Shizuma aguardó por ella en la pista de aterrizaje y tan pronto puso un pie en tierra la alentó a subir al vehículo que él mismo conduciría hasta la que fue su casa por un corto periodo de tiempo.
—Hice lo que me pediste. —exclamó cerca de llegar a su destino— ¿Qué sigue?
Sarada se tomó unos segundos para responder mientras observaba el camino por la ventana con un sentimiento que su acompañante no supo descifrar.
—Hablamos de eso después. —soltó un suspiro— ¿Está todo listo?
—Sí. —afirma el pelinegro con mirada condescendiente— ¿Segura que no quieres que vaya contigo?
—No. —niega con la cabeza— Es algo que tengo que hacer sola.
Antes de llevarla a la casa, Shizuma hizo una breve escala en la pista privada de Kagura donde ya estaba una avioneta lista para emprender vuelo.
Tatsumi aguardaba cerca de la entrada con una pequeña urna entre sus manos y al ver bajar a la joven Uchiha del vehículo sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Dónde están los demás? —pregunta la azabache recibiendo la urna con expresión pensativa.
—Esperan por ti en casa.
—De acuerdo. —asiente pasando por su lado— Los veo en un rato.
Ninguno de los dos dijo nada, simplemente la vieron prepararse para el despegue y en pocos minutos ya se encontraba en el aire.
Sarada recordaba pocas veces haberse sentido tan viva. Kagura tenía razón, estar allí era liberador, nadie podía controlar lo que hacía estando en el aire, todo dependía de ella.
La vista que tenía frente a sus ojos era impresionante, podía ver kilómetros y kilómetros de mar y la luz rosácea del atardecer reflejándose en el agua resultaba ser todo un espectáculo.
Entonces decidió que era el momento. Pulsó el botón de piloto automático y tomó la pequeña urna con las cenizas de Kagura.
Él no pertenecía al mausoleo familiar donde yacía su padre y el resto de su familia. Pertenecía al mar, a las alturas. Eso sería lo único que podría hacer por él.
Dejar que sus cenizas se esparcieran desde los aires por todo el mar negro resultó ser una experiencia gratificante. No sólo liberaba a Kagura de años de resentimiento, también para ella fue un parteaguas.
Sabía que él se arrepentía de todo lo sucedido, pero eso no significaba que lo hubiese perdonado. Jamás hubiera podido hacerlo.
Aún así, comprendía sus razones. De haber sido su padre y ella buscara venganza probablemente habría hecho cosas peores. Sin embargo, Kagura cometió un grave error, dejó que los sentimientos nublaran su juicio y al final terminó perdiendo.
Había pocas personas que eran intocables para ella, y él fue el responsable de la muerte de tres. Aún cuando Shizuma confesó que el encargado del operativo fue Tsurushi, Kagura fue el que dio la orden de su captura. Por lo tanto la culpa seguía recayendo en él.
Y por más actos de amor que hubiese hecho por ella, las cosas no habrían cambiado. Estaban destinados al fracaso desde el principio porque cualquier sentimiento que tuviera por él no habría sido suficiente para menguar la aversión que aún sentía incluso estando muerto.
Entonces, como un último acto de liberación, se quitó el collar que sostenía las dos argollas contra su pecho y la lanzó al mar también.
La farsa había terminado.
—Tardaste más de lo planeado. —le dijo Shizuma después de aterrizar— Estuviste dos horas allá arriba.
—Necesita un respiro. —contesta escuetamente y avanzó sin desviaciones hasta el auto— Llévame con los otros.
Tatsumi, quien escuchaba en silencio desde el asiento trasero, levantó la mano para tocar el brazo de la pelinegra para brindarle un gesto de apoyo.
—Sabes que yo maté a tu hermana, ¿verdad? —dijo mirando a la rubia sobre su hombro— ¿Estás segura de que tu lealtad es para mí?
Los ojos verdes-grisáceos de la rubia se abrieron más de lo normal por el tono tan plano de su voz y el desinterés marcado.
—Buntan no actuó bien. —balbucea siendo tomada desprevenida— Decía amar a Kagura y formó parte del plan que lo mató, incluso a mí me rechazó y...
—Podría decirse que yo influí también en la muerte de Kagura. —contesta con sequedad— Pude haberlo impedido, pero no lo hice.
—¿Tú...
—Siempre supe que me mintieron. —soltó de golpe y se giró a verla— Todos. Incluida tú.
Tatsumi abrió y cerró la boca sin saber qué decir.
—Al parecer has estado haciéndote pasar por mí, ¿no? —le ofrece una sonrisa irónica— Me han mostrado los mensajes de voz y debo decir que la interpretación te ha salido bien.
—Sarada, yo... —intentó hablar, pero las palabras no le salían.
—Yo maté lo último que te quedaba de familia, supongo que estamos a mano. —se encoge de hombros— Además, lo que hiciste sirvió como distracción para que no me buscaran, así que de mi lado no hay rencores.
Shizuma oía hablar a la joven y no podía creer que fuera la misma chica dulce que conoció. ¿Había estado fingiendo todo este tiempo?
—No te hagas el sorprendido, Shizuma. —puso los ojos en blanco— Y tampoco te atrevas a juzgar lo que hice después de todo lo que me hicieron pasar.
—Utilizaste a Kagura como tu escudo. —exclama con incredulidad— No te juzgo, cariño, te admiro.
La Uchiha enarca una ceja desconcertada. Era la reacción que menos hubiera esperado del amigo más fiel de su difunto esposo.
—No me mal entiendas, quería a Kagura. Si hubiese llegado cinco minutos antes habría dado mi vida por la suya sin dudarlo. —le mira de reojo— Pero siempre le advertí que todo este embrollo terminaría mal.
—Debió hacerte caso. —contesta la joven con simpleza— Se enamoró de una chica que no existe.
—Es imposible que fingieras amor. —suelta un suspiro largo— ¿O me equivoco?
El acto de la chica ingenua y dulce fue lo que le valió la condescendencia de Kagura. Si no se hubiera comportado como una joven inocente, necesitada de protección y cegada por el amor probablemente la historia habría sido diferente.
Entonces concluyó que tal vez no se enamoró del hombre, sino de lo era capaz de hacer por ella.
—Tú dímelo. ¿Me veo como una viuda dolida? —contesta de lo más normal— No, porque nunca lo habría puesto por delante de mis propios intereses.
Tatsumi se tragó el nudo en su garganta y le miró fijamente.
—¿También fingiste nuestra amistad? —pregunta con la voz temblorosa— Dijiste que serías mi familia, ¿también mentiste en eso?
—No, no mentí. —sus rasgos se suavizaron por un momento— Adonde yo vaya, tú también irás. Si así lo quieres, por supuesto.
La joven rubia se limpió las lágrimas que se derramaron por su mejilla con la manga de su suéter y asintió lanzándose a abrazarla como pudo desde el asiento trasero.
—Prometo no volver a mentirte jamás. —solloza contra su hombro— Sé que te costará confiar en mí, pero no voy a decepcionarte, lo juro...
—Sí, sí, está bien. —palmea su espalda con una mueca de dolor— Necesito tu ayuda con algo.
—Oh, lo siento mucho, olvidé que estás herida. —murmura apenada y regresa a su asiento— ¿Para qué necesitas mi ayuda?
—Busca departamentos en venta en la ciudad de Londres. —le dice recomponiendo su expresión seria— Necesitamos un sitio donde quedarnos por un tiempo.
—¿No tenías una casa allí?
—Sí, pero quiero un sitio nuevo. —responde con voz queda— Estaremos viajando antes de terminar el mes.
Entonces se giró a mirar al pelinegro, quien detenía el vehículo finalmente frente a la entrada de la residencia en completo silencio.
—¿Qué hay de ti? —pregunta Sarada— ¿Qué piensas hacer ahora?
El hombre se aclaró la garganta mientras apagaba el motor de la SUV.
—Cuidar de ti. —dijo con solemnidad— Kagura me hizo prometer que te protegería.
—Te libero de la promesa, no tiene validez ahora que las caretas de todos aquí cayeron. —exclama la azabache— Si quieres irte, puedes hacerlo. No estás obligado a quedarte después de saber que fue una farsa que supe mantener hasta el final.
—Aún así, quiero hacerlo. —murmura con determinación— Necesitas a alguien en quien puedas confiar de verdad, alguien que no te traicione sin importar las circunstancias.
—¿Por qué?
—Porque me agradas. —confiesa el pelinegro— Y una vez que yo hago un juramento, se convierte en una regla de oro para mí.
Sarada escrutó su rostro serio con lentitud y tras un par de segundos asiente. Sí, podía confiar en Shizuma.
—De acuerdo. —acepta abriendo la puerta del conductor— Vamos, tenemos mucho trabajo por hacer.
Permaneció años aislada, pero supuso que era hora de regresar. Y lo haría a lo grande.
(...)
Hinata observó con preocupación a su hijo mayor desde la puerta entreabierta del estudio y sintió una fuerte opresión en su pecho. ¿Por qué estaba torturándose tanto? Él tenía la posibilidad de acabar con todo esto, pero era tan necio que prefería ignorar el hecho de que se estaba condenando a sí mismo.
—¿Podrías hablar con él? —le pidió a su esposo en cuanto le vio doblar en el pasillo— Ha estado bebiendo toda la mañana.
Naruto suelta un profundo suspiro y acaricia la mejilla de su esposa antes de asentir y pasar por su lado para adentrarse al estudio cerrando la puerta detrás suyo.
Kawaki apenas levantó la mirada cuando su padre entró y tomó asiento en la silla frente al escritorio, su atención estaba puesta en los planos que tenía frente a él sin dejar de analizarlos con ojo crítico.
—¿Son los planos de una casa? —pregunta el mayor echándole un vistazo— Es grande, más que esta. ¿Es un nuevo proyecto?
Su intento por iniciar una conversación se vio patético, en especial cuando su hijo enderezó la espalda e hizo a un lado todos los papeles que tenía sobre el escritorio.
—¿Sucedió algo? —dice con su expresión seria habitual.
—Tu madre está preocupada por ti. —confiesa relajándose contra el respaldo de la silla— Cree que estás bebiendo mucho.
Kawaki enarca una de sus cejas oscuras.
—En realidad, yo también estoy preocupado. —admite con los ojos azules brillando de sinceridad— Creo que no deberías hacer esto.
—¿Hacer qué?
—Sabes a lo que me refiero, hijo. —sacudió la cabeza con reprobación— Aún podemos hacer algo para solucionarlo.
—Es demasiado tarde. —niega, tomándose lo que resta de su trago de whisky— ¿Crees que se tomarán bien una cancelación?
—Sé porqué lo estás haciendo. —dice soltando un suspiro— Pero quiero que sepas que no nos debes nada.
—No lo hago por eso.
Naruto resopla, creyendo que no tenía remedio discutir con él. Kawaki jamás aceptaría que de alguna manera se sentía en deuda con ellos por haberle brindado un hogar.
—Tanuki Shigaraki exigía la unión de Boruto y su hija debido a que son casi de la misma edad. —se burla el mayor— Yo no iba a aceptar de ninguna manera una tregua condicionada por un matrimonio, pero tú aceptaste en mi nombre y te propusiste a cambio de tu hermano.
—Boruto es manipulable, por eso Tanuki quería casar a su hija con él. —contesta de manera apacible— Además, se la pasaba pregonando que se casaría con su mejor amiga.
—Sí, a la cual sedujiste, por cierto. —estrecha la mirada— ¿Por qué libraste a tu hermano de un compromiso si al final ibas a perseguir a la misma chica? No tiene sentido.
Los ojos grises destellaron con un sentimiento de culpabilidad y al mismo tiempo con algo que su padre no supo identificar.
—No debí dejar que sucediera. —frunce el ceño, molesto consigo mismo— No fui capaz de controlar mis decisiones, al menos no cuando se trataba de ella.
Le vio servirse un nuevo trago de escocés y terminarlo en menos tiempo de lo que le tomó rellenarlo otra vez.
—Ella no me recuerda... —su expresión cambió a una pensativa— Debería dejarla en paz.
Parecía... derrotado. Naruto jamás había visto esa mirada en su hijo mayor, aquel chico independiente y duro dejó entrever un poco de su vulnerabilidad, pero a los pocos segundos volvió a recomponer su semblante estoico.
—Lo único que sé... —susurra el rubio inclinándose hacia el frente en su asiento— Es que no puedes recibir una bala por ella y después planear casarte con otra mujer. Es injusto para ambas, y para ti también.
—Le dije a Boruto que haría que ella me recuerde. —aprieta los labios— Pero ya no estoy tan seguro de eso.
—¿Por qué?
—Porque todo lo malo que le ha pasado desde que nos encontramos ha sido mi maldita culpa. —gruñe en voz baja— Tal vez es mejor si no me recuerda.
—¿Entonces planeas casarte con Sumire? —pregunta su padre sacándolo de sus pensamientos intrusivos.
Él le dio un sorbo a su whisky, se tomó unos segundos para meditar su respuesta y finalmente abrió los labios para contestar.
(...)
—Demasiado lento. —sonríe de medio lado, esquivando la siguiente combinación de golpes— ¿Estás oxidado?
Daiki sacude la cabeza y se lanza contra ella logrando derribarla sobre el suelo de lona de la jaula. Sarada soltó una risa, girando su pequeño cuerpo a tiempo para atraparlo en una llave twister, sujetando la barbilla con la mano y girando la cabeza en dirección contraria a su cuerpo infringiendo dolor en su cuello.
—Me la pusiste muy fácil, hermanito. —dice en tono burlón, dejándolo libre tras unos segundos— Podría haberte roto el cuello en segundos.
—Estás jodidamente loca. —deja caer su cuerpo de espaldas para recuperar el aliento— ¿Dónde mierda aprendiste eso? No es el estilo de mamá.
—Torune. —ladea su rostro para mirarle, ambos estaban recostados en la lona— Él prefería ser más agresivo.
Prefería. Aún le costaba ocupar el tiempo pasado cuando hablaba de él, seguía sin asimilar que ya no estaba ni lo estaría nunca más.
—¿Quieres hablar de eso?
—No me acostumbro. —contesta ella, soltando un suspiro tembloroso— Es como si todo hubiese sido una pesadilla.
Daiki asiente, escuchándola en silencio.
—¿Estás haciendo todo esto para ocupar tu mente? —intenta adivinar— No va a funcionar.
—No lo hago por eso. —se encoge de hombros, sentándose en el suelo mientras abrazaba sus rodillas— Creo que durante años intenté evadir algo que al final era inevitable.
—Explícate.
—Nací para esto. —señala a su alrededor— Los últimos meses sirvieron para confirmar que es el sitio al que pertenezco.
La mirada del Uchiha mayor se endureció al oír su determinación y sacudió la cabeza con resignación.
—Mamá era la más optimista. —resopla el pelinegro llevándose las manos detrás de la cabeza— Creyó que regresarías a Londres y retomarías tu vida alejada de todos otra vez, o en el peor de los casos te mudarías al otro lado del mundo.
Sarada sonrió con ironía.
—¿Y qué piensas tú?
Su hermano tomó su rostro con firmeza y la miró a los ojos.
—Lo que sea que decidas hacer, te apoyaremos. —aseguró sin un rastro de vacilación— Sólo no nos alejes más.
La azabache asiente mordiéndose el labio inferior y rodea el torso de su hermano en un abrazo. Ninguno era muy dado a las muestras de afecto, pero había momentos en los que se requería.
Su familia seguiría siendo su lugar seguro, aún del otro lado del mundo.
—¿Qué sucede contigo? —susurra apretándola con fuerza— ¿Qué piensa esa cabecita tuya?
—No quiero más dolor. —dice en un tono seco— Tuve suficiente para esta vida y las que siguen.
—Lo sé. —la besa en la coronilla— Eres una Uchiha, eso te hace una chica fuerte, estás preparada para el dolor.
No iba a llorar, los últimos meses habían estado llenos de lloriqueos y estaba harta de tanto melodrama.
—¿Entonces ahora prefieres infligir dolor para no recibirlo? —comenta con sarcasmo, pero al ver que no lo negó su sonrisa decayó— Sigo creyendo que eres una maldita arpía.
Ella se encoge de hombros.
—¿Pero soy tu arpía favorita?
Daiki sonríe y afirma con la cabeza.
—Siempre.
Él se pone de pie y le extendió la mano para ayudarla a levantarse.
—Por cierto, me molesta que no hayas hecho a Moscú la sede principal. —frunce los labios, pasando su brazo alrededor de sus hombros— Apuesto a que Itsuki piensa igual.
—¿Crees que soy idiota? Es mi idea, por lo tanto la mayoría de las ganancias son mías. —murmura como si nada— Los amo, pero negocio es negocio, y ahora no trabajo para nadie más que para mí.
Daiki soltó un resoplido audible y bajó las escaleras del ring junto con ella. Hace mucho que no tenía a su hermana de visita y le resultaba nostálgico, no quería dejarla ir. Con Sarada todo siempre era más divertido.
—¿Cuánto tiempo vas a quedarte? —pregunta viéndola recoger su bolso deportivo y colgándoselo sobre su hombro.
—Me marcho hoy mismo, sólo quería supervisar la primera noche y ya lo hice. —menciona sujetándose la herida del brazo con una mueca de molestia— Creo que todo marcha perfecto.
—¿Aún te duele? —señala su brazo— Deberías tomarte un respiro, supongo que no has parado desde que te fuiste de Italia.
Las últimas tres semanas resultaron ser demasiado ajetreadas para ella, pero había valido la pena después de ver los resultados tan fructíferos que dio su esfuerzo.
—Voy a regresar a Londres. —le hace saber, metiendo la mano dentro del bolso para sacar unos tickets— Son entradas para la primer función de la gira en Dublín.
—¿Piensas regresar al ballet?
—Tengo que terminar lo que empecé. —dice encogiéndose de hombros— Pero no voy a negar que tengo mis propios planes, te lo explicaré después.
Daiki asiente sin hacer más preguntas, después de todo, su hermana no siempre revela lo que tiene en mente hasta que lo lleva a cabo. Le costaba admitirlo, y jamás lo diría en voz alta, pero Sarada tenía un talento natural para esto, en cambio él e Itsuki tuvieron que llevar una preparación previa para tomar el cargo que tienen ahora y ganar la experiencia que los colocó a la cabeza de la pirámide de la mafia.
Su hermana había logrado amasar un imperio y en esos dos meses que fingió ser una joven ingenua consiguió convertir al enemigo en aliado y formar una nueva coalición que abarcaba la mayoría de ambos continentes.
¿Estaba sorprendido? En lo absoluto.
—De acuerdo, envíame la nueva dirección para mandar flores de bienvenida. —dijo con fingido entusiasmo— Sigue sin agradarme la idea de que vivas sola.
—No voy a vivir sola. —enarca una ceja— Te dije que Tatsumi irá conmigo.
—Otra cosa que no me agrada. —hace una mueca de disgusto— Es la hermana de la mujer que asesinaste. ¿Crees de verdad que no está planeando algo contra ti?
—Lo creo. —asiente con sinceridad y su hermano resopló— Te veo después, ¿sí?
Daiki pone los ojos en blanco, pero aún así deja que su hermana envuelva sus brazos alrededor de su torso por última vez y él la aprieta contra él mientras deja escapar un suspiro de alivio.
Le alegraba tenerla de vuelta.
—Mantente a salvo, arpía. —le besa la cima de la cabeza— Te quiero.
—Y yo a ti.
Sarada la guiña un ojo antes de separarse y decidir seguir con su camino.
(...)
La rubia se adelantó a salir del ascensor con una sonrisa de oreja a oreja, completamente satisfecha por su elección, pero sin dejar de observar la reacción de la joven detrás suyo esperando que dijera algo al respecto.
—¿Y? —pregunta tras unos segundos en los que la mirada oscura recorrió el vestíbulo vacío— ¿Qué te parece?
El penthouse de dos plantas en el lujoso edificio de veinte pisos en Hampstead al noroeste de Londres tenía todo lo que se podía pedir. Unas vistas envidiables y espacio más que suficiente.
—Tiene tres habitaciones además de la principal, un cuarto de cine, piscina, un pequeño gimnasio... —enumera con los dedos de la mano— La cocina es enorme, también hay un estudio para ti y un comedor, área de lavado, incluso hay una pequeña sala de estar donde podemos adaptarla para que puedas ensayar y...
La Uchiha recorre con la punta de los dedos el inicio del barandal de cristal de las escaleras que conducen a la planta superior y los ojos verdes de Tatsumi no se pierden ninguno de sus movimientos.
—Si no te gusta, podemos cancelar la compra. —dice de inmediato— Hay otro apartamento en Mayfair que podría gustarte más...
—Tatsumi, respira. —toca su hombro con la mano— Este sitio está bien.
La rubia suelta un suspiro de alivio y rodea el cuerpo de la azabache con un abrazo inesperado.
—Relájate, no es para tanto. —dice Sarada con una sonrisa incrédula— Parecería que temes que te mate si no me gusta el departamento.
Las mejillas se le ruborizaron de inmediato y sacude la cabeza mientras agita las manos en negación.
—No, es sólo que quiero que esto sea un nuevo comienzo. —sonríe tímidamente— Será nuestro hogar, Sarada, debe sentirse como tal.
La menor suelta un suspiro y mete la mano a su bolso de mano para sacar un pequeño plástico rectangular para después ofrecérselo.
—Toma, esta es tuya ahora. —deja la American Express negra en su mano— Es una extensión de la mía.
—Pero...
—Escucha, el dinero no me interesa. —pone los ojos en blanco— Compra lo que necesites, ropa, zapatos, un auto, lo que sea que se te antoje.
Tatsumi frunció el ceño.
—Estás haciéndome sentir como una prostituta. —se cruza de brazos— ¿Quieres que te pague con favores sexuales?
Sarada se suelta una carcajada al oírla, lo que hizo que la rubia se enfurruñara más.
—Sé que soy deseable, pero las mujeres no son lo mío. —contesta la Uchiha con diversión— No te enamores de mí, por favor.
—¡Sarada! —exclama roja de la vergüenza— Estoy hablando en serio.
—Yo también. —se encoge de hombros— Ya te lo dije, no me importa el dinero.
—Pues me rehúso a vivir a costa tuya. —mantiene su postura— Puedo conseguir un trabajo.
Era consciente de que no tenía nada para ofrecer allí, lo poco que podía aportar era el toque hogareño al departamento. Le gustaba cocinar, disfrutaba mucho de eso, en realidad.
—Entonces trabaja para mí. —le propuso la azabache— Hay muchas cosas que requieren mi atención y no puedo hacer todo al mismo tiempo...
—¿Quieres que limpie, cocine y lave tu ropa? —enarca una ceja— Primero tendrás que poner un anillo en mi dedo si quieres que sea tu ama de casa.
La Uchiha puso los ojos en blanco.
—No me refería a las tareas domésticas, y tampoco me apetece otro matrimonio fallido, gracias. —se burla— Podemos contratar a alguien para que se haga cargo de la limpieza aquí.
—¿Entonces? ¿En qué quieres que te ayude?
—Lo veremos sobre la marcha. —dijo sin dejar lugar a más preguntas— Por el momento necesitamos amueblar todo el departamento y realmente no tengo tiempo para hacerlo, supongo que habrá que contratar una diseñadora de interiores.
—¡Por supuesto que no! —chilla Tatsumi al instante— Este sitio debe sentirse como un hogar, no como uno de esos departamentos sobrios que aparecen en las revistas y que parecen frívolos.
—Pues entonces hazte cargo. —resopla hastiada— Dale uso a la tarjeta que te acabo de dar y compra lo que creas necesario.
Seguía siendo demasiado trabajo para ella sola, fue entonces que se le ocurrió una idea y bajo la atenta mirada de la rubia sacó el móvil de su bolso y marcó un número en específico.
—¿Hola? ¿Sarada? —hablaron en la otra línea— ¿Dónde estás, cariño?
—Necesito tu ayuda. —dijo la azabache girándose a ver las vistas de la ciudad— ¿Estás libre esta mañana?
—¿Estás en Londres? —exclama la voz femenina con sorpresa— Estoy saliendo de casa en este mismo instante, te veo en Kensington en veinte minutos.
—No estoy allí. —le hizo saber— Te envío la dirección por mensaje.
Y colgó. Sabía que no le tomaría mucho tiempo en llegar, resulta que Camden quedaba relativamente cerca de Hampstead, así que podría estar ahí en cuestión de minutos.
—¿Quién era? —pregunta Tatsumi con curiosidad.
—Una amiga. —menciona Sarada— Te ayudará con la decoración del departamento, se le da bien eso de gastar el dinero.
Tatsumi no estaba muy segura de si le agradaba tener una mano extra para aligerar el trabajo o si debía sentirse intimidada por conocer a una de las antiguas amigas de Sarada. ¿Y si no le caía bien?
¿Qué pasaría si sus amigas la odiaban y ella decidía echarla de su vida por eso? Era completamente patética. No temía perder todas las comodidades que le ofrecían, sino perder lo único que le quedaba.
Sarada dijo que era su familia, ¿verdad? No se iba a deshacer de ella tan fácil.
Media hora después, y tras comerse las uñas casi hasta la cutícula por los nervios, las puertas del ascensor se abrieron y por ella entró una mujer pelimorada con aspecto impecable, ropa de diseñador y una mirada ámbar que observó su alrededor con ojo crítico.
—Es lindo, muy tu estilo. —dice la joven adentrándose al vestíbulo haciendo resonar sus tacones altos— ¿Cuándo ibas a decirnos que regresaste a Londres?
—Acabo de aterrizar hace más o menos dos horas, no empieces con tus dramas. —responde Sarada poniendo los ojos en blanco— Ni siquiera Ryōgi lo sabía hasta hace un rato.
—El imbécil nunca me dice las cosas importantes. —resopla acercándose a ella para rodearla en un abrazo cariñoso— Te ves espectacular, por cierto.
Aquella mujer no le dirigió ni una mirada hasta que se separó de Sarada y toda su atención recayó sobre ella. Kaede enarcó una de sus cejas violáceas al ver a la mujercita que parecía esconderse detrás de su amiga con timidez.
—¿Y ella es...? —se gira a ver a la azabache con gesto confundido— ¿Tu agente inmobiliario?
—Su nombre es Tatsumi. —la corrige la pelinegra— Vivirá conmigo.
Vio a Kaede con una expresión descompuesta y se tuvo que recordar que así era ella, acostumbraba a juzgar y después aceptar.
—Si buscabas una compañera de piso, me lo hubieras pedido. —dice enfurruñada— Estoy cansada de vivir con Ryōgi, todo el tiempo hay alguien vigilándome.
—Eso no va a cambiar aunque te mudes al otro lado del mundo. Acostúmbrate. —comenta Sarada como si nada— No busco compañera de piso al azar, ya estaba planeado que ella viniera conmigo.
—¿Por qué? —frunce el ceño— Siempre has vivido sola, no entiendo porqué de repente quieres compañía...
Ahí estaba lo único que odiaba de todos los que la conocían: que supusieran e intentaran comprender cada cosa que hacía y la sometieran a un juicio, como si le importara alguna opinión además de la de su núcleo familiar.
Al ver que Sarada no parecía dispuesta a dar más explicaciones, Kaede decidió desistir y relajar su postura un poco.
—¿Para qué necesitas de mi ayuda? —pregunta la pelimorada cruzándose de brazos.
—Tatsumi no conoce la ciudad. —comienza a decirle— ¿Podrías ayudarla a amueblar el penthouse?
Kaede estrecha la mirada hacia la azabache y finalmente su semblante se transforma en uno de entusiasmo.
—¡Por supuesto que sí! —chilla emocionada— Ya tengo un par de ideas, te aseguro que el sitio quedará fantástico.
—Gracias. —menciona Sarada, volviendo a colgarse su bolso en su hombro— ¿Puedo confiar en que pueden quedarse solas por un rato?
—Con una condición. —la señala Kaede antes de que emprendiera su huida— Cena en mi casa hoy, será tu bienvenida a Londres.
—Como sea.
La Uchiha se abstuvo de poner los ojos en blanco. ¿Bienvenida a Londres? No podría decir que estaba de vuelta, su estadía en la ciudad era temporal. Vendría de vez en cuando, pero jamás sería permanente como antes.
(...)
—¡Me alegra verte de nuevo! —exclamó el hombre castaño abalanzándose contra ella en cuanto la vio— Estuve tan preocupado...
Sarada palmeó su espalda con cierta incomodidad, pero no se alejó.
—Kaede mencionó que todo este tiempo estuviste... —ni siquiera podía decir la palabra— Dime que estás bien, por favor.
—Estoy bien. —repitió como un mantra— ¿No me estás viendo?
—Todos estos meses... —toma su rostro con la manos y la inspecciona— Creí que estabas de viaje, divirtiéndote con Hoshi y no...
—¿Secuestrada? —enarca una ceja— Puedes decirlo, no es un tema tabú.
Hōki se separa tomándola por los hombros y dándole un poco más de espacio para respirar, cosa que ella agradeció.
—Tuve un accidente automovilístico que provocó mi amnesia por un corto periodo de tiempo, pero aún hay algunas cosas que están borrosas para mí. —explica con toda la paciencia que pudo reunir— Recuerdo tu rostro y que eres mi nueva pareja de baile, también que parecíamos ser buenos amigos... ¿estuviste en mi casa o es idea mía?
—Sí, nos invitaste a pasar un par de semanas con tu familia en Italia. —responde, intentando no parecer tan sorprendido— ¿De verdad apenas lo recuerdas?
—El médico dijo que los recuerdos volverán solos. —se encoge de hombros— Pero no tengo prisa. En realidad, no me aflige el no recordar porqué me fui en primer lugar.
—Pero te acuerdas de los chicos, ¿no? —pregunta angustiado— Hako y Renga, mis compañeros de piso, te los presenté justo el día que nos conocimos.
—Me parece que tengo un recuerdo de un restaurante de comida china y dos rostros desconocidos. —se encoge de hombros— ¿Pueden ser ellos?
—¡Sí! —expresa con entusiasmo— Ellos también viajaron a Palermo, además de Chōchō y Yodo.
—Vaya... entonces fuimos más cercanos de lo que creí. —enarca una ceja oscura— Supongo que nos pondremos al corriente esta noche.
Hōki iba a decir algo más, pero en ese momento entró por la puerta el director de la obra, el coreógrafo y algunos otros miembros del elenco preparados para un ensayo general.
—Por favor, Sarada, dime que estuviste practicando. —emitió el coreógrafo en tono suplicante— No tenemos tiempo para más correcciones, la primera fecha está a la vuelta de la esquina.
—Todo está en orden. —se cruza de brazos— Pero hay algo que debo discutir con ustedes después del ensayo de hoy.
El castaño la observó con preocupación a un par de metros de distancia y no pudo evitar detallar su nuevo aspecto. Seguía siendo igual o más hermosa que antes, pero algo en ella había cambiado, no estaba seguro si era físico o se trataba de su esencia. Pero no era la misma chica que vio la última vez.
Sí, su técnica de baile seguía siendo impecable, cada movimiento lo hizo a la perfección, pero también notó que al llegar a la parte crucial su mirada cambió.
No podía explicar la sensación que tuvo al verla terminar su número, pero vio la manera en la que el director y el coreógrafo se miraron mutuamente, ambos parecían estar más que satisfechos por la presentación. Pero a él lo dejó con un nudo en la garganta y la piel erizada.
¿Qué le había sucedido a su Sarada?
(...)
—Creo que ya tenemos lo básico, recámaras, muebles de cocina, lavandería y sala de estar. —enlistó Kaede con el ceño fruncido— ¿Hay algo que se me está pasando?
—No, creo que tienes todo controlado. —contesta Tatsumi caminando a su lado— Todo debería estar llegando al final del día.
Ambas recorrieron el pasillo de la tienda departamental mientras la pelimorada escogía el color de las cortinas para el ventanal.
—Ya tenemos vajilla, toallas de baño, sábanas, almohadas. —siguió diciendo la pelimorada— Alfombras, comedor, mesitas de noche...
Kaede se estaba comportando raro, es decir, la rubia apenas la conocía, pero su comportamiento parecía un tanto... robótico, como premeditado.
—¿Te sucede algo? —pregunta Tatsumi dubitativa— Sé que nos acabamos de conocer, pero pareces distraída.
—No es nada. —sacude la cabeza restándole importancia— Mejor dime, ¿de dónde conoces a Sarada? Debes ser importante para ella, de lo contrario no habría permitido que vivieras en su departamento.
—Yo... era amiga de Kagura. —se aclara la garganta— Es decir, nos conocimos por él, pero nuestra conexión es genuina, o eso creo...
—El mundo debe estar de cabeza. —niega con incredulidad y después suspira— Da igual, si ella te considera amiga suya, por mí está bien.
Después de terminar con las últimas compras, Kaede prácticamente la arrastró al auto que las esperaba fuera del centro comercial que las llevaría a casa. Le tomó un par de llamadas organizar que todos se encontraran allí, pero la mayoría confirmó al poco rato.
Por eso, no le sorprendió toparse con el grupo de amigos llegar al mismo tiempo que ellas a la entrada principal de la residencia. Sin embargo, su ceño se frunció un poco al no ver a alguien en específico.
—¿Y Hōki? —pregunta en cuanto los alcanzó en el corto camino empedrado hasta la puerta— Creí que vendría con ustedes.
—Me envió un texto hace diez minutos. —contesta Hako— Él y Sarada vienen en camino.
—¿Juntos?
—Sí, al parecer Sarada se reintegró a sus actividades en el Royal Ballet. —explica la peliazul— Hoy fue su primer ensayo juntos.
La sonrisa de Kaede decayó por un momento, pero al segundo siguiente recompuso su expresión y les cedió el paso al grupo dentro de su casa.
—La eché tanto de menos. —exclamó Chōchō haciendo un puchero— Ahora entiendo porqué nunca tuvo la oportunidad de hacer siquiera una llamada.
Tatsumi se removió incómoda en su sitio, en especial cuando todos se reunieron en el vestíbulo y la atención de los cuatro recién conocidos se detuvo en ella.
—Anda, preséntate, no seas tímida. —la animó la pelimorada— Todos aquí son amigos de Sarada también.
Las mejillas de la rubia se sonrosaron y sacudió la mano a modo de saludo.
—Soy Tatsumi. —dijo en voz alta— Me mudé con Sarada desde Estambul.
—¿Eres... —Yodo se aclaró la garganta— ¿La conociste mientras estaba secuestrada?
—No creo que a Sarada le guste que hablen sobre lo que le pasó. —añade Renga haciendo una mueca de incomodidad— Deberían ser más discretos.
—¿Vivirás con Sarada en la casa de Kensington? —cuestiona la morena con una mueca de disgusto— Eso es injusto, le he propuesto un montón de veces que seamos roomies y siempre me ha rechazado.
—A decir verdad... —la rubia se relame el labio inferior con nerviosismo— Sarada compró un penthouse en Hampstead, ahí es donde viviremos a partir de hoy.
—A veces se me olvida que está pudriéndose en dinero. —resopla Yodo recostándose en el respaldo del sofá— ¿No pensaba decirnos nunca que está comprando una nueva vida?
El timbre sonó en ese preciso momento y Kaede se apresuró a abrir la puerta con una sonrisa radiante que se borró en el momento en el que vio al par de recién llegados. Sarada dio un paso al frente con esa seguridad que la caracteriza y los ojos ámbar de la pelimorada descendieron hacia la mano de Hōki que sostenía su espalda baja por puro instinto.
—¡Cariño! —chilla Chōchō lanzándose contra la azabache y envolviéndola en un abrazo— Oh, Dios mío, qué bueno que estás bien, estuve tan preocupada.
Si a Sarada le pagaran por cada vez que tuvo que escuchar esas palabras las últimas semanas probablemente sería más rica de lo que ya es, pero se obligó a sonreír en cada ocasión. Dos segundos después, Yodo se unió al abrazo y repartió besos por todo su rostro.
—Mi espacio personal. —replicó ella sintiendo que le faltaba el aire por lo fuerte que la estaban abrazando.
Cuando consiguió que la liberaran, Hako también se acercó para darle un abrazo y Renga acarició su mejilla con cariño tras guiñarle un ojo.
—Me alegra que estés bien. —dijo el pelinegro en un susurro— Resulta que Londres se volvió aburrido sin ti.
Kaede se aclaró la garganta para llamar la atención de todos, pero nadie pareció haberla escuchado porque estaban envueltos por la presencia de Sarada. Era como si ella fuera el sol y los demás fueran los planetas gravitando a su alrededor.
Siempre era así. Acaparando las miradas.
Y no le habría importado antes, pero en algún momento de los últimos meses tras salir de la clínica de rehabilitación y convivir con más personas de otro índole social se dio cuenta de que se había enamorado de Hōki Taketori olvidando por completo que él ya estaba enamorado de alguien más.
No le tomó importancia en aquel entonces, pero ahora que ella estaba ahí... Le molestaba de cierta forma. Estaba siendo egoísta, por supuesto que sí, y en esos instantes en los que la vio desenvolverse entre ellos de manera tan natural a pesar del tiempo y la distancia, una realización le pegó de golpe:
Estuvo viviendo una vida que no era suya. Ellos no eran sus amigos, eran los de Sarada.
—Pasemos al comedor. —habló en voz alta para hacerse oír, ignorando el nudo que se instaló en su garganta— La cena ya debe estar lista.
Hako fue la única en darse cuenta del temblor en su voz, y al conocer los sentimientos que tenía por su mejor amigo, le ofreció un apretón reconfortante en el hombro mientras los demás se adelantaban al comedor.
Sin embargo, esa punzada en el pecho no desapareció el resto de la velada, al contrario, el hueco en su estómago creció al ver la manera en la que Hōki miró a la Uchiha durante la cena. Estaba embelesado, completamente hechizado, y no sabía si alguna vez podría competir contra eso.
—¿Entonces? ¿Cuándo nos invitas a tu nuevo hogar? —propuso Renga inclinándose hacia el frente con curiosidad— Nosotros nunca fuimos a tu casa, ¿verdad, Hōki?
El castaño se encogió de hombros y no respondió.
—¿Qué? —abrió los ojos— ¿Hasta tú has ido?
—Yo nunca dije que no conocía su casa. —contesta el ojiazul sin despegar la mirada de su postre.
Sarada soltó un suspiro audible que hizo que todos se giraran a verla de inmediato.
—¿Ryōgi está en casa? —pregunta a la pelimorada que se había mantenido en silencio.
Eso era inusual en ella.
—Debe estar en el estudio. —resopla Kaede— Le he avisado de la cena, pero al parecer no le apetecía un ambiente tan ruidoso, ya sabes que es un amargado...
—Necesito hablar con él. —se pone de pie— Es bueno que esté aquí, así me ahorro tener que regresar otro día.
—Espera, Sarada... —la llamó Chōchō haciendo un puchero— ¿De verdad tienes que irte?
La azabache se detuvo tras dar un par de pasos y miró sobre su hombro a sus dos amigas. Era obvio que ellas querían que permanecieran ahí sentada un rato más, pero la verdad era que de pronto aquellas conversaciones banales le parecían tan aburridas que prefería irse antes de comenzar a comportarse como una cretina, porque sabía que eso sucedería si se queda un minuto más ahí.
—Debo discutir unas cosas con Ryōgi. —se muerde el interior de la mejilla— Es importante.
Y no exageraba, era una de las principales razones por las que aceptó la cena en casa de Kaede. Entonces metió las manos a su bolso de mano y sacó un juego de llaves para después lanzárselas a Tatsumi.
—Llévate mi auto. —le dijo a la rubia sin dudar ni un segundo— Haré que Ryōgi me lleve más tarde.
—¿Estás segura? —pregunta Tatsumi mordiéndose el labio inferior— No me molesta esperarte.
—No, será una larga charla. —suspira con seriedad— No me esperes despierta.
La ojiverde se ruborizó un poco, pero asintió. Resulta que había logrado predecir lo que haría, antes de que mencionara eso último estaba pensando en estrenar el cuarto de cine con un maratón de películas mientras esperaba su regreso a casa.
—Vale, me iré al penthouse. —se encoge de hombros— Pero no puedo prometerte que no esperaré a que llegues.
Sarada reprimió una sonrisa y le guiñó un ojo antes de salir del comedor sin mirar atrás una última vez. Sólo hasta entonces Chōchō se permitió suspirar de manera audible.
—Bien, creo que lo hicimos bastante bien. —les sonríe la morena a todos alrededor de la mesa— Aunque ha sido agotador no mencionar el tema.
—Supongo que ha sido porque todos aquí estamos de acuerdo en no mencionar al innombrable. —dice Yodo poniendo los ojos en blanco— Es mejor si no recuerda al causante de su sufrimiento.
—No sé si podamos culpar a Kawaki por su secuestro... —balbucea Hako— Es decir, la lastimó, pero eso no significa que...
—¡Ni siquiera menciones el nombre de ese imbécil! —la Akimichi frunce la nariz con disgusto— Conoció a Kagura durante su viaje a Suiza, así que técnicamente es su culpa. Para mí siempre será el culpable de todos sus males.
—Relájate, Chōchō. —la rubia a su lado palmea su hombro— Yo también lo odio, pero no queremos que ella oiga tus gritos.
La morena resopla y se deja caer resignada contra el respaldo de su silla.
—Como sea, que no lo recuerde debe ser una señal del destino. —sonríe satisfecha— Tal vez ahora pueda enamorarse de alguien que sí valga la pena.
Tatsumi oía en silencio sin entender de quién estaban hablando y Hako se compadeció de ella al ver su rostro de confusión.
—Sarada y Kawaki tuvieron una... relación retorcida a espaldas de todo el mundo. —susurra la peliazul en voz baja sólo para que la chica pudiera escucharla— Se suponía que era algo pasajero, pero ella se enamoró sin saber que él ya estaba comprometido con alguien.
Los ojos verdes de la rubia se abrieron por la sorpresa y tuvo que morderse la lengua para no soltar cualquier tipo de exclamación.
—Cuando ella lo supo decidió alejarse por un tiempo. —murmura ignorando la discusión de fondo— Ahí fue cuando la secuestraron. Todos creímos que se había esfumado para sanar viejas heridas, pero al parecer... ya sabes... sólo adquirió nuevas.
La joven se sintió doblemente aturdida al terminar de oír la explicación y se obligó a tragarse el nudo que se le atascó en la garganta. Minutos después, decidió marcharse a casa con un sentimiento de culpabilidad latente.
Ella también contribuyó al sufrimiento de su amiga, y aunque Sarada dijera que no le tenía rencor, ella misma no podía perdonarse tan fácilmente.
Mientras tanto, dentro del estudio de Ryōgi, la joven azabache se acomodó en la silla frente al escritorio con una pierna cruzada sobre la otra en una postura de seguridad absoluta y dominio pleno de la situación.
—Creo que no te estoy entendiendo. —exclamó el pelirrojo parpadeando desconcertado— ¿Qué es lo que me estás proponiendo?
La Uchiha sonrió de medio lado.
—Voy a reanudar el proyecto Kamui. —ladeó el rostro expectante— ¿Te gustaría unirte?
