Buenas aquí les dejo una adaptación de un libro que me gusto, los personajes de inuyasha no me pertenecen si no a "Rumiko" ni la historia ni los personajes del libro sino a "Shelby" espero que les guste
Asesino de brujas
Libro 1
La bruja blanca
(poco a poco, el pájaro construye su nido)
Cap. 17
Una Brujita Astuta
Kag
El pequeño espejo sobre el lavabo no fue amable por la mañana.
Fruncí el ceño ante mi reflejo. Mejillas pálidas, ojos hinchados. Labios secos. Parecía una muerta. Me sentía a punto de morir.
Abrieron la puerta del cuarto pero seguí mirándome, perdida en mis pensamientos. Las pesadillas siempre habían plagado mi sueño, pero esa noche… había sido peor. Acaricie la cicatriz en la base de mi garganta suavemente, recordando.
Era mi cumpleaños número dieciséis. Una bruja alcanzaba la edad adulta a los dieciséis. Mis compañeras brujas habían estado entusiasmadas por sus cumpleaños, ansiosas por recibir los ritos como Dames blanches.
Yo, en cambio, siempre había sido que mi cumpleaños número dieciséis sería el día en que moriría. Lo había aceptado… incluso le había dado la bienvenida cuando mis hermanas me habían cubierto de amor y halagos. Mi propósito desde el nacimiento había sido morir, solo mi muerte salvaría a los míos. Pero mientras yacía en aquel altar, con el filo presionándome la garganta, algo había cambiado.
Yo había cambiado.
- ¿Kag? -La voz de mi esposo sonó a través de la puerta-. ¿Estas decente?
No respondí. La humillación ardía en mis entrañas ante la debilidad de la noche anterior. Me aferre al lavabo, fulminándome con la mirada. Había dormido en el suelo para estar cerca de él.
Débil.
- ¿Kag? -Como aun no respondía, abrió un poco la puerta-. Voy a entrar.
Hojo estaba detrás, con expresión seria y preocupada. Puse los ojos en blanco.
- ¿Qué ocurre? -Mi esposo observo mi rostro-. ¿Ha sucedido algo?
Me obligue a sonreír.
-Estoy bien, gracias.
Ellos intercambiaron miradas mi esposo señalo la puerta con la cabeza. Fingí no notarlo mientras Hojo se marchaba y un silencio incomodo aparecía.
-He estado pensando -dijo el por fin.
-Un pasatiempo peligroso.
Me ignoro y trago con dificultad. Parecía alguien a punto de arrancar una venda: decidido y aterrado a partes iguales.
-Hay un espectáculo esta noche en el Soleil y Lune. Tal vez podríamos ir.
- ¿Qué obra es?
-La Vie Ephemere.
Me reí sin alegría, mirando las sombras debajo se mis ojos.
Después de la visita de madame Izayoi, había permanecido despierta hasta tarde terminando la historia de Emilie y Alexandre para distraerme. Ellos habían vivido, amado y muerto juntos… ¿Y para qué?
No termina con la muerte. Termina con esperanza.
Esperanza.
Una esperanza que yo nunca vería, nunca sentiría, nunca tocaría. Escurridiza como el humo. Como las llamas vacilantes. La historia era más oportuna de lo que había imaginado. El universo, o Dios, o la Diosa, o quien fuera, parecía burlarse de mi sin embargo… mire los muros de piedra a mi alrededor. Mi jaula. Hubiera sido agradable escapar de aquel lugar despreciable, aunque fuera por un rato.
-De acuerdo.
Intente pasar a su lado para ir a la habitación, pero el bloqueo la puerta.
- ¿Te molesta algo?
-Nada de qué preocuparte.
-Bueno, me preocupa igual. No eres la misma de siempre.
Logre mirarlo con desdén, pero era difícil continuar haciéndolo. Bostece.
-No finjas que me conoces,
-Se que, si no estás diciendo palabras malsonantes o cantando sobre camareras bien dotadas, algo anda mal. -Torció la boca y toco tentativamente mi hombro, sus ojos dorados brillaban. Como la puesta del sol sobre el océano. Aparte la idea, irritada- ¿Qué ocurre? Puedes contármelo.
No, no puedo. Me aparte de su contacto.
-He dicho que estoy bien.
Dejo caer la mano y cerró los ojos.
-De acuerdo. Entonces, te dejare sola.
Lo observe marcharse con una punzada de algo que, extrañamente, parecía arrepentimiento.
Asome la cabeza poco después, esperando que aun estuviera allí, pero se había ido. Mi malhumor solo empeoro cuando vi a Hojo sentado en el escritorio. Me observaba con aprensión, como si esperara que me creciera cuernos o que escupiera fuego… lo cual, en ese caso, era exactamente lo que quería hacer.
Avancé hecha una furia hacia él y se puso de pie de un salto. Una satisfacción salvaje recorrió mi cuerpo ante su susto… y luego, culpa. No era culpa de Hojo, sin embargo… No podía hacer que mi humor mejorara. Mi sueño permanecía. Por desgracia, Hojo también.
- ¿Pue… puedo ayudarte con algo?
Lo ignore, pase junto a su silueta desgarbada y abrí bruscamente el cajón del escritorio. El diario y las cartas no estaban, solo había una biblia. Ningún cuchillo. Maldición. Sabía que había sido una probabilidad remota, pero la irritación, o quizás el miedo, me hacían actuar de modo irracional. Me gire y avance hacia la cama.
Hojo siguió mis pasos como una sombra, desconcertado.
- ¿Qué haces?
-Busco un arma. -Arañe el respaldo de la cama, intentando en vano moverlo de la pared.
- ¿Un arma? -Su voz se volvió aguda-. ¿Pa…para que necesitas un arma?
Use todo mi peso contra la maldita cosa, pero era demasiado pesada.
-En caso de que madame Izayoi o… alguien más vuelva. Ayúdame con esto.
No se movió.
- ¿Alguien más?
Reprimí un gruñido impaciente. No tenía importancia. Era probable que no hubiera un cuchillo escondido en su agujerito. No después de habérmelo mostrado. Me agazape y hurgue debajo de la cama. Los tablones del suelo estaban impolutos. Casi tan limpios como para comer de ellos. Me pregunte si las responsables de esa tendencia obsesiva eran las criadas o mi esposo. Probablemente mi esposo. Parecía ese tipo de hombre. Controlador. Jodidamente pulcro.
Hojo repitió la pregunta, más cerca esta vez, pero lo ignore mientras buscaba en el suelo una unión oculta o una tabla suelta. No había nada. Decidida, comencé a golpear a intervalos regulares, en busca de un sonido hueco delatador. Hojo asomo la cabeza debajo de la cama.
-No hay armas ahí debajo.
-Eso es exactamente lo que esperaba que dijeras.
-Madame Diggory…
-Kag.
Adopto una expresión exasperada imitando a la perfección a mi esposo.
-Kagome, entonces…
-No. -Gire con brusquedad la cabeza para fulminarlo con la mirada y al hacerlo, me la golpee contra la cama y maldije con violencia-. Kagome no. Ahora, muévete. Voy a salir.
Parpadeo confundido ante la reprimenda, pero, de todos modos, retrocedió con torpeza. Yo me arrastre después de él. Hubo una pausa incomoda.
-No sé por qué le temes tanto a madame Izayoi -dijo por fin-, pero te aseguro que…
Pfff.
-No le temo a madame Izayoi.
-A… ¿alguien más entonces? -Junto las cejas mientras intentaba comprender mi humor. Suavice mi ceño fruncido mínimamente. Aunque Hojo había intentado permanecer distante después del desastre en la biblioteca, su esfuerzo había resultado inútil. Mas que nada porque yo no lo permitiría. Después de Gogo, era la única persona que me gustaba en aquella Torre despreciable.
Mentirosa.
Cállate.
-No hay nadie más -mentí-. Pero nunca se es demasiado precavido. No es que no confié en tus increíbles habilidades de lucha, Hojo, pero preferiría no dejar mi seguridad en manos de, bueno… en tus manos.
Su confusión cambio al dolor… luego, al enfado.
-Puedo arreglármelas solo.
-Estamos de acuerdo en que no estamos de acuerdo.
-No tendrás un arma.
Me puse de pie y quité una mancha de polvo inexistente de mis pantalones.
-Ya lo veremos. ¿A dónde ha ido mi desafortunado esposo? Debo hablar con él.
-Él tampoco te dará una. Ha sido el quien las ha escondido, en primer lugar.
- ¡Aja! -Alce un dedo triunfal en el aire y el abrió los ojos de par en par mientras avanzaba en su dirección-. Entonces ¡si la ha escondido! ¿Dónde están, Hojo? -Golpetee su pecho con el dedo-. ¡Dímelo!
Aparto mi mano con la suya y trastabillo hacia atrás.
-No sé dónde las ha puesto, no me empujes con el dedo… -Lo empuje de nuevo, solo por diversión-. ¡Ay! -Se froto el lugar, furioso-. ¡He dicho que no lo sé! ¿De acuerdo? ¡No lo sé!
Deje caer mi dedo, sintiéndome repentinamente mejor. Me reí a pesar de no querer hacerlo.
-Claro. Ahora te creo. Busquemos a mi marido.
Sin otra palabra, Sali por la puerta. Hojo suspiro resignado antes de seguirme.
-A inuyasha no le gustara esto -gruño-. Además, ni siquiera sé dónde está.
-Bueno, ¿Qué hacéis durante el día? -Intente abrir la puerta que llevaba a la escalera, pero Hojo la sujeto y la abrió para mí. No solo me gustaba: lo adoraba-. Asumo que sea lo que sea incluye patear cachorros o robar el alma de los niños.
Hojo miro nervioso a su alrededor.
-No puedes decir esas cosas. No es adecuado, eres la esposa de un Chasseur.
-Ah, por favor. -puse los ojos en blancos de modo exagerado-. Creí que ya había dejado claro que me importa un carajo lo que es adecuado. ¿Debo recordártelo? Hay dos estrofas más de "Liddy, la pechugona" empalideció.
-Por favor no lo hagas.
Sonreí con aprobación.
-Entonces, dime donde puedo encontrar a mi esposo. Hubo una pausa breve mientras Hojo evaluaba si yo hablaba en serio acerca de continuar mi balada sobre pechos grandes. Sabiamente, decidió que así era porque pronto sacudió la cabeza y susurro:
-Es probable que este en la sala de consejo.
-Excelente. -Entrelace mi brazo con el suyo y golpee su cadera en tono jocoso. Él se puso tenso ante el contacto-. Enséñame el camino.
Para mi frustración, mi esposo no estaba en la sala del consejo. En cambio, otro Chasseur me dio la bienvenida. Su cabello corto negro brillaba bajo la luz de las velas y entrecerró sus impactantes ojos afilados color azul oscuro. Que contrastaban con su piel trigueña, cuando los clavo en mí. Reprimí la necesidad de fruncir el ceño.
Bankotsu.
-Buenos días, ladrona. -Recobro la compostura con rapidez e hizo una reverencia profunda-. ¿En qué puedo ayudarte?
Bankotsu exhibía sus emociones con la misma claridad que su barba, así que había sido sencillo reconocer su debilidad. Aunque se ocultaba debajo de una amistad falsa, reconocía lo celos cuando los veía. En especial la clase de celos infecciosos.
Por desgracia, aquel día no tenía tiempo para jugar.
-Busco a mi esposo -dije, saliendo de la sala-, pero veo que no está aquí. Si me disculpas…
-Tonterías. -Aparto los papeles que había estado inspeccionando y extendió las extremidades con pereza-. Quédate un rato de todos modos, necesito un descanso.
- ¿Y cómo puedo exactamente ayudarte con eso?
Apoyo el cuerpo contra la mesa y cruzo los brazos.
- ¿Qué necesitas de nuestro querido capitán?
-Un cuchillo.
Se rio y deslizo la mano sobre su mandíbula.
-Por más persuasiva que seas, es muy improbable que tu seas capaza de obtener un arma aquí. El arzobispo piensa que eres peligrosa. Inuyasha, como siempre, toma la opinión de su Eminencia como palabra de Dios.
Hojo entro en la sala. Entrecerró los ojos.
-No deberías hablar de ese modo sobre el capitán Diggory.
Bankotsu inclino la cabeza con una sonrisa burlona,
-Solo digo la verdad, Hojo. Inuyasha es mi mejor amigo. También es el consentido del arzobispo. -puso los ojos en blanco y curvo los labios como si la palabra la dejara un sabor rancio en la boca-. El nepotismo es impactante.
- ¿Nepotismo? -Alce una ceja, mirándolos-. Creí que mi esposo era huérfano.
-Lo es. -Hojo apuñalo a Bankotsu con la mirada. No había notado que él podía tener un aspecto tan… antagónico-. El arzobispo lo encontró en…
-Ahórranos la historia triste, ¿de acuerdo? Todos tenemos una.
-Bankotsu dejo caer la mano y se apartó abruptamente de la mesa. Me miro antes de centrar de nuevo la atención en los papeles-. El arzobispo cree verse reflejado en inuyasha. Ambos son huérfanos, ambos eran vándalos de niños. Pero ahí termina las similitudes. El arzobispo se hizo de la nada. El trabajo de su vida, su título, su influencia… lucho por todo eso. Sangro por ello. -Miro con desdén mientras arrugaba uno de los papeles y lo lanzaba al cesto-. Y planea dárselo todo a inuyasha por nada.
-Bankotsu – pregunte con astucia-, ¿tú eres huérfano? Agudizo la mirada.
- ¿Por qué?
-Por… ningún motivo. No importa.
Y no importaba. De verdad. No podían interesarme menos los problemas de Bankotsu. Pero que alguien estuviera tan ciego a sus emociones… con razón era un amargado. Maldiciendo mi curiosidad, redirigí mis pensamientos hacia mi objetivo. Obtener un arma era más importante y, sinceramente más interesante, que el triángulo amoroso retorcido entre ellos tres.
-Por cierto, tienes razón. -Me encogí de hombros como si estuviera aburrida y avance para deslizar mi dedo sobre el mapa. El me miro con desconfianza-. Mi marido no se merece nada de esto. En realidad, es patético la forma en que espera las órdenes del arzobispo. -Hojo me miro desconcertado, pero lo ignore mientras observaba un poco de polvo en mi dedo-. Como un buen cachorro… rogando por las sobras.
Bankotsu emitió una sonrisa pequeña y lúgubre.
-Ah, eres diabólica, ¿verdad? -cuando no respondí, se rio-. Si bien empatizo con usted, madame Diggory, no es tan fácil manipularme.
- ¿No? -incline la cabeza a un lado y lo mire -. ¿Estás seguro?
Asintió y apoyo el cuerpo sobre sus codos.
-Estoy seguro. Mas allá de todos los errores de inuyasha, tiene razón en ocultar sus armas. Eres una criminal.
-Claro. Por supuesto. Solo… creía que podría ser beneficioso para los dos.
Hojo toco mi brazo.
-Kag…
-Te escucho. -Ahora los ojos de Bankotsu brillaban entretenidos-. Quieres un cuchillo. ¿Qué consigo yo a cambio?
Aparte la mano de Hojo moviendo el hombro y le devolví la sonrisa a Bankotsu.
-Es simple. Darme un cuchillo molestaría muchísimo a mi marido.
El se rio. Lanzo la cabeza hacia atrás y golpeo la mesa, dispersando los papeles.
-Ah, eres una brujita astuta, ¿cierto?
Me puse tensa, mi sonrisa vacilo ínfimamente, antes de reír demasiado tarde. Hojo no pareció notarlo, peo Bankotsu, como sus ojos astutos, dejo de reír abruptamente. Inclinó la cabeza para observarme como un sabueso que huele el rastro de un conejo. Maldición.
Me obligue a sonreír antes de girarme para irme.
-Ya he desperdiciado demasiado de su tiempo, Chasseur Toussaint. Si me disculpa, necesito encontrar a mi escurridizo esposo.
-Inuyasha no está. -Bankotsu aún me miraba con atención perturbadora-. Ha salido con el arzobispo. Han denunciado una plaga de lutins fuera de la ciudad. -Confundiendo mi ceño fruncido por preocupación, añadió-: volverá en unas horas. Los lutins no son peligrosos, pero los guardias no están equipados para lidiar con lo sobre natural.
Imagine a los pequeños duendes con los que había jugado cuando era niña.
-No son en absoluto peligrosos. -Las palabras salieron de mi boca antes de poder evitarlo-. Es decir… ¿Qué les hará?
Bankotsu alzo una ceja.
-Los exterminara, por supuesto.
- ¿Por qué? -Ignore los tirones insistentes de Hojo en mi brazo mientras el calor subía a mi rostro. Sabía que debía dejar de hablar. Reconocí la chispa en los ojos de Bankotsu por lo que era: una corazonada. Un instinto. Una idea que pronto se convertiría en algo más si no mantenía la boca cerrada-. Son inofensivos.
-Son molestos para los granjeros y son sobrenaturales. Nuestro trabajo es erradicarlos.
-Creía que vuestro trabajo era proteger a los inocentes.
- ¿y los lutins son inocentes?
-son inofensivos -repetí.
-No deberían existir. Nacen de la arcilla revivida y de la brujería.
- ¿Acaso Adán no fue esculpido con tierra?
Inclino despacio la cabeza a un lado, evaluándome.
-Si, por la mano de Dios. ¿Sugieres que las brujas tienen la misma autoridad?
Vacile, comprendiendo lo que decía y donde estaba. Bankotsu y Hojo me miraron, esperando mi respuesta.
-Claro que no. -Me obligue a mirar los ojos curiosos de Bankotsu, mientras la sangre rugía en mis oídos-. No decía eso en absoluto.
-Bien. -Su sonrisa era pequeña y perturbadora mientras Hojo me arrastraba hacia la puerta-. Entonces estamos de acuerdo.
Hojo continuaba mirándome nervioso mientras caminábamos hacia la enfermería, pero lo ignore. Cuando por fin abrió la boca para cuestionarme, hice lo que mejor sabía hacer: evadirme.
-Creo que mademoiselle Perrot estará aquí esta mañana.
Él se alegró visiblemente.
- ¿Sí?
Sonreí y empujé su brazo con mi hombro. Esta vez, no se puso tenso.
-Es probable.
-Y… y ¿me permitirá visitar a los pacientes junto a vosotras?
-No es probable.
Subió el resto de la escalera cabizbajo. No pude evitar reírme. El aroma familiar y tranquilizador a magia nos saludó cuando entrabamos en la enfermería.
Ven a juagar ven a jugar ven a jugar
Pero no estaba allí para jugar. Hecho que Gogo corroboro al recibirnos.
-Hola, Hojo -dijo alegremente antes de entrelazar su brazo con el mío y guiarme hasta el cuarto de Monsieur Bernard.
-Hola. Mademoiselle Perr…
-Adiós, Hojo. -Cerró la puerta frente a su rostro enamorado.
La mire frunciendo el ceño.
-Le gustas, ¿sabes? Deberías ser más amable con él.
Ella tomo asiento en la silla de hierro.
-Por ese motivo no lo aliento. El pobre chico es demasiado bueno para mí.
-Tal vez deberías permitirle a, el decidir eso.
-Mmm… -Inspeccionó una cicatriz particularmente desagradable en su muñeca antes de cubrirla de nuevo con su manga-. Tal vez.
Puse los ojos en blanco y fui a saludar a Monsieur Bernard.
Aunque habían pasado dos días, el pobre hombre aún no había muerto. No dormía. No comía. El padre Orville y las curanderas no sabían cómo permanecía vivo. Sin importar la razón, me alegraba. Me había encariñado con su mirada espeluznante.
-Me entere de lo madame Izayoi -dijo Gogo. Fiel a su palabra, Bankotsu habían hablado con los sacerdotes y, fieles a su palabra, ellos habían comenzado a vigilar más de cerca a su nueva curandera después de su intromisión en la biblioteca. Ella no se había atrevido a salir de nuevo de la enfermería-. ¿Qué quería?
Tome asiento en el suelo junto a la cama de Bernie y cruce las piernas. Sus ojos blancos como orbitas me siguieron todo el trayecto hasta abajo mientras golpeaba su dedo contra las cadenas.
Clinc.
Clinc.
Clinc.
-Hacerme una advertencia. Ha dicho que mi madre está en camino.
- ¿De veras? -Gogo agudizo la mirada y le conté con rapidez lo sucedido. Cuando termine, ella estaba caminando de un lado a otro del cuarto-. No significa nada. Sabemos que te persigue. Por supuesto que está en camino. Eso no significa que sepa que estas aquí…
-Tienes razón. Es cierto. Pero, de todas formas, quiero estar lista.
-Por supuesto. -Asintió con energía y sus rizos rebotaron-. Entonces, comencemos. Hechiza la puerta. Un patrón que no hayas usado antes.
Me puse de pie y caminé hacia la puerta, frotando mis manos entre si por el frio de la habitación. Gogo y yo habíamos decidido hechizarlas contra cualquier que quisiera escuchar a hurtadillas nuestras sesiones de práctica. No sería bueno que nadie que alguien oyera conversaciones susurradas sobre magia.
Mientras me aproximaba, hice aparecer los patrones dorados.
Se materializaron ante mi llamada, difusos y omnipresentes. Contra mi piel. En mi mente. Avance entre ellos, buscando algo fresco. Algo distinto. Después de varios minutos fútiles, alce las manos con frustración.
-No hay nada nuevo.
Gogo se puso de pie a mi lado. Como Dame rouge, no podía ver los patrones que yo veía, pero de todos modos lo intento.
-No piensas del modo apropiado. Evalúa cada posibilidad. Cerré los ojos, obligándome a respirar profundo. Antes, visualizar y manipular patrones había sido sencillo… tan fácil como respirar.
Pero ya no. Me había escondido durante demasiado tiempo. Había reprimido mi magia durante demasiado tiempo. Demasiados peligros habían acechado la ciudad: brujas, Chasseur e incluso ciudadanos. Todos reconocían el olor de la magia. Aunque era imposible reconocer a una bruja por su apariencia, las mujeres sin supervisión siempre generaban sospechas. ¿Cuánto faltaba para que alguien me oliera después de realizar un encantamiento? ¿Cuánto faltaba para que alguien me viera moviendo los dedos y me siguiera a casa?
Había usado magia en la mansión de tremblay, y mira donde me había llevado. No. Lo más prudente había sido dejar de hacer magia. Le explique a Gogo que era como ejercitar un musculo. Cuando los usaba cotidianamente, los patrones aparecían rápidos, nítidos, en general por voluntad propia. Sin embargo, si no los utilizaba, la parte de mi cuerpo conectada a mis ancestros, a sus cenizas en la tierra, se debilitaba. Y a cada segundo que llevaba desenredar un patrón, una bruja podía atacar.
Madame Izayoi había sido clara. Mi madre estaba en la ciudad. Quizás sabía dónde o quizás no. De todas formas, no podía darme el lujo de la debilidad.
Como si oyera mis pensamientos, el polvo dorado se acercó y las brujas del desfile aparecieron en mi ojo mental. Sus sonrisas desquiciadas. Los cuerpos flotando indefensos. Reprimí un escalofrió y una oleada de desesperanza me aplasto. Sin que importara la a menudo que practicara ni lo hábil que me volviera, nunca sería tan poderosa como algunas de ellas. Porque las brujas como las del desfile, dispuestas a sacrificarlo todo por su causa, no solo eran poderosas. Eran peligrosas.
Si bien una bruja no podía ver los patrones de otra, acciones como ahogar a quemar a una persona viva requerían una enorme cantidad de ofrendas para mantener el equilibrio: quizás un movimiento especifico o un año de recuerdos. El color de sus ojos. La capacidad de sentir el tacto de otra persona.
Semejante perdidas podían… cambiar a una persona. Convertirla en alguien más oscuro y extraño de lo que era antes. Una vez lo había visto.
Pero eso había sido hacía tiempo.
Aunque no podía esperar hacerme más poderosa que mi madre, me negaba a no hacer nada.
-Si altero la capacidad auditiva de las curanderas y los sacerdotes, los dejare discapacitados. Les arrebatare algo. -Roce el oro pegado a mi piel, enderezando los hombros-. De algún modo, también es necesario que me arrebaten algo. Uno de mis sentidos… el oído es el intercambio obvio, pero ya lo he hecho. Podría entregar orto sentido, como el tacto, la vista o el gusto. Hice una pausa y observé los patrones.
-El gusto no es suficiente, el equilibrio aun estaría inclinado a mi favor. La vista es demasiado, porque quedaría hecha una inútil. Así que… debe ser el tacto. ¿O quizás el olfato? -Centre la atención en mi nariz, pero ningún patrón nuevo surgió.
Clinc.
Clinc.
Clinc.
Fulmine a Bernie con la vista, mi concentración flaqueo. Los patrones se fueron.
-Te quiero, Bernie, pero ¿podrías por favor guardar silencio?
Dificultas las cosas.
Clinc.
Gogo empujo mi mejilla con el dedo para devolver mi atención a la puerta.
-Continua. Prueba con una perspectiva distinta.
Aparte su mano.
-Es fácil para ti decirlo. -Apretando los dientes, miré la puerta con tanta fuerza que temí que me estallaran los ojos. Quizás ese sería equilibrio suficiente-. Talvez… no estoy arrebatándoles nada. Talvez ellos están dándome algo.
- ¿Cómo un secreto? -sugirió Gogo.
-Si. Lo cual implica… lo cual implica…
-Que podría probar contando un secreto.
-No seas tonta. No funciona así…
Una cuerda dorada y fina serpenteo entre mi lengua y su oído.
Mierda.
Ese era el problema con la magia. Era subjetiva. Por cada posibilidad que yo considerara, otra bruja ponderaría cien opiniones diferentes. Al igual que dos mentes no funcionaban del mismo modo, la magia de dos brujas no funcionaba igual. Todas veíamos el mundo de manera diferente. Pero no necesitaba contarle esos a Gogo. Ella sonrió con suficiencia y alzo una ceja, como si leyera mis pensamientos.
-Me parece que tu magia no sigue una regla estricta. Es intuitiva. -Se toco el mentón con el dedo, pensativa-. Para ser sincera. Me recuerda a la magia de sangre.
Oímos pasos en el pasillo externo y nos quedamos paralizadas. Cuando los pasos se detuvieron frente a la puerta, Gogo se dirigió al rincón y yo tome asiento en la silla de hierro junto a la cama de Bernie. Abrí la Biblia y comencé a leer un versículo aleatorio.
El padre Orville atravesó la puerta.
- ¡Oh! – se llevó una mano al pecho cuando nos vio, sus ojos formaron dos círculos perfectos detrás de las gafas-. ¡Santos cielo! Me habéis asustado.
Sonriendo, me puse de pie mientras Hojo entraba en la habitación. Las migajas de una galleta cubrían sus labios. Era evidente que había invadido la cocina de las curanderas.
- ¿Va todo bien?
-Si, claro. -Centre de nuevo la atención en el padre Orville-. Discúlpeme, padre. No era mi intención asustarlo.
-No te preocupes, hija, no hay problema. Solo estoy un poco alterado esta mañana. Hemos tenido una noche rara. Nuestros pacientes están extrañamente… nerviosos. -Movió una mano, extrajo una jeringa de metal y se detuvo a mi lado, junto a la cama de Bernie. La sonrisa se me congelo-. Veo que a ti también te preocupa nuestro Monsieur Bernard. ¡Una de las curanderas lo ha encontrado intentando saltar por la ventana!
- ¿Qué? -Mire a Bernie a los ojos, frunciendo el ceño, pero su rostro mutilado no revelo nada. Ni siquiera parpadeo. Permaneció… en blanco. Sacudí la cabeza. Su dolor debía de ser terrible. El padre Orville me dio una palmadita en el hombro.
-No te preocupes, hija. No ocurrirá de nuevo. -Alzo su mano débil para mostrarme la jeringa-. Hemos perfeccionado la dosis esta vez. Estoy seguro. Esta inyección calmara sus nervios hasta que se una al señor.
Extrajo un cuchillo delgado de su túnica y realizo una incisión pequeña en el brazo de Bernie. Gogo avanzo y entrecerró los ojos al ver brotar la sangre negra.
-Ha empeorado.
El padre Orville toqueteo la jeringa. Dudaba de que el pudiera ver siquiera el brazo de Bernie, pero logro hundir la punta en lo profundo del corte negro. Hice una mueca de dolor cuando empujo la jeringa e inyecto el veneno, pero Bernie no se movió. Solo continúo mirándome.
-Ya está. -El padre Orville retiro la jeringa de su brazo-. Debería quedarse dormido momentáneamente. ¿Puedo sugerir que lo dejemos descansar?
-SI, padre -dijo Gogo, inclinado la cabeza. Me lanzo una mirada sugerente-. Vamos, kag. Vayamos a leer algunos proverbios.
Continuara…
Pd: x) (17/41)
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