Su mirada se perdió en el reflejo del espejo frente a ella y se examinó de pies a cabeza. Maquillaje perfecto, peinado impecable y vestido de ensueño.
Se sentía como una princesa de antaño con aquel velo impresionantemente largo enmarcando su rostro y el vestido blanco de tela satinada y fina cayendo con suavidad por su cuerpo hasta terminar en una cola que se extendía más allá de dos metros.
Todo lo que una chica querría para el día de su boda. Sin embargo, sentía una opresión en su pecho que no cedía por más que intentara repetirse que todo estaría bien.
Se acarició el vientre, todavía plano, con la punta de los dedos y una pequeña sonrisa tiró de sus labios. Según el médico, estaba por cumplir las seis semanas de gestación y todo marchaba en orden, aunque debía estar bajo estricta vigilancia médica.
En esta etapa, el pequeño cerebro debería estarse desarrollando, los ojitos comenzaban a formarse, una delgada capa de piel empieza a crecer y lo más importante: ya tenía un corazón.
Lo escuchó latir.
—Estarás bien. —susurró para si misma— Estaremos bien.
La puerta de la habitación principal se abrió y a través del espejo observó la figura femenina de Tatsumi bajo el umbral de la puerta. Llevaba puesto un vestido elegante color azul turquesa que se ceñía a su cuerpo como un guante y tenía un escote strapless que dejaba sus delicados hombros al descubierto.
—No deberías estar aquí... —dice Sarada dándose la vuelta para mirarla de frente.
—Kagura tiene a los chicos de su lado. —argumenta la rubia adentrándose por completo en la habitación— ¿A quién tienes tú?
La Uchiha permitió que la tomara de las manos y acariciara el dorso con sus pulgares con una ternura infinita. En esas pocas semanas que había tenido a Tatsumi se había ganado genuinamente su cariño.
Por eso no la quería allí. Y la rubia adivinó sus pensamientos.
—Si te hace sentir mejor, me quedaré aquí hasta que todo haya pasado. —frota su antebrazo— Pero no me pidas que me vaya ahora y te deje sola.
—Pase lo que pase, te quedas conmigo. —le dijo la azabache mirándola a los ojos— Soy tu familia ahora. Donde vaya yo, irás tú.
Hace dos semanas, después de la fiesta de compromiso, Buntan la citó en su departamento. Ir allí fue un error, porque en cuanto atravesó las puertas del ascensor su hermana la recibió con una bofetada y una mirada de odio profundo.
La acusó de traición, lo que técnicamente era cierto a medias. Ella no quiso traicionarse a sí misma, lo que podía traducirse como haberle dado la espalda a su hermana.
Por eso, ahora que escuchaba aquellas palabras viniendo de la joven Uchiha, los ojos verdes de Tatsumi se llenaron de lágrimas y sin poder evitarlo se lanza a los brazos de la azabache. Era impresionante como una persona podía ganarse el corazón de otra en tan poco tiempo.
—¿Por qué estás hablando como si fuera una despedida? —murmura con la cabeza sobre su hombro— Suenas tan fatalista.
—Porque conociendo mi suerte, siempre habrá algo que salga mal. —suelta un largo suspiro— ¿Acaso no lo sabes? Atraigo los problemas.
—Todo estará bien...
—Llevo repitiéndome esas palabras toda la mañana. —niega con la cabeza— Pero simplemente hay algo que me impide creerlo.
Tatsumi se separa de ella y la sujeta por los hombros en un intento de ofrecerle conforte. Y de pronto la culpa la golpeó de manera abrumadora.
Hasta antes de que llegara a vivir con ellos en la residencia de Kagura, ella estuvo haciéndose pasar por ella. Le estaba haciendo daño indirectamente y ahora su conciencia no la dejaba tranquila desde que descubrió que no era para nada como la imaginaba.
—Sarada, yo...
El móvil de la azabache frenó lo que sea que estuviera a punto de decir y no supo si debía agradecer la interrupción, pero de pronto estar en la misma habitación se sintió asfixiante. No quería seguirle mintiendo, ella no lo merecía.
—¿Qué sucede, Shizuma? —pregunta la azabache en cuanto contestó la llamada.
—Tu familia ya está en Turquía. —dijo el aludido en la otra línea— Y al parecer no están solos, trajeron todo un ejército.
—Ya sabes lo que tienes que hacer. —le recuerda con tranquilidad.
Tras decir aquello, la joven colgó la llamada y se acerca a la ventana sin poder despegar la mirada del camino que conducía a la propiedad desde la carretera. En cualquier momento ellos estarían allí.
Deberían llegar en cualquier momento.
(...)
Las manos de Sakura Uchiha temblaron en el momento que ajustó la funda de la beretta a la altura de su muslo y colocó una más en el cinturón que traía puesto.
Hacía años que no tenía la necesidad de portar un arma y temía haber perdido la práctica.
—No nos iremos de aquí sin Sarada, mamá. —aseguró Daiki en un intento de aligerar la tensión en el ambiente.
Kawaki miró a los hermanos Uchiha de reojo y se cruzó de brazos. Tenía un montón de preguntas que ningún miembro de la familia estaba dispuesto a responder.
¿Por qué Sasuke Uchiha no se veía tan alterado como debía estar? ¿Qué era lo que decía aquella carta que le envió Sarada por la cual ordenó que sus hombres se retiraran de inmediato?
Incluso ahora, era el más calmado de los seis Uchiha presentes. Y era frustrante, porque nadie decía nada al respecto.
—Esto está muy raro. —exclamó Daisuke frunciendo el ceño— Nadie nos está impidiendo entrar a la ciudad.
—Debe ser una trampa. —comenta Mitsuki encogiéndose de hombros— Nos estamos metiendo directamente en la boca del lobo.
—No les pedimos venir. —responde Itsuki abriendo la puerta de copiloto de una de las SUV— Si prefieres no arriesgar tu culo, puedes quedarte aquí.
—Estamos aquí por Sarada. —masculla Ryōgi— Al menos podrían compartir su plan con el resto y no sólo guiarnos a ciegas.
Itachi empujó al menor de los Uchiha para que se subiera al vehículo y él se metió después sin importarle que todos allí afuera parecían inconformes con la manera en la que se manejaban las cosas.
—No hay ningún plan. —habló el actual capo italiano en voz alta— Sólo voy a sacar a mi hermana de allí antes de que cometa una estupidez.
—¿Cómo que no hay plan? —cuestiona Boruto enarcando una de sus cejas rubias— Creí que todo este tiempo no habían actuado porque tenían en mente un plan de rescate infalible.
Kawaki frunció el ceño. Él nunca dejó de atacar, de una u otra manera, incluso tuvo varias bajas en sus filas tras enviarlos a averiguar más sobre la situación en Estambul. Creyó que no era el único que se rehusaba a rendirse, pero al parecer sí lo era.
¿Dónde quedó la lealtad familiar que tanto pregonaban los Uchiha? ¿Por qué nadie hizo nada y simplemente dejaron a Sarada a su suerte?
—Estamos aquí para impedir la boda y llevarnos a mi hermana, es todo lo que necesitan saber. —declaró Itsuki con seriedad— Y por lo que veo, nadie aquí pondrá trabas para entrar.
El semblante del Uzumaki mayor se endureció. ¿Eso era todo? ¿Su magnífico plan era entrar sin más y llevársela? Comenzaba a considerar la idea de ir por separado y arreglárselas solo, pero Sarada no seguiría un día más en Turquía.
—Podría ser una trampa. —replicó Shinki con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón— ¿No creen que ha sido demasiado fácil llegar hasta aquí?
Sasuke se movió en silencio a uno de los vehículos acompañado de su mujer, ignorando la discusión, mientras el resto los observó sin decir nada.
—Hagan lo que quieran. —espeta Daiki en tono mordaz— Suban a los autos o quédense aquí, nos da exactamente lo mismo, nosotros no vamos a perder más tiempo.
Al final, todos terminaron poniéndose en marcha. Los Uchiha encabezaron la caravana hacia la ubicación marcada en el mapa y siendo seguidos por al menos diez SUV más donde viajaba el resto.
—Sarada, Sarada... —susurró Sasuke en voz baja con la mirada puesta en el camino— ¿Qué demonios crees que estás haciendo?
Tras veinte minutos, el camino seguía pareciendo absurdamente tranquilo, ni un alma resguardando la zona, y eso los habría alarmado en otras circunstancias, pero era lo último que le importaba en esos momentos.
—Después de esto, ¿será mucho pedir encerrar a Sarada en la villa sin posibilidad de salir o recibir visitas? —resopla Daiki— Creí que el hijo problemático era yo.
—Estoy de acuerdo con la moción. —contesta Itsuki sin despegar los ojos del camino, él era el que conducía— Eso sí conseguimos llegar a tiempo.
—Aunque no lo hagamos. —interviene Sakura— No voy a dejar a Sarada en manos del hombre que le hizo tanto daño...
—¿Ahora sí piensas hablar? —pregunta Itachi observando a su madre de reojo— Porque no has querido decirnos nada al respecto.
Los labios de Sakura se transformaron en una fina línea y los ojos por un momento se cristalizaron, sin embargo, compuso su expresión rápidamente.
—No es el momento. —intervino Sasuke dando fin a la conversación.
Frente a ellos apareció la intersección que dirigía a un camino empedrado fuera de la carretera y a lo lejos ya se comenzaba a distinguir una extensa propiedad que fácilmente podría competir con la inmensidad de la villa familiar de Palermo.
Al acercarse al enrejado que delimitaba la residencia pudieron notar los árboles que flanqueaban el camino con decoraciones de flores blancas al igual que el inmenso portón que se abrió de manera automática para darles el paso.
—¿A qué mierda nos estamos enfrentando? —exclama Boruto con desconcierto— No hay nadie por los alrededores.
—No me huele bien. —asiente Ryōgi haciendo una mueca de disgusto— ¿A qué están jugando?
Un sólo hombre yacía quieto frente a la entrada principal. Iba vestido de manera elegante con un traje oscuro y camisa blanca, junto a él había una pequeña mesita alta sin nada sobre ella, lo cual les causó desconfianza.
Kawaki fue el primero en descender del vehículo en cuanto se detuvieron al final del camino y de inmediato apuntó al sujeto con su arma. Daiki hizo lo mismo, evidenciando que era el hermano más impaciente.
—¿Dónde está Sarada? —preguntó el jefe de la Bratvá tomando la iniciativa.
—Antes de entrar, dejen sus armas, por favor. —señaló la superficie plana junto a él— Es una boda, no un campo de batalla.
El sujeto pareció no inmutarse siquiera por el hecho de ser apuntado por varias personas al mismo tiempo.
—Esta boda no ocurrirá. —contestó Kawaki con firmeza y su hermano lo miró de reojo— ¿Dónde está ella?
Y como si le hubiese invocado, el móvil del hombre sonó dentro del bolsillo interno de la chaqueta de su traje. Lo sacó, consciente de que más armas se alzaron con ese breve movimiento y se llevó el aparato a la oreja.
—Sí, tu adorable familia ya está aquí. —dice poniendo el altavoz— Te agradecería que los atendieras antes de que se les escape un tiro.
—Está bien, Shizuma. —casi podía imaginarla poniendo los ojos en blanco— Dales acceso a la casa. Sólo a mis padres y hermanos, el resto pueden esperar en la capilla.
Y cortó la llamada.
—Muy bien, ya la oyeron, no tengo que repetir las instrucciones ¿verdad? —guarda su móvil y su atención se detuvo en el mayor de los Uchiha— Ella los está esperando dentro.
Boruto sintió a su hermano tensarse a su lado y colocó una mano frente a él para evitar que hiciera una estupidez. Jamás creyó que le tocaría ser el más sensato de los dos en cualquier situación, normalmente Kawaki era el que prefería mantenerse al margen para evaluar la situación.
Ahí fue donde comprendió que las circunstancias lo tenían desestabilizado. Era la primera vez que veía a Kawaki a punto de perder el control en varias ocasiones.
El pelinegro estrechó la mirada hacia él, pero Boruto negó. No podían hacer nada si Sarada pidió expresamente ver sólo a su familia antes que al resto.
—Los demás. —miró a los que se quedaron atrás— Sigan el camino detrás de la casa, no será difícil llegar a la capilla.
Sería imposible desviarse debido a que el camino hacia marcado por flores en el suelo y luces cálidas que flanqueaban los bordes hasta llegar a una edificación antigua que bien podría considerarse como un edificio en ruinas por la antigüedad de los muros, pero que se veía cuidadosamente decorado con un montón de flores blancas en la entrada.
El lugar no tenía un techo, pero era evidente que era parte del diseño arquitectónico. Sí, era antiguo, pero no parecía estar descuidado. En realidad todo lucía impresionante.
Una alfombra blanca que cubría el suelo se extendía hasta el pequeño altar al fondo y las bancas alargadas a cada lado del pasillo estaban decoradas aún con más flores blancas.
—Por fin llegaron. —una voz masculina hizo eco en el recinto.
Los ojos magentas se clavaron directamente en los grises de Kawaki y de repente la tensión se volvió sofocante. Ambos no hicieron más que mirarse durante segundos que parecieron eternos y de no ser porque habían dejado sus armas atrás, el Uzumaki ya le habría volado los sesos.
Tanto Shinki, Ryōgi, Mitsuki y Boruto concluyeron que no era la primera vez que se veían a juzgar por la manera en la que ambos parecían sumidos en una guerra de miradas fulminantes.
—No vas a llevártela. —habló Kagura rompiendo el silencio— Está conmigo ahora.
—No voy a pedirte permiso para hacerlo. —contesta Kawaki en tono mordaz.
—Cuánta preocupación. —se encoge de hombros— No pareció interesarte mucho el día que huyó de ti llorando aquella vez en St. Moritz.
Kawaki tensó la mandíbula.
—Di lo que quieras, pero no tuve que secuestrarla para que estuviera conmigo. —dio un paso más al frente, cosa que Kagura imitó— ¿Ella lo sabe o has estado engañándola todo este tiempo?
Pareció haber dado justo en el clavo, porque la expresión del rubio se crispó por un segundo antes de recomponerse.
—Ella no es tuya. —continuó diciendo Kawaki con seguridad— Nunca lo será por mucho que lo intentes.
—¿Y tuya sí? —contraatacó— También hice mis investigaciones, Kawaki Uzumaki. Sé que estás comprometido con alguien, no parece que Sarada te importe lo suficiente.
Silencio.
—Vienes aquí con tus ínfulas de salvador... —comienza a negar con la cabeza— Pero no estás ofreciéndole nada. Ni siquiera te considero un peligro.
—¿De verdad? —enarca una de sus cejas oscuras— ¿Estás completamente seguro de que Sarada te elegiría sobre mí en cada ocasión?
Kagura vaciló.
—No lo estás. —sonríe de medio lado— Porque lo que puedes ofrecerle nunca será suficiente para sofocar lo que siente por mí.
Entonces el rubio finalmente sonrió.
—¿Eso crees? —había cierto tono burlón en su voz— Sarada apenas recuerda que existes.
Ryōgi actuó a tiempo para sujetar a su mejor amigo del brazo antes de que se le lanzara encima al sujeto. Y hasta entonces se dio cuenta de que no estaba solo.
Más allá, bajo el umbral de una pequeña habitación que fungía como confesionario, tres hombres aguardaban en silencio sin perder detalle del encontronazo.
—Sí, sí, ya sabemos que los dos tuvieron acciones cuestionables, unos más que otros. —habló Mitsuki, rebotando su mirada entre los dos— ¿Podemos pasar a lo importante? ¿Qué es lo que planeas? Nadie aquí cree que de verdad aceptaste una tregua de la noche a la mañana.
A lo lejos, Hassaku se inclina hacia Code.
—Ese me cae bien. —se ríe por lo bajo— Tiene buen humor.
—Sí, ustedes son igualitos. —contesta Code con aburrimiento— Ambos imprudentes.
El de afro jadea indignado con una mano en el pecho mientras Ichirōta sólo pone los ojos en blanco al oír la disputa.
—¿Dónde está Sarada de todos modos? —se queja el pelirrojo— Necesita mediar esta situación antes de que alguno de esos dos le saque los ojos al otro.
De estar armados, la historia habría sido diferente.
—Debe seguir hablando con su familia. —comenta Ichirōta en voz baja— Apenas puedo creer que los Uchiha de verdad estén aquí después de todo lo que ha pasado...
(...)
—No lo harás. —declaró su padre señalando la puerta del estudio— Nos vamos a casa y tú vienes con nosotros.
Sakura apenas podía hablar, tenía un nudo en la garganta y los ojos aguados por las lágrimas que amenazaban con derramarse.
En otras circunstancias su pecho habría estallado de felicidad de ver a su hija en un vestido precioso, aspecto radiante y a punto de unir su vida al hombre que amaba.
Pero no ahora... no así.
—Por favor, hija, debes entrar en razón... —añade la pelirrosa en tono suplicante— No tienes que hacer esto, vuelve con nosotros a casa...
—No puedo. —declaró la joven sin más— No voy a irme de Estambul.
Llevaban cerca de media hora dentro de aquella habitación y no les era posible llegar a ninguna conciliación.
—Dijiste que puedo casarme con quien yo quiera, ¿no? —se dirige directamente a su padre— Esta vez, la apuesta la pago yo.
Sasuke la mira directamente a los ojos en busca de aunque fuese un rastro de duda, pero se veía tan determinada que sería imposible hacerla cambiar de opinión.
Era igual de testaruda que su madre. Igual que él también.
—¿Lo quieres? —pregunta Itachi antes de salir de la habitación.
—Sí. —susurra para sorpresa de su familia— No debería, pero lo hago.
—¿Entonces... si te vas a casar? —susurra Daisuke con una mueca de disgusto— ¿No regresas con nosotros?
—Siempre puedes venir a visitarme. —le sonrió a su hermano menor— O puedes quedarte una temporada.
Ahora su atención recayó en sus dos hermanos mayores, que aún la observaban con reprobación. No había que ser muy inteligente para concluir que al igual que sus padres tampoco lo aceptaban.
Eso era algo que ya esperaba.
—Creí que podíamos recuperarte. —habló Itsuki con decepción.
—Es demasiado tarde. —niega ella— No pienso volver.
—Tal vez sólo deba matarlo y ya. —masculla Daiki con el entrecejo fruncido— Nos ahorraríamos un montón y acabaríamos la guerra de manera definitiva.
Sarada levantó el mentón de manera desafiante.
—No lo harás. —contesta de la misma manera— No cambiaría nada.
—¿Y qué se supone que hagamos? —se cruza de brazos— ¿Quieres que sigamos tu juego, asistamos a una ceremonia y después cenemos en la misma mesa?
—Sí. —espetó estrechando la mirada— Eso es exactamente lo que harán.
—Es absurdo y no estoy de acuerdo. —resopla el primogénito de los Uchiha— Hay más de mil formas de arruinar tu vida si es lo que de verdad quieres hacer.
—No estoy pidiendo tu opinión, sólo quiero que estés allí como el hermano que eres y apoyes mi decisión.
—Una decisión estúpida, cabe recalcar. —añade Daiki— Tampoco estoy de acuerdo, me parece innecesario.
—Lástima que aquí no existen las democracias. —sonríe con sarcasmo a sus dos hermanos— O mueven sus culos a la capilla o pueden regresar a Italia en este momento.
Su hermana podía ser la persona más frustrante del mundo y al mismo tiempo una de las que les inspiraban más respeto.
—¿No hay nada que podamos hacer para que desistas de esto? —Itachi frunce los labios— Sabes que estás cometiendo un error.
Ella aprieta los labios y niega con suavidad. Itachi siempre fue su debilidad, pero aún si él se lo pidiera, no daría marcha atrás.
Tanto Sakura como sus hijos dirigieron la mirada hacia Sasuke, el cual se había mantenido en silencio por largo rato y al final sólo le vieron salir del estudio seguido de Sarada.
—Espero que sepas lo que estás haciendo. —la mira de reojo, ofreciéndole el brazo para iniciar el camino hacia la capilla— Aún estás a tiempo, daré la orden de sacarte de aquí, no me importa que estemos en su territorio.
—No sería muy difícil. —le dijo ella, cada vez estaban más cerca de la entrada— Kagura le pidió a sus hombres mantenerse al margen, aún si ustedes decidieran atacar.
Sasuke analizó sus palabras.
—Te dije que no apostaría por alguien que no hiciera por mí lo que tú serías capaz de hacer por mamá. —susurra sólo para él— Estoy apostando por Kagura.
El Uchiha mayor sacudió la cabeza con el ceño fruncido y se detuvo antes de atravesar el umbral de la capilla.
—¿Cómo estás tan segura?
—Porque ustedes están aquí. —le mira a los ojos— Eso debería responder a tu pregunta.
Sasuke se aclaró la garganta, pero no respondió. Simplemente echó una mirada hacia atrás e hizo un gesto con la cabeza al resto de su familia para que tomaran sus lugares en las bancas del frente.
—No pienso convivir con él. —exclamó sin despegar su atención del frente.
—Dejemos la discusión para más tarde. —pidió en un susurro— Ahora quiero que me lleves del brazo hasta el final del altar.
Él soltó un largo suspiro, cada vez más convencido de que la única hija que tenía iba a ser su final. Un día le mataría de un maldito infarto.
Por otro lado, el que estuvieran finalmente en la entrada de la capilla y con la marcha nupcial comenzando a sonar de fondo llamó la atención de los presentes. Ichirōta fue el encargado de interpretar la melodía en el pianoforte, mientras que Hassaku tomaba su lugar en el centro del altar junto a Kagura y Code.
El moreno de afro se ofreció a oficiar la boda argumentando que obtuvo un certificado en internet que le permitía hacerlo de manera legal. Le tomó un día entero convencerlos, pero después de tanta insistencia finalmente logró que cedieran.
Y Code, que observaba el sitio con aburrimiento, yacía de pie al lado de su prometido con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Él era el padrino.
—¿Quiénes son los demás? —pregunta su padre mientras avanzaban por el pasillo.
—Te los presentaré luego.
El resto no comprendía lo que estaba sucediendo. ¿De verdad los Uchiha iban a permitir que esa locura se llevara a cabo? Los cinco se miraron los unos a los otros. Shinki parpadeaba desconcertado, Mitsuki sorprendido, Boruto consternado, Ryōgi perplejo y Kawaki... no sabía cómo reaccionar.
Primeramente tragó en seco al verla después de tanto tiempo. Sintió una punzada en el pecho, una más en la boca del estómago, y finalmente en la entrepierna.
El deseo que tenía por ella no tomó ni dos segundos en reavivarse, esta vez con más fuerza que antes. Quizás porque ahora era consciente de los sentimientos que albergaba por esa mujer y que en un principio se negaba a admitir.
No supo qué esperar, pero desde luego no se imaginó que sería así. Estaba más hermosa que nunca, su piel tenía un aspecto saludable, sus ojos brillaban y su silueta estilizada ahora tenía más curvas que antes, para él era fácil percatarse de cada cambio sutil después de grabarse a fuego en su mente cada detalle de su cuerpo.
Estaba preciosa, y mientras caminaba con el pasillo alfombrado del brazo de su padre, tenía una sonrisa radiante. Una de esas que solían ser sólo para él.
Pero en esta ocasión, le estaba sonriendo a alguien más.
—No estoy entendiendo nada. —murmura Shinki en voz baja— ¿Los Uchiha permitirán que la boda continúe? Creí que veníamos a impedirla.
—Debe ser una maldita broma. —susurra Boruto con el ceño fruncido— ¿Van a prestarse a esta farsa?
—Pues Sarada se ve feliz. —comenta Mitsuki— No parece que la estén forzando a hacerlo.
—Podría ser una condición para la alianza. —concluye Ryōgi llamando la atención de los otros cuatro— Piénsenlo. Itsuki no permitió que Sarada desposara al hijo de Yuino, tal vez ella decidió actuar por su cuenta y le propuso el mismo plan a Kagura.
—No necesitábamos una alianza. —argumenta Boruto— Teníamos una clara ventaja numérica, Turquía sólo tiene en su coalición a Polonia y Bulgaria.
—Eso creíamos. —señala Shinki al frente con el mentón— Esos de allí son jefes de organización. Conozco al pelirrojo, está en el negocio del arte, las malas lenguas dicen que maneja los hilos en Grecia.
—¿Por qué presiento que hay más mierda escondida de la que creímos al principio? —resopla Mitsuki— No debería sorprenderme, Sarada siempre está metida en líos gordos.
Con tan sólo un par de metros antes de llegar al altar, Kawaki se movió de su sitio de manera cautelosa y con la mirada brillando de determinación. Si los demás decidían quedarse de brazos cruzados, él no.
Ninguno de los otros actuó a tiempo para retenerlo, sólo pudieron observar la ancha espalda del Uzumaki avanzar entre las filas de bancas hasta que levantó su brazo para alcanzar la pequeña mano de Sarada desde el lateral del pasillo e impidiendo que siguiera avanzando.
—No lo hagas. —exclamó en un tono tan bajo apenas audible para la joven.
Kawaki vislumbró la confusión en su mirada, pero se negó a soltarla, aún cuando de soslayo vio a Kagura dar un paso al frente con la intención de alejarlo de ella.
—¿Qué crees que haces? —pregunta la azabache haciendo una mueca de disgusto— Suéltame.
Ahí estaba de nuevo la punzada en el centro del pecho que incrementó de intensidad cuando trató de zafarse de su agarre. Ella le observaba con fastidio, no había ni una pizca de afecto en sus ojos oscuros y en ese momento las palabras de Kagura tomaron sentido.
«Sarada apenas recuerda que existes». ¿Cómo es que eso era posible? ¿De verdad ya no sentía nada por él?
Kawaki abrió la boca para responder, intentó obligarse a decir algo, cualquier cosa, pero las palabras no le salían. En su lugar, sólo podía sentir la insoportable opresión en su pecho que le impedía hilar un pensamiento coherente.
Y en ese momento, para completar el cuadro, escucharon pasos apresurados en la entrada de la capilla y después el grito femenino haciendo eco en el lugar.
—¡Kagura! —sollozó la mujer rubia avanzando por el pasillo con zancadas largas— No lo hagas, por favor, te lo suplico...
Buntan se abrió paso entre la joven azabache, su padre y el Uzumaki mayor con la única intención de alcanzar a Kagura cerca del altar. Su atención estaba puesta únicamente en el hombre que amaba y con la esperanza brillando en sus ojos.
—¿Qué estás haciendo aquí, Buntan? —pregunta el rubio dando un par de pasos hacia ella— No deberías estar aquí.
—No, el que no debería estar aquí haciendo esta estupidez eres tú. —lo golpea en el pecho con la punta de su dedo— Y si no eres lo suficientemente inteligente para ver por tu bien, yo lo haré por ti.
De pronto, y de manera inesperada, la mujer sacó un arma corta dentro de su chaqueta negra y apuntó sin vacilar a la que creía era su mayor obstáculo.
Todo sucedió demasiado rápido, fue cuestión de segundos en los que la ojiazul jaló del gatillo dos veces. El primer proyectil se dirigió en la dirección correcta, el segundo fue desviado en el último momento por Boruto que fue de lo más oportuno al derribarla contra el piso para desarmarla.
Sakura jadeó con horror al ver el vestido blanco de su hija mancharse con el rojo de la sangre. Sin embargo, Sarada parpadeó desconcertada al levantar el rostro y encontrarse con unos poderosos ojos grises.
—¿Qué haces? —susurra frunciendo el ceño al ver que la sangre que manchaba su vestido provenía del costado del hombre que usó su cuerpo para cubrirla.
Su padre también se había movido del otro lado con la intención de protegerla, pero Kawaki fue más rápido al tomarla por la cintura y girar su cuerpo para recibir el impacto en su lugar.
Sostener su cuerpo después de tanto tiempo resultó absurdamente satisfactorio, incluso con una bala incrustada en el costado de su torso.
—¡Sarada! —la voz de Kagura tronó en el recinto al mismo tiempo que una ola de disparos se desató en el exterior.
—¿Qué mierda está sucediendo? —exclamó Itsuki— ¿Es una maldita trampa? ¿Nos desarmaron para cazarnos dentro?
—No somos nosotros. —el jefe turco miró de reojo a la joven Uchiha y ella supo de inmediato a lo que se refería.
—¿Entonces quién? —gruñe Daiki estrechando la mirada hacia Kagura.
Seguido de eso, Sasuke asintió a sus dos hijos mayores que no esperaron más tiempo para salir de la capilla acompañados de Mitsuki. Ellos serían los encargados de dirigir el enfrentamiento fuera y brindarle apoyo a Suigetsu que desde el momento en que llegaron se dedicó a resguardar la zona.
Sí, llevaban al menos treinta hombres, pero no sabían a lo que se estaban enfrentando afuera. De cualquier manera necesitaban toda la ayuda posible, por eso no se opuso a que Shinki y Ryōgi se unieran también a la defensa.
Mientras tanto, el de ojos magentas se agachó en cuclillas frente a Buntan, que seguía retorciéndose en el piso intentando liberarse del agarre de Boruto y en sus ojos había odio en todo su esplendor.
—Sólo eras una distracción, ¿verdad? —concluye el rubio sacudiendo la cabeza— ¿Dónde está él?
Buntan no respondió, pero no fue necesario.
—Aquí. —dijo una silueta oculta entre las sombras, cerca de la entrada trasera de la capilla.
No podía decir que le sorprendía, porque según lo que Shizuma le informó hace un par de días que después de seguirle el rastro fuera de Turquía, Tsurushi se había buscado un nuevo aliado. Uno que hace dos semanas les declaró la guerra en la cara.
Jigen. Debió ser él el que le ofreció armas y hombres para un ataque como el que estaba desarrollándose allí afuera.
Nadie entendía lo que estaba pasando debido a que el hombre frente a ellos parecía ser conocido del líder turco, pero no le hablaba con amabilidad precisamente.
—No pude terminar lo que empecé la última vez. —dirigió su mirada hacia Kagura y luego un poco más allá— Tú me obligaste a hacerlo.
Él se giró en el preciso momento en que Tsurushi levantó su beretta con la vista puesta en Sarada y Sasuke Uchiha. Al parecer eran el blanco.
—Baja el arma. —advirtió Kagura avanzando hasta situarse en medio de la trayectoria— No estás pensando con claridad.
—¡No, tú eres el único que perdió la cabeza! —le quita el seguro al arma— Tienes al asesino de tu padre justo allí, pasaste años planeando una venganza despiadada y ahora estás a punto de emparentar con él...
Sarada vio por el rabillo del ojo a su hermano menor agacharse con cautela hasta alcanzar el arma de Buntan que terminó a unos metros en el suelo y en cuanto la tuvo en sus manos apuntó directamente al hombre en el centro del altar.
Daisuke estaba en cuclillas, ocultó parcialmente por una de las bancas de la fila izquierda, sería imposible para Tsurushi verlo si no le prestaba la atención suficiente.
Chico inteligente, pensó Sarada en su interior.
Supo que debía detenerlo, pero en lugar de eso, se soltó del agarre del hombre a su lado para moverse detrás de Kagura y desviando la atención de Tsurushi hacia ella. Casi pudo ver la rabia tomando fuerza en su mirada, la expresión demostraba el odio que sentía por ella y su padre.
—Muévete de ahí. —le advirtió al jefe turco— Acabaré con esto de una vez por todas, no quiero herirte.
Kagura negó, avanzando un paso más hacia él.
Entonces sucedió lo que ella ya sabía que pasaría, Daisuke disparó hiriéndolo en el brazo con el que sostenía el arma y por instinto Tsurushi jaló del gatillo en repetidas ocasiones hasta agotarse las municiones.
Al percatarse de lo que había hecho se tropezó hacia atrás con los ojos muy abiertos. Ese fue el momento en el que Itachi aprovechó para actuar y someterlo contra el suelo de la misma manera que Boruto aún sostenía a Buntan.
Fue así como la siguiente vez que Sarada miró hacia arriba, se encontró con los ojos magentas impregnados de alivio. Kagura la observaba con una adoración infinita, inspeccionando cada centímetro de su rostro y aspecto, sintiéndose alarmado de inmediato al ver la sangre correr a lo largo de su brazo izquierdo.
Ahora su vestido tenía un peor estado que antes, y un segundo después sintió el dolor punzante en su brazo.
Pero la mayoría de aquella sangre no era suya.
—Dime que estás bien. —susurró Kagura tomando su rostro con delicadeza— Lo siento, se suponía que no te haría daño.
—Es sólo un rasguño. —le aseguró ella, negándose a mirar el espacio entre sus cuerpos sabiendo lo que se encontraría.
Shizuma hizo acto de aparición por la puerta y su expresión de alivio se transformó en una derrotada en cuanto vio la escena frente a él. Aún así, se movió para suplir a su hermano sosteniendo a Tsurushi con brusquedad haciendo una palanca con su brazo que le obligó a restregar su rostro contra el suelo.
—Diles que tienen que cumplir su palabra. —dijo Kagura en voz baja, señalando a los tres hombres del otro lado de la capilla.
—¿De qué hablas? —pregunta Sarada con el ceño fruncido.
—Ellos lo sabrán en cuanto se los digas. —colocó un mechón de cabello detrás de su oreja.
Las piernas de Kagura falsearon y Sarada cayó de rodillas a su lado sosteniéndolo contra su regazo. Él recibió cinco balas en su espalda y en ningún momento se arrepintió de hacerlo para protegerla a ella. Lo único que lamentaba fue que no resultó ilesa como hubiese querido.
La Uchiha concluyó que tal vez uno de los disparos le perforaron un pulmón por la rapidez con la que se estaba desangrado y la dificultad que comenzaba a tener para respirar. Su vida se le escapaba en un suspiro.
—Te ves preciosa vestida de novia. —susurra hacia la joven, levantando su mano con las pocas fuerzas que aún tenía para poder acariciarle la mejilla— Quiero que sepas que el odio que sentí alguna vez no se compara con el amor que siento por ti.
Los labios de Sarada temblaron bajo la caricia de sus dedos y se obligó a tragarse el nudo en la garganta. Apenas era capaz de sentir los latidos de su corazón debajo de la palma de su mano.
—Perdóname. —balbucea forzándose a mantener los ojos abiertos— No sabes cuánto lo siento...
—Lo sé. —dijo en voz baja y quebradiza— Pero estaré bien.
Kagura sonrió con los labios apretados y con un último esfuerzo dejó que su mano acariciara su vientre con ternura. No quería irse, no quería dejarla, pero supuso que ese era su castigo.
Tener poco tiempo para amarla.
Instantes después, su alma se liberó de años de resentimiento, pensando que habría dado cualquier cosa por tan sólo unos minutos más junto a Sarada Uchiha.
Un abrumador silencio acompañó a la joven que lo sostenía en brazos mientras levantaba su mano para cerrarle los ojos. Fue una escena dolorosa de ver.
Entonces el grito catártico de Buntan rompió el silencio e hizo eco en todo el lugar. Los disparos fuera de la capilla cesaron minutos atrás y lo único que podía oírse eran los lamentos de la rubia que se retorcía en el suelo en un intento de alcanzar la mano de Kagura.
—¡Esto es tu maldita culpa! —bramó la ojiazul dirigiendo su mirada a la pelinegra, que con movimientos lentos se puso de pie— Si no hubieras aparecido en nuestras vidas, él seguiría vivo.
Sarada le ignoró, sosteniendo la herida de su brazo y en ese momento su madre salió de su estupor, apresurándose a rasgar un trozo de tela del largo vestido blanco para hacerle un torniquete que detuviera la hemorragia.
—Por Dios, hija, quédate quieta...
—No puedo. —murmura hacia su madre, apretando su mano con suavidad para retirarla de su brazo— Necesito hacer algo.
La joven azabache se alejó de su familia para decirle algo a Shizuma en voz baja y el hombre pelinegro simplemente asintió en silencio dando la orden a uno de sus hombres recién llegados para llevarse a Tsurushi. Todo bajo la atenta mirada de los presentes.
La vieron sostenerse del respaldo de una de las bancas e intentar ocultar la expresión dolorida en su rostro, pero era evidente que no se encontraba bien.
La mayoría esperaban un derrumbe, una explosión, algo. Pero en lugar de eso, ella retomó su camino a la esquina donde se encontraban los amigos de Kagura todavía incrédulos por el desenlace y les hizo un gesto con la cabeza para que la siguieran fuera de la capilla por la puerta trasera.
—Sabía que debíamos deshacernos de Tsurushi antes de que una cosa así sucediera, un destierro no era suficiente. —exclamó Code en cuanto estuvieron lejos de la familia y amigos de la chica— No puedo decir que me sorprende...
—Es suficiente, Code, no es el momento. —interrumpe Ichirōta con un semblante de desolación total— Acabamos de perder a un socio... y a nuestro amigo.
Hassaku se veía devastado, tenía los ojos enrojecidos mirando un punto fijo en el horizonte. Todo lo contrario al pelirrojo, que parecía frustrado e inquieto.
—Quiere que cumplan su promesa. —murmura Sarada mirando a cada uno— No sé lo que eso significa, pero dijo que ustedes sabrían a lo que se refiere.
Ichirōta asiente, Hassaku no era capaz de hablar y Code le dio la espalda para controlar su respiración agitada. Concluyó que el perder a alguien importante siempre sería diferente para todos.
—Necesito que alguno de ustedes cuide de Tatsumi. —suelta un suspiro tembloroso seguido de una mueca de dolor— Me encargaré de solucionar las cosas aquí, pero alguien debe decirle lo que sucedió, y yo no soy la indicada en este momento...
A los tres les alarmó lo pálida que se puso de repente y verla tambalearse ligeramente hacia un lado. Code fue el que la ayudó a mantener el equilibrio con una mano sobre su brazo.
—¿Estás bien? —pregunta el pelirrojo frunciendo el ceño.
—No. —aprieta los labios— Pero lo estaré.
Una nueva punzada de dolor la hizo doblarse hacia el frente y Hassaku estuvo allí a tiempo para sostenerla. Por un segundo el mundo a su alrededor se volvió borroso, pero hizo acopio de toda su voluntad para mantenerse atenta.
—Ya, en serio, ¿es la herida en el brazo? —pregunta el de afro con preocupación.
Sarada negó. No, ella sabía bien que no era eso.
—¿Entonces? —exigió saber Ichirōta— ¿Qué te sucede?
La azabache se llevó una mano al vientre con un semblante abatido y se mordió el labio inferior al sentir un nuevo pinchazo en su vientre bajo seguido de humedad entre sus piernas. Nadie lo habría notado por la sangre que ya manchaba su vestido, pero ella lo sabía.
Se había acabado.
—Un aborto. —dijo en un hilo de voz, soltándose del agarre de Hassaku.
Ichirōta abrió la boca para decir algo, pero estaba sin palabras. ¿Qué se podía decir en estos casos? Era consciente de lo emocionada que ella estaba por ese embarazo, todavía podía recordar los ojos brillando de ilusión cuando les dio la noticia y lo feliz que se sentía después de ir a la primera cita con el obstetra y poder oír el pequeño latido de su corazón.
—Váyanse. —dio un par de pasos de regreso a la capilla— Me comunicaré en cuanto pueda.
Su semblante era estoico, no había ni un rastro de emoción o angustia. Simplemente estaba en blanco.
—No te dejaremos aquí. —exclamó Code— No en ese estado.
—¿Qué se supone que harás? —añade Hassaku— Con todo lo que está pasando...
—Estaré bien.
—Sigues diciendo lo mismo. —bramó Ichirōta exasperado— ¿No te das cuenta de que todo aquí está mal?
No consiguieron más que silencio de su parte y luego una sencilla inclinación de cabeza.
—Váyanse. —repitió con la misma determinación que antes— Los buscaré luego.
Y se fue de allí sin mirar atrás dejándolos con el alma en un hilo.
Minutos después, cuando Sakura vio a su hija regresar supo que algo no estaba bien con ella, no fue necesario preguntárselo, simplemente lo supo. Tal vez era ese superpoder que tenían las madres, pero lo que fuera, le alarmó lo suficiente para acercarse a ella.
Shizuma ya se había llevado a Kagura con ayuda de otros subordinados y en la capilla únicamente estaba su familia, amigos y Buntan, que todavía intentaba liberarse sin dejar de berrear.
—Al menos impedimos la boda. —oyó decir a Daisuke de espaldas a ella— Algo bueno salió de venir hasta aquí, ¿no?
—Impidieron esta ceremonia, sí. —habló la azabache de pie detrás suyo— Pero no cambió nada.
Ninguno pareció entender hasta que levantó la mano izquierda frente a todos para mostrarles la alianza de matrimonio en su dedo. Fue testigo de diferentes reacciones, por ejemplo: Sakura jadeó de sorpresa, Sasuke frunció el ceño con profundidad, su hermano menor hizo una mueca de disgusto e Itachi sacudió la cabeza con reprobación.
Eso sin contar a sus dos hermanos mayores que eligieron ese momento para entrar de nuevo a la capilla y observaron el anillo en su dedo con perplejidad. Ni siquiera sabían cómo reaccionar.
—Me casé con Kagura hace dos semanas. —dice como si nada— Anticipé sus movimientos, como siempre. Los de la familia y del enemigo.
Desde el principio tuvo la tarea de organizar tres eventos. El primero sería la fiesta de compromiso, en la cual se daría un anuncio importante al finalizar.
Eso les llevó al segundo evento. Su boda. Se casaron frente a los ojos de todos los miembros de la organización de Kagura, de sus socios y amigos. Todo con la intención de evitar un incidente como el de esa misma tarde.
No querían ningún inconveniente.
Y el tercer evento era este. Él le permitió planificar una boda sólo para su familia con tal de complacerla. No puso objeciones, la dejó tener todo lo que quería, no escatimó en gastos.
—¿Te casaste? —preguntó Itachi desconcertado— ¿De verdad?
—Sí. —le mira de reojo— Pero supongo que ahora soy una viuda joven.
No despegó la mirada de la rubia en el suelo, que al oír semejante declaración se propuso gritar el doble de fuerte que antes.
—¡Maldita perra! —chilló Buntan con las lágrimas brotando incansablemente de sus ojos azules— ¡Te juro que te voy a matar!
Sarada arrebató el arma de las manos de Daisuke y sin siquiera voltear a verla jaló de gatillo directamente en la cabeza de la mujer sin ningún tipo de remordimiento.
—Ya tuve suficiente mierda. —se encoge de hombros mientras pasa por su lado— No pienso tolerar la tuya.
En ese momento sintió otra punzada aguda en su vientre bajo y supo que sería todo. No tenía fuerza para continuar de pie, o para mantenerse despierta siquiera.
Alcanzó a dar un par de pasos para luego tambalearse y lo último que vio antes de perder la consciencia fueron unos ojos grises.
Finalmente todo se oscureció a su alrededor.
