FRAGMENTOS

¡Hola! Alerta de actualización.

- Cbt1996: Entiendo perfectamente lo que estás sintiendo, ¡está todo tan cargado de tensión! Inuyasha realmente está atrapado entre muchas cosas difíciles, y la situación es tan complicada que, de verdad, me da hasta pena verlo así. ¡Y Sesshomaru! Ay, entiendo que su perspectiva tiene sentido, pero definitivamente podría ser un poco más cuidadoso en sus palabras, ¿no? Aunque también podemos ver que su lado más humano está surgiendo, y ¡eso es una sorpresa! Es raro ver esa ternura en él, pero a la vez, es bonito porque sabemos que lo está haciendo por su hija. ¡Es como ver a un Sesshomaru más maduro! Y, ¡Kagura! Lo que le está tocando vivir es muy fuerte. Su vulnerabilidad y todo lo que ha tenido que pasar es desgarrador, pero al mismo tiempo entiendo por qué está tomando estas decisiones. También me llena de ternura que poco a poco empiece a confiar, ¡pero sí, a veces quisiera que todo fuera más fácil para ella! Y bueno, Izayoi es un sol, siempre tan cálida y acogedora, ¡y qué bonito que le brinde ese espacio de amor a todos! Lo que estás viviendo con el dolor de Kagome es tan real, ¡me llega mucho tu empatía! :( Los momentos de sufrimiento en la historia se sienten tan intensos, como si los estuviera viviendo uno mismo. Y lo de Kikyo, ¡uff! No hay palabras para lo que esa mujer ha causado. Estoy tan feliz de que te haya gustado el capítulo a pesar de todo lo emocional que fue, ¡me hace muy feliz que lo estés disfrutando tanto! Y no te preocupes, el siguiente capítulo promete, ¡seguimos juntos en esta montaña rusa de emociones!

- Kayla Lynnet: Me encanta ver cómo te conectas tanto con cada parte de la historia, porque realmente es un capítulo lleno de giros inesperados. Entiendo perfectamente todo lo que sientes, las tensiones entre los personajes y el sufrimiento que, aunque doloroso, le da mucha fuerza a la trama. ¡Es increíble cómo logras ver tantos matices! Lo de Kagura, Sesshomaru, Inuyasha… todo está muy bien planteado, y es normal sentir que el corazón se te acelera con tantos altibajos. Lo que le está pasando a Inuyasha es realmente complicado, y lo que ocurre con Kikyo… ¡uff! Las emociones están al límite. Entiendo tu frustración y esa ansiedad por lo que se viene. Todo está tan entrelazado que uno no sabe qué esperar, pero eso es lo que hace que la historia sea tan atrapante. Gracias por seguir tan de cerca cada capítulo y compartir todo lo que piensas. Es un placer ver que te emocionas tanto, y también me encanta saber que, a pesar de todo el drama, sigues con ansias por el siguiente capítulo. ¡Estamos muy cerca de ver cómo todo evoluciona!

- Rosa. Taisho: ¡Hola, preciosa! ¡Ay, entiendo todo el dolor que estás sintiendo! La situación de Kagura, Sesshomaru y Rin está siendo un drama tan intenso y desgarrador que te hace desear que todo se solucione, pero en serio, ¡lo estás llevando muy bien! Todo ese lío entre Inuyasha, Kikyo y Kagome está tan tenso que nos deja con el corazón en pedacitos. Y lo de Inuyasha... ¡jajaja! Te juro que también lo quiero sacudir para que reaccione, porque está completamente cegado. ¡Es tan frustrante! Pero es lo que hace que la historia sea tan impactante, porque todos los personajes están pasando por tantos conflictos internos. ¡Pero sí, por favor, Inuyasha, despierta y corre hacia Kagome! Me encanta que puedas desahogarte, y lamento tanto que este capítulo te haya dolido tanto. ¡El drama se siente tan real y nos hace sufrir junto a ellos! Pero, como siempre, el capítulo fue espectacular, y lo mejor es que ya está en camino más contenido. Te mando un montón de besos y gracias por compartir tu emoción y dolor conmigo. ¡Nos vemos pronto!

- Annie Perez: ¡Sí, lo sé! Es devastador ver cómo justo cuando Inuyasha parece estar tomando la decisión correcta de ir a buscar a Kagome, todo da un giro inesperado. Esa incertidumbre de no saber si podrá conocer a su hijo es simplemente desgarradora. Todos queremos que Inuyasha logre superar todo y pueda reunirse con su familia, pero las circunstancias no parecen estar de su lado. ¡Es una montaña rusa de emociones! Pero aún hay esperanza, y confío en que las cosas cambiarán para bien. ¡Ojalá pronto podamos ver un giro que nos dé esa ansiada reconciliación!

- Karii Taisho: ¡Hola, hola! Vaya, qué giro de emociones. Todo está muy tenso, pero me encanta ver cómo los personajes van manejando sus propios desafíos, aunque no todo sea fácil. Las decisiones difíciles están sobre la mesa, y se siente esa lucha interna entre lo que se debe hacer y lo que se quiere hacer. Sin duda, las cosas no se van a resolver de un momento a otro, pero es impresionante cómo todos los involucrados intentan hacer lo mejor por los demás, incluso cuando parece que todo está en su contra. El peso de las responsabilidades es grande, y más cuando se tienen tantas emociones a flor de piel. Lo que más me sorprende es la capacidad que tienen de seguir adelante a pesar de todo lo que les rodea, buscando la manera de sanar, aunque el camino sea difícil. Espero que todo tome un giro positivo al final, ¡y que las situaciones difíciles puedan resolverse! Aquí estaremos para ver cómo todo se desenlaza, siempre con la esperanza de que, al final, lo que se necesita es ser fuerte. Veremos qué pasa. Gracias por tu comentario, ¡nos vemos en el próximo capítulo! ¡Un abrazo!

- Lin Lu Lo Li: Entiendo completamente el dolor que sientes por Kagome y Koga. La situación es tan compleja y desgarradora. Es una lástima que, en medio de todo el sufrimiento, Kikyo haya decidido negarles lo más básico, cuando ya estaban en una situación tan vulnerable. Esa decisión no solo les causa un sufrimiento físico, sino también emocional. En cuanto a Inuyasha, su dolor es tan palpable, y también me duele pensar en cómo manejará todo esto. Tener que mentirle a Moroha, a su hija, será un peso muy grande. No solo está enfrentando el hecho de que ha sido engañado, sino que ahora tiene que encontrar la manera de proteger a su hija de una verdad que es demasiado dolorosa. ¡Qué situación tan difícil! Sobre Kagura y Sesshomaru, es muy comprensible que Kagura quiera alejarse, especialmente después de todo lo que ha pasado. Nadie quiere estar cerca de alguien que les ha hecho daño, pero a la vez, la situación de su bebé y su propio bienestar hacen que tenga que tomar decisiones difíciles. Como madre, es una gran carga. Y me parece que lo que está pasando con Sesshomaru muestra una gran evolución en su personaje. Está mostrando un lado más vulnerable y humano, algo que pocos habrían esperado. :) La idea de que Naomi pueda ser clave para traer de vuelta a Kagome da algo de esperanza, pero también entiendo que todo está muy complicado y que cada paso que dan parece tener consecuencias inesperadas. Gracias a ti por tus comentarios tan bonitos. Entiendo por completo cómo te sientes, y espero que la historia siga sorprendiéndote. ¡Un abrazo y gracias por estar aquí!

Si la historia terminara justo aquí, plasmaría por completo el porqué de su nombre.

Sin embargo...

¡Vamos a sufrir un poquito más, pero con la esperanza de que algo bueno venga pronto!

¿Están listos?

Atte. XideVill


Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.


CAPÍTULO 34.

INUYASHA

Me dejé morir.

Creo que cada día tras su ausencia me dejaba morir un poco más.

No era el hecho del dolor que consumía, sino el vacío que dejaba en su lugar. Un agujero frío, insaciable, que carcomía todo lo que fui. No era solo el abandono, ni siquiera la traición... era la certeza de que nunca fui suficiente. Que ella se fue porque no me quiso lo suficiente, porque no encontró en mí nada que la atara, porque su amor no fue más fuerte que su deseo de escapar.

Me quedé con la sombra de lo que fuimos, con los restos de promesas que nunca se cumplirían. Cada rincón de esta casa la recuerda, cada respiro es una súplica muda que grita su nombre, pero ella no escucha. No hay eco, no hay respuesta. Solo este silencio denso y cruel que me asfixia, que me arrastra cada noche cuando cierro los ojos y la veo en los brazos de otro.

Pero no tengo el derecho de rendirme. Porque ella se llevó su amor, su presencia, sus promesas... pero no se llevó a nuestra hija.

Moroha es lo único que me mantiene en pie. La miro y la veo a ella, veo su rastro en cada gesto, en cada sonrisa que aún no entiende el peso de la ausencia. Y eso es lo que más me destroza. Porque algún día me preguntará por qué su madre no está aquí. Algún día me mirará con esos mismos ojos llenos de esperanza y querrá saber la verdad.

Y yo… yo no sé si tendré el valor de decírselo.

–¿Puedo pasar?

Miré hacia la puerta con casi nada de ánimos para hablar con alguien. ¿Para qué? ¿Qué importaba ya? Nada de lo que dijeran podía cambiar el vacío que sentía, el cansancio que pesaba sobre mis hombros como una losa imposible de levantar.

Aun así, el sonido de los nudillos contra la madera insistió, un recordatorio de que el mundo seguía girando, ajeno a mi miseria. Respiré hondo, forzándome a levantar la vista, pero mi cuerpo se sentía tan pesado como mi alma.

No quería abrir. No quería enfrentar nada ni a nadie. Pero ahí estaba, ese golpe insistente, reclamando mi atención como si aún hubiera algo de mí que valiera la pena. Como si aún hubiera algo de mí que pudiera responder.

–Pasaré de todas formas –fue lo dijo al entrar.

Me quedé mirando a Kagura sin decir ni una sola palabra.

–Desde que llegaste no has venido a visitarme. Ni a mí, ni a tu sobrina.

–Llegué cansado del viaje –respondí.

Ella se sentó a mi lado en la cama y tomó aire antes de responder, como si las palabras que estuviera por decir pesaran tanto como el silencio que nos envolvía. Yo no la miré. No podía. No quería ver en su rostro lo que ya sospechaba: lástima, compasión o, peor aún, resignación.

Sentí su mano temblar levemente cuando se posó sobre la mía. Un contacto cálido, humano, casi desesperado. Pero yo estaba frío, distante, como si todo dentro de mí se hubiera apagado.

–Inuyasha… –susurró, y su voz tenía ese tono de quien teme romper algo frágil, algo que ya está al borde del colapso–. Han pasado días desde que llegaste.

–Solo fueron un par de días…

–Kanna está por cumplir su primer mes.

Cerré los ojos. No quería escuchar lo que venía. No quería escuchar la realidad.

–¿Qué pasó en ese viaje?

Mis manos temblaron bajo su tacto. Ella apretó con más fuerza, como si intentara sostenerme, como si creyera que aún podía salvar lo que quedaba de mí. Pero yo ya no estaba ahí. O al menos, no del todo.

–Inuyasha… –su voz volvió a llamarme, suave, temblorosa, llena de algo que no quise identificar.

No la miré. No podía. Mi mirada se quedó fija en el suelo, en la nada, en ese vacío que su ausencia había dejado dentro de mí.

Porque el dolor no venía solo de la pérdida, sino de la forma en que se había ido.

De la certeza de que no había sido arrebatada.

De la insoportable verdad de que ella había elegido marcharse.

Y yo… yo me había quedado con las manos vacías.

–No he hablado de esto con nadie… –murmuré cansado–. Ni siquiera con mi propio hermano.

–Sabes que puedes confiar en mí.

Sonreí con ironía, una torpe y casi desesperada ironía que intentaba disfrazar lo roto que estaba por dentro.

Si tan solo no hubiera confiado en ella.

Si tan solo no hubiera confiado en Kagura y en sus palabras esperanzadoras.

Si tan solo no hubiera vuelto a buscar a Kagome.

Porque al final, lo único que conseguí fue arrancarme a mí mismo las pocas esperanzas que me quedaban. ¿Para qué? Para enfrentarme a la verdad que siempre estuvo allí, esperándome con paciencia, dispuesta a destrozarme en el momento justo.

Qué ironía.

Había creído que aún había algo por lo que luchar. Que el amor que tuvimos alguna vez seguía existiendo en algún rincón, que todo había sido un malentendido, que las piezas de este rompecabezas aún podían encajar.

Pero no.

Ella ya no estaba. No porque no pudiera, sino porque no quería. Porque había elegido irse. Porque, entre todas las posibilidades, la única que no había querido considerar era la verdadera: que yo no fui suficiente para que se quedara.

–Ella no volverá, Kagura. Ella decidió irse con él.

–¿Pudiste hablar con ella…? –preguntó en un hilo de voz, casi con miedo.

–No me estás entendiendo. Te digo que ella lo eligió a él. No voy a luchar contra eso.

No iba a aferrarme a algo que nunca fue mío. No iba a rogarle a alguien que no quería quedarse. No iba a permitir que mi hija viera a su padre hecho pedazos por alguien que nos había dejado sin mirar atrás.

Kagura desvió la mirada, como si el peso de mis palabras la golpeara más fuerte de lo que esperaba. Su expresión endurecida, siempre tan segura y desafiante, ahora lucía quebradiza.

–Lo siento… Inuyasha. Creí que los estaba ayudando.

–Y lo hiciste –confesé mirándola de frente, con una extraña calma que solo nacía del cansancio absoluto–. Me abriste los ojos. Este último esfuerzo era todo lo que necesitaba para seguir con… mi vida. No por mí, sino por mi hija.

Porque si no lo hacía, ¿quién lo haría por ella?

Kagura respiró hondo y se pasó una mano por el rostro, como si intentara encontrar las palabras correctas para consolarme. Pero ¿qué podía decirme? Nada iba a cambiar lo que ya era un hecho.

–¿Qué vas a hacer ahora…? –preguntó con cautela, como si temiera la respuesta.

Bajé la mirada a mis manos, aún tensas, aún con los rastros de la desesperación con la que había tratado de aferrarme a una mentira.

–Voy a recoger los fragmentos –susurré con una determinación apagada–. Voy a cuidar de mi hija. Y voy a hacer todo lo posible para que nunca, nunca sienta que fue abandonada.

Porque ella no tenía la culpa. Porque ella no merecía cargar con las decisiones de su madre.

Porque, aunque mi mundo se hubiera venido abajo, Moroha seguiría siendo lo más importante.


Creo que uno no llega a ser completamente consciente de lo rápido que crecen los niños. Un día los tienes en brazos, pequeños y frágiles, y al siguiente, sin previo aviso, los ves tambaleándose hacia ti, dando sus primeros pasos con torpeza, pero con una determinación que desarma.

–Eso, Kanna. Vas muy bien –animaba Kagura de fondo–. Demuéstrale a tu tío lo que acabas de aprender.

Sonreí. Me era inevitable no hacerlo. Su risa llenaba cada rincón de la habitación. Cuando llegó hasta mí, la tomé en brazos, sintiendo su pequeño cuerpo temblar de emoción. Sus manitas se aferraron a mi camisa, y en ese momento, supe que el tiempo no se detenía.

–¿Cuándo aprendió a hacerlo? –pregunté dando vueltas con ella.

–No es nada nuevo. De hecho, estuvimos practicando mucho hasta que logró hacerlo por sí misma –comentó Kagura, orgullosa de su hija–. Fuiste el primero al que se lo enseñamos.

La miré de inmediato.

–¿Nadie más lo sabe?

Ella negó.

–No, ni siquiera tu madre. Estoy segura de que cuando vea a Kanna dando sus primeros pasos, nada la detendrá

–Eso sin duda –aseguré–. ¿Se lo enseñarás a Sesshomaru?

Kagura soltó un largo suspiro antes de girarse, fingiendo ordenar las cosas de la bebé. Un intento torpe por darle sentido a la conversación, por no dejar que el peso del silencio nos aplastara.

–Si no lo hago, de todas formas, igual lo descubrirá. Siempre lo hace –insistió con seguridad–. Él cree que no me doy cuenta, pero lo hago… sé que viene casi todas las noches a ver a Kanna. Se queda mirando su cuna como si fuera un tesoro. Yo finjo dormir –admitió con franqueza–. Es tarde y sé que está cansado, pero aun así viene. Y eso… de alguna forma me hace sentir bien, supongo. Por Kanna.

–Por Kanna… —repetí en un murmullo, más para mí que para ella.

–¿Crees que hago bien al permitirlo?

Sus manos dejaron de moverse y se concentró en un punto fijo en la pared, como si en ese instante el peso de sus pensamientos la aplastara.

–Él es su padre…

–No me refiero a eso –dijo firme–, sino al hecho de que venga de noche. Lo que menos quiero es tener problemas con ella.

–¿Con Rin?

–Sí –respondió volteando a verme–. A veces me pregunto… –su voz sonó distante, casi un susurro– si algún día dejará de hacerlo. Si algún día él dejará de venir solo porque ella se lo pidió.

–Rin no es así. Ella entiende el vínculo de Kanna con Sesshomaru.

–Sí, pero yo no soy parte de ese vínculo.

–Eres la madre de su hija.

–Ya. Pero en la mente de una mujer no soy más que una rival, y mi hija, por más que duela, es un estorbo.

–Te repito que Rin no es así.

Kagura cerró los ojos por un momento, como si sus propias palabras la lastimaran más de lo que quería admitir.

–Quiero creer en tus palabras.

–Hazlo. Ten la certeza de que ella entiende tu situación y la de Sesshomaru.

Kagura me miró, pero no dijo nada. No porque no tuviera qué decir, sino porque sabía que, en el fondo, tenía razón.


–¡Miren hacia la cámara! En uno, dos y tres…

Una sonrisa se dibujó en mi rostro cuando el destello de la cámara iluminó el momento perfecto: Moroha sonriendo junto a Kanna, ambas maravilladas ante el pastel de cumpleaños.

–Mis dos princesas, cada vez están más grandes –comentó mi madre con emoción.

Miré a mi hija. Ella sonreía y, mientras lo hacía, sus ojos brillaban con una alegría pura e inocente. Era un reflejo de felicidad simple, pero para mí, en ese instante, se sentía como un faro en medio de la oscuridad.

–¡Papi! –dijo corriendo hacia mí.

–Feliz cumpleaños, mi amor.

Ella me abrazó cuando la levanté.

–Creí que no ibas a venir. El tío Sesshi dijo que tenía mucho trabajo.

Hice que me mirara.

–Siempre, princesa –resalté–. Siempre voy a tener tiempo para ti.

–¿Así estés ocupado?

–Así esté al borde del colapso. Yo siempre estaré para ti.

Ella volvió a abrazarme.

Moroha era mi debilidad y mi fuerza, el motor que me mantenía en pie. Su pequeño cuerpo encajaba perfectamente en mis brazos, y cada vez que me rodeaba con sus manos, sentía que el peso de la desesperación se aligeraba, aunque fuera por un momento.

Miré su cara, sus ojos llenos de confianza, tan hermosa, y me di cuenta de que mi amor por ella no tenía límites. No había palabras suficientes para describir lo que sentía, porque no solo era un amor incondicional, era la promesa silenciosa de que nunca la dejaría.

Mi hija era lo único que me mantenía vivo, lo único que me hacía querer seguir adelante.


Waiting here for someone

Only yesterday we were on the run

You smile back at me and your face lit up the sun

Now I'm waiting here for someone


–¿Estás seguro…?

–Me sorprende que lo hayan hecho aún –solté viendo a mi amigo–. Creí que se casarían en cuanto tuvieran la oportunidad.

Él sonrió y, sin decir palabra, dejó una lata de cerveza sobre la mesa frente a mí antes de acomodarse a mi lado en el sofá.

–Lo sé, y no negaré que sentí el impulso de arrastrar a Sango a una iglesia en cuanto su padre dio el visto bueno. Pero… también estaba lo tuyo con Kagome y…

–No se preocupen por mí. Ya ha pasado mucho tiempo desde entonces –dije dolido, sintiendo la punzada de las viejas heridas–. Y no quiero ser yo el responsable del por qué no se han casado aún.

Miroku soltó una risita, cruzando las piernas de manera relajada mientras tomaba un trago largo y luego me miró con una sonrisa pícara.

–Vamos, no te hagas el santo, Inuyasha. Sabes tan bien como yo que el verdadero culpable aquí es el miedo al compromiso –hizo una pausa dramática– Es como un dragón que te persigue, ¿sabes? Tienes que atraparlo, pero sigues corriendo. Y cuando finalmente te detienes, el dragón ya está cansado y se duerme.

Le lancé una mirada entre sorprendida y divertida. Estaba cambiando de tema, y lo agradecí infinitamente.

–¿Domar el dragón? –me reí, levantando una ceja– Yo me estoy preguntando si alguna vez le dijiste a Sango que el dragón se ha estado echando una siesta por todos estos años.

Miroku sonrió más ampliamente, mientras tomaba otro trago de su cerveza antes de responder.

–Ah, pero es que, mi amigo, la clave está en el arte de la paciencia. ¡Y en el florecer de un buen... entrenamiento! –dijo guiñándome un ojo– La verdad es que Sango no sabe lo que está perdiendo al no estar ya en el altar, conmigo a su lado.

Solté una carcajada, levantando la cerveza hacia él como si fuera a brindar.

–¿El arte de la paciencia? –dije entre risas– ¿Tú crees que Sango se va a dejar convencer por tus bromas? Si eso funcionara, ya estaríamos en tu boda, Miroku.

Miroku alzó la lata, como si estuviera brindando a la propia idea.

–No subestimes el poder de un buen discurso de amor, amigo. Recuerda, el matrimonio no es solo un contrato, es... –hizo una pausa, mirándome como si me estuviera revelando un gran secreto– una gran aventura. Y tú, Inuyasha, lo sabes.

Me quedé en silencio, sacudiendo la cabeza.

–¿Aventura? –dije, tomándome un segundo para recuperar el aliento– Si aventuras como esta están a la vuelta de la esquina, no sé si quiera acercarme a una iglesia.

–Ah, Inuyasha, la vida misma es una aventura. Algunas personas no lo entienden hasta que es demasiado tarde.


Las campanas resonaron en el aire, su sonido envolvió todo, y en medio del bullicio y la alegría, la frase tan esperada al fin se oyó clara y fuerte, retumbando en cada rincón de la iglesia.

–¡Que vivan los novios!

–¡Que vivan los recién casados!

Un torrente de aplausos siguió, y las sonrisas iluminaban cada rostro. Allí, en esa pequeña iglesia adornada con flores blancas, Miroku y Sango se dieron la mano frente a todos, finalmente sellando su destino juntos. No había necesidad de palabras; sus miradas se decían todo, y su amor se reflejaba en cada gesto, en cada abrazo que se intercambiaban, como si el mundo entero fuera solo el escenario de su historia.

Todo era perfecto, como un cuento de hadas, un cuento donde no había un villano acechando, donde no existían sombras que empañaran la luz de su felicidad. Y ahora estaban allí, ante todos, como una prueba viva de que el amor verdadero puede sobrevivir, persistir y, al final, triunfar.

Y yo, desde mi lugar en el banco, los observaba. Sonreía, claro. Pero, en el fondo, había algo dentro de mí que sentía una pequeña punzada de tristeza. Porque, al igual que ellos, yo también había sido parte de esa historia de amor. Pero el mío, el mío no había tenido el mismo final. El mío se había quedado en las sombras, perdido.

Pero hoy no era día para pensar en eso. Hoy era día para celebrarlos a ellos, para aplaudirlos, para darles mi apoyo. Porque su amor, aunque complicado y lleno de pruebas, había superado todo. Y eso merecía ser celebrado.

Y, a pesar de mi propio dolor, no podía evitar sentir que, en cierto modo, algo dentro de mí también había sanado, al ver que el amor, aunque a veces difícil de alcanzar, siempre tiene un final feliz para aquellos que nunca dejan de luchar por él.


–¿Entonces qué tenemos aquí?

–Una fracción –respondió Moroha con certeza.

Me quedé observando su clase sin distraerla. Ella estaba concentrada, escribiendo con rapidez y precisión, como si fuera natural para ella. Y lo era, claro. Siempre había sido más inteligente de lo que cualquier padre podría esperar. Demasiado como para querer admitirlo, a veces me asustaba el ritmo con el que crecía, cómo las etapas que antes parecían tan lejanas ya se estaban desvaneciendo tan rápido frente a mí.

A sus ya once años, me costaba asimilar que mi bebé ya no era más una bebé. Ya no la veía correr hacia mí con los brazos abiertos por la tarde, ni escuchar su risa llena de inocencia cuando jugaba en el jardín con Kuma. Ya no necesitaba que le atara los zapatos ni que le leyera cuentos antes de dormir. Ahora, ella tenía su propio mundo, su propio espacio, y aunque me alegraba por ella, algo en mí no dejaba de sentirse distante, como si me estuviera quedando atrás.

De alguna manera, el tiempo siempre es una flecha que dispara sin que podamos detenerla. La vi levantar la cabeza por un momento, sus ojos se encontraron con los míos, y por un breve instante, su expresión cambió de concentración a algo más tierno. Un pequeño gesto, una sonrisa fugaz que me recordó que, aunque ya no era mi bebé en el sentido tradicional, seguía siendo mi hija, y eso nunca cambiaría.

–Profesora, puedo tomar un descanso –dijo sacándome de mis pensamientos–. Es que tengo un par de ojos bonitos que no dejan de mirarme.

Sonreí cuando la vi levantarse sin siquiera esperar el permiso de la profesora para venir hacia mí.

–Papito, gracias por venir a mi rescate… –murmuró al abrazarme.

Sonreí al besar su cabeza, amaba cada una de sus ocurrencias.

–Bueno, creo que será todo por hoy –dijo la mujer que hasta hace unos momentos dictaba la clase–. Moroha, cariño. Recuerda que los exámenes se acercan.

La escuché gruñir por lo bajo. Sabía lo mucho que odiaba los exámenes.

–Sí, profesora. Estudiaré, después de todo no tengo otros planes más que ir al parque con Kanna y mi tía Kagura. Que por cierto ya se me está haciendo tarde.

–Espera, no olvides mi beso –exigí deteniéndola.

Ella me dejó un beso sobre mi mejilla antes de correr a las escaleras. Yo me quedé como un bobo viendo cómo se alejaba.

–No sé en qué momento creció tan rápido –solté mirando a Yura.

Ella me sonrió mientras guardaba sus cosas.

–¿Aún no lo asimilas?

–Creo que nunca lo haré –fui honesto–. Tal fue cuando cambió la palabra "papi" por "papito", o dejó de llamar "tío Sesshi" a mi hermano. Ahora solo es, tío Sesshomaru para ella.

Yura soltó una pequeña risita mientras se acercaba.

–O cuando pidió un celular para su cumpleaños en vez de juguetes. Ese día, en lugar de ver su rostro iluminado por la emoción de recibir un nuevo muñeco o una bicicleta, vi la seriedad en sus ojos mientras me mostraba el modelo que quería –solté recordándolo–. "Papito, todos tienen uno", me dijo, casi como si fuera la cosa más normal del mundo ¡Fue un golpe de realidad! No pude evitar sentir un nudo en el estómago al darme cuenta de que había dejado atrás los días en que su mayor preocupación era si su osito de peluche estaba en su cama o si podía comer más moras.

–Tranquilo, papá. Ella solo está creciendo. Es normal –me recordó–. No es como si te hubiera presentado un novio o algo así.

Me quedé de piedra. ¡Eso jamás!

–Por algo quise que sus clases fueran particulares –aclaré–. No hay nada como la seguridad de su propia casa.

–La sobreproteges.

–Y no pienso negarlo –respondí–. Mi hija es mi mundo.

Yura me miró antes de estirarse para dejar un beso sobre mis labios.

–¿Y cuándo será el día en que tu mundo sepa de lo nuestro?

–Aún no es el momento…

–Claro, para cuando sea el momento tú y yo estaremos en un asilo de ancianos.

–Oye, esa idea no suena nada mal.

Yura golpeó mi brazo con fingido enojo.

–Muy gracioso. Pero ya enserio…

–Creo que sigue siendo muy pronto –dije retrocediendo–. Primero esperemos que pasen sus exámenes y luego podríamos considerar la idea de hablar con ella ¿de acuerdo?

–Bien… sin presiones.

–Sin presiones –repetí al verla mirarme.

.

–Hablé con tu hermano esta mañana –dijo Kagura sentada a mi lado.

Ambos mirábamos cómo Moroha hacía jugar a Kanna en el parque para niños.

–¿Y de qué hablaron?

–Más bien fue una discusión –soltó– El asunto es que estoy pensando en irme con Kanna.

No dije nada. De alguna forma, sabía que este día llegaría.

–Ella ya tiene cinco años. Sabes lo que significa ¿Cierto? –soltó con un suspiro, y yo asentí.

–Han pasado cinco años desde que llegaste a la mansión.

–Han pasado cinco años desde que el supuesto peligro por el cual accedí a irme a vivir con ustedes nunca apareció. Y así como tú aceptaste que ella se fue con otro, yo también acepté que ese peligro nunca existió.

–¿Qué dijo Sesshomaru?

–Está en desacuerdo, claro. No quiere que me vaya, más bien no quiere que lo aleje de Kanna. Pero esa siempre ha sido mi condición desde un principio –aclaró–. Se lo dije. Y tú eres testigo. Le dije que me quedaría solo hasta que el peligro terminara y como nunca existió, yo…

–Moroha se pondrá muy triste.

–Ya lo sé, sé lo mucho que la quiere…

–No –corregí con firmeza–. Moroha la ama, ama a tu hija, así como mi hermano, mi mamá. Todos la amamos. Kanna es una Taisho aunque te negaste a que recibiera el apellido.

Kagura se quedó en silencio, mirando fijamente a su hija. En su mente pasaban muchas cosas, y aunque intentaba no dejar que sus emociones la dominaran, era inevitable.

–Solo quiero ser libre... –murmuró con una tristeza profunda–. Y desde que tengo memoria, nunca lo fui. Cuando mis padres murieron, mi tío Naraku me tomó a su cargo. ¿Crees que eso fue libertad? No... –respondió con amargura–. Cuando me enamoré de tu hermano, pensé que al fin lo había encontrado, creí que el amor me haría libre, al menos lo creí por un tiempo. Pero ya sabes cómo terminó todo. Después hui, fingí mi muerte, me escondí de Naraku, me oculté durante casi todo mi embarazo. Y, de nuevo, perdí mi libertad. Llegué con ustedes, tuve a Kanna, viví en esa mansión durante cinco años. Inuyasha, ¿eso es libertad? Toda mi vida he vivido atrapada en una jaula invisible –dijo con una tristeza que se notaba en su voz–. No me juzgues por querer salir de ella. También quiero amar, quiero sentir otra vez... ¿No tengo derecho a eso? ¿Será que es solo para todos menos para mí? Hasta tú... hasta tú volviste a amar…

Reflexioné, pensé mucho en sus palabras.

–Si alguien tiene derecho a ser libre, esa eres tú, Kagura –aseguré–. No puedo decir que sé lo que has vivido, ni lo que has sentido. Pero, si de algo sirve, tienes mi apoyo, aunque eso signifique perder a mi sobrina, ahora ahijada.

Ella me sonrió con tristeza.

–Te enviaré fotos de ella todos los días.

–Espero que cumplas esa promesa.

–Claro que sí –dijo con una sonrisa y soltó un suspiro, como si se hubiera quitado una pesada carga–. Y sobre Margaret…

–¿Enserio quieres hablar de eso ahora?

Kagura asintió lentamente.

–Soy la única que sabe que estás con ella por presión. Por si no te has dado cuenta, tú también has perdido tu libertad desde hace mucho. Dejaste que la presión de tu familia influyera en tus decisiones.

–Es que, en cierto modo, ellos tienen razón. Necesito darme una oportunidad con alguien nuevo.

–Sí, pero tú y yo sabemos que ella no es ese "alguien nuevo" –dijo segura.

Sonreí mirándola.

–Es mi culpa por dejar que me conozcas a la perfección.

–Solo digamos ambos somos patéticos.

–¿Compañeros de infelicidad? –cuestioné chocando nuestros hombros.

Kagura sonrió riendo cálidamente.

–Señor infeliz, será mejor que nos vayamos de aquí antes de que comience a oscurecer.

–Como digas, señora patética.

Pero justo cuando iba a llamar a Moroha mi celular sonó.

–Un momento –pedí, al ver que se trataba de Miroku–. Hola ¿qué pas…? ¡¿Qué?! –solté incorporándome de inmediato.

–¿Qué ocurre? –dijo Kagura alarmada.

Corté la llamada y la miré con una sonrisa imposible de esconder.

–Ya van a nacer las gemelas –comuniqué.

.

Corrimos por los pasillos, aunque claramente en las normas de la clínica estipula que estaba prohibido correr. Pero en ese momento, todo lo que podía pensar era en ver a las niñas, en conocerlas. La ansiedad me recorría y mis pies apenas tocaban el suelo mientras aceleraba el paso.

Finalmente llegamos a la puerta de la habitación y me detuve por un momento, tomando aire. Estaba a punto de conocer a las hijas de mi mejor amigo.

–Inuyasha, cálmate. Ellas no se irán a ningún lado.

Miré a Kagura, quien tenía a Kanna en brazos, con una expresión de calma en su rostro que contrastaba con la tormenta de nervios que sentía. Pero mi atención se desvió rápidamente hacia Moroha, que estaba aún más ansiosa que yo por conocer a las pequeñas.

Moroha, con su curiosidad innata y su fascinación por los bebés, estaba a punto de explotar de emoción. Podía verla, sus ojos brillaban con la anticipación de lo que estaba a punto de descubrir. Desde que conoció a Kanna, esa chispa había quedado en ella, un cariño especial por los más pequeños, como si su corazón se llenara de algo puro y sencillo cada vez que interactuaba con ellos.

–¿Estás lista? –le pregunté antes de entrar.

–Sí –respondió con firmeza.

Conocer a Kin'u y Gyokuto fue una experiencia excepcional. De algún modo, sentí que todo empezaba a encajar, como si cada pieza finalmente encontrara su lugar. Fue un recordatorio de que la vida siempre sigue adelante, sí, siempre continúa.

Sango y Miroku por fin tenían su propia familia. Sango había aceptado el apellido Okami, a pesar de todo lo que eso significaba. Raigo, aunque apenas hablaba desde que su hijo se fue, le agradecía a Miroku cada vez que tenía la oportunidad por haberlo acogido el día en que lo perdió todo, incluso sus empresas. No era de extrañar que aceptara su matrimonio; después de todo, Miroku le ofreció un techo, comodidades y, sobre todo, lo trató con una amabilidad que Raigo creía haber olvidado. En pocas palabras, lo trato como un padre. Y Raigo siempre se lo agradecía. Aunque nunca supimos con certeza cómo lo perdió todo, lo atribuimos a sus malas inversiones al asociarse con Naraku. Era una pena, sí, pero era de esperarse.

Sesshomaru y Rin eran un caso aparte. Su amor seguía intacto a pesar de los años, aunque nunca llegó a algo más. No sé si fue culpa de mi hermano o no, pero solía esperar que algún día se casaran y tuvieran hijos. Sin embargo, eso nunca pasó. De alguna manera, Rin comprendía que nada ni nadie podría ocupar el lugar de Kanna en el corazón de Sesshomaru. Ella se convirtió en su mayor apoyo, especialmente cuando perdía el control en sus discusiones con Kagura.

Mis padres también crecieron con nosotros. Al convertirse en abuelos por segunda vez con la llegada de Kanna, se desbordaron de cariño, sin poner límites. Eran los más consentidores del mundo, casi al punto de llegar a la locura por sus nietas.

Y ahora Kagura, con su decisión de irse, Kagura no solo rompía las cadenas de su prisión invisible, sino que también se daba la oportunidad de explorar nuevas cosas, vivir nuevas experiencias junto a Kanna. Y, por supuesto, merecía ser amada; más que nadie, merecía todo el amor del mundo. Sin embargo, sabía que Sesshomaru no estaría de acuerdo en absoluto.

Y por último, estábamos nosotros. Moroha y yo. Mi pequeña ya no era tan pequeña; había crecido demasiado rápido, y eso… me aterraba. Pero seguíamos siendo una familia, después de todo. Ella siempre estaba conmigo, y yo siempre estaré para ella. Y ella lo sabía.

Ahora solo quedaba hablarle sobre Yura. Había estado evitando esa conversación durante mucho tiempo, temiendo que lo tomara a mal o que eso marcara el fin de nuestra relación de padre e hija. No quería que se sintiera… desplazada. Solo quería lo mejor para ella, como siempre. Y, en el fondo, sabía que Moroha lo entendería.

Y sí, así es como mi vida iba tomando sentido. Se estaba estabilizando y, gracias al tiempo, me iba sintiendo más completo, más… en paz.

Estaba tan ansioso por darles la noticia del nacimiento de las gemelas a mis padres que apenas llegamos a casa, bajé del auto de inmediato.

–Moroha, linda. Ayúdame con las cosas de Kanna –pidió Kagura a mis espaldas, mientras yo me apresuraba a entrar en casa.

Al hacerlo encontré todo en completo silencio, no era muy de noche, es más, creo que no rebasaban las ocho.

–Mamá… –Llamé y no obtuve respuesta–. Tengo grandes noticias –dije adentrándome a la sala–. No creerán quienes acaban de nacer…

Apenas entré, vi a mis padres mirándome fijamente. Sesshomaru y Rin también estaban allí. Aquella escena me provocó un déjà vu.

–Pero ¿qué les ocurre…? Miroku y Sango acaban de convert…

–Hola…

Mis ojos finalmente se encontraron con su figura, allí, de pie, como una sombra del pasado que se negaba a desaparecer.

No… no… no…

Esto no podía estar pasando.

¿Por qué ahora? ¿Por qué justo ahora, cuando todo parecía estar en calma?

Un nudo invisible apretó mi garganta, y mis manos comenzaron a temblar, traicionándome, delatando el torbellino que se desataba dentro de mí. Sentí cómo el aire se volvía más denso, cada latido golpeando con fuerza, como si mi propio corazón quisiera escapar de este momento.

No estaba preparado para volver a verte… Kagome.

Continuará...