— Como tu mano derecha y como tu mejor amigo.
El pelinegro le concedió unos segundos de silencio, pero después se giró hacia él para mirarlo de frente.
—¿Planeas usar a una chica inocente para vengarte de su padre? —sacude la cabeza con disgusto— ¿No te parece que ya ha sufrido demasiado?
—Tsurushi tendrá su castigo por desobedecer mis órdenes. —contesta de mala gana— ¿Quieres uno tú también?
Shizuma resopló, viéndolo salir del ascensor en cuanto las puertas se abrieron en el piso marcado. Tenía un mal presentimiento sobre todo esto, pero decidió guardarse sus opiniones esta vez.
El rubio se adentró en la habitación de hospital y dejó la maleta de viaje frente a la joven que yacía en la cama con la mirada perdida en las vistas de la ciudad. Desde ahí podía ver lo impresionante que era Estambul.
—No recuerdo tu nombre. —susurra ella, mirándolo de reojo— ¿Podrías... recordármelo?
—Kagura. —contesta con una tenue sonrisa— ¿Estás lista para ir a casa?
—No. —hace una mueca— Pero no tengo de otra, ¿verdad?
Toma la valija con ropa limpia y se encierra en el baño de la habitación sin darle tiempo de decir nada más. Shizuma reprimió una carcajada bajo el umbral de la puerta y el rubio lo miró mal.
—Si quieres enamorar a la chica, tendrás que hacerlo mejor. —señala la puerta— Parece que no es de las que aceptan ayuda.
—Ríete ahora. —se mete las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones— Pero pronto estará tan enamorada que va a ser parte de mi plan sin que yo se lo pida.
Shizuma no estaba tan seguro de ello, pero no le dio tiempo de decir nada porque en ese momento la puerta del baño se abrió y por ella apareció la joven Uchiha usando un vestido blanco veraniego, corto y sin mangas, con la falda suelta llegando a medio muslo. Era sencillo y fresco.
Kagura la observó de pies a cabeza. Por un momento olvidó la imponente presencia de la Uchiha, que incluso recién salida de la cama seguía viéndose como la criatura más perfecta que existe. ¿Cómo pudo olvidar ese pequeño detalle?
—¿Quién es tu amigo? —pregunta mirando detrás suyo al hombre de ojos azules.
—Shizuma Hoshigaki, señorita. —se presenta con una ligera reverencia con la cabeza— Trabajo para él, pero también soy su mejor amigo.
—Tu rostro me parece familiar... —estrecha los ojos— ¿Te conozco de antes?
—Lo dudo mucho. —niega al instante— En realidad, ni siquiera sabía que Kagura estaba comprometido hasta hoy.
—Pues ya somos dos. —contesta Sarada encogiéndose de hombros— Acabo de enterarme de mi compromiso hace una hora.
El pelinegro de nuevo reprimió su risa y le guiña un ojo a la joven.
—Hora de irnos a casa, pajarito. —interrumpió el rubio— ¿Nos vamos?
—No es mi casa si no la recuerdo. —espeta de mala gana, arrepintiéndose de inmediato por su arrebato— Sólo... sácame de aquí.
Kagura frunció un poco el ceño. ¿Qué es lo que la tenía tan irritada? Sólo recibió la visita del médico durante la última hora, por supuesto que la habitación estuvo vigilada todo el tiempo y no pasó nada fuera de lo común.
¿Acaso habrá recordado algo? No, de lo contrario habría intentado escapar.
El camino fue silencioso. Sarada se hizo un ovillo en el asiento trasero de la SUV y recostó su cabeza cerca de la ventanilla para observar el exterior. Estambul era una ciudad impresionante, no recordaba haber ido nunca antes, pero definitivamente la estaba sorprendiendo.
—Mañana puedo llevarte a recorrer la ciudad. —se compromete el rubio— ¿Te gustaría?
—Me gustaría, sí.
Llegó a la conclusión de que tendría que poner de su parte si quería recuperar sus recuerdos y quizá lo conseguiría sin ningún tipo de presión.
Y de pronto una nueva punzada, esta vez menos dolorosa que antes. Su mente le arrojó una escena en la que ambos viajaban en la parte trasera de un auto. Él llevaba un traje de diseñador gris y una camisa de cuello alto.
«
—Tienes pinta de ser el típico snob que juega Polo como hobby y vive de la fortuna de sus padres. —contraatacó ella, ganándose una nueva risa masculina— Aunque tal vez la actitud de patán te consiga muchas chicas, eso puedo concedértelo.
—Auch. —fingió estar ofendido, pero el brillo juguetón de sus ojos no desaparece en ningún momento.
—En realidad eres un hombre de negocios, ¿no? Te gusta observar y analizar al que sea que se te ponga en frente. —estrecha los ojos— ¿Debería preocuparme de estar en un auto contigo?
—Joder, haz algo por mí y compórtate como una chica hueca para que pueda superar mi fascinación por ti. —dice reprimiendo las ganas de sonreír— Eres una listilla, ¿no es así?
—Un jugador reconoce a otro jugador, ¿lo olvidas?
»
—Juegas Polo. —soltó de repente ella— Después de nuestro encuentro fuera de la tienda de lencería, nos volvimos a ver en un partido de Polo.
—¿Acabas de recordarlo?
Ella asiente, desconcertada.
—¿Dónde fue? —pregunta sin poder ocultar su curiosidad— ¿Estaba sola allí?
—En St. Moritz. —contesta con cautela— Dijiste que tu familia no sabía que estabas allí y yo dije que guardaría tu secreto. Después me permitiste llevarte a Londres.
¿Qué estaba haciendo ella en aquel sitio? No lograba encontrar respuestas por más que quisiese y eso la frustró el doble.
«
—¿Quieres que compartamos vuelo? —pregunta restándole importancia, como si estuviese proponiendo algo de lo más casual.
—¿Cómo quieres que compartamos vuelo si ni siquiera sabes a dónde voy? —gruñe hastiada— Es absurdo.
—El avión es mío, vuela a donde yo ordeno. —vuelve a encogerse de hombros— Así que, ¿adónde debería pedir que sea el próximo destino?
—Sabes que tus intentos de flirteo no están funcionando, ¿verdad?
—Pero no estoy intentando flirtear. —sonríe— Soy encantador por naturaleza.
»
—No entiendo como pude subirme a un avión con un desconocido. —exclama con reprobación— Pudiste ser un asesino en serie o algo por el estilo.
Kagura sonrió, esta vez de manera sincera.
—Me hiciste prometer que no lo era.
Ella se mordió el labio inferior, sintiéndose relajada por primera vez desde que salieron del hospital. Extrañamente comenzaba a sentirse cómoda a su alrededor.
—¿Y? —se acomoda sobre el asiento para verlo mejor— ¿Me dirás cuántos años tienes? No quiero ser descortés, pero es evidente que no somos de la edad.
—Treinta y dos.
—¿Te das cuenta de que me llevas once años? —abre la boca con sorpresa— Deberías sentirte mal por engatusar a una jovencita.
Shizuma parpadea desconcertado y les mira por el espejo retrovisor desde el asiento de copiloto. Sin embargo, lo que más lo descolocó fue oír la carcajada varonil de Kagura.
—No me siento mal en absoluto, pajarito. —dice sonriendo de medio lado.
—Mejor para mí, no tendré que esperar tanto para que envejezcas y poder quedarme con todo tu dinero. —exclama en tono jocoso, reprimiendo una sonrisa— Seré una viuda joven y sexy.
—¿Por qué hablas como si fuera un anciano? —estrecha la mirada hacia ella fingiendo mal humor.
—No lo sé, veremos en un par de años si tu cadera no se rompe al levantarte de la cama...
—Sarada Uchiha. —la interrumpe, sacudiendo la cabeza— Acabas de salir del hospital con amnesia y ya estás pensando en nosotros durmiendo en la misma cama, ¿debería sentirme halagado?
Las mejillas de la chica se ruborizaron ligeramente y lo único que atinó a hacer fue sacarle la lengua de manera infantil.
Shizuma observó cuidadosamente la escena que transcurría en la parte trasera del auto. No había conocido a la chica Uchiha antes, pero ahora entendía la razón por la que Kagura quedó intrigado por ella en St. Moritz. Además de su obvio atractivo físico, tenía una personalidad fuerte y un humor bastante peculiar. Era fácil quedarte prendado de su esencia.
—Llegamos. —habló el de ojos azules llamando la atención de ambos.
Sarada se tomó unos segundos para mirar el exterior de la propiedad con detenimiento. Era enorme y tenía vistas impresionantes al estrecho del Bósforo desde esa altura, donde podía ver cientos de embarcaciones recorriendo las aguas y el impresionante puente colgante.
Tenía un amplio jardín en la parte delantera, con laberintos de setos, esculturas de mármol y una gran fuente de suelo central de piedra en color marfil. Era... se quedó sin aliento. No solía impresionarse tan fácil, pero ese lugar parecía sacado de un cuento de hadas.
La casa blanca de tres plantas tenía una arquitectura neorenacentista, con ventanales, columnas jónicas, molduras y cornisas. Era de un estilo clásico y elegante.
Y de pronto, un nuevo recuerdo apareció en su mente. Uno en el que él recorría con la mirada el interior de su casa en Londres con comodidad y segundos después ella lo acompañaba a la puerta.
«
—Volaré a Italia para visitar a mi familia. —ella se ríe con suavidad, apenada— No regresaré hasta la segunda semana de febrero, pero te agradezco que me hayas traído a casa.
—No es nada, pajarito. —le guiña el ojo con coquetería y se encaminó al auto que lo esperaba en la acera contraria— La próxima vez que nos veamos será en nuestra boda.
—¿De verdad? —le siguió el juego con un bufido— ¿Pero cómo voy a ser tu esposa si ni siquiera sé tu nombre completo? ¿Cuál es tu apellido de todos modos?
—Ese no será ningún problema. —dice con socarronería— Lo sabrás pronto porque también se convertirá en el tuyo.
—Oh. —parpadea con fingida sorpresa— Comenzaré a buscar vestidos, entonces.
»
¿Regresó a Italia después de terminar las últimas presentaciones en Londres? Al menos ahora lo sabía.
—¿Sarada? —llamó su atención, ofreciéndole su mano para ayudarla a bajar del vehículo— ¿Estás bien?
—Sí. —sonríe con los labios apretados— ¿Me enseñas la casa?
Los ojos de Kagura recorrieron cada centímetro de su rostro de rasgos perfectamente cincelados y de manera inconsciente acarició su mentón con su pulgar. Joder, era preciosa.
—Con gusto, pajarito. —ladeó su rostro, intentando sacarse de la cabeza pensamientos absurdos.
Entrelazó sus dedos con los pequeños de ella y la guió al interior de la casa. Sarada miró sus manos unidas y todos sus sentidos se aturdieron. No supo si era el aroma varonil proveniente de Kagura, la calidez de su tacto o los nervios que provocaba su cercanía.
Él la llevó a recorrer los amplios jardines de la parte trasera y le mostró la terraza con vistas al mar, también le enseñó su estudio, el cuarto de cine, el gimnasio, el comedor, la cocina y las dos salitas de estar.
Después, la llevó a la segunda planta, donde había unas seis habitaciones para huéspedes y una sala de estar más espaciosa con una biblioteca gigantesca que la dejó fascinada desde el primer momento.
—Puedes tomar los que quieras y llevarlos a la habitación. —susurró cerca de su oído— No me molesta compartirte con las páginas de un libro, siempre y cuando guardes tiempo para mí después.
Las mejillas de la joven se ruborizaron por unos cortos segundos y lo empujó al salir de la sala con el corazón latiendo desbocado en su pecho. ¿Por qué la ponía tan malditamente nerviosa?
—¿Siempre has vivido solo? —pregunta con cautela, tomando su distancia mientras lo seguía por el pasillo.
—La mayor parte de mi vida. —asiente cambiando su tono a uno más serio— Mi madre murió cuando yo tenía doce y mi madre no pudo soportarlo, así que unos meses después se quitó la vida.
Sarada se mordió la lengua para no hacer más preguntas al ver que su buen humor desapareció.
—Debió ser difícil para ti. —comenta ella entrelazando sus manos detrás de su espalda— ¿Tienes más familia?
—No. —responde él— Una amiga de la familia se convirtió en mi tutora, pero murió hace unos cinco años.
Si algo tenía la joven Uchiha era una curiosidad insaciable, cualidad que heredó de su madre, aún cuando sabía que no debía seguir indagando.
—Mi familia es grande. —menciona la azabache intentando no hacer el momento más incómodo— La mayor parte vive en Italia. Papá, mamá, mi hermano mayor Itsuki y el menor, Daisuke.
Él la mira de reojo, sorprendido de no tener que preguntar por información.
—Mi hermano Daiki vive en Rusia e Itachi no tiene una residencia en especifico por su profesión, pero su sitio favorito está en Mónaco. —continúa diciendo— Yo soy la que reside más lejos. Primero me fui para terminar mis estudios en Oxford y luego estuve en Moscú desde los catorce en una academia de ballet, pero al final terminé mudándome de nuevo a Londres cuando conseguí un contrato con el Royal Ballet.
Pero eso ya lo sabía, después de conocerla en St. Moritz por casualidad decidió investigarla más a fondo. Nunca esperó encontrarse con la única hija de Sasuke Uchiha, y mejor aún, acompañada de Kawaki Uzumaki, el hombre con el que también tenía una deuda pendiente.
La vida le dio la oportunidad perfecta para vengarse. Fue así como descubrió su alergia después de hojear el expediente que le consiguió Shizuma sobre ella e intentó terminar con el asunto de una buena vez al enviarle un postre con nueces a propósito.
Tarde se dio cuenta de que se precipitó y que podía hacer las cosas de una manera diferente, con un plan más elaborado y destacable. Por eso se sintió aliviado de verla al día siguiente en el elevador y antes de lo pensado ya estaba ofreciéndose a llevarla a Londres.
La chica tenía algo que llamó su atención desde el primer momento, pero su venganza era más importante. De tratarse de otra persona, las cosas habrían sido diferentes. Sin embargo, era la hija de su peor enemigo, y tenía que tratarla como tal.
Primero debía ganarse su confianza, hacer que se enamorara de él y usarla en contra de su padre. No obstante, la chica estaba aferrada al Uzumaki y le fue imposible competir con un amor que estaba arraigado. Entonces hubo un cambio de planes y optó por secuestrarla.
Sasuke Uchiha no dudaría en ofrecer su vida a cambio de la de su hija. No hizo la negociación de inmediato porque quería darle tiempo y hacerle ver que por más poderoso que fuera, no podría hacer nada por ella a menos que él cediera a entregársela.
—¿Por qué yo? —pregunta ella de repente, después de un largo silencio y por un momento pensó que lo había descubierto en la farsa— Habiendo tantas mujeres guapas y preparadas para una vida marital, ¿Por qué me escogiste a mí?
Él se quedó en silencio, sin saber qué responder con exactitud.
—No conozco a nadie que no crea que soy demasiado complicada. —se muerde el interior de la mejilla— ¿No crees que soy una chiquilla inexperta que no sabe lo que quiere?
Kagura se detuvo al inicio de las escaleras y levantó su mano para tocar la piel expuesta de su cuello con las yemas de sus dedos.
—Me gusta que sepas lo que no quieres, Sarada.
Era un rasgo suyo que genuinamente llamó su atención desde que la conoció.
Por un momento, uno que duró milésimas de segundo, se permitió perderse en la oscuridad de sus ojos. ¿Cómo era posible que esa mocosa lograba ensimismarlo de esa manera? Era inaudito.
Sarada tragó saliva, sintiendo que la tensión entre ambos subió un par de escalones más de lo debido.
—Creo... —balbuceó, tragando duro— Creo que necesito descansar, aún estoy un poco adolorida.
El médico le recetó analgésicos, pero tener dos costillas rotas seguía siendo jodido, por no hablar de varios hematomas en diferentes partes del cuerpo y en distintas tonalidades. Se veía... horrenda.
—Te llevaré... —se aclaró la garganta— Seguro prefieres más privacidad, así que ordené que llevaran tus cosas a una habitación en este piso.
—Estar cerca de la biblioteca es buena idea. —se remueve con nerviosismo— Gracias.
¿Por qué se estaba comportando tan dócil? No tenía la más mínima idea del porqué estar cerca de ese hombre la hacía sentirse pequeñita y vulnerable, como alguien que necesitaba protección cuando ella bien sabía que eso no era verdad.
Kagura abrió la puerta contigua a la salita de estar y le dio el paso para que pudiera juzgar el interior. La habitación era más espaciosa de lo que pensó, de paredes blancas y suelo alfombrado beige, además tenía su propia salita de estar, un vestidor y un baño completo con tina.
La cama con dosel yacía en el centro, con sábanas blancas y un montón de almohadas limpias. También tenía su propio televisor y unas puertas dobles que conducían a un pequeño balcón. Se imaginaba sentándose allí cada día para observar el atardecer con vistas al mar.
—Puedes cambiar lo que no te guste. —habló el rubio detrás de ella— Si quieres otro color en las paredes o muebles nuevos, sólo pídelo y lo tendrás para mañana.
—Todo está bien tal y como está. —responde ella desviando la mirada— Tomaré un baño caliente y luego me iré a la cama.
—Te espero para cenar. —habló en tono autoritario— El médico dijo que estás baja de peso, no puedes saltarte comidas.
Ella no estaba de humor para discutir, así que simplemente asintió y esperó a que terminara de salir por la puerta. Cuando por fin lo hizo, soltó un suspiro audible y se dejó caer sobre el mullido colchón de la cama con las manos cubriendo su rostro.
Todo se sentía como si no fuera real y al mismo tiempo era evidente que entre ellos hubo una conexión que le provocaba querer explorar. ¿Antes de su accidente también sentía esa... atracción por ese hombre?
Los pocos recuerdos que tenía eran claros, desde el primer día hubo una chispa de algo que no sabía explicar, pero seguía sin saber qué pensar.
¿Era prudente quedarse y averiguarlo?
(...)
—¿Dónde está? —escuchó el grito femenino detrás de la puerta principal justo cuando terminaba de bajar las escaleras.
Soltó un suspiro al reconocer la voz y no le sorprendió en absoluto ver la cabellera rubia corta y el cuerpo curvilíneo escabullirse de los brazos de Shizuma para terminar de entrar al recibidor.
—¿Dónde está la perra? —repitió en voz alta con toda la intención de hacerse oír por todo el lugar— ¿Por qué mierda la trajiste?
Esa era Buntan Kurosuki, su amante habitual. Su inestable relación comenzó hace unos tres o cuatro años, pero nunca hubo nada formal, no era nada más que un vínculo meramente sexual, incluso cuando ella quisiera tomarse atribuciones que no le correspondían.
—Baja la voz, no quiero que te escuche. —exige con un tono que no dejó lugar a réplicas.
—Voy a matarla con mis propias manos.
—Tú no harás nada a menos que quieras que yo te mate a ti. —acorta la distancia entre ellos y la toma por el brazo para arrastrarla fuera de la casa— Sarada está aquí porque es parte de mi plan y no voy a dejar que lo arruines.
Buntan lo mira con la ira burbujeando en sus ojos y se suelta de su agarre con brusquedad.
—¿Y tu plan incluye casarte con ella? —frunce el ceño— Es la hija del hombre que mató a tu padre y de la mujer que mató al mío.
Sí, ella tampoco olvidaba que Sakura Uchiha asesinó a su padre, Raiga Kurosuki. Así que si podía devolverle algo de dolor que esa mujer infligió sobre su familia, lo haría sin dudar.
—No voy a darte explicaciones.
—¡Me lo debes! —agita las manos, completamente furiosa— En tres años no me has permitido pisar esta casa y ahora de la noche a la mañana hay alguien más metida en tu cama.
—No te confundas, Buntan, nosotros no somos nada. —contesta con dureza— No tienes permitido cuestionar mis decisiones.
—¿Sabes lo irónico que es tener a la hija del asesino de tu padre en la misma casa donde él te crió? —sacude la cabeza con incredulidad— Pudiste llevarla a alguno de tus departamentos y aún así preferiste traerla a un sitio que para ti es prácticamente sagrado.
Sus ojos azules se llenaron de lágrimas de rabia e impotencia, no sólo por los hechos expuestos, también por los celos. ¿No se suponía que debía odiar a la chica? ¿Entonces por qué se tomaba tantas molestias para montar un farsa?
No la había visto, ni la conocía, pero no concebía que Kagura pareciera tan entretenido con su estúpido juego. Debería enviar la cabeza de esa chica en una caja de regalo con un moño, así como su madre hizo con su padre.
—Haré lo que sea necesario para cumplir mi objetivo.
—¿Incluso si tienes que acostarte con la hija de tu peor enemigo? —sus labios se convierten en una fina línea— No puedo creer que llegues tan lejos.
Él ladea el rostro y la observa con una mirada penetrante. No estaba de humor para reclamos y tampoco iba a arriesgarse a que Buntan arruinara lo que había conseguido hasta ahora.
—No subestimes el odio que le tengo a Sasuke Uchiha y su familia. —murmura en un tono de advertencia y hace una pausa— Eso la incluye a ella.
La rubia suelta un suspiro de resignación y se cruza de brazos.
—Júrame que sólo sientes desprecio por ella. —lo mira a los ojos— Y que no te atrae ni un poco.
—No digas sandeces.
Entonces ella se relajó visiblemente y le ofreció una sonrisa coqueta.
—¿Vienes a verme esta noche?
—No. —contesta al instante— Ya tengo planes.
—¿Con la aburrida señorita perfecta?
—No preguntes cosas que ya sabes. —se encoge de hombros— De alguna manera tengo que ganarme su confianza.
Buntan hizo su tarea e investigó todo lo que le fue posible acerca de Sarada Uchiha. Fue una niña superdotada que estudió en Oxford a los once y además tiene una impecable carrera en el ballet. El prototipo de esposa trofeo, pero jamás vio una foto de ella.
—¿Cómo es? —se atreve a preguntar— Me la imagino como una chiquilla insufrible.
Él enarca una ceja.
—¿Qué? Tiene veintiún años, es prácticamente una mocosa. —hace una mueca de disgusto— Mi hermana menor es incluso mayor que ella.
—Ya obtuviste las respuestas que necesitas, ahora vete. —espeta dándose la vuelta para entrar de nuevo a la casa— No creo que necesites un mapa de la salida si pudiste llegar hasta aquí.
Buntan le miró con indignación, pero Kagura ya estaba adentrándose a la casa después de hacerle una seña a Shizuma con la mano para que se asegurase de sacarla de la propiedad.
—Dile a tu hermana que necesito un favor. —dice en el último momento— Las veré mañana en su departamento.
Y cerró la puerta, pero antes de adentrarse a su estudio en la planta baja, pidió al ama de llaves que se encargara de la cena con instrucciones muy específicas.
(...)
Había pasado las últimas dos horas en el vestíbulo de la residencia Uzumaki-Hyūga acompañada de la actual matriarca de la familia. Hinata tuvo la amabilidad de enseñarle un nuevo método para tejer y la joven estaba encantada con lo bien que lograron llevarse en pocos meses.
—Eso es, querida, has logrado captar bien la técnica. —le sonríe la pelinegra— En poco tiempo podrás hacerlo con los ojos cerrados.
La chica sonrió con entusiasmo y continuó con su labor.
—No puedo esperar a tejer suéteres para mis propios hijos. —exclama con ilusión— ¿Cree que Kawaki quiera una familia grande?
Hinata se mordió el labio inferior y su semblante decayó un poco, algo que no pasó desapercibido por la joven.
—Mi hijo es complicado. —dijo en un susurro— Si te soy sincera, jamás creí que aceptara casarse con alguien.
Al menos no por voluntad propia, pensó la pelinegra. Pero la muchacha tomó su comentario de otra manera, pensando que tal vez decidió aceptar la unión porque no le era del todo indiferente y no por ser un simple arreglo con su padre.
—Y sobre tener hijos... supongo que tendrás que preguntárselo a él. —se encoge de hombros, luciendo apenada— Kawaki no habla nunca de esas cosas.
Su intención era obvia, quería recabar toda la información que pudiese, debía saber en donde estaba parada y cuáles eran sus posibilidades. Y para eso tendría que buscar una aliada.
—Por cierto, ¿Dónde está Himawari? —pregunta inclinándose hacia adelante— No la he visto desde que llegué.
—Debe estar con Namida en su habitación. —contesta Hinata— Deberías pasar tiempo con ellas, después de todo se acercan más a tu edad que yo, tendrán más temas en común de que hablar. Creo que tenían planeada una salida hoy al centro comercial.
—Iré a saludarlas. —le sonríe mientras se pone de pie— No es mala idea formar lazos, después de todo seremos hermanas.
La matriarca forzó una sonrisa y asiente, observándola precipitarse hacia el pasillo con las manos entrelazadas detrás de su espalda. No iba a negar que era una chica adorable, amable y bonita, pero presentía que la felicidad de su hijo no estaba con ella.
La joven pelimorada atravesó el largo pasillo de la residencia, comprobando que Kawaki efectivamente no la recibió por no estar en la casa, su estudio se hallaba vacío y con las luces apagadas.
Continuó caminando en dirección a las escaleras, pero entonces escuchó voces provenientes de la salita de estar al final del pasillo. Eran risas femeninas, y de inmediato concluyó que se trataba de Himawari y su prima Namida.
—Juro que tuve que ponerme frente a su auto con el riesgo de que me pasara por encima. —se queja la menor de los Uzumaki— Durante meses estuvo ignorando mis llamadas y rehusándose a recibir mis visitas.
—Es comprensible, sigue molesto con todos, incluidos Shinki y Ryōgi. —comenta Namida— Creo que al único que le responde las llamadas es a Shikadai.
—Sí, porque el vago es tan lento que terminó enterándose después de todos. —se burla la ojiazul— Los Uchiha se enteraron antes que él, ¿te imaginas?
Se hizo un breve silencio en el que ninguna de las dos dijo nada y eso animó a la joven que escuchaba desde fuera a acercarse un poco más a la puerta entreabierta y asomarse al interior.
Las dos chicas yacían sentadas cómodamente en un sofá alargado, cada una en un extremo y con sus cuerpos ladeados para mirarse de frente.
—¿Qué ha dicho Kawaki al respecto? —pregunta Namida con cautela— ¿Han hablado de ella?
Eso definitivamente llamó la atención de la pelimorada.
—Está empeñado en buscarla, pero no ha conseguido ni la más remota pista de su ubicación. —contesta Himawari con un bufido— Le he dicho que deje de hacerlo, si ella no quiere que la encuentren, nada hará la diferencia.
—¿Crees que regrese pronto? —se muerde el labio inferior— Comienzo a preocuparme, creo que todos ya comienzan a preguntarse sobre su paradero.
—Los Uchiha ya deben estar en ello. —menciona Himawari— Pero lo que de verdad me preocupa es el caos que se hará cuando regrese. La relación de mis hermanos ya pende de un hilo...
¿Estaban hablando sobre una chica? ¿Qué tenía que ver con el distanciamiento entre Kawaki y Boruto? ¿Acaso...
—Boruto ha estado enamorado de Sarada toda su vida, no será fácil aceptar el hecho de que nuestro hermano se entrometió. —continúa diciendo mientras sacude la cabeza— Tal vez si hubiera sido cosa de una sola noche... pero tú lo oíste, ¿verdad?
—Fue... ¡tan romántico! —exclama la castaña con una sonrisa ilusionada— ¿Te imaginaste que alguien le diría en la cara a Sasuke Uchiha que quiere a su hija así como si nada? Cualquiera se habría cagado de miedo sólo de tenerlo en frente.
—¿Y qué caso tiene? —frunce un poco el ceño— Se va a casar con alguien más.
La joven dio un paso atrás y su cadera golpeó con una mesita de madera alta que hizo ruido sobre el suelo de madera. Las dos chicas miraron de inmediato hacia la puerta y se encontraron con la mirada violácea.
—¿Sumire? —balbucea la Uzumaki— ¿Cuánto tiempo llevas allí?
—Oh, yo... acabo de llegar. —fuerza una sonrisa y vio como sus expresiones se relajaron visiblemente— Quería preguntarles si podía unirme a ustedes, tu madre me ha dicho que tienen planeado ir al centro comercial.
—Por supuesto. —asiente Namida al instante— Trae tus cosas, nos vamos en diez minutos.
Sumire asiente, con los labios apretados y se da la vuelta con la excusa de regresar al vestíbulo en busca de su bolso de mano. Sin embargo, apenas salió de la salita de estar su sonrisa decayó.
¿Quién era Sarada? ¿Por qué no sabía de la existencia de esa mujer en la vida de su futuro esposo?
Tenía que saber qué tan profunda fue su relación y si representaba un peligro para su compromiso.
(...)
Se miró en el espejo grande del vestidor y tocó su abdomen sobre la suave tela de satén de su pijama de dos piezas color champán. Entonces se imaginó a ella con un vientre abultado y sus labios temblaron un poco.
No hace tanto un pequeño ser crecía allí. Todavía le era difícil hacerse a la idea de que estuvo a punto de ser madre y se preguntó cuál fue su reacción al enterarse. ¿Fue planeado? ¿De verdad le ilusionaba su embarazo?
Estaba confundida y una sensación extraña se expandió por su pecho. Ella nunca quiso ser madre, no creía que tuviera lo necesario, pero ahora... ya no tenía la opción de elegir serlo. No podría aunque quisiera.
Dio un paso atrás y se dio la vuelta para evitar seguir viendo su reflejo, no es que tuviera el mejor aspecto de todos modos, la piel de sus brazos tenía hematomas por todas partes por no mencionar lo maltratadas que estaban sus piernas también.
La camiseta de tirantes satinada permitía ver los cardenales sobre sus hombros y el short a juego dejaba a la vista que sus muslos y pantorrillas estaban en las mismas condiciones.
Soltó un suspiro y tomó la bata que se puso encima de inmediato para atenuar el impacto de su cuerpo maltrecho antes de salir de la habitación. Sus pasos podían escucharse por el pasillo solitario y al bajar por las escaleras se encontró con una mujer con uniforme de servicio en tonalidad grisácea.
Tenía un porte rígido y semblante serio, como si fuera un militar. Su cabello encanecido estaba recogido en un moño alto y su mirada de ojos azules se suavizó al verla.
—El señor la está esperando en el comedor. —le informó señalando el camino con la mano— Adelante, señorita.
Agradeció que no hiciera ningún comentario sobre su atuendo porque no tenía ánimos de arreglarse sólo para bajar a cenar cuando ni siquiera tenía apetito.
Al entrar en el salón lo vio allí, sentado en la cabecera de la mesa con los ojos magentas iluminados por la luz de las velas. Él la observó con cautela, demorándose un poco en los horrendos moretones que la bata no cubría en la parte inferior de su cuerpo.
—¿Una cena romántica? —exclama ella, enarcando una ceja— Qué detalle de tu parte, pero no te hubieras molestado.
Se cruza de brazos a la altura de su pecho, ignorando la punzada en sus costillas.
—Sólo es una cena, pajarito. —contesta señalando la superficie llena de platillos apetecibles— Todas nuestras noches serán así a partir de ahora.
—Parece que mi prometido no me conoce tan bien como pensaba. —arruga su nariz con disgusto y toma ambas copas vacías con una mano mientras con la otra sujeta la botella de vino— Ven conmigo.
Él la observa salir del comedor desconcertado, pero se pone de pie para ir tras ella de todos modos.
—¿A dónde vamos? —pregunta al verla bajar la escalinata con sus pequeños pies cubiertos por unas pantuflas afelpadas y ridículas en color rosa— Vas a pescar un resfriado si estás al aire libre sin abrigo.
Sarada lo ignora y continúa caminando por el jardín hasta adentrarse a uno de los laberintos de setos que recorrieron esa tarde.
—¿Siquiera sabes por dónde vas? —se burla Kagura desde atrás— Vas a terminar perdiéndote.
—Memoricé el camino. —se encoge de hombros— Ventajas de ser un genio, ¿no crees?
—¿Con sólo haberlo recorrido una vez? —enarca una ceja— No te creo.
—Tengo memoria eidética. —responde con una risa sarcástica— Lo cual resulta irónico, porque justo ahora mi super-memoria no me sirve de una mierda.
La Uchiha toma desviación tras desviación dentro del laberinto sin solicitar su ayuda en ningún momento, hasta que al final se encontró con un espacio abierto de forma circular donde una escultura en mármol yacía situada en el centro y frente a ella una banca alargada en la que Sarada se acomodó para poder apreciar mejor la pieza tallada.
—Es una variación de La Piedad de Miguel Ángel. —menciona Kagura con las manos dentro de sus bolsillos— Pero intenta transmitir otro sentimiento.
No era como la escultura que se exponía en el Vaticano. Esta era una variante donde el hombre sostenía en brazos el cuerpo inerte de una mujer. Los rostros perfectamente cincelados tenían expresiones diferentes entre sí, mientras el de ella permanecía con sus rasgos relajados y pacíficos, el de él parecía desgarrador, como el de alguien que pierde a su ser amado.
—Es preciosa. —susurra ella, admirando cada relieve y detalle minucioso— Supe que quería regresar aquí desde que lo vi.
Él le mira de reojo.
—Era el sitio favorito de mi padre. —su ceño se frunce un poco— No creí que te gustaría un lugar tan solitario, teniendo en cuenta que la casa es tan grande.
—¿Y qué pensabas? —se ríe ella, abriendo la botella de vino y sirviendo ambas copas— ¿Creíste que preferiría pasar mi tiempo tomando el sol junto a la piscina?
—Apostaba por el cuarto de cine o el sauna.
Ella niega con una sonrisa burlona y le ofrece la otra copa mientras se lleva la suya a los labios para terminarse su contenido de un sorbo. Se quedaron en silencio durante unos segundos, ambos admirando la escultura frente a ellos.
—Lo admirabas mucho, ¿no? —dice ella en voz baja— A tu padre.
Kagura se tensó al escucharla, pero el no responder le dio pie a la joven de seguir hablando.
—¿Cómo murió?
El fuerte de Sarada nunca fue la sutileza, si quería saber algo simplemente preguntaba, era algo que él comenzaba a aprender sobre ella.
—Lo asesinaron. —contesta con simpleza— No me gusta hablar al respecto, así que si no te importa...
—Me importa. —asiente— Porque eres mi prometido y se supone que mi responsabilidad es cuidar de ti, en especial cuando algo te duele.
Él la mira con el ceño fruncido, pero ella no se dio cuenta porque sus ojos seguían fijos sobre la escultura. Parecía perdida en sus pensamientos.
—¿Puedo hacerte otra pregunta? —susurra ella, mordiéndose el labio inferior.
No esperó una respuesta, sólo la soltó:
—¿Te gustaría tener hijos algún día?
El rubio se quedó quieto en su sitio. De todas las preguntas que podía hacerle, esa nunca le pasó por la cabeza.
—No lo sé. —responde desconcertado— Nunca lo pensé como una posibilidad, pero supongo que sucederá en algún momento.
Y lo decía de verdad. Toda su vida sólo tuvo un objetivo en mente: su venganza. No le importaba nada más, no le interesaba jugar a la casita feliz tampoco.
Los ojos oscuros de la joven se aguaron un poco y él la vio terminarse de golpe su segunda copa de vino.
—Con calma, preciosa, acabas de salir del hospital.
Ella cerró los ojos, respirando profundamente para tranquilizar su respiración que comenzaba a volverse agitada.
—¿Qué sucede? —su cuerpo delgado temblaba y se lo atribuyó al frío de la noche, pero al ver su expresión supo que no era eso.
Se situó a su lado en la banca, aguardando en silencio hasta que ella recogió los pies y abrazó sus rodillas contra su pecho.
—¿Sabías que estaba embarazada?
Su espalda se tensó como la cuerda de un arco, pensando que sus recuerdos podían estar volviendo más rápido de lo que creyó al principio. Sin embargo, desechó la idea cuando no hizo nada por alejarse de su lado.
—No, no lo sabía.
Eso también era verdad, no tenía ni idea, lo supo el mismo día de su huida y se lamentó por no acudir personalmente para asegurarse de que todo estuviera bien con su estadía en los calabozos.
Odiaba a su padre, odiaba a todos los Uchiha en general, pero su plan nunca fue torturarla ni hacerla pasar por todo lo que sufrió.
—Pues entonces, debes saber que no volveré a estarlo. —dijo levantando la mirada hacia él— Sólo... creí que debía decírtelo por si cambias de opinión y prefieres buscarte un mejor prospecto de esposa perfecta.
Él no estaba entendiendo nada de lo que salía de sus labios, pero su mirada melancólica terminó removiendo algo en su pecho que no debería estar removiéndose. Menos por alguien de esa familia.
—¿De qué hablas?
—Esta tarde cuando saliste de mi habitación de hospital, tuve una charla con la ginecóloga que atendió mi caso. —explica con la voz temblorosa— Al parecer tuve un procedimiento malogrado que perforó mi útero y dejó secuelas en las paredes uterinas.
Estaba entendiendo a medias su explicación.
—No podré tener hijos, Kagura. —se encoge de hombros— Supongo que para mí está bien, porque ser madre nunca estuvo en mis planes, pero tú...
Al sentir el contacto cálido de su mano tocando la suya sus labios comenzaron a temblar, en especial después de no oír una respuesta.
—No tienes que decir nada, lo entiendo. —se apresura a decir— Me iré por la mañana antes de que te des cuenta y...
—Cállate. —exclamó él con el ceño fruncido y la atrajo contra su pecho— Sólo deja de hablar.
¿Cómo podía preocuparse por el futuro de él cuando el suyo era más que incierto? La sintió temblar en sus brazos y aferrarse a su camisa en un intento de reprimir su llanto, pero terminó deshaciéndose en sollozos cuando su mano tocó su espalda.
Y esa fue la primera de muchas veces que dudó en continuar con su plan.
