El camino hasta el hogar de Sakura fue silencioso, pero no incómodo. Sarada saltaba a su lado, hablándole con entusiasmo sobre la escuela y sus amigas. Sasuke la escuchaba en silencio, asimilando cada palabra, como si intentara aferrarse a la realidad. A pesar de los años de ausencia, su hija hablaba con él como si siempre hubiera estado allí, como si su presencia nunca hubiera sido un vacío imposible de llenar.

Cuando cruzaron el umbral de la casa, un golpe en el pecho lo detuvo.

Era un hogar.

La calidez lo envolvió de inmediato. Los muebles elegantes, las estanterías repletas de libros, la chimenea encendida que proyectaba sombras suaves en las paredes. Pero más que eso, era el olor: madera, té de hierbas... y Sakura.

Sarada desapareció por el pasillo hacia su habitación, dejándolos solos.

—Siéntate —ordenó ella, con un tono que no admitía réplica.

Sasuke, agotado, obedeció sin discutir. Se dejó caer en el sillón, sintiendo cómo su cuerpo cedía ante la comodidad que ya no recordaba. Casi de inmediato, Sakura desapareció en la penumbra y regresó con una manta. Sin una sola palabra, la desplegó sobre él con un cuidado que lo desarmó más que cualquier gesto de bienvenida.

Él la observó en silencio. No había prisa en sus movimientos, solo la ternura de quien siempre ha cuidado a los demás sin esperar nada a cambio.

Minutos después, Sakura volvió con un cuenco de sopa humeante y lo colocó sobre la mesa frente a él.

—Come.

Sasuke fijó la mirada en la sopa, luego en ella.

—No tienes que...

—Come, Sasuke.

Había un matiz en su voz que no permitió discusión. Obedeció, llevándose la primera cucharada a la boca. El sabor lo golpeó con una oleada de recuerdos. Era reconfortante, cálido, casi irreal después de tanto tiempo. Solo entonces se dio cuenta del frío que lo había acompañado durante años.

Sakura lo observaba desde el otro lado de la mesa, sus ojos recorriendo su rostro con una mezcla de alivio y tristeza. Cuando él dejó la cuchara con un leve tintineo contra el cuenco vacío, ella se inclinó para retirarlo. Sus dedos se rozaron.

Un leve contacto, apenas un segundo, pero suficiente.

Sasuke sintió cómo su cuerpo reaccionaba, un estremecimiento sutil recorriéndolo. Pero fue Sakura quien frunció el ceño primero. Su instinto médico se activó antes que cualquier otra emoción. Sin pensarlo, presionó su palma contra su frente.

Sasuke se tensó, pero no se apartó.

—Sakura... —Su voz era un murmullo grave, casi inaudible.

Ella ignoró la advertencia implícita en su tono. Sus dedos se deslizaron por su piel, notando el calor anormal.

—Tienes fiebre —afirmó con preocupación.

Él desvió la mirada, restándole importancia.

—No es nada. Solo cansancio.

—Eso lo decidiré yo —replicó, con firmeza.

Sasuke suspiró, rindiéndose sin resistencia. Sakura se puso de pie y desapareció por el pasillo. Cuando regresó, traía un botiquín en una mano y un paño húmedo en la otra. Se inclinó sin dudar, colocando el paño sobre su frente.

Él cerró los ojos y exhaló lentamente. El alivio fue inmediato.

—No tienes que hacer esto —murmuró.

—Claro que sí —respondió sin vacilación.

El silencio se espesó entre ellos. Un silencio cargado de palabras no dichas, de años desperdiciados.

Sakura retiró el paño con suavidad, lo humedeció de nuevo y volvió a colocarlo en su piel. Sus ojos recorrieron su rostro con detenimiento. Las cicatrices, la dureza en su expresión, la sombra en su mirada. Había sobrevivido... pero a qué precio.

—¿Dónde has estado, Sasuke? —preguntó en un susurro.

Él abrió los ojos lentamente. Su mirada oscura se encontró con la de ella, y por un instante, el peso de los años pareció tangible.

—En el infierno.

El aire abandonó los pulmones de Sakura.

—Cuéntamelo.

Sasuke vaciló. Pero al ver la determinación en sus ojos, supo que no tenía por qué cargar con todo solo.

Inspiró hondo y comenzó a hablar.

—El día en que la bomba cayó... —hizo una pausa, su voz apenas un hilo—. Estábamos lejos del epicentro. Vimos el avión, pero no tuvimos tiempo de reaccionar. Luego, el destello. Y después... la onda expansiva.

Su mirada se perdió en algún punto de la mesa.

—Cuando desperté, el mundo era cenizas.

Sakura sintió un escalofrío.

—Fui capturado por las fuerzas aliadas. Nos llevaron a un campo de prisioneros. El tiempo se detuvo allí. Nos obligaron a hacer cosas... cosas que prefiero no recordar.

—Sasuke...

Él apretó los puños.

—Nunca supe que la guerra había terminado. No existía el mundo exterior. Solo el hambre, la enfermedad... y el miedo.

El silencio entre ellos se volvió insoportable.

—Cada noche, en medio de la miseria, pensaba en ti. Me recordaba la promesa que te hice.

Apretó los puños sobre sus rodillas.

—No fue mi elección alejarme, Sakura. Pero a pesar de todo... sobreviví. Y tú fuiste la razón.

Sakura se acercó con pasos lentos, su respiración entrecortada. Tomó su mano entre las suyas y la apretó con suavidad.

—Prometo que... reconstruiré lo perdido —susurró él, con voz temblorosa.

Ella negó con la cabeza, sus ojos brillando con una emoción imposible de contener.

—Te amo, Sasuke. Nunca he dejado de amarte.

Él bajó la mirada, pero no se apartó.

Entonces, la distancia entre ellos desapareció. El beso llegó sin esfuerzo, profundo y sincero, como si ambos hubieran estado esperando ese instante durante toda una vida.

Cuando se separaron, Sasuke apoyó la frente en su cuello, respirando su fragancia. Flores, primavera, hogar.

Pero Sakura aún necesitaba saber más.

—¿Cómo me encontraste? —preguntó en un murmullo.

—Itachi me dio la dirección del hospital, me dijo que era de vida o muerte que te encontrara.

Sakura sintió que el aire se le atascaba en los pulmones.

—Pero... —Sasuke esbozó una sonrisa sin alegría— hubo algo que no me dijo.

Sakura contuvo la respiración.

—No me dijo que tenía una hija.

Los ojos de Sakura se llenaron de lágrimas.

—Sasuke...

—Viajé durante meses para encontrarte. Trabajé en cada puerto, en cada pueblo.

Su voz se quebró.

—Cuando llegué a París y fui al hospital... me dijeron que estabas de descanso.

Inspiró profundamente.

—Y entonces... te vi en el parque.

Se quedó en silencio.

Sakura lo miraba con el corazón latiendo con fuerza.

—Y la vi a ella.

Los labios de Sasuke temblaron ligeramente.

—Vi a Sarada.

Sakura se cubrió la boca con las manos.

—Si hubiera sabido que estabas embarazada antes de irme, jamás te habría abandonado. Perdóname, Sakura.

Una pequeña sombra en el pasillo llamó su atención. Sarada, con los ojos llenos de curiosidad, los observaba desde su escondite.

Sakura extendió la mano.

—Ven, Sarada. —susurró Sakura.

La niña avanzó con pasos tímidos.

Sasuke la observó en silencio.

Era tan pequeña.

Pero tan fuerte.

Ella lo miró con esos mismos ojos oscuros que él veía cada vez que se reflejaba en el agua.

Y en ese instante lo supo.

No había sobrevivido por él.

Había sobrevivido por ellas.

Al caer la noche, después de haber acostado a Sarada en su habitación decorada con elegantes detalles art déco, Sakura tomó suavemente a Sasuke del brazo y lo condujo hacia su dormitorio. La luz tenue proveniente de candelabros de cristal y lámparas de araña proyectaba destellos sobre los ricos tapices y muebles. Sin embargo, en contraste con la belleza de su hogar, Sasuke parecía un hombre quebrado: sus ropas, desgastadas y manchadas por largos días de viaje, apenas podían ocultar el cansancio y la enfermedad que se reflejaban en su rostro.

—Ven, Sasuke —dijo Sakura con voz suave pero firme, guiándolo hacia el baño privado, decorado con azulejos de mármol y adornado con un discreto ofuro moderno.

Él la siguió en silencio. Sus pasos eran pesados, su postura rígida. Había cruzado campos de batalla, sobrevivido al cautiverio, pero ahora, en medio de aquel espacio pulcro y cálido, se sentía fuera de lugar, como una sombra que no pertenecía a esa casa.

Mientras el vapor comenzaba a llenar la habitación, Sakura preparó el agua en la tina, perfumándola con esencias de yuzu y hierbas aromáticas. Se volvió hacia él con una mirada tierna pero determinada.

—Tómate tu tiempo. Te hará bien.

Sasuke asintió levemente, sin palabras. Cuando ella salió, comenzó a desvestirse con movimientos lentos, sintiendo la tela áspera de su ropa deslizarse por su piel marcada por cicatrices y huesos prominentes. Se miró en el espejo. La imagen que le devolvió el reflejo no era la de un guerrero, ni la de un hombre digno de este hogar. Era solo un hombre roto.

Sumergiéndose en el agua, sintió el calor envolviendo sus músculos tensos. Cerró los ojos, permitiendo por un instante que la fatiga lo venciera. El aroma a hierbas lo transportó fugazmente a recuerdos lejanos: Sakura curando sus heridas, su voz apaciguándolo en noches solitarias. Pero esos recuerdos eran de otro tiempo, de otra vida.

Al salir del cuarto de baño, Sakura lo esperaba sentada en la enorme cama, con almohadas de plumas y sábanas de seda y lana. La tenue luz resaltaba la suavidad de sus rasgos, pero su mirada delataba una preocupación profunda.

—Debes descansar, Sasuke. Te he traído ropa limpia. Espero que te quede bien; mañana iremos a comprar lo que necesites —dijo, extendiendo con cuidado unas prendas sobre la cama.

Sasuke, cubierto solo por una toalla que le llegaba a las rodillas, sintió un escalofrío. No por el frío, sino por la extraña intimidad de la escena. Ella le ofrecía cuidados como si aún fueran los mismos de antes, pero él ya no sabía si podía permitirse recibirlos.

—No necesito nada —murmuró con voz áspera, desviando la mirada mientras se vestía.

Sakura frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—Claro que sí, Sasuke. El invierno se acerca, y ese abrigo apenas te cubre. Necesitas ropa abrigada, zapatos adecuados, e incluso una navaja de afeitar.

Sasuke se tensó, apretando los puños levemente.

—No quiero ser una carga para ti. Al contrario, siento que soy yo quien debería proveerte, no tú.

Su voz era dura, pero el temblor casi imperceptible en sus manos lo delataba. Sakura suspiró, suavizando su expresión. Se acercó a él con cautela y, con un gesto lleno de ternura, colocó una mano sobre su hombro.

—No eres una carga, Sasuke. Todos necesitamos ayuda en momentos difíciles. Tú has llevado solo demasiado peso... ya no tienes que hacerlo más.

Sasuke tragó saliva. Su mirada se encontró con la de ella, y por un instante, algo dentro de él pareció resquebrajarse. Vulnerabilidad, orgullo, dolor... todo se mezclaba en su pecho, formando un nudo que no podía deshacer.

—Lo sé, Sakura —susurró, con una sinceridad que le costaba admitir—. Pero aún me cuesta aceptarlo.

Ella inclinó la cabeza y, con delicadeza, deslizó los dedos por su mejilla. Un contacto simple, pero que lo atravesó como una descarga eléctrica.

—Te prometo que cuidaré de ti, así como tú siempre has cuidado de mí. A veces, la verdadera fortaleza está en saber aceptar la ayuda de quienes te aman.

Él cerró los ojos por un segundo, permitiéndose absorber el calor de su caricia, el peso de sus palabras. No estaba seguro de cómo responder. Había pasado tanto tiempo solo, acostumbrado a sobrevivir sin depender de nadie. Pero Sakura siempre había sido su excepción.

Cuando ella se alejó y se dirigió hacia la puerta, Sasuke sintió el impulso de detenerla. Quería pedirle que se quedara, que lo abrazara, que le permitiera sentir algo más que el vacío que lo consumía por dentro. Pero no lo hizo.

Sakura se detuvo en el umbral, mirándolo una última vez.

—Descansa, Sasuke.

Y entonces, se fue, dejándolo solo con el eco de sus propios pensamientos y el calor de un deseo que aún no se atrevía a reclamar.

A la mañana siguiente, el aroma del café y del pan recién hecho inundó la casa. Sarada hablaba sin parar con su padre, sus pequeñas manos gesticulando con emoción mientras contaba historias de su vida en París. Para Sakura, era un recordatorio del tiempo perdido, pero también de la esperanza de un nuevo comienzo.

Desde su asiento, observó a Sasuke con discreción. Seguía siendo el mismo hombre de siempre, pero había algo diferente en él. Sus gestos eran más contenidos, sus respuestas más pausadas, como si cada palabra le costara más de lo normal. Aun así, no apartaba la vista de Sarada, escuchándola con un interés silencioso.

Cuando terminaron de desayunar y dejaron a Sarada en el colegio, caminaron por la Avenue Montaigne. El contraste entre ellos era evidente: Sakura, con su porte elegante y paso seguro, encajaba en el ambiente sofisticado de París. Sasuke, en cambio, parecía un extranjero en todos los sentidos. Caminaba con las manos dentro de los bolsillos de su viejo abrigo, los hombros ligeramente encorvados, evitando el contacto visual con los transeúntes.

Sakura lo notó. Sabía que él siempre había sido reservado, pero esto era diferente. Había pasado demasiado tiempo rodeado de sombras y privaciones. Ahora, la opulencia de la ciudad, los escaparates brillantes y la ostentación parecían asfixiarlo.

Cuando entraron a Dior, la sensación se intensificó. Sasuke se quedó de pie en la entrada, con la mandíbula tensa, como si estuviera evaluando la tienda no con la mirada de un hombre que va de compras, sino con la de alguien que busca una salida de emergencia.

—No es necesario todo esto —murmuró cuando Sakura le entregó un traje.

—Sí lo es —respondió ella con suavidad, sin darle oportunidad de negarse—. Pruébatelo.

Lo vio desaparecer en el probador con resignación. Mientras esperaba, notó que algunas empleadas lo observaban con interés. Cuando finalmente salió vestido con el traje, Sakura sintió un nudo extraño en el estómago.

Era ridículo. Había visto a Sasuke en muchas facetas: cubierto de sangre, empapado de lluvia, con el rostro endurecido por la guerra. Pero verlo así, con un traje que se ajustaba perfectamente a su complexión, afeitado y con el cabello más ordenado, la golpeó de una manera inesperada.

Las dependientas suspiraron.

—Te queda perfecto, monsieur —dijo una de ellas con una sonrisa coqueta.

Sakura sintió una punzada absurda de celos.

Sasuke, por su parte, se veía incómodo. Tironeó de la manga del traje con evidente molestia.

—¿Ya puedo quitarme esto?

—No. Aún tenemos más cosas que comprar.

Gruñó en respuesta, pero no discutió. Sakura ocultó una sonrisa. A pesar de todo, Sasuke seguía siendo el mismo hombre terco de siempre.

Al recoger a Sarada del colegio, las miradas se posaron en ellos de inmediato. Las madres, vestidas con la elegancia de la alta sociedad parisina, dejaron de conversar por un momento para observarlas con discreta sorpresa.

Sakura estaba acostumbrada a las normas de etiqueta de este mundo: había aprendido a desenvolverse con naturalidad entre empresarios y figuras importantes. Pero Sasuke... Sasuke era otra historia.

Vestido con su nuevo abrigo negro de lana, una bufanda cubriendo la mitad de su rostro y los ojos oscuros escaneando el entorno con la misma frialdad de siempre, parecía sacado de una novela de misterio.

Las madres susurraron entre ellas. Algunas con interés, otras con curiosidad. No lo miraban como a un extraño, sino con el tipo de fascinación que genera lo inalcanzable.

—¡Papá, papá! —exclamó Sarada, corriendo hacia él con una sonrisa radiante. Sus amigas la siguieron, observándolo con admiración infantil.

—Así que este es tu padre... —susurró una de ellas.

—Sí, ¿verdad que es guapo? —presumió Sarada, inflando el pecho con orgullo.

Sakura vio cómo Sasuke se tensaba. No por la declaración de su hija, sino por las miradas que lo rodeaban. Durante años, había hecho todo lo posible por volverse invisible, por desaparecer en las sombras. Ahora, de repente, estaba bajo el escrutinio de un mundo que le resultaba ajeno.

—Vámonos —dijo simplemente, tomando la mano de Sarada.

Sakura caminó junto a ellos, sintiendo la tensión en su cuerpo. Sabía que Sasuke no estaba acostumbrado a esto. Que probablemente detestara cada segundo de atención innecesaria. Pero también sabía que, a pesar de su incomodidad, estaba allí. No había huido.

Y eso significaba más de lo que cualquier palabra podría expresar.

Sasuke había llevado a Sarada a dormir y le contaba un cuento mientras Sakura lavaba los platos de la cena. Estaba absorta en sus pensamientos cuando sintió que él se acercaba a su espalda.

—Sakura, tenemos que hablar.

Las palabras hicieron que su estómago se encogiera. Su cuerpo se tensó de inmediato. Sabía bien que las malas noticias comenzaban así. Secó sus manos con calma, pero su voz delató la cautela con la que se giró para enfrentarlo.

—¿Qué sucede?

Sasuke respiró hondo, su mirada sombría y determinada.

—Debo volver a Japón. Minato prometió que me devolvería al ejército.

El aire abandonó sus pulmones de golpe. El mundo pareció inclinarse bajo sus pies. Otra vez. Otra vez se iría. Otra vez la dejaría atrás. La misma herida que nunca había sanado se abrió como un tajo profundo en su pecho.

—¿Volver al ejército? —Su voz tembló, pero se forzó a mantenerse firme—. Sasuke, acabas de salir de una guerra. De un infierno. ¿Por qué querrías regresar?

—No se trata de querer. Se trata de lo que debo hacer. Minato me dio una oportunidad y tengo una deuda con él. Japón sigue en ruinas. No puedo quedarme aquí y fingir que todo terminó.

Sakura sintió un calor abrasador subirle por la garganta. Su rabia creció con cada palabra. ¿Cómo podía decirlo con tanta frialdad?

—¿Y qué hay de nosotras? ¿De mí? ¿De Sarada? ¿De todo lo que nos costó encontrarte? —Sakura sintió las lágrimas arder en sus ojos, pero las contuvo con furia—. No puedes aparecer, hacernos creer que esta vez será diferente, que por fin podremos ser una familia, y luego marcharte como si nada.

Él apartó la mirada, los puños cerrados. Sabía que tenía razón, pero algo dentro de él se retorcía. Había cosas que no podía explicar. No sabía cómo decirle que, aunque la amaba, la culpa aún lo carcomía.

—Por eso quiero que vengas conmigo —murmuró, su voz más baja ahora—. Quiero que volvamos juntos.

Sakura dejó escapar una risa amarga. ¿Era en serio?

—¿Y abandonar mi vida aquí? ¿Mi trabajo? ¿El colegio de Sarada? Sasuke, mi hogar está en Francia. Mi vida está aquí. ¿Cómo puedes pedirme que lo deje todo... cuando tú nunca has estado dispuesto a quedarte?

Él se frotó la frente, frustrado.

—No puedo quedarme, Sakura. No sé cómo hacerlo. Después de todo lo que he pasado...

La ira de Sakura estalló como una tormenta. Sus ojos brillaron con un dolor que amenazaba con consumirla.

—¿Crees que eres el único que ha sufrido? —su voz tembló de rabia, pero no bajó el tono—. ¿Tienes idea de lo que fue vivir sin saber si estabas vivo o muerto? Pasé años consumiéndome en la incertidumbre. Creí que te habían matado, que jamás volvería a verte. Y cuando finalmente supe que estabas vivo, me di cuenta de que el hombre que amaba se había convertido en un fantasma.

Sasuke no dijo nada. La escuchaba, el peso de sus palabras cayendo sobre él como una losa.

—Parí sola, Sasuke —susurró ella, su voz quebrada—. ¿Sabes cuánto envidiaba a las mujeres que tenían a sus esposos a su lado cuando daban a luz? Ver cómo las cuidaban, cómo les sostenían la mano mientras el dolor las desgarraba. Yo no tuve eso. Yo tuve un parto en medio de la guerra, con miedo de que mi hija no sobreviviera porque no había medicinas ni comida suficiente. Y aun así, lo único que me importaba era que tú estuvieras vivo... aunque jamás regresaras.

Sasuke cerró los ojos con fuerza. Su mandíbula estaba tensa, sus puños tan apretados que los nudillos estaban blancos.

—Lo peor —continuó ella, cada palabra un golpe directo a su corazón— es que ni siquiera sé si alguna vez me amaste. —Su risa amarga volvió, pero esta vez no hubo fuerza en ella, solo una tristeza profunda—. Nunca me lo dijiste, Sasuke. Nunca. Y ahora, después de todo, sigues sin decirlo.

Él sintió el abismo que se abría entre ellos, un vacío que quizá nunca podría llenar. Su pecho se contrajo con una sensación desconocida, una desesperación que lo atenazó.

Sakura lo miró con los ojos llenos de lágrimas contenidas, con el peso de todo lo que jamás se había atrevido a decirle.

—Te di todo, y me dejaste vacía. —Su voz fue apenas un susurro, pero fue suficiente para destrozarlo.

Sasuke sintió que algo dentro de él se rompía. No podía perderla. No así. Sin pensar, la tomó del rostro y la besó con desesperación.

Sakura respondió con la misma intensidad, empujándolo contra la pared mientras las lágrimas se mezclaban con su aliento. Sus manos se aferraron a su camisa, como si tuviera miedo de que desapareciera de nuevo.

—Te odio... —susurró contra sus labios, aunque su cuerpo la traicionaba.

—Lo sé... —murmuró él, sus manos recorriéndola con urgencia.

Se aferraron el uno al otro, consumidos por el deseo y el dolor. Habían pasado cinco años desde la última vez que estuvieron juntos, pero ahora todo era diferente. Ya no eran los mismos. No eran unos jóvenes descubriendo el amor, sino adultos marcados por la guerra, la pérdida y el sacrificio.

Sasuke la llevó hasta la cama sin apartar sus labios de los suyos. Sus manos la recorrieron con la devoción de quien teme que sea la última vez. Se amaron con desesperación, con furia, con ternura. Como si en el cuerpo del otro encontraran el único hogar que realmente les pertenecía.

Al final, cuando la respiración de ambos se calmó, Sakura apoyó la cabeza en su pecho y susurró:

—No quiero que te vayas.

Sasuke besó su cabello y cerró los ojos.

—Entonces no me dejes ir.

Sakura sintió el amanecer filtrarse a través de las cortinas, tiñendo la habitación de un resplandor dorado y cálido. El mundo seguía girando allá afuera, París despertaba con su ritmo incesante, pero en ese momento, dentro de esas cuatro paredes, el tiempo se había detenido.

No había urgencia. No había prisas ni despedidas acechando en el horizonte. Solo el calor de Sasuke a su lado, su aliento tibio rozándole la piel, su brazo fuerte envolviéndola con una seguridad que creía perdida para siempre.

Por años, las mañanas habían sido sinónimo de vacío, de esperas interminables, de incertidumbre. Despertar significaba recordar que él no estaba, que quizás nunca volvería. Pero hoy, por primera vez, el amanecer no traía angustia, sino paz.

Sakura giró el rostro con lentitud y lo observó. Sasuke dormía profundamente, con el rostro relajado, libre del peso de las pesadillas que lo perseguían. Su respiración era pausada, su semblante tranquilo. La barba que antes ensombrecía su mandíbula había desaparecido, y ahora sus rasgos se veían más nítidos, más jóvenes... más suyos.

Con una ternura infinita, deslizó la yema de los dedos por su mejilla, como si quisiera memorizar cada línea de su rostro, cada cicatriz que el tiempo había dejado. No podía borrar los años de ausencia, pero podía asegurarse de que, al menos ahora, estuviera aquí. Con ella.

Sasuke abrió los ojos lentamente, su mirada oscura y profunda encontrándose con la suya. Durante un instante, no hubo palabras. Solo la certeza silenciosa de que, contra todo pronóstico, se habían reencontrado.

Sakura esbozó una sonrisa tenue, su corazón latiendo con una calidez que creía olvidada.

—Buenos días —susurró.

Sasuke la miró durante un segundo más, como si quisiera grabar ese momento en su memoria, y luego la atrajo hacia él con suavidad, enterrando el rostro en su cabello.

—Buenos días —murmuró con voz ronca y adormilada, aferrándola con la misma necesidad con la que ella se aferraba a él.

No había promesas, ni grandes declaraciones, ni palabras grandilocuentes. Solo ese instante compartido, esa verdad irrefutable. Sin importar lo que el futuro les deparara, sin importar cuán rota hubiese estado su historia, ahora estaban aquí. Juntos. Donde siempre debieron estar.

Las semanas transcurrieron, y aunque la incertidumbre seguía presente, la rutina comenzó a asentarse en la casa de Sakura. Sasuke, por primera vez en años, experimentó la tranquilidad de una vida doméstica. Se acostumbró a los desayunos en familia, a llevar a Sarada al colegio, a las tardes en las que ayudaba a Sakura a preparar la cena y a las largas caminatas con ella por las calles de París.

Era una calma desconocida, casi irreal. Pero la sombra de la decisión que debía tomar lo acechaba a cada instante.

Una tarde, después de recoger a Sarada, Sasuke se encerró en el estudio y escribió una carta a Minato. Le informó que no regresaría de inmediato a Japón, que necesitaba tiempo. No solo para llegar a un acuerdo con Sakura, sino para asegurarse de que Sarada no sufriera las consecuencias de su decisión. Sabía que Minato no lo esperaría para siempre, pero en ese momento, su familia era su prioridad.

Cuando Sakura leyó la carta, su corazón se llenó de alivio. Tal vez el futuro seguía siendo incierto, pero al menos, no tendría que despedirse de él tan pronto. Sin embargo, ambos sabían que París solo era un refugio, no una solución definitiva.

Esa noche, cuando Sarada ya dormía, Sasuke y Sakura se encontraron en la sala. Cada uno sostenía una copa de vino, pero ninguno bebía. Se miraron en silencio durante un largo rato hasta que él, con voz serena, rompió la quietud.

—No puedo quedarme aquí para siempre, Sakura. Necesito sentirme útil, y lo único que sé hacer es luchar. No quiero depender de ti.

Ella bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta.

—Lo sé. Pero mi vida está aquí. Mi trabajo, el hogar que construí para Sarada... No puedo simplemente dejarlo todo atrás —susurró con una mezcla de tristeza y determinación—. No quiero volver a ser la mujer que se queda esperando, la que se despide con la esperanza de que esta vez sí vuelvas. Amo mi trabajo, Sasuke. Ayudar a los demás es parte de quien soy.

Sasuke desvió la mirada. Sabía que pedirle que regresara con él era egoísta, pero la idea de marcharse y volver a estar solo lo atormentaba.

—No quiero que Sarada crezca sin su padre —murmuró, con la verdad pesándole en cada palabra.

Sakura alzó la vista y lo miró fijamente.

—Y yo no quiero que crezca sin estabilidad. Quiero que sea fuerte, independiente, que tenga opciones. Tú y yo sabemos que las cosas no han cambiado mucho allá.

El silencio entre ellos se hizo denso, cargado de todo lo que no podían decirse. Pero a pesar de la tensión, había una verdad inquebrantable entre ellos: el amor que aún los unía.

Sakura suspiró y se acercó a él, tomando su rostro entre sus manos, obligándolo a mirarla.

—Encontraremos una solución, Sasuke. No importa cuánto tiempo tome. Pero esta vez, no voy a dejarte ir.

Sasuke la observó, y por primera vez en mucho tiempo, permitió que la esperanza se instalara en su pecho. Sin más palabras, la besó con la misma intensidad con la que la había extrañado. Era un beso desesperado, decidido, lleno de la certeza de que lucharían, de que esta vez no permitirían que el destino los separara.

Pero Sakura sabía que solo con palabras no bastaba. Había tomado una decisión.

En silencio, solicitó unos días de vacaciones en el hospital. Compró los pasajes sin decirle nada a Sasuke. No sabía qué encontraría en Japón, pero sentía que solo enfrentando su propia incertidumbre podría hallar las respuestas que tanto necesitaba.

El barco atracó en el puerto de Yokohama bajo un cielo grisáceo. Sakura sintió una punzada en el pecho al respirar el aire de Japón después de tantos años. Con Sarada aferrada a su mano y Sasuke a su lado, el pasado y el presente se fundieron en un mismo instante.

Sasuke observó las calles con una mezcla de nostalgia y recelo. Había prometido no volver hasta estar listo, pero ahora estaba allí, con su familia. Miró de reojo a Sakura, quien tenía los ojos vidriosos mientras contemplaba el paisaje de su infancia.

—¿Te encuentras bien? —preguntó él en voz baja.

Sakura asintió lentamente, pero su corazón latía desbocado.

—Sí... Solo... es extraño estar aquí de nuevo.

Sarada, ajena a la carga emocional de sus padres, miraba todo con fascinación. Era su primera vez en Japón, y aunque había escuchado historias de su madre, nada se comparaba con verlo en persona.

Después de un viaje en tren, llegaron a Tokio al atardecer. En la estación los esperaba Naruto, cuyo rostro se iluminó al verlos descender del vagón.

—¡Sakura! —exclamó con alegría, acercándose a ella con los brazos abiertos.

Sakura sintió un nudo en la garganta al escucharlo. No importaba cuánto tiempo pasara, él siempre la recibiría con la misma calidez. Se abrazaron con la complicidad de los años, mientras Naruto reía con cariño.

—Tardaste demasiado en volver, molestona —bromeó, pero su voz tenía un matiz de emoción contenida.

Cuando su mirada se posó en Sasuke, la sonrisa no se desvaneció. Hubo un instante de entendimiento silencioso antes de que Naruto le diera un leve golpe en el brazo.

—Te ves mejor, teme.

Sasuke chasqueó la lengua, pero su expresión se suavizó.

Sin embargo, lo que realmente dejó sin palabras a Naruto fue la niña de ojos oscuros que se aferraba a la mano de su madre.

Sakura la empujó suavemente hacia adelante.

—Naruto, quiero presentarte a mi hija, Sarada.

El rubio parpadeó un par de veces, procesando la información, antes de sonreír con ternura. Se agachó a la altura de la niña y le tendió la mano.

—Vaya... Has crecido bastante. No te veía desde que eras una bebé. Tienes los ojos de tu padre —comentó con voz suave—. Mucho gusto, Sarada-chan. Yo soy Naruto, un viejo amigo de tus padres.

Sarada lo observó con curiosidad antes de esbozar una tímida sonrisa.

—Mucho gusto, señor Naruto.

Naruto soltó una carcajada.

—¡Nada de "señor"! Solo dime Naruto, ¿de acuerdo?

La pequeña asintió, y pronto se vio arrastrada por Naruto a una conversación sobre ramen y las travesuras de su infancia con Sasuke. Mientras tanto, Sasuke se quedó en silencio, observando cómo su hija se relacionaba con su mejor amigo con tanta facilidad. Era una imagen extraña, pero reconfortante.

Sakura se detuvo frente a la florería Yamanaka, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza en su pecho. La última vez que estuvo allí, Ino había sido su única conexión con la vida que dejó atrás. Durante la guerra, había sido su refugio, su apoyo incondicional que la sostuvo cuando todo parecía desmoronarse.

Tomó aire y empujó la puerta de vidrio. El suave tintineo de la campana anunció su llegada.

—¡Bienvenido a la florería Yamanaka! ¿En qué puedo ayudar...?

La voz de Ino se apagó de golpe cuando vio a Sakura de pie en el umbral. Por un segundo, sus ojos azul celeste se agrandaron con incredulidad, y luego, en un parpadeo, cruzó el mostrador y se lanzó sobre ella en un abrazo apretado.

—¡Sakura! —chilló emocionada—. ¡Dios, no puedo creerlo!

Sakura rió entre lágrimas y la estrechó con fuerza.

—Te extrañé tanto, Ino.

—¡¿Y me lo dices ahora?! ¡Después de años! —Ino la apartó lo justo para mirarla de arriba abajo—. Mírate, te ves increíble... Aunque un poco más europea, si me lo preguntas.

Sakura rió.

—Supongo que París me ha cambiado un poco.

—Ya lo creo. ¿Y dónde está mi sobrina? —preguntó con entusiasmo.

Como si hubiese estado esperando su presentación, Sarada se escondió tímidamente detrás de su madre y luego asomó la cabeza con curiosidad.

—Vaya, vaya... —Ino la miró con ternura y se inclinó para quedar a su altura—. No hay duda, esos ojos son de tu padre.

—Es un placer conocerla, señora Ino —dijo Sarada con educación.

—¡¿Señora?! —Ino se llevó una mano al pecho, fingiendo dramatismo—. Dios, eso me hace sentir vieja. Llámame tía Ino, ¿de acuerdo?

Sarada asintió, relajándose un poco.

En ese momento, la puerta volvió a sonar y dos figuras masculinas entraron en la tienda.

Sasuke y Sai.

—¿Y este quién es? —preguntó Ino, entrecerrando los ojos al ver a Sasuke. Luego, su expresión se iluminó con malicia—. No puede ser... ¡¿Finalmente conozco al infame Uchiha Sasuke?!

Sakura soltó una risita y asintió.

—Sasuke, ella es Ino. Mi mejor amiga. —Porque realmente lo había sido durante su época mas difícil.

Ino le tendió la mano, y Sasuke la estrechó con una leve inclinación de cabeza.

—Un placer —murmuró con su habitual tono serio.

Ino lo recorrió de arriba abajo sin ninguna sutileza y luego, sin previo aviso, se giró hacia Sakura con una mirada brillante.

—Okay, necesito decirlo... ¡Es ridículamente atractivo!

Pero en lugar de hablar en japonés, lo dijo en un inglés fluido y perfecto, asegurándose de que Sasuke no entendiera ni una palabra.

Sakura dejó escapar una carcajada, siguiéndole el juego.

—Lo sé, ¿cierto? Te dije que tenía buen gusto.

—No puedo creer que este hombre haya sido tu amor de la juventud. Es como si lo hubieras conjurado de un libro de romance —añadió Ino, fingiendo abanicarse.

Sasuke frunció el ceño, mirando con suspicacia a Sakura.

—¿Qué están diciendo?

—No lo sé, pero me siento... analizado. — Sai, que se había mantenido en silencio hasta entonces, también observaba la escena con una ceja levantada

—¡Oh, no se preocupen por nosotras! —dijo Ino con una sonrisa traviesa, volviendo al japonés—. Solo hablábamos de temas de chicas.

Sasuke y Sai intercambiaron una mirada.

—Claramente nos están evaluando —murmuró Sai.

—Hn —asintió Sasuke con seriedad.

Sakura e Ino estallaron en carcajadas.

En ese momento, un niño de cabello rubio con ojos azul grisáceo apareció en el umbral de la tienda, sosteniendo una bolsa de dulces. El pequeño se encogió de hombros antes de notar la presencia de los visitantes. Sus ojos se posaron en Sarada con curiosidad.

—¿Y ella quién es?

Ino sonrió y lo empujó suavemente hacia adelante.

—Inojin, te presento a Sarada, la hija de mi mejor amiga.

Sarada dio un paso al frente y lo miró con una mezcla de curiosidad y determinación.

—Hola, soy Sarada.

—Hola —respondió Inojin con un ligero sonrojo—. Me gusta tu capa.

Sarada sonrió, complacida.

—Gracias. También me gusta tu peinado.

Inojin se llevó una mano al cabello, como si de pronto fuera consciente de él, mientras Ino y Sakura intercambiaban una mirada divertida.

—Esto será interesante —murmuró Ino con una sonrisa pícara.

Sai suspiró y miró a Sasuke.

—Parece que la siguiente generación también seguirá este ciclo interminable de amistades y rivalidades.

Sasuke cruzó los brazos, observando la interacción entre los niños.

—Mientras no le hable en inglés para analizarlo, todo estará bien.

Sakura y Ino rieron nuevamente, sintiendo que, después de tantos años, todo encajaba en su lugar.

Después de dejar el bullicio de la florería, se dirigieron a la casa de Itachi.

Itachi los recibió con una expresión serena, pero en cuanto vio a Sarada, sus ojos reflejaron una emoción que rara vez mostraba.

—Así que esta es mi sobrina... —murmuró con una leve sonrisa. Se arrodilló frente a la niña y le extendió la mano—. Mucho gusto, Sarada.

Sarada miró a su madre, buscando aprobación, antes de estrechar la mano de aquel hombre de apariencia imponente.

—¿Eres el hermano de papá?

—Así es —respondió Itachi con suavidad.

Sarada lo estudió por un momento antes de asentir con seriedad, como si estuviera evaluando la legitimidad de sus palabras. Finalmente, sonrió levemente.

—Tienes ojos amables.

Sakura y Sasuke intercambiaron una mirada de sorpresa ante la observación de su hija, mientras Itachi dejaba escapar una pequeña risa.

—Gracias, pequeña.

La cena fue cálida, rodeados de personas que los querían. Sakura se sintió inundada por una sensación que no había experimentado en mucho tiempo: pertenencia.

Estos eran los amigos que la habían conocido en su peor momento. Aquellos que la habían cuidado cuando estaba embarazada, sola y asustada en medio de la guerra. Habían sido los únicos que la habían entendido sin juzgarla, los que le habían dado fuerzas cuando más lo necesitaba.

Verlos ahora, reír y compartir con Sarada, le hizo comprender lo mucho que los había extrañado.

Esa noche, cuando la emoción del día finalmente agotó a Sarada, Sakura e Itachi intercambiaron una mirada cómplice mientras la pequeña se acurrucaba entre sus dos primos en el futón. Fue Izumi quien acomodó las mantas sobre los niños, con esa dulzura serena que siempre la caracterizaba.

—Nosotros cuidaremos de ellos —dijo Izumi con una sonrisa—. Ustedes dos deberían tomarse un tiempo.

Sasuke asintió, pero fue Sakura quien tomó su mano con suavidad, agradeciendo en silencio la oportunidad de respirar y reflexionar. Salieron juntos a caminar por las calles de su antiguo barrio, un lugar que aún conservaba rastros de la guerra.

Las luces de papel titilaban sobre los puestos de comida, y el aroma de los cerezos en flor flotaba en el aire. La ciudad tenía un latido propio, una mezcla de nostalgia y resiliencia que envolvía cada calle reconstruida.

Sakura se detuvo de pronto frente a un parque infantil. Sus dedos rozaron la cerca de madera, recordando el tiempo en que aquel espacio había sido un campamento militar durante la guerra.

—Este lugar... trae demasiados recuerdos —murmuró, con la mirada fija en los columpios que se mecían suavemente con la brisa.

Sasuke la observó de reojo, con las manos hundidas en los bolsillos de su abrigo.

—Tú querías venir, ¿no?

Sakura abrazó sus propios brazos, como si intentara contener la marea de emociones que la envolvía.

—Quería verlo con mis propios ojos —susurró—. Quería sentirlo de nuevo... saber si aún encajábamos aquí. Si aún podía llamarlo hogar.

Sasuke desvió la mirada hacia el parque. Para él, la palabra hogar siempre había sido algo abstracto, un concepto que se le escapaba de las manos.

—¿Y qué has descubierto?

Sakura suspiró, sus ojos reflejando la luz tenue de las lámparas callejeras.

—Que aquí fui amada cuando más lo necesitaba. Que encontré apoyo cuando estaba sola.

Sasuke no respondió de inmediato. Se quedó observando la manera en que la nostalgia y la determinación se entrelazaban en su expresión, en cómo la cicatriz del pasado aún se reflejaba en sus ojos, pero ya no la definía.

—Sakura... —murmuró su nombre con un matiz indeciso, como si intentara encontrar las palabras adecuadas, pero al final optó por el silencio.

Ella lo miró, con esa intensidad que siempre lo desarmaba.

—Este viaje no se trata solo del pasado, Sasuke. Se trata de nuestro futuro.

Sus dedos se buscaron instintivamente, entrelazándose en un gesto que no necesitaba palabras.

El viento nocturno acarició sus rostros mientras se inclinaban el uno hacia el otro, reencontrándose en un beso que no solo sellaba su amor, sino la certeza de que, sin importar cuántos caminos hubieran tomado, este era el único lugar al que realmente pertenecían.

Los días pasaron y Sakura no pudo ignorar lo que veía a su alrededor. La guerra había dejado cicatrices más profundas que las que se mostraban en la arquitectura de la ciudad. Eran visibles en los rostros cansados de las madres que intentaban alimentar a sus hijos, en los huérfanos que vagaban con la mirada perdida, en los hospitales donde los médicos trabajaban sin descanso con recursos limitados.

Sasuke lo notó en Sakura, en cómo su mirada se iluminaba cuando atendía a alguien necesitado, en la manera en que su corazón se estremecía ante la injusticia. La conocía lo suficiente para saber que no podía permanecer indiferente.

Por eso, cuando una noche, después de acostar a Sarada, Sakura se sentó a su lado y pronunció aquellas palabras, Sasuke ya lo presentía.

—Quiero quedarme.

Él levantó la vista y frunció el ceño levemente.

—Pensé que volveríamos a París.

Sakura negó con la cabeza y tomó su mano, con la misma ternura con la que siempre lo traía de vuelta a la realidad cuando él intentaba huir.

—Aquí me necesitan. Quiero trabajar en los hospitales, ayudar en la reconstrucción. Además... quiero que Sarada crezca en un lugar donde aprenda sus raíces, donde pueda ver la fortaleza de su gente. Francia es un hermoso país, pero Japón es nuestro hogar.

Sasuke exhaló lentamente y pasó una mano por su rostro.

—No quiero que pases dificultades cuando podrías tenerlo todo en París. No quiero que Sarada crezca como nosotros lo hicimos...

Sakura tomó su rostro entre sus manos, obligándolo a mirarla.

—No quiero una vida fácil si eso significa ignorar lo que puedo hacer aquí. No quiero solo sobrevivir, Sasuke. Quiero hacer la diferencia.

Su voz era firme, pero en sus ojos no había confrontación, solo comprensión.

—No te estoy pidiendo permiso —susurró—. Solo quiero que aceptes esto. Que me apoyes.

Hubo un largo silencio entre ellos. Sasuke miró a su esposa y vio la convicción en su mirada, la misma que siempre había admirado en ella.

Sabía que no podía cambiar su decisión, y en el fondo, entendía sus razones. Él mismo había pasado la mayor parte de su vida tratando de regresar a casa. ¿Cómo podría negarle a ella la oportunidad de hacer lo mismo?

Finalmente, asintió.

—Si esto es lo que quieres... está bien. Pero no permitiré que pases penurias. Trabajaré para que no les falte nada.

Sakura sonrió con ternura y apoyó su frente contra la de él.

—Lo sé. Pero quiero que sepas que yo también puedo ayudar. Venderé algunas propiedades, solo conservaré la casa de mi madre. Juntos construiremos una nueva vida aquí. Como familia.

Sasuke la besó con suavidad, aceptando, por primera vez, que tal vez el destino de ambos siempre había sido regresar a casa.

La brisa nocturna se filtraba a través de las puertas corredizas del ryokan, moviendo suavemente las cortinas de papel de arroz. Afuera, el sonido del agua de un pequeño estanque rompía el silencio, mientras la luna iluminaba el tatami donde Sasuke y Sakura compartían una taza de té.

Sarada dormía a pocos metros de ellos, envuelta en su pequeño futón, su respiración tranquila.

Sasuke la observó un momento antes de volver la vista hacia Sakura. Estaba hermosa bajo la tenue luz, con su cabello suelto cayendo sobre sus hombros y sus manos delicadamente entrelazadas sobre su regazo. Había tomado la decisión de quedarse en Japón. Se lo había dicho con firmeza, con el mismo brillo en los ojos que tenía cuando tomaba una decisión sin marcha atrás.

Pero Sasuke no podía evitar su propio miedo. Miedo a que un día se despertara y sintiera que su lugar no era allí, que la vida que había construido en Francia la reclamara.

Sin apartar la mirada de ella, habló.

—Sakura.

Ella levantó la vista, notando el peso de su voz.

—Cásate conmigo.

El mundo pareció detenerse por un instante. Sakura abrió los labios, pero no encontró las palabras. Su corazón latía con fuerza, sintiendo la intensidad con la que Sasuke la miraba. No había duda en su expresión, no había titubeos ni promesas vacías. Solo determinación.

—¿Qué...? —preguntó en un susurro, su voz apenas audible.

Sasuke deslizó sus dedos por los suyos, entrelazando sus manos con la misma seguridad con la que la había sostenido en el pasado, como si nunca más fuera a soltarla.

—Porque no quiero que esto sea temporal. No quiero que un océano vuelva a separarnos. No quiero despertar un día y encontrarte a un mundo de distancia otra vez.

Sakura sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas.

—¿Es una orden, Uchiha? —intentó bromear, pero su voz tembló.

Sasuke esbozó una leve sonrisa, de esas que aparecían en raras ocasiones, cargadas de significado.

—No. Es un hecho.

Sakura sintió que el aire abandonaba sus pulmones cuando Sasuke sacó el pequeño saco de seda. Sus manos firmes, pero algo tensas, lo sostenían con la misma reverencia con la que guardaba sus sentimientos más profundos.

—Cuando estuvimos en Francia, supe que la tradición es que te dé un anillo —dijo con su tono bajo, casi un susurro en la tranquilidad de la noche—. Y este... —Abrió el saco con cuidado y deslizó un anillo en la palma de su mano— era de mi madre.

Sakura miró la joya, sus ojos brillando con emoción. No era un diamante como los que había visto en París, no era lujoso ni brillante según los estándares franceses, pero era mucho más que eso.

—Sé que allá, en Francia los diamantes son lo más correcto—continuó Sasuke, su mirada fija en ella, observando cada una de sus reacciones—. Pero por el momento, esto es todo lo que poseo... y quiero que sea tuyo.

Sakura tocó el anillo con la yema de los dedos, sintiendo el frío metal contra su piel. Era un delicado aro de oro blanco con un rubí en el centro. Había pertenecido a Mikoto Uchiha.

Las lágrimas se acumularon en sus ojos mientras levantaba la mirada y se encontraba con los de Sasuke. Él estaba serio, expectante, como si temiera que lo rechazara.

Pero no había nada en el mundo que la hiciera rechazarlo.

Con un temblor en las manos, tomó el anillo y lo deslizó en su dedo anular.

—Es perfecto —susurró, con la voz rota por la emoción—. No quiero un diamante, Sasuke... Quiero esto. Quiero lo que significa.

Él exhaló suavemente, como si hubiera contenido la respiración sin darse cuenta.

Sakura sonrió con dulzura y tomó su rostro entre sus manos, acercándolo hasta que sus frentes se tocaron.

—Sí... mil veces sí.

Sasuke cerró los ojos, permitiéndose por un momento disfrutar de la sensación de haber encontrado, al fin, su hogar.

Él no esperó más. La atrajo hacia su pecho, sosteniéndola con fuerza, sintiendo su calidez, su presencia real y tangible.

Sasuke cerró los ojos por un instante, sintiendo cómo algo dentro de él finalmente encajaba en su lugar.

Sarada se removió en su futón, inconsciente de que su mundo acababa de cambiar.

Japón no solo sería su hogar. Sería el inicio de su vida juntos, como siempre debió haber sido.

El amanecer trajo consigo una brisa suave, impregnada con el perfume embriagador de los cerezos en flor. La primavera se desplegaba en todo su esplendor, como si la naturaleza misma celebrara la unión de dos almas que habían esperado demasiado para encontrarse de nuevo. Entre los jardines teñidos de rosa, el templo se alzaba majestuoso y solemne, su arquitectura ancestral enmarcando el día más importante de sus vidas.

Dentro de la casa, la atmósfera vibraba con una mezcla de expectativa y emoción contenida. Hinata, Ino e Izumi rodeaban a Sakura, ajustando cada detalle con la delicadeza de quienes comprendían la magnitud del momento. Aunque nunca había imaginado con precisión cómo sería su boda, si alguna vez lo hizo, jamás pensó que su corazón latiría con tanta fuerza, que sus manos temblarían al acariciar la fina tela de su kimono blanco. El bordado dorado danzaba bajo la luz matutina, reflejando los hilos de un destino que finalmente se tejía en armonía.

Su cabello, recogido en un moño elegante, estaba adornado con una peineta de perlas que alguna vez perteneció a su madre. Se miró en el espejo y, por un instante, la imagen reflejada le pareció ajena. Allí estaba una mujer que había amado, sufrido y sobrevivido. Una mujer que, tras años de espera, estaba a punto de prometerse eternamente al único hombre que había habitado su corazón.

No recordaba lo que se sentía estar envuelta en un kimono tan pesado, pero sabía que valía la pena.

—Estás hermosa, Sakura —murmuró Hinata con dulzura, sus ojos brillando con genuina emoción.

—Es la novia más hermosa que he visto —agregó Ino, conteniendo las lágrimas—. Si Sasuke no llora al verte, juro que lo haré yo.

Sakura rió suavemente, aunque su corazón latía con una intensidad que amenazaba con desbordarse. Pronto, muy pronto, caminaría hacia él. Y esta vez, no habría despedidas, solo un nuevo comienzo.

Sasuke la esperaba en el altar con un impecable kimono negro formal, la espada ceremonial a su lado, como dictaba la tradición. Su postura era recta, su expresión serena, pero en sus ojos oscuros brillaba un destello que solo Sakura podía reconocer: una mezcla de ansiedad, emoción y amor contenido.

Cuando ella apareció al final del pasillo, el mundo pareció detenerse. La luz del sol iluminaba su rostro con una suavidad etérea, y todos los presentes contuvieron la respiración al verla avanzar con elegancia y gracia.

Naruto, quien insistió en ser testigo y padrino de bodas, se inclinó ligeramente hacia Sasuke y susurró con una sonrisa burlona:

—Si pestañeas ahora, te lo pierdes.

Sasuke no respondió, pero dentro de las mangas de su kimono, sus manos se apretaron levemente.

Sakura llegó hasta él, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que todo estaba en su lugar.

El monje comenzó la ceremonia con cánticos suaves y palabras llenas de significado sobre la unión, la lealtad y la eternidad.

Sasuke y Sakura compartieron el ritual del "San-san-kudo", sellando su compromiso con nueve sorbos de sake.

Cuando llegó el momento de hablar, Sasuke sostuvo su mirada y, con voz firme pero cargada de profundidad, dijo:

—No tengo muchas palabras para expresarlo, pero lo que tengo es todo lo que soy. Te prometo que jamás volverás a sentirte sola. Que, aunque no pueda cambiar el pasado, haré que nuestro futuro valga la pena.

Sakura sintió las lágrimas acumularse en sus ojos, pero no dejó que cayeran.

—Yo prometo amarte todos los días, incluso en los más difíciles. Prometo recordarte lo que vales, incluso cuando no puedas verlo. Y prometo que, pase lo que pase, siempre estaremos juntos.

El silencio fue más elocuente que cualquier aplauso. Solo el viento agitó las ramas de los cerezos, esparciendo pétalos a su alrededor. Pero cuando Sasuke tomó su mano, Sakura supo que había encontrado su hogar.

La recepción fue íntima pero llena de alegría. La sorpresa de la noche fue el cambio de vestuario de Sakura: un vestido importado de París que desafiaba los estándares tradicionales. Tal vez algunos se escandalizarían, pero a Sasuke le encantaba verla bien vestida.

Y esa noche, cuando la viera con aquel diseño de Givenchy—una falda de tul voluminosa que le llegaba por debajo de las rodillas, un corsé ajustado con un escote en forma de corazón delicadamente adornado con encaje—, no habría dudas de que ella era suya.

Los tirantes con lazos le daban un aire coqueto y sofisticado, y la fina cinta en su cintura realzaba aún más su figura. Complementaba su atuendo con unos stilettos de Roger Vivier que la hacían ver más alta, aunque, incluso con ellos, aún tendría que ponerse de puntitas para besar a su amado.

Naruto hizo reír a todos con sus discursos torpes sobre su infancia con Sasuke, mientras Ino e Izumi compartían anécdotas compartidas con Sakura.

Sarada, con un vestido blanco y una gran sonrisa, se subió a los hombros de su padre y gritó con orgullo:

—¡Mis papás están casados!

Todos rieron, incluso Sasuke, quien deslizó su brazo alrededor de la cintura de Sakura y la atrajo hacia él.

La noche se apagó con la última risa y el último brindis.

Sakura salió al jardín descalza, dejando que la frescura del césped acariciara su piel. La brisa nocturna agitaba suavemente su vestido de diseñador, mientras ella cerraba los ojos y respiraba hondo, absorbiendo cada sensación de aquella noche.

Desde la sombra del corredor, Sasuke la observaba en silencio. Se había deshecho de su haori, quedando solo con la camisa blanca ligeramente desabrochada. Sus ojos oscuros la recorrieron, memorizándola. Había visto a Sakura en muchas facetas, pero nunca así. Nunca tan hermosa. Nunca tan suya.

Sin hacer ruido, cruzó la distancia y deslizó los brazos alrededor de su cintura, atrayéndola contra su pecho.

—Te encontré —susurró contra su cuello antes de besarlo con suavidad.

Sakura suspiró, cubriendo sus manos con las de él.

Pero entonces, Sasuke lo sintió.

Un roce leve, una caricia distraída sobre su vientre. Algo dentro de él se detuvo.

Su respiración cambió. Su abrazo, tan firme momentos antes, se volvió tenso.

Sakura tragó saliva. Se giró en sus brazos y alzó la mirada, encontrando esos ojos que podían leerla sin necesidad de palabras.

Tomó su mano y la colocó con delicadeza sobre su abdomen.

—Sasuke, tengo algo importante que decirte. —Dijo Shakira con nerviosismo.

Sasuke se tensó al instante.

—Vamos a ser padres otra vez. —Confesó con nerviosismo.

El silencio fue eterno.

Sasuke bajó la mirada lentamente, mientras sus dedos se extendían con más firmeza sobre su vientre. Su respiración se volvió más pausada hasta que, en un murmullo apenas audible, dijo:

—¿Estás segura...?

Sakura asintió.

Él cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, vio en su mirada algo profundo: miedo... pero también determinación.

—Esta vez... —su voz era un susurro grave—. Esta vez estaré aquí.

Sakura sintió las lágrimas acumularse en sus ojos.

—Solo quédate conmigo.

Sasuke la besó.

Y en ese beso, selló la promesa de un futuro que, esta vez, vivirían juntos.—

FIN