Durante los dos días que permanecieron en aquella isla, Kagura la llevó a conocer cada rincón de la pequeña ciudad de calles adoquinadas. Sin embargo, al amanecer del tercer día ella despertó en el asiento del avión privado, justo como la última vez que viajaron: sin saber cuál sería su siguiente destino.
No fue hasta horas después que se enteró que estaban en Valencia luego de que el avión tocó tierra.
—Estaremos aquí poco tiempo. —le hizo saber él— Hay algo en esta ciudad que quiero mostrarte.
Sarada se mordió el labio inferior, pero en esta ocasión no dudó tanto en deslizar su mano sobre la suya en cuanto se la ofreció.
—¿Me comprarías un helado? —pidió con más confianza que antes— De dos sabores, por favor.
—Todos los que quieras. —le guiña uno de sus ojos, guiándola fuera del avión hasta el vehículo que ya los esperaba en la pista— ¿Tomaste tus vitaminas?
—Eres tan pesado. —pone los ojos en blanco, pero la mirada insistente de él seguía sobre ella— Sí, ya tomé las vitaminas y medicamentos, pero sigo pensando que son innecesarios, ya me siento bien.
Los moretones comenzaban a diluirse, ya ni siquiera se notaban y su piel se veía brillante. Toda ella irradiaba luminosidad y belleza etérea. Su cuerpo era un caso a parte, Sarada estaba recuperando un peso saludable, ya no sentía que podría romperla con un simple toque.
—Serán innecesarios cuando el médico lo apruebe. —dijo con firmeza— Y es algo que no pienso discutir contigo.
Sarada se cruza de brazos enfurruñada en el asiento de copiloto, pero en el momento en el que vio la enorme edificación cónica a lo lejos no pudo seguir más con su fingida molestia. Leyó las letras metálicas gigantes del Oceanogràfic y las dimensiones del lugar con paredes completamente de cristal que la dejaron impresionada.
—Oh, por Dios. —se cubre la boca abierta con las manos— ¿Me has traído a un acuario?
—Es uno de los más grandes de Europa. —le hizo saber él— Tal vez el más grande.
Ella siquiera pudo ocultar su entusiasmo y al minuto siguiente ya estaba dando pequeños saltitos en el asiento emocionada por bajar del auto.
—Nunca he visitado uno. —dice con una sonrisa— ¿Cómo lo supiste?
—Lo deduje. —se encoge de hombros— Una niña genio no tiene tiempo para trivialidades cuando puede estar investigando la teoría del universo o algo así.
Sarada puso los ojos en blanco, pero aún así dejó que la ayudara a bajar del vehículo y la guiara hacia la entrada. Kagura notó su mirada ilusionada y le guiñó un ojo en cuanto se adentraron al lugar. No tuvieron que hacer filas para comprar tickets, al parecer él ya tenía todo planeado con antelación.
El recinto estaba dividido en secciones, pero el rubio la guió de la mano hasta la zona del ártico que increíblemente estaba ambientado como si fuese un iglú gigantesco. Sus ojos oscuros brillaron en cuanto vio una familia de belugas.
—¿Crees que ese de allí sea la mamá? —pregunta señalando al que lideraba la marcha— Me parece que sí.
Kagura le observaba sin perder ni un detalle de la fascinación en su rostro. Ella no era consciente de lo preciosa que se veía, incluso usando una vestimenta tan sencilla como lo eran unos vaqueros y una blusa casual sin mangas de escote recto.
Sarada iluminaba el sitio y era objeto de interés por donde sea que caminaba, lo notó en cuanto entraron a la sección de la Antártida y rápidamente las miradas masculinas cayeron sobre ella.
—¡Mira los pingüinos! —señaló emocionada hacia el tanque frente a ella— ¡Oh, son tan bonitos!
Él reprimió una sonrisa al oírla tan contenta.
—¿Sabías que se quedan sin plumas una vez al año? —dice ella mientras se acercaba a la pared de vidrio que los separaba— Se le llama muda catastrófica, y al quedar al desnudo, tienen que ganar más masa corporal desde antes para protegerse.
—¿Cómo sabes eso?
—Mi cabeza está llena de datos inservibles, pero interesantes. —se encoge de hombros— También leí que los machos cortejan a las hembras regalándoles una roca, y si ellas aceptan, la usaran para construir su nido.
Él enarca una de sus cejas rubias.
—¿Algo así como un anillo de compromiso?
—Supongo. —contesta la azabache, deteniendo su mirada en su propia mano donde portaba su alianza.
—¿Sucede algo? —él se dio cuenta de su estado pensativo— ¿Acaso no te gusta?
—No es eso... es bonito —frunce un poco el ceño, señalando el accesorio en su dedo— Es sólo... que no siento que sea mío.
Kagura se detuvo frente a ella, levantando la mano para tomar su mentón entre sus dedos y obligarla a que le viera a los ojos.
—No tienes que usarlo hasta que te sientas lista para hacerlo. —susurra con suavidad— Y si no te gusta, podemos conseguir uno nuevo.
Ella niega apenada.
—Está bien, me gusta.
Pero su respuesta no lo convenció. Aún así no dijo nada y se limitó a asentir, entrelazando sus dedos para guiarla a una nueva sección del enorme acuario.
La siguiente parada fue en el cocodrilario y la zona mediterránea donde pudo ver diferentes especies de tortugas y pulpos. Después, recorrieron la sección del mar rojo, donde le fue posible apreciar almejas gigantes, peces payaso, cirujano y mariposa.
—¿Has visto la película de Nemo? —le pregunta ella— Mira, es como ese, pero tiene una aleta pequeñita...
Kagura reprimió una carcajada al verla apuntando un pez anaranjado con franjas blancas.
—¿Qué? —frunció el entrecejo— ¿De qué te ríes?
—Sólo creo que te ves preciosa estando tan entusiasmada...
La joven se cruza de brazos con las mejillas ruborizadas y se dio la vuelta emprendiendo la marcha con indignación.
—No he dicho nada malo. —la toma por el brazo— ¿Te ha molestado?
—Todo el tiempo me tratas como una cría. —desvía la mirada— No tengo cinco años.
Él sonrió, acariciándole la mejilla con los nudillos de su mano.
—Sólo quiero que experimentes lo que no tuviste la oportunidad de vivir. —coloca un mechón de cabello detrás de su oreja— Es lo que me gusta de ti. No necesitas de mucho para sonreír de esa manera que ilumina toda una habitación.
Sarada se mordió el labio avergonzada y la tensión en sus hombros desapareció.
—Cualquier mujer exigiría ir a restaurantes lujosos o sitios exclusivos. —continúa diciendo— Pero tú disfrutas de algo tan banal como ir de paseo y comer helado.
—¿Me estás diciendo conformista?
Él niega con la cabeza.
—Estoy diciendo que podría ofrecerte todos los lujos del mundo, pero prefiero darte lo que te haga feliz.
Las mejillas de Sarada se ruborizaron más que antes y lo empuja con suavidad logrando escabullirse. Kagura la dejó alejarse un poco, pero no lo suficiente para no alcanzar su mano y entrelazar sus dedos, esta vez ella no protestó y permitió que la condujera entre la multitud hacia un restaurante submarino que tenía una vista panorámica de un acuario de 360.
Era un sitio impresionante, con las luces tenues y las diversas especies de animales circulando detrás del cristal. Era romántico, sin duda, sólo hacía falta ver a su alrededor el montón de parejas en las mesas contiguas.
La comida fue un alivio para su estómago, que ya estaba acostumbrándose a ingerir un poco más de alimento de lo que solía hacer antes, supuso que eso era bueno. Y después de comer, Kagura le compró un helado de frambuesa mientras la llevaba a ver el delfinario en el anfiteatro.
—Creo que la siguiente sección será tu favorita.
En cuanto entraron a la sala oscura y sus ojos recayeron en los tanques que les rodearon su boca se abrió ligeramente por el asombro. Decenas de medusas aparecieron en los acuarios retroiluminados. Era una de las cosas más alucinantes que ha visto en su vida.
Entonces un hombre con una cámara profesional se acercó a ellos con una sonrisa amable.
—¿Una foto del recuerdo? —le pregunta a ambos— Oh, vamos, son una pareja encantadora.
Ella miró de reojo a Kagura y lo vio dudar por una milésima de segundo, pero finalmente asintió, tirando de su mano para atraerla contra su cuerpo mientras le rodeaba la cintura con firmeza para sostenerla cerca de su torso.
Ambos escucharon el lejano clic de la cámara, pero no estaban prestando mucha atención porque parecían concentrados el uno en el otro, en su cercanía, en sus cuerpos rozándose.
—¡Listo! —exclama el hombre, ofreciéndoles la fotografía instantánea que Kagura tomó tras dejar en su mano un fajo de billetes— Oh, no, creo que se está equivocando...
—Consérvelo. —le resta importancia— No importa.
El fotógrafo agradeció varias veces antes de marcharse con una sonrisa de oreja a oreja, no podía creer que había conseguido la venta del día con un solo cliente.
—¿Qué haces? —pregunta ella al verlo guardar la fotografía en el interior de su chaqueta— ¿No me dejarás verla?
—No. —se encoge de hombros— Yo la compré, es mía.
Sarada abrió y cerró la boca sin saber qué decir. ¿De verdad acababa de decir algo así?
—Te juro que...
—Dejé la mejor parte del recorrido para el final. —la interrumpe desviando su atención— ¿Quieres discutir por una fotografía o me dejarás mostrarte lo más impresionante que verás nunca?
La Uchiha hizo mala cara, pero no objetó cuando la llevó a una nueva sección donde se leía en letras grandes la palabra Océanos y la única manera de entrar era bajando por unas escaleras que terminaban en un pasillo que parecía interminable.
—¿Por qué está tan oscuro aquí? —se queja ella, sintiendo su cercanía a sus espaldas.
—Tranquila, preciosa. —susurró cerca de su oído— Ya lo verás.
Y entonces cuando menos lo esperó llegaron al final del pasillo y frente a sus ojos se abrió un túnel submarino con un montón de especies transitando de aquí para allá con unas vistas de 360.
Se quedó muda de la impresión, en especial cuando un enorme tiburón pasó por encima de su cabeza y le dejó con la boca abierta.
—De nuevo, esa es la reacción que esperaba. —le sonríe Kagura— Es la mirada que busco.
—¿Qué mirada?
—La de ojos brillantes. —susurra detrás suyo, cerca de su oído— Es casi irreal lo hermosa que luces cuando tus ojos se iluminan de esa manera.
Ella sacudió la cabeza con las mejillas sonrosadas y tiró de su mano para que la siguiera. Kagura caminó detrás suyo mientras atravesaban el túnel abriéndose paso entre el resto de turistas que admiraban los animales marítimos a su alrededor.
—Es el túnel submarino más largo de Europa. —le informó él— Yo también sé algunas cosas, ya sabes.
Sarada le mira de reojo con una sonrisa.
—Gracias por traerme. —susurra con timidez— Lo he disfrutado mucho.
—Para servirte, preciosa. —le guiña uno de sus ojos magentas— ¿Estás lista para irte?
Ella asiente.
—¿Dónde me llevas ahora? —pregunta, esta vez sin poder ocultar su curiosidad.
—No muy lejos de aquí. —contesta rodeando sus hombros con su brazo y se agachó lo suficiente para hablarle al oído— Espero que Hinoko haya empacado algunos bikinis.
(...)
Sus ojos se llenaron de lágrimas en el momento en el que las puertas blancas de la sala se abrieron frente a ella y una figura masculina conocida apareció en su campo de visión.
—¡Ryōgi! —sus labios temblaron al verle— Oh, Dios, te eché mucho de menos.
El pelirrojo abrió los brazos para recibirla y Kaede se aferró a su camisa mientras hundía el rostro en su pecho.
Durante meses estuvo aislada del mundo, no recibía visitas más que las de su hermano una vez cada tres semanas, o eso fue lo que le recomendó el doctor. Ryōgi no solicitaba su ayuda para organizar un evento, en realidad era un mero pretexto para hacerla ir a Londres por voluntad propia y en cuanto puso un pie en la ciudad arregló una intervención.
Su madre no estaba al tanto de su paradero y a ella le daba vergüenza admitir que estuvo poco más de tres meses internada en un centro de rehabilitación para atender su problema de adicciones.
—¿Tienes todas tus cosas? —pregunta su hermano mayor— Nos vamos a casa.
—¡Toda la ropa de aquí es horrenda! —se queja de su atuendo casual de pantalones deportivos y camisa holgada en tonos grises— Necesito urgentemente ir de compras.
—Sigues siendo la misma...
—Mi adicción por las compras es algo que no tiene cura, querido hermano. —le sonríe— ¿Serías tan amable de llevarme al centro comercial más cercano? Tenemos una urgencia de la moda.
Ryōgi puso los ojos en blanco, pero de alguna manera le aliviaba que su hermana se hubiera tomado de la mejor manera la decisión de internarla. Al parecer hasta ella era consciente de su estado. Y el enterarse del compromiso de Kawaki le dio el último empujón que necesitaba para buscar ayuda antes de una recaída más fuerte.
Tenía su cabello violáceo en una corta melena y sus ojos ambarinos brillaban como gemas preciosas, esos meses fuera del radar le sentaron bien. Aunque por lo que le habló de camino al centro comercial, la desintoxicación no fue nada fácil.
—Mamá no lo sabe, ¿verdad? —se muerde el labio inferior— Prometiste que lo mantendrías en secreto.
—Y lo cumplí. Ella piensa que has estado en Camden todos estos meses, Himawari ayudó a convencerla de que seguías deprimida por lo de Kawaki, pero que hablaba contigo de vez en cuando. —se encoge de hombros sin quitar la vista del camino— Por cierto, ¿estás bien con eso ahora?
—Me habría gustado saber que él y Sarada tenían... algo. —hace una mueca— No soy tan mala amiga y habría dado un paso atrás. ¿Tú lo sabías?
El silencio de él le dio su respuesta y no le quedó de otra más que suspirar.
—¿Quién más?
—Yo fui de los primeros en saberlo. Mis hombres me informaron que Kawaki pasó la noche de año nuevo en casa de Sarada. —le hizo saber con cautela— Itachi lo supo poco antes que yo. Shinki los descubrió discutiendo la noche que salimos al club nocturno en Italia, Namida los pilló en las caballerizas de la villa y Himawari en la mascarada.
—Por eso se comportaban tan raras cuando mencionaba el tema... —sacude la cabeza— No puedo creerlo, Sarada es la última persona que creería que pudiera relacionarse con Kawaki.
—Supongo que todos creíamos que ella y Boruto terminarían juntos. —resopla el pelirrojo— Pero prefiero no meterme en ese embrollo.
Kaede desvió la mirada hacia las calles de Londres y se hizo un ovillo en el asiento de copiloto.
—Estoy bien, no podría entrometerme entre ellos, sería un caso perdido... —dice para sorpresa de su hermano— No estuviste allí, ¿sabes? No oíste la desesperación en la voz de Kawaki al admitir que la quería...
Todavía recordaba las miradas sorprendidas de todos en aquella habitación. Nadie podía creerse lo que había dicho, ni siquiera él mismo.
—Nunca pensé que lo vería realmente enamorado de alguien. —sus labios se convirtieron en una fina línea— No quisiera estar en los zapatos de su prometida, eso es seguro.
—Cuando Sarada regrese las cosas van a complicarse. —comenta el pelirrojo— Con la guerra en auge no es buena idea tener líos internos en la alianza.
—¿Aún no regresa? —frunce el ceño— ¡Pero si hace casi cuatro meses que se ha marchado!
—Sigue desaparecida. —exclama deteniéndose frente a la puerta principal de Harrods— La última vez que supimos de ella fue hace una semana cuando se contactó con Namida.
—¿Y está bien?
—Según Namida se oía bastante bien, incluso tranquila. —reniega Ryōgi— Le pidió que dejasen de buscarla y que tendrían noticias de ella pronto.
Un hombre del valet parking se llevó su auto y hasta entonces los dos se adentraron al edificio de marcas exclusivas. Kaede prácticamente corrió a la primera tienda departamental y dio inicio a una búsqueda exhaustiva de los conjuntos perfectos para un guardarropa de verano.
—¿Puedo ayudarles con algo? —dijo una vocecita femenina que les resultó conocida a ambos.
La mirada de ojos marrones se detuvo en la pequeña figura y la joven retrocedió un paso por inercia. No se esperó ver a ese hombre aquí, en realidad, creyó que nunca más volvería a verlo porque sus mundos distaban demasiado el uno del otro.
—¡Hako! —gritó Kaede con entusiasmo— Qué alegría verte, ha pasado mucho tiempo...
—Cinco meses. —dice con timidez— ¿Cómo han estado todos?
La peliazul notó que la sonrisa de la otra joven decayó un poco, pero no mencionó nada al respecto. Además, la impresión que le causó verla con esas prendas tan sencillas y sobrias fue gigantesca, porque recordaba que a Kaede le gustaba usar colores brillantes y diseños llamativos.
—Todos están bien. —responde como si nada— ¿Hōki cómo está? Debe echar de menos a Sarada como todos nosotros.
—La verdad es que ha sido difícil para él. —asiente con una pequeña mueca— Estaba acostumbrado a pasar las mañanas y tardes en el estudio con ella, así que su ausencia le ha afectado bastante.
Ryōgi fingió que no las oía, pero la verdad estaba atento a cada movimiento y palabra que salía de la boca de aquella joven. Su cabellera era más larga ahora y parecía haber recortado un poco el cerquillo en su frente porque ahora era capaz de ver sus ojos violetas sin tanto esfuerzo.
—Mi hermano me trajo de compras. —dijo finalmente la de ojos ámbar— ¿Podrías ayudarme?
—Eh... por supuesto. —su mirada se desvió un momento hacia el hombre detrás de la pelimorada y sus mejillas se ruborizaron al darse cuenta de que él también la estaba viendo— Acaban de llegar prendas para la temporada verano-otoño...
El pelirrojo ya no pudo seguir escuchando porque Kaede ya la estaba arrastrando lejos de allí. Lo que no sabía era que su hermana ya tenía en mente un plan desde que vio la manera en la que él la miraba, por eso agradeció que se quedara en un rincón las siguientes dos horas y la dejara trabajar.
Su nueva misión era ser la mejor casamentera que se hubiese visto.
—Oye, Hako, ¿te gustaría cenar con nosotros en casa?
Y por el brillo juguetón en los ojos ámbar, Ryōgi supo que le había descubierto.
(...)
Dormir con ella en brazos era algo a lo que se acostumbró fácilmente, en especial después de verla despertar cada noche tras una pesadilla que la dejaba con el cuerpo tembloroso y lágrimas en los ojos. Sentía la necesidad de aferrarse a ella para asegurarle que estaba a salvo, que nadie la dañaría mientras permaneciera a su lado.
Después del acuario en Valencia, la llevó a caminar por las calles de Barcelona donde estuvieron cerca de dos días hasta que finalmente volaron a Ibiza.
Ese era su tercer día en la isla y ya podía apreciar la piel bronceada de sus hombros como resultado de las tardes bajo el sol ardiente del mediterráneo. Y justo ahora tenía la oportunidad de contemplarla en un vestido celeste ajustado a su cuerpo que moldeaba su figura femenina a la perfección y atraía la atención de cada hombre dentro de aquel lugar.
—¿Qué? —pregunta ella, frunciendo el ceño— ¿Tengo algo en la cara?
Se limpió las comisuras de la boca por si acaso hubiera rastro de migajas y él sacude la cabeza con una sonrisa.
—Estás preciosa, ¿te lo dije ya?
Sus mejillas tomaron un rubor adorable y tuvo que reprimir las ganas de levantar la mano para acariciarla. Joder, cada vez era más difícil mantener los límites con ella.
Sarada estuvo a punto de contestar, pero las risas y gritos femeninos en una de las mesas del rincón del restaurante llamó su atención. Era un grupo de mujeres que parecían festejar algo, tal vez un cumpleaños, pero no era la primera vez durante la cena que oían el bullicio proveniente de esa sección.
Y también las había pillado mirando en su dirección más de una vez, pero sabía perfectamente que no la veían a ella, sino al hombre frente suyo.
—Pero miren nada más a quien tenemos aquí. —dijo alguien a sus espaldas— El maldito Kagura. No esperaba que siguieras por mis territorios, hermano.
El rubio se tensó desde el primer momento en el que vio al hombre peligris, con su cabellera desordenada y algunos mechones cayéndole sobre la frente. Sin embargo, supo que el rumbo de la velada iba a cambiar en cuanto sus ojos azules turquesas se posaron en su acompañante.
—¿Quién es esta bella dama? —una sonrisa se expandió por su rostro— ¿Dónde la conseguiste? Necesito una igual.
—Ya sabes lo que dicen, sólo debes mostrar tu billetera y harán fila. —comenta la azabache encogiéndose de hombros— Aunque más vale que los números en las cuentas de banco compensen tu falta de encanto.
El recién llegado sonrió.
—Oh, y tiene una lengua afilada, me gusta. —comenta tirando una silla de otra mesa para tomar asiento entre los dos— ¿Admites estar con mi amigo por su dinero?
—¿Y qué pensabas? —dice como si fuera obvio— Una chica bonita y joven debe asegurarse su futuro.
El hombre suelta una carcajada fresca y varonil, dando suaves palmaditas con las manos completamente fascinado.
—Joder, te has conseguido una buena, eh. —codea al rubio— ¿Cuál es tu nombre, amor?
—No soy tu amor. —pone mala cara— Y tampoco me apetece decirte mi nombre.
—Déjala en paz, Ichirōta. —exclama Kagura llamando la atención del hombre— No la abrumes.
—¡Pero sólo he preguntado su nombre!
Sarada pone los ojos en blanco y le da un sorbo a su copa de vino. De pronto ha pillado unas ganas de ponerse un pedo monumental justo como las chicas escandalosas de la otra mesa.
—¿Están teniendo una escapada romántica? —pregunta levantando ambas cejas con picardía— Ibiza es el lugar ideal, todo aquí es como un afrodisíaco...
—¿Y tú eres...?
—Oh, qué modales los míos. —se lleva una mano al pecho fingiendo arrepentimiento— Soy Ichirōta Oniyuzu, dueño de este hotel y de muchos otros en la riviera española.
El peligris tomó su mano con delicadeza y depositó un pequeño beso en el dorso de su mano.
—Se me conoce como el rey de España, pero tú puedes llamarme como quieras. —le guiña uno de sus ojos— Aunque preferiría que me llamaras mi amor.
—Y yo preferiría que mantuvieras tus manos a raya.
Ichirōta no dejó de sonreír, en especial al darse cuenta de la irritación de su amigo, al parecer no estaba cómodo con él coqueteando con la chica. Algo que nunca había pasado, porque usualmente le daba igual si tonteaba con Buntan, que era la única mujer con la que le había visto más de una vez.
—Maldita sea, estoy excitado. —se inclina hacia ella un poco más— Cuéntame sobre ti, amor.
—¿No tienes a alguien más a quién molestar? —se aleja un poco— ¿O un hotel que dirigir?
—Eres dura, joder. —sacude la cabeza— ¿Al menos me dirás tu nombre?
Kagura se aclaró la garganta llamando su atención.
—Ichirōta. —estrecha la mirada hacia él— Ella es Sarada Uchiha, mi prometida.
—¿Uchiha? —giró su rostro bruscamente en su dirección— ¿Como los Uchiha de Italia?
—¿Tienes algo contra los italianos? —enarca una de sus cejas oscuras— ¿O es algún problema con mi apellido?
—En absoluto, amor. —enfatizó el seudónimo— Sólo me sorprendió, conozco a tu familia, en realidad creo que todos en el jodido continente los conocen.
De nuevo puso los ojos en blanco y se volvió hacia Kagura.
—Voy al tocador. —le hizo saber suavizando la voz mientras se ponía de pie— Y después a la barra por un trago, así los dejo para que platiquen.
—Pide lo que quieras, nena, la casa invita. —sonríe el peligris, despidiéndose con un gesto de mano.
Ambos la vieron desaparecer en los sanitarios y hasta entonces la sonrisa en el rostro del hombre desapareció.
—¿Acaso estás demente? —se gira bruscamente para encarar a su amigo— Creí que capturarías a la chica y sería tu moneda de cambio.
—Estuvo en una fosa por más de tres meses. —contestó con un mal sabor de boca— No podía mantenerla más tiempo en esas condiciones.
—¿Y en qué momento pasó de ser una prisionera a ser tu prometida? —pregunta escandalizado— Está muy buena, sí, pero es la hija del hombre que juraste destruir.
Kagura se quedó en silencio.
—Pero olvida eso ahora. —sacude la cabeza— ¿Cómo es que ella accedió casarse con su secuestrador?
—Ella no recuerda nada. —contesta para sorpresa del hombre— Al intentar escapar tuvo un accidente y despertó con amnesia, el médico lo confirmó.
—Joder... —se dejó caer en el respaldo de su silla— ¿Y lo estás aprovechando para ponerla de tu lado? No es que sea pesimista, pero dudo que puedas ponerla en contra de su familia.
—Al principio ese era el plan. —se encoge de hombros— Ahora no estoy seguro.
Ichirōta se puso serio de repente y soltó un suspiro.
—Por Dios... —niega con incredulidad— Te estás enamorando de la chica.
Él volvió a quedarse callado.
—Sabes que estás metido en un lío bien gordo, ¿verdad? —frunce el ceño— Porque cuando esa chica recupere sus recuerdos te dejará arruinado.
—Deja de decir estupideces...
—Supongo que al menos ya te la cogiste, ¿no? Eso explicaría... —pero al ver la expresión de su rostro se alarmó— No puedo creerlo. ¿Logró idiotizarte sin habértela follado?
Podía parecer exagerado, pero no lo estaba siendo en absoluto. Sólo algo podía embrutecer a las mentes más brillantes, y eso era el amor.
—Te lo digo en serio, hermano, será mejor que te mantengas alejado de ella. —aconseja con seriedad— Por lo que ví, es el tipo de mujer que no te puedes sacar de la cabeza una vez que la pruebas y son precisamente de esas de las que tienes que huir antes de que te claven las garras y luego no puedas vivir sin ellas.
Ambos la vieron salir del tocador con toda esa energía vibrante que atraía miradas y cuando estaba por regresar a la mesa un grupo de mujeres la interceptaron. Sí, el grupo de escandalosas de la mesa en la esquina.
—Pareces conocer la sensación. —exclama Kagura con ironía— ¿Acaso rompieron tu oscuro corazón?
—Lo pulverizaron. —dice sin dejar de ver a la azabache a la lejanía— Tu chica me recuerda a ella, el día que la conocí me clavó una rodilla en la ingle y por poco me escupe en la cara.
Las dos jóvenes que se acercaron a Sarada de alguna manera la arrastraron a su mesa y le ofrecieron una bebida de inmediato.
—¿Y qué fue eso tan malo que hiciste para que te dejara?
—Ojalá hubiese sido una cagada mía. —frunce un poco el ceño— Habría sido más fácil superarlo y vivir con su odio
Hubo un silencio tenso que se terminó cuando el peligris se aclaró la garganta y se giró hacia él.
—Como te decía, no dejes que una mujer te clave las garras a profundidad. —sugiere con aplomo— Porque una vez que caes, no te recuperas de eso.
Kagura observó a la joven pelinegra a varios metros de distancia y que sorprendentemente había entrado en confianza con facilidad con el grupo de chicas que en ese momento parecían pendientes de cada palabra que saliera de su boca y de vez en cuando echaban miradas furtivas en su dirección.
¿Qué demonios le estaban preguntando?
(...)
En algún punto durante su regreso a la mesa con Kagura un par de chicas se metieron en su camino con una animosidad impresionante y por una razón que no entendía se dejó arrastrar a su mesa y en cuanto su trasero aterrizó en el cómodo sofá esquinero todas la bombardearon con preguntas.
—Los hemos visto desde que entraron al restaurante del hotel. —le dijo la chica que la invitó a la mesa, tenía una tiara ridícula en la cabeza que escribía «futura novia» con brillantes al frente— ¿Es tu novio?
No esperó que se lo preguntaran directamente, pero era obvio que la respuesta les interesaba después de que la mayor parte de la velada tenían las miradas puestas en él.
—Algo así.
—¿Cómo que algo así, chica? —exclama una con incredulidad— Si yo tuviera la oportunidad de salir con un sujeto así, sería lo primero que presumiría.
—Bueno... no es mi novio. —se encoge de hombros— Es mi prometido.
Todas se deshicieron en gritos que llamaron la atención del resto de comensales y sin poder evitarlo echó una mirada sobre su hombro sólo para encontrarse con los ojos magentas que la observaban a la distancia.
—¡Eres una perra suertuda! —chilló una de las siete mujeres en la mesa— Está para comérselo completito.
Ni siquiera le tomó importancia al hecho de que las chicas le hubieran tomado la suficiente confianza para llamarla perra, supuso que era un código femenino al que aún no estaba acostumbrada. Sumándole el hecho de que todas allí ya estaban un poco ebrias.
—¿Cuándo es la boda? —pregunta la futura novia— La mía es en un par de días, pero mis mejores amigas me raptaron para la despedida de soltera y me trajeron hasta aquí.
—Aún no tenemos fecha. —contesta apenada. No iba a decirles que los planes de boda estaban en pausa hasta nuevo aviso.
—Pareces demasiado joven. —menciona otra— ¿Cuántos años tienes?
—Veintiuno. —dice ganándose más miradas de incredulidad.
—¡Comprometida a los veintiuno! —masculla la que aparentaba ser la mayor de todas— A esa edad yo aún seguía en la facultad...
—Me siento toda una anciana casándome a los treinta y tres. —resopla la próxima novia— Qué suerte tienen algunas.
—Si fuera tú, no lo dejaría escapar. —la codea la que está a su lado— Será mejor que lo atiendas bien, sabes a lo que me refiero...
La azabache se sintió abochornada por un momento y se notó en el ligero rubor de sus mejillas. Fue entonces que las risas no se hicieron esperar.
—No seas mojigata, querida. —le guiña el ojo— Aquí no juzgamos. En realidad, no te culparía si no pudieran sacarse las manos de encima, son una pareja candente.
Ella no sabía ni dónde meter la cabeza. No es que fuera de su incumbencia su vida sexual, pero aquellas insinuaciones trajeron un tema a colación en sus pensamientos. ¿Por qué Kagura no había intentado nada? Ni siquiera un mísero beso desde que se conocieron.
Fue ella la que cruzó la línea aquel día en la bañera, pero desde entonces no tuvieron un acercamiento de ese tipo. La tensión existía, pero él nunca hizo nada al respecto, incluso intuía que ponía sus límites.
¿Por qué?
Un montón de pensamientos atravesaron su mente en los últimos segundos, por eso no rechazó ninguno de los últimos tres chupitos de tequila que le ofrecieron.
—Dime, ¿es bueno?
—¿Qué? —pregunta saliendo de su ensoñación y se dio cuenta de que todas la observaban.
—El sexo con tu prometido. —dijo una de ellas como si fuera obvio— Ambos son atractivos, deben tener una química sexual asfixiante.
Ciertamente había algo que los atraía, una especie de magnetismo, pero ninguno de los dos había cedido.
—¡Oh, vamos! —insiste la festejada— Danos detalles jugosos.
—Ojalá mi marido fuera así de guapo. —suspira la que está a su derecha haciendo un puchero— Me sentiría impaciente por regresar a casa cada día.
—¡Suficiente! ¡Déjenla en paz! —interrumpe la mayor de todas, ofreciéndole un nuevo chupito— La pobre chica parece farolillo, no le hagan más preguntas de ese tipo.
El cambio de tema fue abrupto al siguiente segundo y ahora hablaban sobre la ceremonia que se llevaría a cabo en alguna parte de Andalucía. Entonces, diez minutos después, la que supuso que era la mejor amiga de la novia se puso de pie y sacó de quien sabe dónde un montón de bolsas de regalo.
—Para ti también hay. —le sonríe la mujer, dejando una bolsita azul celeste sobre su regazo— Ahora eres parte del séquito.
Sarada correspondió su sonrisa y observó a cada una de las chicas hurgando en el interior de sus propias bolsas. Y si ser el centro de atención ya era sofocante, lo fue todavía más en cuanto una de ellas levantó en alto el objeto alargado de color morado. Era un jodido dildo.
—¡Oh, justo lo que necesitaba! —chilla con una risita ebria— ¿Acaso lees la mente?
Todas estallaron en risas y una a una sacaron el contenido de sus bolsas. La variedad de juguetes sexuales fue impresionante, había de todos los colores y tamaños, incluso algunos de los que no tenía idea de su funcionamiento.
—¿Qué tienes tú, querida? —pregunta la que está a su lado.
Le dio miedo echar un vistazo, pero al ver que la atención recayó sobre ella de nuevo no le quedó de otra opción que sacarlo. Le sorprendió ver un pequeño objeto ovalado color rosa de silicona con relieves y textura medio rugosa.
Al menos no tenía la forma de una polla gigantesca y eso tuvo que agradecerlo.
—Es un vibrador. —le hizo saber la misma mujer— Yo tengo uno como estos en casa, son una maravilla, te lo aseguro.
Le explicó que tenía diferentes frecuencias de vibración que podían cambiarse con un pequeño control y que al ser de un tamaño discreto podía llevarlo a todas partes. Ella dudaba que alguna vez lo cargase en su bolso, pero igual permaneció en silencio durante su clase de educación de juguetes eróticos.
—Deberías usarlo como juego previo. —le aconsejó otra uniéndose a la conversación— A los hombres les gusta ver.
—Eso es verdad, mi marido y yo probamos cosas nuevas de vez en cuando. —se une otra más— Ponerse creativos ayuda a mantener el fuego encendido en la relación...
Pero ella ya no las estaba escuchando porque de reojo pudo ver a Kagura acercándose a la mesa con la mirada puesta sobre ella y por alguna razón sintió una extraña sensación en el vientre bajo, un cosquilleo que se agravó cuando lo vio relamerse los labios.
Oh, joder. ¿Por qué de pronto tenía tanto calor?
—Siento importunarlas, pero voy a robarles a mi prometida. —puso sus ojos sobre ella y el aliento se le escapó de golpe— ¿Lista para irnos?
—Sí.
Tardó segundos en reconocer esa voz ligeramente enronquecida como suya y al ponerse de pie sintió la mano enorme de él posarse en su espalda baja. Todo su cuerpo experimentó un nuevo cosquilleo que la hizo tragar saliva.
¿Por qué de pronto sus hormonas estaban tan alborotadas? ¿Habían sido los chupitos de tequila que le nublaban el pensamiento? No, no tomó lo suficiente para embriagarse.
¿Entonces? Debía encontrar una razón lógica, porque no estaba dispuesta a aceptar que deseaba a Kagura.
—Adiós, querida, disfruta la noche. —le dijo la futura novia en voz baja y le guiña un ojo— Fue un gusto conocerte.
La Uchiha asintió con las mejillas levemente ruborizadas y se despidió del resto con un gesto de mano.
—¿Qué llevas ahí? —pregunta una vez que estuvieron a solas dentro del ascensor— ¿No será un conjunto de encaje? Porque de ser así...
—Un vibrador. —contesta ella como si nada, sacando del interior de la bolsa el pequeño aparato.
Kagura parpadeó desconcertado y ella se rió un poco.
—Están festejando una despedida de soltera. —dice a modo de explicación— La dama de honor obsequió juguetes sexuales.
—Un regalo... peculiar. —se aclaró la garganta— ¿Planeas conservarlo?
—¿Por qué no? —se encoge de hombros— Tal vez lo use esta noche.
Él giró la cabeza abruptamente hacia ella con una expresión que la joven no supo descifrar. La tensión dentro de aquellas paredes metálicas se volvió sofocante en cuestión de segundos.
—¿Qué? —levanta el rostro para mirarle— Necesito algo de... alivio.
Silencio.
—Creo que estoy ovulando, porque no encuentro otra explicación para esta sensación.
La palabra necesitada era la única que le venía a la mente.
—Sarada...
—No recuerdo como se siente. —dijo en voz baja— Sé que no soy virgen, pero no tengo ninguna memoria de encuentros sexuales y aún así me siento...
Sus mejillas se calentaron y su respiración se tornó agitada. El rubio maldijo por lo bajo. Joder, la manera en la que sus ojos oscuros brillaban justo ahora le hizo contener el aliento.
—Eres mi prometido, ¿no? —dio un paso hacia él— Entonces deberías tomar tu papel más en serio.
Kagura frunció el ceño al entender sus palabras.
—No puedo. —retrocedió negando con la cabeza— No puedo aprovecharme cuando estás así de vulnerable.
—No estás aprovechándote. —susurra ella— Yo te lo estoy pidiendo.
Pasaron unos segundos que parecieron eternos en los que ninguno dijo nada hasta que el sonido de las puertas abriéndose en su piso los hizo reaccionar. Aún así ninguno de los dos se movió.
—No puedo. —dijo él finalmente.
Y no era porque no quisiera. Maldita sea, la deseaba desde el primer momento en que la vio, pero decidió reprimirse porque ir más allá significaba traicionar sus ideales y tirar por la borda todo lo que había construido por años.
—De acuerdo. —exclamó la joven retrocediendo de inmediato y le dio la espalda para salir al pasillo— No te necesito de todas formas, tengo un...
Pero entonces sintió el tirón de su brazo y al segundo siguiente estaba acorralada contra la pared de atrás. Kagura aprisionó su cuerpo con el suyo y tomó su rostro con ambas manos.
—No puedo creer que voy a hacer esto...
—Sólo bésame. —susurró contra sus labios, tomando su camisa entre sus puños.
Y él así lo hizo, casi con desesperación, saboreando cada rincón de su boca con una necesidad que ni él sabía que sentía. Besarla era la puta sensación más gloriosa del mundo, tanto que por poco le nubló el pensamiento.
—No me hagas hacerlo. —dijo separándose unos pocos milímetros, con sus alientos aún entremezclándose— Por favor...
Ante la tumba de su padre prometió destruir a Sasuke Uchiha y toda su familia. Todos estos años vivió con el único objetivo de vengar su muerte, sin eso no le quedaba absolutamente nada. Pero ella...
¿La deseaba tanto como para romper la promesa más importante que alguna vez hizo?
—No voy a rogar por sexo. —se separa de golpe— Lo haces ver como si te estuviera obligando.
—No entiendes...
—Claro que lo hago. —frunce un poco el ceño— Sólo espero que duermas cómodo en el sofá, porque mi nuevo obsequio y yo estaremos pasando tiempo de calidad juntos en la habitación.
Y entró en la suite dejándolo con la palabra en la boca.
Kagura tragó en seco, tomándose unos minutos para recuperar la compostura y cuando entró en la suite se dio cuenta de que la puerta del dormitorio no estaba cerrada por completo.
Ella la había dejado abierta a propósito para que pudiera observar. Tenía toda la intención de torturarlo, y él no podía moverse, simplemente se quedó allí, viéndola recostada en medio de la amplia cama con las piernas abiertas y con el pequeño objeto bajo la tela de sus bragas.
Aquella visión quizás era la más erótica que había visto en su vida, la manera en la que su cuerpo tenía espasmos por el placer y sus labios entreabiertos emitían jadeos suaves era por mucho la imagen más excitante que pudo contemplar. Y ella lo sabía, porque cuando sus ojos se conectaron a través de la rendija de la puerta le sostuvo el contacto visual mientras gemía bajito.
Segundos después se detuvo y la respiración se le entrecortó al verla deslizar las bragas por sus largas piernas y arrojarlas en algún rincón de la habitación.
Mierda. Mierda. Mierda.
Quiso obligarse a poner un pie delante del otro para salir de allí, pero no pudo siquiera moverse ni un centímetro. Su mirada se detuvo en la unión de sus piernas y su boca se secó al instante.
Su pequeño coño rosado acaparó su atención, en especial cuando ella llevó dos dedos a su entrada y los introdujo de golpe al mismo tiempo que estimulaba su clítoris con el vibrador. Sus gemidos aumentaron varios decibeles y su espalda se arqueó sobre el colchón.
Sarada era consciente de que era observada y sintió que su piel quemó bajo su intensa mirada. El orgasmo estaba cada vez más cerca y sus piernas comenzaron a temblar en el momento en el que la sensación electrizante recorrió todo su cuerpo hasta las puntas de los pies.
Se mordió el labio inferior para evitar gemir muy alto, pero no consiguió acallar por completo el grito final al llegar a la cima. Entonces buscó la mirada magenta a través de la habitación y sonrió complacida al percatarse de que seguía en la misma posición que antes.
Lo vio todo de principio a fin y se quedó quieta en su sitio sólo para observar el momento en el que salió de su transe y poco después oyó la puerta del cuarto de baño cerrarse con un portazo y la ducha encenderse a los pocos segundos.
Bien, esa era la reacción que ella esperaba.
(...)
La residencia Uzumaki en Dublín estaba cubierta por arreglos de fiesta en cada rincón. Kushina Uzumaki se aseguró de que la decoración se viera increíble a pesar de que sólo recibirían unos pocos invitados.
—Es una casa preciosa. —dijo la joven pelimorada a las dos chicas que le acompañaban.
—Sí, es una pena que nadie la disfrute. —comenta Himawari encogiéndose de hombros— El tío Menma prefiere dormir en su departamento y esta casa solía estar vacía hasta que Boruto se mudó definitivamente hace un año.
Sumire asiente comprendiendo el punto y se detuvo a admirar la hermosa arquitectura de la mansión principal de los Uzumaki. Tenía un jardín increíblemente amplio y el diseño de cada habitación parecía un sueño.
—¿Dónde está Kawaki? —pregunta con suavidad— Creí que ya estaría aquí.
—Debe estar por algún lado. —comenta Namida— Ya todos seguro están en el jardín trasero.
Y en efecto, la mesa alargada con mantel elegante y todo un banquete yacía cerca de la puerta con vistas al lago.
—¡Cariño mío! —exclamó la mujer castaña en cuanto vio al trío de jóvenes— ¡Te he echado mucho de menos!
Tenten rodeó el delgado cuerpo de su hija en un abrazo y la estrujó contra su pecho con una fuerza casi asfixiante. Namida se quejó por lo bajo, pero dejó que su madre hiciera de las suyas, después de todo tenían un par de meses sin haberse visto y la emoción era justificada.
—Oh, tú debes ser la prometida de Kawaki, ¿verdad? —le sonríe la mayor y se acerca para besarle ambas mejillas— Un placer, soy Tenten, la madre de Namida.
—Es un gusto, señora Hyūga. —contesta con amabilidad— No puedo esperar por conocer a todos.
Oír la manera en la que la llamó removió una fibra sensible en la castaña, hace años que nadie la llamaba por el apellido de su difunto marido y escucharlo después de tanto tiempo casi la conmueve hasta las lágrimas. No había pasado ni un día en el que no echase de menos a Neji y a su pequeño hijo, pero logró sobreponerse al dolor.
Kushina Uzumaki recibió a su nieta menor con un abrazo y saludó a las otras dos jovencitas con una sonrisa radiante, le gustaba cuando la casa en la que alguna vez fue feliz estuviera de risas y alegría.
Por su lado, los zafiros de Himawari se detuvieron al instante en la figura masculina de pie a pocos metros y no pudo evitar apreciar lo bien que le quedaba ese atuendo casual de camisa de manga corta blanca y pantalones beiges.
Shinki sintió la insistente mirada a lo lejos y se distrajo de la conversación que tenía con Mitsuki y Shikadai. Por un momento pensó que lo que ella despertaba en él moriría con el pasar de los meses, pero seguía teniendo esa sensación de inquietud ahora que la tenía cerca.
Se sintió como una eternidad desde la última vez que se vieron en la mascarada y habían pasado muchas cosas también. Como el desliz que tuvo con Sarada, por ejemplo, de lo que claramente no se arrepentía y que podría repetirse si ambos lo quisieran así porque no hubo sentimientos de por medio.
Ellos dos sí supieron diferenciar entre el placer carnal y el amor. ¿Qué les costaba hacer lo mismo con los hermanos Uzumaki?
Debido a su gran decisión de involucrarse con Kawaki y Himawari, una estaba desaparecida y el otro con bloqueo sexual.
Lo había intentado con otras chicas después de Sarada, pero fue inútil. Al parecer la Uchiha tenía un talento para despertar pasiones, eso debía reconocerlo, porque fue la última vez que obtuvo alivio.
Y aún con todo eso, la mirada de Hima siempre regresaba a su mente como una maldición.
—Así que esa es la prometida de Kawaki... —susurró Mitsuki a su lado— Es una lástima, la chica es bonita
—¿De qué hablan? —pregunta Ryōgi uniéndose a la conversación junto a su hermana.
—De la pobre chica que no sabe que estará en medio del drama de dos desquiciados. —comenta Shikadai señalando a la pelimorada disimuladamente— Sólo espera a que Sarada regrese y todo se convertirá en un lío.
Entonces vieron a Kawaki salir de la casa acompañado de Naruto y Menma, al parecer tuvieron una conversación seria porque ninguno de los dos tenía buena cara. Aún así, los dos mayores compusieron su expresión y recibieron a los invitados.
—Por cierto, ¿dónde están los Uchiha? —pregunta Ryōgi con cautela— No veo a ninguno.
—Es porque no vinieron. —comenta Shinki encogiéndose de hombros— Créeme, no los querrías a todos juntos bajo el mismo techo que Kawaki, eso terminaría en tragedia.
La hija de Konan tuvo que darle la razón y cuando llegó el momento de las presentaciones, todos saludaron a Sumire con amabilidad. La pelimorada de inmediato se integró al grupo, pero sus ojos de vez en cuando buscaban la presencia de su prometido donde quiera que estuviese.
—Por cierto, ¿Dónde está Boruto? —escuchó que Kaede preguntó en voz baja a Shikadai mientras todos entonaban el cumpleaños feliz.
—Se fue antes de que Kawaki apareciera. —responde en un susurro y Sumire simuló estar ajena a la conversación que se llevaba a cabo a un lado— Siguen sin estar en los mejores términos, Boruto sigue evitándolo.
—Pero han pasado meses desde que ella se fue... —jadea la de ojos ámbar— Creí que al menos se dirigían la palabra por cordialidad.
—Sarada es la única que puede solucionar este problema, por mucho que lo niegue, sigue siendo la debilidad de Boruto. —sacude la cabeza— Y por lo que veo, a Kawaki le importa más de lo que creí que le importaría una mujer nunca.
—No veo cómo puede arreglarse esto.
Shikadai hace una mueca de disgusto y asiente. Tampoco él veía como aquella situación pudiera resolverse, en especial porque una de las partes involucradas seguía sin dar señales de vida.
Se cortó la tarta de cumpleaños y cada uno recibió un trozo, después de todo era un festejo muy tradicional a la vieja usanza. A partir de ahí, los mayores se separaron para hablar en un rincón dejándolos a ellos a solas y Kawaki no tuvo otra opción que acercarse a saludar a su futura esposa.
—Me alegra estar aquí para conocer a toda tu familia y amigos cercanos. —sonríe la pelimorada— Aunque me hubiese gustado que viniéramos juntos.
—Tenía que llegar antes para resolver unos asuntos.
—Entiendo. —se muerde el interior de la mejilla— ¿Cómo te fue con eso?
Él estuvo a punto de responder, pero entonces:
—Por Dios... —oyeron jadear a Himawari detrás suyo con exageración mientras miraba la pantalla de su móvil.
Kaede se asomó sobre su hombro y termina por sacarle el móvil a la Uzumaki para ver de cerca y con el pasar de los segundos su mandíbula casi cae al suelo de la impresión.
—Ahora entiendo porqué está tan desaparecida. —se ríe la pelimorada— La muy maldita está ocultándonos a ese bombón.
Giró la pantalla para que todos pudieran ver y dejó a la vista el artículo donde se leía el título en grande:
«Dos Herederos, ¿Una nueva dinastía?»
Namida fue la que deslizó el dedo para ver el montón de imágenes que adjuntaron en un artículo de la prensa rosa donde podían ver a Sarada con una sonrisa de oreja a oreja y tomada de la mano del mismo hombre que vieron en la mascarada.
«Kagura Hiramekarei y Sarada Uchiha fueron captados juntos en una escapada romántica por las calles de Lisboa.
¿Acaso está naciendo un amor de ensueño entre dos herederos de grandes familias? Italia o Grecia podrían ser anfitriones de la boda de la década, o tal vez del siglo.»
Himawari terminó de leer en voz alta y levantó la mirada para ver las reacciones del resto. Al parecer ninguno esperaba que algo como eso fuera a suceder, todos ya comenzaban a prepararse para la inminente explosión de problemas que conllevaría el regreso de Sarada a Italia.
Pero ella siempre conseguía sorprender.
—¿Sucede algo? —pregunta Sumire en voz baja al hombre junto a ella— Te pusiste tenso de pronto...
Lo que ella no había notado, era que los demás presentes también esperaban por su reacción.
—En absoluto. —contesta Kawaki finalmente con la voz enronquecida tras unos pocos segundos.
Todos supieron que era mentira al instante.
Y también concluyeron que este suceso sólo empeoraba la situación.
