Capítulo 2. El comienzo de los días falsos.
Tomoyo estaba en una sesión de fotos promocionales. El fotógrafo disparaba mientras la morena estaba sentada en unas elegantes escaleras bajo la atenta supervisión de Kaho Mizuki.
Tras la sesión de fotos, tenían una reunión con las representantes de una editorial con la que había colaborado puntualmente.
–El ensayo de la revista del mes pasado fue muy bien recibido. –dijo una de las asistentes a la sesión con admiración. –¿Le gustaría escribir para Reguliar? Las encuestas online que hemos realizado se muestran a favor de que escriba de forma regular. Aquí tiene nuestros datos. –dijo una de ellas mostrándole los estudios estadísticos.
Kaho sonrió de medio lado al ver la fascinación que su jefa provocaba en el mundo literario y cómo trataban de convencerla. Todas las editoriales querían trabajar con ella.
–Podríamos dedicar una hora al mes a escribir para Reguliar. –dijo Kaho con una calculadora en la mano. –Creo que una serie de unos mil quinientos caracteres sería factible.
–Muchas gracias. Estaríamos muy agradecidos desde nuestra editorial. –dijo una de las representantes de Reguliar.
–Estaré encantada. –dijo Tomoyo.
–Mi compañera Yamamoto, estará a cargo. –dijo la responsable señalándola.
–Es un honor trabajar con usted. –dijo Yamamoto con admiración. –Tengo todos sus libros. Mi favorito es "Por ti, algún día".
La sonrisa educada que tanto Kaho como Tomoyo habían mantenido durante toda la reunión se les fue borrando internamente y se miraron mutuamente. Estaba claro que pensaban lo mismo. Pero Tomoyo intentó disimular su reacción.
–¿En serio? –dijo Tomoyo manteniendo una sonrisa falsa.
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Tras la reunión mantenida con las representantes de la editorial Reguliar, Tomoyo entró enfadada a su despacho.
–¡Escribí esa novela hace diez años!¡Prácticamente me ha dicho que no he escrito nada mejor en una década! –dijo Tomoyo lanzando su abrigo, que a duras penas pudo recoger Kaho, consciente del problema.
–Para mucha gente, "La sexta mentira" es su obra favorita, y para otros es "La regla del parásito" y, en cambio, para otros es "Retracción". –intentó consolarla Kaho.
–¡Eso ya lo sé! –exclamó Tomoyo girando su silla hacia el ventanal con vistas al mar. Sabía que Kaho intentaba animarla, pero lo cierto es que aquello no le ofrecía ningún consuelo, porque se suponía que con cada obra debía superarse a sí misma.
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–Muy bien. –dijo Shaoran autoinfundiéndose ánimo en la nueva jornada laboral, ante la escéptica mirada de Meiling. Para ella, no le pasó desapercibida la pequeña sonrisa que tenía su compañero desde que había llegado, lo cual le extrañaba después de lo abatido que había estado cuando lo vio la tarde anterior. –¿Qué? –preguntó Shaoran al notar la mirada de Meiling sobre él.
–Nada. Que me parece que estás extrañamente contento para ser tú. –dijo Meiling.
–Supongo. Verás, es que no había estado tan emocionado con una historia desde hacía mucho tiempo. –dijo Shaoran.
–¿De quién? –preguntó Meiling interesada.
–De Sakura Kinomoto. –dijo Shaoran mostrándole el taco de folios.
–Ah, de la antigua que entrega los textos impresos personalmente. –dijo Meiling.
–Tiene que pulir algunos detalles, pero la he leído prácticamente de una sentada y es una historia buenísima. –dijo Shaoran. –Tiene algo especial.
Entonces, Shaoran vio aparecer al editor jefe que se dirigía hacia su mesa, y Shaoran decidió no desaprovechar la oportunidad de hacerle saber el talento que había descubierto.
–Eriol. ¿Podrías leer esta novela? –le pidió Shaoran extendiéndosela al editor jefe.
–¿En serio? –se preguntó Meiling al ver la iniciativa de Shaoran. Eriol la cogió para leer el título y el autor.
–La escritora no es famosa y prácticamente está empezando. –dijo Shaoran.
–¿Y?
–Me gustaría publicarla. –dijo Shaoran.
–¿Cuántas copias en la primera edición? –preguntó Eriol.
–Tres mil.
–Eso sería tirar dos millones de yenes a la basura. –dijo Eriol.
–Lo sé. Pero por una vez te pido una oportunidad de publicar algo que de verdad quiero publicar. Por favor. –dijo Shaoran inclinándose noventa grados.
Meiling pensó que debería ser algo realmente importante para Shaoran para llegar a ese punto. No solía tener tanta iniciativa al ver cómo lo trataban en la empresa y hacía tiempo que había dejado de pedirle a Eriol que le dejara publicar algo que él quisiera, porque la respuesta siempre era negativa.
–Todavía no lo entiendes, ¿verdad? Los libros no venden. –dijo Eriol dejando el texto en una mesa. –Ninguno de los que ves aquí vende. Con todos perdemos dinero. Sólo recuperamos dinero con este.
Eriol cogió el último libro de Tomoyo Daidouji, "Siempre dulce".
–Esa es la realidad del mundo editorial. Lo que quiero no son buenos libros, sino libros comerciales que puedan hacer dinero. –dijo Eriol.
–¿Cualquier cosa que pueda hacer dinero? –preguntó Shaoran.
–Exacto. Es de ahí de donde procede tu sueldo…, y el mío. –dio Eriol.
Entonces, alguien enfadado entró en la oficina, seguido de un hombre más alto y más mayor de pelo castaño con semblante más tranquilo.
–¡Oye, Hiragizawa! Todavía no tengo noticias sobre la colección de Hanayashi. –dijo el hombre, que también trabajaba en la editorial.
–Hola, Hirai. Sí, no recuerdo haberte dicho nada. –dijo Eriol con tranquilidad.
–¿Quién crees que es el editor en jefe de esa colección? –preguntó Hirai.
–Tú. –dijo Eriol con ironía y sin inmutarse, aunque toda la idea había sido suya y buena parte del trabajo lo había realizado él.
–Va, Eriol, ¿estás fanfarroneando otra vez? –dijo Yoshiyuki Terada, que además de editor, también era el jefe del departamento de diseño.
–En absoluto. Yo lo llamo trabajo en equipo. Si la colección se vende, todo el crédito se lo llevará el editor jefe Hirai. Y ciertamente, si conseguimos que adapten las novelas de Tomoyo Daidouji al cine, usted, Terada, también se llevará parte del mérito por ello. –dijo Eriol ante aquella improvisada reunión.
–Lo único que queremos es que no nos mezcles en lo que tú llamas trabajo en equipo. –dijo Terada.
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–Con permiso. –dijo Sakura entrando al despacho de Tomoyo, que estaba en su mesa tecleando en el ordenador. Sakura entró y dejó la bandeja con el té encima de la mesa sin decir nada. Tras dar una inclinación, se dio la vuelta para marcharse, tal y como le había dicho Kaho que hiciera desde el primer día.
–Estoy impresionada por tu investigación. –dijo Tomoyo. Ante la sorpresa por el halago, Sakura se giró.
–¿La información que he buscado ha sido útil? –preguntó Sakura, sin creérselo todavía.
–No sólo has buscado la información, sino que me la has resumido resaltando los aspectos más importantes para que sea útil para una novela. Y además has añadido fotografías. Debo reconocer que me has ahorrado mucho tiempo. –dijo Tomoyo.
–Muchísimas gracias. –dijo Sakura contenta de que su trabajo fuera alabado por la escritora que tanto admiraba. –Lo cierto es que yo también estoy trabajando en una novela.
–¿En serio? Buena suerte. –dijo Tomoyo.
–Gracias.
Cuando Sakura salió del despacho, estaba henchida de orgullo y alegría.
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Cuando Sakura llegó a su apartamento, cogió la novela "Por ti, algún día", se sentó en el kotatsu frente a su portátil y abrió el libro, viendo la dedicatoria que le había dedicado diez años atrás en una firma de libros a la que fue en Nagano cuando fue a promocionar su libro. Estaba claro que Tomoyo no se acordaba de nada. Firmaría miles de libros a lo largo de los años y ella sólo era una más, pero Sakura lo tenía muy vívido en la mente. En aquel entonces, Tomoyo prácticamente no había cambiado mucho, a excepción de que en aquel entonces tenía el cabello mucho más largo.
Feliz y motivada por los elogios de su jefa ante la iniciativa mostrada, decidió tomar más iniciativa todavía, y comenzó a escribir una propuesta de dedicatoria para el recientemente fallecido Hanayashi.
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–Disculpe, he recopilado información que puede servir para la dedicatoria del señor Hanayashi. –le dijo Sakura a Kaho.
–¿Te lo ha pedido Tomoyo? –preguntó Kaho.
–No. Ha sido por iniciativa propia. Sé que está ocupada con el serial para Reguliar y la fecha límite para la dedicatoria es mañana. –dijo Sakura.
Kaho tomó todo lo que le ofrecía Sakura, echándole un vistazo por encima. Tras un par de artículos sobre el mítico escritor que se consideraría lo normal en la investigación, Kaho encontró la propuesta de dedicatoria que Sakura había escrito la noche anterior.
–¿Propuesta de dedicatoria? –preguntó Kaho.
–Sí. Se me ocurrió anoche. –dijo Sakura.
–¿A quién intentas gustar, Sakura? –preguntó Kaho en un tono que a Sakura le pareció un poco censurable.
–A nadie. Sólo lo he hecho como referencia. –dijo Sakura.
–Procura que Tomoyo no vea esto. –le advirtió Kaho tirando el folio directamente a la papelera.
–Lo siento. –se disculpó la castaña.
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Tomoyo se quitó las gafas algo cansada. La página del procesador de textos estaba escrita, aunque le había costado muchísimo trabajo escribir tan sólo una página. Entonces, se le vino a la cabeza las verdades que le dijo su hijo Yue. Él tenía razón. Su última novela publicada, "Siempre dulce" no era tan popular y había perdido la chispa que solía tener. Ella ya era consciente del problema, pero había intentado por todos los medios no pensar en ello, pero su hijo, sumado al comentario de Yamamoto, la trabajadora de Reguliar, no hacía más que recordarle que Tomoyo Daidouji ya no era la escritora que solía ser.
Agobiada, se levantó y se dejó caer en la tumbona. Tras calmarse un poco, volvió a su mesa y releyó lo que tanto le había costado escribir. Consideró que lo que había escrito no era lo suficientemente bueno, así que comenzó a borrar palabra a palabra. Al principio lo fue haciendo de forma pausada, pero con cada palabra que borraba, su impotencia crecía y fue haciéndolo cada vez más bruscamente, hasta que la última palabra desapareció, dejando la página totalmente en blanco, al igual que su inspiración.
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El auditorio de la universidad estaba lleno. La gran autora Tomoyo Daidouji sería entrevistada para que admiradores, futuros escritores y todo el que quisiera escucharla tuviera la oportunidad de aprender de su experiencia.
–¿Cómo se le ocurren ideas para sus historias? –preguntó la presentadora del acto, en la que entrevistaban a Tomoyo.
–No siento que se me ocurran simples ideas en la cabeza. Las historias simplemente me vienen. Es como si los personajes me trajeran sus historias para que las cuente. –dijo Tomoyo con su típica sonrisa amable.
–¿Quieres decir que los personajes adquieren vida propia? –preguntó la entrevistadora.
–Bueno, por poner un símil, primero siembro las semillas de las emociones en los personajes, y luego, las riego. Simplemente tengo que mostrar las pasiones de los personajes. De esa forma, crecen por su cuenta dentro de mis historias como deberían. –respondió Tomoyo. Los asistentes al acto asentían con admiración a la forma de expresarse de Tomoyo.
–¿Podría eso aplicarse no sólo a sus historias, sino por ejemplo, a la crianza de un hijo? –preguntó la presentadora.
–Bueno, nunca lo había pensado desde esa perspectiva, pero supongo que sí. –dijo Tomoyo, que aunque era una experta en disimular, la pregunta la había hecho sentir bastante incómoda. –Acepto a mi hijo tal y como es y velo por él. Es la mejor forma de crear un vínculo de confianza.
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Tomoyo había salido airosa de la entrevista, a pesar de lo incómoda que se había sentido con algunas preguntas. Al volver a su oficina, se puso a leer los comentarios sobre el acto en el que había participado en internet, ya que todo lo que hacía tenía su crítica en el mundo virtual.
Los comentarios que estaba encontrando eran muy positivos. Había desde los que elogiaban lo bonita que era, otros que comentaron lo bien que se sintieron sólo con su sola presencia y otros que pensaban que el acto fue muy ameno y divertido. Tomoyo no pudo evitar sonreír de medio lado. Entonces vio un usuario que comentó que le parecía una persona falsa, que estaba acabada y que haber ido a aquel acto fue una pérdida de tiempo.
Tras ver ese comentario, buscó críticas de su última novela "Siempre dulce", pero lo que vio no le gustó. Los comentarios sobre la novela iban en la misma línea que el comentario negativo que había recibido sobre el acto. Y el problema era que no era un solo comentario, sino que había bastantes.
En ellos se decía que su último libro era aburrido y que no merecía la pena leerlo, que era un completo fracaso e incluso había alguien que aseguraba que no duraría un año más porque no era la escritora de antaño.
Abrumada por tanta negatividad, se levantó iracunda y tiró el ordenador y todos los papeles que había encima al suelo. La pantalla del ordenador quedó completamente destrozada. Entre las cosas que cayeron al suelo, había una revista con una entrevista donde ella misma sonreía con su típica sonrisa amable y cuyo titular rezaba Vivir en primera línea de la literatura. Tomoyo deseó que ojalá fuera todo tal y como explicaba en sus entrevistas.
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Kaho y Sakura salieron juntas de su lugar de trabajo. Aunque ya había anochecido, todavía era muy temprano.
–¿Hay algún problema? –preguntó Sakura a Kaho, a la que no le pasó desapercibida el ruido de algo que cayó con contundencia en el piso de arriba. –¿No es extraño que nos haya pedido que nos marchemos tan pronto?
–Simplemente, hay veces en las que prefiere estar sola. –dijo Kaho sin entrar en detalles.
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En su puesto, Shaoran no hacía más que mirar la novela que Sakura le entregó. Convencido de su inutilidad y decepcionado por no poder haber sido capaz de convencer a su jefe de publicarla, fue a tirarla a la papelera, pero el sonido del teléfono le interrumpió, por lo que volvió a dejarla en la mesa para poder responder al teléfono.
–¿Diga?
–Hola, soy Sakura Kinomoto. –dijo la castaña, que llamaba desde el andén de la estación.
–Hola, ¿qué querías?
–Quería saber si habías tenido oportunidad de leer mi novela. –dijo Sakura.
–Pues…, no, todavía no. –mintió Shaoran, que prefirió decirle eso a romperle el corazón con la mezquina realidad editorial. Además, de alguna forma, Sakura le inspiraba ternura y se sentía incapaz de quebrarle sus esperanzas.
–La has leído, ¿a que sí? –intuyó Sakura. El titubeo del chico fue bastante esclarecedor para ella. –Supongo que es una historia tan aburrida que eres incapaz de comentarla.
Shaoran se quedó mudo.
–Lo sabía. –dijo Sakura, consciente de que el castaño era demasiado amable como para decirle algo negativo.
–No es lo que crees. –intentó enmendar Shaoran.
–No te preocupes. Gracias por leerla. Adiós. –se despidió Sakura antes de colgar.
A pesar de sus intentos por no hacerle daño, Shaoran sintió que había fracasado estrepitosamente. Simplemente, se había quedado desarmado ante ella.
Por su parte, Sakura siguió esperando el tren, intentando mentalizarse de que quizás, el mundo de la literatura no era para ella. Esa tarde, simplemente había recibido la confirmación de lo que ya sabía.
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Después de haberle pedido a Kaho y a Sakura que se marcharan, Tomoyo se pasó todo el tiempo sentada en el suelo junto a la chimenea encendida, rodeada de todo lo que había tirado al suelo en su arrebato de ira con la mirada perdida, hasta que el sonido de su teléfono la sacó de su ensimismamiento. Con desgana, se levantó y respondió al teléfono.
–¿Diga? Está abierto. –dijo Tomoyo, antes de quedarse en pie junto al ventanal.
Un minuto y medio después, Eriol entró al despacho, dejó su abrigo en la tumbona, se dirigió hacia Tomoyo y la rodeó por detrás con sus brazos.
–¿No puedes escribir? –preguntó Eriol casi en un susurro.
–Absolutamente nada. –respondió ella.
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Eriol y Tomoyo yacían desnudos en la cama del dormitorio de la casa, tan sólo cubiertos por una sábana. La cabeza de Tomoyo descansaba sobre el pecho de Eriol, mientras que este la rodeaba con su brazo derecho. Pero a pesar del sexo, Tomoyo seguía abatida.
–La fecha tope de la dedicatoria es mañana, ¿verdad? –preguntó Tomoyo casi sin fuerza.
–Sí. –respondió Eriol.
–Tengo que escribirla. –dijo Tomoyo.
Tras levantarse de la cama, se cubrió el cuerpo desnudo para ponerse a trabajar.
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Preocupada por su jefa, Kaho Mizuki volvió hacia la casa en la que trabajaba, pero en lugar de entrar, se quedó mirando el edificio, que permanecía a oscuras. Entonces, vio que se encendió una luz. Quizás era mejor no entrar. Entonces, comenzó a llover.
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Mientras Tomoyo intentaba escribir algo, Eriol fue hacia la cafetera y la puso en marcha. Seguramente Tomoyo necesitaría varios cafés para aguantar toda la noche. Mientras esperaba, vio algo que le llamó la atención en la papelera de su secretaria. El folio ni siquiera estaba roto o hecho una bola. Según el título de aquel escrito, era una propuesta de dedicatoria.
Una vez hecho el café, Eriol subió hacia el despacho de Tomoyo. Como el ordenador estaba roto, había cogido papel y bolígrafo, pero no importaba el formato. Tomoyo seguía bloqueada e incapaz de escribir. Al ver cómo Eriol se aproximaba, dejó el bolígrafo y se quitó las gafas.
–No sé qué escribir. –dijo ella.
–La literatura de Hanayashi me deja desnuda como mujer. –leyó Eriol. –Esto es bueno y es bastante claro. Estoy seguro de que Hanayashi estaría encantado con ese comentario.
Tomoyo cogió el folio y lo leyó, para después hacer una bola.
–Yo no he escrito esto. –reconoció Tomoyo.
–¿No? –preguntó Eriol extrañado.
–Debe de haber sido mi asistente. –dijo ella levantándose.
–Podrías hacer que alguien escribiera para ti. –propuso Eriol.
–¿De qué estás hablando?¿Te refieres a un escritor fantasma? –preguntó Tomoyo casi ofendida.
–Sólo es una dedicatoria. Piensa en ello como el presidente de una empresa teniendo una secretaria que escribe una carta de condolencias. No sería nada malo. –dijo Eriol.
–Escribir unas condolencias sigue siendo escritura. ¡Es mi trabajo! –dijo Tomoyo. –Y además, se publicará junto a las dedicatorias de nueve de los mejores autores de Japón. No puedo tener un fantasma.
–No seas tan dura contigo misma.
–No es tan fácil. ¿Crees que las ideas vienen a mi cabeza una tras otra?¿Crees que los personajes simplemente cobran vida por sí mismos?¡Porque eso no ocurre! No sólo puedo escribir una buena historia. Tomoyo Daidouji tiene que sorprender a todo el mundo. No importa lo doloroso que sea. ¡Tengo que cumplir con las expectativas de mis lectores!¡Escribo deseando morir!¡No sabes lo doloroso que es eso!
–Sí que lo sé. Porque los libros de Tomoyo Daidouji han nacido con tanto dolor que la gente los necesita. –dijo Eriol.
–Dices eso, pero yo sé la verdad. Y tú también la sabes. Vas a dejarme. Cuando no pueda escribir más me abandonarás. Todo el mundo me abandonará, y me quedaré completamente sola. –dijo Tomoyo. Eriol se acercó a ella.
–Tomoyo Daidouji puede escribir. –entonces la abrazó. –Nunca te dejaré.
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Eriol se marchó al amanecer. Todavía era muy temprano, pero Tomoyo ya estaba en su despacho. Provisionalmente había cogido el ordenador portátil de Kaho para intentar escribir la dedicatoria.
–Tomoyo Daidouji puede escribir. Tomoyo Daidouji puede escribir. Tomoyo Daidouji puede escribir. –susurraba para sí como si fuera un mantra. Entonces comenzó a teclear a toda velocidad.
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Como cada mañana, Sakura había llegado a su puesto, pero se quedó mirando a la escalera.
–¿Qué pasa? Puedes subir. –dijo Kaho que salía del baño al ver las dudas de la castaña.
–La fecha límite de la dedicatoria es hoy, ¿no? –dijo Sakura.
–Tomoyo jamás ha incumplido una fecha límite. –dijo Kaho.
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Cuando Eriol llegaba al edificio de la editorial recibió una llamada de Tomoyo.
–Lo siento, no puedo entregarte la dedicatoria. –dijo Tomoyo.
–¿No puedes?
–Exacto. Es tu culpa. Porque no puedo sacarme la dedicatoria que leí anoche de la cabeza. Incluso reconociste que te gustaba. –dijo Tomoyo.
–Dejaré abierto tu espacio. Puedo esperar hasta la una. –dijo Eriol.
–No puedo. –dijo Tomoyo. –Déjame fuera.
–El contenido de la dedicatoria es sólo una guinda. No te preocupes. Lo que importa es el nombre. Lo que importa es que Tomoyo Daidouji es una de las mejores escritoras de Japón. Espero tu dedicatoria.
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Cuando Kaho subió al despacho para ver si Tomoyo necesitaba algo, esta desenrolló la bola de papel y se la extendió a su secretaria sobre la mesa. Era la propuesta de dedicatoria que Sakura había escrito. Kaho estaba sorprendida, porque recordaba que la había tirado a la papelera, pero aún así, su jefa la había leído.
–¿Podrías entregar esta dedicatoria? –preguntó Tomoyo avergonzada, hasta el punto que no se atrevía a mirarla a la cara. Tras decir eso, Tomoyo fue hacia el equipo de música que había sobre la chimenea, puso música relajante de un coro cantando lo que parecía música religiosa y se echó en la tumbona.
–Entendido.
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–Ya he recibido las dedicatorias de todos los autores. –le informó Shaoran a Yamazaki.
–Muy bien. –dijo Yamazaki.
Tras avisar a su jefe, Shaoran se sentó en su mesa y abrió el cajón para guardar unos documentos. Entonces, se quedó inmóvil al ver la novela de Sakura guardada en el cajón. La había dejado allí con la esperanza de que al no verla no le recordara su fracaso como editor. No obstante, lo recordaba cada vez que abría el cajón.
–¿Quieres ir a tomar algo? –preguntó Meiling, consciente de que Shaoran estaba algo deprimido desde que recibió la negativa de Eriol de publicar la novela de Sakura.
–No me apetece, gracias. –rechazó Shaoran, aunque en realidad, había rechazado la salida por otro motivo.
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Sakura esperaba a las puertas de la editorial Clow justo donde estaba el póster de su jefa rodeada de sus obras.
–Siento haberte llamado con tan poca antelación. –se disculpó Shaoran al salir del edificio.
–No importa. De hecho, yo también quería hablarte de algo. –dijo Sakura.
–¿Podemos hablar mientras damos un paseo? Porque aquí parados me voy a congelar.
–Claro. –dijo Sakura sonriendo.
–Tenías razón. Sí que leí tu novela. –reconoció Shaoran tras un silencio de varios metros que no sabía cómo romper en un principio.
–Ah, no te preocupes. Olvídate de eso. –dijo Sakura, que tampoco quería hacerle sentir mal. Después de todo, gracias a él estaba trabajando para una de sus ídolos literarios.
–Es que, pienso que es una novela brillante. –dijo Shaoran para sorpresa de la castaña, hasta el punto que detuvo su andar.
–¿Qué?
–Siempre he querido publicar un libro que hiciera vibrar a quien lo leyera. Por eso decidí trabajar en una editorial. –dijo Shaoran retomando el camino, mientras Sakura lo seguía sin apartar la mirada de él. –Los libros pueden conmover a la gente, alegrarles el día o incluso hacer que sus vidas cambien. Pero la verdad, aunque trabaje como editor con grandes autores, lo único que hago es rechazar textos. Ni siquiera tengo derecho a hacer comentarios. Hace tiempo que me di cuenta de que mi vida sería así. Entonces leí tu historia y me hiciste recordar cómo me sentí yo cuando empecé a trabajar en la editorial. Me hiciste sentir vivo de nuevo. Tu relato tiene esa clase de poder. Por eso quería darte las gracias. Y también quería pedirte perdón, porque por desgracia, no tengo el poder ni la posición para publicar lo que a mí me gustaría.
Sakura se detuvo sin apartar la mirada de él.
–¿Mi novela te hizo querer publicarla? –preguntó Sakura, que no se acababa de creer todavía lo que Shaoran le estaba diciendo. Era el mayor elogio que había recibido en su vida.
–Sí. –asintió Shaoran con firmeza.
–Eso no está bien. –dijo entonces Sakura.
–¿Qué?
–Tenías que decirme que era aburrida y que no tengo talento. –dijo Sakura.
–¿Por qué iba a decirte algo así cuando no lo pienso en absoluto?
–Porque ya había decidido volver a Tomoeda y casarme. –dijo Sakura. –Lo que quería decirte era que no puedo seguir trabajando como asistente.
–Pero eso sería desperdiciar tu talento. –dijo Shaoran.
–Por favor, no me digas cosas tan buenas. De todas formas, muchas gracias por haber leído mi historia. Por cierto, las dedicatorias ya están terminadas, ¿no? –dijo Sakura cambiando de tema.
–Sí. ¿Te gustaría leerlas? –preguntó Shaoran.
–¿Puedo? –preguntó ella. Shaoran abrió su mochila sacó un papel que al desdoblarlo tenía el tamaño de un periódico.
–Es un borrador impreso. –dijo Shaoran.
Sakura dirigió su vista directamente hacia la parte reservada a Tomoyo.
La literatura de Hanayashi me deja desnuda como mujer. No sólo me refiero al físico y a la psicología de los personajes. Arrastra a los lectores a su mundo y los desnuda en cuerpo y alma. Eso es lo que hace a la literatura de Hanayashi tan atractiva. La visión de una mujer ahogándose en el erotismo no sólo produce pena, sino también excitación. Los personajes a los que les dio tanto amor, siempre formarán parte de nuestros espíritus. Muchas gracias, Hanayashi.
–Esto…
–¿Algún problema? –preguntó Shaoran.
–No, nada. –dijo Sakura, que era evidente que había reconocido la dedicatoria que ella había escrito.
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A la mañana siguiente, Sakura se pasó todo el trayecto en el tren reflexionando sobre qué hacer. Finalmente tomó una decisión. De todas formas, tenía pensamientos de volver a Tomoeda.
–Buenos días. –saludó Sakura cuando llegó.
–Buenos días. –saludó Kaho.
Tras dejar su abrigo, Sakura subió las escaleras ante la extrañada mirada de Kaho, que percibió a la joven un poco rara.
–Con permiso. –dijo Sakura antes de abrir la puerta del despacho.
Tomoyo estaba ojeando un libro junto a la estantería del que lo había cogido.
–Buenos días. –saludó Sakura.
–Buenos días. –saludó Tomoyo. –¿Querías algo?
–Sólo quería decirle que me alegro de haberle sido útil, pero que me habría gustado de que me hubiera avisado de que utilizaría mi propuesta. –dijo Sakura.
–¿De qué estás hablando? –preguntó Kaho entrando al despacho al intuir de que algo rondaba por la mente de la castaña.
–De la dedicatoria. –dijo Sakura.
Tomoyo cerró el libro y lo dejó en su lugar.
–Para mí es un honor que mi escritura se publique bajo su nombre pero…
–¿Te molesta que la utilizara sin tu permiso? –preguntó Tomoyo. Sakura no contestó. –Entonces, ¿en quién estabas pensando cuando la escribiste?
–Pues…
–La escribiste para gustarme, ¿me equivoco? –preguntó Tomoyo, pero Sakura no dijo nada. –Querías que aprobara tu escritura, ¿verdad? Querías que utilizara tu escrito, ¿cierto? Pues entonces, estate contenta.
–Toma, Sakura. –dijo Kaho entregándole el periódico del día. Ésta lo tomó, identificando las condolencias de los diez distinguidos escritores. Pero algo era diferente. La dedicatoria que ella escribió no estaba publicada. Era una totalmente diferente.
El amor es venganza. Eso es lo que el maestro Hanayashi dijo una vez. Le encantaba ver a una mujer ahogarse de amor y yacer desnuda en lujuria. Pero en realidad era un mentiroso. Hanayashi aceptaba a la mujer con sus faltas y las amaba más que nadie. Era un mentiroso desvergonzado. Ojalá el maestro pudiera seguir mintiéndome.
Tras leer la dedicatoria, Sakura miró a Tomoyo, que le sonreía de vuelta.
–Lo siento. Lo siento muchísimo. –dijo Sakura inclinándose y lamentándose internamente de que si hubiera leído el periódico una vez publicado no se habría humillado a sí misma de aquella manera.
–Me gustó tu dedicatoria. Me gusta tu ambición, Sakura. –dijo Tomoyo.
–¿Qué? –preguntó Sakura sin esperar aquel comentario.
–¿Me pelas una manzana? –preguntó Tomoyo.
Tras dejar a Sakura sin palabras, salió a la terraza y se sentó en su lugar preferido, recordando todo lo que había pasado.
Flashback.
Tomoyo estaba desesperada. Ya había anochecido y había estado todo el día frente a la pantalla intentando redactar su propia dedicatoria. Tras horas y suspiros, por fin las palabras comenzaron a fluir. Cuando por fin acabó la dedicatoria, llamó a Eriol.
–Cambia la dedicatoria inmediatamente por la que te he enviado. –dijo Tomoyo.
–¿Que la cambie? –preguntó Eriol.
–Sí, por mi dedicatoria. –dijo Tomoyo. Eriol miró la hora.
–Ya he enviado el borrador a rotativas. Es demasiado tarde. –dijo Eriol.
–Por favor. Lo he conseguido. –le pidió la morena. –No puedo publicar algo que ha escrito otra persona.
–Está bien. –accedió Eriol.
–Gracias. –dijo Tomoyo aliviada.
Fin del flashback.
Parece que el hecho de que una principiante como Sakura llegara pisándole los talones había actuado como revulsivo. Al menos, es así como Tomoyo lo había percibido. El haber estado sometida a una presión tan grande hizo sacar a relucir su orgullo como escritora y consiguió darle la vuelta a la situación.
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Mientras Eriol leía la dedicatoria que finalmente había escrito Tomoyo, recordó la pregunta que le hizo Clow Reed cuando estaba rindiendo cuentas de su gestión el mismo día de la entrega del premio al escritor novel.
Flashback.
–¿Durante cuánto tiempo tendremos a Tomoyo a nuestra disposición? –preguntó Clow Reed, el fundador y presidente de la editorial.
–Tres años. –respondió Eriol.
–¿Por qué no más?
–Porque no tiene la chispa que solía tener. –respondió Eriol. –Algunos de sus lectores han comenzado a darse cuenta y aunque lentamente, se están alejando de su literatura.
–Así que, en unos tres años te distanciarás de ella. –predijo Clow.
–Sí. –respondió Eriol ante la sorpresa de los otros editores jefe, Hirai y Terada.
–¿Repercutirá en la película? –preguntó Clow.
–A pesar de la pérdida de chispa, calculo que su valor como marca perdurará unos tres años.
Fin del flashback.
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–Aquí tiene su manzana. –dijo Sakura dejándole la bandeja en una mesa auxiliar en la terraza.
–Estás contratada. –dijo Tomoyo sin dejar de mirar al horizonte.
–¿Qué?
–Que desde hoy, eres mi asistente oficial. –dijo Tomoyo. Entonces, dirigió su mirada hacia Sakura. –Cuento contigo.
–Sí. –dijo Sakura inclinándose como muestra de respeto.
–Por cierto, puedes tutearme. –dijo Tomoyo.
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Tomoyo Daidouji lo tenía todo. La gente la envidiaba, pero…
Tomoyo conducía su BMW hasta llegar a una residencia de personas mayores. Eran unos apartamentos con asistencia de profesionales pero que todavía podían valerse por sí mismos en lo básico.
…si tuviera opción, reharía toda mi vida.
Tomoyo caminó por los pasillos del edificio hasta llegar al apartamento E206, donde vivía su madre, Sonomi Daidouji.
El apartamento era en realidad una habitación grande con una pequeña cocina, un frigorífico, un sofá, televisión, cuarto de baño y una cama. Tomoyo se sentó en una butaca a los pies de la cama, donde su madre estaba sentada doblando una manta.
Sonomi era una mujer alta con el cabello corto castaño oscuro. Pese a estar en la sexta década de su vida, su cabello desigual la hacía ver desenfadada.
–Te dije que te casaras con ese hombre. Sabía que te divorciarías. –dijo Sonomi. –Te lo dije. Por eso eres tan inútil. ¿Cómo piensas mantener al bebé? Yue ni siquiera ha cumplido un año. ¿Por qué no hiciste lo que te dije? Qué sería de ti sin mí.
–Yue no es un bebé. Tiene dieciséis años. –dijo Tomoyo, que recordaba muy bien aquella conversación que su madre estaba reviviendo. Entonces, Sonomi pareció despertar de aquel flashback.
–¿Quién eres tú? –preguntó Sonomi.
–Soy Tomoyo, mamá. –dijo Tomoyo.
La mujer empezó entonces a espantar una mosca imaginaria y a intentar matarla con sus manos.
Me gustaría rehacer toda mi vida desde antes de que naciera. Quiero renacer en una vida sin mentiras ni engaños. Quiero renacer para vivir mi propia vida de verdad.
Continuará…
