El médico que fue a verla la mañana siguiente le confirmó sus sospechas. Pescó un resfriado gracias a su estupidez, pero eso no era lo que la tenía de mal humor, en realidad estaba enojada consigo misma.

Se sentía avergonzada por haberse dejado llevar, porque no debía besarlo, ¿verdad? La antigua Sarada no se habría lanzado a sus labios en cuanto tuviera la oportunidad.

Pero su yo del presente no dejaba de darle vueltas en la cabeza. ¿Lo que estaba haciendo era correcto? Debería regresar a su casa y recuperarse en compañía de sus seres queridos, no con alguien al que acababa de conocer y que decía ser su prometido.

El resto del día no salió de su dormitorio, Hinoko le llevó la comida a la cama e incluso la consintió con waffles y chocolate caliente al verla cabizbaja y pensativa.

Anoche corrió de regreso a su habitación y se encerró con la esperanza de no salir de allí hasta el día siguiente, y lo cumplió, no abandonó la cama por ningún motivo. Seguía sin creer sus propios alcances, ¿hasta dónde era capaz de llegar?

Aún ahora, a mitad de la madrugada, seguía sin poder conciliar el sueño. Su mente no dejaba de maquinar, casi podía escuchar los engranajes de su cabeza a todo gas.

Entonces el sonido de alguien tocando la puerta de su habitación la sacó de sus pensamientos y no tuvo otra opción que conceder el paso. Dudó por un momento, ¿Quién más era capaz de buscarla a altas horas de la noche? Sólo había una persona.

Aún así le sorprendió verle allí, vestido impecablemente con un pantalón gris y una camisa de manga larga negra con cuello alto. Era atractivo, ese era un hecho irrefutable.

—Pedí a Hinoko que hiciera tu equipaje. —exclama, adentrándose a la habitación con las manos en los bolsillos de su pantalón— Nuestro vuelo parte en un par de horas.

—No me dijiste nada sobre un viaje. —frunce el ceño— ¿Y si no quiero ir? ¿Me obligarás a ir contigo?

Él la observa con cautela. Parecía a la defensiva, con los brazos cruzados y el semblante enseriado.

—Surgió de último minuto. —la mira a los ojos y se encoge de hombros— No pienso obligarte a ir, pero si no vas será una pena, tenía una sorpresa planeada para ti.

Eso llamó su atención. ¿Qué tipo de sorpresa podía darle? Eran las malditas cuatro de la madrugada, a menos que la llevara a buscar duendecillos o cazar vampiros, no tenía idea a lo que se refería.

—¿Me dirás dónde iremos? —pregunta con una ceja enarcada.

—Si te digo pierde el encanto. —le guiña el ojo y le ofrece la mano.

Ella miró su atuendo. No era ni remotamente apropiado para salir a ningún lado, sólo llevaba puesto un camisón de seda blanco con encaje en el escote y una bata satinada a juego. Kagura adivinó hacia dónde iban sus pensamientos y le hizo un gesto restándole importancia.

—Puedes cambiarte en el avión. —le dijo encogiéndose de hombros— Será un vuelo corto de hora y media.

Sarada soltó un suspiro y se cruza de brazos rechazando su ofrecimiento de tomarse las manos, entonces pasa por su lado y sale de la habitación antes que él. Esa acción la hizo sentirse un poco más en control que antes.

Kagura le abrió la puerta del copiloto en cuanto salieron de la casa y él mismo condujo hacia la pista donde ya aguardaba por ellos su avión privado. Cualquier chica habría suspirado por ese trato, Buntan misma lo hacía, pero Sarada no.

Ella estaba acostumbrada a los lujos, esto era su día a día, no había nada que la sorprendiese en ese aspecto porque su familia era una de las más poderosas de Eurasia.

—No me gustan las sorpresas. —menciona haciendo mala cara— ¿Me das al menos una pista?

—No siempre puedes obtener lo que quieres, pajarito. —la mira de reojo con una sonrisa radiante— Frustrante, ¿eh?

Justo como ella lo hacía sentir.

Sarada se hizo un ovillo en su asiento, completamente enfurruñada después de oír su respuesta y él reprimió una sonrisa al verla con un adorable ceño fruncido.

—Te estoy llevando a nuestra primera cita. —menciona sin despegar la vista del camino— ¿Alguna objeción?

—¿Incluye un intento de cena romántica como el de la última vez? Porque entonces paso.

—Lo descubrirás pronto.

Ella hizo una mueca de disgusto, pero no volvió a decir una palabra más hasta que llegaron a la pista. Shizuma les esperaba allí mientras hablaba con el piloto del avión junto a la escalerilla.

—Buena madrugada, señorita Uchiha. —saludó el pelinegro ladeando su rostro y ofreciéndole una sonrisa sincera— Por lo que veo no despertó de buen humor.

—Para despertar primero hay que estar dormido, Shizuma. —masculla inflando las mejillas— Al menos no soy la única a la que arrastraron a estas horas.

—Yo sólo vine a despedirme. —se encoge de hombros— Tendrás que arreglártelas tú sola.

—¿Siempre es así de misterioso? —pregunta en voz baja, señalando al rubio detrás de ella, aún un poco lejos como para oírlos— Ni siquiera quiere decirme a dónde me lleva.

Kagura los observó a ambos cuchicheando a varios metros de distancia mientras discutía unos detalles con el piloto y la manera en la que su consejero le miraba despertó su curiosidad.

—Ya somos dos. —confiesa Shizuma en un susurro sin despegar la mirada de su jefe— Tampoco quiso revelarme su destino.

—¿Debería preocuparme?

—En absoluto. —niega con la cabeza ligeramente— Estás a salvo con él, te lo aseguro.

—Lo que estoy haciendo es irresponsable. —se muerde el interior de la mejilla— Nadie en su sano juicio se quedaría con un desconocido después de despertar con amnesia.

Shizuma la escuchó desahogarse en silencio, advirtiendo la encrucijada en su mirada oscura.

—Pero tú no eres de las que eligen la opción más lógica, ¿verdad? —la observa de reojo— Eres de las que tachan de impredecible.

—¿Eso es algo malo?

—En absoluto, preciosa. —le guiña el ojo— Es una de las cualidades que te convierten en una mujer admirable.

La Uchiha se muerde el labio inferior, pensando en sus siguientes palabras cuidadosamente.

—No quise preocupar a mi familia con lo de mi accidente. —suspira, agitando la cabeza— Ellos no saben que desperté sin saber lo que ha pasado en los últimos meses.

—Quizás deberías decírselos.

Aquel consejo la tomó por sorpresa, no esperó escuchar aquellas palabras viniendo de la persona más leal de Kagura. Creyó que abogaría por su mejor amigo y le pediría que le diera una oportunidad, en cambio él la estaba alentando a irse.

—Lo pensaré. —le sonríe con sinceridad— Te mantendré al tanto.

Él asiente con una expresión pacífica y le ofrece su mano para ayudarla a subir las escalerillas del avión. Entonces segundos después se acercó Kagura con una mirada interrogante.

—Parecían muy amigables. —enarca una de sus cejas rubias— ¿Te ha preguntado algo?

—Quería saber a dónde la llevas. —contesta en tono apacible— En realidad, yo también quiero saber.

—Regresaremos en dos semanas, tal vez tres. —informa él— Te enviaré los detalles para la siguiente fase del plan.

—¿Estás seguro de esto? —pregunta el pelinegro con una obvia expresión de desacuerdo— No habrá vuelta atrás, aún estás a tiempo.

—Necesito que coordines una reunión con Yuino al regresar. —dice ignorando su comentario— Todo está saliendo conforme a lo planeado.

Pero ya no se escuchaba con la misma determinación inquebrantable de semanas atrás y Shizuma fue capaz de percibirlo por la manera en la que su mirada se desvió hacia una de las ventanillas del avión donde podía distinguirse la figura femenina de Sarada buscando algo dentro de una maleta.

—Suerte, hermano. —suspira el mayor, palmeando su espalda con camaradería— Vas a necesitarla.

Kagura decidió ignorar su tono burlón y subió al avión seguido del piloto. Ahí fue cuando la joven Uchiha volvió a aparecer en su campo de visión.

—¿Qué debería usar? —pregunta frunciendo la nariz— Como no sé dónde vamos, es difícil elegir entre tanta ropa.

—Lo que sea te queda bien. —contesta con honestidad— Sólo usa algo cómodo.

Sarada estrechó la mirada y toma una muda de ropa antes de meterse dentro de la pequeña habitación del avión. Veinte minutos después salió completamente vestida con una blusa negra de tirantes gruesos y escote recto que iban a juego con un pantalón de jean oscuro y botas largas del mismo color.

Kagura la observó de pies a cabeza. Su cuerpo esbelto lucía fenomenal en esos pantalones ajustados, pero se obligó a desviar la mirada hacia el exterior del avión en cuanto supo que la estaba viendo más de lo debido.

—¿Tienes más amigos además de Shizuma? —pregunta ella, sentándose en el asiento frente suyo— Es decir, en estos días desde que invadí tu mundo sólo lo he conocido a él.

—No invadiste nada, Sarada. —la mira fijamente— Eres gran parte de mi mundo ahora.

Ella se mordió el labio inferior al oír lo último y se removió en su asiento bajo su intensa mirada. ¿Qué podía responder a eso?

—Tengo algunos amigos más, sí. —contesta para restarle tensión al ambiente— Conocerás alguno que otro pronto.

La Uchiha afirma con la cabeza y se acurruca en el asiento acolchado.

—Cuéntame sobre tu infancia. —pidió él, llamando su atención de nuevo— No hay mucho qué decir sobre la mía además de lo solitaria que fue, pero me gustaría escuchar sobre la tuya.

—Yo... —tragó saliva, insegura sobre abrir aunque sea un resquicio de su caparazón— Digamos que fui una niña feliz.

—¿Qué tan feliz?

—Tanto que daría mi vida por la familia que me tocó. —podía ver el brillo en sus ojos aparecer— Hubo altas y bajas, algunos momentos más amargos que otros, pero logramos superarlo todo.

Él no supo leer su mirada, pero su ceño se frunció al oír semejante respuesta. Pensó que quizás, sólo tal vez, podría buscar la manera de conservarla a ella y deshacerse del resto.

—Con tantos hermanos es difícil creer que te lleves bien con todos. —enarca una ceja— ¿Son unidos?

—Como uno mismo. —su mirada nostálgica se desvió a la ventanilla del avión para observar fuera.

El cielo seguía tan oscuro como antes de despegar, por eso le fue imposible determinar cuánto tiempo llevaban en el aire.

—Shizuma mencionó que no sabía dónde me llevas. —menciona con curiosidad— ¿Por qué tanto secreto? ¿Acaso piensas recluirme en una isla olvidada del mundo?

Kagura negó suavemente.

—Sigues intentando sacar información que no voy a darte, pajarito. —se encoge de hombros— Ya te dije que si te lo digo, la sorpresa pierde su encanto.

Ella se cruza de brazos enfurruñada y se hizo un ovillo en el asiento de avión. El rubio la observó con una sonrisa divertida ante su actitud caprichosa.

—Te gustará. —dijo tras un par de segundos— Puedo asegurarlo.

No estaba muy convencida, pero al final decidió no decir ni una palabra más y al poco tiempo cayó dormida.

Y cuando despertó ya no estaba en el avión, sino en el asiento de copiloto de un vehículo en movimiento. Tenía puesto el cinturón de seguridad y algunos mechones cubriendo la parte lateral de su rostro que a primera instancia le impidieron ver la vista.

Parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la tenue luz entre rosácea y anaranjada que iluminaba el horizonte y cuando finalmente enfocó su mirada en el cielo un suspiro salió de entre sus labios. Joder... era la cosa más impresionante que ha visto en mucho tiempo.

—Esa es la reacción que estaba esperando. —expresó Kagura, mirándola de reojo con una imperceptible sonrisa.

—Es increíble... —susurra con incredulidad— Nunca me esperé...

—¿Cumplí tus expectativas para una primera cita? —enarca una ceja— No tienes que decirlo, sé que lo hice.

—Cállate. —exclama avergonzada— Aún no he dado mi veredicto.

Pero sus ojos oscuros resplandecían de ilusión al ver el cielo cubierto de manchas circulares de todos los colores. La trajo hasta allí para ver un amanecer lleno de globos aerostáticos.

—Jamás serás sólo espectadora de algo, pajarito. —tocó su mejilla con la punta de su dedo— Tendrás la experiencia completa si es lo que quieres.

El auto se zarandeó ligeramente al adentrarse por un camino disparejo de terracería y se detuvo menos de cinco minutos después a mitad de un páramo abierto. Ahí los esperaban un par de hombres preparando todo para un viaje en globo que al parecer era reservado para ellos.

—A menos que le tengas miedo a las alturas. —se agachó para susurrar cerca de su oído— ¿Qué será, señorita bragas de encaje?

Sarada se mordió el labio inferior, estremeciéndose al sentir su aliento cerca de su cuello.

—¿Quieres tocar el cielo? —acarició su sien con la punta de la nariz— Te llevaré yo mismo.

La azabache retuvo el aliento y giró su rostro unos pocos centímetros para verlo de frente, estaban tan cerca que sus labios podrían tocarse en cuestión de nada.

—Sólo si prometes que no moriré en el intento.

—No podría hacerte daño. —tomó su mentón entre sus dedos, mirándola con seriedad— No sin herirme a mí en el proceso.

Parecían estar hablando entre líneas, como si de pronto el viaje en globo pasara a segundo plano y la conversación tuviera tintes de algo más profundo.

—Entonces llévame. —exclama ella finalmente alejándose de manera repentina y rompiendo la burbuja que los envolvió por unos segundos.

Él quería creer que lo que estaba diciendo no era en serio, pero comenzaba a cuestionarse a sí mismo sobre cada palabra que salía de su boca, porque esa chica comenzaba a aturdirlo de una manera que no planeó en absoluto.

Se bajó del auto para rodearlo por el frente y abrir la puerta de copiloto para ayudarla a bajar. Ahí cayó en cuenta de que la mañana era más fresca de lo usual y que ella no tenía más que una camiseta de tirantes que no la cubriría del frío en lo más mínimo.

—Espera aquí. —pidió con el ceño fruncido al percatarse de que tembló un poco— El equipaje no está con nosotros, pero tengo algo que podría ayudar.

Sacó una frazada con estampado a rayas de colores del maletero y la envolvió con delicadeza sobre sus hombros desnudos. Su nariz se tornó rojiza por el frío, pero eso la hacía lucir adorable.

—¿Lista? —colocó un mechón oscuro detrás de su oreja— Ya esperan por nosotros.

Ella asiente, dejándose guiar hacia el interior de la canasta con las manos entrelazadas. Toda la escena se le antojó surreal, hace tres días no recordaba nada de su vida y ahora se hallaba en un país desconocido con un hombre que decía ser su prometido en una cita romántica.

Lo peor de todo es que comenzaba a bajar la guardia de manera alarmante cuando estaba con él. Y sospechaba que a Kagura le pasaba lo mismo.

El sol apareció detrás de las montañas rocosas y la vista comenzó a tornarse insuperable conforme se elevaban en el aire. Era como un cuento de hadas con un paisaje conformado por formaciones rocosas de tonos blanquecinos, estrías verticales que se asemejan a hojas de cuchillos, valles impresionantes, ciudades subterráneas y peñascos que parecían esculpidos.

Podía sentir la brisa fresca sobre su rostro y la sensación de paz expandiéndose por su pecho. No recordaba la última vez que sintió esa misma tranquilidad.

—Cumplió las expectativas para una primera cita. —dijo en un susurro, ganándose la mirada del rubio— Lograste sorprenderme, es algo que no cualquiera consigue.

Él suelta un suspiro, percibiendo que aún con la manta sobre sus hombros, ella temblaba ligeramente. Entonces la rodeó con sus brazos desde atrás, atrayendo su espalda contra su pecho para protegerla del frío con su propio cuerpo.

—Es bueno saberlo. —susurra cerca de su oído— Pero no ha terminado aquí.

Sarada giró su rostro lo suficiente para mirarle y por su expresión desconcertada supo que quería saber a lo que se refería en ese preciso momento.

—El avión está esperando por nosotros. —le hizo saber— Esta vez iremos un poco más lejos.

Ella no supo qué decir. ¿Por qué estaba haciendo todo esto?

—No dudo que hayas viajado a un montón de lugares. —tocó su mejilla con delicadeza— Pero aún hay mucho mundo por conocer. Y quiero mostrártelo, ¿me lo permites?

La Uchiha se tragó el nudo en la garganta que apareció inesperadamente y cerró los ojos, buscando en su interior la más mínima cordura, porque eso es lo que tanto le hacía falta desde el primer momento en que despertó: sentido común.

—De acuerdo. —fue lo que contestó, recostando su cabeza en su pecho tras un suspiro.

Su mirada se perdió en el maravilloso paisaje frente a ella, permaneciendo en silencio hasta que los galopes de su corazón volvieron a la calma. Lo que estaba haciendo podía calificarse como una locura de niveles estratosféricos, pero ella siempre se caracterizó por nadar contra la corriente.

Cada vez estaba más convencida de que él no le haría daño.

Así que cuando descendieron del cielo, dejó que la llevara a desayunar a un restaurante en Göreme con unas vistas impresionantes de las edificaciones cónicas mientras él se aseguraba de que tomara las vitaminas que recetó el médico y también de que no quedara rastro de comida en su plato.

—No puedo creer que me hayas traído hasta Capadocia sólo para ver el amanecer. —suspira, sacudiendo la cabeza con incredulidad— Es... precioso, nunca había visto algo así.

—Entonces valió la pena. —se encoge de hombros— Podemos quedarnos un día más para recorrer el lugar, ¿O prefieres ir a la siguiente parada?

—¿Por qué estás esforzándote tanto? —cuestiona con el ceño fruncido.

—Porque me gustas, Sarada.

Ya ni siquiera podía fingir que la chica Uchiha le era indiferente, porque no lo era. En especial después de ver sus ojos brillantes y la sonrisa resplandeciente que iluminó su rostro al ver algo que le gusta. Supo entonces que no sería capaz de hacerle daño, al menos no a ella.

Pero su deseo de venganza era más poderoso que los sentimientos que sentía en ese momento y por eso llegó a una conclusión: debía reducir su contacto físico al mínimo, bajo cualquier circunstancia.

Porque sabía que si la relación escalaba a otro nivel sería perjudicial para sus planes.

—Quiero ir a la siguiente parada. —la oyó decir con suavidad— Ahora tengo curiosidad de lo que tienes por mostrarme.

(...)

Tokio, Japón.

Las tres jóvenes yacían plácidamente en la mesa de un restaurante en el área gastronómica de Ginza Six, el que era considerado como uno de los centros comerciales más lujosos de la ciudad.

Namida tecleó rápidamente en su móvil en cuanto le llegó un mensaje de su madre para hacerle saber que sus vacaciones en casa de sus tíos estaban yendo fenomenal.

Himawari, por su lado, hablaba amenamente con la tercera chica en cuestión: la prometida de su hermano mayor, con la que ha fortalecido su relación los últimos días, incluso podría decirse que ahora son buenas amigas.

—¿Hablaste con tu padre? —le pregunta a la pelimorada— ¿Te dejará viajar con nosotros?

—Eso creo. —asiente con una sonrisa— Lo que me preocupa es que Kawaki no me quiera allí.

—Es el cumpleaños del tío Menma y la mayoría de sus socios estarán presentes, te aseguro que estará más ocupado en hablar de negocios que haciendo mala cara por tu presencia. —se encoge de hombros la pelinegra— Además, tendrá que acostumbrarse a llevarte con él, eres su prometida y no puede mantenerte escondida.

La expresión preocupada de Sumire se relajó y en ese momento el pensamiento que llevaba dando vueltas a su cabeza durante los últimos días volvió a rondar en su mente. Esta era su oportunidad para conseguir más información sobre esa mujer.

—Oí que los Uchiha están invitados también. —menciona llamando la atención de las dos jóvenes— Siempre quise conocerlos, dicen que son muy guapos.

—Y lo son. —confirma la Uzumaki— Sigo sin creer que todos estén solteros.

—¿Cuántos hermanos son? —pregunta, fingiendo que la curiosidad no la carcomía por dentro.

—Cinco. —responde Namida con calma— Los gemelos Itsuki y Daiki son los mayores, luego sigue Itachi, Sarada y finalmente Daisuke.

Sumire tenía la esperanza de que aquella chica no perteneciera a la familia principal, según tenía entendido Sasuke Uchiha tenía un primo que también tenía dos hijos de edades similares.

—¿Sarada? —finge sorpresa— No sabía que había una chica.

Himawari sacó su móvil para buscar un artículo en especial que salió esa misma mañana y lo dejó a la vista de la pelimorada.

—Es ella. —señala la pantalla con orgullo— Hoy ha salido en un artículo de veinteañeros con mayor éxito alrededor del mundo.

Sumire sujetó el móvil en sus manos y deslizó su dedo en la pantalla para seleccionar el nombre en los primeros puestos del listado. Otra pestaña se abrió y aparecieron al menos una decena de fotos con una leyenda.

«Sarada Uchiha, heredera de dos dinastías, demuestra sus habilidades artísticas en los escenarios más importantes del mundo con su talento innato para el ballet.

A sus veintiún años, se ha convertido en una de las bailarinas más emblemáticas del Royal Ballet de Londres, con una carrera exitosa e impecable a tan corta edad.»

Los recuadros mostraban la imagen de una joven de apariencia arrebatadora. En las fotografías llevaba puesto un traje femenino de diseñador negro que la hacía lucir seria, sin embargo, no tenía nada puesto debajo de la chaqueta y eso le daba un toque sensual y relajado a pesar de su expresión estoica.

Su cabello estaba recogido en un moño desarreglado y algunos mechones rebeldes caían a los lados enmarcando su rostro. No parecía llevar maquillaje encima, su rostro estaba libre de imperfecciones y su piel saludable resplandecía. ¿Le habrían hecho algún retoque para mejorar su aspecto? Lucía demasiado perfecta.

Y ahí leyó la frase que le dejó un amargo sabor de boca.

«Belleza e inteligencia, dos cualidades que van de la mano cuando se trata de Sarada Uchiha.»

Leyó sobre sus años en Oxford cuando era una niña tomando cursos de economía, finanzas y matemáticas puras. En el artículo también enlistaron sus numerosos premios de excelencia académica, y además, alardearon sobre su dominio de trece lenguas diferentes.

Era considerada una chica genio, de esos prodigios que aparecen una vez cada cierto tiempo.

Y su inseguridad creció de manera exponencial. Ella sabía que era bonita, tenía buen autoestima y nunca se dejaba rebajar por nadie, pero mentiría si dijera que no la desestabilizó que aquella mujer fuera considerada el estándar perfecto.

—¿Y... dónde está ahora? —se muerde el interior de la mejilla— Supongo que vive en Londres si es miembro del Royal Ballet.

—Sí, reside en Londres. —confirma Namida— Aunque no está allí ahora. La compañía de ballet reanudará su gira a mediados de octubre y ella decidió tomarse un descanso fuera del radar.

Ninguna de las dos era lo suficientemente estúpida para revelarle que decidió irse para sanar su corazón roto causado por su compromiso.

—Oh. —parpadea desconcertada— ¿Y ha estado desaparecida desde entonces?

—Algo así. —responde Himawari— Se comunica de vez en cuando con sus padres y a nosotras nos ha enviado uno que otro texto, pero no ha regresado a casa.

—Mi padre me mataría si decidiera irme así sin más. —exclama la pelimorada con incredulidad— ¿Cuánto tiempo lleva lejos?

—Desde mediados de marzo. —comenta Namida haciendo una mueca— Casi se cumplen cuatro meses desde que se fue.

—¿Y ustedes son cercanas?

—Por supuesto, somos familia. —sonríe la Uzumaki con entusiasmo— Nuestros padres son mejores amigos de toda la vida.

—¡Tal vez pudiste verla antes de que se fuera de viaje! —dice la castaña llamando su atención— Ella estaba allí el día que tú y tu padre visitaron la residencia Hyūga por primera vez.

Sumire parpadea confundida e intenta hacer memoria de aquel día en el que se presentaron de improvisto en la casa de los Uzumaki-Hyūga debido al atentado donde Kawaki salió herido.

¿Ella había estado allí? ¿Esa noche?

—Oh, sí, estábamos en su última presentación cuando nos avisaron que mi hermano fue herido. —explica la ojiazul removiéndose incómoda— Sarada nos acompañó a casa, pero se fue al poco tiempo.

Namida sintió un ligero golpe en su pierna y hasta ese momento cayó en cuenta de la información innecesaria que se le escapó.

—¿Regresamos a casa? —propuso la menor con una sonrisa nerviosa— Mamá quiere que hagamos videollamada antes de irse a dormir, ya sabes, por la diferencia de horarios...

Hizo una seña con la mano para pedir la cuenta y a Sumire no le quedó otra opción que guardarse sus preguntas para otro momento. Sin embargo, no dejó de darle vueltas a lo último.

¿Será que esa chica también acudió aquella noche debido a su preocupación por Kawaki? ¿Acaso ellos dos estaban juntos en ese momento? ¿Cuándo se terminó lo que tenían?

Quizá lo mejor era preguntárselo a él directamente.

(...)

Se desperezó en el cómodo asiento de avión y parpadeó repetidas veces para enfocar la imagen que tenía frente suyo. La mirada magenta le observaba fijamente con intensidad y sus mejillas se sonrojaron un poco al ver la sonrisa burlona en el rostro masculino.

Kagura señaló la mesita al frente donde esperaban por ella su pastillero y un vaso con agua.

—Toma tus vitaminas y medicamentos. —habló con tono autoritario— Te llevaré a comer fuera.

Sarada miró por la ventana del avión y se dio cuenta de que ya estaban en la pista de un aeropuerto y que un par de vehículos aguardaban junto a la escalerilla.

—¿Hace cuánto tiempo aterrizamos? —pregunta frunciendo el ceño.

—Una hora y quince minutos.

—¿Y por qué no me despertaste? —reclama avergonzada, cruzándose de brazos.

—Porque te ves preciosa cuando duermes. —se encoge de hombros— Aunque ronques como un camionero.

La Uchiha le lanzó uno de las almohadillas con el rostro enrojecido.

—¡Yo no ronco! —exclama indignada.

—¿Cómo vas a saberlo si no estás despierta para comprobarlo? —sonríe de medio lado— Un día de estos voy a grabarte mientras duermes para que veas que no miento.

Pero él ya sabía que era una total mentira. Durante este tiempo permaneció en silencio, observándola, y crucificándose mentalmente por no poder alejar su mirada de ella por mucho tiempo. Intentó ocupar sus pensamientos trabajando en su portátil, pero de alguna manera sus ojos siempre regresaban a ella.

Los cardenales de sus brazos y su rostro comenzaban a desaparecer, y en estos días su piel recobró un poco del brillo saludable que perdió. Su belleza era algo que lo aturdía por momentos y tenía que recordarse su objetivo principal cada que sentía que se perdía en su bonita sonrisa.

—¿Dónde estamos? —pregunta ella, intentando buscar algo fuera que le revelara el lugar al que recién llegaron.

—Te lo mostraré. —dice Kagura, poniéndose de pie y ofreciéndole su mano.

Sarada deslizó sus pequeños dedos sobre su palma abierta y permitió que entrelazara sus manos para guiarla fuera del avión.

—¿Tu personal estuvo todo este tiempo esperando a que despertara? —cuestiona completamente apenada al ver a un par de hombres aguardando junto a una SUV.

—Ya te lo dije, no iba a despertarte, parecías cansada.

—¿Cómo es que puedes ser tan... —pero ella misma se interrumpe y sacude la cabeza— Olvídalo.

Decide no decir ni una palabra más y finalmente se mete dentro de la parte trasera del vehículo mientras Kagura se acomoda en el espacio a su lado y se inclina ligeramente hacia ella con una expresión relajada.

—Bienvenida a Lisboa. —sonríe de medio lado, señalando la bandera de Portugal colgando de un tejado— ¿Has estado aquí antes?

—Fue una de las paradas en la gira. —asiente mirando por la ventana el espléndido día soleado— Pero jamás salí del hotel a recorrer la ciudad, los ensayos me mantenían ocupada.

El distrito de Baixa era un lugar pintoresco y animado que tenía un ambiente acogedor que la envolvió de inmediato. Desde las concurridas calles comerciales hasta los edificios clásicos de estilo pombalino.

Varios minutos después, el vehículo se detuvo en el distrito Alfama y Kagura se giró a verla de manera expectante.

—Entonces vamos. —señaló el exterior con la cabeza— Voy a llevarte a conocer la ciudad como si fuéramos unos simples turistas.

Ella dudó por un segundo, pero él abrió la puerta del auto y volvió a ofrecerle la mano para bajar.

Kagura poseía un encanto atrayente que conseguía miradas todo el tiempo, lo notó cuando la tarde anterior paseando por los alrededores de Göreme no hubo mujer que no pusiera sus ojos sobre él. Era difícil no observarlo con fascinación, su atractivo masculino era deslumbrante.

—¿Quieres que te lo pida de rodillas? Puedo hacerlo.

Sarada sacudió la cabeza con una sonrisa y lo tomó de la mano, dejando que la llevara entre las coloridas y estrechas calles empedradas que serpentean como laberintos subiendo una empinada colina.

El sol brillaba en lo alto del cielo despejado y bañaba la piel desnuda de sus hombros. El vestido veraniego blanco que llevaba puesto la cubría hasta la mitad de los muslos y agradeció tener unas sandalias cómodas que le permitieran caminar sin cansarse.

—Tomemos el tranvía. —propone mirándola de reojo— ¿Alguna vez lo has hecho?

Ella negó.

—Pero antes... —se detiene en una pequeña heladería en la calle y pide un cucurucho de vainilla— Algo para refrescarte.

Definitivamente no estaba acostumbrada a que alguien que no fuera su familia estuviera tan pendiente de cada una de sus necesidades. Ella le sonrió, aceptando el cono de helado, maravillándose con su sabor.

Kagura sonrió al verla disfrutar de su helado como si fuera un manjar de dioses y entrelazó sus dedos para guiarla hacia la parada del tranvía no28 que conecta todos los distritos turísticos. No había asientos vacíos, así que se situaron de pie el uno frente al otro en una esquina cerca de la puerta.

—¿Así se sentirá subirse al metro? —pregunta la azabache mirando a su alrededor— Parece divertido.

Kagura reprimió una sonrisa y limpió el helado de la comisura de su boca con delicadeza.

—Eso se escuchó muy clasista de tu parte, preciosa. —tocó su mentón con la punta de su dedo— Baja la voz si no quieres que nos linchen.

Ella se encogió de hombros restándole importancia y al segundo siguiente su rostro se iluminó en cuanto el transporte se puso en marcha y de manera inconsciente se aferró a él cuando aceleró calle abajo.

Él rodeó su cintura con uno de sus brazos y la mantuvo pegada a su pecho para brindarle equilibrio. Sarada se removió contra su cuerpo, pero no se alejó, se quedó allí, con sus torsos rozándose entre sí provocando que la tensión entre ellos aumentara al triple.

—Tengo otra sorpresa para ti. —colocó un mechón de cabello oscuro detrás de su oreja.

—¿Qué es?

—Ya lo verás. —le guiña un ojo— Bajaremos en un par de estaciones más.

La Uchiha no quiso hacer más preguntas. En los últimos días aprendió que Kagura era imprevisible, nunca podía adivinar en lo que estaba pensando y eso la frustraba porque usualmente leía bien a las personas.

Veinte minutos más tarde un vehículo los recogió cerca de la estación y se alejaron un poco del centro de la ciudad. Su sorpresa fue inevitable al percatarse de que entraron en un hangar y giró su rostro bruscamente hacia él.

—Así es. —se le adelantó— Vamos a volar, pajarito.

La condujo hasta el Cessna 172 Skyhawk, un avión ligero para cinco pasajeros, pero lo que le causó más desconcierto fue verlo a él acomodándose en el asiento de piloto para comenzar a presionar botones con soltura, como si supiera lo que estaba haciendo, tomando dominio completo de la cabina.

—¿Tú vas a pilotear la avioneta?

Kagura asiente, palmeando el asiento junto a él, tomándose su tiempo para abrocharle el cinturón y ponerle los auriculares. Sarada se quedó quieta en todo momento, en especial cuando entabló una conversación con la cabina de mando a través de un radio, preparándose para levantar el vuelo.

En poco tiempo ya estaban en el aire.

Fue demasiado rápido, en cuestión de segundos alcanzaron una altura considerable y lo primero que vio fue el horizonte azulado sin fin. Los ojos oscuros le brillaron como árbol de navidad y la sonrisa deslumbrante que surcó su rostro podría hacer trastabillar a cualquiera.

—Mira ahí. —señala un punto en especifico tras descender la altura ligeramente— Justo debajo de nosotros.

Sarada siguió la dirección que apuntó con su dedo y un jadeo salió de sus labios. Era una manada de ballenas jorobadas cruzando el mar bajo ellos, era todo un espectáculo. Y más allá, una manada de delfines nadando a toda velocidad y saltando varios metros sobre el agua.

Ella había visto muchas cosas en su vida, pero jamás se detuvo a ver los pequeños detalles de la naturaleza.

Kagura la miró de reojo, reprimiendo una sonrisa al ver la ilusión en su mirada, parecía una niña. Y entonces se molestó con su familia y con el mundo por no proteger la inocencia que le fue arrebatada a temprana edad. Sarada no merecía nacer en ese mundo, ni tampoco el dolor que le causó crecer en ese entorno. Y también se culpó a sí mismo, porque justo ahora él también era motivo de su sufrimiento.

—Es increíble... —dijo en un susurro— Es la primera vez que veo algo así.

—¿Y también será la primera vez que piloteas una avioneta? —enarca una ceja, ganándose una mirada alarmada.

—¿Qué?

—¿Quieres hacerlo? —pregunta sonriendo de manera radiante.

—Yo... nunca... —intentó negar— ¿Y si nos mato sin querer?

—No sucederá estando conmigo, preciosa. —le guiña un ojo— ¿Estás lista?

Presionó unos cuantos botones en el panel y después se inclinó sobre su propio asiento para colocarle las manos sobre los cuernos y cubrirlas con las suyas para ofrecerle estabilidad.

—Pies en los pedales, nena. —susurra cerca de su oído— Con los cuernos controlas la inclinación, con los pedales giras.

Él explicó varias cosas rápidamente, mencionó palabras que no había oído antes. Alerón, flaps, trimmer. Ella le puso toda la atención que le fue posible, intentando memorizar toda la información que le dio y pronto sintió la adrenalina corriendo por todo su cuerpo.

Sin embargo, se tomó unos segundos para admirar la pasión con la que Kagura hablaba sobre partes de avión, instructivos y consejos, casi podía ver sus ojos brillar también.

—¿Lista? —estrecha la mirada— Voy a soltarte.

Ella asiente con los nervios de punta, pero la determinación no la abandonó nunca. Tiró suavemente de los cuernos hacia ella y sintió como cambió la inclinación del avión, pronto alcanzaron una mayor altura y su corazón comenzó a latir a mil kilómetros por hora.

Oh, joder, empezaba a entender la euforia de Kagura. Esta era una sensación única, fuera de este mundo. Giró suavemente el rumbo y sintió un nuevo salto en el estómago que le hizo sonreír.

—¿Lo sientes? —la ve asentir sin mirarlo— Estás teniendo el control de lo que pasa en estos momentos. No importa lo que suceda allá abajo, aquí en el cielo tú decides qué rumbo tomar.

Sarada se muerde el labio inferior.

—Por eso te gusta tanto. —dice en tono bajo— Creí que el Polo era tu único hobby.

—No se compara con esto. —contesta con una tranquilidad que nunca le había escuchado— Hago esto al menos dos veces por semana para despejar mi mente.

—¿Me enseñarías? —pidió con suavidad, mirándolo con ojos centelleantes.

Kagura se aclara la garganta, retomando el control de la avioneta de inmediato sin emitir ni una palabra. Ella frunció el ceño.

—¿Qué tan rápido aprendes? —exclamó tras unos segundos para su sorpresa— Te advierto que no será fácil, soy un maestro exigente.

La azabache sonríe con el entusiasmo de quien acaba de salirse con la suya.

—Soy una chica genio, sólo debes explicarlo una vez, lo demás lo lograré con la práctica. —alardeó para restarle hierro al asunto— Si tú eres un maestro exigente, yo soy una alumna de primera.

Kagura sacudió la cabeza con ironía y soltó una carcajada varonil.

—Ya veremos. —le guiña un ojo— Por lo pronto ya va siendo la hora de aterrizar, nuestro equipaje ya debe estar en el hotel.

Pero Sarada no veía que diera vuelta para regresar al hangar. En cambio, en su campo de visión pronto apareció un grupo de islas a la distancia.

—Ese es el archipiélago de las Azores. —explicó al ver la duda en su mirada— Estaremos un par de días aquí.

El descenso fue más rápido de lo que creyó, Kagura ya tenía todo planeado, así que en cuanto aterrizaron en la pista privada en la isla de San Miguel, ya había un vehículo que podían usar para llegar al hotel en la ciudad de Ponta Delgada.

El rubio le abrió la puerta de copiloto de la Jeep Wrangler descapotable oscura y se inclinó sobre su cuerpo para abrocharle el cinturón de seguridad en cuanto se situó en el asiento.

—Iremos directo al restaurante del hotel. —le dijo encendiendo el vehículo— Tienes que comer.

—¿Acaso quieres engordarme? —arruga el entrecejo— Creo que subí al menos tres kilos desde que desperté.

—¿De verdad? —la mira de reojo— Entonces vamos por buen camino.

—Quieres que me ponga fea y gorda, ¿verdad? —frunce los labios, cruzándose de brazos.

—Me harías un favor, así dejaría de tener la necesidad de mirarte todo el tiempo. —confiesa muy a su pesar con un suspiro— Creo que cada vez estás más preciosa.

Las mejillas de la joven se ruborizaron al oírle y se encogió en su asiento completamente avergonzada. Seguía sin entender la razón por la que sus cumplidos le afectaban de esa manera cuando se suponía que no sentía nada por él, deberían serle indiferentes, pero no era así.

De pronto, el camino se vio flanqueado por enormes arbustos repletos de hermosas flores azules que resaltaban entre la vegetación.

—Son Hortencias. —explica Kagura mirándola de reojo— Tengo entendido que florecen por toda la isla en esta época.

Y entonces un flashback acudió a su mente acompañado de un pequeño pinchazo de dolor en la cabeza.

«

—¡Sarada, cariño! —escucharon la voz de Celine en la puerta trasera del jardín— Alguien te envió un obsequio.

La mujer parecía extasiada de felicidad y le guiñó un ojo a su madre con complicidad.

—¿Un obsequio? —pregunta enarcando una ceja, pero no le dio tiempo de preguntar más porque en ese momento vio a uno de los hombres de su hermano apareciendo bajo el umbral de la puerta.

El pobrecillo apenas podía sostener un arreglo gigantesco de flores y aún así se las ingenió para acercarse hasta ella.

—¡Oh, por Dios! —grita Tenten encantada— Son preciosas.

—Son amapolas azules del Himalaya. —sonrió su madre con una chispa de interés en los ojos— La última vez que las vi fue cuando fui a Bután con Kakashi.

—¿La vez que estuviste en el monasterio? —pregunta Daiki ganándose un asentimiento de parte de la pelirrosa.

—En la cultura butanesa me explicaron que la amapola azul simboliza la belleza, la pureza y la inocencia. —miró a su hija con cierta complicidad en la mirada— Pero también es símbolo de la amistad y el amor.

—Son bellísimas. —exclamó Konan, poniéndose de pie para aspirar su aroma— Y huelen delicioso.

—¿Quién las envió? —chilla Himawari no pudiendo más con la curiosidad— Qué romántico.

Ella salió de su estupor y en ese momento tomó la pequeña tarjeta que acompañaba las flores y conforme leía una pequeña sonrisa tiró de la esquina de su labio.

Eso fue inesperado. Para todos.

—¡Pero léelo en voz alta! —pidió Kaede con entusiasmo.

Ella iba a negarse rotundamente, pero entonces sintió que alguien le arrebataba la tarjeta de la mano. Ese fue Mitsuki.

—«Escogí las flores para nuestra boda, ¿tú ya tienes el vestido?» —recitó en voz alta antes de que se la quitara de regreso— ¿Quién es K?

Escuchó las exclamaciones de sorpresa a su alrededor, pero ella estaba concentrada en no mostrarse avergonzada. No acostumbraba a ser cortejada de esa manera tan abierta, en especial frente a su padre y sus hermanos, que siempre se habían asegurado de mantener a cualquier pretendiente a raya.

—Qué te importa. —puso los ojos en blanco y su mirada recayó en el hombre que sostenía las flores— ¿Puedes llevarlas a mi habitación?

El aludido asiente perdiéndose de su vista al instante y llevándose consigo las brillantes amapolas azules. No pudo evitar sonreír por lo bajo, ¿Qué tramaba ese tipo? ¿Ponerse un blanco en la espalda para su familia?

—¿Las vas a conservar? —pregunta Itsuki con el ceño fruncido— ¿Quién es el valiente idiota que se atrevió a enviarte flores?

Ella le ignora y regresa a su sitio, consciente de que todas la atención ahora estaba puesta sobre su persona.

—¿Qué no oíste? Al parecer es mi futuro esposo. —se encoge de hombros y sus ojos se se detuvieron en el antiguo capo que parecía más serio de lo normal— Porque puedo elegir con quien casarme, ¿verdad, papá?

Ambos se sostuvieron la mirada por segundos que parecieron eternos y de pronto la tensión en el lugar aumentó.

—Se supone. —contesta a regañadientes, ocultando su frustración bajo su semblante estoico.

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—Podemos usar estas para la boda. —menciona para que él pudiese oírla— Las Amapolas del Himalaya son bonitas, pero creo que estas son perfectas.

Kagura la miró de reojo, ella creyó ver su ceño fruncirse por una fracción de segundo y entonces recompuso su expresión.

—¿Acabas de recordarlo?

Sarada asiente.

—Recibí las flores una mañana durante el desayuno con mi familia al completo. —sacude la cabeza con incredulidad— ¿Estás demente? ¿En qué pensabas?

—Nunca fue mi intención ocultar el hecho de que quería cortejarte de verdad. —se encoge de hombros— Un hombre debería jugarse siempre el todo por el todo.

Ella desvió la mirada avergonzada hacia el paisaje, fingiendo seguir admirando los arbustos de Hortencias azules.

—Nunca nadie me había cortejado. —confiesa apenada en un suspiro— Por supuesto que han intentado conquistarme con obsequios, pero nunca frente a mi familia.

El rubio enarca una ceja con escepticismo, por un momento dudando de las palabras de la joven.

—¿Qué? ¿No me crees? —exclama ella cruzándose de brazos— Hasta hace seis meses seguía siendo virgen y ni siquiera recuerdo en qué momento dejé de serlo. Es patético.

Kagura no supo qué responder a eso. Era la primera vez que se quedaba sin palabras.

—¿Fue contigo? —pregunta ella tras unos segundos en silencio.

—No. —niega suavemente— No fue conmigo.

—¿Entonces? —frunce el ceño— ¿Quién fue el primero?

—Cuando te conocí en St. Moritz estabas con alguien. —responde escuetamente— Creo que terminaron lo suyo, porque cuando te volví a ver después del torneo de Polo llorabas en el ascensor y pretendías irte del hotel, entonces me ofrecí a llevarte a tu casa en Londres.

Sarada se quedó en blanco intentando procesar lo que acababa de decirle. ¿Ella había tenido una relación con alguien más? ¿Quién?

La única persona en la que confiaba lo suficiente para algo así era su mejor amigo, lo cual tendría sentido dado su historial, ya una vez estuvieron a punto de tener sexo. ¿Será que finalmente se dieron una oportunidad?

No, Boruto no la lastimaría, él no la habría dejado marcharse sola bajo ninguna circunstancia, menos con alguien al que recién conoció. ¿Entonces quién?

—El hijo que estaba esperando no era tuyo. —concluyó la joven de inmediato— ¿O me equivoco?

—No, tienes razón, no era mío. —la mira de soslayo— No sabía que estabas embarazada.

Ella se mordió el labio inferior.

—¿Y aún quieres seguir con el compromiso? —sus labios se convierten en una fina línea— ¿Aún sabiendo que tal vez estaba enamorada de alguien más y esperando un hijo de ese hombre?

—No me hubiese importado, Sarada. —dice sin titubear— Te habría cuidado, embarazada o no.

La Uchiha se quedó sin aliento, sintiendo una calidez reconfortante en su pecho.

—Aunque supongo que no cuidé de ti lo suficiente. —niega con frustración— Lo siento.

Era la disculpa más sincera que había pedido nunca. Nunca sintió culpa en su vida hasta ahora, lo que era doblemente frustrante porque no debía sentirse culpable por el sufrimiento de un Uchiha. Pero ahí estaba, atormentándose día y noche desde que descubrió lo que esa chica había padecido desde que la capturó.

De pronto el cielo despejado dejó de estarlo y lo que parecía un día perfecto terminó cubierto por nubes oscuras que amenazaban con soltar un diluvio en cualquier momento.

—Está bien, no importa. —contesta ella haciéndose un ovillo en su asiento— Tal vez mi destino es no ser madre nunca.

—Lo resolveremos. —la mira con determinación— Tendrás la opción de serlo si es lo que quieres.

Sarada no supo qué contestar a eso, así que simplemente se acurrucó con su cuerpo girado hacia él para observarlo en silencio. No iba a hacer más preguntas sobre la identidad de un hombre de su pasado que probablemente no la quería lo suficiente como para ir tras ella y si su mente se negaba a recordarlo era porque creía que estaba mejor sin él.

Llegaron al centro de la ciudad en pocos minutos, justo a tiempo para resguardarse de la densa lluvia que cayó tras adentrarse a la recepción. Kagura no soltó su mano en ningún momento, ni siquiera cuando la mujer detrás del mostrador intentó flirtear con él frente a sus narices.

¿Acaso no veía que estaba acompañado?

—La suite imperial está lista para recibirlo, señor. —comenta la mujer con una sonrisa radiante— ¿Le gustaría que busque una habitación cercana para su hermanita?

Sarada chasqueó la lengua al escucharla y puso la mejor de sus sonrisas antes de dar un paso al frente.

—Mi prometido y yo estamos bien, gracias por tu amabilidad. —exclamó fingiendo simpatía— Recordaré dejar una buena reseña por la dedicación que le pones a tu trabajo.

La mujer parpadeó avergonzada y no le quedó de otra que simular profesionalismo mientras les ofrecía las tarjetas de su habitación y se despedía con las mejillas sonrosadas.

La Uchiha se las arregló para soltarse de la mano de Kagura al atravesar el recibidor y se metió entre las puertas abiertas del ascensor con los brazos cruzados siendo seguida por él.

—¿Acabo de ver una escena de celos? —enarca una ceja— ¿O estoy volviéndome loco?

—Creo que te estás quedando sordo. —dice la chica como si nada— Debe ser la vejez. Deberías tenerlo en cuenta, la próxima vez podría fallarte la vista.

Kagura se rió por lo bajo, tocando el botón correcto en el panel y recostando su cuerpo en la pared del ascensor para poder verla de frente. Ella tenía los labios fruncidos y las mejillas ligeramente sonrosadas.

—No puedo creer que haya pensado que soy tu hermanita. —sigue refunfuñando sin mirarlo— Sólo son once años, no es para tanto.

—¿No dijiste que era un anciano? —se mofa él— Tiene sentido que piense que...

—¡Pero no lo soy! —dice mirándolo mal— Es tu culpa.

—¿Cómo puede ser culpa mía?

—No aclaraste desde el principio que soy tu prometida. —gruñe estrechando la mirada— Así cualquiera puede mal interpretar la situación.

—Le diré a todo el mundo que eres mi prometida si es lo que te molesta. —sonríe de medio lado— ¿Eso te basta?

—Como sea.

Sus mejillas se ruborizaron todavía más y se apresuró a salir del ascensor en cuanto las puertas se abrieron. No recordaba tener esa sensación antes, nunca era tan aprensiva, usualmente le valía un comino lo que sucediera a su alrededor.

¿Entonces por qué ahora le importaba tanto que una mujer mirara de más a Kagura?

Deslizó la tarjeta en el escáner de la puerta y se metió a la suite sin esperar a que él la alcanzara. Sabía que tenía una sonrisa estúpida en el rostro porque acababa de quedar como una celópata de mierda. Pero no era así, ¿verdad? No estaba celosa ni de cerca, para estarlo debía sentir al menos cariño por él.

Y no lo sentía, ¿o sí?

—Hay dos habitaciones. —le hizo saber a sus espaldas— Los dormitorios están conectados, pero tendrás tu privacidad.

La habitación principal tenía un baño propio con jacuzzi y un vestidor donde su equipaje yacía en una esquina apilado.

—Puedes quedarte aquí, yo tomaré el otro.

—De acuerdo. —se limitó a decir, abriendo la primera puerta y cerrándola casi en sus narices.

—Pedí servicio al cuarto. —le informó del otro lado— Tienes que comer.

—Comeré aquí.

Se estaba comportando como una cría caprichosa, pero no podía ni verlo a la cara después de la escenita que montó en el lobby del hotel. Seguro creía que era una chiquilla inmadura, y después de su comportamiento reciente no lo culparía por pensarlo.

Por eso cuando tocó la puerta de su habitación para avisarle que el carrito con comida estaba en el pasillo, ella se aseguró de salir hasta que no había señal de él por los alrededores.

Y más tarde, cuando se metió a la cama, no dejó de dar vueltas en el colchón sin poder conciliar el sueño, hasta que pasada la media noche el agotamiento la venció y cayó profundamente dormida.

La lluvia no había cesado, al contrario, parecía que el cielo se caía a pedazos fuera del hotel. Solo habían pasado un par de horas desde que se rindió a su cansancio, pero el estruendoso rugido de un trueno que iluminó la habitación la despertó de golpe.

Abrió los ojos presa del pánico, con el cuerpo tembloroso, las lágrimas bañando sus mejillas y un nudo atenazando su garganta.

Una pesadilla, otra vez.

El siguiente trueno acompañado de relámpagos y rayos fue estremecedor. El mero sonido de la tormenta eléctrica le puso la piel de gallina y la hizo decidirse por salir de la cama en busca de un vaso de agua para espabilarse.

Abandonó su habitación con todo el sigilo que le fue posible y su agilidad para escabullirse habría funcionado de no ser por la presencia de Kagura recostado en el sofá del vestíbulo trabajando en su portátil.

—¿Te dan miedo las tormentas eléctricas, pajarito? —pregunta en tono burlón— ¿Qué fue lo que te hizo salir de tu escondite?

Ella puso los ojos en blanco y caminó directamente al mini bar del salón con los pies descalzos. Se sirvió un vaso de agua y se lo bebió de un sólo trago bajo la atenta mirada del hombre a sus espaldas. Era consciente de que tenía sus ojos clavados en su espalda y eso como que la puso más nerviosa de lo que ya estaba.

—Tuve una pesadilla. —confiesa en un susurro, aceptando la invitación del rubio al señalar el espacio junto a él en el sofá.

—¿De nuevo? —frunce el ceño— ¿De qué fue esta vez?

—Lo mismo de siempre. —desvía la mirada— No tiene caso que intente volver a dormir, después de una pesadilla me es imposible cerrar los ojos otra vez.

Kagura apagó su portátil y lo dejó sobre la mesita de centro para prestarle toda su atención, fue un gesto tierno de su parte que la hacía sentirse escuchada y atendida.

—Me quedaré contigo. —murmura con seriedad— Puedo velar tu sueño.

—También debes estar cansado. —se niega de inmediato— No puedo pedirte que te quedes despierto hasta que consiga dormir.

Él se puso de pie y le ofreció su mano sin ningún tipo de vacilación y al no ver una reacción de su parte se agachó para tomarla en brazos y regresar por el pasillo a la habitación principal.

—Esto es ridículo, no soy una niña que necesita que la cuiden mientras duerme...

—Lo sé. —contesta él, recostándola con suavidad sobre la cama y tomándose el tiempo para arroparla— Aún así déjame hacerlo.

Con esas palabras la desarmó por completo. ¿Cómo iba a negarse cuando lo pedía de esa manera? Así que se hizo a un lado para dejarle espacio en la cama y levantó las sábanas como invitación.

¿Atrevido de su parte? Tal vez.

Kagura dudó por una milésima de segundo. Se suponía que no debería estar haciendo esto, la situación se le estaba saliendo de las manos desde que planeó todo ese viaje sin considerar bien las consecuencias de estar a solas con esa mujer tanto tiempo.

Y aún cuando sabía que no era lo correcto, su cuerpo se movió en automático.

Sarada se recostó de lado para detallarlo con la mirada, fingiendo que no estaban a escasos centímetros de distancia y que podían sentir el calor del otro.

—Es frustrante —dijo ella en un susurro— Siento que no te conozco en lo absoluto.

Él giró su rostro para verle con una expresión impasible.

—Sólo tienes que preguntar, Sarada. —la mira a los ojos— ¿Qué te gustaría saber?

—Todo. —frunce los labios— Tu pareces saber todo sobre mí, pero yo ni siquiera sé dónde y cuándo naciste, ni el nombre de tu madre o tu color favorito.

Kagura sonrió al oír lo último y al instante se relajó.

—Mi color favorito es el azul. —respondió, tocando su mejilla con la punta de sus dedos— Y el obsidiana que hay en tus ojos.

La Uchiha abrió y cerró la boca sin saber qué decir.

—¡Deja de coquetear conmigo! —empuja su hombro avergonzada— Estamos hablando de algo serio.

El rubio tomó su mano al vuelo y tiró de ella hacia su torso. El cuerpo femenino rozó el suyo y ambos se quedaron sin aliento, ninguno dijo nada por varios segundos hasta que la azabache se relajó lo suficiente para acurrucarse contra él.

—Nací en Atenas, pero crecí en Estambul. —comienza a explicar, desviando la mirada a la tormenta fuera del ventanal— Mi abuelo materno fue Jefe de Gobierno de Grecia, y además, fundador de las empresas Hiramekarei.

Sarada aguardó en silencio, ávida por más información.

—Mi madre era su única heredera. —hace una mueca— Pero cometió el error de enamorarse de alguien que según mi abuelo no era apto para ella y rompió la relación con su familia para fugarse a Turquía con mi padre.

Sus labios se abrieron ligeramente por la sorpresa, pero no emitió ningún sonido por miedo a interrumpirlo y que no le dijera nada más.

—Se conocieron una noche en un bar. —continúa con su relato— Mi padre había viajado a Atenas para una reunión de negocios y tanto él como su socio salieron a relajarse después, ahí la conoció a ella. Ambos coincidieron en que fue amor a primera vista.

—Supongo que es común hoy en día, ¿verdad? —dice con ironía y Kagura entendió su referencia al vuelo— ¿Qué pasó después?

—Mi abuelo la desheredó, por supuesto. —se ríe con amargura— Pero a mamá no le importó, ella era feliz en Estambul, ahí terminó casándose con mi padre y me tuvieron a mí al poco tiempo.

—Y creciste sin conocer a tu familia materna... —concluyó ella a lo que él asiente.

—Papá tampoco tenía familia, así que siempre fuimos sólo nosotros tres.

Sarada no podía imaginarse una vida tan solitaria, en especial después de la muerte de sus dos progenitores.

—Mi padre tenía poder adquisitivo, pero no fue criado en la misma clase social que mi abuelo exigía para estar con su única hija. —se encoge de hombros— Nunca aceptó su matrimonio, ni siquiera después de su muerte.

—¿Y tú? —frunce el ceño— ¿Al menos intentó tener una relación contigo?

—No, ni siquiera por ser su único nieto. —dice con sencillez— Hasta que en su lecho de muerte hace quince años recordó que necesitaba un heredero, y yo era su única opción, entonces me dejó todo.

De manera inconsciente acarició su hombro en un intento de ofrecerle consuelo y cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo se sorprendió de su propio comportamiento.

—No necesitabas dinero, necesitabas una familia. —sus labios se convirtieron en una fina línea— ¿Quién cuidó de ti hasta que tuviste la edad suficiente para valerte por ti mismo?

—Una amiga de mi padre se convirtió en mi tutora legal. —contesta soltando un suspiro— Pero murió en un incendio hace seis años. Desde entonces estoy solo.

Sarada colocó la mano sobre su pecho, a la altura de su corazón, sintiendo los suaves latidos bajo la palma de su mano.

—Bueno, ya no lo estás. —le miró a los ojos— Así que si quieres cuidar de mí, tendrás que dejar que yo cuide de ti también.

Kagura tragó en seco, incapaz de responder

—Voy a intentarlo.

—¿Qué? —pregunta él, desconcertado.

—Voy a intentar que no vuelvas a sentirte solo.

El rubio la vio bostezar con ojos soñolientos y haciendo todo lo posible para mantenerse despierta cuando era más que evidente que el sueño la estaba venciendo.

—Para eso tendrías que quedarte conmigo para siempre. —acarició su rostro con la suavidad de quien toca una flor— ¿Estarías dispuesta?

Sarada se acurrucó más contra él, abrazándose a su torso y apoyando su mejilla sobre su pecho, podía sentir su respiración calmada y eso terminó por relajarla hasta el punto de arrullarle.

—¿Vas a hacerme daño?

Él titubeó.

—No lo haré.

—¿Lo prometes?

Algo se removió dentro suyo al oír la vocecita tan delicada que inspiraba vulnerabilidad.

—Te doy mi palabra de que nadie va a lastimarte, ni siquiera yo. —susurró cerca de su oído— Preferiría perderlo todo.

Ella sonrió con los ojos cerrados y relajando su expresión.

—Entonces me tendrás. —contesta ella finalmente— Me quedaré contigo.

Kagura detuvo sus caricias por un instante mientras procesaba la magnitud de aquella declaración. Sin embargo, al segundo siguiente ya se hallaba sosteniéndola contra su cuerpo mientras ella dormitaba cómodamente sobre su pecho.

¿Cómo iba a cumplir su palabra y al mismo tiempo completar su venganza? ¿Era capaz de hacerle más daño? Ya no estaba tan seguro.