..::Debt, love... FIGHT!::..
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Capítulo 2: una chica complicada
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Ella no se da cuenta, pero yo sí. Basta con estar un poco atento.
Es la boca, los gestos imperceptibles que hace con los labios; Se los muerde cuando intenta recordar algo, los deja ligeramente separados si está ocupada, los curva en una sonrisa falsa que nunca llega a sus ojos.
Eso la delata. Su sonrisa real es mucho más brillante que esa otra que me ha dedicado hoy. No es como si hubiese estado pensando en ella de todas formas. Bueno, quizás un poco.
Es algo incipiente, delicado. Es un brillo diminuto, un calor reconfortante.
Nunca pensé que una sonrisa podría hacerme esto, dejarme hecho un absoluto montón de nada. Obsesionarme hasta el punto de regresar a ella, aunque al menos tengo una buena excusa: Es cierto que la comida está buenísima.
Yo no soy de esos, no persigo mujeres, no les dirijo la palabra, no me enfurruño con sus estúpidos compañeros. No las espero a la salida del trabajo.
¿Qué estoy haciendo? Va a pensar que soy un acosador, quizás hasta llame a la policía y eso sí que sería un problema. Ese maldito agente Hibiki me tiene manía, y eso que yo ni siquiera monto follón. Solo necesita una excusa para hacerme pasar un par de días en una celda, lo sabemos los dos.
Me escondo en las sombras mientras escucho su ocupado ajetreo, el imbécil de su compañero se marchó hace más de una hora y la ha dejado sola. Eso no está bien, no es seguro regresar a casa a estas horas.
¿No tiene nadie que se preocupe? ¿Que la venga a buscar?
Obvio no es asunto mío y debería marcharme, pero no puedo evitar quedarme exactamente donde estoy. Reconocería ese tipo de heridas en cualquier lado, yo mismo me las he hecho mil veces antes de que mis nudillos estuvieran tan curtidos como para no sangrar.
Ella sabe golpear. Y ese absurdo hecho, bastante incompatible con tener el tipo de sonrisa que sería capaz de iniciar guerras, unido a servir platos de fideos en un escondido restaurante al este de Tokyo me tiene bastante intrigado.
Así que supero mi timidez y esa especie de nudo que siento en las tripas. Solo quiero hablar sin que nos interrumpan, o sin que se entrometa ese incompetente que tiene de compañero y al que no deja de echar miraditas.
Chasqueo la lengua con fastidio mientras pateo una piedra, y entonces la veo salir.
Tiene los hombros hundidos y se sacude de forma casi imperceptible.
Da vueltas a la llave en la cerradura y entonces sus hombros tiemblan aún más, murmura de forma lastimosa y comienza a llorar. De todas las cosas esa la última que me esperaba, que esa chica alegre que pega puñetazos a postes, que carga con bandejas llenas hasta arriba y que se sacude el cansancio con una sonrisa estallara en lágrimas ante mis propias narices.
Se derrumba, se sienta en el suelo, ¿qué la ha conducido hasta este lamentable estado? Y lo hago como un acto reflejo, es algo instintivo, un rumor en mi cabeza, ella y sus sollozos me atraen como una polilla a la luz.
Me acerco, la miro. Quiero limpiar sus lágrimas, quiero consolarla, pero ni siquiera sé su nombre, ¿no es absurdo?
—Vas a ser un problema —Se me escapa, pero es una declaración más para mí que para ella, antes siquiera de que el pensamiento se instalara en mi cabeza ya sabía que se iba a convertir en algo personal.
Ella me mira con sus ojos cristalinos, llenos de reflejos y estrellas. Se enjuga las lágrimas mientras intenta encontrar sentido al hecho de que me encuentre en su puerta, viéndola llorar.
—¿Qué haces aquí? —contesta tras unos segundos de estupor, vuelve a pasarse por la cara la manga del abrigo viejo y deshilachado que lleva, y yo trago saliva.
—Yo… ah… pues…
Sus cejas se fruncen con desconcierto, tomo aire intentando encontrar algo que decir, menos vergonzoso que la verdad, pero más veraz que una mentira.
—Tu mano —digo señalando a la venda que evidentemente se ha cambiado—. Estaba preocu… preguntándome si la habrías curado.
Bien, no es falso, pero obvio no es del todo sincero. Ella se mira la mano como si hubiera olvidado que la tiene pegada al brazo, después se pone en pie sacudiéndose la ropa.
—Estoy bien, no deberías haberte molestado —dice intentando recomponerse, y yo le doy unos instantes antes de volver al ataque.
—¿Por qué te peleaste con un poste de luz? —interrogo y ella cambia el peso de un pie a otro mientras gira la cara, intentando por todos los medios que no vea la marca de las lágrimas que corrían por sus mejillas.
—¿Con quién te peleaste tú? —pregunta sin embargo, la miro molesto por esquivar mi pregunta.
—Fue un tipo grande, pero le gané —digo sintiendo una punzada de orgullo al mostrarme como un vencedor ante ella, pero mi pequeña camarera no parece impresionada.
—Tú también eres un tipo grande —murmura frunciendo el ceño, y no puedo negarlo, pero el otro lo era aún más.
Me encojo de hombros.
—¿Siempre sales a estas horas? —pregunto mirando hacia la vacía calle, ella también parece caer en la soledad de la noche en este barrio tan tranquilo.
—Estoy acostumbrada —refunfuña cruzándose de brazos, ya no llora, ahora solo parece irritada por mi presencia.
—Y… ¿Nadie viene a buscarte?
—¿Qué te importa? —Ahora la irritación ha pasado a enfado, quizás está pensando que soy un entrometido o un rarito, en todo caso sus ojos se ven oscuros a la escasa luz, y refulgen llenos de sospecha.
Alzo las manos en son de paz.
—No me importa en absoluto, pero una chica no debería ir sola por la noche, eso es todo —intento con toda mi alma sonar indiferente, pero no sé si lo consigo. Ella sigue mirándome reticente, supongo que desconfía. No es como si pudiera culparla por ello.
—¿Quieres… acompañarme? —pregunta, y casi parece asombrada, yo me aclaro la garganta con una tos seca producto del aire helado.
—No tengo nada que hacer —respondo como si le estuviera haciendo un favor, y ella de nuevo frunce el ceño. Descubro que con ese gesto tiene un cariz adorable.
No dice nada más antes de comenzar a caminar, y la sigo, en dos zancadas me pongo a su altura. No es que me ofenda que se muestre tan reservada, supongo que si un chico lleno de moratones y pendientes del que no sabes ni su nombre se ofrece a acompañarte a casa, lo mínimo que debes hacer es mantenerte alerta.
Me mira fría y distante, me apuñala con sus ojos oscuros por encima de su hombro.
—¿Eres un pervertido? —pregunta sin avergonzarse ni un poquito. Yo casi pierdo el paso de la impresión.
—¿¡Qué!? ¡Por supuesto que no! —grito indignado, pero ella no parece arrepentida de sus palabras mientras yo enrojezco abrumado por las puyas de una chiquilla.
Esto ha sido una malísima idea, maldita sea.
—No te ofendas, pero no es habitual —comenta, y me suena a excusa, ella está claramente incómoda con mi presencia porque soy un desconocido. Me aclaro la garganta dispuesto a ponerle remedio cuanto antes.
—Tampoco es normal que te dejen recogiendo sola tan tarde, en todo caso me llamo Ranma Saotome —digo intentando que mi voz suene firme y masculina, pero en su lugar creo que solo resulta altiva, ella continúa caminando con su mirada de soslayo.
—Akane Tendô —dice con un cabeceo imperceptible, después parece meditabunda—. ¿Vives por aquí cerca?
—Más o menos —Me rasco la nuca, la respuesta correcta sería no, pero no quiero dar más vergonzosas explicaciones—. ¿Y tú?
Parece pensárselo, se detiene delante de un establecimiento y suspira.
—Mi casa no está lejos, pero ya no vivo allí.
—¿Qué quieres decir?
Ella niega como si no tuviera importancia.
—Gracias por acompañarme, yo me quedo aquí.
Miro hacia lo que parece una casa de baños y luego a ella. Supongo que en su casa no hay bañera.
—Yo también entro, necesito un baño —digo apuntando hacia la puerta, y ella vuelve a estrechar la mirada sobre mí.
—Es un sitio familiar y no dejan entrar chicos con tatuajes.
—¿Crees que llevo tatuajes? —sonrío sin poder disimular la gracia que me hace que crea que soy un pandillero, quizás con algún tipo de relación con la yakuza. Bueno, respecto a eso tampoco va desencaminada.
Entra en el recinto y saluda a la mujer que se encuentra en recepción, la cual también se tensa cuando me ve entrar tras ella.
—Akane, ¿viene contigo? —pregunta sin quitarme ojo, ella se encoge de hombros.
—Es cliente del restaurante —dice mientras rebusca en sus bolsillos y le tiende unas monedas. Después me dirige de nuevo esa mirada desconfiada, interrogativa, y se pierde por una de las cortinas que señalan el baño de mujeres.
La recepcionista se aclara la garganta para llamar mi atención, yo me apresuro a sacar la cartera y abonar el importe de un baño. Al rato me encuentro relajado en la bañera vacía, con todo el espacio para mí. Este sitio no está nada mal.
Me sumerjo en el agua caliente y tras unos instantes salgo, me seco y recupero mi ropa sintiendo cómo me abandona el estrés del día. ¿Ella también se sentirá mejor después de un baño? No habrá vuelto a llorar, ¿verdad?
La incertidumbre hace que me apresure, vuelvo a recepción donde la mujer que nos ha recibido ya se encuentra cerrando y limpiando todo. La noche está bien entrada y hemos sido sus últimos clientes.
—¿Ella… ha salido? —pregunto incómodo, y la mujer me evalúa, pero tras unos instantes su expresión cambia a una sonrisa pícara.
—Akane suele tardar un poco más, no te preocupes, no se ha ido sin ti.
Eso me tranquiliza, pero también me hace sentir expuesto, ¿tan evidente soy? Tomo asiento junto a una máquina de refrescos, después de un baño caliente siempre apetece algo frío. Saco dos envases casi por inercia, y cuando ella aparece, con su pelo ligeramente húmedo y evidentemente de mejor humor, yo le tiendo un refresco de uva.
Me mira, lo toma y se sienta a mi lado con un largo suspiro. La veo abrir el refresco y beberlo con un deleite que sólo puede experimentar un crío después de un día entero de emociones. Cierra los ojos, sonríe y suspira.
La señora que limpia los baños me mira astuta. Sé exactamente lo que está pensando, intento ignorarla.
—Es tarde, vámonos —digo poniéndome en pie, ella asiente y se termina la bebida.
Salimos al exterior, hace mucho frío en comparación con la agradable temperatura de la casa de baños. Akane se encoge y yo me meto las manos en los bolsillos.
—Gracias por el refresco, mi casa está cerca —dice indicando hacia la calle de detrás, pero yo no he llegado tan lejos para no acompañarla hasta la misma puerta.
—Es lo mismo, me quedaré más tranquilo si te veo entrar —me encojo de hombros, y ella debería haber comprendido hace ya rato que es inutil intentar que cambie de idea.
—Está bien, pero de veras que siempre voy sola. Además, sé defenderme.
—Oh, no me cabe duda —sonrío sin querer ofenderla, pero sin poder evitar sonar un tanto descreído.
Tal y como ha dicho, vive cerca. Se detiene delante de una casa de huéspedes antigua, de esas que tienen demasiadas habitaciones.
—Es aquí —dice avergonzada, y yo miro hacia el gran edificio entendiendo que esta chica debe de tener muchos más problemas de los que había pensado en un principio.
—No vives con tu familia —resumo casi para mí mismo, ella se retuerce incómoda.
—Es complicado.
—Lo entiendo, yo también tengo una situación familiar complicada —confieso intentando animarla, tender un puente de comprensión entre su situación y la mía. La alegre camarera que llora cuando nadie la ve. La chica que camina sola en la noche hasta una habitación barata, sin nadie que la acompañe.
Quizás golpea frustrada cualquier cosa que se encuentra con sus manos maltratadas, quizás siente rabia y la esconde bajo su hermosa sonrisa. Pero por hoy me temo que no tendré más respuestas.
—Buenas noches, y de nuevo gracias por… acompañarme —dice tras pensárselo dos veces, yo doy un paso hacia atrás y le sonrío ligeramente.
—Te veo otro día, después de entrenar siempre tengo hambre —digo despidiéndome y comenzando a recorrer todo el camino de regreso. Tengo un buen trecho hasta llegar a casa.
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—¿Pero dónde demonios te metes últimamente? —pregunta mi hermano, yo dejo las cosas en la entrada y le miro con sarcasmo.
—Buenas noches a ti también, mamá.
—No tiene gracia, Ranma. Pensé que quizás te habías metido en un lío con Tse Lao y su banda.
—Esos perdedores no se atreverían a…
—Se atreverían perfectamente, y más desde la paliza que le diste a su segundo. Tienes que andar con cuidado —dice cruzándose de brazos, lleva puesto el pijama y de fondo escucho la televisión, tampoco es como si tuviera que estar despierto esperándome, ya somos mayorcitos.
—Tu también machacaste a uno de los guardaespaldas, por si se te ha olvidado —reclamo terminando de quitarme las deportivas y dirigiéndome hacia mi habitación.
—Pero eso fue hace meses, y todo el mundo sabe que ese tipo era un bocazas —Se justifica, después me mira dolido, casi decepcionado—. Está bien si no me lo quieres contar, pero al menos prométeme que no se trata de nada peligroso.
—Te prometo que no estoy metido en nada raro, solo salgo a cenar fuera, ¿tan extraño te parece?
—Sí —vuelve a fruncir el ceño—. Dejé la bañera llena, así que date prisa.
—Ya me bañé —digo con naturalidad, y no me doy cuenta de que acabo de meterme en un lío hasta que mi hermano me aprisiona agarrándome por la chaqueta y apuntándome con un dedo acusador.
—¡Es una chica! ¡Estás viendo a una chica! —exclama absolutamente asombrado, yo intento quitármelo de encima, pero Ryu es jodidamente fuerte.
—¡Claro que no! —grito, pero me sonrojo de forma patética, él abre los ojos como platos y me deja ir.
—Y te estás bañando en su casa, lo cual significa… eso significa… —dice con la misma angustia que si acabara de descubrir que soy un activo miembro del cuerpo de policía, yo me aliso la ropa molesto.
—¡No es nada de lo que estás imaginando! —estallo, pero mi hermano no parece estar dispuesto a creer nada de lo que salga por mi boca.
—¡Tienes novia y no me lo has dicho! ¡Y yo te lo cuento todo! —Está haciendo un maldito melodrama por nada y de paso me está haciendo perder los nervios.
—¡Que NO es eso! —repito, pero él sigue a lo suyo, llevándose una mano al pecho y fingiendo morir en el pasillo.
—Pensé que el día en el que por fin te rindieras a los placeres del género femenino lo primero que harías sería venir a mí en busca de consejo…
—¡Pero si te dejan todas! No he visto a una mujer aguantarte más de dos semanas.
—...pero ya veo que no me necesitas, siempre has sido rápido aprendiendo aunque seas el pequeño… —lloriquea ignorándome, de veras que no puedo con él.
—Nos llevamos menos de un año, y te repito que no tengo novia.
Ryu detiene su alegato, se seca las falsas lágrimas y me observa pudoroso.
—¿Novio?
—¡Estás muerto!
Me lanzo sobre él e intento agarrarle por la camiseta del pijama, pero es fuerte, eso lo sé bien. Acabamos en el suelo peleando por ver quien es el que consigue inmovilizar al otro, y después de una llave de cuello, seguida por otra de piernas no puedo más que rendirme. Maldito sea, está mucho más descansado que yo.
—Ahora confiesa —dice mientras me agarra por las piernas y me las dobla hacia atrás mientras yo aguanto un grito de dolor, y el muy cabrón sigue tirando sin compasión—. ¡Confiesa!
—¡Bien, sí! ¡Es una chica!
—¡AJÁ! —canturrea victorioso, pero no afloja la llave—. ¿Y qué más?
—Es camarera y yo… Joder Ryu, que eso duele… —jadeo arañando el suelo de madera, pero mi hermano no es un ser humano que entienda de benevolencia.
—Suéltalo —dice con un tono maligno, y yo me muero de la maldita vergüenza mientras escupo la triste verdad.
—¡La he acompañado a una casa de baños y luego hasta su apartamento, nada más!
—¿Nada más? —pregunta decepcionado, afloja el agarre y yo aprovecho para librarme de él, no sin darle un "accidental" golpe en las costillas.
Me pongo en pie, me duelen las piernas a causa del fatal estiramiento.
—¿Satisfecho? —digo pretendiendo irme a mi habitación, pero él niega.
—Quiero conocerla —Se soba el golpe mientras sus ojos me miran llenos de una curiosidad sin fin.
—En tus sueños.
—¿Tan guapa es? —dice con una sonrisa de lobo, yo gruño fastidiado. Sabía que no debería haberle dicho una palabra.
—No es guapa, solo es torpe y trabaja demasiado. No me parecía bien que se fuera a casa sola.
—Ya… —Obvio no me cree nada, con un quejido y la mano apoyada donde le he golpeado vuelve a sentarse en el sofá estilo occidental que tenemos frente al televisor—. Al menos me alegro que solo estés en ese tipo de problemas.
—Eres insoportable.
—¿Ya sabes con quien luchas este viernes? —pregunta cambiando totalmente de tema.
Niego, no es como si me importara, de hecho no suelo interesarme demasiado por mis adversarios. Mi hermano cambia de canal con desinterés.
—Deberías pasarte a mirar, se rumorea que es duro.
—Ya veremos —digo con plena confianza en mí mismo, y ahora sí me voy de una buena vez a dormir.
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Nunca he corrido por este barrio, y eso que no queda tan lejos de mi casa.
Solo un pequeño rodeo, pasar un puente, atravesar el río, dos manzanas y ya estoy. Apenas diez minutos de carrera y me planto delante de la casa de huéspedes en la que vive Akane.
Creo que podría repetirlo a diario sin muchos problemas, pero obvio mi camarera no va a estar rondando la zona tan temprano, y tampoco debería. Hago unos cuantos estiramientos junto a la valla de un parque y sigo con mi carrera. Corro por esas calles tranquilas llenas de neblina y rocío, continúo por una callejuela y me encuentro en otra zona residencial desierta a estas horas. O quizás no tanto. Me detengo jadeante solo para verla quieta, como una jodida aparición.
Me quedo callado, porque no estoy del todo seguro de que mis ojos no me estén engañando. Es ella, con su cabello recogido en una cola alta y una expresión de anhelo que no le he visto jamás. Mira hacia un edificio enorme, después se pasa la manga de la sudadera por la nariz y echa a correr. Corre. Ella también corre.
Una extraña alegría se apodera de mi ser al encontrar otro punto en común, tardo unos instantes en reaccionar y cuando lo hago Akane ya se ha perdido por la calle. Tiene buena zancada para ser tan bajita.
Yo también me detengo delante del edificio movido por una curiosidad culposa.
Las puertas están cerradas y la madera se ve vieja y gastada. Se trata de una casa antigua que ocupa toda la manzana, y en el pórtico se adivina el hueco que dejó una antigua placa con el nombre de la familia. Miro hacia los lados y salto hacia el muro, contemplo desde la altura lo que es una edificación inconfundible.
—Eso es… ¿un dojô?
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La parte buena de mi trabajo es que me deja bastante tiempo libre.
Habitualmente lo empleo en tener la casa que comparto con Ryu ordenada, hacer la compra y la colada, preocuparme de nuestra madre y por supuesto, entrenar.
Eso es lo mejor, porque me encanta pelear.
Mi patrocinador suele mostrarse generoso en ese sentido, tengo varios gimnasios en los que desfogar a gusto. Punchis, equipaciones, pesas, tatamis. Todo está a mi alcance, incluso tengo las llaves de varios centros de entrenamiento que en realidad estoy bastante seguro de que son una tapadera para lavar dinero negro, ya que en mi vida he visto a nadie entrenando allí.
Como sea inicio mi rutina estirando los músculos, sin poder evitar que mis pensamientos regresen una y otra vez a esa calle, a esa casa y a su cara de tristeza.
¿Qué fue lo que dijo? Por algún motivo me cuesta recordar sus palabras exactas, algo como que ya no vivía en su casa.
Me apunto mentalmente el buscar la dirección y hacer averiguaciones.
Inicio el entrenamiento golpeando un saco y después paso al wing chun, cuando llevo algo menos de media hora practicando golpes de piernas me detengo a beber de mi botella de agua.
Estiro, continúo.
Siento el confort del sudor rodando por mis músculos, empapando mi camiseta y mis sienes, esto es lo mejor. Ryu aparece al rato y me mira con interés.
—¿A tres rounds? —dice comenzando a calentar, estaba deseando que apareciera para tener alguien con quien luchar, y no solo al lastimoso muñeco.
—Cinco.
—Te veo animado —dice quitándose los zapatos y girando los hombros.
—Estoy en plena forma —presumo con una sonrisa torcida.
Iniciamos el combate y hoy sí que consigo ganarle, aunque por la mínima. No es por presumir pero soy el mejor en el combate aéreo.
Ryu jadea sonriente mientras le ayudo a levantarse del suelo.
—Has estado a punto —digo burlón, pero él se encoge de hombros y comienza a realizar estiramientos.
—¿Ya sabes contra quien luchas?
—Qué pesado eres… ¿y qué más da? Cuanto más duros son, más duro caen.
Ryo suspira exacerbado, amo sacarle de sus casillas.
—Tu sabrás, pero se rumorea que van a apostar fuerte por él.
Yo me encojo de hombros.
—Más margen para mí.
—¿Sabes algo de mamá? —pregunta sin paños calientes, yo chasqueo la lengua intentando no sonar preocupado.
—Hace dos semanas que no responde a mis llamadas.
—Bueno, quizás ha vuelto a perder el teléfono.
—O se lo han robado…
—Tal vez se ha ido de viaje, ya sabes que le encanta gastarse el dinero en los pueblos termales —media Ryu con un cabeceo.
—Y en el pachinko —añado a regañadientes.
Nuestra vida siempre ha sido un desbarajuste, con unos padres irresponsables en lo personal y en lo económico, con la cabeza en cualquier parte menos en la crianza de dos criaturas. Aún me sorprende que Ryu y yo no hayamos salido muchísimo peor.
En todo caso ella siempre aparece, aunque sea para pedir dinero; Es una superviviente.
Lo cual me recuerda… Mis tripas rugen sincronizadas con mis pensamientos. Me dirijo a la ducha del gimnasio y me acicalo rápidamente, me miro unas cuantas veces en el espejo cerciorándome de que los golpes que me ha dado Ryu no son demasiado alarmantes. Me pongo un par de tiritas en la cara, me dejo suelto el pelo y después vuelvo a trenzarlo de forma apresurada.
Agarro mi bolsa deportiva y Ryu me observa con un interés depredador.
—¿Dónde vas a comer?
—No pienso decírtelo —murmuro atravesando el gimnasio poco dispuesto a compartir mi pequeño secreto, mi hermano hace un puchero y se esfuerza en parecer dolido.
—Eso está muy mal, hermanito.
—La asustarías con tu fea cara.
—Mira quien habla.
Le enseño el dedo medio mientras salgo al exterior y tomo aire. Sonrío mientras mis pasos me dirigen de forma apresurada hacia ella.
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Atravieso la puerta del establecimiento y el olor a ramen y a empanadillas invade mis fosas nasales. Mi estómago protesta airado, me muero de hambre pero mi pensamiento me lleva a otro lugar. La busco, en menos de un segundo recorro todos los rincones y me invade el desasosiego al no encontrarla. Tomo asiento en mi lugar habitual y espero.
No puedo evitar mirar una y otra vez hacia la puerta que separa la cocina de los comensales, pero para mi total decepción, por ella solo veo surgir al redomado haragán. Me ve, sé que le gusto tan poco como él a mí.
Con un hondo suspiro se acerca a tomarme nota, como si me estuviera haciendo un jodido favor.
—¿Qué va a ser? —dice juzgándome de forma maliciosa y cara de pocos amigos, sé que si pudiera elegir, sin duda elegiría echarme a patadas.
Mi mirada se alza por encima de su hombro, de nuevo prendida en la puerta, esperando que ella me rescate de este inepto. Como si pudiera seguir el hilo de mis pensamientos él también mira por encima de su hombro, cuando sus ojos vuelven a posarse sobre mí lo hacen con un regocijo insultante.
—No está —dice, yo me aclaro la garganta, intentando parecer indiferente.
—¿Cómo dices? —respondo rascándome la nuca y alzando un poco el labio superior en un gruñido involuntario. Bueno, quizá ligeramente voluntario, pero el camarero sonríe como si pudiera ver todas mis cartas y se supiera ganador de la partida.
—Akane no está —puntualiza, y escuchar su nombre en esa boca me pone furioso. Las tripas me rugen de una sed diferente. Algo sin forma se condensa en el fondo de mi estómago.
—Vaya, de repente se me ha ido el apetito —digo levantándome del sitio y acercándome a él más de la cuenta, midiéndome en altura y complexión y saliendo claramente ganador, aunque para mi propio fastidio he de reconocer que tiene agallas, porque no retrocede ni un centímetro.
—Eso pensaba, ya sabes donde está la salida —dice girándose y atendiendo otra mesa, ignorándome por completo. Chasco la lengua y salgo del restaurante, ahora más que nunca tengo ganas de patear algo, o a alguien.
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El lugar está a rebosar. Los espectadores se apelotonan en los bancos que forman la caída en picado, grada a grada hacia la poza. La música electrónica resuena a todo volumen, el humo de los cigarrillos se mezcla con los efluvios del licor caro, de los perfumes sobrecargados de las mujeres, de la adrenalina y el sudor.
Huele a viernes, y a pelea.
Huele al hierro de la sangre en la lona, muy al fondo, donde todo se vuelve luminoso y oscuro al mismo tiempo.
Pero estoy concentrado y no me entretengo a saludar, me dirijo hacia los vestuarios, hacia ese que tengo reservado como la estrella que soy aquí. Más bien se trata de un pequeño camerino, con un sofá de piel amarillenta que de seguro tiene demasiadas historias que contar. También hay una nevera llena de bebidas, un armario para guardar enseres, una mesa, un espejo de cuerpo entero y una luz tenue, que más que a propósito, se debe a que nadie cuida demasiado la iluminación en este lugar.
Los ricos son ricos por algo, principalmente por no gastar un mísero yen en cosas absolutamente necesarias para la vida diaria.
Suelto mi bolsa de deporte y comienzo a vestirme para el enfrentamiento. Cuando estoy empezando a vendarme las manos llaman a la puerta.
—¡Adelante! —grito para que mi voz se escuche sobre el tumulto de ahí afuera, y Ryu entra con una expresión de preocupación, mirándome de arriba a abajo.
—No te enteraste de con quién luchas hoy, ¿verdad? —suelta como saludo, yo continúo con mi tarea de forma concienzuda.
—Ya te dije que no me interesa saber el nombre del pobre diablo al que voy a patear el culo —respondo empezando con la mano derecha, las vendas de hoy son negras. Me gustan así porque resultan menos evidentes las salpicaduras de sangre y, aunque el público se vuelve loco cuando ven saltar un diente o un borbotón especialmente espectacular, yo no comparto sus gustos por lo macabro.
—Mousse —jadea mi hermano, aunque lo pronuncia como si fuera un siseo. Yo dejo el vendaje y le miro como si acabara de perder el juicio.
—¿Mousse? —repito frunciendo el ceño—. Está en China.
—Ha vuelto.
—No puede ser —Me levanto como un resorte y camino hacia la puerta, después me giro de nuevo y me dejo caer en el sofá.
—Como lo oyes.
—¿Cuándo?
—Dicen que fue hace unos días, y que ha estado entrenando.
—Por eso el capullo de Tarô se traía tanto misterio últimamente —reflexiono volviendo a retomar el vendaje de mis manos con más saña.
—Quiere sustituirte —asiente Ryu, como si yo no me supiera de sobra su jugada.
—Pues pienso decepcionarle otra vez.
—Es peligroso, deberías pedir que le registren antes de bajar a la poza.
—Ya, dime algo que no sepa —coincido mientras de forma imperceptible froto la cicatriz que tengo bajo el pectoral izquierdo, la herida de navaja que me hizo hace ya más de un año, la última vez que luchamos.
Pero aunque proteste sé que será inútil, Mousse es el rey del engaño, capaz de guardar armas con la misma destreza que un prestidigitador. Aprieto los dientes y termino de ajustarme las vendas en las manos, sé que lo suyo es personal, pero a mí me importa una mierda.
Ryu parece nervioso, da vueltas enfurruñado, protesta, le da una patada al sillón.
—Le gané una vez, puedo ganarle dos —digo con mi mejor sonrisa socarrona, pero mi hermano no me la devuelve, traga saliva y asiente sucinto.
Salimos al exterior y el clamor de las voces nos recibe. Es como una ola de calor, una bofetada de olores, luces, gritos y sonidos. Arrugo el gesto y me obligo a sonreír confiado.
Es importante para las apuestas, y no nos engañemos, en este lugar es lo único que importa: El maldito dinero. Desgraciadamente yo tampoco soy una excepción, amo pelear, pero el porcentaje que me llevo si gano es un más que respetable aliciente para que siga metiéndome en este antro de mala muerte a jugarme el tipo.
Y hoy más que nunca soy consciente de ello.
Tomo la estrecha y empinada escalera que me lleva hasta la poza, son escalones hechos por un demente, en los que apenas entra un pie, y cuyo espacio entre uno y otro es absolutamente aleatorio, altos, bajos, rotos… es un descenso hacia la locura en el que si no te rompes el cuello por el camino, te lo romperán en el ring.
Llego hasta el final seguido por Ryu, quien también está acostumbrado de sobra al recorrido, y esperamos.
La poza tal y como su nombre indica está prácticamente enterrada entre las gradas, en una verticalidad tan vertiginosa como imposible. Las plazas a ras de superficie se pagan a un precio exorbitante, pero dicen que vale la pena.
La gran malla que separa la zona de lucha de los espectadores tiene más de diez metros de alto, está fabricada en acero y es lo suficientemente flexible para permitirme pegar saltos acrobáticos, sé que eso les vuelve locos. Casi pueden tocarnos cuando trepamos por ella, estiran sus brazos deseando llevarse un rasguño, un pedazo de tela, una experiencia que poder contar.
No por nada mi especialidad es la lucha aérea tal y como nos enseñó mi padre, fue lo poco que hizo bien. Comienzo mis estiramientos de rutina mientras el público se enciende más y más. Alzo la mirada por encima de los potentes focos, hacia el palco, y ahí está ese jodido niño rico. Tarô sonríe sentado en su trono, rodeado de gente importante y de mujeres despampanantes, no se corta a la hora de mostrar su poder e influencia. Es el rey de este lugar, y le encanta alardear de ello.
Gruño intentado que sepa que me he percatado de su trampa, pero el muy petulante solo me guiña un ojo mientras alza hacia mí una copa llena de champán. Bien, tendrá su espectáculo, pero quizás no sea el que espera.
Y entonces el público enmudece, y sé exactamente por qué. Mi enemigo de esta noche baja por las escarpadas escaleras de forma tan ágil como yo, dando brincos y esquivando la trampa mortal de sus escalones rotos.
Mousse llega hasta la poza y se detiene antes de entrar en la jaula que nos verá sangrar.
No hay reglas, no hay honor, dentro de este lugar solo gana el que permanece en pie después del enfrentamiento.
—Te veo en forma, ¿ya se te curaron los golpes? —grito por encima del barullo, Mousse se retira el grueso cheongsam que siempre viste, lo deja en el suelo y después entra en la jaula.
—Lo mismo digo, Saotome. ¿No te has aburrido de este lugar?
—Me paga las facturas —digo estirando el cuello, Mousse también comienza a calentar, se sube las gruesas gafas y sacude los hombros. Se ha dejado puesta una camiseta deportiva, igual que yo, y no parece llevar ningún arma a la vista.
Sin árbitro, aquí todo vale, terminamos de calentar y Tarô toma el micrófono conectado a la megafonía de este agujero.
—¡Bienvenidos y bienvenidas una noche más al mejor espectáculo de combate libre del mundo! —Los vítores y el calor humano se entremezclan hasta convertirse en aullidos—. ¡Nuestros luchadores de hoy no os decepcionarán! No necesita presentaciones, pero en una de las esquinas tenemos a nuestro campeón invicto, el dueño de la poza, nuestro acróbata karateka… ¡Ranma Saotome!
Cuando grita mi nombre saludo al público con lo que intento que sea una sonrisa tímida, aunque llena de confianza, y después toda mi atención se centra en mi rival. Mousse también me observa absolutamente concentrado.
—Algunos ya conocéis al aspirante de esta noche, se trata ni más ni menos que de un poderoso artemarcialista venido desde el Este. ¡Directamente desembarcado de China os presento a Mousse, el mago del ilusionismo!
Las voces vuelven a intensificarse mientras Mousse y yo nos miramos retadores, Tarô sigue hablando pero ya no le escucho, no oigo nada hasta que suena la campana que marca el inicio del combate.
Sopeso a mi enemigo, pendiente de cada paso, de cada error.
—Si sigues molesto por eso, quítatelo de la cabeza —Le digo caminando de forma lateral, pero Mousse no parece escucharme, de hecho parece ajeno a mis cavilaciones.
—Eso es agua pasada.
—¿Ah, sí? ¿Quieres hacerme creer que sólo has venido a por la revancha?
—Cree lo que quieras, Saotome, pero lo cierto es… —Se abalanza sobre mí, lanza su mano y le esquivo por poco, ha sido un ataque rápido y letal, directo a mi cabeza. Mi mejilla se abre con un hilo de sangre, o bien es rapidísimo o bien tiene escondida un arma de alguna forma. Juraría que es lo segundo—, que esta vez ganaré yo.
—Je —sonrío mientras me paso el pulgar por la herida, cierro los puños—. Sigue soñando, cuatro ojos.
Aprieta los dientes, parece que por fin estoy consiguiendo lo que pretendía desde buen principio, sacarle de sus casillas. Mousse vuelve a atacar y esta vez encadena una serie de golpes y patadas que yo esquivo pegando brincos por la lona. Conozco cada centímetro de este maldito lugar, cada hueco en el suelo, cada madera rota o abollada.
Me arrincona contra la alambrada, pero antes de que pueda descargar un golpe contundente yo resbalo por el suelo, entre sus piernas, y le aplico una llave que le hace besar la lona. Mousse se retuerce y se suelta, pero sé que la victoria moral es mía.
—Te prometo que no la seduje, ¡es ella la que no paraba de perseguirme! —digo mientras se pone en pie mortalmente serio, cabreado. Veo brillar algo entre sus manos.
—¡Cállate! ¡Cómo si fuera a creerte! —exclama apretando los puños y descargando una patada brutal contra mi costado, me cubro pero es fuerte, eso lo sé bien. Mousse me empuja contra la valla que resuena como un estruendo, jadeo cuando consigue encajarme un puñetazo en pleno estómago. Es verdad que el muy cegato ha estado entrenando.
Hinco la rodilla un segundo antes de alzarme de nuevo, bien, si no está dispuesto a escuchar mis explicaciones que se vaya al diablo. Es el momento de contraatacar, giro intentando ganar tiempo mientras el gafotas vuelve a ajustarse las lentes a la cara, ni siquiera entiendo cómo se las apaña para sostenerlas sobre sus orejas con semejantes cristales de culo de botella.
Le lanzo una patada baja y encadeno una serie de golpes rápidos que consiguen desestabilizarle, consigo devolverle el golpe con una patada alta que le impacta en el mentón, creo que casi puedo escuchar el traqueteo de sus dientes. Después salto y me alejo, Mousse es más peligroso en las distancias cortas.
—Deja de huir como un cobarde —balbucea, y no puedo más que indignarme por su comentario.
—¿Huir? ¡El único que huyó a China con la cola entre las piernas fuiste tú!
—¡Maldito seas! —Arremete en un ataque suicida, y yo me encaramo a la alambrada como tan bien sé hacer, planificando mi ataque aéreo especial, pero Mousse tiene otros planes. El muy desgraciado consigue agarrarme del tobillo y tira hacia el suelo, y vaya si consigue que caiga. Me volteo en el aire intentando aterrizar fuera de su alcance, pero me tiene bien pillado y en lo que dura un pestañeo, en el intercambio de un preciso golpe mientras yo desciendo y él asciende siento el frío metal en mi costado. Caigo sangrando sobre el suelo y doy varias volteretas, de nuevo intentando alejarme de él.
El público se vuelve loco.
Me agarro las costillas sabiendo que el corte no es profundo, pero arde como todo el infierno. Pequeñas agujas perforan mi piel mientras siento mi sangre líquida y caliente, y el aire se llena del aroma ferroso de mi propio cuerpo. No voy a marearme por tan poca cosa.
Alzo la mirada y veo caras oscuras, ojos resplandecientes, bocas abiertas en vítores y gritos llenos de babas. Y entre el maremagnum, en la confusión, creo ver algo que obviamente no es real. Ella no está aquí.
Akane me mira con la boca abierta, asombrada, pálida. Parpadeo y me obligo a enfrentar a Mousse de nuevo. Qué patético que soy, ¿tanto me ha dolido no poder verla que la imagino en este antro?
Por supuesto que ella no está aquí, estúpido. Ella ya tiene suficientes problemas como para meterse en más líos. Sacudo la cabeza y la alejo de mis pensamientos, o más bien la exilio a un lugar al fondo de mi cabeza, al menos de momento.
—Pareces distraído, Saotome —Se burla Mousse con un movimiento de piernas rapidísimo, parece bailar a mi alrededor, sabiendo que me ha herido, ¡será canalla!
—¡Sigues siendo un tramposo de cojones, pedazo cegato!
Me contesta con una risa de malo de pacotilla y vuelve a atacarme, me agarro el costado y doy una voltereta en el suelo mientras su pie se estrella en el punto justo en el que estaba apoyado solo unos instantes antes. Toda la poza reverbera con el sonido del metal, y algo más. Me giro para ver cómo Mousse retira su pierna, y en la base de su zapato brilla una resplandeciente hoja afilada.
¿¡Pretende asesinarme!?
Me limpio la sangre con la camiseta y aprieto los dientes, más me vale terminar rápido con esto, o ese pirado es capaz de ensartarme como una brocheta, y lo peor es que a todos les va a encantar, sobre todo al tocapelotas de Tarô.
Me concentro, adopto pose de defensa y le espero. Siento el pulso en las sienes, fuerzo mi respiración a calmarse, exhalo, inhalo, me concentro en sus movimientos en lugar de en mi dolor. Mousse vuelve a atacarme y en último momento ejecuta una finta, veo su mano derecha esconderse y un segundo después, rápido como un águila en pleno picado, reaparece para apuñalarme, me giro a tiempo y agarro la hoja con ambas manos mientras roto sobre mi pie izquierdo. Arrastro a Mousse junto a mí y le suelto solo para aprovechar la milésima de segundo que dure su confusión a mi favor.
Ya es mío. Le incrusto todo el peso de mis nudillos en la mandíbula y acto seguido ejecuto mi especialidad, una serie de golpes de piernas, brazos y codos, demoledor.
El cegato se estrella en la lona, y antes de que haga amago de levantarse vuelvo a abalanzarme sobre él y le inmovilizo, quiero que ruegue clemencia, quiero que se dé por vencido antes de que de verdad alguien salga herido.
—¡Maldito… Saotomeeee! —gimotea mientras estrello su cabeza aún más fuerte contra el suelo y siento el cristal de las gafas quebrarse sobre su cara, eso le ha debido doler, porque comienza a gritar aún más fuerte, pero no le suelto, no hasta estar seguro de que no va a volver a apuñalarme.
—¡Eres un pirado, Mousse! ¡No vuelvas a retarme! ¿¡Te queda claro!?
Los gritos y abucheos del público me indican que se están aburriendo, quieren sangre, quieren un KO, algo definitivo. Pero no voy a dárselo, no quiero ser responsable de que a este desgraciado le queden secuelas de por vida a causa de su propia estupidez.
Me levanto al fin, deseando que Mousse no haga lo mismo, que se quede en el suelo aceptando la derrota, pero por supuesto que nunca es tan fácil. Se alza como un espíritu vengativo, con los cristales de las gafas clavados en las mejillas, sangrando de forma profusa, como tenebrosos ríos de lágrimas.
Y en su desesperado embate me lo sacudo, más por grima que por temor, le incrusto el pie en la sien y cae al suelo en un arco casi artístico. Y ya no se mueve, doy gracias a todos los dioses por eso.
La poza se llena de gritos, luces y gente sacudiendo la valla. Intento sonreír, pero no estoy de humor, traer de vuelta a ese tipo desde China ha sido un golpe muy bajo. Tarô y yo vamos a tener más de unas palabras en esta ocasión.
Al fin abren la jaula y salgo de la zona de lucha, Ryu me recibe en un abrazo sudoroso, le doy un par de palmadas en el hombro para pedirle que me suelte.
—No es nada, de verdad —empiezo, pero mi hermano me examina colérico, hasta que encuentra el corte.
—¡Te dije que llevaba armas! ¡Te lo advertí y aún así has dejado que te hiera! —exclama furioso.
—¡Eh! ¿¡Crees que ha sido fácil que no me convirtiera en un jodido yakitori!?
—¡Deberías haber sido más rápido!
—¡Entonces haberlo hecho tú!
—¿Te encuentras bien? —La voz femenina interrumpe nuestra discusión. No una voz cualquiera, esa voz. Me giro espídico sólo para encontrarme frente a frente con lo que estaba seguro que era una ilusión, fruto de mi estúpido anhelo.
El corazón da un brinco en mi pecho cuando Akane se acerca con expresión preocupada y aún así prudente. Ryu parpadea, yo abro la boca para hablar pero no consigo que me salga ni una sola palabra.
La gente se agolpa, el ruido es ensordecedor.
—¿Qué haces tú aquí? —pregunto absolutamente perplejo, y ella se cruza de brazos en actitud retadora, alza la barbilla, frunce el ceño.
—¿A ti qué te parece? He venido a luchar.
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¡Hola de nuevo!
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Gracias por todo el amor y los comentarios!
NOTA DE LA AUTORA:
Siempre disfruto mucho escribir desde la perspectiva de Ranma, me hace mucha gracia imaginar sus pensamientos, y sobre todo la forma en la que piensa en Akane, con todas sus torpezas y divagaciones.
En este fic él tampoco ha tenido una vida fácil, y lo iremos descubriendo poco a poco. La acción se me hace difícil de narrar y este fic está lleno de peleas, así que espero mejorar en ese aspecto.
Gracias por todos los comentarios y la maravillosa acogida, nos animan a continuar con más fuerzas.
Besos.
Lum
NOTA DE LA ILUSTRADORA:
Los POV de Ranma siempre son mis favoritos. Este muchacho ya no tiene vuelta atrás, reeee cayó (en este y en todos los universos posibles)
Espero que les gusten las ilustraciones de este capítulo, decidí jugar un poco con el estilo. A ver qué hago para el tercero…
Muchas gracias por sus bonitos comentarios y todo su amor para el primer capítulo. La historia se va desarrollando bellísima y sé que les irá gustando cada vez más.
Los tqmmmmm
Isa
