II

[La Perla de Shikon]

Se parece mucho a mi hermana, Kikyo

Esas palabras de la anciana, junto con una señal a uno de los hombres más cercanos a ella, fueron suficientes para ordenarle a los aldeanos deshacer sus ataduras. Mismos, aunque desconfiados, siguieron las órdenes dejando a la joven libre y bajando sus armas entre silenciosas quejas. Ella pudo respirar aliviada unos momentos, viendo las irritantes marcas rojas en sus muñecas producto de la soga, pero la sensación de tener miles de ojos sobre ella no se detenía, incluso con las órdenes de la anciana dadas, ellos mantenían su mirada fija con incertidumbre y algo de temor. Las mujeres no cercanas al círculo alrededor hasta alejaban a los niños de la escena insinuando algo sobre ser una criatura o demonio, Kagome no llegaba a escuchar más.

Eran alertas ante el peligro, podía notar y respetar eso, sin embargo, también creía en lo exagerado de esa reacción. No había nada peligroso en una adolescente con recientes quince años cumplidos, ella no había hecho nada para llamar tanto la atención. Tal vez tenía razón al creer en la teoría de la secta con temática de medievo europeo oculta en medio del bosque, sólo así podría entender por qué tanto alboroto por su presencia. Aunque también estaba la otra teoría, más loca, pero eficaz para explicar cómo apareció en medio de la vegetación estando en el almacén de su casa, ese círculo de luz, la criatura con forma de insecto…

Es cierto, ese libro… Pensó, buscando entre sus ropas ese objeto supuesto culpable de su actual estado, sin encontrarlo en su cercanía o sobre ella. El pánico se apoderó de su corazón, si ella perdía ese libro no tendría forma de encontrar una vuelta casa, porque aún si seguía sin creer en la magia o en su fantasioso viaje entre mundos mundo, ese libro dorado era la clave de su misterio.

— Alcaldesa, esa niña llevaba esto con ella al encontrarla. — Vio aún hombre acercarse a la anciana, su cabello sujeto en una baja coleta y ropas opacas de campesino. En su mano mostró aquello que Kagome estaba buscando, el libro dorado. —¿Cree que sea alguna especie de Libro Mágico? —

¿Libro Mágico?, repitió en su mente.

—Gracias, me encargaré de revisarlo. — Tomó el objeto dándole una corta ojeada y luego posó su mirada detrás del velo en la muchacha aún de rodillas en el suelo. —Levántate niña y sígueme en total silencio. — Después de esa orden, dio media vuelta y comenzó a caminar con la débil velocidad que sus piernas le dejaban.

Era sospechoso seguir a una anciana de negro que parecía gobernar un pueblo de locos, pero no pudo negarse, se levantó del suelo con sus piernas entumecidas tratando de mantener un paso corto para quedarse detrás de la espalda de esa tal Kaede, sintiendo una especie de protección de su parte por ser quien manda ahí, entre medio de sujetos con miradas desafiantes, carentes de hospitalidad.

Bajaba la mirada para evitarlos, solo concentrándose en la espalda jorobada de la alcaldesa para así no mostrar un interés de más que podría malinterpretarse y terminar con ella muerta o sujeta contra el suelo. Pero en las pocas veces que sus ojos la engañaban, lograba visualizar una vida antigua impresionante. Cabañas con corrales de gallinas y cerdos, pozos de agua, incluso las tiendas de alimentos al aire libre.

Seguía sin estar segura el tipo de lugar al que llegó, pero dejó en claro que no era su hogar...siquiera su mundo.

Cuando escucho a ese hombre mencionar un libro mágico teniendo el dorado entre sus dedos, Kaede siquiera se vio extrañada, no le llamó la atención esa hipótesis tan descabellada a oídos de la joven y sin saberlo, confirmó sus sospechas.

Ese libro era la clave principal, ella fue arrastrada por una horrenda criatura al tocarlo y apareció en medio del bosque con él a su lado, ¿Acaso era necesario para regresar a casa? Si ese hombre le cuestionó a Kaede, ella debe saber sobre esos temas y no perdería nada al intentar preguntar.

¿Cómo podría pedirle que me ayude? ¿Siquiera habrá una forma? Pensaba siguiendo el camino en silencio. Su cabeza era una mezcla de emociones e ideas incapaces de mantenerse quietas por un segundo, causando cortos periodos de dolores por el estrés.

Como miles de voces gritando a la vez en su interior sin lograr ponerse de acuerdo para quitarse esa sensación de ansiedad, Kagome solo sintió paz cuando una sensación de calidez la invadió por pocos instantes.

Terminaron llegando a una gran casa de madera con mejores pintas que las demás. En su entrada, se podía apreciar una estatura de piedra no tan grande que le impresionó. La imagen de una mujer de largos cabellos lisos con dos mechones al frente, sujetando una pequeña esfera entre sus manos contra su pecho, con un vestido cercano a las túnicas griegas de las que hablaron en su escuela una vez, incluso llevaba una tiara de perlas en la cabeza. La escultura era tan realista que Kagome podía notar la mezcla de angustia aún en la concentración de sus ojos cerrados y cabeza gacha, de rodillas sobre su soporte.

Sin saberlo, había dado unos pasos a la estatua, intrigada por su gran acabado. Nunca fue fan del arte, de hecho, era la materia que más odiaba en su clase, pero por alguna razón, esa escultura de piedra parecía llamarla. Calmando las voces en su cabeza para entregarle una curiosa paz momentánea, mezclada con un débil sentimiento melancólico que apretaba su corazón.

Levantó su mano derecha, queriendo tocar la estatua sin una razón aparente, solo su cuerpo se movía por cuenta propia, siendo llamado por esa persona convertida en una obra de piedra.

—Mi hermana, Kikyō. Ella era la sacerdotisa del pueblo. — Antes de tocar su textura, la voz rasposa de la anciana le hizo retroceder del susto, apretando un puño contra su puño para ocultar su culpabilidad en querer tocar la obra. La anciana se posó a su lado con una sonrisa nostálgica como única prueba de su actual expresión detrás del velo. —Cuando falleció hace cincuenta años uno de los aldeanos hizo ésta escultura sobre ella. No muestra todo lo que era, pero al menos mantiene vivo su recuerdo. —

Kagome escuchó atentamente a la anciana, pasando su vista de ella a la estatua con ojos y boca bien abiertos. Kikyo era el nombre con quién Kaede la relacionó hace poco, mencionando ser su hermana. Nunca había oído un nombre tan precioso antes y por la forma de la estatua tan perfecta, podría decir que esa mujer también lo era en apariencia, que la hayan comparado con esa mujer apenas llegar le llena de curiosidad por quién era antes de la muerte.

Le parecía de mal gusto intentar preguntarle a la anciana sobre su hermana muerta, sin importar los años pasados, un extraño no puede simplemente cuestionar la muerte de un ser querido sin tener la confianza suficiente. Kagome no soportaría a alguien hablar de la muerte de su padre si no es otro familiar o sus amigos, e incluso con ella era imposible mantenerse serena cuando ese tema sale a luz. Al final, la pérdida de un ser tan cercano como un padre o hermana termina golpeando durante más años de los que cualquiera creería.

Simplemente se quedó viendo a la estatua durante unos momentos, sintiendo como su corazón u otra cosa dentro de ella fluía de calidez, estando en paz sólo con mantenerse cercana a esa estatua, ¿Por qué se sentía así?

—Entra, te prepararé algo. — Kaede se dio media vuelta. —Ya está anocheciendo, lo necesitarás. —

Volteó al cielo, notando lo cierto de sus palabras, el sol se iba poniendo por las esquinas de ese pueblo y el inmenso bosque a su alrededor. Kagome mordió el interior de su mejilla, notando como el día de su cumpleaños se iba desvaneciendo al llegar la noche y ella no estaba en casa para recibir su pastel o la canción del Feliz Cumpleaños.

Si Sota les contó sobre lo sucedido a su mamá y abuelo, dudaba que le creyeran por ser un niño, pero mantenía la esperanza de que ellos llegaran por ella dónde sea que esté.

Al cruzar la puerta, el ambiente ahí dentro a diferencia de la brisa templada del exterior era cálido, solo no tan inmenso como una casa de su barrio o la suya misma. Parte de ese clima provenía de una chimenea en una esquina de la cabaña, su fuego sirviendo no solo como calentador, sino también para cocinar lo que sea como la gran olla sobre el fuego oliendo lo mismo que una sopa de verduras, su otra función igual a las velas en los rincones de la casa, promovía luz a falta de electricidad.

Su timidez la hizo quedarse abrazada a sí misma en la entrada, sin poder mantener su mirada quieta un segundo. Por su parte, la mujer mayor dejó el libro en un recibidor decorado con recipientes de flores prontas a marchitarse, dejando su tono morado por uno más opaco.

Se quitó su velo, mostrando por completo su rostro apagado y cubierto de arrugas de ya bastantes años de edad. Pero eso no fue lo que terminó por llamar su atención, si no el parche en su ojo izquierdo probablemente ciego, se podía ver una ligera cicatriz sobresaliendo de la tela, incluso las arrugas no eran suficientes para dejarle confirmar que se trataba de una quemadura. Cuando la mujer regresó a ella, el miedo de ser juzgada por mirar de más la obligó a desviar su rostro, fingiendo que no había presenciado nada prohibido.

—¿Piensas quedarte ahí parada? Vamos, toma asiento y te traeré algo para tomar. — Se entendía sus intentos de ser amable, pero su tono rozaba lo grosero, así como su ceño siempre fruncido. Kagome no estaba segura de si ella realmente estaba haciendo eso porque quería o buscaba algo a cambio.

—¿Realmente está bien? — Murmuró, sin dejar de abrazarse a sí misma y con la necesidad de dar pasos atrás.

—Claro, no hay de qué preocuparse, no pienso hacerte daño. — Así, se dirigió a la chimenea sin decir nada más.

Kagome pasó a una mesa de madera algo descuidada por el tiempo, sentándose en sillas del mismo material, frías por la falta de uso. El silencio era brutal, veía de reojo el libro sobre el recibidor.

—Disculpe, ¿Podría decirme dónde estoy? — La mujer en la chimenea levantó la mirada con una ceja arqueada, mostrándose confundida ante la quebrada pregunta.

—¿No sabes dónde estás? — Kagome negó con la cabeza. —¿De dónde vienes o quién eres? —

—Oh, no, eso sí lo sé. — Antes de seguir hablando, respiró profundo para quitarse la timidez de su cuerpo. — Mi nombre es Kagome Higurashi, provengo de una ciudad llamada Tokio en el país de Japón. —

—¿Tokio…Japón…? — Repitió, pensativa antes de simplemente negar, dejando el fierro de la chimenea a un lado. —Nunca escuché esos nombres. Hasta dónde sé, no hay un Reino en Acanica que se parezca a ese. —

—¿Acanica…? —

Entonces era cierto, no se trataba de un culto o un pueblo de locos en medio del bosque, ella realmente había viajado a otro mundo. Se volteó, encontrando al libro desde la distancia, el principal sospechoso y ahora culpable de esa situación en la que se metió por querer ser una buena hermana por una vez en su vida.

Acanica, era un nombre extraño y fuera de los tipos de palabras conocidas para ella en lo que su idioma respecta. Ahora que lo pensaba, desde que llegó, incluso si ella era japonesa, podía entender a todos a su alrededor de la mejor forma y ellos a ella. Si fuera otro mundo ¿No deberían hablar idiomas diferentes? ¿Cómo se supone que se estaban comunicando tan bien?

Su cabeza era un lío de preguntas sin responder acumulándose una tras otra junto con la mezcla de sentimientos encontrados a cada segundo en ese lugar. Miedo, preocupación, desesperación y ansiedad, todos en una amalgama incapaz de controlar.

—Aquí tienes. — Salió de sus pensamientos cuando la voz de la anciana regresó más cerca que antes, encontrando su mano sosteniendo una taza de hierro que expulsaba un dulce aroma, cercano a hierbas, un té.

—Gracias. — La tomó entre sus manos, con cuidado de no quemarse por ser obviamente de hierro, al menos su mango no estaba caliente. Dejó la bebida en la mesa, notando su tono rojizo a la par que la anciana se sentaba en la cabecera de la mesa con cuidado, soltando un largo suspiro después.

—Así que no sabes cómo llegaste aquí ¿Me equivocó? — La joven asintió, dándole un corto soplido a su bebida para después beberla. La sorpresa en sus ojos por el sabor le hizo suponer a la mujer mayor el nivel de poca compresión de ella por su alrededor, sin siquiera saber la existencia de un té con pétalos de Lotos Sangrientos, siendo una bebida mayormente reconocida en todas las naciones. —¿Siquiera si alguien te trajo? —

—Bueno…— Dejó la taza en la mesa una vez más, ya con la mitad del té bebido, la verdad era un sabor extraño, pero cercano a una infusión de fresa que solía tomar cerca de su escuela. —Estaba en un almacén con mi hermano pequeño, cuando encontré ese libro dorado en uno de los estantes, al tomarlo, un círculo de luz apareció en el suelo y entonces…— Antes de terminar su relato, Kaede levantó su mano para callarla, su mirada fija a la entrada parecía sentir una presencia ajena a Kagome.

Entonces, el suelo comenzó a temblar con brusquedad, tirando todo a su alrededor incluyendo lo poco de té que quedaba en la taza sin quemar a Kagome por caer del lado contrario. La anciana se levantó de su asiento con una velocidad sorprendente por su edad, apretando los dientes en impotencia antes de comenzar a caminar a la salida con toda la velocidad que podía. Kagome no quiso quedarse sola en ese temblor, de todos los vividos en su mundo -por lo común que es en Japón la experiencia de temblores o terremotos en ciertos momentos del año- sabía lo riesgoso de estar en soledad en un hogar hecho madera, en especial si era antiguo. Así que, aún si sus piernas temblaran del terror, la adrenalina le dio la fuerza para correr detrás de Kaede como única compañía y seguridad actual, notando como ella sacaba de un cofre por debajo del recibidor un arco junto a un carcaj de flechas que colocó en su espalda. El arma poseía un grabado con extraños símbolos en cada punta y al sujetarlo entre sus manos estos símbolos brillaron por pocos segundos.

—Una gran Presencia se acerca, es mejor que te quedes dentro. — Kaede volteó a ella con expresión llena de decisión. Kagome no entendió una sola palabra de lo que dijo y solo respondió con un ¿Eh? —No importa, solo no te entrometas. — Abrió la puerta.

Fuera todo era un caos, la noche ya había caído junto con la gran luz que iluminaba las calles, dejando solo las antorchas en las puertas de las cabañas que poco a poco se apagaban con la llegada de una extraña ventisca. Los aldeanos corrían de un lado a otro buscando refugiarse en sus hogares y la campana en el centro sonaba una y otra vez, era una mezcla de sonidos de desesperación. Y fue cuando detrás de los árboles del bosque donde Kagome estuvo esa mañana se vio alzarse una enorme figura humanoide, los tres brazos y las decenas de pares de pies moviéndose de forma asquerosa en el aire.

La espalda de Kagome se congeló al reconocer esa criatura ciempiés que la arrastró por el círculo de luz antes de caer en ese lugar. La sensación de sus manos y garras sobre ella o su lengua por su cuello le asqueó.

—¡Es un demonio! Kagome, escóndete en la cabaña que yo me encargare de ella. — Aunque sonara segura de sí misma, la joven no podía confiar en que una anciana pudiera hacerse cargo de una criatura de semejante magnitud, mucho menos con un arco y flechas. Intentó negar con un "pero" Siendo inútil por la enorme insistencia. —Hazme caso, estas cosas son más que peligrosas. —

—Ah…ahí estás. — Ambas mujeres se tensaron por el veloz acercamiento del demonio hacia ellas, destrozando casas en su camino y matando a cada animal que se pusiera en frente. La repugnante mirada sobrenatural se dirigió a Kagome en la oscuridad de una interminable frustración. —¡Entrégame la Perla de Shikon! —

—La perla de Shikon… — Inmediatamente al escuchar eso Kaede volteó a ella con su rostro en blanco, sudor corriendo por su frente al oír ese nombre que creía perdido por casi cincuenta años. — Esa Joya ya no existe, ¿Cómo es posible que tú la tengas? ¿Dónde la tienes? — El pánico se apoderó de ella olvidando la presencia de un Demonio en su pueblo, teniendo solo la preocupación de algo tan valioso en manos de una niña sin siquiera ella saberlo.

—¡No la tengo, ni siquiera sé qué es eso! — Negó rápidamente encontrando a la anciana tan insistente como la criatura, entendiendo que ese objeto era algo valioso para ellos.

Kaede chasqueó la lengua, dejándolo por ahora al tener otras cosas de las que preocuparse. No era posible que una chica incluso más pequeña que su propia hermana antes de morir sea capaz de poseer esa Joya con tanto poder en su interior, siquiera era capaz de sentir algún tipo de energía mágica en ella desde que llegó.

Se puso frente a ella, con arco y flecha en mano, solo concentrada en esa mujer ciempiés destruyendo su hogar sin piedad.

La monstruosidad arruinó su plan comenzando al girar repetidas veces formando un remolino que haría volar todo tipo de objetos pesados, como los carruajes que por poco caen sobre la anciana si no fuera porque Kagome se armó de valor para quitarla del camino y salvarle, en parte, la vida. Y ni siquiera le dejó a Kaede agradecerle, ella de inmediato supo que, aunque no comprendía qué era lo que buscaba ese demonio la quería a ella de todas formas, por lo que escapar lejos del pueblo era la opción más confiable para dejar en paz a todos aquellos resguardado en sus hogares.

Lo único que no pensó al momento de iniciar con su escape fue que probablemente terminaría muerta al ser atrapada por ese monstruo, así que al final esto terminó siendo una idea suicida que al llegar al río cercano se percató y quiso arrepentirse. Un poco tarde para acotar a la orden de Kaede de quedarse dentro de la cabaña.

Fue entonces que vio, a la lejanía, una luz azulada sobresaliente del bosque cercana a lo que en su mundo se conoce como una aurora. Una sensación de seguridad le invadió al verla, como si la estuviera llamando para encontrar la protección que necesitaba para no morir a manos del Demonio. Debía ir ahí.

Corría todo lo que sus piernas le dejaban, agradeciendo ser buena en las clases de educación física pues pudo mantenerse alejada por unos momentos hasta entrar al bosque, solo ahí el sonido de árboles siendo derribados la alarmaron.

Al voltear, la criatura se alzó, con una flecha clavada en su cuello que suponía era de Kaede, tal parece que ella intentó detener a la criatura sin resultado alguno.

—¡No escaparas! — La mujer ciempiés perseguía los pasos de Kagome con garras preparadas en sus manos.

—No, aléjate… —Estaba entrando en una desesperación de muerte tal que hasta sería capaz de arrodillarse para pedir clemencia si no fuera por su instinto de supervivencia incitando a ir dónde esas luces.

Siguió huyendo por su vida durante todo el trayecto del bosque mientras sentía detrás las cien pisadas crujir en el suelo con gran velocidad, sus ojos ya borrosos por las lágrimas apenas podían divisar el camino que estaba tomando entre medio del enorme bosque de árboles sucumbidos en oscuridad donde tan solo una parte de la luna podía iluminar el camino, la sensación de calidez por esas luces en el cielo desaparecidas una vez entró a lo más profundo de la vegetación se volvía más fuerte, entendiendo lo cerca de ahí que se encontraba, solo debía resistir un poco más. Pero, así como atleta también era torpe en momentos de adrenalina, no notando una raíz sobresalida en su camino que atrapó su tobillo haciéndola caer contra el suelo, golpeando su rostro contra la tierra.

Ese impacto la mareó, tomándose un tiempo para recuperar la consciencia de dónde estaba. Solo oyendo una lejana voz que parecía hablarle a ella desde el gran árbol al frente. Era borroso, pero pudo distinguir a alguien vestido de rojo contra el tronco, cubierto de enredaderas con flores de rosas en algunas esquinas. ¿Ese era…?

—¿Estás en problemas, Kikyo? — No podía equivocarse, ese chico, con la larga cabellera plateada era aquel que encontró dormido apenas llegó. Aquel a quien Kaede llamó Príncipe Mestizo.

—Eres tú… — Cuando su vista ya estaba mejor y pudo usar las fuerzas de su brazo, se arrodilló en el suelo, analizando mejor a ese tipo a poca distancia de ella.

Aún seguía atado al árbol por las enredaderas, pero aparte de eso, ahora se podía divisar una mística flecha traslúcida clavada en su pecho que Kagome juraba no haber visto antes. Lo más extraño era que se encontraba despierto, ojos de un tono dorado cercanos al oro mismo, mirándola con el mayor desprecio que jamás otra persona le dedicó. Era extraño, esa mañana se veía tan dormido que suponía la muerte, tan solo su corazón latía con lentitud como si luchará por mantenerse bombeando y esas espinas se mantuvieron en su piel por tanto tiempo ¿Cómo es que se encuentra despierto ahora?

—¿Por qué estás hablándome? — En un murmullo Kagome mostró su confusión, solo recibiendo una risa sin gracia de ese chico. Esa sonrisa mostraba arrogancia, pero sus ojos no dejaban de verla con desilusión.

—Se nota que aún mantienes ese odio hacia mí. Está bien pero tampoco te distraigas tanto. — Parecía estar hablándole a alguien que conocía de toda su vida, pero Kagome apenas sabía de él desde esa mañana.

¿Quién es este chico?

Antes que Kagome pudiera decir algo a su favor, otra vez tembló y la mujer ciempiés apareció detrás de ambos, llevándose varios árboles con ella. Sin piedad alguna intentó volver a atacar contra la conmocionada joven incapaz de mover un centímetro de su cuerpo, tan solo viendo como la criatura abría su boca en el aire mostrando afilados colmillos, próximos a clavarse en ella causando su muerte.

Entonces, como una salvación divina, una flecha se clavó en su espalda haciéndola gritar, dándole el tiempo suficiente a Kagome para moverse a un lado y salvarse por poco. Kaede apareció sobre un caballo, acompañada de otros hombres y con su arco en mano, le hubiera agradecido por salvarla tantas veces, si no fuera por el extremo cansancio tanto físico como mental que sentía.

—¿Qué pasa contigo, Kikyo? — Ese chico volvió a hablar, llamándola por un nombre que no era el suyo y con un tono tan informal que comenzaba a cansarla. — Vamos, usa tu magia en ella y acaba con todo de una vez, como hiciste conmigo. —

—Agh, ¡qué irritante! —Ya estaba harta, había aguantado aparecer en un mundo que no era el suyo, ser secuestrada por desconocidos y atacada por un monstruo con forma de insecto, ¡Ya no podía más! Se levantó del suelo, caminando hacia ese tipo, subiendo por las raíces de ese gran árbol como esa mañana. —No me hables como si me conocieras. —

—¿De qué estás hablando? — Se mostró confundido, después de todo, no había persona ahí que conociera mejor que esa mujer. Su rostro era un constante recuerdo de ese último sentimiento antes de caer en la oscuridad, la traición.

—¡Mi verdadero nombre es Kagome, no Kikyo! Ka-go-me — Resalto cada sílaba, contándolas con sus dedos. — Y no te conozco para nada, ni siquiera sé tu nombre. —

—¿Me estás tomando por estúpido? — No logró comprender, primero le ataca sin razón, luego finge ser otra persona como si nada ¿Qué era todo eso? — Olvidas que soy un Demonio y no solo tu rostro es el mismo, si no también tu…— La olfateó, pero por más que buscara el dulce aroma que reconocía, tan sólo encontró otro igual de dulce, pero totalmente diferente. — Espera, realmente… ¿No eres Kikyo? —

—No, no lo soy. Así que deja de llamarme por ese nombre. — El chico abrió la boca en un intento de querer seguir hablando, callando antes de siquiera soltar un sonido. Podía notar el desencanto de la noticia y eso no hizo más que molestarla.

¿Por qué tanta insistencia en esa tal Kikyo? ¿En serio se parecía a ella lo suficiente para ser confundida por todos a su alrededor? Según vio en la estatua de Kaede, esa mujer mostraba un semblante divino y sereno, como una doncella. Kagome posee buenas cualidades, pero nada se comparaba a esa mujer del pasado, le costaba creer en su similitud.

Antes de poder seguir analizando esa situación, le recordaron la situación en la que estaba al sentir tres fuertes manos con afiladas garras clavarse en su torso con fuerza, solo para posteriormente intentar arrastrarla por los aires. Un fuerte grito mezclando el dolor con el terror inundaron el bosque y ella, en un intento por sobrevivir, solo pensó en sujetarse de los dos mechones frontales del chico atado al árbol.

—¡Oye, suéltame! — Se quejó sin poder hacer nada para quitar las manos de esa chica sobre él.

—¡Primero espera que me suelte esta criatura! — Ella rogó, sabiendo el daño que le estaba haciendo.

—¡Para entonces ya me habrás arrancado todos los pelos, idiota! —

Entre gritos sus manos no pudieron mantenerse por mucho tiempo y terminaron por liberar al chico, para finalmente ser lanzada por los aires. El vértigo de la caída no se comparó al extremo sufrimiento posterior cuando la boca de la criatura se incrustó en su estómago, su desgarrador quejido se quebró con los afilados dientes contra su piel, rasgando partes importantes de su interior.

El sentir y oír la forma en que le arrancó un pedazo de su propio cuerpo de un solo mordisco, es una tortura que no le desearía ni a la persona más cruel de su planeta. Con su cometido cumplido, la criatura la dejó ir soltándola por los aires y cayendo al suelo en un golpe seco justo debajo del árbol.

Creyó morir ahí, varias veces reprodujo cada instante de su vida como un último adiós para al final seguir atascada a la existencia aún sí sufría de los peores sentires corporales conocidos por la humanidad.

Segundos después de su caída, sintiendo el frío del suelo húmedo recorrer su cuerpo, sus ojos se abrieron con pesadez obligándola a permanecer consciente de su alrededor y al mismo tiempo del dolor en una de sus costillas dónde ahora solo quedaba un gran agujero de sangre cálida, manchando el uniforme blanco. Imágenes borrosas y sonidos lejanos era lo único capaz de percibir en la agonía, tan solo logrando divisar un pequeño objeto acomodado frente a ella. Era rosado y brillaba intensamente, no solo por la luz de la luna sobre el mismo, sino porque a sus alrededores se desprendía una especie de energía blanca que le generaba una sensación de paz ajena a sus dolores.

—¡Tómala! —Una voz masculina fue captada por sus oídos de pronto. Sonaba lejana, pero ella sabía que se trataba del chico atado al árbol y fue entonces que con ayuda de uno de sus brazos logró levantar la cabeza para buscar a su propietario. —¡Toma la Perla antes de que sea tarde! — Su rostro se entremezclaba con una segunda versión de sí para luego tornarse borroso.

La Perla de Shikon. Regresó su vista al frente, esa esfera rosada parecía llamarla aun estando moribunda y ese brillo era tan intenso que una piedra preciosa común no sería capaz de transmitir, mucho menos esa sensación de relaje al tenerla cerca.

Kagome apenas podía distinguir sonidos y vistas por su dolor corporal, pero su instinto la movió más allá de lo que era capaz estirando uno de sus brazos, mismo que tenía restos de su propia sangre, hacía la joya. Obvio su velocidad se veía afectada por su estado, y en el tiempo que le llevó, el ciempiés aprovechó con más rapidez. Sujetando a Kagome con sus patas y llevándola hasta el chico contra el árbol, los envolvió con el resto de su cuerpo, haciendo una presión en donde ambos podían sentir las espinas clavarse en su cuerpo y en la herida de Kagome. Fue imposible para ella ocultar su voz en ese momento, gritó de dolor, apretando sus manos sobre el pecho del chico, sin poder más.

—Los rumores son ciertos, un mestizo aliado con un Ser de Luz. — Su risa burlona solo logró molestar al adolorido mestizo, ocultando su malestar en una falsa sonrisa irónica.

—No me hagas reír, yo no soy aliado de nadie. — Vio de reojo a la chica contra él, temblando y malherida. Mentiría si dijera que el frío de su cuerpo o el acelerado pulso de su corazón no le preocupaban, pero aquello que ganó su sincera atención estaba en el cuello desnudo de la joven.

—Negarlo no te servirá de nada, de todas formas, ambos morirán abrazados. — Su cuerpo de insecto hizo más presión en sus cuerpos contra el árbol y los quejidos de dolor se oyeron hasta la distancia.

Los humanos del otro lado, intentaban llamar la atención de la criatura, en especial Kaede quien en más de una ocasión lanzó sus flechas sin resultado alguno. Su impaciencia se hizo notar cuando una presencia que creía ya perdida hace décadas regresó desde el interior de Kagome, pero sus ataques ya eran en vano por culpa del cansancio y los aldeanos a su alrededor fueron heridos por anteriores golpes del Demonio. Apretó su arco haciendo brillar en rojo intenso la runa en sus extremos, estaba más que impotente por no poder hacer nada más. Necesitaba idear un plan.

Entre medio del dolor, el mestizo abrió sus ojos buscando al ciempiés tan callado y sin soltar su típica risa agria a pesar de estar ambos en el lecho de muerte. Para una aterradora sorpresa, el torso estaba apoyado contra el suelo, una de sus tres manos sujetando la esfera rosada tan descaradamente y con una sonrisa de oreja a oreja. Sabía lo que estaba por hacer y en su desespero por detenerla se sacudió gritando porque se detenga, esos movimientos bruscos activaron la flecha en su pecho, generando una electricidad en todo su interior que le arrebató gran parte de su presencia al instante. Sus energías se apagaron casi obligándolo a volver a dormir.

Maldición, se quejó internamente viendo la flecha transparente clavada a él, lo único que lo ata de destruir ese asqueroso cuerpo contra el suyo junto con la existencia de ese infeliz Ciempiés. Si no estuviera sellado aún, hubiera podido arremeter contra la criatura antes de verle devorar el valioso objeto de un solo bocado.

Su cuerpo se tornó oscuro, sus colmillos filosas cuchillas y el brazo que le faltaba volvió a crecer desde su interior. La transformación a causa de la Joya no le quitaba su inutilidad para el mundo, mucho menos le generaba una especie de terror al mestizo si eso es lo que quiso demostrar al voltearse por su lado con ojos cubiertos de oscuridad, mostrando el aumento de su asquerosa Presencia.

La presión en sus cuerpos se había vuelto insoportable, tanto que Kagome comenzaba a desvanecerse por sus heridas, con un insoportable frío y un cansancio corporal ya más que suficiente. Si cerraba sus ojos ¿Moriría? ¿O podrá regresar a su hogar solo para enterarse que fue todo un sueño? Esa era una fantasía preciosa, tan tentadora que comenzó a perder su conciencia poco a poco. Fue nuevamente una voz la que la trajo de vuelta a la razón, un llamado leve desde la cima que ella pudo interpretar como divino, así que levantó la mirada con ojos borrosos.

Estaba más de un lado que del otro, pero su vista hizo un esfuerzo por enfocarse, logrando encontrar la mirada dorada sobre ella y los labios de ese chico extraño moviéndose generando un eco irreconocible, ¿Estaba hablándole?

—¿Eh? — Kagome cuestionó con lo único que su voz pudo soltar y el sabor amargo de la sangre queriendo acumularse en su garganta.

—¡Te estoy preguntando si puedes quitar esta flecha! — Aún sin poder oír bien, notó la impaciencia en el tono del chico, así como en su expresión, por lo que no hizo más preguntas y se dirigió a su corazón dónde reposaba esa transparente flecha con una energía extraña, capaz de causarle escalofríos en la zona de su cuello y espalda.

—¿Ésta flecha? — Esa mañana no estaba, siquiera había sentido esa energía tan abrumadora antes. Y al levantar una de sus manos sintiendo el insoportable dolor de su herida aún abierta, era más evidente como el objeto parecía rechazarla por un grupo de pequeñas descargas azotando a sus dedos aferrados a la calidez del objeto. —Si la quito…—

—¡No lo hagas, Kagome! ¡Esa flecha es lo que mantiene el hechizo sobre Inuyasha! — Kaede volvió a aparecer en la escena angustiada por la estupidez y suicidio que la niña estaba por cometer. Esa flecha fue puesta en su corazón por su hermana, nada ni nadie era capaz de quitarlo.

No tiene idea el tipo de persona oculta detrás de ese sello, si lo liberaba podría condenar a todos ahí incluyendo a la aldea y Kaede se negaba a permitir que eso sucediera. pero enfrentarse al Ciempiés con la Joya ya en su interior no era opción, muchos de sus hombres morirían.

—¿Acaso ustedes han podido hacer algo contra esa asquerosa Ciempiés? — La voz de Inuyasha le respondió, con un tono elevado que no extrañaba para nada —Solo se han mantenido ahí atrás dejando a esta niña herida de gravedad y permitiendo que la Joya sea devorada. Yo soy el único capaz de derrotarla. — Bajó la vista a esa chica que ya sostenía la flecha con una de sus manos, logrando que aparezcan destellos de energía queriendo alejarla. —Dime ¿Acaso quieres morir así? —

Kagome no sabía las verdaderas intenciones del chico, no se veía malo, pero si ese fuera el caso ¿Por qué la necesidad de hechizarlo? Si la hermana de Kaede lo dejó ahí es por algo. Aun así, en un momento como éste parecía ser la única opción que le quedaba si es que no deseaba morir, no podía morir, aún no sabía dónde estaba y cómo regresar a su casa ¡Debía de volver con su familia! Lo sentía por Kaede quien gritaba que se detuviera, pero si quería sobrevivir tendría que ser capaz de todo, incluso de confiar en un extraño.

—No…no quiero morir. — Murmuró, poniendo toda su fuerza en la flecha descontrolada y quemando sus dedos con las descargas. Esa voz en su cabeza pidiendo por detenerse fue callada cuando en su cuerpo se elevó una calidez desconocida, solo pensaba en hacer pedazos ese objeto.

Alrededor de ella, los ojos y bocas se abrieron cuando fueron abrazados por una presencia tan pura, proveniente de esa joven atada al árbol junto con el mestizo. Esa extranjera luchando por su propia vida fue capaz de destruir con una sola mano la flecha puesta por una legendaria sacerdotisa conocida como la más poderosa de ese bosque, así como alarmar al Ciempiés abrumada por la energía quien no tardó en defender su vida haciendo más fuerte el agarre de ambos contra el árbol con el fin de acabar sus vidas antes de que ellos acaben con la suya.

Kagome ya no podía más, dejó todo de sí en la flecha la cual logró destruir sin siquiera saber cómo, solo podía esperar que ese chico culpa con su promesa y logre destruir a la criatura antes de caer en la inminente muerte. Sus ojos estaban por cerrarse otra vez, pero del cuerpo pegado a ella una energía comenzó a palpitar, brillando en un tono verdoso que la dejó cautivada. Sin saberlo, el dolor en su herida dejó de sentirse y el chico abrió sus ojos brillantes en verde dejando el dorado atrás.

—¿Inuyasha…? —Escuchó ese nombre de Kaede y cuando este le vio, su corazón dio un brinco.

—Debo agradecerte, Kagome. — Sonrió con satisfacción sintiendo su poder una vez más correr por sus venas, había llegado el momento de acabar con todo ese teatro para niños de una vez por todas.

Fue en cuestión de segundos que sus garras destrozaron la mitad del cuerpo del ciempiés, sus pedazos de carne cayendo como lluvia cuando él aterrizó a unos metros del árbol que fue su prisión. Vio a esa extraña mujer parecida a su asesina caer junto a las raíces con un latir pesado, estando en un punto dónde la batalla sería perjudicial para ella. Chasqueando la lengua, se volteó a los inútiles aldeanos que no han hecho nada durante todo ese tiempo para advertirles antes de que sea demasiado tarde.

—¡Llévense a esa niña de aquí, sus heridas son muy graves! — Notó la desconfianza en sus miradas y no los culpó por eso, pero no era momento de sacar conclusiones cuando había una joven vida en peligro. Vio a la más anciana de entre ellos, con ropas negras elegantes y un arco mágico, concluyendo en ella como la líder. —Logré detener la hemorragia con mis poderes, pero no soportará mucho tiempo. —

La anciana apretó los labios con fuerza y le vio con repugnancia por unos momentos antes de ordenarle a los hombres ir en búsqueda de la joven desmayada a los pies del Árbol Sagrado. Su desagrado hacía el mestizo estaba más que justificada, lo detestaba, verle la cara de nuevo después de tantos años y escuchar su voz era un castigo de los dioses para ella, pero no podía negar que tenía razón. Cuando sus hombres trajeron a Kagome ella ya había perdido la conciencia por tantos golpes proporcionados, en especial esa herida en su estómago de dónde salió expulsada la Perla de Shikon. No comprendía porque esa niña extranjera llevaba un objeto tan valioso y supuestamente desaparecido en su interior.

Sin embargo, lo más sorprendente, fue cómo la herida había detenido su sangrado y solo se veía la carne desde dentro intentando cicatrizar, un acto que tardaría días en comenzar. Volteó al mestizo que se preparaba para luchar contra el Ciempiés, colocándose delante de ellos como si quisiera protegerlos, recordando sus palabras de haber detenido la hemorragia. ¿Por qué ese tipo parecía estar tan preocupado por el bienestar de un grupo de humanos? Después de lo que hizo hace cincuenta años en su aldea, le costaba creer en él, algo se traía entre manos.

—Será mejor que te prepares, maldita. Ya has hecho demasiado mal. — Levantó una de sus manos mostrando sus garras, y a su vez, una energía verdosa por entre sus dedos.

El Ciempiés rio, su voz pareciendo ser la combinación de otras voces queriendo hablar por encima de la otra.

—¿En serio crees que un mestizo puede vencerme? No me hagas reír. — Se abalanzó contra él, abriendo su boca con grandes colmillos capaz de destruir todo a su paso.

Con una velocidad desconocida para su enemiga, dio un salto al cielo esquivando el ataque y, desde arriba, preparó sus garras para darle el golpe final. La debilidad de ese ser era notoria desde la distancia, solo parecía ser fuerte porque poseía la Perla en su interior, pero no dejaba de ser nada a comparación de él quien siquiera necesitó usar su elemento a su favor. Aterrizó arrodillado en el suelo, viendo los restos de esa criatura caer a su alrededor como el trofeo de su triunfo.

Una sonrisa se esbozó en su semblante, respirando esa adrenalina de la libertad una vez más. Se enderezó, acercando una mano suya manchada de sangre, moviéndola de un lado a otro y el brillo verdoso siguió sus movimientos, había vuelto. Sin importar cuanto lo intentó, Kikyo no pudo matarlo y eso no podía hacerle más feliz. Solo esperaba al momento en que ella pudiera verle, presenciar su cara cuando sepa que su mayor enemigo no pudo ser derrotado.

Pero lo más importante vino después, cuando entre medio de los restos se dejó ver el brillo rosado de la esfera más valiosa en ese mundo. La Perla de Shikon parecía llamarlo por la cercanía en la que se encontraba y él fue incapaz de no seguir ese llamado con emoción. Estaba tan cerca y ya podía casi tocarla, hasta que sus sentidos le obligaron a alejarse por la llegada de una flecha rozando su cuerpo, clavándose en el suelo con rastros de presencia que carbonizaron el césped a su alrededor.

Inuyasha volteó hacía dónde los humanos se mantenían escondidos, encontrando a la anciana apuntando con su arco mágico y un rostro lleno de decisión.

—Ni se te ocurra poner un dedo en esa Joya. — Su voz rasposa guardaba un gran rencor hacía ese mestizo, su pequeño acercamiento a la Joya que su hermana protegía solo le traía crueles recuerdos del pasado.

—No busco más peleas, anciana. — Inuyasha levantó sus manos en búsqueda de paz, una que no parecía ser bien recibida por los humanos. —Solo déjame llevarme la Joya y estaremos bien. La necesito para un bien mayor. —

—Cómo si fuera a creer tus palabras. — Kaede no pensaba desistir tan fácilmente, sin importar cuánta ayuda les entregó para derrotar al Ciempiés, al final todo fue por su deseo de obtener la Joya tal y como hace cincuenta años. —Nunca debiste despertar. —

Inuyasha dejó salir un largo suspiro, sin fuerzas para discutir con esos humanos si no iban a escucharle por sus discriminantes pensamientos. Aunque en cierta parte les entendía, en el pasado hizo cosas imperdonables a sus hogares y el remordimiento de ser metidos a un problema ajeno debe permanecer en sus memorias, desconfiando plenamente en él.

Podría pedir perdón, pero ¿De qué serviría? Si apenas escuchan sus súplicas de paz, menos creerían en su arrepentimiento.

Estaba paralizado, un solo movimiento en falso podría llevarlo a terminar con una flecha en la cabeza o, a juzgar por las runas inscritas en ese arco, completamente incinerado.

—Entendiendo que estén molestos, pero…— Cómo sea, sus palabras no pasarán por su ira. —No pienso dejar que me detengan. —

Sus ojos brillaron en verde y el suelo tembló. Justo dónde la anciana se mantenía con los demás humanos resguardados, un gran grupo de raíces se alzó de las profundidades, creando un muro capaz de separarlos del mestizo que no tardó en tomar la Joya rosada y comenzar a correr por dentro del bosque.

Escapar no era de sus mejores planes, pero era la única forma para completar con su misión antes de ser atacado por Kikyo. En ese momento tomar la Joya solo era un capricho por la ira, pero ahora, estaba seguro de lo que necesitaba hacer con ella y no iba a permitir a nadie interponerse en su camino, siquiera la propia Kikyo.

Kaede estalló de la irritación cuando fue rodeada por las raíces, las llamas de sus manos se trasladaron a su arco y tan solo necesitó una flecha para incendiar la madera, despejando el camino. Todos los insultos posibles para ese mestizo se acumularon en su garganta, incapaz de detenerse a gritarlos por la necesidad de recuperar la Joya Shikon y ser la líder que todos los hombres a sus espaldas esperaban.

—Mantengan a la niña a salvo. — Se levantó de su lugar, logrando encontrar un caballo entre medio del desastre que podría utilizar para su cometido. Los hombres asintieron a sus órdenes y solo uno preguntó a dónde iría ella, exactamente aquel que siempre le acompaña a todos lados como su fiel ayudante. —Es obvio, voy tras Inuyasha. — Se subió al caballo sin ayuda y comenzó a cabalgar con un solo movimiento brusco en el arnés que le sujetaba.

Se adentró al bosque siguiendo un camino recto solo por intuición, pues no estaba segura de dónde terminaría el mestizo para poder esconderse de las vistas. Solo tuvo suerte cuando los pasos contra las ramas y hojas se oyeron a la distancia, así que Kaede comenzó a preparar su plan. De uno de los bolsillos en su vestido, sacó un collar de perlas moradas con algunos colmillos de decoración, runas se marcaban en cada perla y solo necesitó un poco de su presencia para hacerla brillar.

Aquí en adelante queda pactado el trato y hasta que yo ordene, la sangre mestiza tiene prohibido salir de este páramo. — Murmuró al atraer el collar a sus labios.

Cuando la imagen de Inuyasha ya se veía a la distancia entre los árboles, Kaede lanzó el collar por los aires que se dividió en diferentes partes como luces fugaces atacando directamente a su enemigo. Abatido, solo se oyeron sus quejas por un golpe contra el suelo ocasionado gracias a las mismas luces ya regresadas a la forma de un collar, ahora rodeando su cuello. No necesitó aumentar la velocidad de su caballo para acercarse a él, pues estaba totalmente incapaz de moverse a menos que ella lo quisiera así.

Cuando se encontraron frente a frente, con Inuyasha arrodillado intentando con todas sus fuerzas quitarse ese collar tan cercano a la correa de un perro domesticado, la Joya estaba a unos pasos de él, siendo fácil para la anciana bajarse del animal y finalmente tenerla en sus manos.

—¡Espera! — Inuyasha intentó levantarse del suelo sin resultado alguno, una fuerza invisible lo mantenía contra el húmedo césped. Nunca antes había sido atacado con tantos hechizos uno tras otro, ser obligado a desistir y rogar comenzaba a cansarse.

—Ya fue suficiente, Inuyasha. — Kaede levantó la voz e instantáneamente el mestizo fue empujado al suelo una vez más. — Mientras tengas ese hechizo de obediencia no podrás causar más estragos y la Joya quedará en mis manos. —

—Hechizo de obediencia, eh. — Quiso sonar arrogante, pero en esa situación, solo lograba humillarse más. —Infeliz…—

—Regresarás al pueblo conmigo. — Bajó su tono. —Ya que estás despierto, hay algunas preguntas por hacer. —

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[Enciclopedía de Acanica]

Presencia: La energía vital de todo ser vivo en Acanica, les entrega la capacidad de controlar magia dependiendo de que tan entrenados estén en el área


¡Nuevo capitulo, finalmente!

Me ha costado subirlo porque, nuevamente, hay algunas cosas nuevas para agregar que se me ocurrieron sobre la marcha y me distraje arreglando esos pequeños agujeros en vez de seguir editando los demás capitulos, prometo no volverá a pasar. Lo peor es que se suponía ser un capitulo de solo 5k de palabras y terminé con más de 7k palabras TT

Espero que no se les haya hecho denso, aún tengo problemas para acortar la cantidad de palabras y solo espero poder mejorar a medida que iré editando.

Ya que estamos, hace unos días con unas amigas hablaba sobre las inspiraciones al momento de escribir, esas obras o imagenes que nos transmiten tanto hasta el punto de activar nuestras imaginaciones antes dormidas o al borde de la muerte. Por mi parte, al momento de escribir esta historia tuve varías inspiraciones como la propia saga de Las Crónicas de Narnia por Lewis, Harry Potter por J.K Rowling o incluso el propio juego de Genshin Impact. Pero la inspiración más grande, por más ridiculo que suene, fue un fanfic de hace años en Wattpad.

Cuando era más chica, encontré un fanfic llamado Historia de Locos, lamento no ser capaz de decirles quien es el autor porque no lo recuerdo y su obra fue borrada de Wattpad así que tampoco creo sean capaces de encontrarlo. Pero de esa historia saqué la idea de crear un mundo de fantasía con magia y criaturas fantasticas, así como la idea de Kagome viajando desde el mundo real a ese a través de un libro. Era una historia maravillosa de una guerra entre la Luz y la Oscuridad (tomé un poco de eso tambien) y es una terrible lástima no poder volver a leerlo. Solo quiero que sepan que gracias a esa historia me animé a planificar este fic con tanto esmero y le estoy muy agradecida al autor por dejarme leer esa maravilla.

Eso es todo por hoy, espero hayan disfrutado del capitulo y nos vemos en la siguiente actualización, los quiero 3