FRAGMENTOS
¡Hola! Nuevo capítulo.
- joiscar: Así es, por fin volvió Kagome. Ahora Inuyasha tendrá que enfrentar las consecuencias de sus decisiones. El próximo capítulo te mostrará cómo lidia con ello. ¡Gracias por tu entusiasmo!
- Annie Perez: ¡Entiendo tu confusión! Las piezas del rompecabezas están a punto de encajar. En los próximos capítulos, todo tendrá sentido y las respuestas llegarán. Solo te digo que nada es casualidad. ¡Gracias por seguir aquí!
- Karii Taisho: ¡Hola, hola! Tu review es un torbellino de emociones y no sabes cuánto lo disfruto. Entiendo cada palabra, porque escribir estos momentos también me duele. Inuyasha está atrapado en su propio orgullo y dolor, sin ver que Kagome sufre igual o más que él. Pero la historia aún no ha terminado, y te prometo que nada de esto es en vano. Sobre Hoshiro, Kagome, Moroha… todo tiene un propósito. Las piezas que parecen perdidas encontrarán su lugar. Y sí, Kikyo está jugando sus cartas con astucia, pero no subestimes la fuerza de quienes aún tienen el corazón herido. Gracias por compartir tus pensamientos con tanta pasión. Nos vemos en el próximo capítulo, que traerá respuestas… y quizás más ganas de lanzar sartenazos jaja.
- Marlenis Samudio: ¡Hola! Primero que nada, muchísimas gracias por darle una oportunidad a la historia, incluso sin estar completa. Eso significa mucho para mí. Entiendo perfectamente tu frustración con Inuyasha. A veces, su terquedad y orgullo son su peor enemigo, pero también es parte de su esencia. No justifica sus decisiones, claro, pero veremos cómo enfrenta las consecuencias de sus actos. Kagome, por otro lado, es el corazón de esta historia. Su fortaleza y resiliencia brillarán aún más en lo que viene. Su sufrimiento no será en vano, y te prometo que hay mucho por descubrir sobre su escape y lo que realmente siente Inuyasha. Gracias de nuevo por tu review, espero que sigas acompañándome en este viaje. ¡Nos vemos en el próximo capítulo! :)
- Kayla Lynnet: ¡Hola! ¡Gracias por este comentario tan lleno de emoción! Me hizo reír, sufrir y sentir todo junto contigo. Me alegra saber que la historia te tiene tan atrapada, aunque Inuyasha y sus decisiones cuestionables te saquen de quicio (créeme, a mí también mientras escribo jaja). Sobre Yura… sí, sé que es un trago amargo. Pero no sería yo si no dejara caer una bomba justo cuando crees que puedes respirar, ¿verdad? ;) En cuanto a Kagome, no puedo decir mucho sin soltar spoilers, pero te prometo que las respuestas están más cerca de lo que imaginas. ¿Qué pasará? Eso lo sabremos muy pronto... Gracias por leer y por darle vida a la historia con tus palabras. ¡Nos vemos en el próximo capítulo, Teresa Suprema! Aunque agradezco la consideración jeje :)
- DR: ¡Hola! Gracias por tomarte el tiempo de dejar tu comentario. Entiendo perfectamente tu frustración con Inuyasha; su terquedad y esa confianza ciega en quien no lo merece son parte de sus errores más difíciles de digerir. A veces, el dolor y la culpa nublan el juicio, incluso cuando se trata de las personas que más amamos. Espero que sigas acompañándome en la historia para ver cómo se desarrollan estos conflictos y, quizás, cómo Inuyasha enfrenta finalmente la verdad. ¡Gracias por darle una oportunidad al fic!
- Cbt1996: Me emociona ver cómo conectas con la historia y los personajes, sintiendo cada emoción tan intensamente. Entiendo tu dolor por la ausencia de Kagome, esa sombra que parece cubrirlo todo, porque su vacío es un eco constante en la vida de quienes la aman… y en la de quienes la leemos. Inuyasha y su vínculo con Moroha es hermoso, pero también complicado, porque detrás de cada risa hay una herida que aún no ha sanado. Y sí, ver crecer a los hijos es un recordatorio del paso del tiempo, de lo que se ha perdido y de lo que ya no se puede recuperar. Sobre Miroku y su discurso de amor… ¡jajaja! Sabía que te haría sonreír en medio de tanto drama. Y qué decir de Yura… sé que duele, pero su papel en la historia tiene un propósito que aún falta descubrir. Tu reflexión sobre Kagome me conmovió. Ella ha llevado el peso más grande, sacrificando todo sin esperar nada a cambio. Su dolor no solo está en lo que vivió, sino en lo que no pudo vivir. Gracias por tu cariño y por leer con el corazón. ¡Nos leemos pronto!
- Rosa. Taisho: Ven aquí, linda, déjame abrazarte fuerte antes de que tus deditos alcancen mi cuello. jaja ¡Siento tu dolor, lo juro! Pero también estoy aquí, riéndome entre lágrimas porque esa mezcla de furia, angustia y amor desbordado es EXACTAMENTE lo que quería provocar. Sí, te he hecho pedacitos, pero mírate… ¡aún estás aquí, pidiendo más! Y eso me llena el corazón. :) SÍ, CINCO AÑOS. CINCO. No uno, no dos… ¡CINCO! Porque el dolor tiene que calar hasta los huesos para que el reencuentro se sienta como un rayo directo al alma. Todo tiene una razón de ser, y pronto veremos cómo termina todo. Gracias por este review tan lleno de pasión, por sentir cada palabra como si fuera tuya. Nos vemos en la próxima actualización… mientras tanto, recoge esos fragmentos de tu corazón, pero no los pegues demasiado fuerte, porque el siguiente capítulo podría hacerlos trizas otra vez.
- bau-bau-chica: Lo sé, duele, duele mucho… pero espera, que esto todavía no termina. ¡Gracias por darle una oportunidad a la historia! Espero leerte pronto. :)
- Lin Lu Lo Li: ¡Vaya, tu comentario refleja perfectamente la montaña rusa de emociones que quería transmitir con este capítulo! Me encanta cómo has captado la esencia del dolor, la pérdida y esas conexiones complejas entre los personajes. Las relaciones no siempre son lineales, y a veces el tiempo solo agrega más capas a esas heridas en lugar de sanarlas. Cada uno de ellos está lidiando con sus propios fantasmas, y ver cómo interpretas sus decisiones y emociones me hace sentir que la historia realmente está llegando al corazón :) Gracias por tomarte el tiempo de compartir tus pensamientos, ¡me motivas a seguir escribiendo con el mismo nivel de intensidad! Veremos qué pasa a continuación. Nos vemos en el próximo capítulo, ¡que traerá más giros y emociones!
Este fue, sin duda, el capítulo que más me costó escribir. No por el contenido en sí, sino porque quería avanzar rápido, pero también necesitaba reflejar esos años en la vida de Kagome: cómo los vivió, lo que sintió y el camino que recorrió hasta encontrar su libertad.
El próximo capítulo traerá muchas cosas… no tan bonitas, pero sí necesarias. Veremos qué pasa.
¡Gracias de corazón por todo su apoyo! El capítulo anterior llamó la atención de muchos, y no puedo explicar lo agradecida que me siento cada vez que leo sus comentarios en Fanfiction y Wattpad. ¡Son lo mejor!
Espero que disfruten esta lectura. Yo seguiré trabajando en el próximo capítulo.
Atte. XideVill
Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.
CAPÍTULO 35.
KAGOME
Como si fuera un sueño.
Así se siente. Pero… también las pesadillas son sueños.
Sostengo a mi hijo contra mi pecho, tan frágil, que duele. Duele porque él no está aquí para verlo. No escuchó su primer llanto, no sintió cómo temblé al escuchar ese sonido que, por un segundo, hizo que el mundo dejara de derrumbarse.
Debería estar aquí. Debería haber tomado mi mano, susurrado que todo estaría bien, aunque fuera una mentira piadosa. Pero no está. Y yo me repito que es fuerte, que vendrá por nosotros. Que esta distancia no es el final de la historia. Pero… ¿y si lo es? ¿Y si esta es la historia? ¿Un comienzo sin un "nosotros" real, solo un eco de lo que pudo haber sido?
Tengo miedo. No solo por mí, sino por mi bebé. Porque lo miro y veo cómo la historia se repite. Nació lejos de su padre, igual que su hermana. Encerrados, separados, como si estuviéramos destinados a vivir entre ausencias. ¿Será que el amor no basta para romper este ciclo?
Pero entonces lo escucho respirar. Tan suave, pero tan real. Y me aferro a eso. A él. A ti. Porque, aunque me duela, aunque la incertidumbre me queme por dentro, quiero creer que vendrás. Que un día cruzarás esa puerta y conocerás a este pedacito de cielo que creamos juntos.
Hasta entonces, esperaré. Con miedo, sí. Pero también con esperanza.
Creo que lo estábamos manejando bien. Koga y yo no solo nos habíamos adaptado a una rutina, sino que también habíamos construido una especie de refugio mental para no pensar en el encierro al que nos tenía sometidos Kikyo.
Después del nacimiento de Hoshiro, ella empezó a venir con más frecuencia, obsesionada con mi hijo de una forma que… a veces me ponía los nervios de punta. Claro que nunca me separaba de él, y si por algún motivo no podía estar cerca, Koga se convertía en su guardián más feroz.
–¿Lo notaste? –preguntó, enseñándome a Hoshiro–. Le están por salir los dientes.
Me acerqué a ellos, incapaz de ocultar la sorpresa en mi mirada.
–No puede ser, bebé… –susurré, comprobando si era cierto–. Ahora alimentarte será doloroso.
La risa de Koga retumbó en cada rincón, vibrante y contagiosa. Me uní a él por un breve instante, pero entonces, el sonido de la puerta abriéndose rompió la burbuja efímera de esa tranquilidad.
–¡No van a creer las noticias que traigo! –soltó Kikyo al pasar–. Al fin encontré a su queridísima Kagura.
Koga y yo nos miramos.
–Pero tranquilos. No pienso hacerle nada –confesó con una sonrisa torcida–. La verdad es que me sorprendió mucho que ahora viva bajo el techo de los Taisho. ¿Ustedes se lo imaginan? Ella, viviendo con ellos, feliz, completamente ajena a lo que les está pasando.
Kikyo estalló en una risa amarga, como si aquella revelación no tuviera el peso que pretendía. Y tal vez era cierto. Eso era lo de menos. Que Kagura estuviera con los Taisho no nos preocupaba; al contrario, nos daba una chispa de esperanza. A estas alturas, ya debía haber hablado con Inuyasha y… sí, muy pronto él vendría por nosotros.
Sentí la mirada de Koga clavada en mí, intensa, cargada de la misma certeza que hervía en mi pecho. No necesitábamos palabras para entendernos.
Al fin seríamos libres.
–¡No, no, no!
–Bonita, tranquila…
–¡Es que no lo entiendo! –grité con rabia–. ¿Por qué aún no ha venido? Llevamos meses aquí ¡Meses, Koga! ¿Y si le pasó algo? ¿Y si Kikyo le hizo algo…?
–Ey, no –advirtió, conteniendo mi desesperación–. Borra esos pensamientos, ya.
–Es que, no puede ser de otra forma. Si no, ¿por qué Inuyasha no habría venido por mí? –mi voz tembló, ahogada por el nudo en mi garganta–. Tuvo que haberle pasado algo realmente malo para que él o Moroha…
Koga me atrajo hacia él sin decir nada. Sus brazos me envolvieron con fuerza, en un intento torpe pero sincero de calmar mi llanto.
No quería seguir aquí por más tiempo, ya no quería vivir con la incertidumbre de si en algún momento Kikyo vendría y me quitaría a mi hijo. Esa era una posibilidad, después de todo, su plan era vernos sufrir. Me preguntaba si también Inuyasha estaba sufriendo, si él también me extrañaba como yo lo hacía. Me preguntaba si le hablaba a Moroha todas las noches sobre mí, así como yo lo hacía con Hoshiro.
A veces imaginaba su voz, baja y áspera, susurrándole historias sobre nosotros, sobre cómo nos conocimos, sobre los días en los que creíamos que nada ni nadie podía separarnos. Me aferraba a esa idea como si fuera un amuleto, aunque dolía más de lo que consolaba.
Koga deslizó su mano por mi espalda, con movimientos lentos, como si pudiera borrar el peso de mis pensamientos. No dije nada. ¿Qué podía decir? El silencio era el único idioma que conocía cuando el dolor era demasiado grande.
Pero incluso el silencio duele.
–Volverás a verlo… –susurró Koga, su voz era grave, casi una promesa rota de antemano–. Inuyasha es terco. No se rendirá tan fácilmente.
Quise creerle. Pero la esperanza, cuando está herida, sabe a mentira.
Kikyo consiguió mucho poder bajo otro nombre, uno que no levantara sospechas, uno que usaba cada vez que realizaba transacciones desde las cuentas de Koga. A estas alturas, me preguntaba si Raigo Okami ya se habría dado cuenta de las malas inversiones que se hacían en sus empresas. Tal vez era demasiado tarde. Tal vez ya lo había perdido todo y no le quedaba nada más.
Koga siempre se mostraba preocupado por su salud. Era un hombre mayor y, sin él a su lado podría empeorar… Pero el optimismo de Koga siempre salía a flote cuando el tema se ponía sobre la mesa. Decía que todo iba a estar bien, que no importaba cuánto tiempo pasara, él y yo estaríamos bien.
En los planes de Kikyo estaba acabar con las Empresas Taisho, aquellas clínicas por las que su padre había perdido la vida bajo su propia mano. Ella lo traicionó. Terminó confesándolo en una de sus tantas visitas: el plan era liberarlo de prisión una vez que se entregara, pero las cosas no salieron como Naraku había planeado. No contaba con que Kikyo perdería la cabeza con el poder en sus manos.
Y ahora su obsesión con Inuyasha parecía difuminarse con el tiempo. Casi no la veíamos, y cuando lo hacíamos, solo presumía sus compras compulsivas y costosas. Era su forma de restregarnos que, mientras nosotros vivíamos encerrados, ella era libre. Y en este momento, la libertad era escasa.
Inuyasha había pasado a segundo plano para ella al ver cómo su plan daba frutos. Mi ausencia era su venganza, y con eso en mente, Kikyo no se esforzaba en hacer nada más. Tenernos en sus manos era un deleite para ella.
–¿Has perdido la fe?
Me aferré a la realidad, encontrándome con los ojos de Koga. Llené mis pulmones de aire, buscando palabras que no dolieran al salir.
–Hoshi ya tiene cinco años –dejé que las palabras salieran de mi boca–. No sé si algún día pueda salir a ver lo hay más allá de estas cuatro paredes.
–A él no parece disgustarle…
–Sí, y es porque no ha conocido nada más fuera de esta casa.
Koga no dijo nada. Dejó que el silencio se llevara todo.
–Sí –respondí, mirándolo fijamente y dejando que todo cayera por su propio peso–. La he perdido… nadie vendrá por nosotros Koga…
Cinco años me tomó. Cinco años desperdiciados en una absurda fe de libertad.
–Bonita…
–Tú también lo crees –afirmé–. En realidad, de los dos, fuiste el primero en perder la fe, pero… te mantuviste fuerte por mí y por Hoshi.
–Eso no…
–Claro que es cierto –rebatí–. Te conozco Koga, no te atrevas a decir que miento porque sabes que es verdad.
En ese momento, alguien llamó a la puerta. Ninguno de los dos miró. ¿Quién podría ser? Kikyo tenía sus propias llaves, y recibir visitas era raro para nosotros, considerando que nos habíamos mudado hace poco para no levantar sospechas. Ya estábamos acostumbrados a eso, lo hicimos antes de que Hoshi nazca, y así fue cada seis meses.
–Koga…
–Tranquila, veré quien es…
–Pero…
–Debe de ser un guardia que necesita algo o qué sé yo –dijo para tranquilizarme.
Y, en efecto, se trataba de un guardia. Uno nuevo, al parecer, de la edad de Koga o tal vez un poco mayor. Solo vino a comprobar que todo estuviera en orden, o eso parecía. Pero esa visita, "no tan rutinaria", trajo consigo algo más: una chispa… o quizás una bomba. Nos devolvió la esperanza.
Aquel hombre de ojos oscuros, que fingía ser un guardia más, no era otro que la ayuda que tanto necesitábamos. Por un instante, quise creer que se trataba de Inuyasha, pero la realidad me golpeó más fuerte que cualquier ilusión. Nos contó que la persona que lo había enviado, la que nunca dejó de buscarme, no era otra que mi propia madre. Aquella a la que no veía desde hacía tanto tiempo. Aquella cuyos abrazos extrañaba más de lo que quería admitir.
El plan de mamá tomó meses. Meses en los que tuvo que asegurarse de que todo saliera bien, de que pudiera devolvernos la libertad sin ponernos en peligro. Y con un niño de cinco años, eso era aún más arriesgado. Hoshi era igual que su padre: hacía exactamente lo contrario a lo que se le pedía. Si le decíamos que guardara silencio, él encontraba la forma de hacer ruido.
Tuvimos que seguir el plan sin que Kikyo sospechara. Sonaba fácil, considerando su ausencia y la seguridad que tenía de que jamás nos atreveríamos a huir. Pero no era tan simple. Afuera había tres guardias más, armados hasta los dientes, con órdenes claras: disparar a cualquier cosa que se moviera fuera de esta casa o a quien intentara escapar.
Sin embargo, usamos sus propias artimañas en su contra. Gracias al guardia infiltrado, logramos sedarlos. Utilizamos las mismas drogas que Kikyo conocía muy bien, mezcladas con alcohol para potenciar su efecto. Esa fue mi pequeña venganza, patética y diminuta, pero mía. Una satisfacción mínima hasta el día en que pueda verla cara a cara y ser yo misma quien se encargue de ella.
Quería verla sufrir. Quería que suplique. Quería que pague por todo lo que nos hizo. Quería retroceder el tiempo solo para que nunca hubiera tenido la oportunidad de lastimarnos.
Cuando llegamos a casa… a esa casa que creí que jamás volvería a ver, sentí que volvía a respirar después de años de asfixia. Era el hogar en donde había crecido, donde las paredes guardaban el eco de mi risa infantil y los rincones aún parecían susurrar recuerdos olvidados. Pero ahora, todo se sentía diferente. Más pequeño. Más frío. Como si el tiempo hubiera erosionado no solo la pintura de las paredes, sino también la calidez que alguna vez habitó allí.
Me detuve frente a la puerta, mi mano temblorosa suspendida en el aire, incapaz de tocar la perilla. No porque tuviera miedo de entrar, sino porque temía lo que encontraría al hacerlo. O peor aún, lo que no encontraría.
El frío del metal me sacó de mis pensamientos cuando finalmente me atreví a girar la perilla. La puerta se abrió con un quejido sordo, como si la casa misma reconociera mi presencia después de tanto tiempo. El aire estaba impregnado de un olor tenue, una mezcla de polvo, madera vieja y algo más… algo que me hizo arder el pecho: la fragancia familiar de mi madre.
Di un paso adentro. Cada rincón parecía intacto y, sin embargo, irreconocible. Las grietas en la pared eran nuevas, pero el suelo crujía igual que antes. El marco de la puerta seguía arañado donde solía jugar de niña, marcando mi altura año tras año junto a mi hermanita. Pasé los dedos por esas marcas, sintiendo la aspereza bajo la yema, como si pudiera tocar a la niña que alguna vez fui.
Mis piernas me llevaron por inercia hasta la sala. Allí, el sillón desgastado seguía en su lugar, testigo de tantas tardes de historias y risas… y de las ausencias que vinieron después. Me dejé caer en él, incapaz de sostener el peso de los recuerdos. Cerré los ojos, esperando sentirme en casa, pero lo único que encontré fue un vacío frío en el pecho.
¿Cómo podía un lugar tan lleno de recuerdos sentirse tan vacío?
Las lágrimas cayeron sin pedir permiso. No solo por lo que había perdido, sino por lo que había creído que podría recuperar al volver. Pero el hogar no era solo un lugar. Era la gente que lo habitaba, las voces que llenaban el silencio… y esas voces ya no estaban. Papá, mamá y Rin…
Y aun así, estaba allí.
Me puse de pie, secándome el rostro con la manga. No había tiempo para la nostalgia. No había espacio para la tristeza. Solo quedaba avanzar, porque al fin era libre, y podía recuperar todo lo que creí perdido, empezando por mi familia.
–Hija…
Me congelé al ver la figura de mi madre después de años de encierro.
–Mamá… –dije conteniendo un sollozo.
Ella se estremeció al escuchar mi voz. Por un segundo, el tiempo pareció detenerse. Su rostro, marcado por líneas que no recordaba, conservaba la misma calidez en la mirada. Esos ojos… seguían siendo los mismos, los que me consolaban cuando el mundo parecía demasiado grande para mí.
Sus labios temblaron ligeramente antes de esbozar una sonrisa, frágil y temerosa, como si tuviera miedo de que no fuera real. Caminó hacia mí, dudando en cada paso, hasta que ya no pudo más y corrió, acortando la distancia entre nosotras.
Me envolvió en sus brazos con fuerza, como si temiera que me desvaneciera si me soltaba. El sollozo que había intentado contener estalló en mi garganta, desgarrador y crudo. Hundí el rostro en su hombro, respirando una vez más ese olor familiar que creí haber olvidado.
–Lo siento tanto… –susurró, con su voz quebrada, cargada de culpa y alivio.
–Yo… pensé que nunca te volvería a ver.
Nos aferramos la una a la otra como si el mundo pudiera desmoronarse en cualquier momento. Podía sentir el latido acelerado de su corazón, igual que el mío, desbocado por los años perdidos y el miedo acumulado.
Me separé apenas unos centímetros para mirarla a los ojos. Quería grabar cada detalle, cada arruga, cada sombra de tristeza y cada destello de esperanza.
–¿Cómo supiste dónde encontrarme? –pregunté con la voz ahogada.
Ella me acarició el rostro, limpiando con el pulgar las lágrimas que no dejaban de brotar.
–Nunca dejé de buscarte. Nunca dejé de hacerlo, ni un solo día –confesó.
Y en ese momento, el peso de todos los años, de todo el dolor, se convirtió en algo más liviano. No desapareció, pero ya no estaba sola para cargarlo.
–¿Tú sola…? –balbuceé, mirando a todos lados, con el corazón latiéndome con fuerza, aferrándome a una esperanza que se sentía cada vez más frágil–. ¿Dónde está Rin? ¿Dónde está Inuy…?
Mi voz se quebró antes de terminar su nombre. Lo busqué con la mirada, como si pudiera aparecer de la nada, como si hubiera estado escondido todo este tiempo, esperándome para decirme que al fin estábamos juntos.
Mi madre desvió la mirada, apretando los labios con fuerza. Su silencio fue el primer golpe, uno sordo y doloroso, que se expandió por mi pecho.
–No están aquí… –murmuró finalmente, su voz apenas era un suspiro.
–¿Por qué? ¿Dónde están? –insistí, sintiendo cómo la ansiedad me apretaba el pecho.
Ella tomó aire, como si las palabras le dolieran antes de decirlas.
–Lo hice sola… Ni siquiera Rin lo sabe.
Sus palabras cayeron pesadas, dejándome vacía, como si me arrancaran algo que ni siquiera sabía que estaba perdiendo.
–¿…Inuyasha? –susurré, con mi voz quebrada por el miedo a la respuesta.
Su mirada se suavizó, pero eso solo empeoró las cosas. Era una mirada de lástima, de consuelo para un dolor inevitable.
–Mi amor… –susurró–. Inuyasha dejó de buscarte hace mucho tiempo.
Sentí que el mundo se desmoronaba a mi alrededor, que el suelo desaparecía bajo mis pies.
–No… –negué con la cabeza, dando un paso atrás al sentir mis ojos arder–. No, eso no es cierto. Él nunca haría eso. Él nunca…
Mi voz subía, desesperada, como si gritarlo hiciera que la verdad desapareciera.
–¿Desde cuándo? –pregunté con un hilo de voz, aferrándome a la esperanza de que hubiera una explicación, cualquier cosa que no fuera lo que temía.
Mi madre tragó saliva, su mirada estaba empañada por la tristeza.
–Unos meses después de que te fueras… –susurró–. Después de que Kagura llegara a la mansión.
Sentí un dolor punzante en el pecho, como si algo se hubiera roto en mil pedazos dejando solo fragmentos.
–No… –susurré, negando con la cabeza una y otra vez–. No. Estás equivocada. Él me ama. ¡Me amaba!
Me derrumbé, las lágrimas brotaban sin control, desgarrándome desde adentro. No podía ser cierto. No quería que fuera cierto. Mi corazón se aferraba a la idea de que, en algún lugar, él todavía me buscaba.
Pero el silencio de mi madre era la confirmación más cruel de todas.
Inuyasha había creído en todas las mentiras que Kikyo había esparcido sobre mí.
Inuyasha había dejado de confiar en mí, a pesar de lo mucho que demostré cuánto lo amaba.
Inuyasha simplemente… me dejó sola.
El peso de esa conclusión me aplastó. No había conspiraciones que excusar, ni enemigos que culpar. Solo era él y su decisión de ya no ir por mí.
–Así que este apuesto jovencito es mi nieto.
–Me llamo Hoshi –respondió mi hijo, observando con curiosidad a su abuela.
–¿Hoshi? –ella me miró–. Supongo que lo nombraste así por el padre de Toga, Hoshiro Taisho.
Asentí en silencio, dejando que mis ojos se posaran en ambos. En ese momento, Koga apareció y se puso a mi lado.
–¿Podemos hablar? –murmuró.
–Mamá, estaré en mi habitación con Koga.
–Claro, cariño. Yo me quedaré con mi nieto –se ofreció con una sonrisa cálida–. Estoy segura de que tienen mucho de qué hablar.
Asentí de nuevo, dándome la vuelta para marcharme, pero su voz me detuvo.
–Ah, Kagome... –me giré para mirarla–. Solo quiero que sepas que, sea cual sea tu decisión, yo te apoyo, hija.
¿Mi decisión? Hacía mucho que nada era realmente mi decisión. Desde el momento en que Naraku entró en nuestras vidas, cada paso que di estuvo marcado por el miedo, la manipulación y la necesidad de sobrevivir. Mis días se habían convertido en una serie de elecciones forzadas, guiadas por la desesperación más que por mi propia voluntad. ¿Cómo podía llamarlo decisión si nunca tuve la libertad de elegir?
–¿Has pensado en lo que harás?
Era muy pronto para poder responder.
–Kagome, ahora somos libres, sin embargo, tú… parece que te quedaste en esa casa.
Miré a Koga, y no pude evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas. Sentía que el aire me faltaba, como si esas palabras hubieran abierto una herida que no cicatrizaba. Habíamos estado apenas unos días aquí, pero se sentían como años.
–Hubiera preferido eso…
–No digas eso…
–¡Sí! –exclamé, y mi voz se quebró con cada palabra–. Hubiera preferido seguir encerrada, aislada de todo, de esta verdad que duele más que cualquier encierro –confesé entre sollozos, sintiendo cómo el pecho me ardía–. Él se olvidó de mí, Koga… Inuyasha me dejó sola… ¿Cómo pudo hacer eso cuando no hice más que pensar en él todo este tiempo? ¡Por Dios, tenemos un hijo! Y yo, como tonta…
–No, Kagome…
–¡Sí, fui una tonta al aferrarme a él! –grité, sintiendo que el dolor se desbordaba, que ya no podía contenerlo más–. Fui una tonta al esperar cinco años a que él llegara a salvarnos. ¿Pero qué hizo? ¡Se olvidó de nosotros! Se olvidó de mí… de Hoshi. Mientras yo dormía pensando en él, él simplemente… siguió con su vida. ¿Cómo se supone que viva sabiendo eso? Cómo se supone que respire cuando cada latido me recuerda que para él… dejamos de existir.
Koga no dijo nada al principio. Solo me miró con esos ojos llenos de una tristeza que parecía reflejar la mía. Se acercó lentamente, como si temiera que un movimiento brusco pudiera romper lo poco que quedaba de mí.
–Kagome… –susurró.
Me dejé caer de rodillas, incapaz de sostenerme, sintiendo cómo el peso de cada año, cada día, cada noche de espera me aplastaba. Las lágrimas caían sin control, calientes y amargas, arrastrando consigo la esperanza que había guardado como un tesoro inútil.
–¿Sabes qué es lo peor? –mi voz salió apenas como un suspiro, temblorosa y rota–. No fue Kikyo, no fue el encierro… Fue la idea de que él vendría. Eso fue lo que me mantuvo viva. Pensar que, en algún lugar, él seguía buscándome. Pero no. Él se rindió… y yo fui demasiado estúpida por no darme cuenta.
Koga se arrodilló frente a mí, y con sus manos temblorosas sostuvo las mías, sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.
–No fue estúpido amar, Kagome. No fue estúpido tener esperanza. Eso te salvó. Eso nos mantuvo de pie.
Sacudí la cabeza, negándome a aceptar sus palabras.
–¿Salvarme? ¿Para qué? ¿Para enfrentar esta realidad? ¿Para mirar a mi hijo y saber que su padre nunca lo quiso lo suficiente como para luchar por él? –mi voz se quebró en un sollozo ahogado, y me encogí sobre mí misma, deseando desaparecer.
Koga me abrazó, fuerte, como si pudiera sostener mis pedazos rotos con la fuerza de sus brazos.
–Él no merecía tu amor, Kagome, pero eso no significa que no valga la pena amar. No significa que tú no valgas. Mírame –me apartó con suavidad, y con sus manos en mis mejillas me forzó a verlo–. Estás aquí. Estás viva. Y Hoshi te tiene. Yo te tengo. No eres el abandono de nadie. Eres la fuerza que nos mantuvo a flote.
Lloré más fuerte, porque en el fondo sabía que Koga tenía razón. Pero el dolor… el dolor no entendía de razones. Solo sabía doler. Y en ese momento, dolía más que nunca.
Sí, Inuyasha me había abandonado, pero él aún tenía algo que me pertenecía. Algo mucho más fuerte que mi amor por él.
–Iré por mi hija… –susurré después de unos minutos–. Voy a recuperarla…
Koga me miró con una mezcla de sorpresa y preocupación, pero no intentó detenerme. Sabía que nada en el mundo podría hacerlo.
–¿Estás segura? –su voz era suave, pero cargada de un miedo que entendía perfectamente. No era miedo por él. Tenía miedo por mí.
Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, aunque el dolor seguía ahí, latiendo como una herida abierta.
–Nunca he estado tan segura de nada en mi vida –respondí, con mi voz temblorosa pero firme.
Koga asintió lentamente y se puso de pie, tendiéndome la mano. La tomé, sintiendo su calidez, pero no era su fuerza la que me impulsaba a levantarme. Era la mía.
–No vas a hacerlo sola –dijo con una convicción que me hizo apretar su mano con más fuerza.
Salimos de la habitación sin mirar atrás. Mi madre nos esperaba en la sala, con Hoshi dormido en su regazo, ajeno a la tormenta que se desataba en mi interior. Me detuve un segundo, observando su carita tranquila, sus pestañas largas descansando sobre sus mejillas sonrosadas.
Por él… y por Moroha, pensé.
–Voy a buscarla –le dije a mi madre.
Ella asintió con lágrimas en los ojos, pero sin oponerse. Sabía que no había forma de detenerme.
El camino hacia la puerta se sintió como un umbral, un paso de lo que había sido a lo que estaba a punto de ser. No era la mujer rota que había llorado por un amor perdido hace unos minutos. Ahora era una madre. Una madre que haría lo que fuera necesario para recuperar a su hija.
Mientras caminábamos hacia la noche, con Koga a mi lado, sentí que el dolor seguía allí, pero ya no me paralizaba. Era el fuego que alimentaba mi determinación.
–Voy a recuperarla… –repetí en un susurro para mí misma, y esta vez, sonó más a una promesa que a una simple declaración.
Cuando llegamos a la mansión Taisho fui plenamente consciente de lo que estaba a punto de hacer. Volver a verlos sería un golpe duro, pero por mi hija estaba dispuesta a todo. Tal vez él me haya olvidado, tal vez para él yo no era más que una traidora, pero no quería serlo para mi hija, no quería que Moroha creciera odiándome, no cuando yo la amaba más que a mi propia vida.
Cada paso hacia la entrada pesaba como si arrastrara el eco de todo lo que había perdido. Mis manos temblaban, pero no era miedo lo que sentía, era el peso de la incertidumbre. ¿Cómo me miraría? ¿Me reconocería? ¿O su corazón ya habría sido moldeado con mentiras en las que yo era el monstruo de su historia?
El guardia de la entrada nos detuvo, su rostro era una máscara de indiferencia, pero mi voz salió firme, más fuerte de lo que esperaba.
–Soy Kagome Higurashi, y vengo por mi hija.
Koga se mantuvo a mi lado, su presencia silenciosa era un ancla en medio del torbellino que amenazaba con arrastrarme. La puerta se abrió con un chirrido metálico, como si la mansión misma se burlara de mi atrevimiento.
Subí las escaleras con el corazón en la garganta, la respiración entrecortada por la mezcla de temor y esperanza. No sabía si al final de ese pasillo me encontraría con la niña que había soñado durante años o con una desconocida.
La puerta estaba entreabierta. Pude escuchar una risa suave, un sonido que me atravesó como una daga porque la reconocí al instante: era la risa de Rin. Mi hermanita.
Respiré hondo, reuní el poco coraje que me quedaba y empujé la puerta. Ahí estaban, todos juntos como una familia. Rin me miró con los ojos muy abiertos, como si no pudiera creer que realmente estuviera allí. Sesshomaru, de pie a su lado, no dijo nada, se quedó en silencio, como si verme lo hubiera dejado sin palabras. Toga e Izayoi tampoco hablaron; el salón se llenó de un silencio incómodo, atrapados por la sorpresa de verme de nuevo al igual que yo.
–Kag… ¿Kagome…? –Rin susurró, su voz temblaba por la incredulidad.
Cuando dio un paso hacia mí, Sesshomaru la detuvo con un leve movimiento de su brazo, colocándolo frente a ella. Su expresión seguía impasible, pero sus ojos mostraban una tensión contenida, como si luchara entre mantener el control o dejarse llevar por lo que estaba sintiendo.
–¿Qué haces aquí? –preguntó con frialdad, sin apartar su mirada de mí.
Tragué saliva, sintiendo un nudo en la garganta. No sabía si era por el miedo, la rabia o la tristeza acumulada. Quizá por todo a la vez.
–Vine por mi hija –respondí con la voz firme, aunque por dentro me estuviera desmoronando.
El silencio volvió a caer sobre la habitación, pesado e incómodo. Toga e Izayoi intercambiaron una mirada rápida, pero ninguno se atrevió a intervenir. Rin, con los ojos llenos de confusión y dolor, intentó hablar de nuevo, pero Sesshomaru apretó ligeramente su brazo, impidiéndoselo.
–No tienes derecho –espetó él, con una voz más baja pero cargada de veneno–. Tú los abandonaste.
Sus palabras me golpearon más fuerte que cualquier golpe físico. Sentí que me faltaba el aire.
–¿Y ahora vienes con tu amante a querer llevártela?
–¡Yo no los abandoné! –grité, incapaz de contenerme–. ¡Me quitaron todo! ¡No tenía otra opción! ¿Y ahora me miran como si yo fuera la culpable?
Mis gritos resonaron en el salón, rompiendo el frágil silencio. Nadie respondió. Nadie se movió. Solo Rin me miraba, con lágrimas acumulándose en sus ojos, dudando entre la lealtad y el cariño que alguna vez me tuvo.
–Quiero verla… –susurré, tratando de no sonar destruida–. No me iré de aquí sin verla.
El silencio volvió a apoderarse de la habitación, denso y sofocante, hasta que su voz resonó en toda la casa.
–Mamá…
Abrí los ojos de golpe. Un latido doloroso, seco y punzante, golpeó mi pecho con la fuerza de un recuerdo reprimido.
–Tengo grandes noticias –dijo entrando en la sala, su voz cargada de una emoción que contrastaba con el ambiente tenso–. No creerán quiénes acaban de nacer…
No me había visto todavía. Pero yo… yo ya estaba temblando. Temblando con solo escucharlo otra vez, con ese tono tan familiar que me había acompañado en los días felices y atormentado en las noches solitarias. Verlo fue un golpe de realidad que me dejó sin aliento.
Inuyasha aún conservaba los rasgos que recordaba: el cabello desordenado, la postura relajada, ese aire imponente. Solo unas pocas arrugas, casi imperceptibles, se asomaban en su rostro, marcando el paso del tiempo que parecía haber sido más amable con él que conmigo. Sus ojos, esos malditos ojos dorados, seguían siendo los mismos. Brillantes, intensos, capaces de despertar en mí una marea de emociones que había intentado enterrar.
Y entonces lo vi con claridad. Hoshi… Hoshi era su reflejo exacto.
–¿Pero qué les pasa…? Miroku y Sango acaban de convert…
–Hola…
La palabra salió de mi boca antes de poder contenerla. No fue un saludo casual. Fue un grito ahogado de todo lo que había callado durante años. Algo dentro de mí necesitaba que me viera, que me reconociera, que supiera que estaba allí, de pie frente a él. Quería que lo supiera. Que viera a la mujer que había dejado atrás, la que había abandonado sin mirar atrás. Porque eso parecía. Él estaba bien. Estaba entero. Había seguido con su vida mientras yo me desmoronaba.
Inuyasha se detuvo en seco, congelado. Sus ojos se clavaron en los míos, primero confusos, luego incrédulos. Vi cómo su expresión cambiaba lentamente, como si su mente necesitara tiempo para procesar lo que estaba viendo.
–¿Kagome…? –susurró, con su voz ahora baja, cargada de una mezcla de sorpresa y algo más que no supe descifrar.
Mi nombre en su boca me dolió más de lo que esperaba.
Vi cómo sus cejas se fruncían, cómo sus labios se apretaban en una mueca de desconcierto. Dio un paso hacia mí, como si el impulso fuera más fuerte que él, pero se detuvo a mitad de camino. Quizá porque no sabía si acercarse o alejarse.
–¿Qué… qué haces aquí? –preguntó al fin. Sin emoción. Sin rabia. Sin amor. Solo una pregunta vacía que me atravesó como una daga.
Tragué saliva. Sentí el nudo en la garganta arder, pero no iba a derrumbarme. No delante de él.
–Vine por mi hija.
Vi el parpadeo en sus ojos, el temblor sutil en su mandíbula. Rin jadeó en un susurro ahogado detrás de él. Sesshomaru ni se inmutó.
Inuyasha miró a Koga. Luego a mí. Luego de nuevo a Koga.
Y lo entendió.
Lo supe porque vi cómo se rompía algo en su interior. Pero no dijo nada. Solo se quedó ahí, quieto, como si ese silencio bastara para llenar cinco años de abandono.
Pero no lo hacía. Nunca lo haría.
–¡Papito! Mi tía Kagura necesita ayuda con…
Allí estaba ella, tan hermosa y vibrante como la había imaginado en mis noches más solitarias. Su cabello oscuro caía en cascada, sus ojos brillaban con una chispa que reconocí como mía… pero también suyos. Los ojos de Inuyasha. Sus ojos bonitos.
–Moroha… –intenté acercarme a ella, pero Inuyasha se interpuso.
Su figura, aunque no tan imponente como la de Sesshomaru, bastó para detenerme. Su mera presencia fue un muro que no supe cómo atravesar.
Moroha pareció darse cuenta cuando escuchó mi voz. Se detuvo por un instante, dudando. Su mirada se posó en mí, esos ojos que alguna vez me miraron con amor puro, llenos de inocencia, ahora eran un reflejo de algo que no supe descifrar. ¿Confusión? ¿Indiferencia? ¿Dolor?
Por un segundo, creí que correría hacia mí, que vendría a mis brazos como solía hacerlo cuando era una niña, buscando consuelo en el calor de su madre. Quise imaginarla gritando "mami" con esa voz aguda y dulce que guardaba en mi memoria.
Pero no lo hizo.
Simplemente se fue.
Se giró sin decir una palabra, sin un gesto, sin una señal que me confirmara si me recordaba o no. Sus pasos se alejaron de mí, resonando en el pasillo vacío, cada uno un eco doloroso en mi corazón.
Me quedé allí, paralizada. El silencio volvió a caer, esta vez más pesado, más cruel.
Inuyasha no dijo nada. Ni siquiera me miró. Solo se quedó de pie, como una barrera entre mí y la vida que había perdido.
Sentí las lágrimas arder, pero no las dejé caer. No iba a darle ese poder. No iba a quebrarme frente a él.
Continuará...
